La vía de Sharon retrocede
hasta 1948
Ahmad Samih Khalid*
The Guardian,
30 de abril de 2002
Traducción: Pablo Carbajosa. CSCAweb (www.nodo50.org/csca),
8-05-02
"Israel está
haciendo peligrar su propio futuro al infligir de nuevo a los
palestinos sufrimientos como los causados hace 50 años"
Pese a los estragos causados por las bombas de los suicidas
palestinos, es Israel quien ha demostrado dominar de forma históricamente
incontestable una furia controlada y dirigida, del terrorismo
calculador y encallecido de las redes clandestinas previas a
la fundación de su Estado al más reciente linchamiento,
sistemático y concienzudo, de la Autoridad Palestina,
tanto de sus organismos de seguridad como de su infraestructura.
Con este trasfondo, los últimos acontecimientos adoptan
una cierta coherencia cíclica: la opresión israelí
es desafiada por los actos de resistencia palestinos a veces
audaces, a menudo sangrientos- a los que responde a su vez por
la fuerza israelí, siempre excesiva, a menudo desproporcionada
y destinada intencionadamente a infligir el máximo sufrimiento.
Desde luego, se da incluso una ironía simétrica
en el hecho de que las viejas fuerzas "especiales"
de la Unidad 101 de Ariel Sharon operasen este mes en Yenín,
igual que hace medio siglo en el ataque contra la aldea palestina
de Qibya, en octubre de 1953, cuando fueron asesinados 69 civiles,
y se demolieron sus viviendas ante sus propios ojos, en una operación
personalmente supervisada por el ahora primer ministro israelí.
Se puede considerar Yenín como el último episodio
del prolongado intento por parte de Israel de romperle el espinazo
al movimiento nacional palestino atacando su bajo vientre civil,
más blando. La ofensiva de Sharon, todavía por
concluir, representa de múltiples formas un regreso a
los crudos enfrentamientos de 1948 por la existencia en la tierra
de Palestina, si bien con una desigualdad aún mayor en
los medios de enfrentamiento de que dispone cada bando.
La aparente resolución del domingo del cautiverio en
el que se veía confinado Arafat no debería malinterpretarse:
el triunfalismo derechista de Israel se halla en pleno auge y
su apetito de expansión colonial y a favor de un "Gran
Israel" se ve estimulado de nuevo. Antes incluso de los
últimos brotes de violencia, se habían establecido
ya 34 asentamientos nuevos en Cisjordania por parte de Sharon
y existen planes para extenderse rápidamente por áreas
densamente pobladas de Hebrón y la Jerusalén árabe.
La aparente derrota de la Autoridad sólo puede servir
para enardecer el entusiasmo derechista de soluciones todavía
más radicales, sin olvidar la vuelta a posiciones elementales
relativas a "traslados" o limpieza étnica, apoyadas
por cerca del 50% del electorado israelí, de acuerdo con
las encuestas de opinión. Es probable que Sharon extienda
ahora su guerra a Gaza y se sienta aún inclinado a eliminar
políticamente, quizás físicamente, a Yasir
Arafat. Su meta última estriba ni más ni menos
que en el total sojuzgamiento y disolución del movimiento
nacional palestino.
En consecuencia, las líneas maestras de la solución
que ha servido para apuntalar el campo de la paz en ambos lados
han comenzado a borrarse. A medida que la "vía de
Sharon" se ha desplazado hasta ocupar el centro israelí,
la noción misma de una solución viable basada en
dos estados comienza a ponerse en tela de juicio. Sharon levanta
barreras y zonas de tapón fuera de los principales centros
urbanos palestinos que señalarán de facto los
límites entre ambos bandos. Lejos de conseguir el retorno
de los israelíes a algo parecido a las fronteras de 1967,
la querella político-diplomática que se avecina
es probable que se centre en forzar la retirada de Israel de
las líneas establecidas en abril de 2002. Bien puede suceder
que Sharon ofrezca una solución política, incluso
"un Estado palestino", pero sin ninguna semejanza con
el mínimo exigido para una paz justa y sostenible, y ya
ha declarado su negativa a desmantelar un solo asentamiento a
fecha de hoy o en el futuro. El Partido Laborista, lastrado por
su vinculación al empeño de Sharon, ha perdido
toda su credibilidad ante los palestinos, y ante su propio electorado.
En un futuro previsible, parece como si la idea de "regresar
a Taba" y a una solución totalizadora basada en dos
estados constituyera pura ilusión. Ninguna de las dos
partes llegará allí por si misma, y la comunidad
internacional (léase los Estados Unidos) no tomará
sobre si la responsabilidad de presentar a ambas partes a
Israel en particular- una oferta que no puedan rechazar.
Del lado palestino han comenzado a surgir otras tendencias
más amenazadoras: en Cisjordania y Gaza, Fatah y las demás
facciones palestinas están cavando bien hondo hasta el
subsuelo a fin de prepararse para la siguiente y larga-
fase de sangrienta resistencia armada. Desaparecerán las
esperanzas de un fin inminente de la ocupación y con ellas
la creencia en un proceso político significativo. Los
sucesores de Arafat no serán demócratas ilustrados
rescatados del naufragio de la Autoridad, sino los endurecidos
y rencorosos veteranos de la guerra de Sharon en busca de venganza
y desquite.
Con la destrucción de la Autoridad, es probable que
el centro de gravedad de la política palestina se desplace
de nuevo a la OLP del exterior. En la medida en que se encuentra
a merced de la superioridad de la potencia de fuego israelí,
resulta evidente que la Autoridad, bien con su actual liderazgo
u otro subsiguiente, no dispondrá de libertad de acción
ni de credibilidad suficientes para firmar y ejecutar una solución
política que pueda incorporar a la mayoría de los
palestinos. La alternativa, lo mismo para los palestinos del
interior que para los del exterior, es prepararse para un camino
largo.
Dentro del mismo Israel lo esperable es que el 20% de sus
ciudadanos, de origen árabe, se sienta más alejado
que nunca del Estado judío. Sus temores crearán
nuevos lazos con sus compatriotas palestinos del exterior. De
forma similar, en los campos de refugiados y en otros lugares
de la diáspora, diversas facciones palestinas tratarán
de aprovechar el vasto caudal de simpatía que siente una
nueva generación de árabes conmovida una vez más
por el drama de Palestina. Se buscarán y desarrollarán
modos de lucha armada más innovadores y destructivos.
Parece como si abril de 2002 nos hubiera retrotraído al
punto del que todos partimos en 1948, a una guerra total por
el derecho a la existencia en la tierra de Palestina. Sólo
que esta vez el camino por recorrer será más duro
y arriesgado de lo que nunca había sido, y no lo será
menos para el mismo Israel.
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