03. Esencia y existencia en el cosmos: El capítulo de
los “meteoros”
Según
el pensamiento de Epicuro desplegado hasta este punto, no hay en el átomo como materia ni tampoco en el
individuo como ser social,
ningún atisbo de individualidad
concreta, es decir, de movimiento incondicionado,
de plena y absoluta libertad. Lo impide justamente la contradicción que hace tanto a
la naturaleza del átomo en la física como del individuo en la sociedad, entre
la forma o esencia común a todos
ellos que tiende a su autodeterminación
o plena libertad —como atributo de su autoconciencia—, y la distinta materia que condiciona su existencia física
más o menos según su peso específico,
sea material o social. Contradicción, pues, entre esencia y existencia todavía
no resuelta.
Una
contradicción cuya resolución, según Epicuro solo
está exclusivamente al alcance de los cuerpos que gravitan mutuamente entre
ellos en el espacio celeste por él llamados “meteoros”. Y en este ámbito donde
los átomos se juntan y sintetizan en enormes
masas de materia, Epicuro medita y concluye que, en cada una de ellas,
la contradicción entre forma
y materia, es decir, entre esencia y existencia propia de los
átomos-individuos, desaparece.
Porque en la física celeste, la forma elemental contenida en cada átomo como
proyecto del meteoro se realiza
y, por tanto, la contradicción entre forma y materia como principio activo del
movimiento pierde sentido y deja de actuar. Ni más ni menos que como sucede con cada
producto del trabajo social. Por ejemplo, un electrodoméstico, cuya forma está previamente contenida como contradicción entre la idea que de esa cosa se hace su
productor antes de ponerse a fabricarla, y la materia utilizada con tal finalidad, de tal modo que cuando la obra se realiza, la
cosa cumple por sí misma con su finalidad prevista y la contradicción desaparece. Tal es el significado de la
expresión: individualidad concreta:
<<En ellos (los
meteoros) se resuelven todas las
antinomias entre la forma y la materia, entre el concepto y la existencia,
las que constituyen el desarrollo del átomo y en las que se realizan todas las determinaciones
requeridas (que sintetizan en ellas, en la obra acabada). Los cuerpos celestes son eternos e
inmutables; poseen su centro de gravedad en sí mismos, no fuera de
ellos; su único acto es el movimiento y separados por el espacio vacío se
desvían de la línea recta, forman un sistema de repulsión y de atracción en el
que conservan íntegra su autonomía y producen, finalmente, por sí
mismos, el tiempo, como forma de su aparición. Los cuerpos celestes son,
entonces, los átomos que han llegado a ser reales (en tanto que
individualidades concretas). En ellos la
materia ha recibido en sí misma la individualidad (concreta)>>. (K. Marx: Op. cit. Pp. 59. El
subrayado y lo entre paréntesis nuestros).
Según este relato, parece pues, como si Epicuro en el sistema físico celeste hubiera llegado a concebir y aceptar,
la realización del átomo en su plena autodeterminación y, por tanto, su
carácter atemporal o eterno. Sin embargo se posicionó violentamente contra tal
posibilidad, según él de carácter místico. ¿Dónde queda la individualidad abstracta formal, la autodeterminación espiritual de cada ser humano como
principio activo fundamental de su existencia?, se preguntó. Aquí ´se topó con su propia aporía, el límite infranqueable donde se vio turbado su pensamiento, su “ataraxia”, al entrar la materia en
contradicción con el principio activo,
para él de jerarquía superior, que hace a la esencia universal misma de la individualidad abstracta, es
decir, sin condicionantes materiales:
<<Epicuro advierte, en efecto, que
sus categorías precedentes (junto
con su razonamiento filosófico anterior) se derrumban aquí, que el método de su teoría se modifica. Y la
enseñanza más profunda de su sistema, su consecuencia más rigurosa es que él
experimenta esto y lo expresa conscientemente>>. (K. Marx: Op. Cit. Pp. 60. Lo entre paréntesis
nuestro)
O sea, al reconocer
que la individualidad abstracta se concreta en el cuerpo celeste, Epicuro se da cuenta del despropósito al que le ha conducido
su pensamiento, al ver que así enajena el concepto de autodeterminación en favor esa
pura exterioridad material
que antes había puesto en los átomos asimilados a los individuos humanos como
un principio universal.
Advierte que ese principio activo
presente en los átomos más simples se traslada desde el espíritu
[1] a la pura materia
de los cuerpos celestes. Algo que no es precisamente un simple electrodoméstico
sino el sistema planetario,
de modo que esa materia se vuelve tan necesaria e incondicional, como absolutamente autónoma y, por tanto, válida universalmente. Así es como queda
en manos de la materia el destino de la humanidad, así como el de los individuos
en manos de las instituciones políticas:
<<La materia en cuanto ha
recibido en sí la individualidad (como unidad de forma espiritual y materia) la forma (o idea espiritual), como acaece en los cuerpos celestes, cesa de ser una individualidad
abstracta (como sigue siendo el átomo). Ha devenido individualidad concreta, universalidad. En los
meteoros, frente a la abstracta autoconciencia individual, se destaca pues su
refutación devenida concreta, lo universal (material), que ha llegado a ser existencia y naturaleza.
Lo universal reconoce, entonces, en los meteoros a su mortal enemigo;
atribuye a ellos, como lo hace Epicuro, toda la angustia y la turbación de los
hombres; pues la angustia y la disolución de lo individual abstracto
es lo universal. (K. Marx: Op. Cit. Pp. 61)
En este momento Epicuro se hace consciente
y asume la misma inquietud
que le ha movido a Ud. hacernos la pregunta. Y la respuesta es, que por ese
derrotero de su pensamiento, las condiciones
objetivas se han vuelto absolutamente
determinantes anulando por completo el principio activo fundamental que
el filósofo de Samos había puesto en la autoconciencia
individual abstracta propia del átomo, de modo que, así, la
autodeterminación del individuo queda subsumida en la pura materia universal,
esto es, en el sistema de los
cuerpos celestes. Del mismo modo que la autodeterminación del individuo es
anulada por las instituciones del Estado.
Es entonces cuando, ante semejante
dificultad, Epicuro se revela y reniega
de su pensamiento filosófico anterior, llegando a la conclusión de que,
en la física, no hay un determinismo absoluto, que todo se produce por el azar
y nada depende de la fatal necesidad:
<<Aquí no se oculta
ya el verdadero principio de Epicuro, la autoconciencia abstracta
individual. Esta sale de su escondite y, liberada de su máscara material
(merced a la honestidad intelectual consecuente de su
amante descubridor) busca, mediante
la explicación de la posibilidad abstracta
[2] —lo que es posible quizá de otra manera; lo contrario de lo posible es igualmente
posible— aniquilar la realidad de la naturaleza que ha devenido autónoma.
De ahí la polémica (de Epicuro) contra aquellos que explican los cuerpos celestes
aplós (ἁπλῶς: simple, absolutamente) sino pollaxós (de muchos modos), Y ello vale para la salida
y puesta del sol y de la luna, del crecimiento y decrecimiento de ésta, de la aparición del resplandor
en la faz lunar, de los cambios del día y de la noche, y de los restantes fenómenos
celestes>>. (K. Marx: Op. cit. Pp. 61.
El subrayado y lo entre paréntesis nuestros)
Marx acaba
este capítulo de su obra diciendo:
<<Epicuro es, en consecuencia, el más grande
iluminista griego y a él le corresponde el elogio de Tito
Lucrecio Caro: "Cuando la vida humana ostensiblemente
envilecida yacía en tierra oprimida bajo el peso de la religión, la que desde
las regiones del cielo mostraba su cabeza amenazando a los mortales con
horrible mirada, un griego fue el primer hombre que se levantó contra ella y
elevó sus ojos en desafío. Ni la fama de los dioses ni el rayo ni los
estruendos amenazantes del cielo lo intimidaron... Por tanto la religión a su
vez fue aplastada bajo sus pies; su victoria nos exalta al cielo">>. (K. Marx: Op. cit. Pp. 63).
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[1] Para Epicuro, el espíritu humano está constituido por una especie de átomos más sutiles que los corpóreos pero no por eso el alma deja de ser materia. Y lo explicó diciendo que cuando el cuerpo humano deja de existir, con él desaparece también su alma respectiva.
[2] Sinónimo de contingente, que puede ser o no ser