¿Qué ha tenido que ver el 11S y sus consecuencias con todo esto?

Pocos días después de los atentados a las TWC´s, el "prestigioso profesor" Paul Anthony Samuelson, catedrático de "la más alta categoría profesional" en la Facultad de Económicas del Instituto de Tecnología de Massachussets y premio Nóbel de economía en 1970, cuyas obras son textos obligados de estudio en casi todas las universidades del Planeta, publicó un artículo en "Los Angeles Times Syndicate internacional", que el diario español "El País" reprodujo en la sección económica de su edición correspondiente al domingo 23 de ese mismo mes de septiembre, alusivo a esos acontecimientos.

Samuelson estimó las consecuencias de este atentado en los mercados financieros, con las que se derivaron del ataque japonés el 7 de diciembre de 1941 contra Pearl Harbor, sin olvidar de insistir —como es doctrina histórica oficial en su país y en las películas— en que aquello fue "por sorpresa" y “a traición”, recordando que "el índice Dow Jones de acciones comunes bajó durante cinco meses":

<<Pero después de abril de 1942 –añadió--, cuando quedó claro que el poder de EE.UU. seguía intacto, el precio de las acciones subió durante los siguientes 25 años>> (Op. Cit.)

Este "insigne" teórico omite señalar, que las condiciones económicas de EE.UU. en 1942 no eran las mismas de hoy día. En 1939, la tasa de ganancia en EE.UU. se estaba recuperando a instancias del paro, los bajos salarios, y el refuerzo de la economía de guerra para proveer a los ejércitos europeos, emprendido por EE.UU. durante los dos años que precedieron al ataque a Perarl Harbor. A finales de 1939, el Congreso levantó en cierta parte el embargo de armas impuesto por las leyes de neutralidad, y Francia, Gran Bretaña y la propia Alemania, pudieron, desde ese momento, adquirir material bélico estadounidense. Los éxitos militares alemanes de la primavera de 1940 llevaron a Estados Unidos a adoptar medidas inmediatas para reforzar sus defensas. Ese año, además, el Congreso autorizó préstamos a los países sudamericanos para fines defensivos. El presupuesto de defensa aumentó de forma notable para construir una enorme y poderosa flota capaz de enfrentarse con éxito a cualquier posible alianza de flotas enemigas. La aprobación en septiembre de 1940 de la primera llamada al servicio militar en tiempo de paz, permitió que 1,2 millones de soldados se incorporaran a las Fuerzas Armadas y se tomaron medidas para movilizar los recursos industriales del país para una posible guerra. El desastre material y humano de Pearl Harbor reforzó económica y políticamente esta tendencia a la recuperación inducida por las condiciones objetivas de la crisis iniciada en 1929.

La diferencia entre principios de la década de los cuarenta y la etapa actual del proceso histórico de la acumulación, está no sólo en que la coyuntura de entonces era de recuperación, en tanto que la de hoy todavía no está en su punto de inflexión para el cambio de tendencia cíclica, sino en que el capital excedentario de entonces se contaba por miles de millones de dólares, mientras que hoy se mide por trillones. Por tanto, las dificultades para salir de la crisis son naturalmente mayores hoy que durante la segunda preguerra mundial. Sin embargo, Samuelson mostró ser optimista y le echó "un cable" ideológico al sistema con un toque de patriotismo dirigido a los asalariados norteamericanos:

<<Planteándonos el largo plazo, hasta el 2010, podemos apostar que la actividad económica mundial no se verá erosionada. No se ha desplomado el cielo. Y no se desplomará en el futuro. Esa es la revelación básica que nos enseña la historia económica, y es importante recordarla en los primeros momentos de histeria nacional>> (Ibid.) El subrayado es nuestro)

Ciertamente que si el proletariado internacional sigue dividido entre las distintas fracciones de la burguesía internacional, como dijo Lenin, "desde el punto de vista puramente económico no puede haber una situación sin salida para el capitalismo"; o sea, que el sistema capitalista no caerá por el propio peso de sus cada vez más decadentes contradicciones materiales como una pera madura. Pero, inmediatamente, Samuelson volvió a pisar firme en la realidad reconociendo que el “esfuerzo” de guerra de la burguesía norteamericana podría hoy atenuar la recesión, aun cuando no superarla:

<<Puede que los gastos estatales se multipliquen en los países de la OTAN, cuando se pongan en marcha las actividades de represalia [entonces ya previstas y planificadas contra Afganistán, Irak, Irán y Siria]. A corto plazo, las oportunidades de empleo podrían incrementarse debido al aumento del gasto de consumo y de inversión [armamentista]. Siempre que las conmociones adversas provocadas por el aumento en el precio del petróleo sean limitadas, la posibilidad de recesión que amenazaba a Estados Unidos antes del 11 de setiembre podría acabar siendo menor debido al aumento del gasto militar. (Recordemos que el programa de rearme militar de Adolf Hitler en 1933-39 hizo desaparecer el desempleo masivo legado por la República de Weimar que le precedió). >> (Ibíd. Lo entre corchetes y el subrayado es nuestro)

Si, tal como da a entender Samuelson, "la revelación que nos enseña la historia" es que las crisis económicas capitalistas globales constituyen un fuerte condicionante de las guerras; y si, en este momento crítico del capitalismo, "la posibilidad de recesión que amenazaba a Estados Unidos antes del 11 de septiembre podría acabar siendo menor debido al aumento del gasto militar", este mundialmente distinguido ideólogo de la burguesía internacional está reconociendo la verdad de que la reciente catástrofe material y humana en territorio norteamericano, ha sido inducida por la política exterior de los EE.UU. en Medio Oriente, a la vez que abona la idea acerca de la posibilidad real de haber sido planeada y mandada a ejecutar directa y deliberadamente por la CIA. Y no sería éste el primer caso, como muy bien sabemos los millones de "durmientes" que, en política, no solemos chuparnos el dedo.

Si —como parece evidente— la burguesía internacional ha decidido colocar el epicentro de su guerra de expansión del capital productivo internacional sobrante sobre Afganistán, no es porque en ese país —eminentemente agrario, casi carente de infraestructura industrial— se refugie el chivo expiatorio de todo este tinglado; tampoco sólo para apropiarse de los ricos yacimientos de gas natural o de la producción de opio en su territorio —que también— sino fundamentalmente porque su gobierno taliban marchaba a la cabeza del fundamentalismo islámico en la región, expresión extrema de un modo de entender la vida en sociedad incompatible con el moderno proceso de acumulación del capital en su etapa tardía.

Para poner en su sitio las cosas de la “guerra” actual, liderada por la mafia instalada en el gobierno de los EE.UU., hay que decir que, en este conflicto, no hay un solo fundamentalismo sino dos. Uno, como todo el mundo sabe, es el fundamentalismo espiritualista islámico de la vida en sociedad donde todo lo que le pasa y hace de su vida el musulmán pertenece a lo sagrado y está regido por el derecho divino que, a la vez, es jurídico, político y militar; es un mundo hecho a una moral en la que toda separación entre vida sagrada y vida profana carece por completo de sentido; un mundo que no niega los vínculos monetarios y mercantiles entre las personas ni la explotación de unos seres humanos por otros, pero pretende hacer pasar este modo de vida burgués, por los férreos límites de la frugalidad y la moderación que prescribe el Corán, escrito para regimentar la vida en condiciones de atraso técnico económico extremos y en sociedades todavía autosuficientes de un remoto pasado. Esto quiere decir que el Islam nosólo pregona la vida sencilla --como ha hecho farisaicamente el cristianismo para adaptarse al capitalismo-- sino que hace cumplir este valor moral, lo impone política y, si es preciso, militarmente, de modo que los límites entre religión, política y vida cotidiana no existen. A diferencia de Jesús de Nazaret, que preconizaba separar los asuntos de Dios de los asuntos del César, Mahoma fue un pope religioso, al mismo tiempo que un líder político y militar. El concepto que encierra el término "integrismo islámico", se explica por esta unidad orgánica inseparable del poder religioso, político y militar, vigente en sociedades islámicas radicales como Afganistán, poder que concentran en sus personas --y ejercen sobre las masas-- dirigentes como Jomeini o el Mullhá Omar; religión que también, de algún modo, "asumen" formalmente, alientan y utilizan demagógicamente, gobernantes vitalicios en sociedades islámicas no radicales, "degeneradas", como Sadam Hussein en Irak, Josni Moubarak en Egipto o Muamar al Gaddafi en Libia etc.

El otro fundamentalismo es económico, el de la sacrosanta propiedad privada capitalista, basada en la –hace ya mucho decadente-- explotación de trabajo ajeno como medio del mayor enriquecimiento individual posible, y del goce sin más límite que la demanda solvente, de los bienes terrenales, donde la observancia de cualquier religión es algo que pertenece a la discrecional conciencia y decisión de cada individuo. De ahí que la moral judeo-cristiana dominante sea una mera formalidad ritual, donde la solidaridad humana pasa por la limosna, y el incienso que se respira en los templos demuestra que los únicos atributos del espíritu humano que despiden olor especialmente asociado al rito católico, son la hipocresía, la simulación y el engaño al servicio del pillaje mutuo. Y en este pillaje cuentan los actos de guerra que siempre encuentran una justificación ad hoc más o menos verosímil. 

En países de desarrollo industrial medio, como Irak, Irán, Siria o Libia, el fundamentalismo islámico también es la ideología sobre la que sus burguesías nacionales sostienen políticamente anacrónicos proyectos dominantes de producción de plusvalor limitado a la pequeña y mediana escala. De ahí que, tal como hasta hace poco sucedió con la República Yugoslava, estos países del Medio oriente constituyan hoy el verdadero objetivo inmediato del fundamentalismo capitalista, con su religión basada en el culto a la explotación irrestricta y sin límites del trabajo asalariado. Hacia allí, pues, se dirige toda la estrategia de la burguesía imperialista, toda la labor de su diplomacia y el poderío de sus ejércitos. Porque la dramática situación que amenaza con el colapso económico del sistema, no les da margen para esperar más tiempo. Y el caso es que, el radicalismo islámico de Afganistán, por ejemplo, contrarrestaba el proceso de desideologización religiosa en países de desarrollo medio como Egipto, Argelia, Irak y, sobre todo, Irán, donde el gran capital privado multinacional encuentra los límites a su penetración para apoderarse de la mano de obra musulmana disponible, precisamente en los intereses de los pequeños y medianos capitales nacionales de esos países, para los que la moderación consumista de la religión islámica, es el pretexto que les viene como anillo al dedo para rechazar, por razones culturales, a los grandes conglomerados capitalistas, cuya ingente masa de capital disponible y sus altos rendimientos productivos a gran escala, exigen los más amplios mercados en sociedades sin límites “artificiales” –religiosos o políticos— al consumo masivo.

En semejante situación, si los capitales internacionales excedentarios a la búsqueda de inversión productiva en esos países, no encuentra dificultades, como es el caso de los antiguos países del área soviética, el horizonte de la crisis se aleja, como así ha ocurrido. Pero los débiles índices de crecimiento de los principales países capitalistas ha demostrado no ser suficiente. De ahí que la resistencia de las distintas burguesías nacionales que se parapetan tras el escudo del Islam, haya pasado al primer plano en las relaciones internacionales conflictivas del mundo actual. Estamos asistiendo a los prolegómenos de una guerra de civilizaciones, pero no como describe Huntington, entre la civilización cristiana y musulmana, sino entre los restos de la pequeña y mediana burguesía dependiente —incapaz de toda organización internacional orgánica— y la burguesía imperialista que se la disputa. Nuevamente, el capitalismo nos coloca ante la perspectiva de que la humanidad sea nuevamente arrastrada al abismo de un genocidio de proporciones gigantescas.

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