Los discapacitados del otro
lado
Gideon Levy*
Artículo publicado en Ha'aretz,
30 de diciembre de 2001
Traducción: CSCAweb, 4-01-2002
Israel no puede declararse
inocente frente al sufrimiento de los discapacitados palestinos.
Además del penoso hecho de que un gran porcentaje de estas
personas hayan resultado heridas sin haber hecho nada, sino más
bien por obra y gracia de la insufrible manía de los soldados
y policías de fronteras israelíes de disparar alegremente,
las autoridades judiciales y el ministerio de defensa se han
concentrado en la elaboración de una nueva ley de compensaciones
que bloqueará por completo cualquier tipo de ayuda para
los palestinos que hayan sido heridos sin razón aparente
Majad Jalad apenas puede moverse dentro de su propia casa.
Majad, de Tulkarem, tiene cinco años y medio. Un soldado
israelí le disparó en el estómago el pasado
mes de agosto en un control de carreteras mientras viajaba en
el coche de su abuelo para visitar a sus primos, que viven en
el pueblo de al lado. Todos los órganos internos de Majad
quedaron destrozados a consecuencias del incidente. Tras recibir
tratamiento en la unidad de cuidados intensivos del Centro Médico
Sheba (en Tel Hashomer), fue enviado de vuelta a casa, donde
recibe los cuidados de su madre y de su abuelo.
Majad necesita rehabilitación debido a la gravedad
de las heridas sufridas. El lugar más cercano en el que
puede seguir el tratamiento es el Centro de Rehabilitación
Abu Raya en Ramallah. El camino desde Tulkarem hasta Ramallah
(ambas ciudades asediadas) es tortuoso y difícil, y el
pequeño no siempre puede llegar hasta allí.
Jihad Abu Rabia vive en el campamento de refugiados de Jalazun
cerca de Ramallah; lleva discapacitado tres años. Tenía
15 años cuando un policía israelí de fronteras
le disparó en la cabeza mientras huía. Todavía
está parcialmente paralizado, no puede hablar, y sufre
de incontinencia. Casi nunca sale de su pobre hogar del campamento
de refugiados. Su padre trabaja limpiando en el campamento, y
su madre limpia las oficinas locales de la Autoridad Palestina.
Jihad necesita un tratamiento de rehabilitación de larga
duración y, de hecho, debería estar en una institución
que pueda atenderle.
Son cuatro las instituciones de rehabilitación y organizaciones
de caridad palestinas que se ocupan de Jihad Abu Rabia: el Centro
Abu Raya, la Organización de Cuidados Médicos,
la organización de mujeres Al-Nahda, y el departamento
de neurología del hospital de Ramallah. Pero no es suficiente.
Su madre, Rabaa, asegura que no ha podido llevar a Jihad a rehabilitación
durante los últimos cuatro meses debido al bloqueo impuesto
sobre el campamento de refugiados.
La semana pasada, Rabaa había sido invitada a comparecer
junto con Jihad ante el Comité de Justicia, Constitucional
y Legislativo de la Knesset [Parlamento], que discute
en la actualidad la ley de compensaciones que el gobierno quiere
aprobar; pero tampoco pudo comparecer. El presidente del comité,
el parlamentario laborista Ophir Pinez-Paz, declaró que
a madre e hijo les había sido denegado el permiso para
entrar en Israel. Para las autoridades, ambos constituían
un riesgo contra la seguridad.
Los muertos se cuentas; los discapacitados, no. Según
datos del Ministerio de Salud palestino, cerca de 2.000 personas
heridas durante la actual Intifada sufrirán discapacidad
de por vida. Según el instituto de investigación
a cuyo frente se encuentra el doctor Mustafa Barghuti (en Ramallah),
437 de estos casos son niños. Estas cifras constituyen
ya de por sí un duro golpe para cualquier sociedad, pero
son especialmente duras para los palestinos debido a la inexistencias
de servicios de rehabilitación apropiados.
Solamente existen tres centros de rehabilitación en
Cisjordania, y ninguno de ellos puede compararse con los centros
israelíes. El número de camas en las instituciones
palestinas es cinco veces inferior al israelí, aún
cuando el número de palestinos discapacitados como resultado
de la Intifada es mucho mayor. La situación es muchísimo
peor en Gaza, donde ni siquiera existe un centro de rehabilitación
merecedor de tal nombre.
Las vergonzosas condiciones en las que se encuentran los servicios
médicos abandonados por Israel después de 30 años
en los Territorios Ocupados afectan también a los centros
de rehabilitación. La Autoridad Palestina, por su parte,
ha hecho muy poco por mejorar las cosas en este sentido. Los
Mercedes-Benz y las oficinas lujosas siguen teniendo prioridad
sobre los hospitales y los centros de rehabilitación.
El resultado es que miles de personas discapacitadas no tienen
acceso a programas de rehabilitación y deben permanecer
en sus hogares, en condiciones espantosas.
Las ayudas económicas son igualmente minúsculas.
Los discapacitados de la Intifada tienen derecho a una pensión
de la Autoridad Palestina de 500 shekels por niño,
y de hasta 1000 shekels mensuales por un adulto gravemente
discapacitado. Debido al laberíntico carácter de
la burocracia en el seno de la AP, no todos reciben esta pequeña
cantidad. Los discapacitados palestinos, por lo tanto, solo pueden
mirar con envidia la campaña que han puesto en marcha
los discapacitados israelíes para pedir más ayudas
gubernamentales.
Israel no puede declararse inocente frente al sufrimiento
de los discapacitados palestinos. Además del penoso hecho
de que un gran porcentaje de estas personas hayan resultado heridas
sin haber hecho nada, sino más bien por obra y gracia
de la insufrible manía de los soldados y policías
de fronteras israelíes de disparar alegremente, las autoridades
judiciales y el ministerio de defensa se han concentrado en la
elaboración de una nueva ley de compensaciones que bloqueará
por completo cualquier tipo de ayuda para los palestinos que
hayan sido heridos sin razón aparente.
Así, el Fiscal General del Ejército, el General
Menachem Finkelstein, se mostró bastante guasón
durante la última sesión del Comité de Justicia,
Constitucional y Legislativo de la Knesset al recordar
que estos casos eran casos del estilo de "Estaba yo sentado
junto al alféizar de la ventana y me cayó un misil
encima". Pero el comportamiento del Ministerio de Justicia
y de los responsables de Defensa no es en absoluto divertido.
Ellos aducen que, debido a que no hay registros de cada uno de
los incidentes ocurridos, es difícil comprobar la veracidad
de las reclamaciones palestinas.
¿Y por qué no hay registros? Porque el ejército
israelí ha dejado de investigar casi en su totalidad aquellos
casos en los que un palestino ha sido herido o asesinado por
los soldados.
Así que una omisión grave nos lleva a la siguiente:
como en primer lugar no hay investigación, entonces este
estado de cosas nos lleva a citar este hecho como justificación
para no ofrecer ningún tipo de compensación a las
víctimas. Las declaraciones de tono populista del Ministro
de Justicia Meir Sheetrit acerca de ofrecer "compensaciones
a terroristas" no tienen ningún fundamento, lo mismo
que el argumento de los responsables de defensa que aseguran
que se van a ahogar en un mar de reclamaciones no válidas.
El sistema judicial, no precisamente conocido por su indulgencia
hacia los palestinos, será el que finalmente decida quién
tiene derecho a recibir compensaciones.
El resultado es que una sociedad que abusa de sus propios
discapacitados hace dejación de su responsabilidad frente
a los discapacitados de otra nación, algunos de los cuales
se encuentran en la situación de discapacidad debido a
la actuación de los soldados de esa otra nación.
Si a Rabaa Abu Rabia y a su hijo paralizado Jihad, se les hubiera
concedido un permiso y los miembros del Comité de Justicia,
Constitucional, y Legislativo de la Knesset hubieran visto las
condiciones en las que vive Jihad con sus propios ojos, quizás
habrían comprendido que Israel no puede eludir su responsabilidad
en lo tocante al destino de Jihad y de muchos otros que se encuentran
en condiciones similares.
Los legisladores bien podrían haber cambiado de idea;
quizás no habrían capitulado frente a la presión
ejercida por los responsables de Defensa ni frente a las amenazas
del Ministerio de Justicia. Y quizás habrían rechazado
la legislación inmoral que se les pedía que aprobaran.
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