Palestina


*Phil Reeves es periodista del diario británico The Independent.

PALESTINA


De entre las ruinas de Jenín

Phil Reeves*

The Independent, 16 de abril de 2002
Traducción: CSCAweb (www.nodo50.org/csca)

"Kamal Anis, un joven callado y de mirada triste, nos guía por esta tierra yerma, llena ahora de restos de lo que algún día fueron hogares, de caucho, ropa rasgada, zapatos, latas, juguetes... De pronto, Kamal se detiene. Esto ha sido una fosa común, me dice, señalándola con el dedo"

Finalmente ha salido a la luz el monstruoso crimen que Israel ha intentado encubrir. Las tropas israelíes han devastado el centro del campamento de refugiados de Jenín, zona a la que ayer tuvo acceso The Independent, donde miles de personas siguen viviendo entre las ruinas.

Una zona habitable con una anchura de apenas un kilómetro ha sido reducida a escombros. El terrorífico y dulzón hedor que despiden los cuerpos de seres humanos en descomposición está por todas partes, prueba de que esto es un cementerio humano. La gente, que ha pasado varios días escondida en plantas bajas y sótanos, apiñados en una sola habitación mientras las bombas no dejaban de caer, asegura que hay cientos de cadáveres enterrados bajo los escombros, en los que se pueden ver la impronta dejada por los tanques y bulldozer israelíes.

En un edificio medio derruido, comido por las llamas, yace el cadáver de un hombre cubierto por una alfombra. Está totalmente cubierto de moscas. En otro edificio hemos hallados los restos de Ashraf Abu Hejar, de 23 años de edad, cuyo cuerpo yace bajo las ruinas de una habitación ennegrecida por el fuego que se derrumbó encima de Ashraf tras haber sido bombardeada con un misil. La cabeza de Ashraf está apergaminada, reducida, ennegrecida. En otra habitación yacen, cubiertos por unas mantas, cinco hombres que llevan largo tiempo muertos.

Kamal Anis, un joven callado y de mirada triste, nos guía por esta tierra yerma, llena ahora de restos de lo que algún día fueron hogares, de caucho, ropa rasgada, zapatos, latas, juguetes... De pronto, Kamal se detiene. Esto ha sido una fosa común, me dice, señalándola con el dedo.

Nos quedamos mirando un montón de escombros. Aquí, me dice Kamal, los soldados israelíes apilaron 30 cadáveres, dentro de una casa medio derruida. Cuando terminaron de apilarlos, arrasaron el edificio con sus bulldozer; los cuerpos quedaron cubiertos por los escombros. Después, allanaron la zona con un tanque. No pudimos ver los cuerpos. Pero podíamos olerlos.

Hace algunos días, quizás no habríamos creído a Kamal Anis. Pero las descripciones ofrecidas por muchos otros refugiados que escaparon del campamento de Jenín han sido bastante comedidas y no, como muchos temían e Israel quería hacernos creer, simples exageraciones. Las historias que me contaron no me prepararon para lo que vi ayer. Ahora les creo.

Harat al-Hawshim

Hace dos semanas, había varios cientos de casas apiñadas en este barrio llamado Harat al-Hawashim. Ya no están ahí.

Alrededor de las ruinas del centro, hay cientos y cientos de hogares medios destruidos. Gran parte del campamento, que albergaba a 15.000 refugiados palestinos de la guerra de 1948, se cae a trozos. Todas y cada una de las paredes están salpicadas de agujeros de bala y metralla, testimonio de la terrible y aleatoria capacidad militar de disparo de los helicópteros Cobra y Apache que cubrieron el cielo del campamento.

Hay hileras enteras de edificios destrozados. Muebles baratos, colchones, sillas de plástico blancas... todo yace esparcido en la calle. Todos los edificios tienen señales gigantes, carbonizadas, de haber recibido el impacto de un misil lanzado desde algún helicóptero. Anoche, todavía había muchas familias y niños llorando que vivían entre las ruinas, sin acceso a la ayuda humanitaria. Como si de un mal presagio se tratara, no encontramos a ningún herido, pese a que llegaron informes de que un hombre había sido rescatado de ente las ruinas apenas una hora antes de nuestra llegada.

Los que no se marcharon del campamento o no fueron detenidos por el Ejército han sufrido los bombardeos escondidos en sótanos, sufriendo atrozmente un día sí, y otro también. Ha habido gente a quienes los soldados obligaron a entrar en una habitación, que se iban abriendo camino por entre las casas atravesando las paredes. Naciones Unidas dice que la mitad de los habitantes del campamento de 15.000 habitantes tenía menos de 18 años. Mientras la noche cubría con su silencio este campo de la muerte, podíamos oír el parloteo de los niños. Las mezquitas, antes tan ruidosas a la hora del rezo, guardaban silencio.

Ayer, Israel intentaba encubrir todas estas escenas. No permitió la entrada de las ambulancias de Cruz Roja durante más de una semana, violando así las Convenciones de Ginebra. Ayer, siguió intentando mantenernos fuera del campamento.

Jenín, al norte de la Cisjordania ocupada, sigue siendo una "zona militar cerrada", rodeada por tanques Merkava, jeeps del Ejército, y tanques armados. Los reporteros pillados en el interior del campo eran acompañados al exterior. Un día antes, las fuerzas israelíes permitieron a un escogido grupo de periodistas visitar una de las partes del campamento que había sido saneada. Nosotros caminamos campo a través; rápidamente, cruzamos un olivar donde había dos tanques israelíes, y entramos en el campamento.

Nos guiaban los gestos que con las manos nos hacían desde las ventanas. Las personas que estaban escondidas nos susurraban, dirigiéndonos a través de callejones estrechos donde no había peligro. Cuando se acercaba algún soldado, un dedo se levantaba para avisarnos, una mano se agitaba para decirnos que diéramos media vuelta. Gentes desesperadas por contarnos lo ocurrido nos dio la bienvenida. Nos hablaron de ejecuciones, de bulldozer destruyendo hogares en cuyo interior aún quedaba gente. Jamal Saleh, de 43 años de edad, me dijo: "Esto es una matanza perpetrada por Ariel Sharon. Ahora odiamos más que nunca a Israel. Mira este niño". Puso su mano sobre la cabeza despeinada de Mohammed, de ocho años de edad, hijo de un amigo. "Él ha visto toda esta maldad. Lo recordará todo". También lo recordaremos todos los que hemos sido testigos del horror del campamento de refugiados de Jenín. Los palestinos que pudieron entrar en el campamento ayer se quedaron sin palabras.

Rajib Ahmed, de la Agencia de la Energía Palestina, vino para intentar reparar la red eléctrica. Rajib temblaba, agitado y furioso. "Esto es una matanza. He venido aquí a ayudar, pero no he encontrado más que destrucción. Y si no, mírelo usted mismo". Todos tenían el mismo mensaje que transmitir: cuéntele todo esto al mundo.


.