Con Iraq
Paremos la guerra contra Iraq


* Roberto Salamanca escribió este breve cuento con motivo del Día del Libro, 23 de abril, aniversario de la muerte de Cervantes, como llamamiento a la unión de dos culturas y de dos pueblos y para ser leído en el Instituto Clara Campoamor de Getafe (Madrid) por brigadistas contra la guerra a invitación de la directora del Centro.

Con Iraq


Don Quijote en Bagdad

Roberto Salamanca*

26 de mayo de 2003. CSCAweb (www.nodo50.org/csca)

"Es curioso amigo Sancho, pero me despido de esta ciudad y de sus gentes sabiendo el nefasto futuro que les espera y no me voy más que sorprendido del valor que demuestran al no dejarse arrancar antes de tiempo la vida. Es como si esto fuera un pasaje ya conocido, ya vivido para ellos."

En Bagdad ha amanecido rojo. La mañana refleja en la arena del desierto la esperanza de un pueblo que espera tormentas de arena y fuego. Sancho se despereza mientras su señor desvelado contempla la enorme ciudad dorada por los rayos del sol.

- "Si mi señor es paciente, en dos zancadas me acerco a aquella casa para pedir agua y preparar un café de achicoria."

- "Amigo Sancho estamos en tierras árabes y es costumbre tomar té. Acércate por el agua al pozo de aquel castillo."

- "No es castillo, mi señor, que es una casa de ladrillo y cemento y no son pozos de donde sacan el agua sino de grifos con agua corriente y clorada."

Montado Sancho en su asno y Don Quijote en su escuálido corcel, caminaban rumbo a la majestuosa ciudad. Duro es el camino para dos animales que herrados han de caminar sobre el asfalto de una carretera. Lejos quedan los caminos de tierra y polvo de Castilla.

- "Pararemos junto aquella palmera para descansar y para que nuestros caballos puedan beber en alguno de los innumerables lagos que se abren a lo largo y ancho del camino. Es zona pantanosa, por donde mires o pises siempre hay charcos. Hemos de estar precavidos. Además curiosa y estúpida costumbre la de estos moriscos que con tanta tierra enfangada no plantan cereal."

- "No son pantanos mi señor lo que usted ve. Son los 'efectos colaterales' de los bombardeos de 1991. Se rompió la capa freática y ahora el agua se les escapa por las finas arenas del desierto."

Atraviesan el Tigris que como un espejo tiñe de dorado los muros de las mezquitas y de las casas que se postran a la orilla. De repente, Don Quijote con la lanza en la mano para bruscamente la caravana.

- "¡Alto, amigo Sancho y retrocede! Deja paso a un osado caballero que con valor pueda hacer frente a la temible amenaza que son aquellos monstruosos misiles que desafían al cielo. No te dejes engañar por sus vivos colores, por su verde magenta ni por el dorado que son colores de encantadores. ¡A un lado!, que la carga de mi furia solo es comparable con mi deseo infinito de justicia y libertad."

- "Mi señor aguarde y no entre en trote, que no son misiles ni encantadores de doncellas lo que ven sus ojos, son los minaretes de las mezquitas desde donde se llama a la oración."

Las palabras de Sancho suenan huecas y extrañas entre los espectadores, ciudadanos de Bagdad que atónitos contemplan como Don Quijote se lanza al galope contra el muro de la torre.
El golpe es muy fuerte, tanto que Don Quijote pierde la lanza y el yelmo. Sancho apura al borrico para ayudar a su señor, pero cuando llega es atendido ya por aquellas personas que sin poder salir de su asombro socorren al hidalgo caballero que yace tendido en el suelo. Una ambulancia le conduce al hospital. Sancho a su lado le aprieta la mano.

- "¿A qué lugar nos llevan presos Sancho?"

- "No vamos presos, nos conducen a ver un médico."

- "¡Un médico! No, aquí solo hay brujos y hechiceros. Cuentan que en Basora, una ciudad del sur, los niños son monstruos de cuatro piernas que escupen fuego. Son siervos de un mago malvado que los embruja y los transforma en seres diabólicos."

- "No crea ese cuento mi señor, que aquí lo que usted llama brujos son tan doctores como los de nuestra tierra. Y no son monstruos encantados los niños que muy al contrario sufren grandes y a veces mortales malformaciones por culpa, no de hechizos sino del uranio empobrecido que los norteamericanos utilizaron como bombas en la última guerra."

En los días de reposo, convaleciente Don Quijote de sus dolencias, él y Sancho conversaron con un simpático grupo de mujeres estudiantes de castellano que les sirvieron de traductoras.

- "Es curioso Sancho, que al igual que en nuestra tierra, sean las monjas las que se dediquen al estudio de otras lenguas y a la oración."

- "Mi señor, sí es cierto que estudian otra lengua tan diferente a la suya como es el español, pero no son monjas sino mujeres de a pié como su sobrina."

- "Extraño, pues yo tenía entendido que en estas tierras moriscas las mujeres no podían estudiar."

- "Nada más lejos de la realidad, como usted podrá comprobar, las aulas están repletas tanto de mujeres como de hombres."

Al salir del hospital Sancho y Don Quijote se despidieron de los doctores y de las estudiantes de español que tan amable y humildemente les habían atendido. En la puerta esperaban Rocinante y el burro de Sancho. Tomaron prestos sus monturas y prosiguieron el camino. Atravesaron la ciudad de punta a punta buscando a un pueblo temeroso de una guerra, un pueblo agazapado por las esquinas mirando el cielo, atentos a la sirena, cargados de dolor, de rabia, de miedo. Buscaban gente armada, cañones y soldados. Pero nada de eso encontraron. Apenas unas trincheras mal cavadas en el suelo en la puerta de las casas era la única defensa. No encontraron nada de aquello que esperaban, muy al contrario vieron un pueblo alegre, vivo y sincero. Gente que no perdió la sonrisa y no dudó en dedicarles palabras amables de amistad.

- "Es curioso amigo Sancho, pero me despido de esta ciudad y de sus gentes sabiendo el nefasto futuro que les espera y no me voy más que sorprendido del valor que demuestran al no dejarse arrancar antes de tiempo la vida. Es como si esto fuera un pasaje ya conocido, ya vivido para ellos."

- "Y es así mi señor, que ya sufrieron una guerra inconclusa y doce largos y agónicos años de embargo. Ahora se les viene encima el mismísimo infierno y aun sonríen a la vida."

- "¡Ay maldita guerra amigo Sancho, maldita guerra!"

En Bagdad ha amanecido rojo. La mañana refleja en la arena del desierto la desesperanza de un pueblo que ya sufre una enorme tormenta de humo y fuego. Sancho llora mientras su señor desvelado contempla la destrucción de la enorme ciudad dorada por el estallido de las bombas.



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