06. A vueltas
con los paraísos fiscales
Nadie, ni el más analfabeto de los
mortales, ignora el hecho cierto de la creciente
desigualdad en la distribución de la riqueza entre patronos y asalariados.
Pero lo que muchos no saben, es que hay dos
formas de llegar a ese resultado. Como ya hemos dicho más arriba, una forma
consiste en reducir el monto del salario deprimiendo su poder adquisitivo; un
fenómeno que ocurre durante cada depresión
económica periódica que sigue
al estallido de las crisis financieras, cuando el paro generalizado presiona
los salarios de los empleados a la baja. La otra forma es inducida por el
progreso tecnológico incorporado a los medios de producción en tiempos de bonanza económica,
que aumenta la productividad del trabajo y abarata el coste salarial sin menoscabo de su poder adquisitivo,
de lo cual resulta un relativo aumento de la ganancia capitalista sin perjuicio
para el obrero. Pero en el anterior apartado
04 ya vimos que, según la demostración matemática de Marx en 1857 —confirmada
experimentalmente por Henryk Grossmann en 1929—, esta otra forma de explotación
menos gravosa para los asalariados con fines gananciales para la patronal, tiene
un férreo límite histórico
absoluto, determinado por la tendencia
objetiva al agotamiento del tiempo de trabajo colectivo empleado, susceptible
de ser convertido en plusvalor —a instancias de una mayor la productividad— para
los fines de su acumulación.
Así las cosas, la destrucción de medios materiales productivos y vidas humanas en
activo, ya sea ocasionada por desastres naturales —no pocos de ellos
deliberadamente provocados—, ya sea por confrontaciones militares entre países
como continuación de la competencia intercapitalista por medios bélicos, al
desaparecer físicamente desaparecen con ellos tanto sus efectos técnicos como
sus respectivos valores, y así contrarrestan
la tendencia objetiva a la extinción
del plusvalor relativo que acaba con el sistema. Precisamente porque al
ser aniquilados se retrotrae
la relación técnica
(productividad) y orgánica
(valor económico) entre ambos factores
de la producción, siendo lanzados hacia una etapa previa o anterior al
proceso alcanzado por su desarrollo de
tal modo malogrado. Un macabro juego de supervivencia del sistema y de su
clase social explotadora. Así es cómo la burguesía consigue alejar el horizonte previsto de
agotamiento del plusvalor relativo
—para que siempre se mantenga disponible— infundiéndole a su sistema de vida una nueva o renovada vida. Es algo así
como en plan optimista lo de la película
de José Luis Garci: “Volver
a empezar”.
O como mucho tiempo antes propusiera Nietzsche: “El eterno retorno de lo mismo”.
Y a esa misma finalidad contribuyen los
paraísos fiscales durante las recesiones periódicas, en que para superar la
retracción de las ganancias crecientes y la semi-parálisis del aparato
productivo, exigen que se desplome el poder adquisitivo de los salarios ante el
hecho de que la masa cada vez más numerosa de parados, hace presión sobre los empleados
para que trabajen más por menos salarios. Tal como así lo dijera el anterior presidente
de la Confederación Económica de Organizaciones Empresariales (C.E.O.E.), hoy
encarcelado convicto y confeso: Gerardo Díaz Ferrán.
Según la obtención del plusvalor relativo
ha ido mermando sus márgenes
de aumento a raíz del creciente progreso tecnológico, a ese mismo ritmo la gran burguesía internacional
puso sus ganancias acumuladas a buen recaudo en los paraísos fiscales evadiendo
el pago de impuestos. Fue, pues, el recorte de ganancias creciente la causa que
estimuló la tendencia a evadir sistemáticamente sus obligaciones con el fisco y
blanquear capitales. Para eso están
los llamados Bancos offshore, sinónimo de paraíso fiscal, donde adquieren
especial relevancia instrumental las llamadas sociedades
pantalla.
Recursos todos ellos que les permiten:
a) falsear los flujos financieros e, indirectamente, el
flujo de inversión real susceptible de ser gravado impositivamente;
b) debilitar la integridad y la imparcialidad de las
estructuras tributarias;
c) desalentar el cumplimiento tributario proporcional por
parte de todos los contribuyentes;
d) modificar el nivel y la dosis deseada de impuestos con
arreglo al gasto público;
e) transferir indebidamente una parte de la carga fiscal
hacia bases impositivas de contribución, como el trabajo, los bienes inmuebles
y de consumo;
f) aumentar los costos administrativos y la carga de
aplicación de las disposiciones fiscales por las autoridades fiscales y los
contribuyentes:
A esta dinámica contribuye el
desarrollo de la delincuencia eufemísticamente conocida por ingeniería fiscal, que permite utilizar
un entramado ultra sofisticado de sociedades, cuentas bancarias y
transferencias, para eliminar todo rastro fiscal del capital ocioso y sus
rentas especulativas. Las sociedades pantalla son utilizadas para disimular al
beneficiario verdadero de los fondos. Las transferencias entre múltiples
sociedades que permiten borrar definitivamente las pistas. Todo lo cual afecta negativamente
a las posibilidades fiscales de los distintos Estados nacionales, sino también
a la estabilidad de los mercados financieros, por la cantidad y características
de los flujos de capitales que mueven, en la mayoría de los casos escapando al
control de los poderes públicos. Beneficiarios directos de estas estructuras
son las grandes empresas
multinacionales cuya organización y actividades obedecen en muchos
casos a criterios de optimización fiscal que es posible gracias a la existencia
de distintas filiales en varios países y con un considerable volumen de
comercio intra-grupo, lo cual dificulta las posibilidades de los respectivos Estados
nacionales para gravar los beneficios obtenidos por tales empresas dentro de
sus territorios.
Así las cosas, la impune utilización
de los paraísos fiscales por el gran capital multinacional, tiene efectos oligopólicos
perversos sobre la tan cacareada competitividad,
situando a estas compañías en posición de ventaja comparativa para aprovecharse
de ella en los distintos mercados —internos y externos—, de modo que sus
ganancias no provienen ya tanto de la explotación de trabajo ajeno, sino cada
vez más de la reducción de sus costes vía disminución de su factura impositiva.
O sea, no de los márgenes de ganancia en concepto de productividad que cada vez remiten más según
avanza el progreso tecnológico. Ergo: la sociedad civil en cada país bajo el
dominio de las grandes empresas que cotizan en la bolsa de valores, actúa cada
vez más en detrimento de su respectiva comunidad política. Por tanto debieran
ser los políticos profesionales a cargo de los gobiernos de turno en cada país,
quienes pusieran a los empresarios en su sitio. Pero paradójicamente sucede al
revés. ¿Por qué? Pues, porque bajo el capitalismo, el poder político real, no
emana del Estado, sino del poder
económico concentrado en las grandes empresas al interior de la
sociedad civil. Otro contundente aserto irrebatible de Marx que explica el
fenómeno de la corrupción generalizada,
donde los políticos permanecen atrapados en el tejido clientelar urdido —como
las arañas— por los grandes empresarios. El que paga porque tiene, ¡¡manda!!
Así, desde los años 80 mucho se ha
dicho sobre los paraísos fiscales en los múltiples y distintos foros
internacionales, y mucha tinta ha corrido en sus informes y resoluciones acerca
de su nociva incidencia. Pero nada eficaz se ha logrado implementar para
erradicarlos. En síntesis: que la existencia de estas instituciones financieras
parasitarias son la demostración más categórica, de que el capitalismo no se
sostiene ya sobre la producción de
plusvalor relativo, sino cada vez más sobre la miseria absoluta
creciente del proletariado. Así, del mismo modo que a instancias de los
paraísos fiscales el gran capital
actúa en la sociedad civil de
cada país ejerciendo el predominio real sobre la comunidad política de su respectivo Estado nacional, asimismo el capital multinacional actúa en los mercados internacionales
de los distintos países, ejerciendo el predominio real sobre la Comunidad de Estados nacionales,
léase Naciones Unidas y demás instituciones internacionales. O sea, que la
dictadura económica y política del gran capital —corrompido hasta la medula de
los huesos—, campa por sus respetos en todo el Mundo, donde la “democracia” es
una verdadera farsa.
Explotación y corrupción son dos lacras inseparables del sistema
capitalista y su democracia representativa, con que la llamada “justicia
institucionalizada” —que penaliza conductas
individuales dejando intacta la injusticia
social—, es incapaz de acabar. De lo contrario, ambas lacras seguirán formando
parte constitutiva esencial del
mismo aparato político al
servicio de la explotación: el Estado capitalista. Y son los “catedráticos” a
su servicio quienes debieran encargarse de desmentir fehacientemente a Marx, en
este aserto suyo ratificado por la historia. Pero la reiterada sentencia de los
hechos manifiestos que cada
vez con más fuerza golpea la conciencia de los explotados, impide a los
farsantes cumplir con tal cometido. No pueden. Condenados en toda su impúdica
deshonestidad intelectual por la propia realidad del sistema cada vez más
decadente y criminal, que tanto se afanan en conservar insistiendo en que es
perfectible. Tal como antes sucesivamente procedieran —a la postre inútilmente—
los intelectuales en su momento al servicio de los amos esclavistas primero, y de los señores feudales después.
Ante este categórico desiderátum que los hechos esclavizadores exigen convertir en actos humanos libertarios, no se trata, pues, de seguir pasiva e hipócritamente contemplando que la “justicia” continúe sine die, con su engañoso jueguito de penalizar periódicamente a unos pocos entre todos los corruptos, de tal modo convertidos en chivos expiatorios para que todo siga igual. Se trata de comulgar con la verdad y, consecuentemente, arrojar todas las instituciones del sistema capitalista en su conjunto —desde su origen corrupto y corruptor—, de una vez por todas al basurero de la historia. ¡¡That´s the question!!
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