Las Torres Gemelas
Uri Avnery*
Jews Peace News,
15/09/2001
(Traducción: CSCAweb, 18/09/2001)
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"No existe un remedio
patentado contra el terrorismo. El único remedio es eliminar
sus causas"
[Nota de CSCAweb:
pese a no compartir algunos de los puntos de vista expresados
ni parte de la terminología utilizada en este artículo
por el escritor y activista israelí Uri Avnery, CSCAweb
considera de interés el contenido de este texto por representar
una visión diferenciada de la oficial israelí sobre
las causas y consecuencias de los atentados del pasado 11 de
septiembre, razón por la cual lo reproducimos íntegramente]
Cuando el humo se haya despejado, cuando el polvo
se haya posado, y la furia inicial se haya calmado, la humanidad
se despertará y se dará cuenta de algo nuevo: ya
no hay ningún lugar seguro sobre la faz de la tierra.
Un puñado de suicidas ha paralizado a EEUU, ha obligado
a su presidente a esconderse en un bunker en el interior de una
montaña, ha asestado un duro golpe a la economía,
ha forzado a todos los aviones a permanecer en tierra, y ha vaciado
todas las oficinas gubernamentales a lo largo y ancho del país.
Esto puede ocurrir en cualquier país del mundo. Las Torres
Gemelas están en todas partes.
No sólo Israel, sino el mundo entero farfulla
ahora sobre "la lucha contra el terrorismo". Los políticos,
así como "expertos en temas de terrorismo" y
similares, proponen golpear, destruir, aniquilar,
etc. Sus sugerencias son brillantes. Pero nada de esto va a ayudar
a las naciones amenazadas, lo mismo que nada de todo esto ha
ayudado a Israel.
No existe un remedio patentado contra el terrorismo.
El único remedio es eliminar sus causas. Uno puede matar
un millón de mosquitos, y muchos millones más ocuparán
su lugar. Para librarse de ellos, hay que secar la ciénaga
de la que salen. Y la ciénaga es siempre política.
La gente no se despierta una mañana y se
dice: "Hoy voy a secuestrar un avión y me voy a suicidar".
Tampoco uno se levanta y se dice a sí mismo: "Hoy
me voy a reventar a mí mismo en una discoteca israelí".
Una decisión así va tomando forma en la mente de
una persona lentamente, durante años. El trasfondo de
tal decisión puede ser nacional o religioso, social o
espiritual. Ninguna lucha clandestina puede operar sin un soporte
popular dentro de un ambiente de apoyo que pueda ir proporcionándole
nuevos reclutas, asistencia, lugares donde esconderse, dinero,
y medios propagandísticos. Cualquier organización
clandestina pretende ganar popularidad, no lo contrario. En consecuencia,
comete ataques terroristas cuando considera que eso es lo que
el público que le rodea quiere. Los ataques de terror
siempre dan testimonio del sentir popular.
Todo esto es también cierto en el caso que
nos ocupa. Quienes iniciaron los ataques decidieron poner en
práctica su plan después de que América
haya provocado un odio inmenso a lo largo y ancho del globo.
Y no por causa de su poderío, sino por el modo en que
lo utiliza. [América] es odiada por los enemigos de la
globalización, que la culpan de la terrible brecha que
existe entre los ricos y pobres del mundo. Es odiada por millones
de árabes por el apoyo que ofrece a la ocupación
israelí y por el sufrimiento del pueblo palestino. Es
odiada por multitud de musulmanes por lo que parece una forma
de apoyar el control judío sobre los Santos Lugares islámicos
de Jerusalén. Hay muchos más pueblos enfadados,
pueblos que creen que América apoya a quienes les atormentan.
Hasta el 11 de septiembre del 2001 (una fecha para
recordar), los norteamericanos podían abrigar la esperanza
de que todo esto concernía únicamente a los demás,
a lugares remotos allende los mares, que esto no tiene que ver
con la seguridad de sus vidas cotidianas. Eso se ha acabado.
Esa es la otra cara de la globalización.
Los problemas del mundo afectan a todo el mundo: cada
caso de injusticia, cada caso de opresión. El terrorismo,
el arma de los débiles, puede alcanzar cualquier punto
del globo. Todas las sociedades pueden ser objetivos fáciles;
cuanto más desarrollada sea la sociedad en cuestión,
mayor es el peligro. Cada vez se necesita menos gente para infligir
dolor sobre más y más personas. Muy pronto, una
sola persona podría llevar un maletín con una pequeña
bomba nuclear y destruir una megápolis con millones de
habitantes.
Esta es la realidad del siglo XXI que fue "inaugurado"
esta semana. Una realidad que ha de conducir a la globalización
de todos los problemas y la globalización de sus soluciones.
Pero no en abstracto, mediante necias declaraciones de la ONU,
sino mediante un esfuerzo global que tenga como objetivo la resolución
de los conflictos y el establecimiento de la paz con la participación
de todas las naciones, teniendo a EEUU como protagonista central.
Desde que EEUU se convirtió en un poder
mundial, se ha desviado del camino inaugurado por sus fundadores.
Fue Thomas Jefferson quien dijo: "Ninguna nación
puede comportarse sin respetar con decencia las opiniones de
la humanidad" (cito de memoria). Cuando la delegación
de EEUU abandonó la conferencia mundial de Durban para
así malograr el debate sobre el horror dela esclavitud
y para hacer la pelota a la derecha israelí, Jefferson
debía estar revolviéndose en su tumba.
Si finalmente se confirma que el ataque de Nueva
York y Washington fue perpetrado por árabes (¡y
aún cuando no hubiera sido así!), el mundo debe
tratar de una vez por todas la úlcera del conflicto palestino-israelí,
conflicto que está envenenando a toda la humanidad. Uno
de esos tipos tan inteligentes dentro de la administración
Bus dijo apenas hace dos semanas: "¡Dejadles que sangren!",
en referencia a israelíes y palestinos. Ahora es América
la que sangra. El conflicto persigue a quien intenta escapar
del mismo hasta su misma casa. Los norteamericanos, lo mismo
que los europeos, deberían aprender la lección.
La distancia que separa Jerusalén de Nueva
York es muy pequeña, lo mismo que la que separa Nueva
York de París, Londres y Berlín. No son sólo
las corporaciones multinacionales las que abarcan el mundo entero;
también lo hacen las organizaciones terroristas. Del mismo
modo, los instrumentos utilizados para dar una solución
a los conflictos han de ser globales. Más que reconstruir
los edificios derruidos de Nueva York, debemos construir las
Torres Gemelas de la Paz y la Justicia.
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