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¡QUE  VIENEN  LOS  MOROS!

De Salvador Garrido Soler

Crítica del libro: "España frente al Islam". César Vidal. Editorial La Esfera de los Libros. Madrid. 5ª edición, 2004.

El revisionismo es uno de los males que aquejan a los historiadores cuando la incertidumbre sobre su historia les impide decidir su propio futuro. Y tras ocho años de un gobierno conservador obsesionado en la lucha contra el terrorismo y en la imposibilidad de asumir los errores de sus predecesores políticos, ha fructificado (sic) en España una virulenta corriente de historiadores afines a esta corriente.

Autores que se han centrado en unos postulados cuyo único fundamento parece ser no ya el escudriñamiento de la verdad histórica, sino más bien el sostenimiento ideológico de las decisiones políticas del (ex)gobierno de turno (cuando las necesidades ideológicas o políticas de sus dirigentes precisaban de nuevos argumentos para atacar a sus contrincantes): periodos como la II República o la Guerra Civil han sido sus principales objetivos.

Siguiendo este fervor revisionista, el historiador César Vidal ha publicado "España frente al Islam. De Mahoma a Ben Laden", un ensayo de 581 páginas en las que estudia las relaciones que dicha doctrina religiosa y la nación española desde el siglo VIII hasta nuestros días. Publicado inicialmente en Febrero de 2004, se ha optado por la lectura de una edición posterior a la primera, dado que en las mismas se incluye un capítulo final dedicado a los acontecimientos acaecidos el día 11 de Marzo de 2004 en Madrid.

Para empezar, la estructura de la obra, que cuenta por tres partes, supone ya una declaración de intenciones: al incidir en las rúbricas de sus apartados en un concepto como el de "enemigo", no sólo reproduce la dicotomía acuñada por Carl Schdmidt, sino que plantea el ensayo en términos absolutamente irreconciliables. Así, si en la primera de las partes, "El enemigo derrotado", comienza con unas notas históricas sobre el nacimiento de la doctrina islámica y su significación política y religiosa (a la que siguen un extenso recorrido histórico sobre la mal llamada "Reconquista"), en la segunda, "el enemigo amenazante", centra su atención sobre las relaciones hispano-islámicas entre 1492 y 1859. Finalmente, la tercera parte, "el enemigo reivindicativo", plantea la defensa de las plazas españolas en África, el proceso de descolonización norteafricano y la situación del Islam en España durante nuestro días.

No es nuestra intención tratar de buscar una lectura insidiosa de la obra a partir de su índice con el objetivo de desacreditar al escritor o a lo escrito, sino que es el propio autor quien deja claro desde un principio su objetivo, tal y como se indica en el prólogo (página 15): "Los siguientes capítulos constituyen un ensayo histórico en el que se han intentado trazar ese enfrentamiento no sólo desde la perspectiva del relato descriptivo sino, fundamentalmente, del deseo y del intento de comprender lo que el islam ha significado, significa y puede significar para la nación española. Contra lo que muchos ignorantes de la Historia –islamófilos o defensores de lo políticamente correcto, que tanto da- pueden pensar, el enfrentamiento de España con el Islam no es nuevo ni obedece a los intereses de los Estados Unidos o a una supuesta –falaz e inexistente- conjura judía internacional. En realidad, comenzó muchos siglos antes de que tanto los Estados Unidos como el Estado de Israel existieran y en esa lucha se decidió no sólo su destino nacional sino también el de Europa Occidental" (la cursiva es mía).

Entrando a valorar el contenido del ensayo, puede indicarse que la primera parte sirve como preparativo para lo que seguirá a continuación. Se exponen por ello unos breves apuntes acerca del nacimiento del islam, que incluyen la obligada referencia a Mahoma, al Alcorán y los fundamentos ideológicos y religiosos del islamismo, incluidos algunos pasajes del libro sagrado de los musulmanes (con los que se da a entender la naturaleza bárbara y brutal de la religión objeto de estudio). Objetivamente la exposición es impecable, pero muy superficial. Por un lado, porque no se pone en tela de juicio un examen de otros textos religiosos (Biblia, Talmud) en los que los resultados serían demasiado semejantes como para ser ignorados. Por otro, al no situar correctamente los textos con su contexto histórico, se consigue es situar el islamismo como una realidad atemporal. El resultado es evidente: se da a entender que el islam es un fenómeno inmutable y carente de toda evolución histórica; no tanto porque en esencia nos encontremos con una ideología con orígenes antidemocráticos, discriminatorios, totalitarios e imperialistas, sino porque desconoce muchas de las dificultades por las que han pasado los países musulmanes en el intento ímprobo de alzanzar un islam laico (muchas de ellas impuestas por países muy católicos y muy democráticos).

Dicha idea se advierte claramente ya en la primera parte. La invasión desarrollada por Tariq y Musa se explica en términos trágicos y la Reconquista como un movimiento de liberación nacional. A partir de este momento, la exposición toma un cariz muy concreto, ya que en las explicaciones referidas a Al-Andalus, todo es negativo: no existió una España islámica ni herencia cultural alguna, sino imposición y represión. Los árabes gobernaron un Estado sumido en constantes guerras intestinas entre diferentes facciones (beréberes, árabes, yemeníes, sirios). Tampoco existió convivencia entre las diferentes culturas: la tortura, el tráfico de esclavos, el trato a las minorías religiosas, etc. estaban a la orden del día, con la avenencia de las comunidades judías (sic). Existen incluso pasajes verdaderamente escalofriantes, en los que a lo largo de varias páginas (98 a 102) se incluyen detalladas descripciones acerca del martirio sufrido por los mozárabes durante la época del emirato.

Lo cierto que una interpretación rigurosa de la Historia impide asumir un concepto como el de las "tres culturas" plácidamente instaladas en nuestro territorio, y que el período de reconquista se caracterizó por una cruenta sucesión de batallas en la que cada contendiente disponía a su antojo de los vencidos. Igualmente cierto es que la formación del reino de España tal y como lo conocemos hoy día implica contraponer el avance de los reinos cristianos (casi siempre enemistados, sólo relacionados por vínculos familiares o feudales en función de las circunstancias) al progresivo retroceso y decaimiento de los territorios dominados por los musulmanes. Pero ello no obsta la existencia de muchos matices propios de una visión global de la Historia. La violencia en una época como la medieval era moneda corriente, pero también lo eran, inevitablemente, las relaciones comerciales o culturales. Nada de ello es mencionado, sino para menospreciar la herencia andalusí en España.

Sorprendentemente, del lado cristiano no existe un estudio paralelo en términos semejantes. Los reyes cristianos también guerreaban constantemente contra sus propios hermanos en nombre de un pedazo de tierra que anexionar a su propio reino. Igualmente sometían y perseguían a las minorías religiosas. El desarrollo cultural dentro de sus fronteras fue casi inexistente. Pero Vidal no equipara esta violencia o incultura a la existente en Al-Andalus, sino que reserva a los mismos el papel de resistentes, de libertadores nacionales, lo que coincide con una espinosa concepción de la unidad de España. La prueba más plausible reside en las interpretaciones que sobre Alfonso III (página 114) o Sancho III de Navarra (página 152) y sus pretendidos títulos de reyes o emperadores de España.

Como bien es sabido, durante un periodo de tiempo (que el autor no cita, pero que fue de siete años), Sancho III atesoró para sí todos los reinos cristianos existentes: Navarra, León, Castilla y Aragón. Eso sí, nunca fue nombrado rey de España ni emperador, ya que como bien demostró el Maestro Albornoz (al que menciona pero no incluye en las explicaciones), la tradición de muchos reyes de la época de proclamarse reyes de España o emperadores se remonta al Reino de León, pero nunca tuvo más consecuencias que las menciones documentales provenientes de los monjes que elaboraban los documentos oficiales y de un tratamiento puramente protocolario, nunca como reconocimiento oficial de los restantes reinos).

Vincular con ello la unidad de España a un lapso temporal tan breve y que sólo fue fruto de las intestinas luchas entre los reyes cristianos de la época (como ocurrió antes y como ocurriría a su muerte) sólo se justifica en el afán revisionista poco riguroso con la realidad histórica. Pero incluso el autor incurre en una contradicción con sus propias afirmaciones: si existió un rey de España, existieron varios y por lo tanto una España musulmana. Él mismo lo da a entender cuando habla de los Banu Qasi, una poderosa familia aragonesa y convertida al Islam, de la cual Musa ben Musa llegó a proclamarse "Tercer rey de España" (página 105). Por lo tanto, existieron varias Españas durante el periodo de la Reconquista (y al menos una de ellas era musulmana).

Poco importan estos detalles para el autor, que tras abordar la Reconquista pasa a la Edad Moderna con afirmaciones tan sorprendentes como las emitidas en páginas anteriores. Si la primera parte terminaba con 1492 tras la toma de Granada ("La Reconquista ciertamente había concluido, pero la lucha contra el islam –como supieron captar a la perfección los Reyes Católicos- no podía darse por terminada" (página 229), la segunda entra sus esfuerzos en la situación de los moriscos y en la lucha contra los turcos.

La situación política de España a principios del s. XVI como potencia hegemónica en Europa Occidental la hizo merecedora del blanco predilecto de todos sus adversarios, que por aquel entonces no sólo eran los turcos, sino también los nuevos Estados protestantes y la muy católica Francia. Sin embargo, para Vidal la amenaza islámica parece ser el principal problema, pero no los gravísimos errores cometidos por Carlos I en su planteamiento del problema protestante o la sumisión vergonzante a los intereses de la Santa Sede. Por tanto, España es la única potencia europea que acude en la llamada del papa en la lucha contra la alianza turco-berberisca que además cuenta por los apoyos de la "pérfida" Francia (página 250) en su "claro abandono de la defensa del Occidente cristiano en pro de intereses mezquinamente nacionales" (página 246).

Junto con las campañas marítimas de Carlos I (que incluyen una épica descripción de la batalla de Lepanto), se hace mención a la amenaza latente de la "quinta columna morisca" (páginas 245, 257, etc.) que sólo concluye tras la intervención del hermano bastardo de Felipe II, D. Juan de Austria, ("temido por los piratas a la vez que soñado por los cautivos", página 262) y la definitiva expulsión de la población morisca en los territorios de Andalucía, Valencia, Murcia y Cataluña a principios del s. XVII. Tras siglos de enfrentamiento, España se ve libre por fin de un problema que le ha llevado 900 años de lucha.

La tercera parte se centra en la situación de los territorios españoles situados en el Norte de África y en la que salen a la luz las tensas relaciones entre España y Marruecos. La difícil situación de Ceuta y Melilla como únicos enclaves españoles en el Norte de África obliga a tener muy en cuenta los enfrentamientos habidos con Marruecos, pero en estas páginas la interpretación es cuanto menos cuestionable.

La concepción que Vidal tiene de nuestro vecino presenta a Marruecos como la bestia negra de nuestros intereses territoriales en el Magreb. A lo largo de las continuas confrontaciones con el reino alauí, el autor queda imbuido por un espíritu militarista y colonial. El inicio del protectorado marroquí no fue la "codicia –bien socorrida desde las críticas de la izquierda-" (página 315) ni la "empresa imperial en calidad de tal –eso quedaba para minorías insignificantes, como los anarquistas y los aún más reducidos socialistas-" (página 315). Las únicas razones para ello serían enjugar las derrotas en Cuba y Filipinas, así como asegurar Ceuta y Melilla frente "a la agresividad marroquí y el expansionismo francés", no tanto por deseo como por necesidad (sic). Por tanto, España no tiene responsabilidad alguna en la colaboración de las potencias occidentales en el reparto de África sino porque no le quedaba más remedio.

No debe confundirse la interesada interpretación histórica del autor con la realidad de los hechos históricos. Las confrontaciones hispano-marroquíes sí han existido (con cruentos resultados para ambos bandos) y el fanatismo religioso ha sido el causante de algunos de ellos (los casos de Raysuli, Abd el Krim o El Roghí son buena muestra de ello) pero no pueden olvidar el contexto político imperante. En una época de grandes transformaciones, en la que la miseria campaba por sus anchas en una España atrasada y provinciana, anteponer la cuestión de Ceuta y Melilla resulta desagradable cuando no indignante. Y cuando cita dichas condiciones, sólo lo hace en su propio provecho. En el caso de la derrota de Annual no hace sino regodearse en las atrocidades cometidas por los moros y en acusar a los sectores de la izquierda (con mención expresa de Pablo Iglesias y del PSOE) de atentar contra la estabilidad de la monarquía parlamentaria. La defensa de la unidad nacional y de los intereses coloniales parece ser el único problema existente para Vidal a principios del siglo XX, en tanto que las protestas sociales existentes (la Semana Trágica como ejemplo citado) son sólo fruto de una intrigante maquinaria propagandística (la Komintern, citada en numerosas ocasiones).

Igualmente resulta criticable la existencia de menciones ya clásicas en los autores revisionistas españoles: la Legión o Tercio (páginas 324 y 325) o el papel de Millán Astray y Francisco Franco en África se convierten en los protagonistas de la resistencia frente al enemigo reivindicativo. A ello hay que sumarle las invectivas contra todo lo que se identifique con la izquierda o progresismo, cuyos ejemplos no faltan: "los medios –que hoy denominaríamos progresistas siguiendo el lenguaje de la Komintern- podían cantar las loas del cabecilla moro" (página 346); "En Julio de 1936... ambos bandos intentaron atraer hacia su lado a las fuerzas moras. Lo consiguieron los alzados fundamentalmente por dos razones. La primera, que los moros conocían y admiraban a los jefes militares que les habían derrotado apenas una década atrás y los consideraron más capaces de obtener la victoria..." (página 360).

Términos parecidos utiliza para tratar el nacimiento del Reino de Marruecos y su afán expansionista. Acierta cuando trata el comportamiento dictatorial y sangriento de sus monarcas y su política de continua provocación ante España, y sobre todo en la ocupación durante la Marcha Verde del Sáhara Occidental (del que Marruecos carece de toda legitimación territorial a través del dictamen de 16 de octubre de 1975 del Tribunal Internacional de La Haya). Al fin y al cabo, el reino alauí no deja de ser una monarquía feudal que tras unos titubeantes inicios se consolidó internacionalmente gracias a la astucia diplomática de Hassan II.

Lo que ya no resulta tan claro es considerar al General Franco y el Presidente Aznar como las dos únicas personas (sic) que han defendido la integridad española en las colonias africanas. Que los gobernantes marroquíes son los dignos sucesores de las satrapías almorávides resulta obvio y no por ello debe esperarse ningún gesto democrático, pero colocar dos dictaduras (la franquista y la marroquí) en dos planos diferenciados resulta risible.

Todo lo dicho hasta este momento podría pasar como una interpretación conservadora (cuando no reaccionaria) de las relaciones hispano-musulmanas, lo cual resulta totalmente legítimo desde una óptica pluralista en el estudio de la historia. Sin embargo, existen demasiados elementos que denotan no ya un claro conservadurismo, sino un odio visceral hacia todo lo que proceda del mundo islámico. Según Vidal, España es fruto de una mezcolanza romano-gótica de naturaleza cristiana, más allá de la cual la invasión árabe vino a destruir sus bases políticas, económicas y religiosas. La herencia musulmana no es tal, sino una usurpación de la herencia de culturas precedentes. Podemos pasar por alto esta actitud más o menos reprochable, pero no la conclusión a la que se llega, lo que se advierte claramente en el capítulo final que, a modo de epílogo, se centra en los acontecimientos acaecidos el 11 de Marzo de 2004. Todo el rigor histórico en interpretar el material del ensayo se viene abajo en un alarde de demagogia y sectarismo ideológico que sólo puede causar sorpresa e incluso indignación.

Y todo ello sin el más mínimo pudor. En primer lugar, porque las informaciones periodísticas a que alude se remiten exclusivamente a dos medios (diario El Mundo y diario on line Libertad Digital) que siguen una línea editorial muy concreta. En segundo, porque las declaraciones resultan totalmente parciales, como cuando se narra el desarrollo informativo de los días posteriores a los atentados terroristas ("Con un extraordinario apoyo mediático centrado en el grupo PRISA –pero no exclusivamente en el mismo- el PSOE articuló una campaña cuyas líneas fundamentales discurrían sobre la acusación de que el gobierno del PP ocultaba datos sobre la autoría del atentado..." p. 476) o al sentenciar en su párrafo final que "Hoy, tras los primeros actos y declaraciones procedentes de José Luis Rodríguez Zapatero, resulta obligado preguntarse si el gobierno del PP presidido por José María Aznar no fue únicamente un paréntesis de realismo y sensatez y si lo peor de las relaciones de España con el islam no se encuentra siniestramente agazapado en nuestro futuro y en el de nuestros hijos" (página 480).

Estas dos afirmaciones, junto a otras de idéntico calado, exceden del mero análisis histórico propiamente dicho para convertir el ensayo en un ejercicio de propaganda. Si César Vidal pretendía ahondar en una nueva vía de investigación histórica acerca del islam en España ya iniciada por autores como Fanjul en su "España contra el Islam" (en el sentido de desmitificar Al-Andalus e incardinar este periodo en una realidad histórica y política más acorde con la época de que se trata), todo su esfuerzo queda deslegitimado con estas opiniones.

En suma, cabe calificar el ensayo como una contribución hispánica (más) a la teoría del conflicto de civilizaciones de Samuel Huntington tan del gusto de algunos de nuestros dirigentes. No es azaroso que muchas de las premisas aparecidas en el libro se hayan repetido hasta la saciedad en ciertos círculos políticos – v. gr. a través del (ex) presidente Aznar en el primer discurso de sus clases en la Universidad (jesuita) de Georgetown – y que sirvan como pretexto para negar toda posibilidad de evolución del islam y de la integración de sus miembros en Occidente.