Evaluación del Comité
de Solidaridad con la Causa Árabe sobre los últimos
sucesos en Palestina
Nota Informativa del CSCA. Madrid, 1 de
abril de 2002
CSCAweb (www.nodo50.org/csca)
La perplejidad no debería
ser -como así parece serlo- el sentimiento predominante
en la opinión pública internacional ante los sucesos
de las últimas semanas y, en concreto, ante el asalto
final a la sede de la Autoridad Palestina en Ramallah. El pueblo
palestino y la AP llevan mucho tiempo, ante la indiferencia internacional,
atrapados en la lógica de una negociación con Israel
que, iniciada en Madrid en el otoño de 1991, paulatinamente
les ha convertido en rehenes del ocupante en todos los aspectos.
[...] La luz verde que la Administración Bush está
dando a esta ofensiva militar israelí es el anuncio de
la ofensiva final contra Iraq. Si aceptamos la primera, habremos
favorecido la segunda
Tres consideraciones sobre el asalto final por parte de Israel
contra las Áreas Autónomas palestinas en el contexto
de la lógica "antiterrorista" mundial impuesta
por la Administración Bush tras el 11 de septiembre, la
estrategia de intervención de EEUU en Oriente Medio contra
Iraq y los resultados de la reciente Cumbre Árabe de Beirut.
1. La ofensiva del gobierno israelí
y la lógica 'antiterrorista' del 11-S
En su
discurso de ayer, Ariel Sharon utilizó sin disimulo alguno
para justificar sus crímenes contra el pueblo palestino
y el asalto final contra la sede de la Autoridad Palestina (AP)
en Ramallah el argumento que la Administración Bush viene
utilizando desde el 11 de septiembre (11-S) para justificar los
suyos propios: la "lucha contra el terrorismo". Es
sin duda en Palestina donde más perversamente se están
confundiendo términos y realidades a la sombra de los
atentados del 11-S.: el Estado ocupante -Israel, una potencia
nuclear con uno de los más poderosos Ejércitos
del mundo y que es el destinatario de la mayor ayuda militar
mundial de EEUU- exige seguridad al pueblo que padece
desde hace 35 años (se cumplirán el próximo
mes de junio) su ocupación, un pueblo inerme que tiene
que optar a diario entre enfrentarse a pedradas con los tanques
o inmolarse en acciones suicidas.
En esta perversión del lenguaje, las causas y las consecuencias
se invierten: el terrorismo de Estado, que es el que fuerza la
respuesta palestina, se presenta como reacción ante
las acciones armadas suicidas, que por lo demás ya no
son emprendidas solo por las organizaciones islamistas palestinas,
sino también por las nacionalistas y de izquierda, en
un claro indicio de que no son -como se pretende explicar- muestra
de fanatismo religioso, sino el recurso desesperado ante el poderío
inconmensurable e irracional del ocupante y la pasividad internacional.
Pero este discurso cínico de la "lucha antiterrorista"
no los es solo de EEUU e Israel. Impregna con una falsa neutralidad
desde la casi totalidad de las declaraciones de los dignatarios
occidentales (incluido, como no, el presidente Aznar, muy interesado
en aplicar una lectura interna de la estrategia estadounidense)
a los editoriales y comentarios de los grandes medios de comunicación,
e incluso al contenido de las últimas resoluciones del
Consejo de Seguridad de NNUU, como ha señalado Siria al
explicar su abstención: el derecho a la resistencia de
un pueblo bajo ocupación militar y la respuesta desproporciona
e indiscriminada del Estado ocupante se equiparan, víctimas
y verdugos, inocentes y culpables, se confunden en la terminología
al uso: "ambas partes", "las partes en conflicto"...
2. El pueblo palestino y la AP atrapados
en la lógica de Oslo
La perplejidad
no debería ser -como así parece serlo- el sentimiento
predominante en la opinión pública internacional
ante los sucesos de las últimas semanas y, en concreto,
ante el asalto final a la sede de la Autoridad Palestina en Ramallah,
donde Yaser Arafat y sus asesores permanecen asediados en un
último reducto del edificio. El pueblo palestino y la
AP llevan mucho tiempo, ante la indiferencia internacional, atrapados
en la lógica de una negociación con Israel que,
iniciada en Madrid en el otoño de 1991, paulatinamente
les ha convertido en rehenes del ocupante en todos los aspectos.
Los sucesivos acuerdos palestino-israelíes -desde el de
Oslo de 1993 firmado en los jardines de la Casa Blanca por Arafat
y Rabin ante Clinton, a los económicos y de seguridad
posteriores- han ido legitimando a la potencia ocupante, limitando
la capacidad de negociación palestina y, en última
instancia, escamoteando los derechos nacionales palestinos, tanto
los relativos a la soberanía territorial como a los de
los refugiados.
Desde los Acuerdos de Oslo y la instauración de la
AP en 1994, todos los aspectos del proceso de negociación
jugaban en contra del pueblo palestino y de su futuro:
a) Un diseño territorial en bantustanes y el
reparto de competencias entre la AP e Israel -formalizados uno
y otro en la fragmentación de los Territorios ocupados
desde 1967 en Áreas A, B y C- que vaciaban de contenido
las atribuciones de las nuevas instituciones palestinas, mientras
seguían creándose y expandiéndose los asentamientos
ilegales.
b) El reconocimiento de los derechos adquiridos por
el ocupante (por ejemplo, sobre el agua) y el modelo económico
impuesto a los Territorios, que condenaba a la población
de Gaza y Cisjordania a la dependencia de Israel, la mendicidad
internacional, la desestructuración económica y
social, y el empobrecimiento, mientras favorecía la corrupción
dentro de la AP, todo ello santificado bajo el paradigma neoliberal
y su complemento, la denominada "cooperación internacional";
c) En fin, la imposición de una lógica de seguridad
-desorbitada tras el 11-S- que transmuta un problema de ocupación
y de derecho a la resistencia internacionalmente reconocido en
un problema de seguridad y de terrorismo, que hace
responsable a la AP del control represivo de la población
palestina, que otorga a la CIA estadounidense el inimaginable
papel de intermediario entre Israel y la AP, y que preserva explícitamente
el derecho de Israel de reocupar las Áreas Autónomas
cuando lo considere oportuno, manteniendo y reforzando para ello
su dispositivo militar en torno a las zonas de soberanía
palestina, básicamente las grandes ciudades de Cisjordania
y la Franja de Gaza.
En estos días en los que la figura de Ariel Sharon
predomina en su brutalidad y desaliño, nunca se insistirá
suficientemente (aparte del olvido interesado de sus socios en
la Internacional Socialista, incluido el PSOE) que esta lógica
no fue impuesta en estos años de negociación palestino-israelí
por el Likud y los partidos ultrasionistas, sino principalmente
por el Partido Laborista, que por lo demás hoy mantiene
dos carteras fundamentales en el gobierno Sharon, la de Exteriores
y la Defensa, amén de su predominio en el Estado Mayor
del Ejército israelí. De igual manera que el control
demográfico y territorial de Gaza y Cisjordania por medio
de la creación y expansión de los asentamientos
durante esta década de negociación se debió
a los sucesivos gobierno laboristas.
La nueva Intifada palestina, desencadenada en los primeros
días de octubre de 2000 tras la provocadora visita de
Ariel Sharon a la Explanada de las Mezquitas en Jerusalén,
ha expresado desde entonces el rechazo de la población
palestina, no a la negociación y a la búsqueda
de un acuerdo final con Israel, sino a esta lógica de
Oslo que ha supeditado la aplicación de la legalidad internacional
y el ejercicio de los derechos nacionales palestinos a los intereses
estratégicos de Israel. Que a diferencia de la primera
Intifada este nuevo levantamiento popular palestino haya quedado
parcialmente cautivo y supeditado a la lógica militar
de los grupos armados palestinos y de la propia AP, favoreciendo
con ello la estrategia de aplastamiento militar de Israel, no
invalida su consideración original, extensamente presente
en la sociedad palestina: que es preciso reconsiderar radicalmente
la estrategia de negociación palestina con Israel y que
pare ello es preciso abrir nuevas vías de participación
popular y democrática. A ello se une en estas horas, en
lo que de símbolo nacional sigue siendo incuestionablemente
para el pueblo palestino, la salvaguarda de la vida y la dignidad
de Yaser Arafat.
Incuestionablemente fracasado este proceso de negociación,
Israel pretende situarse en el punto inicial del mismo, en 1991,
tras la guerra contra Iraq, a fin de iniciar otro proceso
que preserve sus intereses: Israel sabe que la situación
que se ha creado es inestable en sumo grado y que no podrá
mantener de nuevo, por mucho tiempo, la ocupación total
de las Áreas Autónomas sin una autoridad palestina
que las administre como hasta ahora. Por ello, más que
querer acabar físicamente con Arafat (que tampoco es descartable,
en la confianza de encontrar entre sus asesores más sumisos
interlocutores), tras humillar al pueblo palestino en su figura
y capturar y asesinar a cuantos más activistas palestinos,
pretende situar al pueblo palestino y a sus representantes en
un punto de máxima debilidad, a fin de reiniciar el proceso
en posición ventajosa. En ello tiene, sin duda, el apoyo
de EEUU, e incluso la aceptación pasiva de la UE.
3. La actitud de la Administración
Bush ante la ofensiva del gobierno Sharon
Asimismo,
la lógica estadounidense de apoyar este asalto final israelí
contra la AP ha de comprenderse en el contexto más amplio
de la nueva estrategia de EEUU de "lucha global contra
el terrorismo" y, en concreto en relación a la región
de Oriente Medio, en la perspectiva de la anunciada intervención
contra Iraq. Si bien es cierto que la Administración Bush
ha aceptado la lógica del gobierno Sharon de poner fin
militarmente a la Intifada palestina desde el 11 de septiembre,
dos acontecimientos recientes han reforzado, sin duda, esta renovada
alianza entre EEUU e Israel: el primero, el rotundo fracaso que
ha supuesto la gira, el pasado mes de abril, por 11 países
de la región del vicepresidente Cheney, quien ha recibido
de la totalidad de los gobiernos árabes (incluidos de
los más próximos, además de Turquía)
una rotunda -y pública- negativa a apoyar un ataque contra
Iraq; el segundo, la reconciliación -aunque formal, también
pública- entre Iraq, por una parte, y Arabia Saudí
y Kuwait, por otra. Estos hechos, resitúan a Israel como
el único aliado fiable de EEUU en la región,
y otorgan al gobierno Sharon un margen de maniobra amplio en
la profundización de la opción militar contra el
pueblo palestino y la Autoridad Palestina. La impotencia y la
inacción de otros actores internacionales -en concreto,
la Unión Europea (UE) y Naciones Unidas (NNUU)- favorece
al escalada militar israelí, confirmando lo que es otro
dato incuestionable de la realidad regional desde 1991: la aceptación
del control hegemónico por parte de EEUU de Oriente Medio.
En este sentido, la tolerancia de EEUU (la "comprensión",
en palabras del presidente Bush) a las acciones militares israelíes
-primero en Ramallah y contra la sede de la AP y hoy, lunes,
ya contra otras ciudades de los Territorios Ocupados- ha de
comprenderse en la doble vertiente de: a) una ruptura definitiva
con la lógica anterior (recuérdense los declaraciones
oficiales estadounidenses o la reciente resolución en
el Consejo de Seguridad, promovida por el propio embajador de
EEUU, de apoyo a la creación de un Estado palestino) de
buscar un punto de equilibrio entre los aliados árabes
de EEUU e Israel, y b) una evaluación de la capacidad
de respuesta y movilización internacionales, que puede
permitir a la Administración Bush estimar cuál
ha de ser la oposición efectiva de la llamada "comunidad
internacional" (y de los gobiernos árabes también)
a una intervención definitiva contra Iraq.
En ambos sentidos los sucesos en Palestina son extremadamente
preocupantes. Por una parte, demuestran que EEUU se desentiende
definitivamente de las opiniones pública y oficial árabes
-incluso de aquélla de los regímenes llamados moderados-
y, con ello, de la propia estabilidad interna de los países
árabes ante lo que parece ser una paulatina escalada de
tensión regional. Por otra parte, la Administración
Bush parece que podrá afrontar sin demasiada oposición
internacional el asalto final contra Iraq, contando con el apoyo
de Israel y el silencio de ciertos regímenes árabes
que, como ocurriera en 1990-91, habrán de asumir que su
continuidad en el poder depende exclusivamente de asumir la estrategia
estadounidense de "conmigo o contra mí".
La luz verde que la Administración Bush está
dando a la ofensiva militar definitiva contra la Autoridad Palestina
y el pueblo palestino es el anuncio de la ofensiva final contra
Iraq. Si aceptamos la primera, habremos favorecido la segunda.
Madrid,
1 de abril de 2002

Comité de Solidaridad con la Causa Árabe
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