Palestina


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Estado, nación y nacionalismo: la actualidad del sionismo

Michel Warschawski

Revue Tiers Monde, núm. 114, octubre-diciembre, 1994
Traducción: Loles Oliván, CSCAweb (www.csca.org/csca), 14-08-02

"El Estado judío, tan étnicamente puro como sea posible, es la esencia del sionismo político y el cimiento del consenso nacional israelí. La exclusión o la separación de los palestinos es el objetivo común tanto de la derecha como de la izquierda sionistas. El gran debate común de la izquierda y la derecha sionista después de decenios gira en torno a los medios para alcanzar ese objetivo"

Como todas las modas, el postmodernismo ha penetrado en Israel con más de cinco años de retraso y una de las expresiones que ha adoptado esta nueva moda intelectual es la del denominado postsionismo. En los círculos intelectuales de Tel Aviv hoy en día está bien visto hacer del sionismo una cuestión cultural que habría tenido sus horas de gloria hasta el año 1967 -algunos dicen 1948- y que hoy habría entrado a formar parte del pasado.

Sin embargo, el sionismo no es un fenómeno cultural sino una realidad política determinada por intereses muy concretos que posee mecanismos muy reales y que, sobre todo, produce unas cotas de sufrimiento que no tienen nada que ver con cualquier moda intelectual. Para el campesino de Yabal, en Cisjordania, al que le han confiscado las tierras, el sionismo que conocieron sus padres y sus abuelos sigue siendo neto y está bien vivo porque sigue haciendo estragos por muchas definiciones nuevas que quieran darle los intelectuales de izquierda del Instituto Van Leer de Jerusalén.

Este debate sobre la actualidad del sionismo no es una discusión teórica ni una simple cuestión de semántica. Tiene implicaciones directas para el análisis de la política israelí actual y en particular para el significado que se deriva de la Declaración de Principios de Oslo (DPO): ¿se trata, como muchos suponen, de una ruptura con la política anterior o, por el contrario, de su continuidad? El carácter futuro de la entidad palestina en formación depende, evidentemente, de la respuesta a esta cuestión.

En este artículo intentaremos demostrar que la continuidad que enlaza la ideología sionista original con la realidad contemporánea del Estado de Israel y la permanencia de conceptos nacionalistas excluyentes -que no sólo implican las prácticas de depuración étnica sino que entrañan asimismo un totalitarismo cultural en la sociedad judía-israelí- enajenan, por ello, toda forma de pluralismo y de permanencia de las múltiples tradiciones judías de la diáspora. Finalmente, intentaremos ver en qué medida la DPO rompe con esta lógica o, al contrario la perpetúa, y qué puede significar a largo plazo para el futuro del Estado judío y de la sociedad israelí.

Sionismo y nacionalismo

Al comienzo estaba el Estado-nación. No se puede comprender el sionismo sin evaluarlo como el producto directo del nacionalismo del siglo XIX, del concepto del Estado-nación y de la incapacidad de este último para poner fin al antisemitismo. Fue el brote de antisemitismo que reveló el caso Dreyfus lo que llevó al padre del sionismo, Theodore Herzl, a buscar una solución al problema judío más allá de los Estados-nación en los que vivían las comunidades judías de Europa con la perspectiva de crear un Estado-nación para la nación judía.

El postulado sionista número uno es que el antisemitismo, al igual que cualquier otra forma de exclusión, es un fenómeno natural y, por tanto, inevitable [1]. El concepto de nación que sostiene el sionismo es un concepto racial de la nación y el rechazo de los judíos de la comunidad nacional francesa o alemana es, por ello, natural, es decir justificada. Así pues, para normalizar la situación de los judíos hay que: a) sacar a los judíos de su posición minoritaria en el seno de las naciones; b) reagrupar a los judíos en un lugar donde formarán la Nación; c) crear un Estado-nación; d) excluir de la comunidad nacional a la población indígena, si es que existe en ese lugar donde el sionismo cree su Estado-nación. Este concepto, en el que se percibe claramente la influencia de ciertas filosofías nacionalistas de finales de siglo XIX, tiene implicaciones extremadamente reaccionarias. En primer lugar, frente al antisemitismo (y a cualquier otra forma de exclusión) que, como fenómeno natural e ineludible, no puede ni debe ser combatido. La lucha por el derecho de los judíos a vivir libres y en igualdad en las sociedades donde se encuentran es a la vez utópica y peligrosa; solo la emigración hacia el Hogar nacional judío tiene sentido y merece ser apoyada. Por ello el antisemitismo tiene su lado positivo [2] y la colaboración con regímenes o movimientos antisemitas no puede excluirse a priori.

La segunda implicación concierne evidentemente a los árabes de Palestina cuya existencia misma entra en conflicto con el proyecto sionista. La depuración étnica (garantizar el Estado de Israel como Estado judío) se inscribe en este proyecto como el genocidio está inscrito en la conquista del oeste norteamericano, El conflicto israelo-palestino no es el resultado del terrorismo o del rechazo árabe ni de esta o aquella política de los diferentes dirigentes israelíes, sino la esencia misma del sionismo y la filosofía que lo sustenta. Se afirma con frecuencia que el sionismo no es un racismo anti-árabe; es cierto, en la medida en que el nacionalismo granserbio no es un racismo antibosnio o antialbanés. Pero se trata, tanto en un caso como en el otro, de una definición muy estrecha del racismo, basándose únicamente en las intenciones y no en la lógica intrínseca de un movimiento que se fija por objetivo la Gran Serbia o el Estado judío rechazando tener en cuenta la realidad étnica o nacional sobre el terreno.

Si nos centramos en la lógica sionista, se descubre una tercera implicación que está cargada de peligros para el proyecto sionista. En efecto, en la lógica de la exclusión étnica o nacional, el Estado judío como elemento ajeno al oriente árabe es visto como un conflicto permanente con su entorno geo-nacional y, a largo plazo, condenado a la destrucción. Yugoslavia está aquí para hacernos recordar, de manera trágica, que no hay fin para la lógica de la exclusión y que todo el que desaloja [población] puede ser desalojado. En nombre de la pureza étnica se quiere un Estado judío; en nombre de la misma filosofía se podría querer un Oriente Medio árabe.

El Estado-nación, en su definición étnica, implica necesariamente una relación privilegiada para la raza, etnia o nacionalidad dominante, y una relación de subordinación y discriminación hacia los residentes -ciudadanos o no- que no pertenezcan a la nacionalidad dominante. A través del proceso de colonización de Palestina esta relación de dominación tomará formas diversas pero provocará también divergencias importantes entre los principales componentes del movimiento sionista y, más tarde, de la clase dirigente israelí.

El sionismo como colonialismo de expulsión

Para establecer un Estado nacional judío en alguna parte del mundo, fue necesario en primer lugar tomar posesión de un territorio. Aquí, el sionismo también se comportó como el producto de su época, la época colonial en la que Europa estableció sus imperios a través de África y Asia. Es un hecho conocido que los dirigentes sionistas de principios de siglo se dirigieron a las grandes potencias de la época, desde el imperio zarista hasta el imperio británico, para convencerles de que apadrinasen el movimiento colonial sionista que, a cambio, se encargaría de defender los intereses de la potencia imperial que le apoyase [3]. En aquella época, los sionistas no tenían ningún rubor en llamar a un gato, gato y a una colonia, colonia. Todos los conceptos que describen la empresa sionista en Palestina forman parte del vocabulario colonialista: Yishouv (colonia), Hityashvut (colonización), Tnuat Hahityashvut (movimiento colonial), etc. Mucho después, los sionistas de izquierda tratarían de disimular la naturaleza de la empresa de la que formaban parte de igual modo que evitaron toda descripción del sionismo como empresa colonial.

La primera actitud del movimiento colonial sionista a la población indígena fue la de ignorarla. Es una actitud colonialista clásica ignorar a los indígenas como realidad humana, mucho más como realidad nacional. Contrariamente a Herzl que tomó en consideración a la población indígena en sus planes, los colonos que llegaron a Palestina no veían en los árabes autóctonos más que uno de los elementos del paisaje local. Un elemento molesto, como el terreno cenagoso, la malaria o las piedras que había que quitar para trabajar la tierra. "Si hay árabes, entonces todo nuestro proyecto debe ser cuestionado", afirmó uno de los padres fundadores del sionismo en un singular momento de lucidez moral. Lo interesante de esta declaración, es su modo condicional, como si se ignorase que Palestina estaba poblada con más de un millón de palestinos.

Como todos los otros obstáculos al proyecto sionista había que despejar el terreno de sus indígenas mediante los tres mandamientos del sionismo: redención de la tierra, a saber, comprar la tierra a los propietarios absentistas con la condición de que los campesinos árabes fuesen expulsados; conquista del trabajo, es decir, expulsar a los trabajadores árabes del mercado laboral, y, particularmente, una vez creado el sindicato Histadrut, fijar su objetivo en el empleo exclusivo de mano de obra judía mediante el boicot, las subvenciones y los actos de violencia; comprar productos judíos boicoteando (destruyendo) los productos árabes.

Es alrededor de estos tres ejes como se constituyó la Yishouv, la colonia judía, al lado de la sociedad árabe y en respuesta a ella. La guerra de 1948 permitirá rematar ese proceso mediante la expulsión (y el rechazo a permitir su retorno) de más de 6000.000 árabes y mediante la ampliación de la Yishuv, convertida en tierra de Israel más allá de sus límites anteriores a 1948 y más allá del territorio atribuido por la ONU al Estado judío.

Siendo el objetivo del colonialismo sionista crear un Estado nacional judío, la relación con los palestinos no es una relación de explotación, sino de exclusión, de expulsión. Todo el debate sobre la salida de los refugiados palestinos de 1948 -se fueron por su propia iniciativa o fueron expulsados- es un entretenimiento. La esencia misma del sionismo y los cuarenta años de su historia en Palestina anteriores a 1948 se caracterizan por la exclusión-expulsión, precisamente porque la meta del sionismo es el Estado nacional judío. Que hubiera consignas explícitas de expulsión o no, no es relevante, cada uno sabía lo que tenía que hacer, incluidos los palestinos.

El 'Estado judío'

En coherencia con la ideología y la práctica sionistas anteriores a su constitución, el Estado de Israel no es el Estado de sus ciudadanos, sino, como bien lo indica la Declaración de Independencia que sigue siendo en la actualidad el único documento cuasi constitucional en vigor, el Estado del Pueblo judío. Si se quiere, la nacionalidad israelí otorga derechos de ciudadanía pero sólo la pertenencia al pueblo judío (cualquiera que sea su nacionalidad) permite pertenecer al colectivo realmente soberano. Para apoyar esta soberanía judía se ha creado todo un cuerpo de leyes específicas: después de la Ley del Retorno que reconoce la ciudadanía automática a cualquiera que tenga un ascendente judío (hasta los abuelos), hasta la Ley Fundamental de la Tierra, que otorga la propiedad y la pertenencia de la misma al pueblo judío (a través del mundo) y no a la nación israelí.

Cuestionar el carácter judío del Estado de Israel es -desde que se aceptara en la Knesset la Ley Fundamental al final de las años 80- motivo suficiente para descalificar una lista electoral, al igual que la nueva Ley sobre los partidos políticos que exige, para ser reconocido como partido político, ratificar la definición de Israel como el Estado del pueblo judío. La reivindicación misma de una transformación de Israel en un Estado democrático en el que todos los ciudadanos sean iguales es considerada como una traición o, al menos, como una descalificación para participar en el debate democrático. Se dirá que esto puede cuestionar la expresión mayoritaria del 17% de ciudadanos palestinos pero precisamente en la óptica sionista, la opinión de la minoría palestina no se toma en cuenta sino en un marco constitucional, ideológico y político predeterminado por la nación judía dominante.

Las leyes son sólo un aspecto, el más importante, de la discriminación a la que están sometidos los ciudadanos palestinos de Israel. Toda la práctica política y cultural del país se muestra como si los árabes no existiesen. En la asignación de los presupuestos, en la definición de las regiones de desarrollo prioritario, no hay jamás criterios objetivos y universales, de manera que las aldeas árabes son sistemáticamente marginadas. Si la discriminación es demasiado evidente, el Estado se retira y cede la competencia al Fondo Nacional Judío o a la Agencia Judía, instituciones paraestatales que representan al pueblo judío y formalmente independientes de las estructuras del Estado. A veces también se recurre a la noción de "familia bajo la jurisdicción del ejército" para poder dar a las familias judías lo que se les niega a las árabes, incluyendo en esta definición a los parientes más lejanos que, de hecho, viene a querer decir, a todos los ciudadanos judíos.

Si la administración militar que tenía al conjunto de la población árabe de Israel bajo su tutela y su control se abolió en 1965, el ciudadano árabe permanece excluido del colectivo nacional. En 1993, la Knesset rechazó de nuevo incluir diputados árabes en ciertas comisiones y la coalición de centro-izquierda se negó a integrar a los partidos de base mayoritariamente árabe con los que había alcanzado un acuerdo político, inventando el concepto de mayoría de bloqueo, es decir, una estructura en la que los partidos tienen todos los deberes de un partido gubernamental pero ningún derecho sustancial. Si en el caso de las comisiones de la Knesset se evoca todavía la doble lealtad de los árabes de Israel, el argumento que justifica su exclusión en la coalición gubernamental es más directo: las decisiones políticas importantes no pueden tomarse con una mayoría obtenida gracias a los diputados árabes. Para aprobar la retirada [del ejército israelí] del Golán, por ejemplo, hace falta una mayoría judía. Hay que señalar que el gobierno israelí se presenta como el gobierno del pueblo judío y no como el gobierno de los ciudadanos israelíes.

Nación judía y nación israelí

El segundo postulado del sionismo estipula que, soberanos y mayoritarios, los judíos se normalizarán, y que el Estado judío engendrará un judío nuevo, liberado de las taras producidas por dos mil años de exilio.

Ignoremos los fuertes tintes antisemitas que emana este postulado y veamos sus implicaciones en la formación de la nación judía de Israel. En primer lugar el derecho que se abroga el sionismo de manipular a las comunidades judías de la diáspora. En efecto, si se trata de comunidades degeneradas, es el deber del sionismo extraerlas de su entorno insano, sin tener en cuenta su propia voluntad [4]. Así se explica que, agentes sionistas colocaran bombas en las sinagogas de Bagdad y negociaran un mercadeo sórdido con Nuri Saad con el fin de transferir aceleradamente a los judíos iraquíes hacia Israel, o que a los judíos de Yemen se les dijera que los aviones que iban a recogerles eran las alas de las águilas del mesías del que habló el profeta. De igual modo, se explica así que Arlozorov se las manejase para negociar indecentemente con el régimen nazi a fin de transferir judíos alemanes (individuos y bienes) a Palestina, o que en Malta Gorbachov y Reagan regateasen sin escrúpulos para que la emigración judía soviética fuese orientada hacia Israel exclusivamente.

Se trata en definitiva de re-escribir la historia judía y de describir al judío de la diáspora de tal manera que se adapte a los postulados sionistas: un judío pasivo, miserable, cobarde, improductivo, que ha vivido dos mil años de opresión en diversas naciones, una diáspora considerada como un largo paréntesis de vergüenza, entre la soberanía judía de la época bíblica y el renacimiento de la soberanía judía en Eretz-Israel. De golpe, se ignoran la edad de oro judeo-árabe en la España medieval, o la rica cultura yiddish de la Europa oriental, o las aportaciones esenciales de los judíos a la cultura europea moderna, o incluso la convivencia que ha caracterizado una parte importante de la existencia judía en el mundo árabe-musulmán. Son dos milenios de Amalek a Hitler, en un gueto, en campo de exterminio planetario que no se da por terminado.

Esta falsificación de la historia judía tendría solo una importancia teórica y cultural si no fuera por la implicación directa que tiene sobre la mayoría de los ciudadanos judíos de Israel. En efecto, desde esa óptica de ruptura, los pioneros sionistas crearon un modelo de judío nuevo que debía emerger de las ruinas del judío de la diáspora. Para ello, fue necesario aniquilar la memoria y la identidad cultural de las diversas comunidades inmigrantes judías y modelar, como en un crisol, una nueva identidad judía. Contrariamente a la imagen de crisol de la que abusa la propaganda del Estado, no existe la mezcla de identidad sino la creación ex nihilo de un israelí que debe ser la negación del judío de la diáspora. No es casual que el pionero sionista de la segunda inmigración cambiase la vestimenta del judío tradicional de la Europa del Este, por un traje muy fuertemente influenciado por la vestimenta beduina, o mejor dicho, por la imagen orientalista infundida en los inmigrantes judíos que venían de Europa.

El sionismo desposeyó a los judíos venidos de los países árabes o de la Europa del Este de su historia, reducida a algunos párrafos mal impresos en los libros escolares, los ha separado de sus tradiciones, les ha prohibido sus acentos reemplazándolos por una pronunciación seca y neutra del hebreo, les ha enseñado a despreciar aquello de lo que fueron hechos y a avergonzarse de sus culturas. Y de ello se deriva una de las grandes contradicciones del sionismo, que la nación que ha creado no es judía. Es una nueva nación, la nación israelí. El judío nuevo ya no es judío, es israelí. El sionismo no tiene sentido sino por aquello que define como nación judía, que es su razón de ser, su única justificación. Al cortar todas las raíces con las herencias judías y con sus culturas, el sionismo ha roto la continuidad y se ha perdido en una nueva identidad que se ha convertido en la negación de su proyecto original. Por ello ha sido necesario volver de nuevo a la religión [5].

Otra paradoja del sionismo, movimiento laico e incluso antirreligioso, es que tras dos generaciones ha engendrado un Estado en el que la religión juega un papel central no solamente sobre el plano político sino, sobretodo, en el plano cultural, simbólico y de la identidad. Si el Estado de Israel no es una teocracia, la religión judía no es menos una religión de Estado. En efecto, únicamente la religión es capaz no solo de dar a la vez una definición que incluya a los judíos de Israel y a los de la diáspora (es judío quien ha nacido de madre judía) sino también un sentido y una legitimidad al Estado sionista. Golda Meir, mujer profundamente laica, lo explicó claramente en 1970, en un debate en la Knesset:

"[...] más que nada en este mundo valoro una cosa: la existencia del pueblo judío. Esto me merece más importancia que la existencia del Estado de Israel o que el sionismo; porque sin la existencia del pueblo judío los otros dos [Israel y sionismo] ni son necesarios ni posibles... No soy una persona religiosa pero nadie arrancará de mi mente la convicción de que sin nuestra religión hubiéramos sido como otros pueblos que habiendo existido una vez desaparecieron después... ¿Sugiere Ud. que en el 22 aniversario del Estado judío arrojemos el manto del rezo?" [6]

Al querer dar otra definición de judío, el sionismo se ha situado ante una elección: o la ruptura con el judaísmo y la creación de una nueva nación -la Nación Israelí- o el retorno a la religión como elemento constitutivo y permanente del nacionalismo judío. El primer caso, significa reprimir las aspiraciones culturales de la mayoría de la población judía en Israel; el segundo, crea una realidad política inviable para aquellos que aspiran a una sociedad libre y laica.

Las dos vías de la separación

El Estado judío, tan étnicamente puro como sea posible, es la esencia del sionismo político y el cimiento del consenso nacional israelí. La exclusión o la separación, como se le denomina en el debate público, es el objetivo común tanto de la derecha como de la izquierda sionistas. Si el general Zeevi, del partido Modelet habla abiertamente de desalojar, Rabin dice que "sueño con ver que Gaza se hunde en el mar", y A.B. Yehoshua, que no es solo un gran escritor sino también el padre espiritual del movimiento pacifista israelí, pude decir sin sonrojo "Imaginemos una situación idílica en la que los árabes no existiesen [...]". Proyecto político o sueño, por medios violentos o por la negociación, los sionistas quieren un Estado con los menos árabes posibles.

El gran debate común de la izquierda y la derecha sionista después de decenios gira en torno a los medios para alcanzar ese objetivo. Por la derecha, todo territorio palestino ocupado debe ser integrado al Estado judío, su población indígena debe estar abocada a ser eso que se llamaba en la época bíblica residentes autóctonos, sin derechos civiles y sometidos. Situación transitoria en tanto que se produzca un milagro más o menos provocado por el que, como en 1948, los árabes desaparezcan más allá de las fronteras. Para la extrema derecha, no hay que esperar a que se produzca el milagro cuando los palestinos se organizan en movimientos de liberación nacional y de resistencia a la ocupación sionista; en consecuencia, hay que planificar el desalojo de la población. Los partidarios más reconocidos del desalojo no vienen de la derecha tradicional sino del Palma'h, las tropas de elite de la izquierda sionista. En efecto, los Zeevi, los Eitan los Rabin, fueron quienes planificaron y ejecutaron la política de desalojo en 1948 y, quienes desde entonces no han dejado de soñar con lo que para ellos representa el acto formador del Estado judío.

Los laboristas y, en general la izquierda sionista, quieren la separación sin violencia ("transferir a la población no es realista", dicen), un Estado judío [7] y democrático. Es por ello que [la izquierda sionista] prefiere menos territorio que un Gran Israel con un millón y medio de árabes palestinos. La izquierda sionista (Paz Ahora, Meretz) se ha distinguido en el curso de los últimos diez años por eslóganes del tipo: "Queremos la paz con los palestinos porque es el único modo de alcanzar la separación"; "debemos abandonar los Territorios Ocupados porque no queremos un millón y medio de palestinos en nuestro seno"; "el peligro demográfico el más grave de los problemas de seguridad"; y sobre todo: "un Estado con un millón y medio de palestinos no será ni judío ni democrático".

La Declaración de Principios de Oslo constituye, después del desalojo de 1948, la victoria más clamorosa del sionismo pues permite mantener el control y proseguir la colonización de los TTOO a la vez que asegura una separación entre las dos comunidades que contrariamente al apartheid sudafricano, no ha sido impuesto a los palestinos sino aceptado por su dirección nacional como un elemento de su liberación y de su soberanía. No se puede excluir la hipótesis de una nueva partición de Palestina entre dos Estados soberanos y esta es ciertamente la apuesta que Yaser Arafat y sus colegas hicieron cuando aceptaron firmar la DPO y los Acuerdos de El Cairo. Por tanto, el año que acaba de transcurrir no deja resquicio a la duda: lo que se pone en marcha tras la firma de la DPO no es el embrión de un Estado palestino soberano, sino un sistema de apartheid basado en bantustanes gestionados por una administración y una policía palestinas. El control y la fuente de autoridad siguen en las manos del Estado de Israel que delega una parte de sus poderes a la Autoridad Palestina (AP). Cuando quiere, el gobierno hace entrar sus tropas en los territorios palestinos autónomos; cuando quiere, abre o cierra las fronteras entre esos territorios e Israel; cuando quiere y en función de las necesidades de su mercado laboral, autoriza a un cierto número de trabajadores palestinos a entrar en territorio israelí.

Todo esto recuerda naturalmente a África del Sur, con una diferencia: a la inversa de múltiples tentativas anteriores, es el propio movimiento nacional palestino y no los colaboradores de la Liga de los pueblos o los notables pro-jordanos quien ha avalado el nuevo sistema de apartheid. Como si Nelson Mandela y el Congreso Nacional Africano hubiesen aceptado jugar el papel de Buthelezi.

Para Rabin y su equipo, el sistema puesto en marcha por la DPO es ideal pues permite mantener el gran Israel, que incluye el conjunto de las colonias de población [judía] en Gaza y Cisjordania. Este sistema crea una separación entre israelíes y palestinos, lo que garantiza el carácter judío del Estado de Israel y obtiene la aceptación de la OLP de este sistema de apartheid, confiriéndole un carácter democrático ("Es la elección de la dirección legítima y reconocida de los propios palestinos").

El Estado nacional judío en el gran Israel toma forma de una separación sin partición, es decir, una realidad binacional regida por un sistema de apartheid. Es menos eficaz que el desalojo pero ciertamente más realista, al menos, por el momento.

El principio de simetría

Desde 1967, la OLP fundó diferentes programas propuestos para resolver el conflicto israelo-palestino basados en el principio de igualdad. Una persona, un voto, esta era la fórmula que emergió del programa para una Palestina democrática y no confesional para musulmanes, cristianos y judíos. La debilidad de esta fórmula -evadir el carácter nacional de la cuestión israelí y, por ello, la necesidad de una solución que reconociese los derechos nacionales de los israelíes- fue corregida en diversos programas que desarrollaron el concepto de una Palestina binacional. Tanto en un caso como en el otro se mantiene a la vez un cuadro unitario y una igualdad entre las diferentes comunidades (nacionales o étnico-religiosas) que habitan Palestina.

Al proponer su compromiso histórico en el curso del Consejo Nacional Palestino de 1988, la OLP aceptó el principio de la partición, asimismo basado en el principio de igualdad: dos naciones, dos Estados. La respuesta del gobierno israelí a este compromiso histórico, la que se define después del 13 de septiembre, se basa en el principio de desigualdad. Israel mantiene el poder y concede a los palestinos el derecho de administrar sus asuntos internos, es decir, el derecho a la autonomía.

El concepto de autonomía no es nuevo pero la utilización que de él hace el régimen sionista es original. La autonomía es un derecho acordado con una minoría en favor de sus derechos civiles. Es la igualdad más la autonomía con el fin de garantizar sus especificidad cultural o nacional. En el caso israelí, es la autonomía en lugar de la igualdad. En lo que concierne a la aplicación del principio de igualdad respecto a la cuestión israelo-palestina, sólo existe una alternativa: la de la autodeterminación nacional, es decir, un Estado nacional israelí y un Estado nacional palestino, o la del Estado unitario y binacional. La autonomía palestina tal y como se diseña en la actualidad es el reconocimiento de una minoría en el marco del Estado judío sin reconocerle los derechos civiles ni el derecho a la autodeterminación.

El periodista Yair Sheleg resume perfectamente ese principio que guía la DPO:

"Hay que acabar con el modelo de compromiso territorial y volver al viejo modelo, elaborado por Dayan y Peres de compromiso funcional [...]. No hay razón para oponerse a la existencia de símbolos como una bandera, un himno nacional, una moneda o los sellos; ni tampoco hay razón de alterarse si los palestinos denominan a eso un Estado; pero es imperativo que no tengan soberanía sobre el territorio. [...] La situación muy particular que caracteriza las relaciones entre nosotros y los palestinos, es decir, entre dos pueblos que reivindican exactamente la misma tierra, no puede ser resuelta, como en el caso de las negociaciones entre dos Estados 'normales', por un trazado de fronteras. Este es un conflicto intercomunitario que exige no la delimitación de una frontera geográfica sino la delimitación de responsabilidades" [8].

La soberanía para Israel y la administración cotidiana para los palestinos y, si insisten, una banda militar y desfiles.

Cada vez parece más posible que "la situación muy particular que caracteriza las relaciones entre israelíes y palestinos" convierta la partición en caduca. Después de más de diez años el investigador Meron Benvenisti no cesa de clamarlo cuando habla de una situación irreversible creada por más de dos décadas. Si ese es el caso, la labor de los verdaderos pacifistas israelíes consiste en poner en el orden del día la igualdad de derechos civiles y nacionales.

En efecto, mientras la ocupación no se enmascaró de proceso de paz se podía poco a poco convencer a una parte de la opinión pública israelí de que la retirada de los TTOO era necesaria para lograr poner fin a una situación que se hacía cada vez más difícil para la población israelí. La retirada de los TTOO parecía la única alternativa a la ocupación. Con la DPO, la situación se complicó: la retirada de las fuerzas armadas israelíes de zonas habitadas -y todo indica que esta parte de la DOP será, pronto o tarde aplicada por el gobierno de Rabin porque es el interés de su gobierno y de su ejército- redujo sensiblemente el precio pagado por Israel por mantener su control sobre el conjunto de Palestina; la colaboración de la OLP en el proceso iniciado en Oslo creó la ilusión de que la ocupación tocaba a su fin.

La lucha contra la ocupación que se había identificado contra la lucha por la partición, se convirtió en un combate por la separación. El bloqueo criminal de los TTOO que desmantela el tejido social, económico y nacional palestino se presenta como un factor de progreso ya que significa más separación. Paralelamente y con el fin de justificar el mantenimiento de la ocupación por un periodo indeterminado, la mayoría de los israelíes subrayan la imposibilidad de crear una frontera según las líneas del armisticio en vigor hasta el 5 de junio de 1967. En otros términos, en Israel se ha creado un nuevo consenso, esta vez a favor del sistema de apartheid: Estado judío más separación en el Gran Israel. Este nuevo consenso y, sobre todo la realidad que parece instalarse a fin de siglo, exige para los palestinos en primer lugar pero también para todos aquellos que en Israel rechazan ser cómplices, hacer un nuevo viraje estratégico y retornar a lo que fue siempre la elección de los palestinos y de los progresistas israelíes: un Estado democrático y binacional.

Mientras que la separación significa la soberanía nacional sobre un territorio independiente, no se puede ignorar el aspecto retrógrado que esconde este concepto. Después de la DPO, el principio de separación no se adorna ya de los atractivos del derecho a la autodeterminación sino que se revela como una decisión unilateral de exclusión. Si en 1947 los palestinos rechazaron la partición, tras el compromiso histórico de 1988, se constata que Israel no lo había aceptado más que en la medida en que en Tel Aviv se sabía que los palestinos lo rechazarían. Una vez aceptada por los palestinos, los dirigentes israelíes rechazan la partición. Ha llegado pues el momento de ir más allá de las mitificaciones ideológicas para aprehender la realidad material: el gran Israel existe y es un Estado judío. El combate del próximo decenio será el combate contra el apartheid y por un Estado democrático y binacional.


Notas:

1. Leo Pinsker, en su obra Auto-émancipation, explica que el antisemitismo es un fenómeno genético en el sistema biológico de los no judíos.
2. Golda Meir llegó a declarar que mucho del antisemitismo era negativo pues desembocaba en la destrucción de los judíos, pero que la ausencia de antisemitismo lo era igualmente, pues amenazaba con la asimilación y que por tanto debía de existir una cierta dosis de antisemitismo.
3. Herzl no dudó en negociar con el ministro antisemita ruso Plehve argumentando que más allá de la defensa de los intereses de Rusia en la región, el sionismo sería un buen medio para desembarazarse de los judíos.
4. Hace tres años, el director general del Departamento de inmigración de la Agencia Judía, que había sugerido un puente aéreo para hacer venir en algunos días a la comunidad judía de una de las repúblicas asiáticas de las ex URSS donde se estaban llevando a cabo combates entre dos etnias rivales, respondía a un periodista de la televisión israelí que le preguntaba si esos judíos habían sido consultados sobre su venida a Israel: "No merece la pena preguntarles, ¿quién no querría regresar a su patria?"
5. Akiva Orr: "Generations and cultures in Israel", ISRACA, Janvier, 1973
6. Knesset Debates, vol. 13, p. 770, debate del 9 de febrero de 1970.
7. En 1988, la campaña electoral del partido Laborista mostraba mujeres árabes encinta y explicaba que era necesaria una frontera entre israelíes y palestinos para contener el peligro demográfico. Esta campaña dio un mandato suplementario al partido del transfer de Rehav'am Zeevi.
8. Haaretz, 29 de noviembre de 1994.



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