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La nueva estrategia de EEUU contra Iraq: Reforzar el embargo, más agresiones militares

Comité de Solidaridad con la Causa Árabe

2 de marzo de 2001

Primero Gran Bretaña y después EEUU han planteado una supuesta nueva estrategia contra Iraq: modificar el actual régimen de sanciones, aprobado en agosto de 1990, por "sanciones selectivas" o ­como también se les ha denominado, en clara referencia a las armas así llamadas­ "sanciones inteligentes". La explicación dada por el gobierno Blair y la nueva Administración Bush es que con ello pretenden aliviar la situación humanitaria del pueblo iraquí, al tiempo que reforzar el control sobre el régimen. Estas declaraciones se han efectuado después del ataque del viernes 16 de febrero contra Bagdad, el primero que sufre la capital ­situada fuera de las áreas de exclusión aérea impuestas unilateralmente al norte y sur de Iraq por EEUU y Gran Bretaña­ desde la operación Zorro del Desierto de diciembre de 1998. Un ataque anterior, del 20 de enero, en el sur del país, más mortífero (seis civiles muertos y tres heridos), anticipaba la línea de endurecimiento de la Administración Bush contra Iraq.

Esta doble estrategia de reforzar las sanciones sin renunciar al intervencionismo militar directo está representada en la Administración Bush por los dos nuevos Secretarios de Estado y de Defensa, Colin Powell y Donald Rumself, respectivamente. Powell defiende como central en la estrategia contra Iraq lo que él denomina revigorizar las sanciones, es decir, endurecer el control estratégico sobre el país a través de las resoluciones del Consejo de Seguridad (CS), en la línea de la resolución 1284 de diciembre de 1999, que supuso una nueva vuelta de tuerca en el control tecnológico, financiero y comercial de Iraq sin límite temporal alguno. Por su parte, Rumself y su vicesecretario, Paul Wolfowitz, se sitúan en la línea más abiertamente intervencionista del vicepresidente Richard Cheney, siendo además firmes partidarios de que EEUU incremente su compromiso con la oposición iraquí, recuperando las opciones de reconocer un gobierno en el exilio y segregar una parte de parte del territorio iraquí como cabeza de puente de operaciones de desestabilización interna. En esta línea, en los primeros días de febrero la Administración Bush ha librado cuatro millones de dólares para actividades de la oposición iraquí en el interior del país, un paso que la anterior Administración no había querido dar.

Ciertamente, ha sido la presión pública internacional la que ha obligado a los gobiernos de EEUU y Gran Bretaña a reconocer ahora, tras diez años de embargo genocida, que las sanciones contra Iraq están causando un grave daño a su población. Pero las declaraciones de los responsables británicos y norteamericanos son una nueva demostración de extremo cinismo. Si EEUU y Gran Bretaña tuvieran alguna preocupación por la situación del pueblo iraquí no mantendrían congelados más de 3.000 millones de dólares en contratados de productos que consideran de "doble uso" (civil y militar), particularmente los relativos a piezas para la recuperación del sistema de generación de electricidad o del sector petrolífero, fundamentales para la normalización de la vida ciudadana y económica del país. Además, en el año 2000 Iraq se ha visto obligado a destinar al pago de indemnizaciones de guerra (con destino a las arcas de los emires de Kuwait y las petroleras multinacionales) prácticamente el doble de dinero del que ha podido emplear en la compra de productos de primera necesidad. Iraq ha aceptado además ya mecanismos de control tecnológico y comercial que habrán de mantenerse aun después de finalizado el embargo, y que han de anclar al país en el subdesarrollo y a su población en la miseria indefinidamente. Iraq no necesita "sanciones inteligentes" que, como las armas así calificadas, solo causarán más muertes y sufrimiento. Iraq exige que sea el propio CS el que cumpla también con las resoluciones aprobadas tras la Guerra del Golfo, procediendo al levantamiento del embargo tras reconocer el grado incuestionable de cumplimiento por Iraq de las obligaciones que le fueron impuestas en 1991.

Está claro que lo que preocupa a norteamericanos y británicos no es la suerte del pueblo iraquí. Con el bombardeo de Bagdad y la pretensión de reforzar el control estratégico de Iraq, EEUU y Gran Bretaña han querido dejar muy claro ante la comunidad internacional (los miembros permanentes del CS, el Secretario General de Naciones Unidas y, sobre todo, los países árabes) que van a proseguir y reforzar el aislamiento y la presión sobre Iraq hasta conseguir un cambio político interno en el país, y que no van a tolerar insumisión alguna a esta estrategia. Y no es casual que tanto el ataque como las declaraciones de los responsables británicos y norteamericanos se hayan producido pocos días antes del inicio de las conversaciones que han mantenido a finales de febrero el ministro de Exteriores de Iraq y el Secretario General de Naciones Unidas en Nueva York, y de la gira de Powell por Oriente Medio del 23 al 28 de ese mes, cuyo objetivo central era cerrar filas entre los aliados árabes de EEUU frente a Iraq.

En la región, la mayoría de los países árabes han recuperado en el último año sus relaciones con Iraq, rompiendo su aislamiento, reconciliación acelerada sin duda por los sucesos en Palestina. Iraq ha firmado tratados de libre comercio con Egipto (el 18 de enero), con Siria (el 1 de febrero) e incluso con Túnez, a los que han de seguir con Jordania y Yemen, acuerdos que suponen de hecho romper el embargo al prever intercambios comerciales al margen de Naciones Unidas. Los acuerdos han ido acompañados además de visitas de máximos responsables iraquíes a ambos países, impensables hace unos meses, las del vicepresidente Taha Yasín Ramadán y del viceprimer Ministro Tareq Aziz. Además, Siria e Iraq han reabierto desde noviembre el oleoducto de 750 kilómetros entre ambos países, que EEUU pretende someter también al control de Naciones Unidas. E incluso Turquía ­de donde siguen despegando los aviones estadounidenses y británicos que sobrevuelan el Kurdistán iraquí­ enviaba a Bagdad a finales de enero a su primer embajador en diez años, pese a las protestas de Washington; Ankara responde que ha perdido 35 mil millones de dólares a causa del embargo a Iraq.

Y fuera de Oriente Medio, el panorama no es muy distinto. Rusia, Francia y China se oponen abiertamente a las iniciativas militares unilaterales de EEUU y Gran Bretaña, con las cuales, como ocurrió en diciembre de 1998 o ahora mismo, pretenden desbaratar una y otra vez la vía del diálogo con el gobierno iraquí. EEUU ve además con preocupación la paulatina normalización internacional de relaciones económicas y políticas con Iraq, a la cabeza de la cual se sitúan precisamente esos miembros permanentes del CS, seguidos de otros muchos países, incluidos los europeos occidentales, pese a su habitual pusilanimidad y sometimiento a Washington (caso del gobierno español). Como testimonio de ello, decenas de aviones civiles han aterrizado desde el pasado agosto en Bagdad con el respaldo de los gobiernos respectivos, en un gesto que no hay más que calificar como de aceptación del gobierno de Sadam Husein como único interlocutor en Iraq.

Bush ha afirmado que el embargo a Iraq es como un "queso suizo": lleno de agujeros. Al cumplirse diez años del fin de la Guerra del Golfo, la situación es muy distinta a la de 1990/91. EEUU ha perdido toda legitimidad como mediador entre Israel y los Estados árabes y la Autoridad Palestina ­si es que la tenía en noviembre de 1991, cuando se inicia en Madrid el llamado proceso de paz. El bautizado por entonces Nuevo Orden Regional y su obligada normalización árabe-israelí se desvelan hoy meridianamente tan solo como la imposición a los árabes de la supremacía estratégica ­política, militar y económica­ de Israel, más represión interna y un mayor empobrecimiento para las poblaciones árabes, que sufren las recetas económicas y laborales del FMI y del Banco Mundial que han de facilitar la penetración de capitales transnacionales e israelíes en los países árabes. La segunda Intifada palestina, primero, y la elección del ultraderechista Ariel Sharon como primer Ministro de Israel, después, han supuesto además el desmoronamiento de los Acuerdos de Oslo y, con ello, la quiebra definitiva de la Pax Americana para Oriente Medio. Hoy la calle árabe ­en Amán, en las ciudades palestina, en Damasco, en El Cairo, en Beirut­ exige a un mismo tiempo el fin de la ocupación israelí y el fin de la agresión contra Iraq. Unamos nuestras voces a las suyas.

Toda nuestra solidaridad con Iraq

Comité de Solidaridad con la Causa Árabe

2 de marzo de 2001