Dominar
una lengua extranjera con un nivel suficiente como para debatir y
tratar textos de carácter político o filosófico no está al alcance de cualquiera, por el gran
esfuerzo de aprendizaje que supone y por su alto coste económico. Además, para la
mayoría de los europeos (y también para los habitantes del resto del planeta), aprender
una lengua extranjera se reduce casi exclusivamente a aprender inglés. Si tenemos en
cuenta la cantidad de personas que habla inglés en el planeta, ya no sólo como primera
lengua sino también como segunda, parecería lógico pedir en los encuentros
internacionales del movimiento por otra globalización que siempre estuvieran disponibles
los textos y documentos en inglés. El inglés podría ser así el instrumento para salvar las
barreras lingüísticas. ¿Pero no sería eso aceptar un efecto de la globalización contra la
que el movimiento lucha?.
Las lenguas del planeta están en peligro de extinción. Según estudios científicos y de organismos internacionales como la UNESCO, más de la mitad de las lenguas desaparecerán de aquí a unas décadas. Y no como un fenómeno natural, sino por culpa de la imposición de otras lenguas, lo que al mismo tiempo está relacionado con la hegemonía económica, cultural, política y social de unos pueblos sobre otros. El inglés, el español, el francés, etc. son culpables, ya que no sólo la forma de vida de los indígenas de América Latina (por poner un ejemplo) está en peligro, sino que también su lengua, como parte integrante de su cultura, correrá el mismo destino. La pérdida de un idioma, es una pérdida irreparable para la cultura universal.
Pero cuando se quieren tratar todos estos problemas para buscar soluciones,
¿cómo un chino y un alemán que no conozcan las recíprocas lenguas pueden debatirlos
en inglés?. Resulta algo paradójico que se hable contra los efectos perversos de la
globalización a través del idioma que la globalización ha generalizado y oficializado. Hasta
cierto punto es ridículo por ejemplo que un español y un ruso tengan que comunicarse en
inglés, un idioma que pertenece a otros pueblos. Cada idioma comporta una cultura, una
forma de vida, una forma de pensar...
hasta el propio humor de un pueblo está en su
lengua. El idioma es reflejo de cómo es un pueblo, y sólo aquellos que pertenecen a ese
pueblo pueden usar completamente la lengua. Es cierto que muchas personas logran
dominar una o varias lenguas extranjeras totalmente, pero únicamente tras muchos años
de estudio y no sólo del idioma, sino también del contexto social y cultural en el que nace
y se desarrolla la lengua en cuestión. En ese sentido para ser coherentes en la lucha
contra la imposición del modelo de vida y económico vigente, no sólo hay que negarse a
beber Coca-Cola o ir a un Mc'Donalds, sino que a la hora de comunicarnos deberíamos
negarnos a hacerlo en la lengua del imperialismo político y cultural, y
en su lugar deberíamos aprender y usar la lengua de nuestro interlocutor (salvo
que sea angloparlante de origen en cuyo caso el uso del inglés sería razonable).
¿Pero es esa una opción posible y realista?, lógicamente no, nadie puede
aprender las lenguas de todo el planeta, ni aunque viviera cientos de años. Y si
lo que hacemos es considerar tan sólo las 6 ó 7 lenguas más usadas, estaríamos
aceptando que los pueblos más pobres, menos poderosos y cuya lengua sólo se
habla en su país o región no tienen el mismo derecho a la hora de comunicarse
que los poderosos, que ven protegidas sus lenguas por los organismos políticos y
financieros internacionales, y hasta por el propio movimiento que lucha contra
las desigualdades (que en muchos casos se olvida de que el idioma forma parte
también de la cultura que el neoliberalismo
destruye)
No es el idioma un mero instrumento de comunicación, el idioma es mucho
más que eso. La desventaja es enorme si tenemos que debatir un asunto político en
inglés con un inglés, en francés con un francés, etc. Pues bien, así funciona la ONU, sobre
la base de la desigualdad lingüística, que obliga a decenas de países a la hora de
comprender intervenciones y textos políticos a fiarse de los traductores e intérpretes, que
como seres humanos que son cometen errores. Pongamos un ejemplo, imaginémonos
que se está debatiendo un posible bombardeo a un determinado país en el seno del
Consejo de Seguridad de la ONU, ¿no creéis que los matices en las intervenciones son
importantes para la toma de decisiones?, ¿cómo el representante de un país del sur de
África puede comprender correctamente esos matices que una lengua permite trasmitir
para un tema tan importante, si depende exclusivamente de cómo ese día se encuentre el
traductor, o de lo mejor o peor que haga su trabajo?. ¿Por qué los países donde no se
hable alguna de las siete lenguas oficiales de la ONU, tienen que traducir todo a alguno
de los idiomas oficiales y encima correr con los gastos? (hay que tener en cuenta además
que estos países normalmente son más pobres que aquellos en los que se hablan los
idiomas oficiales). Pues bien, llevemos el problema al plano de los encuentros
internacionales del movimiento que lucha por la igualdad de todos los pueblos. Este
movimiento (el movimiento por una globalización alternativa) con las mismas
justificaciones de funcionalidad y ahorro que da la ONU discrimina a millones de personas
por el idioma que hablan. Hablamos de explotación y desigualdad por culpa del modelo
económico y lo hacemos discriminando y tratando desigualmente a los pueblos y a las
personas que no hablan el idioma que el modelo económico actual ha
impuesto.
La construcción europea plantea el mismo problema que tiene la ONU, y la futura ampliación lo agravará aún más. Hasta ahora la política lingüística de la UE ha sido la de mantener los idiomas de los países miembros como oficiales (discriminando, eso sí, idiomas como el catalán, gallego, euskera, bretón etc.), ¿pero qué ocurrirá cuando se incorporen los idiomas de los nuevos países miembros?, ¿quién pagará el sueldo de los traductores que ya se lleva una parte proporcional elevadísima del presupuesto comunitario?, ¿no sería mejor dedicar ese dinero por ejemplo a mejorar las escuelas que gastarlo en absurdos problemas de comunicación que serían muy fácilmente solventables?. Si la Unión Europea responde que sí a esta última pregunta e impone como oficial el inglés y algún otro idioma europeo para que los países ricos de Europa se queden satisfechos (el alemán o francés) ¿cómo quieren que nos sintamos identificados con un proyecto político en el que la mayoría ni siquiera puede entender las decisiones que se toman?. Esta misma pregunta vale en cierta medida (sólo parcialmente) para el movimiento por una globalización alternativa, que no debe caer en el error de aceptar la hegemonía cultural del mundo anglosajón para luchar precisamente contra esa hegemonía. Aunque hacia esa paradoja es a la que parece que nos dirigimos.
Son muy numerosas las soluciones que se han planteado al problema de la comunicación; he aquí algunas de ellas:
Una solución válida para el ámbito europeo sería la de aceptar una lengua
externa, por ejemplo un idioma africano o asiático, como la lengua puente de
comunicación. Pero para un movimiento internacional y no sólo europeo no parece
factible, porque nos encontraríamos ante el mismo problema que el de la imposición del
inglés (unos pueblos se ven favorecidos y otros
perjudicados).
Otra posible solución podría ser la de rescatar una lengua muerta como el latín, que es precisamente la lengua de una de las grandes globalizaciones de la historia. Pero si ya era difícil aprobar el latín en el instituto, ¿cómo vamos a conseguir usar esta lengua para comunicarnos?.
La tercera de las soluciones es usar un idioma inventado, o como se conoce técnicamente: un idioma planificado. Podría ser cualquiera, incluso una simplificación del latín que lo convirtiera en una lengua regular y fácil de aprender, pero ¿para qué recorrer ese camino cuando un polaco ya lo hizo en 1887?. El médico polaco Zamenhof inventó un idioma que cumple los requisitos de neutralidad, simplicidad y que es muy fácil de aprender, y este idioma es el ESPERANTO.
PF