La mística elaborada en torno a la figura del empresario capitalista

<<Hay sucesos, como es el caso del movimiento de los planetas en el sistema solar, que durante millones de años se han venido repitiendo según el mismo recorrido, creando un efecto óptico que “engaña” a los sentidos de cualquier observador, lo cual explica que buena parte de los seres humanos —sin los más elementales conocimientos de física cósmica—, todavía crean que el Sol gira en torno a la Tierra y no al contrario, como por deducción teórica lo demostrara Copérnico antes de que Galileo en 1610, consiguiera ratificarlo empíricamente a través del telescopio. Algo muy parecido a esto, sucede con centenares de millones de asalariados en el Mundo al respecto de la realidad económica y social en que viven. Y es que al ignorar los conocimientos científicos que permiten comprenderla —condicionados por ella—, no les queda otra salida que “orientar” su comportamiento político en cada momento, según la percepción sensible que les sugieren engañosamente, las cambiantes circunstancias de esa realidad desconocida. Con el agravante de que para remachar el clavo en tal ceremonia de la confusión, intervienen los aparatos ideológicos de cada Estado nacional, hábilmente utilizados para tal fin por las clases explotadoras dominantes en el poder. Moraleja: Nada de lo cual se desconozca su esencia o fundamento, puede ser transformado en algo superior que reclama existir>>. GPM.

 

 

01. Introducción

 

       Hablando en plural y según se agudizan las condiciones económicas que amenazan con el colapso definitivo del capitalismo, tanto más se afanan las usinas ideológicas del sistema en embellecer la figura de los empresarios —que lo gestionan—, atribuyéndoles casi con carácter exclusivo las virtudes humanas del talento, capacidad de innovación e iniciativa. A propósito de semejante dislate, es ilustrativo el pasaje de la película “Margin call”, donde sin aludir al ya extinto holding financiero norteamericano Lehman brothers, describe lo allí sucedido durante los dramáticos momentos previos al estallido del crash bursátil, que dio inicio a la última recesión económica mundial de 2008 todavía en curso. Lo significativo al respecto de lo que nosotros queremos destacar en este trabajo, es que haya sido un joven ingeniero aeronáutico reciclado a las finanzas, un asalariado del más bajo escalafón en esa empresa (Zachary Quinto), quien durante una reunión del Consejo Directivo sorprendiera a su más alto ejecutivo (Jeremy Irons), explicándole que según sus cálculos matemáticos la volatilidad del mercado especulativo había llevado la economía del país —ya en crisis económica—, a una situación de inevitable quiebra financiera inminente, poniendo al banco ante dos alternativas: vender de inmediato la totalidad de sus activos tóxicos por debajo del precio de su compra, precipitando así el estallido del crash bursátil en la sociedad norteamericana —pero salvando de la ruina a los directivos de la empresa—, o bien esperar a que la inevitable debacle se produzca, quedándose con papeles ya sin valor alguno en el mercado. Todo ello sucedió, como consecuencia del frenesí en la disputa entre grupos empresariales, cada cual especulando acerca de qué hacer, en su deseo de perder lo menos posible a expensas de otros, lo cual explica que la película llevara por subtítulo “El precio de la codicia”[1].

 

          En flagrante contradicción con lo que se les supone a los más altos ejecutivos empresariales, en este caso ha sido un subalterno de la más baja escala institucional asalariada, quien decidió el “qué hacer” de aquella empresa en esos dramáticos momentos, poniendo en ridículo la supuesta capacidad de innovación e iniciativa de los llamados emprendedores. No es casual, pues, que en la última versión Nº 23 de su diccionario, los académicos de la lengua española hayan resuelto el pasado año disfrazar la realidad del empresariado, incorporando a su acervo terminológico el palabro emprendimiento. Lo han hecho después de que otras fuentes no autorizadas de la misma prosapia se le adelantaran, propagando especies sucedáneas “bastardas” tales como “emprendedurismo” y “emprendizaje”. En realidad, el único emprendimiento que ha venido caracterizando a los propietarios de los medios de producción y de cambio desde los tiempos mitológicos más remotos, ha consistido en el instinto adquirido bajo determinadas condiciones históricas —por completo ajenas a su capacidad y voluntad— de hacer negocios cada cual intentándolo bajo las condiciones económicas más ventajosas posibles a expensas de otros. Todos ellos en disputa con fines gananciales medidos en términos puramente cuantitativos de riqueza capitalizada, es decir, valor, cuya cantidad es la medida exacta del peso y proyección social de cada uno, en el ejercicio efectivo del poder político de todos ellos, ya sea sobre los Estados nacionales propios o de terceros países.

 

          Y para ello, una vez más, han llevado a la ruina del paro, la desesperación y la miseria más extrema —cuando no a la muerte prematura— de centenares de millones de seres humanos en el Planeta. Lo demás que se pregona es puro placebo ideológico engañoso para el contento de ignorantes incautos estómagos agradecidos, con fines muy precisos de mantener el control político —de ser posible consensuado y pacífico—, sobre la conducta de las mayorías sociales asalariadas. Es lo que Marx llamó “dictadura del capital”:

<<Una vez confirmada por el capitalismo triunfante la imposibilidad histórica de la temida dictadura del proletariado, los últimos 20 años nos han traído su imagen inversa como régimen de gobierno: la dictadura del empresariado. El poder indiscutible de las empresas se ha infiltrado hasta el último rincón de nuestra vida social y personal con el insistente altavoz de los medios de comunicación (que también participan en ese común negocio)>>. (Antonio Santos Ortega: “La política en manos de los empresarios”. Lo entre paréntesis y el subrayado nuestros).

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1 Ya lo hemos repetido siguiendo a Marx pero volvemos a insistir en ello aquí, porque parece que nunca será suficiente. En la sociedad capitalista y bajo condiciones de producción normales, los capitalistas conforman una especie de hermandad.  Todos los grupos empresariales obtienen ganancias crecientes, aunque unos más que otros según la magnitud del capital con el que cada uno participa en el negocio de explotar trabajo ajeno. Pero bajo condiciones de crisis —en que la producción se estanca por falta de ganancias suficientes—, la especulación se impone como el único medio no ya de ganar, sino de perder lo menos posible a expensas de los demás:

<<…cuando (estalla la crisis) ya no se trata de repartir ganancias sino de dividir pérdidas, cada cual trata de reducir en lo posible su participación en las mismas y de endosárselas a los demás. La pérdida es inevitable para la clase (burguesa en su conjunto). Pero la cantidad que de ella ha de corresponderle a cada cual, en qué medida ha de participar en ella, se torna, entonces en cuestión de poder y de astucia, y la competencia se convierte, a partir de ahí en una lucha entre hermanos enemigos. Se hace sentir, entonces, el antagonismo entre el interés de cada capitalista individual y el de la clase de los capitalistas, del mismo modo que antes se imponía prácticamente la identidad de esos intereses (generales) a través de la competencia>>. [K. Marx: “El Capital” Libro III Cap. XV aptdo. II. (Lo entre paréntesis nuestro)]