Iraq


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2-12 de enero de 2002: IVª Delegación a Iraq de organizaciones del Estado español 'No a una nueva guerra contra Iraq' 'Contra la guerra y el embargo' 'En solidaridad con el pueblo palestino'

Santiago Alba: "Iraq: un cuento para niños" (introducción)
Iraq: un cuento para niños (420 K)

Iraq


Basora, Iraq

'Pequeña galería de gente victoriosa'

Fotos de Eva Máñez y textos de Santiago Alba

Mayo de 2002. CSCAweb (www.nodo50.org/csca)

Estas imágenes y los textos que las acompañan han sido tomadas y redactados, respectivamente, por Eva Mañez y por Santiago Alba Rico, ambos participantes de la delegación del Estado español que visitó Iraq en enero de este año, ella residente en Valencia, y él ahora, con su familia, en Túnez. Todas las imágenes fueron captadas en Basora, la ciudad de Simbad, la ciudad mártir de Iraq, la que más abnegadamente carga con el duro legado de la guerra de 1991 -la llamada eufemísticamente Guerra del Golfo-, esa herencia de destrucción sistemática e intencionada por parte de EEUU y sus aliados de los medios de subsistencia de un pueblo (como ahora la de Sharon contra el pueblo palestino), de contaminación radiactiva derivada de las 300 toneladas de residuos de las bombas revestidas con uranio empobrecido empleadas entonces y esparcidas aún por todo Iraq, pero sobre todo en torno a Basora.
En el comentario con que Santiago Alba presenta a la autora de la fotos sus textos, indica que, frente a las habituales -y también necesarias- imágenes de las víctimas del embargo a Iraq, "es mejor, más eficaz, más impactante este repertorio de dignidades diversas, que invita a corregir el punto de vista un poco arrogante que solemos adoptar frente a las víctimas". Santiago Alba denomina a este repertorio de magníficas imágenes "pequeña galería de gente victoriosa": ojalá sea así.
Guerra sobre guerra: sirvan estas fotos y estos textos como homenaje a los niños y a las niñas, a los hombres y a las mujeres de Basora e Iraq, quienes, erguidos sobre las ruinas dejadas por la una década de sanciones y guerra, ven como se aproxima por el horizonte de sus vidas el asalto final contra su país. [CSCAweb]

 

El viento

El viento no sale en las fotografías. "¿Cómo sabes que el viento existe?", pregunta Latifa. "Porque se ha llevado mi vestido y ha arrancado mi geranio", responde Fardush. Un viento furioso, silencioso, está peinando las cabezas de estas niñas y sopla invisible entre sus cuerpos. "¿Cómo sabes que Estados Unidos existe?", pregunta Zainab. "Porque se ha llevado mis lápices, mis golosinas y a mi hermano Alí", responde Leyla. Y levanta el puño para que el aire no le dé en la cara.


Cinco dedos

Cinco niños idénticos a éstos posaron en Iraq ante la cámara. Son precisamente éstos. Sobrevivieron al disparo y salieron corriendo sin dejar de reír. Que nadie diga después que no existieron. Porque mirándolos ahora y pensando en otros disparos ya anunciados en negro y negro, me sobrecoge el recuerdo deformado de una vieja canción infantil: "Este risueño encontró un huevo, éste más alto lo tocó, éste le dio la vuelta, éste jugando lo pisó y éste chiquito chiquito... bum... estalló". ¿Desde cuando queremos que las manos tengan sólo cuatro dedos?


Atlas

Atlas soportaba el mundo sobre su cabeza. Esta mujer también. "¡Derribadlo de ahí!", reclama a gritos un 75% de los norteamericanos. "¡Derribadlo de ahí!", exigen también millones de europeos. Contra una torre tan alta y tan fuerte, tan perfecta, tan peligrosamente pura, no bastarán un boeing ni cien misiles: habrá que recurrir -se comprende- al armamento nuclear.


'Miss' Basora

Si los concursos de belleza, en lugar de medir vanas glorias y falsos bultos, midiesen la anchura abierta a la ternura de los besos y la distancia entre dos tedios y la cintura del coraje y la estatura de la paciencia (¡y la utilidad de las manos!), miss Universo sería elegida siempre en la cocina humilde de un país bombardeado. ¿Por qué me parece tan bello el rostro de esta mujer? Porque no pide nada: ni atención ni alhajas; ni siquiera más justicia o más arroz. Tampoco le falta nada: tiene exactamente dos ojos bien lavados y una nariz centrada y una boca al nivel de las estrellas (que corren alrededor de su falda). Por no serlo, este mundo no es justo ni con las caras.



Victoria

Víctima y victoria, que empiezan por la misma sílaba, podrían tener también la misma raíz. Con los dedos se puede señalar, lo que no es de buena educación, o hacer la higa o mimar de forma agraviante unos cuernos; o también se puede sencillamente decir: "estoy vivo". A un niño se le puede robar, violar, asustar y disparar, pero no se le puede derrotar. Por eso mismo, frente a ellos, podemos sentirnos alguna vez mejores, pero nunca victoriosos. La victoria sobre un niño se llama crimen; y ensombrece el universo tanto como deshonra a sus autores. ¿Por qué está tan contenta esta niña prieta en primer plano? Le hace feliz ser inocente. ¿Por qué se ríe? Del alivio de no estar del otro lado. ¿Por qué está tan orgullosa? Porque no ha matado a nadie. Estos niños han vencido a sus verdugos: son las víctimas.


El té

Las víctimas lo son independientemente de que lo parezcan o no. La concesión última y más humillante del vencido es la de avenirse a institucionalizar su dolor e interpretar públicamente su inocencia. Esto es lo que exige el verdugo -más allá de territorios, tributos o desarmes- para ser clemente. Comportarse veinticuatro horas al día como una víctima, no tener otro papel ni más ambición que la de despertar la compasión del universo, aceptar que la vida vale tanto como dicta el asesino, consentir a la hipocresía nauseabunda de fingir amaneradamente la propia superioridad moral, ¿no acaba uno por merecerse su destino? Por eso también el último refugio de la resistencia es éste de afirmar el derecho a parecer un hombre, y no un guiñapo, frente a una fuerza injusta y superior: el derecho del niño a ser travieso, aunque le falte una pierna; de la mujer a fulminar a su rival con un vestido nuevo, aunque haya perdido a su hijo; del hombre a fumarse su narguilé y dar pomposamente lecciones, aunque en casa no haya nada que comer. No queramos que los damnificados sean además buenos. Si algo me gustó de Iraq y me gusta de estas fotos es que allí y aquí las víctimas no lo parecen. ¿Os habéis fijado en esta niña? No hay nada en ella que no le pertenezca; nada que le haya impuesto nuestra presencia. Resolución, descaro, desafío, inteligencia, todo en su rostro delata que es -como se dice- "de cuidado" o "de armas tomar". Nadie le pondrá jamás la mano encima ni la verá suplicar (aunque sí coquetear) ni renunciar a un deseo. Ahora vuelve a casa con su bolsa de azúcar y su té para preparar una bomba; no contra los norteamericanos, no, no se puede estar todo el tiempo pendiente de ellos. Una bomba contra -imaginemos- su hermano Mohsen, al que consienten demasiado desde que está enfermo y que ayer se burló de su afición a leer. Hoy le pondrá curcuma en el té, para que no le salga nunca el bigote (y luego, como siempre, le contará los chismes de la escuela y del mercado). La vida vale mucho más que el plan de un asesino: "mis dolores son suyos, pero mis placeres los decido yo".


Roca

Sobre un trozo de tierra o una roca, que el sol agrieta y el viento soba, los hombres amontonan sus trastos, cuelgan su ropa, levantan una choza. Así este viejo ha colonizado el cuerpo en que nació, arañado también desde el exterior: ha colgado en él su kufiya [pañuelo] y su ceñidor, ha cultivado ahí su bigote y ha enganchado, como de una percha, esa sobria, elegante camisa cerrada con un solo botón. Hay rostros de agua en los que la vida no deja la menor huella; y hay rostros de piedra en los que sólo hacen mella las corrientes más lentas, los lugares comunes, el aire libre. Los hombres no fueron hechos para que dominasen el mundo sino para escribir sobre ellos, para escribirles encima, como en la corteza de un ciprés. Son muchos los occidentales que no quieren ya que se les escriba encima -y borran día a día de su cara, incluso quirúrgicamente, el braille del tiempo-; lo que no quiere este hombre, en cambio, es que le derriben la casa, le maten al hijo, le cierren el café. Un ejecutivo de Londres o de Nueva York despacharía esta fotografía diciendo: "Es el típico árabe". Eso es lo que yo llamaría una mirada de corto alcance, la mirada en la punta de un misil. Entre montañas, sería absurdo -si no indecente- señalar frente a nosotros y decir: "Es la típica roca". Pero habría que reconocerse sobrehumano o inhumano para ver la verdad más simple y nombrarla simplemente: "Es el típico ser humano". ¿Qué nos enseña este rostro sobre Iraq? Que allí también abunda la cosa más típica del mundo: humanidad -astucia, ingenuidad, bravuconería, egoísmo, resistencia. Y generosidad: porque la Humanidad da siempre al menos la cara (para que se la curta la intemperie).



La hora

"Ha pasado un ángel", se dice en castellano para nombrar y conjurar el enmudecimiento repentino de muchos hombres al mismo tiempo. El ángel -aunque no se dice- lleva una espada. Así, el silencio de las fotografías revela siempre una presencia extraña. Si la fotografía es de niños, la presencia acecha en todos los rincones. Y si los niños, además, están callados y serios, esa presencia se refleja en sus ojos, como un cangrejo en una botella. ¿Por qué están tan serias estas niñas? No nos engañemos: no están pensando ni compadeciéndose a sí mismas ni soñando cursimente un vestido mejor. Están sencillamente sobrecogidas, como lo estarían en cualquier otro país del mundo, por la severidad del lugar y la solemnidad de la ocasión. Pero por eso mismo su seriedad, tan dulce y tan limpia, tiene una fuerza mayor y la presencia extraña se hace más clara. Su mirada es el espejo donde vemos todo aquello que no vemos cuando miramos: la belleza y su sombra, la eternidad y sus límites, el bien y sus cristales. Dios es un hilo. Estas niñas serias, es verdad, son patrimonio de todos, están en todas partes, pero es en Iraq donde van a morir, donde van a matarlas. La del centro, vestida de viejita y con un pollito amarillo estampado en el hombro, cubre su cabeza con un velo; y el velo es también el marco de la cara -como se habla del marco de una puerta o del marco de un cuadro. La cara de esa niña, enmarcada por el pañuelo, es un reloj. Está dando la hora. ¿Qué hora es en nuestro mundo? La niña en punto; las doce y muerte. Es la hora exacta de que nos levantemos de la cama, rompamos el silencio y gritemos "basta".



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