02. Aquellos vientos

 

          Acabada la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos, un país que no había sufrido los desastres materiales y humanos ocasionados por ese conflicto bélico, surgió esgrimiendo su condición de primera potencia económica del Planeta, que se había enriquecido  vendiendo armas y prestando dinero a los países beligerantes. En 1945, producía en su territorio cerca del 50 % del PIB mundial empleando menos del 7 % de la población del mundo. Durante el mes de julio de 1944, tuvo lugar en la localidad de Bretton Woods —bajo jurisdicción del Estado norteamericano de New Hampshire, la Conferencia Monetaria y Financiera de las Naciones Unidas. Allí se acordaron las reglas que prevalecerían en las futuras relaciones comerciales y financieras entre los países más industrializados del mundo, donde se decidió poner fin al proteccionismo nacionalista vigente durante el período 1914-1945, doctrina a la que en esa conferencia se le atribuyó ser la causa de los dos grandes conflictos bélicos mundiales. Y para tales supuestos fines de propender a la paz duradera en el Mundo, se consideró necesario implantar una política librecambista o de libre mercado, tal como fue concebida por los economistas clásicos en el Siglo XVIII. Así fue como se creó el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, en el contexto de una doctrina económica ultraliberal, que no solo adoptó al dólar como instrumento de referencia en los intercambios internacionales, sino que suplantó a la Libra inglesa como moneda de reserva mundial que lo había sido desde el siglo XIX. Se aceptó el dólar como garantía de estabilidad en los intercambios, es decir, que cada dólar estuviera permanentemente respaldado por una cantidad nominal equivalente en oro contante y sonante. Desde ese momento, los dólares pudieron ser cambiados por oro, a razón de una onza por cada 35 dólares.

            Pero hete aquí, que la historia de la lucha de clases metió a la burguesía norteamericana en una guerra que se prolongó entre 1959 y 1975, y estuvo en el origen de su propia decadencia. Nos referimos a su decisión de intervenir militarmente en los asuntos del pueblo Vietnamita, cuando después de liberarse del colonialismo francés y resistirse a las asechanzas de China, intentó unificarse para vivir en un régimen socialista burocrático degenerado, apoyado por la ex URSS. Como resultado de esa injerencia militar de los EE.UU., murieron en esa guerra entre dos y seis millones de personas, de ellas 58.000 norteamericanas. Vietnam del norte perdió, además, el 70% de su infraestructura industrial y de transportes: la destrucción de puentes, carreteras y vías férreas, 3.000 escuelas, 15 centros universitarios y 10 hospitales. El medioambiente de ese país fue seriamente dañado por la utilización del agente naranja; ese y otros productos químicos convertidos en armas letales, provocaron miles de abortos prematuros, esterilidad y otros tantos nacimientos con malformaciones fetales. Extensas zonas del país quedaron sembradas de minas explosivas que siguen causando muertes todavía hoy. Y en EE.UU., la firme oposición a esa guerra se extendió entre la juventud incluso fuera del país, convertido en un movimiento mundial contra el sistema. El desastre causado hizo estragos en el espíritu colectivo de la ciudadanía norteamericana, donde miles de soldados que volvieron de aquella matanza en suelo vietnamita, se hundieron en el mundo de las drogas; y otros tantos miles fueron condenados a minusvalías de por vida, amputados, paralíticos y trastornados mentales.

          Pero las consecuencias de esa guerra, fatales para los EE.UU. como Estado nacional, fueron en gran medida de carácter económico y financiero, a raíz de que los gastos para sostenerla fueron superando a los ingresos. Hasta el punto de que ese país perdió una importante cantidad de sus reservas en oro. Yantes de que se declarara la quiebra del país, Richard Nixon decidió terminar con la convertibilidad del dólar en oro; rebajó el billete verde a la condición de una moneda fiduciaria universal —sin respaldo de valor con soporte en ningún bien material— emitida y aceptada por decreto: puro dinero de papel. Bajo tales circunstancias deletéreas para ese país y para el sistema capitalista, la burguesía norteamericana se enriqueció; especialmente los capitales dedicados a la industria bélica. Pero su capacidad financiera como Estado nacional se debilitó al extremo. Con todas las consecuencias nefastas para las mayorías más desprotegidas de su población.

          Tal deriva prosiguió, hasta que en las postrimerías de esa guerra a principios de la década de los 70 el Siglo pasado, se hizo notorio que la masa de “valor” nominal en dólares que circulaba por todo el Mundo, excedía con creces el valor en oro metálico a disposición de la Reserva Federal norteamericana:

<<Los costes financieros de la Guerra del Vietnam, alrededor de 113.000 millones de dólares, y de la Gran Sociedad (The Great Society) hicieron que el gobierno norteamericano se viese forzado a generar montañas de deuda pública. A principios de 1971, los pasivos excedían los 70.000 millones de dólares, pero el gobierno de EE.UU sólo poseía 12.000 millones en oro con lo que respaldarlos>>. (Albert Ferrer Sánchez: “La influencia de la escuela liberal  Austríaca en el proceso de integración europea” Pp. 11  

          Aquí hay que recordar que, como consecuencia de los costos de la guerra de Vietnam pesando en la economía norteamericana, fue Francia durante la presidencia de Charles De Gaulle corriendo el año 1965, el país que por primera vez alzó la voz exigiendo su oro a cambio de dólares, pues no estaban dispuestos a seguir acumulando un dinero de papel cuyo respaldo en valor real se diluía como un azucarillo en un vaso de agua. Ante esa evidencia y temiendo lo peor, es decir, que por circunstancias imprevisibles ocurriera en Fort Knox una corrida sobre el oro a cambio de dólares —que despojara totalmente a los EE.UU. de sus reservas en ese metal—, el 15 de agosto de 1971 el Presidente Richard Nixon decidió suspender la libre convertibilidad de dólares en oro sine díe. Dos años después, no se sabe cómo ni por mérito de quién, surgió una inteligente y astuta iniciativa: sustituir el oro por petróleo como soporte de valor del dólar. Y así fue como el propio Nixon durante su mandato, encomendó a Henry Kissinger en su carácter de Secretario de Estado, la tarea de acordar con Arabia Saudita —y por su intermedio con los más importantes países exportadores de petróleo— que aceptaran al dólar como moneda de referencia para realizar sus transacciones comerciales petrolíferas. En reciprocidad, EE.UU. se comprometía a ofrecer a los jeques árabes protección militar y venta de armamento. A este acuerdo se sumaron los países de la OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo), que permitieron a EE.UU. proseguir emitiendo dólares sin respaldo en su propia riqueza creada, a cambio de brindar seguridad militar y armamento a los países involucrados en tal acuerdo. ¿Hay duda de que fue ese un acuerdo entre mafias a espaldas de sus respectivos pueblos? El respaldo al dólar que los mafiosos norteamericanos necesitaban, lo encontraron parasitariamente no en la riqueza generada por EE.UU., sino por terceros países productores de petróleo. ¿Hay duda de que esas mafias han surgido del secreto contubernio entre representantes políticos institucionalizados y grandes empresarios?  

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