02. El concepto de sociedad libre de explotadores y burócratas

          La respuesta a estos dos interrogantes planteados por Einstein al final de este trascendental manifiesto político, fue legada por Lenin a la posteridad desde su lecho de muerte, y que según parece ha pasado inadvertida para Einstein. Se trata de una herencia revolucionaria malograda, que los más destacados biógrafos de ese gran estadista difundieron fielmente para escarnio de todos los déspotas burocráticos soviéticos que han envilecido a esa democracia revolucionaria en la URSS hasta desbaratarla. Y uno de esos biógrafos de Lenin ha sido Moshe Lewin en su obra titulada: “El último combate de Lenin”. Un combate agónico librado precisamente contra esa maldita lacra burocrática remanente del zarismo, que subrepticia e imperceptiblemente arraigó en el espíritu de algunos “bolcheviques”, convertidos en verdaderos déspotas oportunistas ávidos de poder personal, quienes finalmente consiguieron imponer esa lacra en la flamante República federada soviética desde la muerte de Lenin del 24 de enero de 1924. Este ha sido el tema que nos ha ocupado para redactar el próximo capítulo 18 de nuestro trabajo que vamos publicando por entregas titulado: “Marxismo y stalinismo a la luz de la historia”. Una herencia revolucionaria que con su inteligencia científica y riguroso sentido humanitario, Einstein ha tenido el valor moral y político de arriesgarse a exaltar púbicamente en 1949. La misma que nosotros hemos querido hacer nuestra proponiendo el siguiente programa político:

1) Expropiación de todas las grandes y medianas empresas privadas industriales, comerciales y de servicios, sin compensación alguna.

 

2) Cierre y desaparición de la Bolsa de Valores.

 

3) Control obrero colectivo permanente y democrático de la producción y de la contabilidad en todas las empresas, garantizando la transparencia informativa en los medios de difusión, para el pleno y universal conocimiento de la verdad en todo momento y en todos los ámbitos de la vida social.

    

4) El que no trabaja no come.

 

5) De cada cual según su trabajo y a cada cual según su capacidad.

 

6) Régimen político de gobierno basado en la democracia directa, donde los más decisivos asuntos de Estado se aprueben por mayoría en Asambleas por distrito, y los altos cargos de los tres poderes, elegidos según el método de representación proporcional, sean revocables en cualquier momento de la misma forma.

 

          Y conste que para concretar tal propósito programático no se trata sin más de formar células de milicias civiles clandestinas, con vistas a formar un cuerpo de ejército que se proponga acabar derrocando al sistema capitalista por la fuerza de las armas. Para vencer se trata antes de convencer con la verdad, actuando a la luz del día para unificar la voluntad política de las mayorías sociales asalariadas, en torno a los fundamentos científicos humanitarios de un programa político, que logre conjugar el verbo hacer en la primera persona del plural. De esto se trata para empezar y nada más que de esto, que no es poco. Y para eso hay que vencer la estrechez del individualismo inculcado por la burguesía a través de generaciones enteras, y reivindicar el concepto de comunidad solidaria como condición ineludible de existencia de individuos nobles. Tal como lo ha señalado Einstein en su manifiesto. Porque es el carácter específico de la sociedad lo que hace al carácter de los individuos y no al revés:

<<….la personalidad que finalmente emerge (en cada individuo) está determinada en gran parte por el ambiente en el cual se encuentra durante su desarrollo, por la estructura de la sociedad en la que crece, por la tradición de esa sociedad, y por su valoración (ética y moral imperante en esa sociedad) de los tipos particulares de comportamiento. El concepto abstracto "sociedad" significa para el ser humano individual la suma total de sus relaciones directas e indirectas con sus contemporáneos y con todas las personas de generaciones anteriores. El individuo puede pensar, sentirse, esforzarse, y trabajar por sí mismo; pero él depende tanto de la sociedad —en su existencia física, intelectual, y emocional— que es imposible concebirlo, o entenderlo, fuera del marco de la sociedad. Es la "sociedad" la que provee al hombre de alimento, hogar, herramientas de trabajo, lenguaje, formas de pensamiento y la mayoría del contenido de su pensamiento; su vida es posible por el trabajo y las realizaciones de los muchos millones en el pasado y en el presente que se ocultan detrás de la pequeña palabra "sociedad">>. (Op. Cit. El subrayado y lo entre paréntesis nuestro).

 

          He aquí la importancia decisiva del concepto “sociedad”. Pero tipos de sociedades desde los tiempos más remotos hubo muchas y está claro que debieran conocerse. Sobre todo los tipos de sociedad estructuradas desde los tiempos en que se dividieron en clases sociales, dominantes y dominadas, donde como ha dicho Einstein “la existencia física, intelectual y emocional” de las clases dominadas estuvo determinada por la expresa voluntad política de las clases dominantes propietarias de la tierra. Como en el esclavismo y el feudalismo. Aquellas dos sociedades no dejaron de ser dominadas por los terratenientes y los mercaderes.

 

          ¿Ha cambiado esto en la actual sociedad capitalista? Esencialmente No. Lo que ha cambiado en cierto sentido “cultural” ha sido la forma en que las clases dominantes bajo el capitalismo determinan el comportamiento de las clases subalternas de condición asalariada. Bajo el esclavismo y el feudalismo predominó la fuerza. Bajo el capitalismo “democrático” pasó normalmente a predominar la disuasión a instancias de los aparatos ideológicos del sistema y sus medios de información, públicos y privados, donde la violencia es el recurso político periódico excepcional de última instancia. Pero esencia social y política de la más moderna clase dominante desde la Revolución Francesa hasta nuestros días, sigue siendo del mismo carácter despótico que bajo el esclavismo y el feudalismo. Es la dictadura del capital que la burguesía ejerce permanentemente bajo el disfraz de la “democracia”:

        <<El carácter distintivo específico de todo “buen” empresario, viene determinado  no precisamente por su capacidad de innovar en la producción, sino por su astucia en sacar el más ventajoso resultado económico de cada negocio. Habida cuenta de que astucia es sinónimo de sagacidad, treta o artimaña, es decir, habilidad para engañar y al mismo tiempo impedir ser engañado. Es el arte de la simulación tradicionalmente representada en los ofidios, que aparecen en el símbolo del comercio desde los tiempos en que los excedentes económicos al consumo y el uso de la moneda, difundieron el intercambio dentro ya de la sociedad dividida en clases sociales, a partir de la etapa esclavista griega en los siglos V y IV antes de Cristo, que dieron pábulo a la posibilidad del intercambio desigual, donde aparecen confrontadas las dos partes constitutivas en cada trato mercantil, con distintos intereses en competencia unos con otros, y donde una de las partes trata de medrar en perjuicio de la otra. Tal como puede verse a las dos serpientes enroscadas en el Báculo de Hermes:

         Esta representación eminentemente tramposa, ventajista y criminal de las relaciones sociales, contrasta con la más arcaica que le precedió durante el llamado “comunismo primitivo”, donde prevaleció la colaboración en el trabajo colectivo y el simple trueque de mercancías entre distintas comunidades, basado en la equidad y la justicia distributiva, cultura económica que luego volvió fugazmente a florecer entre los Incas del Perú durante los siglos XV y XVI. La distinción entre estas dos formas de comportamiento social, fueron las que indujeron en Marx y Engels a sentenciar que:

         “El capitalismo es la sociedad del engaño y el pillaje mutuo” (“Manifiesto Comunista” Febrero de 1848)>>. Cfr.:

 

          Y dado que la eficacia de toda simulación y engaño se basa en el llamado “secreto comercial” que en la sociedad capitalista es un derecho humano legitimado el caso es que entre los secretos mejor guardados de los capitalistas desde los tiempos de la “Ilustración”, destaca la preocupación por embellecer la realidad del capitalismo, utilizando la llamada “democracia representativa que divide, dispersa y anula la voluntad de tal modo delegada durante las  elecciones periódicas por las clases subalternas —en su inmensa mayoría de condición asalariada—, entre diversas opciones político-partidarias de izquierda, derecha y centro—, aparentemente distintas pero todas ellas esencialmente conservadoras del mismo sistema de vida explotador y corrupto. Así es cómo los burgueses han conseguido mantenerse indefinidamente en el poder como clase dominante, actualizando la más remota máxima de dividir la fuerza de la clase mayoritaria subalterna para reducirla a su mínima expresión política y así dominarla mejor. Un método tan eficaz en los antiguos tiempos romanos del emperador Julio César, como en la más moderna Francia del corso Napoleón.    

 

          Pero desde que todas estas astucias  políticas fueran ventiladas por Marx y Engels corriendo el Siglo XIX, antes de que Einstein pusiera sus pies sobre territorio norteamericano en 1932 John Edgar Hoover a cargo en ese momento del FBI, ya sabía que aquél judío-alemán era comunista y en Europa había sido miembro de organizaciones comunistas. Así que para poder expulsarlo del país Hoover inició sobre él una investigación exhaustiva. En el año 2000 el periodista Fred Jerome —autor de “El expediente Einstein”, tras hurgar en los archivos del FBI—, pudo comprobar que ese servicio secreto estuvo a punto de deportar a Einstein; de hecho el senador Joseph McCarthy, presidente del comité de actividades antiamericanas del Congreso, le puso el mote de “enemigo de América”. Y hasta el momento de su muerte no dejó de recaer sobre él la sospecha de haber sido un espía de Stalin. Pero nunca se pudo aportar la más mínima prueba de ello.  

 

          No han podido con él y aquí está hoy entre nosotros más vivo que nunca después de su muerte, para escarnio de todos los explotadores y sus lacayos: esa caterva cómplice de políticos, jueces, fiscales y demás altos cargos advenedizos a su servicio, ocupando alternativamente las distintas instituciones estatales de todos los países en el decadente Mundo actual, casi a punto ya de derrumbarse. Aunque sin nombrarlos, Einstein acabó coincidiendo con Marx, Engels y Lenin, en que para alcanzar el rigor epistemológico, tanto en las ciencias naturales como en las sociales, es necesario asumir que la verdad de la realidad no está en el sujeto humano según lo que percibe a través de los cinco sentidos, sino en la naturaleza intrínseca de esa realidad, que se oculta debajo de esa apariencia, que es el presupuesto del conocimiento pero no su condición suficiente; por tanto, el sujeto humano solo con su pensamiento puede descubrir la esencia de esa realidad, su razón de ser, que mientras  tanto permanece oculta tras la engañosa percepción sensible:

<<La materia prima sensorial, la única fuente de nuestro conocimiento, puede llevarnos, por hábito, a la fe y a la esperanza, pero no al conocimiento, y todavía menos a la captación de las relaciones expresables en forma de leyes>> (A. Einstein: “Mis creencias”. Pp. 8. Año 1944: “La teoría del conocimiento de Bertrand Russell”).

 

          Este aserto es científicamente válido tanto en la física y en la química como en la sociedad. Por lo tanto, el riguroso conocimiento de esas materias a través del pensamiento, es la condición de que los seres humanos puedan incidir —para bien y para mal— sobre la realidad. Y tal parece que así fue cómo Einstein se fue acercando al materialismo dialéctico marxista, tras haber abrazado desde 1896 la filosofía política de la Socialdemocracia tradicional, a la que abandonó tras haber leído “Materialismo y empiriocriticismo”, obra escrita entre enero y octubre de 1908, donde Lenin desmontó las teorías subjetivistas empíricas, místicas y oscurantistas de Ernst Mach y Richard Avenarius.

 

               Esta misma concepción marxista del conocimiento científico es la que los capitalistas en la actual etapa postrera del sistema, han asimilado y la vienen usando para convertir las fuerzas de la naturaleza en armas destructivas y letales para la población mundial, tal como lo hemos expuesto en el capítulo 05 de nuestro trabajo inmediatamente anterior titulado: “Los secretos mejor guardados de la burguesía van saliendo a la luz pública”. Y en este cometido de la crítica radical a las supercherías del pensamiento único burgués, sigue con nosotros el compañero Albert junto a Marx, Engels y Lenin, sin haber disparado un solo tiro en su vida contra sus semejantes. Haciendo el mayor daño póstumo que sea posible hacerle a este sistema de vida corrupto y genocida, aportando su sabio, valiente y heroico compromiso ideológico y político con el futuro de la humanidad que nunca le olvidará.

 

          Mucha tinta está corriendo últimamente acerca de que el físico-matemático Einstein fue más y peor que un plagiario y un impostor. Porque no solo se le ha venido acusando en los últimos tiempos de haberse atribuido sin mérito alguno que lo justifique, la teoría de la relatividad especial. No hay lacra moral que sus detractores hayan olvidado arrojar sobre su persona, como así concluye, por ejemplo, uno de ellos que acaba su alegato imputándole haber sido:

    <<….un gris funcionario de una oficina de patentes, donde hacía sobre todo peritajes de aparatos eléctricos, por eso todas las ideas del efecto fotoeléctrico las copió de patentes de ideas como la de Heinrich Hertz y otros autores que llegaban a la oficina.

     En definitiva, el hombre que el “Sistema oficial” nos presenta como el más sabio de la historia de la humanidad, era un mugriento, un tramposo, un mal estudiante repetidor y copión, que se licenció con 4,91 de puntaje, un estafador científico, un maltratador de mujeres, un adúltero, un mal padre y mal marido, uno de los promotores de la bomba nuclear, un espía a favor de la URSS, un perseguido durante algunos años por el FBI, un oportunista con cuatro nacionalidades, un violinista frustrado y un doctorando al que rechazaron tres tesis doctorales ("¡estoy harto nunca seré doctor!", escribía a sus amigos en 1903). Y por si esto fuera poco, tardó 5 años en hacer una tesis de 29 páginas con todo copiado de otros autores.

     Einstein fue todo un montaje político, mediático y científico y hasta estos últimos años casi nadie se ocupó de comprobar que había detrás del enlatado mito del "genio" despeinado y con la mirada perdida. Einstein fue la mayor estafa científica de la historia y es hora que el mundo lo sepa>>:http://programacontactoconlacreacion.blogspot.com.es/2012/04/einstein-el-mas-grande-plagiario-de-la.html.

 

            Como acabamos de explicar, Einstein fue un revolucionario socialista confeso al menos desde 1949, cuando publicó su alegato en la “Monthly Review”. Sin embargo, desde que falleció corriendo ya el año 1955 en medio de la euforia económica expansiva tras la descomunal destrucción de riqueza creada y el genocidio provocados por la Segunda Guerra Mundial, el “sistema oficial” capitalista que salió fortalecido de aquella barbarie bélica —cuando Mr. Marshall se paseaba repartiendo millones de dólares americanos por la Europa devastada en plena reconstrucción— tampoco tuvo reparos en elevar a ese judío-alemán hasta las más altas cotas de prestigio científico y popularidad. Porque las más prometedoras perspectivas económicas así lo permitían.

 

          Pero ahora, en medio de la crisis económica terminal más larga y profunda de toda su historia, este mismo “Sistema oficial” —a instancias de sus más fieles colaboradores—, tal parece que quiere derribar a Einstein lo más rápidamente posible de ese pedestal, degradando su autoridad científica, moral y política hasta verla enterrada cuanto antes bajo toneladas de lodo y estiércol propagandístico político-literario, como es el caso que acabamos de citar. ¿Por qué será?

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