Sitios medievales, crímenes
imperiales y taimados sarracenos
Carlos Lapeña*
Los asedios medievales,
igual que los de ahora, duraban años y consistían
en hacer morir de hambre, sed y enfermedades curables a los habitantes
de la plaza sitiada, privados de cualquier relación con
el resto del mundo. Los asedios medievales, al contrario de los
de ahora, suponían también un enorme desgaste a
los sitiadores, que impedían la entrada y salida de la
plaza, pasando, en ocasiones, más hambre y más
frío que los sitiados...
Cuenta la
leyenda que una taimada dama sarracena de nombre Carcas, aburrida
o desesperada después de los cinco años de sitio
que el ejército de Carlomagno perpetró a la, ocupada
por los sarracenos en el 725, ciudad de Carcasona, utilizó
el último cerdo que quedaba en la ciudad, previamente
relleno con los últimos granos de cebada, como objeto
arrojadizo contra los sitiadores. Es posible que algún
ministro de defensa español de comienzos del siglo XXI,
hubiera interpretado la actitud de Carcas como un claro síntoma
de debilidad de una ciudad que había agotado las municiones
para su defensa, o como una muestra de radicalismo religioso
de quien antes prefiere morir de hambre que saltarse los preceptos
coránicos, pero Carlomagno, influido sin duda por la vacuidad
de su estómago, pensó que si los habitantes de
Carcasona utilizaban los cerdos como objetos arrojadizos en vez
de cómo embutidos, era posible que se alterase el rumbo
normal de las cosas y, en vez de los sitiados, fueran los sitiadores
los que perecieran de hambre, y que, así las cosas, había
otros lugares donde guerrear en nombre de su bolsa y de Cristo,
y que lo más sensato era irse con la música (tambores
de guerra, claro está) a otra parte. Años después,
en el 759, Carlomagno tomó Carcasona para los francos,
pero aún hoy, podemos ver la estatua a la taimada sarracena
Carcas en la bella ciudad occitana.
Unos cuantos siglos después, a finales del año
2002, los legítimos herederos del imperio de Carlomagno
(pues cada imperio posterior es legítimo sucesor de cualquier
imperio anterior y viceversa, dicen), sometían a un terrible
sitio a Iraq, ocupada por los sarracenos desde el inicio de los
tiempos en general, y desde 1974 en particular.
Cuenta Radio Nacional de España, el 30 de noviembre de
2002, que el portavoz de la Casa Blanca, Ari Fleischer, afirma
que un taimado tirano sarraceno de nombre Sadam Husein, engaña
a sus enviados escondiendo armas nucleares en casas de ciudadanos
civiles.
La leyenda de la dama Carcas comete, como casi todas las leyendas,
algunas imprecisiones cronológicas. Si bien es posible
que Carlomagno (742-814) participara en el segundo sitio de Carcasona,
tanto en éste como en el primero, las huestes de los francos
estaban dirigidas por su padre, Pipino el Breve, que fue el que
ordenó el asedio y su levantamiento. Por su magnitud,
las imprecisiones de la leyenda de Ari Fleischer y Radio Nacional
de España, merecen, más que ese nombre, otro más
grueso.
Imaginemos la escena: Interior/tarde. Basora, Casa de Ibrahim
Ab Kassam. Ibrahim Ab Kassam, zapatero bagdabí de 32 años,
vuelve a su casa desde el Sadam City Hospital, donde ha quedado
ingresada su hija Fátima, de nueve años, aquejada
de un cáncer de mama. Su mujer, Shalima, permanece en
el hospital acompañando a su única hija viva. Ibrahim
pretende volver al hospital tras hablar con su hermano para que
se haga cargo del taller en el barrio de Al-Yumhuria, pero necesita
un momento de soledad para asumir la noticia: el macabro sorteo
del niño (con cáncer) le ha vuelto a tocar a él.
Pone agua a calentar. Suena el timbre. Menudo momento para recibir
visitas. Sólo faltaría que fuera el hombre de Avon
el que llamara a su puerta.
¡Sorpresa!. Efectivamente, no es el hombre de
Avon el que llama a la puerta, ni un vendedor de enciclopedias
(porque en Iraq no pueden editarse enciclopedias, ni libros,
porque también el papel, considerado por el imperio de
doble uso, está afectado por el bloqueo), sino el hombre
de las paredes, el de la televisión: el tai(a)mado presidente
Sadam. Ibrahim no puede creer lo que ven sus ojos: el presidente
en casa. ¿Habrá venido, como buen padre, a consolarme
por Fátima? ¿Por qué por Fátima?
Ella está viva, y cuando lo de Sammir, no vino, vinieron
sólo los parientes.
Querido Ibrahim. dice el sonriente presidente
Te necesito. ¿Puedo pasar?
Por supuesto. Es para mi un honor. Estás en tu casa.
Precisamente ahora estaba preparando un té.
Sadam entra en la casa. Por primera vez, Ibrahim percibe que
Sadam guarda tras su espalda un gran paquete con símbolo
radioactivo.
Toma asiento. dice Ibrahim mientras trae un par de
vasos y una fuente con dátiles ¡Qué
sorpresa! ¿A qué debo tu visita?
Es una cuestión de estado. Los inspectores de Naciones
Unidas están buscando nuestras bombas nucleares y he pensado
que podría guardar ésta en tu casa.
¿En mi casa? Ibrahim está desconcertado,
son muchas noticias para un solo día. Primero lo de Fátima,
ahora el presidente viene a su casa con una bomba atómica
¿No será peligroso? Los médicos dijeron
que la enfermedad de Sammir tenía que ver con el uranio
empobrecido, y es probable que la de Fátima también.
Por eso no te preocupes, éste es enriquecido.
Pero, ¿por qué yo?
No eres el único, Tareq y los otros están
repartiendo por ahí todas las que tenemos, y no te creas
que son pocas.
Bueno, siendo así.
Guárdala bien. Un buen sitio puede ser debajo de
la cama. Y sobre todo, no se la enseñes a los inspectores.
Lánzala antes de enseñársela.
Sadam termina su té, besa a Ibrahim y sale. Ibrahim guarda
la bomba atómica debajo de la cama sin darle importancia,
cierra la puerta y va raudo a ver a su hermano. Fátima
y Shalima le esperan en el hospital.
Todo vale, totus tontus
El miércoles 5 de febrero era el día indicado
para que la historia de Ibrahim Ab Kassam pasara a formar parte
de la Historia como parte de las concluyentes e inapelables pruebas
de que Iraq esconde armas de destrucción masiva que presentaría
el secretario de estado norteamericano Colin Powell ante el Consejo
de Seguridad de Naciones Unidas y el mundo. Al menos era lo que
esperábamos los que oímos las revelaciones de Ari
Fleischer a Radio Nacional de España. Pero, ¿por
qué no presentó Colin Powell tamañas evidencias
ante el Consejo de Seguridad y ante el mundo? Hay quien dice
que, desgraciadamente, en el momento en que Sadam confió
al buen Ibrahim la bomba atómica, la casa de Ibrahim aún
tenía techo. Las cámaras ocultas del periodismo
de investigación de los satélites imperiales no
pudieron captar con nitidez las imágenes de la flagrante
prueba del delito porque la operación de defensa del área
de exclusión aérea de cada tres días que
se produjo el día anterior, tuvo un pequeño error
balístico: la bomba liberadora no destruyó el tejado
de la casa de Ibrahim, como estaba previsto, sino el recién
reconstruido depósito de agentes químicos (compuestos
por dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno)
del barrio de Al-Yumhuria
Pese a la decepción que supuso la ausencia de la historia
de Ibrahim Ab Kassam en su discurso, Powell presentó al
Consejo de Seguridad y al mundo pruebas contra Iraq perfectamente
válidas en un tribunal de la Santa Inquisición,
en una purga estalinista o bajo las leyes no escritas de excepción
establecidas, en pro de la seguridad, el 12 de septiembre de
2001. Eso si, para su conveniente interpretación, parece
pertinente olvidar las hasta la saciedad repetidas declaraciones
del Pentágono de que utilizarían, sin rubor, el
engaño, la falsa propaganda y, como si fuera necesario,
la compra de periodistas para lograr sus objetivos políticos.
El 'efecto Photoshop'
Era práctica habitual en los rodajes cinematográficos
que, cuando un equipo pretendía rodar una secuencia en
una cala desierta, aparecieran bañistas y mariscadores
de debajo de las rocas, veleros y txalupas de debajo de las olas.
Una rápida negociación con el jefe de producción
conseguía fácilmente una buena indemnización
por una quizás iniciática faena en el lugar de
todos los días. La aparición y proliferación
de los programas de retoque digital de imágenes liberó
a los productores del pago de esas indemnizaciones y a los espectadores
de la necesidad de creer en esas visiones.
Mediante el uso de Photoshop, Colin Powell podría haber
presentado al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y al mundo,
fotos perfectamente retocadas del propio Sadam Husein cargando
cabezas de uranio empobrecido (o enriquecido, qué más
da en estos casos) en cualquier almacén de armamento de
Tucson, Brighton o Tel Aviv. Habría sido burdo, pero hubiera
recibido el unánime aplauso de los que el pasado miércoles
5 de febrero le dieron su unánime aplauso.
Pero el Secretario de Estado norteamericano, en vez de utilizar
en su informe, como sus queridos socios del eje del bien, el
copy-paste de la tesis universitaria de Ibrahim al-Marashi ,
prefirió presentar fotos de sus satélites espías,
en los que el Consejo de Seguridad y el mundo deben ver lo que
el señor Powell dice que deben ver. Y lo que el señor
Powell dice que deben/mos ver es iraquíes purificando
el "emplazamiento de municiones químicas de Al-Taji
antes de que lleguen los inspectores de la ONU", aunque
en las fotos, hayan pasado o no por Photoshop, no seamos capaces
de distinguirlo. Y cuando vemos la foto satelital de un camión,
por si tuvieran pocos problemas los transportistas, el dogma
de fe del imperio, nos dice que debemos ver laboratorios móviles
utilizados para producir armas biológicas.
No quedó ahí el acta probatoria del gobierno de
Estados Unidos, ni siquiera en su fase multimedia. Powell nos
presentó, al tiempo que lo hacía al Consejo de
Seguridad, tres grabaciones de audio sacadas de contexto en las
que funcionarios iraquíes hablaban de vehículos
modificados y otros tipos de limpieza, del mismo modo que podían
hablar de los resultados de la última jornada de la liga
de fútbol . Personalmente me extrañó no
oir la voz de Sadam Husein pidiendo a los miembros de su guardia
que le colocaran unas cajas de armamento de destrucción
masiva para poder cambiar la bombilla de su dormitorio sin necesidad
de utilizar una escalera.
Finalizada la fase multimedia, en la que Powell aplazó
para mejor ocasión las relaciones homosexuales de Sadam
Husein con el diablo tantas veces probadas en South Park , el
discurso prosiguió con "los hechos, no afirmaciones"
siguientes: "no nos extrañaría que existiera",
"todo nos hace pensar", "es bastante posible"
y "aunque nada lo indique, estamos convencidos...",
...
Vista la contundencia de las pruebas que Colin Powell y la administración
chiripitiflaútica presentaron al Consejo de Seguridad
y al mundo, y no a los inspectores de UNMOVIC y la AEIA, las
evidencias (que no olvidemos algunas veces engañan) afirman
que es la administración chiripitiflaútica, y no
la iraquí como hasta ahora se ha dicho, la que está
obstaculizando (además de minimizarlo y ningunearlo) el
trabajo de los inspectores.
La Confesión y la carga de la prueba
La presunción de inocencia del acusado, es decir, el
hecho de que sea el acusador el que tenga que demostrar la culpabilidad
del acusado y no el acusado el que tenga que probar su inocencia
frente a las acusaciones del acusador, tiene una razón
de ser. Por poner un ejemplo, alguien podría acusarme
a mi, basándose en la estúpida presunción
de que soy un gastrónomo irrespetuoso, de tener en mi
despensa carne de lagarto blanco o de rana bermejilla . Ante
tamaña acusación, si yo tuviera en mi despensa
carne de lagarto blanco o de rana bermejilla, extremo que juro
por mi honor es rigurosamente falso, podría entregarlas
a las autoridades, pagar la astronómica multa y recibir
la correspondiente reprobación moral, del mismo modo que
mi acusador podría localizarlas y ora entregarlas a las
autoridades para que me pongan la astronómica multa y
reciba la correspondiente reprobación moral, ora comérselas
él y que yo me viera exonerado de pagar la astronómica
multa y de recibir la correspondiente reprobación moral.
Ahora bien, si, como es el caso, yo no tengo en mi despensa carne
de lagarto blanco o de rana bermejilla, yo no tendría
ningún elemento para probar mi inocencia. Podría
decir que ni tengo, ni he tenido, carne de lagarto blanco o de
rana bermejilla en mi despensa. Incluso, podría permitir
que, ya sea con orden de registro o sin ella, unos funcionarios
registraran mi despensa en busca de la carne de lagarto blanco
o de rana bermejilla o indicios que probaran su anterior estancia.
Si mi acusador o los funcionarios que le representan no consiguen
probar la existencia, pasada o presente, de carne de lagarto
blanco o de rana bermejilla, en una situación normal,
aunque mi acusador hiciera una millonaria campaña de propaganda
con el lema "Carlos Lapeña tiene en su despensa carne
de lagarto blanco y de rana bermejilla y la come todos los días
para merendar", yo sería considerado inocente, no
tendría que pagar una multa astronómica, ni los
gastos provocados por el registro de mi despensa, podría
acusar probadamente a mi acusador de falsa acusación y,
en circunstancias normales repito, no recibir la correspondiente
reprobación moral por comer carne de especies protegidas
por muy ricas que estén.
¿Por qué - me pregunto - en el caso de Iraq
no se respeta la presunción de inocencia? Pero, la cosa
no queda aquí. Si se diera el caso de que mi acusador
fuera un reputado consumidor de carne de lagarto blanco o de
rana bermejilla, que escribiera artículos exaltando, pese
a su ilegalidad, lo sabroso y delicado que es comer, degustar
o catar la carne de lagarto blanco o de rana bermejilla, que
organizara públicas o privadas jornadas gastronómicas
en las que se presentaran nuevas preparaciones de la carne de
lagarto blanco o de rana bermejilla, mi acusador no sería
ya sólo un falso acusador, sino que sería un sinvergüenza
y un canalla.
Cuando Iraq recibe la acusación no probada de albergar
las no definidas armas de destrucción masiva por parte
de países que, probada y reconocidamente, albergan las
no definidas armas de destrucción masiva, no tiene tanta
suerte como cuando yo, en circunstancias normales, recibo la
acusación no probada de guardar en mi despensa carne de
lagarto blanco o de rana bermejilla. Primero, porque Iraq, sometida
desde hace doce años a un bloqueo criminal que ha acabado
con la vida (y por tanto "liberado" de sus problemas)
de, se dice pronto, un millón ochocientos mil iraquíes,
está obligada a pagar a los funcionarios que buscan las
inexistentes (al menos inencontradas) pruebas de que alberga
armas de destrucción masiva. Segundo, porque la autoridad
imperial y todos (digo bien, todos) han decidido la existencia
de las armas de destrucción masiva en Iraq y, por lo
tanto, si esas armas no aparecen es que el régimen iraquí
las esconde. Así las cosas, mientras yo podría,
en un caso similar, dirigirme a un bosque o una charca a buscar
carne de lagarto blanco o de rana bermejilla, conseguirla, entregarla
a las autoridades, pagar injustamente la astronómica multa
y recibir la correspondiente injusta reprobación moral,
Iraq no puede afrontar esa salida; es decir, Iraq no puede ir
a Estados Unidos, comprar armas de destrucción masiva,
entregarlas a los inspectores, que éstos las destruyan
e Iraq reciba la correspondiente e injusta reprobación
moral (y más que moral) no solo por albergar armas de
destrucción masiva, sino por mentiroso.
Decía Goebles que "cuánto más grande
es una mentira, más fácil es que se crea".
Recientemente leía el estremecedor relato de Artur London
en el que relataba la fórmula, creada por los adláteres
del ex seminarista Stalin y su tan-criminal-como-él socio
Beria, para crear pruebas y confesiones falsas para llevar
a cabo sus desgraciadamente famosas purgas. En el proceso relatado
(y vivido) por London, encuentro ciertas similitudes con el actual
proceso a Iraq.
El caso de Iraq, como el proceso de Praga del que nos habla
London, ya estaba sentenciado antes de que iniciara su fase de
instrucción. El caso de Iraq, como el proceso de Praga,
se basa en suposiciones repetidas tantas veces que impiden ser
cuestionadas hasta por el más justo o bienintencionado.
La instrucción del caso de Iraq, como el proceso de Praga,
se afronta utilizando un criminal método de tortura para
debilitar de tal modo al acusado que llegue a asumir, al menos
de alguna manera, la acusación. En el caso de Iraq, como
en el proceso de Praga, el acta acusatoria puede variar en cualquier
momento según interese al acusador; es decir, lo mismo
da acusar a Iraq de albergar armas de destrucción masiva
que miembros de Al-Qaeda, se fabricarán las pruebas y
los testimonios a medida de cada momento.
En su libro, Artur London cuenta un hecho que ha quedado grabado
en mi cerebro. Su réferent describió como "un
encuentro de dos días con interrupciones" una cita
de una hora y un encuentro de cinco minutos al día siguiente.
En su ya citado discurso al Consejo de Seguridad y al mundo,
el secretario de estado norteamericano Colin Powell nos reveló
que Iraq y Al-Qaeda han mantenido y mantienen estrechas relaciones
durante décadas. Si tenemos en cuenta que la propia autoridad
imperial data la fundación de Al-Qaeda en 1995 y que los
"hechos, no afirmaciones" se presentaron en 2003, Iraq
tiene suerte que Powell dijera "durante décadas (dos)",
en vez de "durante milenios (también dos)".
Las pruebas no presentadas
Hay algunos hechos, que, quizá por ser "afirmaciones",
Powell no ha puesto sobre la mesa en su discurso ante el Consejo
de Seguridad y el mundo. En su libro "La economía
del Hidrógeno" , Jeremy Rifkin, que en ningún
modo pretende afrontar la situación actual, aporta unos
datos que extracta Jorge Carrasco y pueden revelar algunas claves
de la amenaza a Iraq.
En 1959, M. King Hubbert, geofísico que trabajó
para la compañía Shell Oil, pronosticó,
basándose en la cantidad y ritmo de la producción
en el pasado, que la producción de petróleo en
EEUU (salvando Alaska y Hawai) tocaría techo entre 1965
y 1970. La mayoría de los expertos no lo tomaron en serio,
pero, Estados Unidos, durante mucho tiempo el principal productor
de petróleo del mundo y hasta los años cincuenta
el responsable de más de la mitad de la producción
mundial, tocó techo en su producción en 1970. Y
los precios subieron.
La tesis de Hubbert es sencilla: la producción de petróleo
comienza desde cero, sube gradualmente hasta un punto en que
se ha explotado la mitad de las reservas recuperables y a partir
de ese momento la producción decrece paulatinamente. Evidentemente,
el consumo no lo hace, todo lo contrario: aumenta en torno a
un 2% anual.
Estados Unidos, con el 5% de la población mundial, consume
casi el 26% de todo el petróleo que se produce en el
mundo. Produce sólo el 11% de todo el petróleo
mundial y cuenta con el 2% de las reservas estimadas (contra,
por ejemplo, el 26% de Arabia Saudí). El caso de la producción
americana es totalmente comparable a la producción mundial.
El día en que la mitad de todas las reservas recuperables
mundiales se haya extraído, la producción descenderá
y no podrá satisfacer la demanda (que ya de por sí
se prevee que aumentará con la incorporación de
nuevas economías, como la China: si cada chino tuviera
el gasto energético de un estadounidense, no habría
petróleo en todo el sistema solar para quemar). Este día
se calcula, por los expertos más optimistas, en torno
al 2030; otros, que no lo son tanto, lo sitúan al final
de esta misma década, sobre el 2010. El barril podría
alcanzar entonces un precio superior a 140 dólares (imaginaros
un litro de gasolina entre 5 y 6 veces el valor actual).
A partir de 1970, EEUU y las naciones occidentales dependieron
más y más de las importaciones del Golfo Pérsico.
En 1973, y en protesta por el apoyo occidental a Israel, la OPEP
inició un embargo y la primera guerra de precios, cuadriplicando
el precio del barril de 3 dólares a 13. Las consecuencias
de la recesión todavía las percibimos en nuestros
días (las economías occidentales nunca han vuelto
a recuperar los niveles de empleo y de crecimiento de las décadas
50 y 60).
En 1973, Oriente Medio era responsable del 38% de la producción
mundial de petróleo. A raiz de la crisis de precios y
de la reducción de consumo, unido a la exploración
de nuevos yacimientos (por ejemplo, los del Mar del Norte), la
cuota de Oriente Medio se redujo hasta el 18%. Pero con el rápido
agotamiento de estos otros yacimientos, la cuota de Oriente Medio
ha vuelto a subir al 30%.
Los analistas de la industria afirman que cuando los "productores
estratégicos" -los cinco principales productores
de Oriente Medio - lleguen a controlar más de un tercio
de la producción, volverían a estar en condiciones
de dictar el precio del petróleo en los mercados mundiales.
La verdadera importancia del petróleo de Oriente Medio
se hace inmediatamente evidente cuando examinamos la naturaleza
de los yacimientos petrolíferos del golfo Pérsico.
Hay más de 40.000 yacimientos petrolíferos conocidos
en el mundo, pero sólo 40 yacimientos supergigantes -es
decir, con más de 5.000 millones de barriles de petróleo-
contienen más de la mitad de las reservas de petróleo
del mundo. De estos 40 yacimientos gigantes, 26 se hallan en
el golfo Pérsico. Además, mientras que otros yacimientos
gigantes, sobre todo los de los Estados Unidos y Rusia han tocado
techo y se hallan en fase descendente, los yacimientos de Oriente
Medio todavía están en la fase ascendente de la
curva de campana de Hubbert. La ratio entre reserva y producción
(R/P) lo dice todo. La R/P es el número de años
que durarán las reservas de petróleo de acuerdo
con las tasas actuales de producción. En Estados Unidos,
donde se ha extraído más del 60% del petróleo
recuperable, la R/P es de 10/1 (es decir: se acabarán
en 10 años). En Noruega (Mar del Norte) la ratio es también
de 10/1 y en Canadá de 8/1 (y estos dos países
son proveedores fundamentales de EEUU: baste decir que, contra
la opinión general, el porcentaje de petroleo que importa
EEUU de los países de la OPEP es inferior al de hace 25
años, y que en los primeros seis meses de 2001 compró
más petróleo a Canadá que a Arabia Saudí,
pero la ratio lo dice todo). En cambio, la ratio R/P de Irán
es de 53/1, en Arabia Saudí de 55/1, en los Emiratos Árabes
Unidos de 75/1, en Kuwait de 116/1 y en Iraq de 526/1."
Efectivamente, Powell no mencionó la ratio entre reserva
y producción (R/P) del petróleo iraquí en
su discurso al Consejo de Seguridad y el mundo, pero éste
no fue su único olvido. En ningún momento de su
"acta probatoria" apareció una palabra que,
guste o no, es clave en cualquier análisis sobre Oriente
Medio desde 1948: Israel.
Desde su fundación en 1948, el estado de Israel no ha
conseguido presentarse como clave en el mapa de Oriente Medio,
sino mediante el uso de su fuerza armada por él mismo
y por su aliado imperial. El fracaso del proceso normalizador
iniciado en los acuerdos de Camp David y continuado, sobre todo,
a partir de 1991, prueba que la manera más eficaz de convertir
Israel en la potencia económica y tecnológica de
la zona, es ocupar Iraq y establecer un nuevo mapa regional.
Israel, potencia tecnológica de la Oriente Medio, no ha
conseguido, pese a sus intentos y los de determinados regímenes
árabes , establecerse como principal proveedor agrícola
y tecnológico y recuperador de los excedentes de las rentas
petrolíferas de los países árabes del golfo.
En ese sentido, la destrucción -especialmente tecnológica-
de Iraq, uno de los países más poblados de la zona
(27 millones de habitantes), más rico en recursos naturales
y con una economía (antes de 1990), aunque dependiente
de las rentas petrolíferas, cada vez más diversificada,
se ofrece como imprescindible en el fortalecimiento estratégico
del principal aliado de la autoridad imperial.
El mayor campo de concentración
de la historia
La destrucción de la infraestructura civil en los bombardeos
de 1991 (y los posteriores), doce años de bloqueo a modo
de sitio medieval, y el boicot criminal de Estados Unidos y Gran
Bretaña al programa "Petróleo por alimentos"
, no han supuesto únicamente la destrucción tecnológica
del principal competidor de Israel, han supuesto la conversión
de Iraq en el mayor campo de concentración de la historia.
Los números (siempre fríos, pero números)
hablan por si solos: la esperanza de vida se ha reducido en nueve
años, la mortalidad infantil en menores de cinco años
se ha incrementado en un 160 % (lo que supone no un frío
porcentaje, sino cinco mil niños muertos más al
mes), un 48 % de la población ha perdido el acceso al
agua potable, la malnutrición infantil afecta al 60 %
de los niños, ochocientos mil menores de cinco años
sufren malnutrición crónica, más de la mitad
de la población vive por debajo del nivel de la pobreza,
el paro afecta a más de la mitad de la población,
etc. Esto en un país rico en recursos y desarrollado técnicamente.
Durante mucho tiempo, he pensado que la naturaleza del crimen
no varía en función del nombre del criminal. Si
alguien introduce un puñal en mi barriga y tira para arriba
reventándome el estómago y convirtiendo mi principal
fuente de placer en mi último dolor, poco me importa si
se llama Basilio, Joe, Ahmed, Adolf, Dimitri, Yosi o Catarata
Blanca. Pero si el que comete un genocidio, arrebatando la vida
a un millón ochocientas mil personas, ochocientas mil
menores de cinco años (me recuerda mi abuela que esos
ochocientos mil niños tienen ochocientas mil madres que,
al menos una importante parte de ellas, también ha muerto),
se llama Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, el crimen,
al menos moralmente, incrementa su monstruosidad.
Las amenazas norteamericanas en 1991 de enviar Iraq a la edad
media se han cumplido. Y para cumplirlas, las sucesivas administraciones
norteamericanas y británicas, conjugándola con
la tecnología del siglo XXI y la extrema brutalidad del
siglo XX, han vuelto también a la edad media.
Al observar los humanitarios y liberadores planes de invasión
que asoman de las declaraciones de intenciones imperiales para
Iraq, no puedo ver sino la intención de eliminar las pruebas
de su crimen en los últimos doce años. Lo que ahora
pretenden vendernos como una nueva guerra contra Iraq, no es
una nueva guerra contra Iraq. Podrá ser, quizá,
una nueva fase de la guerra contra Iraq, porque, declarada o
no, la guerra contra Iraq ha estado presente, matando gente ya
sea con bombas o con enfermedades curables, en los últimos
doce años.
Cuando la verdad parece una exgeración
En su libro "Los hundidos y los salvados" , Primo
Levi recuerda como sus guardianes de Auschwitz le decían:
"da igual lo que contéis, nadie os creerá".
Cuando la magnitud de los crímenes es tan exagerada, el
ser humano, en una especie de corporativismo de especie, tiende
a no aceptarla como real. A la vuelta de un viaje a Basora, Ramala
o Chatila, cuando mis amigos o familiares me preguntan sobre
lo que he visto, el eco de las respuestas suena en mi cabeza
como una exageración. Quizá se trate de un mecanismo
de autodefensa: las víctimas son seres humanos, como quizás
yo. ¡Es algo terrible! Pero, decididamente, más
terrible es pensar que los verdugos son seres humanos como yo.
Paralelamente, la campaña informativa (no propagandística,
claro, pues se trata de "hechos, no afirmaciones")
me presenta a Sadam Husein, "un tirano sangriento"
, y a su régimen como el único responsable del
genocidio de su pueblo. Esta campaña se ha preocupado
de ofrecerme hasta la saciedad una imagen deshumanizada, no entro
en si falsa o verdadera y, desde luego, bastante contraria a
la que me transmitieron los iraquíes con los que pude
hablar en Bagdad o Basora, del presidente iraquí que me
recuerda al "Saturno devorando a sus hijos" de Goya.
Así las cosas, y volviendo a mi, siempre necesario para
mi bienestar mental, mecanismo de autodefensa, puedo entender
que el tirano sangriento Sadam Husein, que necesitaba beber la
sangre de un millón ochocientos mil de sus paisanos, ha
manipulado al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas para que
decretara y mantuviera durante doce años el criminal bloqueo
contra el pueblo de Iraq. Pero mi mecanismo de autodefensa (o
el de Bush, Aznar, o cualquiera de estos, que ya me he hecho
un lío) no para ahí. El régimen iraquí
ha manipulado al Consejo de Seguridad y al Comité 661
, para emplear los restos del dinero del programa "petróleo
por alimentos" para comprar armas de destrucción
masiva y construir búnkeres debajo de los ríos
para esconderlas y tomar el pelo a las Naciones Unidas. Por mi
mecanismo de autodefensa, estoy obligado a creer a Ari Flesicher
y a Radio Nacional de España cuando dicen que el gobierno
de Iraq tiene escondidas bombas atómicas en casas de ciudadanos
civiles (y no olvidemos que esconder armas nucleares debajo de
su cama, les priva de su condición de civiles y mucho
más de la de desarmados). Mi insaciable mecanismo de autodefensa
me explica también que las pruebas presentadas por Powell
al Consejo de Seguridad y al mundo, no son sólo absolutamente
ciertas, sino muy benevolentes con el gobierno de Iraq, pues
su relación con Al-Qaeda se extiende por dos milenios,
y que si el representante del emperador en la tierra no ha presentado
la pruebas del petróleo y de la necesidad del fortalecimiento
estratégico israelí para incluir Oriente Medio
en la economía globalizada, es porque no son pruebas sino
patrañas de un gobierno dirigido por un tirano sangriento.
Mi mecanismo de autodefensa confirma la veracidad del mensaje
de Ben Laden del 11 de febrero en el que llama a los musulmanes
a defender Iraq, y que su emisión confirma la relación
de Ben Laden con Iraq, así como que aquél financió
a los guionistas de la gala de la entrega de los Goya. Mi ya
casi abominado mecanismo de autodefensa, me hace creer que cuando
las televisiones emitieron el vertido petrolífero que,
a mala leche y solo por joder, hizo Sadam Husein en el golfo
pérsico, o cuando los periódicos hablaron de los
soldados iraquíes que sacaron a los niños kuwaitíes
de las incubadoras y los lanzaron por las ventanas del hospital
para echar unas risas y demostrar su maldad intrínseca,
lo hicieron porque los periodistas tienen que decir la verdad
por dura que sea. Mi, al menos en principio, necesario mecanismo
de autodefensa me ha convertido, como a mis gobernantes, en un
cínico o en un imbécil.
Animado por mi metamorfosis de autodefensa me dirijo a la refinería
de Repsol de A Coruña. Sólo necesito rodearlos.
Someterles a un sitio. Tendrán que entregarme su petróleo.
Paralelamente (estamos sincronizados) he mandado a mi cuñado
a quemar toda la red de gasolineras, así no tendremos
competencia. Estoy en la puerta de la refinería, ya he
mandado un fax exigiendo su inmediata rendición. Un taimado
sarraceno me lanza un cerdo desde lo alto del edificio. Las últimas
palabras que oigo son: "¿Pero tú, quién
te crees que eres? ¿El imperio?" A partir de ahí,
todo yo soy un penetrante dolor de cabeza.
Afortunadamente, el espíritu de la dama Carcas, actuando
como sólo él puede hacerlo, ha disipado mi mecanismo
de autodefensa, puede que sea, como mis gobernantes, un cínico
o un imbécil, pero yo no he matado a nadie.
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