Israel y Estados Unidos, una
relación única
James Petras
Traducción de Beatriz Morales
para CSCAweb
(www.nodo50.org/csca), 17 de enero de 2002
La relación entre
EEUU, una potencia global imperial, e Israel, una potencia regional,
nos proporciona un modelo único de relaciones interestatales.
En este caso, la potencia regional arranca un tributo,
libre acceso a los mercados norteamericanos, protección
en el extranjero a delincuentes ante procesos judiciales o extradición
a EEUU mientras estén implicados en espionaje persuasivo
y blanqueo de dinero. Además, Israel establece límites
de la política de EEUU en Oriente Medio en foros internacionales.
Es una relación estructuralmente histórica, que
no se basa ni en personalidades ni en configuraciones transitorias
de política de partido.
Las relaciones entre EEUU e Israel se han descrito de distintas
maneras. Los políticos se refieren a Israel como el mejor
aliado de EEUU en Oriente Medio, si no en el mundo. Otros lo
consideran un aliado estratégico. Algunos consideran que
Israel y EEUU comparten valores democráticos comunes en
la guerra contra el terrorismo. Dentro de la izquierda, los críticos
consideran a Israel una herramienta del imperialismo norteamericano
para minar el nacionalismo árabe, un baluarte contra el
terrorismo fundamentalista islámico. Unos pocos escritores
señalan en "exceso de influencia" que el gobierno
israelí ejerce en la política del gobierno norteamericano
a través de los poderosos lobbys y personalidades
judíos respecto a los medias y a círculos financieros
y políticos.
Aun cuando haya algo de verdad en lo anterior, existe un único
aspecto en esta relación entre una potencia imperial como
EEUU y una potencia regional como Israel. A diferencia de la
relación de Washington con la Unión Europea (UE),
Japón y Oceanía, Israel es quien presiona y obtiene
vastas transferencias de recursos financieros (2,8 mil millones
de dólares al año; 84 mil millones en 30 años).
Israel obtiene transferencias de los más modernos armamento
y tecnología, acceso sin restricciones a los mercados
de EEUU, libre acceso de emigrantes, el compromiso de apoyo incondicional
de EEUU en caso de guerra y represión del pueblo [palestino]
colonizado, y la garantía del voto de EEUU en contra de
cualquier resolución de Naciones Unidas (NNUU).
Desde el punto de vista de las relaciones entre Estados, la
potencia menor regional es la que arranca un tributo al
Imperio, un resultado aparentemente único o paradójico.
La explicación de esta paradoja se encuentra en el poderoso
e influyente papel de los judíos proisraelíes en
sectores estratégicos de la economía norteamericana,
partidos políticos, el Congreso y el poder Ejecutivo.
El equivalente más próximo con imperios del pasado
es el de los influyentes colonizadores blancos de las colonias,
que por medio de sus vínculos en el extranjero fueron
capaces de obtener subsidios y relaciones comerciales especiales.
Los colonos israelíes en EEUU han invertido
y donado miles de millones de dólares a Israel, en algunos
casos desviando fondos de las cuotas de los sindicatos de trabajadores
con bajos sueldos para comprar bonos israelíes empleados
para financiar nuevos asentamientos coloniales en los territorios
ocupados. En otros casos, el Estado de Israel ha protegido a
judíos fugitivos de la justicia norteamericana, especialmente
a riquísimos estafadores como Mark Rich, e incluso a gángsteres
y asesinos. Las ocasionales demandas oficiales de extradición
por parte de la justicia norteamericana han sido deliberadamente
ignoradas.
El imperio colonizado ha abandonado su línea para ocultar
su sumisión ciega a su supuesto aliado, pero poder hegemónico
de hecho.
La relación entre EEUU e Israel es la primera de la
historia contemporánea en la que el país imperial
encubre un importante ataque militar deliberado de un supuesto
aliado. En 1967 el U.S. Liberty, un barco de comunicaciones
y de reconocimiento, fue bombardeado y destruido durante casi
una hora por aviones de combate israelíes en aguas internacionales,
lo que provocó cientos de muertos y heridos entre los
marineros y oficiales [1]. Mensajes por radio israelíes
interceptados así como el hecho se que se mostrara muy
claramente la bandera norteamericana demuestran que fue un acto
deliberado de agresión. Washington actuó como habría
actuado cualquier dirigente del tercer mundo ante un embarazoso
ataque a su hegemonía: silenció a sus oficiales
de marina que habrían sido testigos del ataque y aceptó
discretamente una compensación y una disculpa formal.
Aparte del hecho de que esto fuera una acción sin precedentes
en las relaciones militares y diplomáticas de EEUU con
cualquier aliado, no se conoce ningún caso de un país
imperial que encubra un ataque de un aliado regional. Muy al
contrario, a circunstancias similares han seguido respuestas
diplomáticas y militares belicosas.
En ningún caso se puede explicar esta aparente anomalía
por medio de la debilidad militar o la ineficacia diplomática:
el armamento de Washington es claramente superior y sus diplomáticos
son capaces de elevar una enérgica protesta ante aliados
o adversarios cuando existe voluntad política. El lobby
judío-norteamericano, los congresistas, los medias y los
magnates de Wall Street estratégicamente situados en el
sistema político económico de EEUU, garantizaron
que el Presidente Johnson actuara dócilmente [2]. Ni fueron
necesarias presiones directas porque un liderazgo político
hegemónico actúa, aparentemente, según sus
propias creencias una vez aprendidas la reglas del juego político.
La relación entre EEUU e Israel es una relación
única, que ni siquiera un ataque militar no provocado
puede poner en cuestión. Como todos los poderes hegemónicos,
Washington amenazó a los testigos de la marina norteamericana
con un juicio militar si hablaban mientras que mimaban a sus
agresores en Tel Aviv.
Los casos Pollard y Rich
Otro ejemplo de la asimétrica relación se encuentra
en uno de los principales casos de espionaje durante la Guerra
Fría que implica a un agente israelí, Jonathan
Pollard, y al Pentágono. Pollard robó y duplicó
durante varios grupos de documentos reservados sobre el servicio
inteligencia norteamericano, la contrainteligencia, planes estratégicos
y armamento militar, y los puso en manos israelíes. Fue
el caso de espionaje más importante llevado a cabo contra
EEUU por cualquier aliado en la historia reciente. Pollard y
su mujer fueron declarados culpables. El gobierno norteamericano
protestó en privado al israelí. Los israelíes,
por otra parte, organizaron, por medio de sus aliados judío-norteamericanos,
un lobby para hacer propaganda a su favor. Finalmente,
todos los principales dirigentes israelíes e integrantes
de los lobbys judío-norteamericanos hicieron campaña
a favor de su perdón y estuvieron a punto de lograrlo
con el presidente Clinton.
La desigual relación se hace claramente patente en
el caso de un importante fugitivo de la justicia, Mark Rich.
Financiero y comerciante, el tribunal federal norteamericano
lo condenó por diversos casos de clientes estafados y
timados. Huyó a Suiza y posteriormente obtuvo el pasaporte
y la ciudadanía israelí al invertir fuertes cantidades
de su mal adquirida fortuna en industrias y obras benéficas
israelíes. A pesar de la gravedad de su delito, Rich se
codeó con los principales líderes en Israel y con
su elite económica. En el año 2000 e primer ministro
israelí y numerosas personalidades judías pro-israelíes,
incluyendo a la ex-esposa de Rich, convencieron a Clinton de
que lo perdonara. Mientras se alzaba un protesta por la relación
entre el perdón de Rich y la contribución de su
esposa con más de 100.000 dólares al Partido Demócrata,
la subyacente relación de subordinación a la influencia
israelí y al poder del lobby israelí en
EEUU se hacía claramente más importante. Vale la
pena señalar que es extraordinariamente poco frecuente
que un presidente de EEUU consulte a un gobernante extranjero
(como hizo Clinton con Barak) en relación a un estafador
convicto. No tiene precedentes el perdonar a un acusado fugitivo
de la justicia y que nunca cumplió condena.
El poder de Israel se manifiesta en los numerosos peregrinajes
anuales que influyentes políticos norteamericanos hacen
a Israel para declarar su lealtad al Estado israelí, incluso
durante periodos de represión intensiva de los rebeldes.
Por el contrario, los sátrapas norteamericanos del mini-imperio
israelí aplaudieron la invasión del Líbano
por parte del Estado judío, su sangrienta represión
de la primera y segunda Intifada y se opusieron a cualquier mediación
internacional para prevenir más masacres israelíes,
sacrificando así la credibilidad en NNUU.
En las votaciones en NNUU, incluso en el Consejo de Seguridad,
a pesar de la abrumadora evidencia de violaciones de los derechos
humanos presentada por los aliados de la UE, Washington ha trabajado
duro en servicio de su hegemonía. Sacrificando su credibilidad
internacional y distanciándose deliberadamente de otras
150 naciones, Washington calificó las críticas
al racismo israelí de antisemitismo. Esto no constituye
el punto culminante del servilismo de Washington ante Israel.
El caso más reciente y quizá más importante
del servilismo de Washington sucedió en los meses anteriores
y posteriores al ataque del 11 de septiembre al World Trade Center
y al Pentágono. El 12 de diciembre de 2001, los informativos
de la Fox supieron por fuentes del servicio de inteligencia de
EEUU e investigadores federales que desde el 11 de septiembre
habían sido detenidos 60 israelíes implicados en
una campaña mantenida durante largo tiempo para espiar
a funcionarios del gobierno norteamericano. Muchos de estos detenidos
son agentes israelíes activos, militares o de la inteligencia.
Fueron arrestados según la Ley Patriótica antiterrorista.
Muchos fueron descubiertos en el detector de mentiras al responder
a preguntas relativas a actividades de vigilancia contra y en
EEUU. Con mayor gravedad, investigadores federales creen con
razón que los agentes israelíes habían recopilado
previamente informaciones acerca de los atentados del 11 de septiembre
y que no informaron a su aliado de Washington. El grado de implicación
de Israel en el 11 de septiembre es un secreto celosamente guardado.
Un importante investigador federal dijo a los informativos de
la Fox que existen "conexiones". Cuando se le pidió
que diera detalles, el investigador federal se negó: "las
pruebas que vinculan a estos israelíes con el 11 de septiembre
están clasificadas. No puedo hablarles de las pruebas
que se han reunido. Es información clasificada".
Nada como este caso de espionaje israelí ejemplifica
el poder que Israel tiene sobre Washington. Incluso en el caso
del peor bombardeo en la historia de EEUU Washington suprime
pruebas reunidas federalmente que vinculan a conocidos espías
israelíes con posibles pruebas de un conocimiento previo.
Es evidente que estas pruebas pueden plantear preguntas acerca
de los vínculos y lazos entre elites políticas
y económicas así como minar las relaciones estratégicas
en Oriente Medio. Lo que es más importante, puede enfrentar
a la Administración Bush con el lobby judío
norteamericano y su poderosa red formal e informal en los medias,
las fianzas y el gobierno. Los informativos de la Fox obtuvieron
numerosos documentos clasificados de investigadores federales,
probablemente frustrados por el encubrimiento del espionaje israelí
por parte de dirigentes políticos en Washington. Estos
documentos revelan que incluso antes del 11 de septiembre, al
menos otros 140 israelíes habían sido detenidos
o arrestados en una investigación secreta sobre el espionaje
israelí, a gran escala y durante muchos años, en
EEUU. Ninguno de los principales medias escritos o electrónicos
informó de estas detenciones. Ni el presidente ni ninguno
de principales figuras de Congreso habló acerca de los
continuos y persuasivos esfuerzos de Israel por obtener la clave
militar y de la inteligencia de EEUU.
Los documentos clasificados detallan "cientos de incidentes
en ciudades y pueblos por todo el país", que los
investigadores aseguran que pueden ser una creciente actividad
de la inteligencia israelí organizada. Según los
documentos federales citados por los informativos de la Fox,
los agentes israelíes se centraron y penetraron en bases
militares, en la DEA [Agencia contra la droga], en el FBI y en
docenas de centros gubernamentales e incluso en oficinas secretas
y domicilios particulares (no incluidos en ninguna guía)
de personal de los departamentos de justicia e inteligencia.
El documento de la General Accounting Office [Oficina
General de Cuentas] -una sección de investigación
de Congreso norteamericano- se refiere a Israel como "País
A" y afirma que "el gobierno del País A lleva
a cabo la más agresiva operación de espionaje contra
EEUU de todos los países aliados de EEUU". Un informe
de la Inteligencia de Defensa afirma que Israel tiene una "voraz
apetito de información (...). Recopila agresivamente tecnología
militar e industrial, y EEUU es su principal prioridad".
El Informe de los informativos de la Fox escrito por Carl
Cameron apareció en Internet un día (el 12 de diciembre
de 2001) y luego desapareció; no hubo continuación.
Ninguno de los demás medias aprovechó este importante
informe sobre espionaje. Es indudable que la poderosa influencia
proisraelí sobre los medias tuvo que ver con ello.
Más significativamente que la "presión"
directa, la hegemonía israelí "persuade",
"intimida" a los medias y a los dirigentes políticos
para que actúen con la mayor discreción restringiendo
la apropiación israelí de información estratégica.
Mientras que la red de agentes israelíes a veces es
objeto de arrestos, interrogatorios y expulsiones, el Estado
israelí y sus ministros en activo nunca son condenados
públicamente, ni hay nunca respuesta oficial alguna como
la simbólica retirada temporal del embajador norteamericano.
El paralelismo más cercano con el comportamiento estadounidense
respecto a los espías israelíes es la respuesta
que tiene los países pobres y dependientes del Tercer
Mundo ante espionaje norteamericano. En este contexto, los dóciles
gobernantes piden discretamente al embajador que refrene a algunos
de los más agresivos agentes.
Después del 11 de septiembre, por todo el Oriente árabe
circularon rumores de que el bombardeo había sido una
conspiración israelí para incitar a Washington
a atacar a sus adversarios árabe-musulmanes. Estas noticias
y sus autores sólo proporcionaron pruebas circunstanciales,
a saber, que la campaña antiterrorista de Bush legitimaba
la represión "antiterrorista" de los palestinos
por parte de Sharon. Las noticias que implicaban a Israel fueron
completamente descartadas por todos los medias y dirigentes
políticos del espectro. Los investigadores federales norteamericanos
revelan ahora que Israel pudo haber tenido noticias del ataque
antes de que éste ocurriera y no informar de ello.
Esto plantea la cuestión de la relación entre
terroristas árabes y los servicios de información
israelíes. ¿Penetraron los israelíes en
el grupo u obtuvieron información acerca de ellos? La
información confidencial de los investigadores federales
podría posiblemente clarificar estas vitales cuestiones.
Pero, ¿se hará alguna vez pública esta información
confidencial? Lo más probable es que no, por la sencilla
razón de que pondría de manifiesto la influencia
israelí en EEUU por medio de sus agentes secretos y, más
importante, de sus poderosos lobby en el extranjero y
de sus aliados en el gobierno y las finanzas. La ausencia de
cualquier declaración pública concerniente al posible
conocimiento israelí del 11 de septiembre es muestra de
la vasta, omnipresente y agresiva naturaleza de sus poderosos
defensores de la diáspora. Dada la enorme importancia
económica y política que los medias han
otorgado al 11 de septiembre, y los aplastantes poderes, fondos
e instituciones creados en torno a la cuestión de la seguridad
nacional, es sorprendente que no se haya mencionado a las redes
de espionaje israelí que operan en las más delicadas
esferas del antiterrorismo norteamericano. Por supuesto, esto
no es sorprendente si comprendemos correctamente la "relación
única" entre el imperio norteamericano e Israel,
una potencia regional.
Cuestiones teóricas
La relación entre EEUU, una potencia global imperial,
e Israel, una potencia regional, nos proporciona un modelo único
de relaciones interestatales. En este caso, la potencia regional
arranca un tributo (2,8 mil millones de dólares en contribuciones
directas del Congreso norteamericano), libre acceso a los mercados
norteamericanos, protección en el extranjero a delincuentes
judíos ante procesos judiciales o extradición a
EEUU mientras estén implicados en espionaje persuasivo
y blanqueo de dinero. Además, Israel establece límites
de la política de EEUU en Oriente Medio en foros internacionales.
La hegemónica posición israelí ha perdurado
tanto bajo la presidencia republicana como bajo la demócrata,
durante casi medio siglo. En otras palabras, es una relación
estructuralmente histórica, que no se basa ni en personalidades
ni en configuraciones transitorias de política de partido.
La primera proviene del hecho de que el Estado territorial
israelí tiene poco poder de persuasión, alcance
económico o influencia militar, en comparación
con las principales potencias (Europa y EEUU). El poder de Israel
se basa en la diáspora, las muy bien estructuradas y política
y económicamente poderosas redes judías que tiene
acceso directo e indirecto a centros de poder y de propaganda
en el más poderoso país imperial del mundo. El
tributo es la exacta vía de influencia de esos "colonialistas
internos" que operan en el nivel de los fabricantes de opinión
en los medias y vía el Congreso y la presidencia. Cerca
del 50% de los fondos del Partido Demócrata procede de
judíos proisraelíes. Por cada dólar gastado
por las redes judías para influenciar el voto, el Estado
de Israel recibe 50 en ayudas para financiar la construcción
y para armar los asentamientos coloniales en los Territorios
Ocupados, incluyendo piscinas, jardineros rumanos y doncellas
filipinas.
Por medio de las redes en el extranjero, el Estado israelí
puede intervenir directamente y establecer los parámetros
de la ayuda exterior norteamericana en Oriente Medio. Las redes
en el extranjero desempeñan un papel principal en perfilar
el debate interno sobre a la política norteamericana respecto
a Israel. La propaganda que asocia la represión israelí
de los palestinos a una respuesta justificada de las víctimas
del Holocausto ha sido repetida y divulgada por todos los medias.
Desde las cumbres de las redes a las salas de juntas de los abogados
y las salas de espera de los médicos los que apoyan la
red tildan agresivamente de antisemita a cualquier voz crítica.
Por medio de la intimidación local y de maliciosas intromisiones
en las profesiones, los fanáticos defienden la política
israelí y a sus dirigentes, aportan dinero, organizan
a los votantes y se infiltran en los despachos. Una vez ahí
sintonizan con las necesidades de la política israelí.
El fenómeno de expatriados extranjeros que tratan de
influir en una potencia imperial no es un fenómeno exclusivamente
judío. Pero en ningún otro caso tiene conexiones
dirigidas a establecer una relación hegemónica
duradera: EEUU, imperio colonizado por un poder regional, paga
tributo a Israel y está sometido a las anteojeras ideológicas
de estos colonos extranjeros.
Muchas preguntas permanecen sin respuesta mientras el Imperio
prosigue agresivamente su expansión militar y las voces
internas de la represión reducen los términos del
debate público.
Al tiempo que estos colonos extiende su influencia
por las esferas política e intelectual, se sienten mas
seguros reafirmando la superioridad israelí sobre EEUU,
especialmente en los ámbitos de la coacción política
y la guerra. Se jactan descaradamente de la superioridad del
sistema de seguridad israelí, de sus métodos de
interrogatorio, incluyendo sus técnicas de tortura, y
piden que EEUU siga la agenda de guerra Israel en Oriente Medio.
Seymour Hersch insta al FBI y a la Agencia de Inteligencia
norteamericanos para que siga la práctica de la policía
secreta israelí de usar o amenazar con tortura a los familiares,
padres incluidos, de los sospechosos de terrorismo. Richard Perle,
que tiene una gran influencia en el Departamento de Defensa de
Rumsfeld, aboga por la táctica israelí de bombardeos
ofensivos a los adversarios. "En 1981 los israelíes
se enfrentaron a una decisión urgente: ¿debían
permitir que Sadam Husein abasteciera de combustible a un reactor
nuclear construido por Francia cerca de Bagdad, o destruirlo?
Los israelíes decidieron atacar preventivamente. Todo
lo que sabemos (sic) acerca de Sadam Hussein obliga (sic)
al presidente Bush a tomar una decisión similar: emprender
una acción preventiva o esperar, posiblemente hasta que
sea demasiado tarde" [3].
Otro prominente colono, el senador Joseph Lieberman, hizo
un llamamiento para que EEUU bombardeara Siria, Iraq e Irán
tras el 11 de septiembre, haciéndose eco del consejo del
primer ministro Sharon al presidente Bush. Alan Dershowitz, profesor
de derecho en Harvard, refrendó públicamente la
represiva legislación en EEUU, cuyo modelo era el sistema
israelí de detención ilimitada de palestinos.
Los colonos subordinan la política norteamericana a
las necesidades de la política exterior israelí,
independientemente de las circunstancias y de los extremos a
los que les empuja la política colonial israelí.
Además, como representantes del poder hegemónico
en EEUU, tratan incluso de microcontrolar medidas de seguridad
-tortura en los interrogatorios- al tiempo que se convierten
en vociferantes defensores de una guerra generalizada en Oriente
Medio. Los colonos han influido con éxito en el gobierno
de EEUU para que bloquee cualquier iniciativa de la UE respecto
a una mediación inmediata, al tiempo que EEUU auspiciaba
el Plan Mitchell, que recomendaba observadores de paz.
En resumen, a pesar de sus intranscendentes y puntuales críticas
a los excesos de Israel, EEUU no sólo ha sido un defensor
incondicional de Israel, sino que ha hecho lo mismo, en el contexto
de la sangrienta y prolongada represión y ocupación
de los territorios palestinos, de las que Washington es cómplice.
La hegemonía israelí sobre EEUU a través
de sus colonos es un arma formidable para neutralizar a los aliados
de EEUU de la OTAN, a los clientes del petróleo árabe,
a la vasta mayoría de la Asamblea General de NNUU e incluso
a su propio público en determinados asuntos de Oriente
Medio.
Más peligroso todavía es la paranoia irracional
que los colonos transfieren de la política israelí
a EEUU. Todos los árabes son sospechosos. Se debe a amenazar
a los adversarios de Oriente Medio, si no bombardearlos. Se deben
establecer tribunales militares secretos y la justicia sumaria
para los sospechosos de terrorismo. Los medias están especialmente
puestos a punto para recoger el síndrome de paranoia israelí:
magnificando cada amenaza, mostrando la resolución y eficiencia
israelí frente a los terroristas árabes. El estilo
paranoico de la política ha llevado a los ataques israelíes
a países árabes en Oriente Medio, al espionaje
en EEUU, a la compra ilegal de armas nucleares en EEUU y a una
violencia sin tregua contra los palestinos y los libaneses. El
peligro es que la asimilación del estilo paranoico por
parte de EEUU tiene enormes consecuencias, no sólo para
Oriente Medio, sino para el resto del mundo y para las libertades
democráticas en EEUU.
Lo que los intelectuales colonos y otros publicistas israelíes
olvidan mencionar es que la política de seguridad israelí
es un completo desastre: estaciones de autobús, centros
comerciales, hoteles de cinco estrellas, pizzerías y todas
sus fronteras han sido atacados, y cientos de ciudadanos israelíes
han sido asesinados o heridos. Miles de israelíes cultos
huyen del país precisamente a causa de la inseguridad
y de la proximidad de la violencia que ni el Shin Ben,
ni el ejército, ni los colonos son capaces de impedir.
Ciegos ante los fallos de la seguridad israelí, los
colonos insisten en crear condiciones para la represión
interna y la guerra externa. Dado su influyente papel en los
medias, su importancia en las páginas de opinión
y en los editoriales de los más prestigiosos periódicos,
el mensaje de los colonos llega mucho más allá
de su limitado número y de su mediocridad intelectual.
Posición y dinero pueden compensar sus patologías
sicológicas y políticas así como anular
cualquier escrúpulo acerca de lealtades dobles.
Notas:
1. James Bamford,
Body of secrets. Doubleday: New York, 2001. pp.: 187-239.
2. Muchos judíos no están de acuerdo con aspectos
particulares de la política israelí y no aprueban
el incondicional apoyo del lobby judío-norteamericano
a Israel. Pero sus voces no se escuchan y en la mayoría
de los casos tienen escasa o nula influencia en la política,
los media y en la economía.
3. New York Times, 28 de diciembre de 2001, pág.
19.
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