Artículo publicado en la revista "Rebelión"
Uno de los adiestramientos básicos que todo esclavo debía superar era el del manejo mínimo del idioma de su amo para poder así cumplir las órdenes de éste y sus capataces con un nivel de competencia aceptable. Junto con la lengua llegaban también valores culturales e ideológicos. Hoy en día, en que la esclavitud ha sido sustituida por el trabajo asalariado, no nos encontramos ante un panorama muy disímil. La diferencia fundamental quizá radique en que los explotadores, la burguesía, extienden o tienden a extender su área de influencia a todo el planeta, pues el sistema capitalista es expansivo de por sí, y con ella la lengua que ha adaptado como propia: el inglés, el idioma de los dos grandes y últimos imperios capitalistas, el británico y el estadunidense. Por su parte, las burguesías locales ligadas al sistema capitalista imperial, fieles cumplidores de los designios de sus jefes, han ido implantando poco a poco su enseñanza en los sistemas educativos en diferentes grados y ritmos; en paralelo, la presencia social de la lengua inglesa, su socialización, se ha ido extendiendo a diversos y cada vez más numerosos ámbitos, fundamentalmente en el campo de la industria cultural y comunicativa. A salvo, y no del todo, quedaron en su momento los países socialistas y algún que otro capitalista con ciertas peculiaridades que aplicaron políticas educativas y culturales protectoras del idioma propio. Entre estos últimos se hallaba España, gobernada por una élite reaccionaria cuyo nacionalismo extremo era una seña de identidad irrenunciable y para la que la protección de la lengua castellana suponía, al menos sobre el papel, una de sus políticas identificativas, protección que se encarnó no sólo frente a la que se estaba convirtiendo en la lengua del imperio, sino también en diversas ofensivas contra el uso social de las lenguas españolas minoritarias (1).
Muerto el general Franco y reformado el sistema político nacido en 1936, la burguesía española modifica las estrategias de dominación cultural para adaptarlas a los nuevos planes liberalizadores del capitalismo español, herederos y continuadores de aquellos nacidos de los tecnócratas franquistas del Opus: la inserción plena y sin traba del sistema productivo capitalista propio al internacional, inserción que suponía reconocer para España una función subordinada y cuasi-periférica. Para ello, se profundiza la liberalización a todos los niveles, proceso aún más intenso si cabe hoy en día; las fronteras se abren al capital foráneo y con la entrada de España en la Comunidad Europea se ofrece a bajo precio la industria nacional y los servicios públicos al capital multinacional, en un proceso de abandono de la soberanía económica cuya evidencia se muestra crudamente en la crisis actual. A este proceso le acompaña la dinámica lingüístico-cultural, reflejando en este ámbito el puesto supeditado que en el plano económico y político le corresponde a España, encaramándose a la cúspide de la preeminencia la cultura yanqui y la lengua inglesa, integrando así al país en el proyecto de uniformización cultural y lingüística consustancial a la imposición uniformadora económica, política e ideológica. Este allanamiento cultural cumple un objetivo bien claro: optimizar la explotación y con ello, la obtención de plusvalía y el incremento de la tasa de ganancia de la burguesía. Es imprescindible subrayar que en el concepto de uniformización cultural debemos integrar la ideológica y sociológica, hablar de cultura en el sentido más fuerte y amplio de la palabra; y para ello el idioma imperial es un instrumento imprescindible. Las burguesías de las diversas periferias, y la española entre ellas, se adhieren e impulsan, por su propio interés, y en la medida que les corresponde dentro de la escala jerárquica en la que están insertas, este proyecto uniformizador, y han adoptado, en buena lógica, el idioma inglés como herramienta propia.
En un artículo anterior, titulado “El proceso de "aculturación" del Estado español”, publicado en “Rebelión” ya mentaba la utilidad que tiene el aprendizaje del idioma imperial para la burguesía. Decía entonces “que los ejércitos culturales del imperialismo desarrollan su última ofensiva, concretada en convertir en pocas generaciones (¿dos, tres, cuatro?) a la mayoría de la población española (y de todos los pueblos de Europa occidental) en bilingüe, o por lo menos en conocedora de lo que llamaré el “inglés imperial”, más que una lengua, el rudimento de una lengua lo bastante comprensible como para que el dominador capitalista y burgués (local o foráneo), que hace tiempo adoptó como lengua propia internacional de dominación de clase, pueda comunicarse con la clase trabajadora de todo occidente con mayor facilidad y a un coste mucho menor. De esta manera puede inocular sus valores de clase de forma más lubricada y además establecer de modo más eficaz una relación jerárquica directa y excluyente entre los diferentes pueblos y el centro del poder capitalista, privándoles no sólo del conocimiento de la propia cultura, sino también del resto de las culturas sometidas a este mismo proceso. Haciendo un paralelismo histórico, las “grandes” culturas europeas están viviendo a nivel internacional un proceso similar de aculturación al que se llevó a cabo (con mayor o menor éxito) con las pequeñas culturas del viejo continente (vasca, catalana, occitana, irlandesa, bretona…) cuando la burguesía capitalista edificó sus “estados-naciones” como unidades de explotación económica y de clase y necesitaron (o creyeron necesitar) una uniformidad completa, incluyendo la cultural y lingüística.” Ahora tocaría edificar, o seguir edificando, después de la desaparición de la URSS, no el estado nación, sino el imperio capitalista global o planetario, por lo que le correspondería, siguiendo el paralelismo con el anterior proceso, una lengua y una cultura unificadoras.
Este proceso de imposición de ellas es, de momento, incontestable, y como en todo proceso de dominación cultural e ideológica, el objeto de la explotación, en este caso la masa asalariada, ha adoptado en diferente grado los valores ideológicos y culturales del dominador. Así, son los trabajadores mismos, o una parte importante de ellos, fundamentalmente los situados en la escala social más cercana a la pequeña burguesía (y por supuesto y sobre todo los componentes de esta última), arrebatados por coloridos anhelos de alcanzar un estrato superior que les permita a ellos y a sus vástagos un bienestar material, un escalón de cierto mando y una ilusión de independencia dentro de la jerarquía social, los que están aplaudiendo este proceso, al que se suman con entusiasmo. Esta adhesión la ha conseguido la burguesía merced a diversas, incesantes e invisibles ofensivas ideológicas a través de sus medios de control social (prensa, cine, televisión, industria cultural, etc.), utilizando un argumentario falaz pero simple y eficaz, repetido hasta la saciedad, presentado en unos envoltorios edulcorados, simpáticos, sin posibilidad aparente de ser refutados.
Los argumentos y estrategias dialécticos son sencillos. El primero es identificar a todos los niveles el comprensible y enriquecedor ansia cultural de conocer uno o varios idiomas ajenos, con la premiosidad, cuando no la obligatoriedad, de conocer fundamentalmente un único idioma: el inglés. Este paso es muy importante porque esta falsa equiparación condiciona, si no determina, la interpretación engañosa del resto de los razonamientos. Así, se llega incluso por parte de los medios de control social y de los propios gobiernos burgueses a desdeñar y descartar el estudio de otros idiomas, máxime si no son de un país del centro capitalista. Siguiendo su senda razonadora, que ya ha partido en falso, se nos obliga a proseguir hasta su segunda premisa, que intenta presentar el desconocimiento de una lengua extranjera (que ya ha sido identificada, merced a la tergiversación anteriormente señalada, con el idioma del emperador) como un signo de desdoro cultural y de atraso educativo, no sólo a nivel individual sino también (y quizá sobre todo) a nivel colectivo, social. Estrechando más el cerco, el discurso ataca con un tercer argumento, presentando el estudio de esa lengua como una necesidad, por no decir inexcusabilidad, para conseguir un trabajo, o al menos para encontrar un buen trabajo; el cuarto es comparativo y se dirige a cotejar, siempre para desdoro, en este caso de los españoles, el nivel de competencia de idiomas extranjeros (reitero, a pesar de poder parecer repetitivo, que se intenta identificar el conocimiento de idiomas con el conocimiento de inglés), con el nivel en otros países europeos. Hay otros muchos alegatos pero los principales suelen ser estos.
A pesar de que puedan parecer incontestables, creo sin embargo que no lo son. Comenzando por el trastrueque del estudio de un idioma ajeno (¿por qué obligatoriamente extranjero?) por el del inglés no hace falta extenderse demasiado, pues ya he insistido anteriormente. Este sencillo trile, combinado con los otros juicios, trabaja para echar en cara el desconocimiento del inglés a todo aquel que rechace el estudio de otro idioma distinto del materno, ya que, efectivamente, no es fácil mantener, en un mundo ampliamente interconectado, la inconveniencia de una segunda lengua. Pero es tan simple la táctica que se ha convertido en transparente y creo muy necesario incidir en romper esa identificación, no sólo por mentirosa y deformante, sino porque interesa dejar claro que, una vez quebrada, se debe defender e impulsar el conocimiento de uno o más idiomas no maternos, incluido por supuesto el inglés (por no mencionar los idiomas nacionales minoritarios y el que un día pudo haber sido el código de comunicación internacional de la clase trabajadora: el esperanto).
Siguiendo con el ideario burgués, lo que es un poco menos defendible es que la ignorancia de un segundo instrumento de comunicación lingüística sea un signo de incultura o de retraso educacional. A veces, más bien, puede ocurrir lo contrario, como bien podrían certificar algunos profesores de los colegios bilingües madrileños. Así, por ejemplo, la Asociación de Profesores de Filosofía de Madrid tiene publicado un breve pero acertado análisis en el que se incide en la mala formación recibida por los alumnos de estos programas. Por un lado, el texto informa de la poca preparación de los profesores “bilingües” para dar las materias asignadas, pues no cumplen ningún requisito pedagógico para ser seleccionados, salvo el manejo del idioma en cuestión. Por otro, continúa el artículo, los conocimientos de inglés de los niños no son suficientes para entender una clase dada en ese idioma, por lo que no queda más remedio que bajar los contenidos curriculares de las materias, descendiendo con ello el nivel cultural, “hasta aspectos ínfimos”, según este colectivo. “Así, los alumnos que vayan a estos centros recibirán necesariamente menos contenidos, pues el instrumento para los mismos será más deficitario por su bajo conocimiento frente al español. Sin embargo, y esto es la clave, saldrán sin duda sabiendo más inglés, un saber instrumental”. Ese saber instrumental es precisamente el que interesa a la burguesía pues su objetivo no es más que dotar a las clases trabajadores de una herramienta de comunicación útil a la generación de plusvalía. Siguiendo la línea argumental del artículo diremos que al capitalismo no le interesa un modelo educativo que prime la formación integral de la persona sino uno que ofrezca al sistema productivo mano de obra (mejor o peor) preparada (2).
En cuanto a lo que concierne al ámbito laboral no hay más que girar la cabeza 360° y observar el triste panorama español de hoy en día: una tasa de más del 27% de paro y una de más del 50% entre los más jóvenes, precisamente la población con más conocimientos de inglés que ha habido en los últimos años. Imaginemos que todos esos millones de jóvenes, y no tan jóvenes, hablaran perfectamente inglés; ¿se acabaría así el desempleo? Respóndanse ustedes mismos. Y a la contra. ¿Es que el 73% de la población activa que hoy trabaja sabe inglés? Pregúntense a ustedes mismos y a los que les rodean, a los que tienen trabajo y a los que no: amigos, conocidos, familiares, compañeros… Evidentemente el idioma inglés es necesario para muchos trabajos, pero sólo para una minoría de ellos. Satisfaciendo a los amigos de los datos y citas me remitiré a la encuesta, realizada en el año 2000 y publicada un año después, elaborada por la Dirección General de Educación y Cultura de la Unión Europea titulada “Los europeos y las lenguas: una encuesta especial de Eurobarómetro”, en que se establece que el principal uso de los segundos idiomas tiene lugar durante las vacaciones en países extranjeros, no en el mundo laboral. Esto ocurre tanto para el inglés, como para el francés, el alemán, el castellano y el italiano. Pero en lo que concierne al inglés, su segundo uso es la visión de películas, el tercero la navegación por internet y sólo en cuarto lugar las conversaciones en el trabajo. Que es más necesario el inglés que cualquier otro idioma, en términos generales, es una evidencia innegable, entre otras razones por lo que se está exponiendo en este artículo, pero que hay sectores en que otros idiomas son más necesarios es otra evidencia, idiomas cuyo estudio no suele ser fomentado, ni siquiera contemplado, por los medios de control social burgueses (3), en una estrategia de ocultamiento afín a este proyecto uniformador.
Y en cuanto a la última maniobra, comparar los niveles de conocimiento de idiomas entre los países, para impulsar/azuzar a los rezagados a alcanzar el nivel “ideal” (de inglés, por supuesto), es casi hasta infantil, si no estuviera basada igualmente en cierta deformación y ocultación de la realidad. En lo que atañe a España son continuas las referencias de la prensa flagelando a la sociedad española por sus bajos conocimientos de idiomas foráneos, comparándola para ello con los países cuyos porcentajes son mayores, o con la media de la Unión Europea. Pero constatamos que según una encuesta reciente, del año 2012, la diferencia existente entre las capacidades y conocimientos lingüísticos de los españoles y los de los europeos es bastante pequeña. El 54% de los comunitarios son capaces de mantener una conversación al menos en un idioma extranjero frente al 46% de los españoles. Y el 18% de éstos al menos con dos idiomas, frente al 25% de los europeos. Pero no solamente esto, es que este mismo estudio (“Eurobarómetro especial nº 386. Los europeos y sus lenguas - Resumen”, publicado por la Comisión Europea en junio de 2012) revela que en los últimos años el conocimiento de idiomas ha disminuido en un buen número de países europeos, entre los cuales no figura España, pero sí otros como Bélgica, Hungría, Polonia o Portugal. En todo caso, esa táctica del latigazo no demuestra más que el ansia que aflora en los escribas del capital para que el pueblo trabajador español presente sus tareas aplicadamente al día ante el amo angloparlante.
Mas a pesar de ello, sirviéndose y justificándose en esta tenaz y eficaz campaña, siguen con sus esfuerzos para inculcar en las conciencias obreras el instrumento comunicativo que han adoptado como suyo sus explotadores: expansión de los colegios bilingües, aumento de las horas de clase del idioma inglés, a veces en detrimento de las lenguas minoritarias españolas, uso abusivo e innecesario de anglicismos en los medios de comunicación y académicos, tanto de palabras como de locuciones, que tienen como efecto directo el empobrecimiento de vocabulario y expresión tanto del hablante como de la propia lengua castellana (y del resto de las lenguas españolas), carencia de traducciones en mensajes televisivos, cinematográficos (4) o publicitarios, largas citas en inglés sin traducción en estudios académicos y universitarios, programas y canales de televisión “educativos” de aprendizaje del idioma inglés, mensajes en ese idioma en la megafonía de los trenes de cercanías, fragmentos o secciones en periódicos escritos en inglés… Todo ello unido con otro fenómeno tan o más importante, a saber: el olvido, desconocimiento, desinterés, desdén, cuando no simple rechazo de ciertas manifestaciones de la cultura propia, particularmente las relacionadas de alguna manera con el idioma: música, folclore, cine, literatura, etc., acompañados de una ponderación y sobreestimación de la tradición estético-cultural estadunidense (5).
Lamentablemente la respuesta a esta estrategia parece no ser prioritaria entre los grupos que luchan en estos momentos en el seno del debilitado movimiento obrero. De igual manera han caído en el olvido tanto la necesidad de teorizar sobre cuestiones culturales como las aportaciones del que quizá haya sido el más importante lidiador en esta plaza, el pensador marxista Antonio Gramsci, cuyas teorías deberían ser recuperadas y adaptadas a las necesidades actuales de la lucha. En cualquiera de los casos es manifiesto que la cultura, y la lengua dentro de ella, siempre ha sido elegida por el burgués como un campo de pugna privilegiado mientras que sus oponentes no siempre lo han considerado así. Por tanto, defiendo la urgente obligación de hacer frente a la ofensiva burguesa en el ámbito cultural y lingüístico, transitando el camino del reforzamiento de las tradiciones culturales propias (lo cual no significa desdeñar por supuesto influencias ajenas, incluida la estadunidense), y de la recuperación de las teorías culturales anticapitalistas y antiimperialistas, sin desdeñar propuestas pretéritas como la del movimiento esperantista, que impulsó en su día un medio de comunicación internacional entre las clases trabajadoras, respetuoso hacia las culturas y las lenguas de todo el mundo.
Notas:
(1) Este papel “protector” frente a los idiomas extranjeros, y en particular
frente al inglés, tuvo lugar principalmente en la etapa más “falangista” del
régimen. Con la derrota del Eje y el consiguiente arrinconamiento político del
fascismo, la llegada de los opusdeístas liberales y la firma de los tratados
hispano-yanquis, la impermeabilidad a la influencia de la lengua inglesa comenzó
a resquebrajarse.
(2) Mesa García, P.: “Centros educativos bilingües (No, I don’t)”.
El artículo, que no tiene desperdicio, aborda además el aspecto socio-ideológico
del problema cuando sostiene que el idioma inglés ha servido para reforzar la
doble y discriminadora vía del sistema educativo español, intentando “asimilar”
los colegios públicos bilingües a la vía “privilegiada” de la educación
concertada y dejar la pública “monolingüe” para las clases trabajadoras más
pobres, a las que se las destina a mano de obra de menor cualificación y precio.
(3) Un ejemplo: según un despacho de Europa Press de 1 de febrero de 2013 el
rumano fue el idioma más demandado (y con él sus intérpretes) en los juzgados de
la Comunidad Autónoma de Madrid durante el segundo semestre de 2012, según la
empresa que provee de traductores e intérpretes a esta Administración. El
segundo, el árabe y el tercero el chino mandarín. Sólo en cuarto lugar aparecía
el inglés como idioma solicitado para ser traducido en la Administración
Madrileña de justicia.
(4) Desde hace años los distribuidores cinematográficos ya ni se molestan en
traducir los títulos ingleses de un gran número de películas estrenadas en
España. Lo que se ahorran en cartelería y promoción engrosa sus bolsillos. De
igual manera, desde la implantación de la Televisión Digital Terrestre, muchos
títulos de programas de televisión (la inmensa mayoría provenientes de EE.UU.),
tampoco son traducidos, ante el silencio más absoluto de los dóciles
espectadores.
(5) Capítulo aparte merecería el deslumbramiento, por no decir papanatismo, de
buena parte de la “crítica”, o mejor dicho del gacetillerismo, cultural de este
país hacia todo lo proveniente de los EE.UU. y de su órbita anglosajona;
papanatismo que, unido al desdén hacia buena parte de las tradiciones culturales
españolas e hispanoamericanas, ha dado como resultado un proceso de sustitución
en el imaginario colectivo de la tradición propia por otra ajena, cuyas claves
íntimas y profundas se es incapaz de entender, interpretar, sentir, comunicar ni
reproducir. Ciertos estudiosos, de manera aislada y hasta tímida, ya han
comenzado a interesarse por este fenómeno del desprecio de la crítica hacia la
cultura propia, cuya causa y consecuencia es el desconocimiento de la misma.
Esta multiplicadora combinación de desprecio-rechazo a lo hispano con
sobreestimación deslumbrada de lo anglosajón que se ha dado en la
intelectualidad más “chic”, es decir la más, no por casualidad, influyente, ha
sido, como no podía ser de otra manera, comunicada a la mayoría de la sociedad
española, tanto a su fracción más desarmada cultural y educacional, las clases
más proletarizadas, como a las aristocracias obreras y a la pequeña burguesía,
cuyos miembros, en una buena parte y sobre todo en las generaciones más jóvenes,
pueden tatarear las melodías de un Porter o un Lloyd Webber, pero no las de un
Vives o un Solozábal, las canciones de los hermanos Everly o de los Ramones,
pero no las de Joaquín Díaz, Oskorri o Sánchez Ferlosio, conocer cada detalle de
la película “La guerra de las galaxias” o de cualquiera de las de la serie de
“Harry Potter”, pero no los de “Surcos”, “Amanecer en Puerta Oscura” o “El mundo
sigue”. En el mismo paquete de inserción de la cultura yanqui en el imaginario
mental hispano se encuentran las referencias históricas. Así, un adolescente
sabrá con cierto nivel de detalle avatares biográficos básicos de un Lincoln o
un Kennedy, pero se quedará un tanto pasmado al mencionarle a Pi y Margall, Juan
Negrín o a Juan Peiró. A este respecto no sobra recordar que no es inocente
ideológicamente la elección de los referentes culturales yanquis impulsados por
la burguesía. Ella nos azotará con Michel Jackson y nos privará de Paul Robeson,
nos intentará convencer de las virtudes de un Spielberg pero tratará de
ocultarnos la perseguida obra de un Biberman.