Don Quijote en Bagdad
Roberto Salamanca*
26 de mayo de 2003. CSCAweb (www.nodo50.org/csca)
"Es curioso amigo
Sancho, pero me despido de esta ciudad y de sus gentes sabiendo
el nefasto futuro que les espera y no me voy más que sorprendido
del valor que demuestran al no dejarse arrancar antes de tiempo
la vida. Es como si esto fuera un pasaje ya conocido, ya vivido
para ellos."
En
Bagdad ha amanecido rojo. La mañana refleja en la arena
del desierto la esperanza de un pueblo que espera tormentas de
arena y fuego. Sancho se despereza mientras su señor desvelado
contempla la enorme ciudad dorada por los rayos del sol.
- "Si mi señor es paciente, en dos zancadas me
acerco a aquella casa para pedir agua y preparar un café
de achicoria."
- "Amigo Sancho estamos en tierras árabes y es
costumbre tomar té. Acércate por el agua al pozo
de aquel castillo."
- "No es castillo, mi señor, que es una casa de
ladrillo y cemento y no son pozos de donde sacan el agua sino
de grifos con agua corriente y clorada."
Montado Sancho en su asno y Don Quijote en su escuálido
corcel, caminaban rumbo a la majestuosa ciudad. Duro es el camino
para dos animales que herrados han de caminar sobre el asfalto
de una carretera. Lejos quedan los caminos de tierra y polvo
de Castilla.
- "Pararemos junto aquella palmera para descansar y para
que nuestros caballos puedan beber en alguno de los innumerables
lagos que se abren a lo largo y ancho del camino. Es zona pantanosa,
por donde mires o pises siempre hay charcos. Hemos de estar precavidos.
Además curiosa y estúpida costumbre la de estos
moriscos que con tanta tierra enfangada no plantan cereal."
- "No son pantanos mi señor lo que usted ve. Son
los 'efectos colaterales' de los bombardeos de 1991. Se rompió
la capa freática y ahora el agua se les escapa por las
finas arenas del desierto."
Atraviesan el Tigris que como un espejo tiñe de dorado
los muros de las mezquitas y de las casas que se postran a la
orilla. De repente, Don Quijote con la lanza en la mano para
bruscamente la caravana.
- "¡Alto, amigo Sancho y retrocede! Deja paso a
un osado caballero que con valor pueda hacer frente a la temible
amenaza que son aquellos monstruosos misiles que desafían
al cielo. No te dejes engañar por sus vivos colores, por
su verde magenta ni por el dorado que son colores de encantadores.
¡A un lado!, que la carga de mi furia solo es comparable
con mi deseo infinito de justicia y libertad."
- "Mi señor aguarde y no entre en trote, que no
son misiles ni encantadores de doncellas lo que ven sus ojos,
son los minaretes de las mezquitas desde donde se llama a la
oración."
Las palabras de Sancho suenan huecas y extrañas entre
los espectadores, ciudadanos de Bagdad que atónitos contemplan
como Don Quijote se lanza al galope contra el muro de la torre.
El golpe es muy fuerte, tanto que Don Quijote pierde la lanza
y el yelmo. Sancho apura al borrico para ayudar a su señor,
pero cuando llega es atendido ya por aquellas personas que sin
poder salir de su asombro socorren al hidalgo caballero que yace
tendido en el suelo. Una ambulancia le conduce al hospital. Sancho
a su lado le aprieta la mano.
- "¿A qué lugar nos llevan presos Sancho?"
- "No vamos presos, nos conducen a ver un médico."
- "¡Un médico! No, aquí solo hay
brujos y hechiceros. Cuentan que en Basora, una ciudad del sur,
los niños son monstruos de cuatro piernas que escupen
fuego. Son siervos de un mago malvado que los embruja y los transforma
en seres diabólicos."
- "No crea ese cuento mi señor, que aquí
lo que usted llama brujos son tan doctores como los de nuestra
tierra. Y no son monstruos encantados los niños que muy
al contrario sufren grandes y a veces mortales malformaciones
por culpa, no de hechizos sino del uranio empobrecido que los
norteamericanos utilizaron como bombas en la última guerra."
En los días de reposo, convaleciente Don Quijote de
sus dolencias, él y Sancho conversaron con un simpático
grupo de mujeres estudiantes de castellano que les sirvieron
de traductoras.
- "Es curioso Sancho, que al igual que en nuestra tierra,
sean las monjas las que se dediquen al estudio de otras lenguas
y a la oración."
- "Mi señor, sí es cierto que estudian
otra lengua tan diferente a la suya como es el español,
pero no son monjas sino mujeres de a pié como su sobrina."
- "Extraño, pues yo tenía entendido que
en estas tierras moriscas las mujeres no podían estudiar."
- "Nada más lejos de la realidad, como usted podrá
comprobar, las aulas están repletas tanto de mujeres como
de hombres."
Al salir del hospital Sancho y Don Quijote se despidieron
de los doctores y de las estudiantes de español que tan
amable y humildemente les habían atendido. En la puerta
esperaban Rocinante y el burro de Sancho. Tomaron prestos
sus monturas y prosiguieron el camino. Atravesaron la ciudad
de punta a punta buscando a un pueblo temeroso de una guerra,
un pueblo agazapado por las esquinas mirando el cielo, atentos
a la sirena, cargados de dolor, de rabia, de miedo. Buscaban
gente armada, cañones y soldados. Pero nada de eso encontraron.
Apenas unas trincheras mal cavadas en el suelo en la puerta de
las casas era la única defensa. No encontraron nada de
aquello que esperaban, muy al contrario vieron un pueblo alegre,
vivo y sincero. Gente que no perdió la sonrisa y no dudó
en dedicarles palabras amables de amistad.
- "Es curioso amigo Sancho, pero me despido de esta ciudad
y de sus gentes sabiendo el nefasto futuro que les espera y no
me voy más que sorprendido del valor que demuestran al
no dejarse arrancar antes de tiempo la vida. Es como si esto
fuera un pasaje ya conocido, ya vivido para ellos."
- "Y es así mi señor, que ya sufrieron
una guerra inconclusa y doce largos y agónicos años
de embargo. Ahora se les viene encima el mismísimo infierno
y aun sonríen a la vida."
- "¡Ay maldita guerra amigo Sancho, maldita guerra!"
En Bagdad ha amanecido rojo. La mañana refleja en la
arena del desierto la desesperanza de un pueblo que ya sufre
una enorme tormenta de humo y fuego. Sancho llora mientras su
señor desvelado contempla la destrucción de la
enorme ciudad dorada por el estallido de las bombas.
|