El 11S y la tarea de los revolucionarios en los países islámicos
Introducción

“En verdad, la Guía de Allah es estar guiado por Él!’. Y si siguieras sus pasiones después de haber recibido la Ciencia [al-Ilm], no tendrías tú de Allah ni Dirigente ni Salvador!”

(Corán: 2, 120, etapa de Medina)

Es una tendencia natural del sistema capitalista a padecer grandes crisis económicas periódicas, buena parte de ellas resueltas, hasta ahora, mediante guerras. La coyuntura actual se explica, en primer lugar, porque la masa de capital acumulado en el mundo ha llegado a cifrarse en magnitudes de valor hasta hace bien poco inimaginables, proceso al cual han contribuido sensiblemente los asalariados del antiguo “bloque” de países “socialistas” reconvertidos al capitalismo. Sabido es que, el crédito –bancario y bursátil--, es la más formidable palanca para la acumulación de capital más allá de sus propios límites naturales, lo cual permite alejar el horizonte de las grandes crisis de superproducción, aunque no hace más que retardar, agravadas, las contradicciones que las provocan, trasladando su necesario e inevitable crack a un futuro de consecuencias políticas y humanas catastróficas, sin duda de proporciones gigantescas; tanto más, cuanto mayor sea el tiempo en que la burguesía consiga prolongar la acumulación y mayor sea, por tanto la magnitud de los capitales disponibles comprometidos en el momento inevitable del estallido. Esto es lo que está pasando ahora mismo, situación que combina la enorme masa de capital  sobrante --a una tasa de ganancia vigente que no compensa su reinversión productiva-- con los efectos políticos del lógico agravamiento de la competencia intercapitalista, todo ello en el marco de la clara tendencia del capitalismo norteamericano a perder su condición de primera potencia económica mundial, hasta hace pocos años indiscutida.

Esta situación explica los hechos que han venido predominando en el terreno de las relaciones internacionales desde el 11-S hasta hoy, es decir, la “lucha contra el terrorismo”. Empecemos por los síntomas. En 1995, año en que comenzó realmente la revolución de la alta tecnología en Internet y el comercio electrónico, el índice “Nasdaq” estaba por debajo de los mil puntos. En marzo de 2000 había superado los 5.100 puntos.. Pero cuando la bolsa cerró el 29 de diciembre de 2000, el Nasdaq había caído por debajo de los 2.500 puntos, la caída más grande en los dieciocho años de historia del índice. Pero esto no sólo ha ocurrido en los sectores de la llamada nueva economía, grandes empresas de Internet como Yahoo, American Online o fabricantes de equipos cibernéticos como Cisco, o gigantes del software como Microsoft. También cayeron no menos estrepitosamente el “Dow” Industrial, donde se negocian los valores bursátiles de empresas automovilísticas, de autopartes, grandes empresas metalúrgicas, químicas y energéticas. En marzo de 2000, el “Dow” alcanzó los 11.700 puntos, dos años antes estaba por debajo de los 8.000. Pero al cierre del año 2000, había bajado hasta los 10.800 puntos. Estas caídas fueron el reflejo bursátil –los indicadores financieros más sensibles-- de la profunda desaceleración inversora en la economía real de los EE.UU. El total de despidos masivos en este país, subió en agosto de 2001 un 68% respecto al mismo mes del año 2.000, y los analistas esperaban, por entonces, que las cifras de despidos se elevaran ese año a niveles récord.

El paro masivo es la contrapartida en el mercado de trabajo, de la desinversión de capital productivo, esto es, productor de plusvalor. ¿Por qué? Pues, porque el desarrollo de la fuerza productiva del trabajo aplicado a la producción bajo el capitalismo, determina con carácter de ley que, por cada unidad monetaria de capital comprometido en cada x procesos de rotación, la proporción invertida en medios de producción (edificios, máquinas-herramientas, materias primas y materias auxiliares) aumente progresivamente respecto de la parte empleada en salarios. Dado que el plusvalor surge del trabajo vivo no pagado, según desciende el empleo por unidad de capital invertido en medios de producción, el plusvalor aumenta, pero menos que el capital total invertido. Por lo tanto, la tasa de ganancia, como promedio entre el plusvalor obtenido y el capital empleado para producirlo, tiende necesariamente a descender según progresa la acumulación. Así hasta que el proceso llega a un punto en que la masa de plusvalor obtenido no compensa toda la masa de capital acumulado, y una parte de ella es expulsada de la producción. Permanece como capital dinero en los bancos o fluye a los mercados especulativos. Este exceso de capital dinero en los bancos o en los mercados bursátiles, aumenta la oferta de crédito, al tiempo que la demanda de préstamos para ampliar la escala de la producción desciende, dado que los capitalistas productivos ni siquiera pueden invertir el capital adicional acumulado disponible.      

Esta crítica situación no sólo afectaba a los EE.UU. En Europa las bolsas también se habían devaluado. El Euro cayó, y el índice bursátil japonés, el “Nikkei”, sufrió también una seria devaluación, al igual que los mercados asiáticos, que siguieron al “Nasdaq” como el perro a su amo. ¿Qué estaba diciendo esto? Que el auténtico problema actual no es el ciclo de inventarios, una simple superproducción coyuntural de mercancías cuyo ajuste al nivel adecuado llega a su fin con el aumento de la demanda que se puede incentivar por medio de instrumentos de política económica. Estamos ante un intenso proceso de desinversión de capital, especialmente de capital tecnológico, que no se circunscribe a un país sino que es mundial. Este carácter "globalizado" es lo novedoso del actual proceso de empeoramiento económico, al parecer, no previsto por los más destacados burócratas políticos a cargo de la macroeconomía, quienes atribuyeron el fenómeno a un deficiente comportamiento de la demanda para consumo improductivo o final.

El carácter de la desaceleración en el crecimiento de Europa, EE.UU. y Japón, desautorizan categóricamente estas afirmaciones. No estamos ante un problema de descenso en la demanda ni de más o menos sintonía cíclica entre países, sino ante una crisis de superproducción de capital de carácter global por primera vez desde la segunda guerra mundial.

El capitalismo no está en función de la demanda efectiva para consumo sino de la producción de plusvalor. Tal es la razón de ser de la burguesía como clase. Según esta esencia económica y social del capitalismo como sistema de vida, los asalariados no pueden hacer efectiva demanda alguna para consumo si antes no han pasado por servir a sus patrones produciendo plusvalor o capital adicional para los fines de la reproducción ampliada. Por su parte, los patrones no están dispuestos a invertir en nuevos medios para el empleo de los asalariados, si el plusvalor que éstos producen no permite ampliar la producción luego de deducido el fondo de consuno de los capitalistas. La demanda efectiva es una variable dependiente de esta situación, no de la variación en los tipos de interés. Como hemos visto, es al contrario, los tipos de interés bajan dado que la demanda de fondos líquidos para inversión y consumo se pone por debajo de la oferta, porque los patrones desinvierten y mandan a parte de sus obreros al paro.

Keynes fue mucho más sincero e inteligente que sus discípulos de hoy, quienes más que la función de técnicos económicos, ejercen de ideólogos del sistema. Él, que conocía muy bien está lógica del capitalismo, decía que los incentivos a la demanda por vía de un descenso en la tasa de interés o del llamado "déficit spending" de los gastos Estatales, sólo es efectivamente expansiva en el punto de inflexión que inicia la fase de recuperación determinada por la tendencia al alza en la tasa de beneficios empresariales. Por el contrario, cuando la masa de plusvalor que crean los asalariados no compensa al capital global acumulado (que se ha visto incrementado en exceso), los capitalistas dejan de demandar medios de producción y empleo asalariado, con lo que la demanda de bienes de capital y de consumo final comienza a descender al ritmo en que aumenta el paro, y los fondos prestables de los bancos exceden a la demanda de préstamos, haciendo bajar la tasa de interés. En semejantes condiciones, no hay medida de política monetaria, fiscal o de cualquier otra naturaleza que pueda corregir esta situación.

Y el caso es precisamente éste: que EE.UU., Japón y Europa, habían iniciado conjuntamente en 2000 una fase cíclica descendente, sin tener que esperar a que la contracción de la demanda de un país se contagie a otro por vía de exportaciones e importaciones. Dada la globalización del capital financiero en tanto fusión del capital bancario con el capital industrial, las transmisiones cíclicas ya no se canalizan lentamente a través de los flujos comerciales, sino casi instantáneamente a través, sobre todo, de los canales financieros, potenciados por el desarrollo de las comunicaciones. Estamos, por tanto, ante un ciclo negativo de inversión en bienes de capital y salarios de carácter global, cuya duración dependerá del tiempo que el capital en exceso tarde en desvalorizarse o destruirse físicamente, incluyendo naturalmente el capital variable o salario de los empleados. A pesar de que los asalariados estadounidenses trabajan un 20% de más horas al año que sus homólogos europeos de la OCDE, el patriotismo que despertaron los atentados en Nueva York y Washington --que inmediatamente no sirvió para estabilizar una mejora de los valores en los mercados bursátiles, porque el dinero no sabe de esas cosas-- sí sirvió de algo para que, a partir de entonces, los trabajadores norteamericanos trabajaran más por menos, y la industria de guerra y la confrontación misma cumplieran el propósito de emplear --para destruir— una parte del capital acumulado sobrante en armamentos, que hoy deprime la tasa de ganancia.

 

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