A una semana de los atentados de Washington
y Nueva York
Contra la guerra, el racismo
y la represión: redoblar la solidaridad
Comunicado del CSCA
Madrid, 18 de septiembre de
2001
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LAS peores previsiones se confirman al cumplirse
una semana de los atentados de Washington y Nueva York. Amparándose
en la conmoción y la repulsa ante los ataques del día
11 de septiembre, la Administración Bush se prepara abiertamente
para lo que se ha definido como una guerra "continúa"
y "global" contra un incierto enemigo -el "terrorismo
internacional"-, que ha de durar varios años y en
la que pretende comprometer como comparsa al conjunto de la comunidad
internacional.
La situación es hoy crítica, solo
comparable -si no aún peor- a la vivida entre agosto de
1990 y enero de 1991, cuando EEUU involucró a la práctica
totalidad de los países en la preparación y desencadenamiento
de una guerra de devastación contra Iraq, tras imponer
al país un régimen inclemente de sanciones económicas
que perdura hasta hoy. El escenario político, mediático
y geoestratégico de esta nueva cruzada es similar al de
entonces, y vuelve a centrarse en la región de Oriente
Medio, si bien no cabe ignorar que la declaración formal
de guerra que las instituciones de EEUU -además de la
OTAN- han formulado en respuesta a los atentados establece un
"teatro de operaciones" planetario. El primer objetivo
de un previsible ataque de represalia norteamericana sería
Afganistán y la amenaza, como tantas otras veces, ya está
provocando una nueva crisis humanitaria internacional que tras
la devastación militar se procurará aliviar con
ONGs y Ejércitos "humanitarios".
La excusa para atacar nuevamente un Estado y a
su población, acabar con el santuario de Osama Bin Laden
y con él mismo, no es más que un recurso propagandístico
para consagrar definitivamente la hegemonía política,
económica y militar de EEUU en Oriente Medio -incluyendo
su periferia caucásica- y, por extensión, mundial,
incluyendo cualquier otra región considerada de interés
estratégico, presumiblemente, tras la primera, el área
amazónica-andina.
Varias son las consideración que, por evidentes,
no deben dejar de estimarse transcurrida esta primera semana
de -otra vez- "Nuevo Orden Mundial":
A. En el ámbito
internacional
1.
Un reforzamiento, como solo cabe recordar durante el conflicto
del Golfo de 1990-91, del discurso y las estructuras militares
del propio EEUU y -a la zaga- de sus aliados occidentales. El
Senado y el Congreso de EEUU han dotado al presidente Bush de
fondos (7,2 billones de pesetas) y legitimidad para recurrir
al uso de la fuerza sin limitación alguna. La resolución
aprobada por las dos Cámaras legislativas norteamericanas
el pasado 14 de septiembre autoriza al presidente Bush a recurrir
al "(...) uso de la fuerza necesaria y apropiada contra
aquellas naciones, organizaciones y personas que él considere
que de forma determinante planearon, autorizaron, cometieron
o ayudaron al ataque terrorista [del 11 de septiembre], (...)
o a los que ampararon a tales organizaciones o personas, o para
prevenir cualquier acto futuro de terrorismo contra los Estados
Unidos". La autorización es tan amplia, los medios
tan descomunales y el enemigo tan incierto -el "terrorismo
internacional"- que solo cabe imaginar que EEUU aprovechará
esta oportunidad, amparándose en la conmoción y
tolerancia internacionales, para consolidar su hegemonía
militar. Y es tal la determinación de revancha y la necesidad
de recuperar una imagen de poder militar incuestionable de EEUU,
que las previsiones bélicas incluyen desde operaciones
de guerra convencional y encubiertas (incluido el asesinato de
personas y dirigentes) hasta el uso de armas no convencionales
tácticas.
La OTAN decidía asimismo el día 12
aplicar, por primera vez en su más de medio siglo de historia,
el artículo 5 del Tratado de Washington, referido a la
defensa común de un miembro atacado, lo que unido al denominado
"Nuevo Concepto Estratégico" de la Alianza -adoptado
en su Asamblea de 1999, durante la guerra de Yugoslavia- permitirá
a EEUU comprometer bajo el paraguas de la OTAN a sus aliados
en un intervención en cualquier parte del planeta, algo
que Bush padre no consiguió durante la intervención
contra Iraq. Ahora, la OTAN sí podrá ser el paraguas
formal de la nueva guerra de EEUU que se avecina, y la sanción
de Naciones Unidas (NNUU) y de su Consejo de Seguridad será
innecesaria, pudiendo así eludir cualquier posible oposición
de terceros países, en concreto de Rusia.
Por su parte, la Unión Europea (UE) decidía
dos días después de la reunión de la OTAN
acelerar el proceso de construcción de sus estructuras
de seguridad y defensa comunes, así como convocar una
cumbre extraordinaria el próximo 21 de septiembre. Pero
como en anteriores conflictos -Iraq, Balcanes- la participación
aliada en la guerra será subsidiaria desde el punto de
vista tanto político (toma de decisiones) como militar
(desarrollo de las operaciones), independientemente de la institución
internacional que la legitime (sea la OTAN o NNUU), y sometida
además a la dependencia tecnológica que el aparato
militar norteamericano impone (en concreto, en compatibilidad
de los sistemas de información y comunicaciones).
Cabe solo mencionar, por obvio, como esta nueva
guerra de EEUU favorecerá la reactivación de su
economía y la puesta en marcha definitiva de proyectos
como la denominada Guerra de las Galaxias.
B. En el ámbito
interno
1.
Ya es evidente el claro remonte de los sentimientos antiárabes
y antiislámicos, que se están materializando en
agresiones racistas contra estas comunidades y sus instituciones
en EEUU y países occidentales, que sin duda se han de
agudizar en las próximas semanas si aumenta la tensión.
Y ello no es casual, pese a los tardíos intentos de rectificación
de los medios de comunicación y de los gobiernos occidentales.
Los sentimientos de consternación por los atentados y
de dolor por las víctimas están siendo utilizados
para promover un reforzamiento moral interno ultraconservador
y ultranacionalista sobre el que cimentar internamente una nueva
aventura militar que ya se anticipa costará vidas humanas
propias. La Administración Bush aprovecha la inicial indefinición
del enemigo a abatir -el "terrorismo islámico"-
para reforzar un discurso interno y exterior estrictamente colonial
e imperialista, que se resume en la expresión Choque de
civilizaciones: no se trata sólo de acabar con un individuo,
una organización o un Estado terroristas, si no de imponer
militarmente, a nivel planetario, un orden político, cultural
y económico a conjuntos regionales que Occidente considera
incivilizados, bárbaros y atrasados. La utilización
de conceptos como "democracia", "modernidad"
"libertad", "derechos humaos", "progreso",
etcétera, para justificar esta nueva guerra, inevitablemente
favorecen en nuestras sociedades sentimientos racistas y xenófobos.
2.
Sin embargo, pese a la reiteración abusiva y utilitaria
de tales principios como valores cuya defensa puede justificar
lanzar una guerra de devastación contra países
del Tercer Mundo, en nuestras sociedades ha de producirse un
proceso de endurecimiento represivo interno, que ya va precedido
del rechazo y la marginalización de opiniones y posturas
contrarias a esta nueva fase bélica que la Administración
Bush pretende desencadenar.
De nuevo los precedentes son las guerras contra
Iraq de 1991 y Yugoslavia de 1999: la oposición y la condena
de una nueva guerra de devastación contra cualquier país
en desarrollo será considerada apoyo al régimen
político del Estado que va a ser atacado; la oposición
y la condena del recurso al uso de la fuerza como mecanismo que
no resuelve los conflictos sino que los agudiza será considerado
como colaboracionismo con el enemigo o imperdonable tibieza.
Como ocurre en todos los conflictos, en esta nueva cruzada contra
el enemigo exterior la reivindicación del respecto de
las libertades democráticas y los derechos civiles, del
derecho internacional y de la soberanía de los pueblos
y de los Estados, y las expresiones de solidaridad internacional
serán igualmente víctimas de la maquinaria de guerra
del mundo desarrollado.
Las organizaciones sociales norteamericanas progresistas
han denunciado la inmediata militarización de la vida
del país tras los atentados y la amenaza que ello supone
a las libertades y los derechos democráticos.
El 14 de septiembre se reunía en Madrid
la cúpula de la Interpol (que reúne a los dirigentes
policiales de 178 países). Por su parte, la UE decidía
el día 14 adelantar los plazos para la entrada en vigor
de un espacio judicial común. En esta línea, la
Comisión Europea presentará esta semana el primer
proyecto legal para la adopción por los países
miembros de la UE de una misma legislación en materia
de terrorismo, bajo cuya denominación se incluyen actuaciones
muy diversas consideradas como delictivas. El objetivo es tupir
un denso tejido de servicios secretos, policiales y judiciales
europeos, occidentales y mundiales que operarían fuera
del control legislativo y democrático. Las previsiones
son el endurecimiento de la represión -cuando no la directa
criminalización- de la disidencia interna y un mayor control
del movimientos de personas en una espacio común de seguridad
internacional hegemonizado por los militares norteamericanos
y la CIA.
C. En el ámbito
regional de Oriente Medio
1. La intervención
contra Afganistán por parte de EEUU será necesariamente
brutal, a fin de que, como demostración de fuerza, permita
a Washington recuperar su imagen de poderío incuestionable.
Pero la intervención estratégica será en
el conjunto de Oriente Medio, y concretamente en relación
al reforzamiento del control del espacio árabe en un momento
de quiebra de esa Pax Americana que EEUU procuró
imponer en la región al termino de la guerra contra Iraq,
y ello en tres aspectos interrelacionados:
a) Respecto al evidente
fracaso del proceso de paz palestino-israelí y el desmoronamiento
del marco establecido en los Acuerdos de Oslo a partir de septiembre
de 1993. Ciertamente, el pueblo palestino es el primer
gran perjudicado de la nueva situación creada por los
atentados del día 11 septiembre. En el transcurso de este
primer año de Intifada ha quedado claro que la negociación
palestino-israelí había llegado a un callejón
sin salida, y ello no por la elección de Ariel Sharon
como primer ministro de Israel, sino por la imposibilidad de
hacer compatibles una mínima satisfacción de las
reinvindicaciones nacionales palestinos que permita la supervivencia
del liderazgo palestino con las imposiciones israelíes
en cuestiones de seguridad y territoriales (asentamientos y Jerusalén),
exigencias además consensuadas y comunes al Likud y a
los laboristas, y que EEUU apoya abiertamente. Pero la segunda
Intifada había permitido (con muchas más limitaciones
que la primera, ciertamente) recuperar la atención internacional
en el problema y, sobre todo, mostrar la disparidad de fuerzas
en conflicto. Ahora la nueva situación permite a EEUU
e Israel congelar por tiempo indefinido la resolución
negociada del conflicto y optar abiertamente por el mantenimiento
represivo de la actual situación.
La identificación entre los ataques de Washington
y Nueva York y las acciones armadas palestinas contra el ocupante
bajo el común denominador de "terrorismo islámico"
ha sido inmediata, pese a la condena de los atentados efectuada
por la Autoridad Palestina y la totalidad de organizaciones palestinas,
incluidas las islamistas. De manera inmediata, esta "culpabilización"
palestina por los ataques contra EEUU ha tenido el doble efecto
de permitir al gobierno -no lo olvidemos- de coalición
de Ariel Sharon radicalizar la alternativa represiva frente a
la Intifada (como lo demuestra el balance en acciones militares
y víctimas palestinas de esta semana) y obligar a la Autoridad
Palestina a retraerse ante una opinión pública
hostil o desinteresada de las reivindicaciones y de la suerte
diaria del pueblo palestino.
En EEUU los atentados han reforzado dentro de la
Administración Bush la línea y los personajes (el
vicepresidente Dick Cheney y el ministro de Defensa Donald Rumsfeld)
más abiertamente asociados al lobby proisraelí
norteamericano y sectores ultraconservadores antiárabes.
En la ofensiva militar que EEUU plantea a nivel regional, Israel
revalidará sin duda su carácter de aliado estratégico
principal en la zona. Israel es la pieza clave e ineludible en
la interconexión de los sistemas de seguridad atlánticos
y regionales que EEUU lleva procurando realizar desde hace años,
al estilo del Pacto de Bagdad de los años 50. En este
contexto el acuerdo de seguridad suscrito con Turquía
en 1996 cobra ahora especial relevancia, al asociar directamente
a la OTAN a través de la pertenencia a ella de Turquía
con Israel. La Administración Bush habrá necesariamente
de tolerar los excesos represivos de Israel contra los palestinos
(de igual manera que los de Turquía contra los kurdos),
pese a las llamadas a la moderación efectuadas por el
secretario de Estado Powell, por lo demás más bien
dirigidas a la galería, es decir, a los dirigentes árabes
de los que se quiere procurar apoyo incondicional.
b) Respecto al debilitamiento
del asedio contra Iraq. El segundo gran perjudicado
regional de los ocurrido será, sin duda, el pueblo iraquí.
Iraq sufrirá sin duda represalias militares de EEUU, si
no justificadas por la imposible conexión de Bagdad con
los atentados del día 11, sí por cualquier otra
excusa, quizás por un incidente como los que a diario
provoca el patrullaje de los aviones norteamericanos y británicos
en las denominadas "zonas de exclusión aérea".
EEUU ha fracasado abiertamente en su política
de acoso y derribo contra Iraq, y ello pese al balance genocida
de está década de guerra y sanciones: más
de un millón de víctimas civiles y una país
asolado. Iraq ha logrado recuperar lazos políticos y económicos
con buena parte de los países árabes y no árabes,
especialmente entre éstos últimos Rusia y, en menor
medida, China: pese a la prolongación de las sanciones,
el programa "petróleo por alimentos" (resolución
986), si bien no ha repercutido notoriamente por sus limitaciones
estructurales en la situación humanitaria de la población,
ha convertido a Iraq en un socio comercial insustituible de muchos
de estos países, al percibir en intercambios comerciales
más dinero que el recibido de EEUU o de las instituciones
financieras internacionales (es el caso de Egipto, Jordania y
Siria, pero también de Rusia). Además, la batalla
pública de la condena y el rechazo del régimen
de sanciones se ha ganado, gracias, entre otros motivos, a los
impagables testimonios de los dimitidos coordinadores de NNUU
para Iraq, Dennis Halliday y Hans von Sponeck.
EEUU fracasaba abiertamente antes del verano, gracias
a la oposición insobornable de Rusia en el Consejo de
Seguridad, de imponer a Iraq un nuevo sistema reforzado y definitivo
de sanciones estratégicas (en los campos comercial, financiero
y tecnológico) denominadas "inteligentes", y
nuevos ataques contaban con la oposición ya abierta incluso
de Arabia Saudí y Turquía. En este contexto, antes
de los ataques del día 11, pocas alternativas tenía
EEUU, excepto seguir financiando a la oposición en el
exterior con fines más publicitarios que prácticos.
Ahora, la Administración Bush -que ha heredado de la de
Clinton esta situación de irresolución respecto
a Iraq- utilizará el nuevo contexto internacional para
asestar a Iraq un golpe que pretenderá sea definitivo.
Iraq, no Afganistán, es el Estado de la zona que ha de
ser sometido si EEUU quiere garantizarse el control estratégico
de las que son las reservas estratégicas probadas de petróleo
del mundo industrializado -las de Oriente Medio- y, con ello,
limitar la autonomía económica y política
de sus aliados -pero también competidores- del G-8, (Europa
y Japón), una de las razones encubiertas de la guerra
de 1991.
c) La supervivencia de los regímenes
árabes aliados. La
quiebra de estas dos patas del denominado por el padre del actual
presidente Bush "Nuevo Orden Regional" -el proceso
de normalización árabe-israelí y el asedio
contra Iraq-, sitúa a los regímenes de los países
árabes aliados de EEUU en una delicada situación.
A la deslegitimación popular interna por haber apoyado,
tras la derrota de Iraq en 1991, el proyecto hegemónico
de EEUU para Oriente Medio, se suma la perentoria situación
social de una década de empobrecimiento provocado por
el embargo a Iraq y la aplicación de los planes de ajuste
económico impuestos por el FMI y el Banco Mundial, con
los que se pretende favorecer la inserción económica
de Israel y la apertura de toda la región a los capitales
transnacionales. El balance en la mayoría de los países
árabes se resume en más represión y más
miseria.
En este contexto, si bien no cabe olvidar que Osama Bin Laden
es saudí y que la amenaza interna que él pudiera
representar para la familia saudí no es desdeñable,
la perentoriedad interna de la mayoría de estos países
proviene de la crisis estructural en la que están sumidos
desde el fin de la guerra contra Iraq. Tras los atentados, la
Administración Bush-hijo está procediendo de manera
muy similar a como lo hizo la Administración Bush-padre
en 1990/91, con una nueva huida hacia delante, es decir, forzando
a los regímenes árabes aliados, tanto petrolíferos
(Arabia Saudí y el resto de petromonrquías)
como no petrolíferos (en concreto, Jordania y Egipto),
a optar por un nuevo alineamiento sumamente peligroso a cambio
de seguridad interna -es decir, su supervivencia- y promesas
financieras. Como entonces, las opciones para los dirigentes
árabes son muy limitadas.
El CSCA expresa su apoyo a la iniciativa de organizaciones
y personalidades norteamericanas de convocar el próximo
día 29 de septiembre una Marcha
Nacional contra la guerra y racismo ante la Casa Blanca,
una valiente decisión en un tiempo marcado por la violencia,
el cinismo, la manipulación de los sentimientos, la tergiversación
de la verdad y la cobardía y la mediocridad. El encabezamiento
con el que se inicia esta convocatoria presenta la única
alternativa que nos cabe: si queremos honrar a la víctimas
civiles de los atentados de Washington y Nueva York, movilicémonos
con decisión contra la guerra y el racismo, mantener con
decisión el apoyo a las justas reivindicaciones de los
pueblos. Este es el tipo de convocatorias son el modelo a promover
y apoyar, no aquéllas que amparándose en la consternación
y repulsa por lo sucedido hace ahora una semana legitimen la
opción bélica elegida por la Administración
Bush.
Madrid, 18 de septiembre de 2001

Comité de Solidaridad con
la Causa Árabe
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