02. La presunta esencia modélica del emprendedor en el capitalismo tardío

 

          En nuestra última publicación del mes de abril, hemos incidido en destacar las terribles consecuencias derivadas de la vinculación al interior de las regiones de mayor atraso económico relativo en el Mundo —como es el caso de África y el Oriente Medio—, entre la pobreza extrema de una mayoría de sus habitantes, las guerras en sus territorios y la tragedia humana que suponen los desplazamientos forzosos masivos de su población autóctona más desvalida, ya sea al interior de un mismo país, entre un país y otro e incluso entre continentes. En toda esta barbarie han estado y siguen implicados, los más acaudalados y poderosos emprendedores del capital imperialista, en contubernio con esa otra minoría social de representantes a cargo de los tres poderes que gobiernan los respectivos Estados nacionales en esos países. El concepto de país bajo el capitalismo, no se puede definir científicamente, haciendo abstracción del permanente contubernio de los propietarios de los medios de producción y de cambio, con los más altos gestores ejecutivos, legislativos y judiciales de las instituciones estatales, estos últimos siempre al escrupuloso servicio y requerimiento de los primeros.

 

          Uno de los rasgos más destacables de la crisis económica mundial que abrió paso a la presente recesión de la producción desde 2008, es que vino precedida por un incremento en el precio de los alimentos desde 2007, afectando gravemente a los pueblos de los países más pobres del Mundo, como Malawi, Zambia, Zimbawe  o Haití. Entre las causas de esa crisis alimentaria cabe señalar: 1) el déficit de oferta debido a las magras cosechas en las regiones agrícolas fértiles; 2) la creciente demanda de biocombustible obtenido del procesamiento del maíz o la caña de azúcar: llenar el depósito de un automóvil mediano con biocombustible, exige tanta cantidad de maíz como la que un africano consume anualmente; 3) el creciente consumo de carne demandado por las clases medias en los países desarrollados, que desvió buena parte de la agricultura a la producción de pienso en detrimento de otros productos: para producir un kilogramo de carne de vacuno, es necesario destinar siete kilogramos de pienso al consumo animal; 4) el incremento en el precio del petróleo que encareció el coste de fabricación de los fertilizantes agrícolas y del transporte de los productos de consumo directo en general. Todas estas causas, sumadas —por efecto de la crisis— al desvío de capital-dinero desde la inversión para la producción de riqueza material hacia la especulación financiera, han contribuido a reducir la oferta de alimentos e incrementar su precio, fenómeno cuya mayor incidencia se hizo sentir en los países más pobres del Planeta, contribuyendo a diseminar el hambre crónica en ellos que, en parte, motorizó las migraciones.

 

           En el agravamiento de todas estas causas, es pues evidente que estuvieron comprometidas las gigantes empresas capitalistas transnacionales, que no sólo especulan con los precios de la comida, sino que para ello cuentan con la complicidad de los gobiernos al permitirles adquirir enormes extensiones de tierras que así dejan de servir a la subsistencia de los pequeños agricultores en los países pobres, para satisfacer los intereses de las grandes empresas exportadoras. Así las cosas, la política del capital multinacional actuante al interior de esos países, respecto de sus habitantes ubicados en la más baja escala social, se limitó al frío cálculo de la relación entre los costes de mantenerles y los beneficios obtenidos de su trabajo, a fin de determinar qué parte de ellos deben dejarse abandonados a merced de las circunstancias —que suponen el resultado de muerte—, con tal de que se cumplan las previsiones contables gananciales. Este tipo de crimen masivo es el que incluso ha intentado rentabilizar la gran industria farmacéutica en países desarrollados, como es el caso en la España reciente, donde entre 470.000 y 780.000 personas sufren de hepatitis C conocida por la sigla VHC, una enfermedad con pronóstico de muerte prematura, cuya morbilidad en menores de 20 años es muy baja, pero a partir de los treinta se propaga y recrudecen sus efectos letales. Contando con la sospechosa pasividad del gobierno presidido por el Partido Popular, el negocio se proyectó encareciendo un medicamento específico llamado “Sovaldi”, cuyo costo no supera los 400 dólares por caja, fijando su precio en más 25.000:

<<En particular, la negación a los africanos del acceso a alimentos, medicinas, energía e incluso agua, es un reflejo común de la dominación neoliberal en la política social, en tanto aquellos que sobran, de acuerdo a los requerimientos capitalistas de mano de obra, deben arreglárselas por sí mismos, o simplemente morir. Incluso en la relativamente próspera Sudáfrica, la muerte prematura de millones —desproporcionadamente mujeres— fue el resultado de la reacción del Estado y los empleadores ante la epidemia de SIDA. La misma se basó en el análisis de costos-beneficios que demostraron al Estado y al capital, que mantener viva a través de medicamentos patentados, a la mayoría de la gente HIV positiva del país —entre 5 y 6 millones—, costaría más que lo que esa gente “valía”>>. (Patrick Bond: “El saqueo de África” . Pp. 89. El subrayado nuestro)                        

 

          En el subsuelo de 30 países del África Subsahariana, yacen ricas fuentes en recursos naturales que constituyen el 30% de las reservas mundiales de minerales, como es el caso del uranio, el oro, el platino y los diamantes, además de importantes depósitos petrolíferos en Nigeria, Angola y Guinea Ecuatorial, con nuevos yacimientos de hidrocarburos descubiertos en África del Este. Sin embargo,  es el continente que alberga más personas hambrientas y el mayor número de países en situación de inseguridad alimentaria. Dentro de África el hambre se extiende por el Sáhara y avanza en dirección al Sureste hasta concentrarse allí, aunque también se localiza en sus zonas Meridional (Zambia,) África Occidental (Liberia) y la franja del Sahel. O sea: que los más acaudalados y poderosos empresarios multinacionales, invierten sus capitales en los países de menor índice de progreso humano —como es el caso de África—, acogiéndose con beneplácito al progreso de la productividad que abarata el coste de los salarios y engrosa los beneficios. Pero también crea paro masivo cada vez más abultado, enfermedades profesionales y accidentes laborales. Un costo social del que los empresarios rehúsan hacerse cargo, mientras los gobiernos de turno miran para otro lado, de modo tal que dichos costos deban ser soportados casi exclusivamente por las familias obreras, vía impuestos ineludibles al consumo. Mientras tanto, los grandes capitales “se van de rositas”, que para eso están las rebuscadas técnicas evasivas de impuestos y los paraísos fiscales. Tal es el verdadero carácter inhumano hasta el extremo delincuencial más escandaloso, subyacente y oculto bajo el embellecedor y laudatorio significado, que los popes de la Real Academia Oficial de la Lengua en cada país, han coincidido en atribuirle a la palabra “emprendedor”. Sin excepción en todo el Mundo. Contribuyendo así, a garantizar el dominio político del “pensamiento único” burgués en el espíritu de los explotados.

 

          El carácter distintivo específico de todo “buen” empresario, viene determinado no precisamente por su capacidad de innovar en la producción, sino por su astucia en sacar el más ventajoso resultado económico de cada negocio. Habida cuenta de que astucia es sinónimo de sagacidad, treta o artimaña, es decir, habilidad para engañar y al mismo tiempo impedir ser engañado. Es el arte de la simulación tradicionalmente representada en los ofidios, que aparecen en el símbolo del comercio desde los tiempos en que los excedentes económicos al consumo y el uso de la moneda, difundieron el intercambio dentro ya de la sociedad dividida en clases sociales, a partir de la etapa esclavista griega en los siglos V y IV antes de Cristo, que dieron pábulo a la posibilidad del intercambio desigual, donde aparecen confrontadas las dos partes constitutivas en cada trato mercantil, con distintos intereses en competencia unos con otros, donde una de las partes trata de medrar en perjuicio de la otra. Tal como puede verse a las dos serpientes enroscadas en el Báculo de Hermes:

 

          Esta representación eminentemente tramposa, ventajista y criminal de las relaciones sociales, contrasta con la más arcaica que le precedió durante el llamado “comunismo primitivo”, donde prevaleció la colaboración en el trabajo colectivo y el simple trueque de mercancías entre distintas comunidades, basado en la equidad y la justicia distributiva, cultura económica que luego volvió fugazmente a florecer entre los Incas del Perú durante los siglos XV y XVI. La distinción entre estas dos formas de comportamiento social, fueron las que indujeron en Marx y Engels a sentenciar que:

<<El capitalismo es la sociedad del engaño y el pillaje mutuo>>  (“Manifiesto Comunista” Febrero de 1848).

 

          Decíamos al principio de este  trabajo, que los patronos capitalistas desde el poder omnímodo que ostentan, educan a sus explotados en la ignorancia de lo que debieran saber de acuerdo con sus intereses como seres humanos. Les “enseñan” de modo que bajo tales condiciones, orienten su comportamiento en la sociedad, según lo que la más simple y engañosa percepción de la realidad les sugiere a través de los cinco sentidos, que naturalmente y en multitud de ocasiones, esa percepción no deja de pasar por el filtro del interés o conveniencia personal, habida cuenta de que bajo el capitalismo, el concepto de persona va insolublemente unido al de propiedad privada. Es decir, se  trata de que se sepa, no lo que cada parcela de la realidad social verdaderamente es, sino lo que de ella parece ser. Así, los capitalistas a través de sus filósofos, psicólogos, sociólogos, economistas y políticos profesionales, no nos enseñan a pensar sino a reflexionar. Toda reflexión, como la palabra lo indica, es un reflejo de la realidad que recala en el pensamiento por efecto de las sensaciones y los sentimientos; donde el pensamiento es un simple auxiliar, algo meramente pasivo, receptivo[1]. Así, la reflexión convierte al pensamiento en un recipiente o receptáculo donde se almacenan todas las sensaciones, sentimientos e intuiciones de cada sujeto. Ergo, las cosas de la realidad son no según su esencia específica, sino según lo que la percepción de cada sujeto hace de ellas. Tal como certeramente dijera el poeta Ramón de Campoamor:

<<En este mundo traidor nada es verdad ni es mentira, todo es según el color del cristal con que se mira>>

 

          He aquí la diferencia entre el entendimiento de la realidad y su comprensión. Entendemos la realidad por el acto reflejo de la percepción sensorial espontánea y sin esfuerzo ninguno, como cuando cada día se recrea el fenómeno universalmente notorio, del Sol aparentando moverse como si fuera verídico. Muy por el contrario, comprendemos las distintas realidades solo cuando atravesamos con el pensamiento sus correspondientes formas fenoménicas de manifestarse, hasta descubrir el núcleo interno esencial que hace a su verdadera razón de ser y existir, apoderándonos así de su concepto.

 

          El entendimiento a través de la reflexión, se conforma con lo que la realidad le parece ser a la percepción inmediata de los sujetos, trasladándolo al pensamiento deliberadamente concebido como un receptáculo pasivo de tales sensaciones, que así pasan a la conciencia falsa de la sociedad, por ser verdades incontrovertibles, cuando en realidad  esas verdades subyacen ocultas bajo la certeza sensible aparente de que se nutre la llamada opinión pública. Opinión en idioma griego se define por la palabra doxa, sinónimo de engaño con fines de lucro y dominio político, que desde Parménides sólo una minoría ilustrada en aquella sociedad, supo distinguir de la ciencia, designada por la palabra episteme. El concepto de cada realidad, en cambio, exige al pensamiento esforzarse para traspasar la mera percepción sensible, que se limita sólo a reconocer lo que de cada realidad simplemente parece ser, con el propósito de descubrir en cada ente de ella —ya sea cosa, institución o persona— su esencia. Es decir, lo que le caracteriza y distingue; su fundamento o razón de ser particular. Donde la unidad inseparable entre pensamiento y esencia de cada parcela de la realidad, es su objetividad: la verdad científicamente probada.

  

          Pues, bien, suplantar la comprensión por el entendimiento y la razón por las percepciones sensoriales, es lo que la burguesía ha venido encargando desde sus orígenes con extremo celo y exigencia, a sus intelectuales orgánicos[2] a cargo de los distintos aparatos ideológicos que, para tales fines ha creado —desde la escuela primaria hasta la superior y en todos los demás ámbitos públicos y privados de la vida social—, para que los explotados no podamos descubrir qué hay por debajo de esa falsa “realidad” paradisíaca del capitalismo que se nos presenta. Pero afortunadamente para la historia de la humanidad, los capitalistas no pueden evitar que sus crisis económicas periódicas —cada vez más trágicas, frecuentes y difíciles de superar—, pongan en evidencia la creciente podredumbre hasta el extremo insufrible de este sistema de vida, anticipando sus fatales consecuencias. Como magistralmente sentenciara Marx:

<<Las revoluciones proletarias, como las del Siglo XIX, se critican constantemente a sí mismas, se interrumpen continuamente en su propia marcha, vuelven sobre lo que parecía terminado, para comenzarlo de nuevo desde el principio, se burlan concienzuda y cruelmente de las indecisiones y de los lados flojos y de la mezquindad de los primeros intentos, parece que solo derriban a su adversario para que éste saque de la tierra nuevas fuerzas y vuelva a levantarse más gigantesco frente a ellas, retroceden constantemente aterrorizadas ante la ilimitada inmensidad de sus propios fines, hasta que se crea una situación que no permite volverse atrás y las circunstancias mismas gritan: ¡¡Demuestra lo que eres capaz de hacer!!>>. (El 18 Brumario de Luis BonaparteCapítulo I. Enero de 1852)

 

            En esta dirección de la historia vamos todos, explotadores y explotados. Los capitalistas porque personifican al factor económico de la ganancia que dinamiza el proceso desde la sociedad civil. Los asalariados porque su propia condición de perdedores les empuja hacia la necesaria resolución de su contradicción con el capital. Y entremedio de tal problemática, jugando su papel de intermediarios, ahí están los despreciables oportunistas políticos profesionales de siempre, haciendo encaje de bolillos para conciliar lo inconciliable. Tal como se les puede hoy ver ejecutando su última versión en España, por ejemplo, a esos jóvenes presuntos “catedráticos en ciencias políticas”, que proclaman no ser “ni de izquierdas ni de derechas”, sino “de la gente”. Procuran disimular inútilmente, su empeño en impedir que se imponga lo necesario cada vez más inevitable a escala planetaria:

1) Expropiación de todas las grandes y medianas empresas industriales, comerciales y de servicios, sin compensación alguna.

 

2) Cierre y desaparición de la Bolsa de Valores.

 

 3) Control obrero colectivo permanente y democrático de la producción y de la contabilidad en todas las empresas, garantizando la transparencia informativa en los medios de difusión, para el pleno y universal conocimiento de la verdad en todo momento y en todos los ámbitos de la vida social.

 

4) El que no trabaja no come.

 

5) De cada cual según su trabajo y a cada cual según su capacidad.

 

6) Régimen político de gobierno basado en la democracia directa, donde los más decisivos asuntos de Estado se aprueben por mayoría en Asambleas, simultánea y libremente convocadas por distrito, y los altos cargos de los tres poderes, elegidos según el método de representación proporcional, sean revocables en cualquier momento de la misma forma.

 

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[1] La palabra “reflexión” está entre las más usadas en todos los idiomas y ámbitos de la vida social. Su origen etimológico proviene del latín “reflectus”, donde el prefijo “re” indica reacción, retroceso, vuelta a lo anterior, ratificación o confirmación. En física se llama reflexión, al hecho de que un rayo de luz incida sobre una superficie y sea devuelto según el mismo ángulo de incidencia.  

[2] Este concepto del “intelectual orgánico” de la burguesía, fue introducido por Antonio Gramsci, para quien los intelectuales no constituyen de por sí una clase social, sino que surgen de las clases a las que pertenecen: “No existe una clase independiente de intelectuales, sino que cada clase social tiene su propia capa de intelectuales o tiende a formársela” (Gramsci: “Il Risorgimento“. Ed Einaudi/1954 Pp. 71). La categoría de los llamados “intelectuales orgánicos”, se constituye a partir de las clases fundamentales a nivel económico. Gramsci pone el ejemplo de los “moderados” durante la etapa del Risorgimento en Italia, diciendo que “ellos mismos pertenecían económicamente a las clases altas: eran intelectuales y organizadores políticos, al mismo tiempo que jefes de empresa, grandes terratenientes o administradores de grandes fincas, empresarios comerciales e industriales, etc.” (Op. Cit.).