El fantasma de la economía palestina

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El fantasma de la economía palestina

Sam Bahour. Maan News Agency

¿Tenemos una economía real o imaginaria? Durante mucho tiempo, muchos ha querido ocultar esta cuestión bajo la alfombra de la ocupación israelí y han respondido: no. ¿Cómo vamos a tenerla si, en última instancia, cada aspecto de nuestra vida es microgestinado por el gobierno israelí?

IEPALA
Traducción: Remedios García Albert, Instituto de Estudios Políticos para América Latina y África

 “Si los donantes no pueden emplear sus esfuerzos en sus lugares de origen, entonces su propio pueblo, antes que nosotros, debería pedirles amablemente que dejen de malgastar el dinero de los impuestos de sus ciudadanos en alimentar entre nosotros la ilusión de la construcción de una economía palestina que ahora se ha mostrado como el frágil castillo de naipes que es”.

Estamos a final de año y es el momento de pasar página después de hacer un poco de reflexión. ¿Qué mejor manera para reflejar el contraste entre lo imaginario y lo real y aún más cuando se trata de la economía de Palestina?

Para los principiantes, yo pregunto ¿tenemos una economía real o imaginaria? Durante mucho tiempo, muchos ha querido ocultar esta cuestión bajo la alfombra de la ocupación israelí y han respondido: no. ¿Cómo vamos a tenerla si, en última instancia, cada aspecto de nuestra vida es microgestinado por el gobierno israelí?

Pero una respuesta tan visceral no tiene sentido después de los Acuerdos de Oslo y del advenimiento de la Autoridad Palestina. A partir de entonces la realidad económica bajo ocupación fue aderezada con grandes dosis de imágenes artificiales de “hágalo usted mismo”.

La primera imagen, si mi memoria no falla, fue que nosotros íbamos a construir un “Singapur”. ¡Que en paz descanse el alma que sueña! Yo espero que el verdadero Singapur nunca pida compensación a los palestinos por el daño causado a su buen nombre.

Estos ahora infames negociadores palestinos que aquel 29 de abril de 1994 firmaron en París el acuerdo denominado “Protocolo de Relaciones Económicas entre Israel y la OLP” (más conocido como “Protocolo de París”) acordaron lo que nuestra economía podía y no podía hacer. El Protocolo de París -con algunas mínimas modificaciones- se incorporó, al igual que el infame Acuerdo de Oslo, como Anexo V, al Acuerdo firmado en Washington el 28 de septiembre de 1995.

Así es que con el Acuerdo de Oslo, que descendió de lo alto en paracaídas, surgió también la original idea del espectacular acuerdo: la Autoridad Palestina.

La Autoridad Palestina -ese es el nombre exacto que aparece en el Acuerdo de Oslo-, no perdió el tiempo para crear toda la parafernalia de una verdadera economía. Antes de poder decir que la Autoridad es una autoridad en el doble sentido orwelliano, ministerios y ministros de economía, leyes, políticas, normas e incluso algunos planes “estratégicos” comenzaron a surgir aquí y allá.

Desde el principio, los poderes incluso sacaron la palabra “Nacional” entre “Palestina” y “Autoridad” lo que parece que puso a mucha gente la piel de gallina. Cualquiera que intente construir una verdadera economía lo único que conseguirá es poco más que un sarpullido.

Una década más tarde tenemos ante nosotros la economía palestina. La imagen de una economía ha tomado forma. Los superhéroes no han sido los negociadores que firmaron el Protocolo de París, ni tampoco los ministros palestinos del Audi feliz, sino los donantes y sus agentes que, sirviéndose de los acuerdos, con el Protocolo de París como base, han construido toda una industria de la ayuda.

Cuando la realidad se vino abajo tras el colapso de las II Conversaciones de Camp David, en el año 2000, cada vez más gente comenzó a ver la economía artificial tal y como era: una farsa. Volvamos atrás: ¿Cómo podemos tener una economía si cada aspecto de nuestra vida está microgestionado por el gobierno israelí?

Por entonces llegó el activista por la paz israelí -y buen amigo mío- Jeff Halper e hizo una analogía: incluso una prisión tiene una economía, aún cuando el 95% de una cárcel está ocupada por prisioneros (no confundir con la ocupación militar). El director de la cárcel sólo necesita un pequeño porcentaje de espacio para controlar todas las puertas, entradas, salidas y ventanas. Lo que se comercializa en una cárcel es lo que el director permite que entre, o lo que entra de contrabando: cigarrillos, droga, libros, tareas, favores y cosas por el estilo.

Esta “verdad incómoda”, según palabras de Al Gore, de que la totalidad de los territorios ocupados no era sino una prisión donde los prisioneros aparentemente disponían de espacio pero nada de libertad de movimiento y acceso, abrió los ojos a muchos. Cuando a ello se suma el hecho de que el 60% de Cisjordania fue clasificada en Oslo como “Área C”, es decir fuera de los límites del desarrollo económico palestino, muchos comenzaron a ver que una prisión estaba un paso más allá de la realidad a la que se denominó “la economía palestina”.

Entonces llegaron las luchas políticas internas pisando los talones al largo retraso de las elecciones. Y nació un adecuado nuevo capítulo para rebautizar el pasado fracaso económico.

Durante muchos años -si se leen los informes, se escuchan los discursos, se leen las vallas publicitarias, se echa un vistazo a los anuncios de los periódicos, se toma nota de todos los premios ofrecidos por el sistema bancario- se podría creer que aquí existía una verdadera economía. Y justo cuando uno se empieza a dar cuenta de que, después de todo, esto puede ser una economía artificial, el sistema bancario se quita su conservadora camisa de fuerza y comienza a ofrecer préstamos a los clientes. No un crédito ni dos, tantos como sea posible. Los todopoderosos donantes que todo lo saben quedaron en silencio, escondidos detrás de las bóvedas de los bancos, garantizando cada movimiento y aplaudiendo los cambios estructurales que se realizaban con la total aprobación del gobierno palestino.

¡Endeudamiento! El viejo buen endeudamiento estadounidense. ¿Necesita un crédito para estudios? Ningún problema. ¿Necesita un crédito para comprar un coche? Sencillo. ¿Queréis casaros ¿cuánto necesitáis? ¿una casa? ¿por qué alquilar si puedes ser dueño? ¿no tienes el último iPhone? No te preocupes por ello, simplemente firma aquí y paga 5 NIS durante los próximos 200 años. Y mientras estás en ello, cada casa necesita un ordenador ¿qué diferencia hay entre pagar 5 o pagar 7 NIS? Y la lista sigue.

Sí, estoy siendo un poco sarcástico, pero no mucho. Voy a tratar de precisar esta alucinación. Volvamos a lo básico. Después de todo ¿qué es una economía? Según el diccionario, una economía es “el sistema de producción, distribución y consumo”. Este es un punto de partida correcto y que refleja una situación normal. Palestina, la parte ocupada, está lejos de lo normal. La fase de nuestro desarrollo no está exactamente en producir, distribuir y consumir. Se supone que nosotros tenemos que quitar de nuestro cuello la bota de una arraigada ocupación militar al mismo tiempo que construimos un Estado que necesita una base económica satisfactoria. Sí, tenemos que comer, dormir y vestirnos al mismo tiempo, pero eso no es suficiente.

Entonces ¿qué base económica satisfaría las necesidades de un futuro Estado soberano? ¿Unos pocos cafés más? ¿Un gran supermercado KFC? ¿Otro hotel? ¿Una bolera? ¿Bares? ¡BEEP! Respuesta incorrecta. Tener todo eso es bonito y elegante pero no nos va a acercar ni un ápice a la libertad e independencia económica.

Los recursos económicos que necesitamos son conocidos por todos los que tienen que conocerlos, y primero y ante todo la comunidad de donantes. Los recursos económicos estratégicos para la construcción de un Estado son tierra, agua, carreteras, fronteras, espectro electromagnético, espacio aéreo, movilidad, acceso, electricidad, relaciones comerciales libres y, lo más importante, recursos humanos. Todo eso y mucho más no está al 99% en manos de Israel pero está microgestionado al 100% por la ocupación militar israelí.

Sin dar un paso atrás y tomando nota de la sistemática planificada integración de la economía palestina de Israel, más conocida como “dependencia forzosa”, vamos a seguir creyendo en la realidad de una economía que no es más que una economía sobre la imagen establecida por el ocupante.

La llamada de atención ha sonado. Con Estado o sin Estado, esta ocupación es ilegal y tiene que acabar ya. En el mundo de las ocupaciones militares, terceros Estados firmantes de la Cuarta Convención de Ginebra cargan con el peso de responsabilizar al ocupante. Basta ya de esta vacía conversación glorificada sobre construcción de instituciones y negociaciones bilaterales. Nuestros recursos económicos son destruidos mientras los donantes-financiadores de capuchinos mantienen abiertas las puertas de nuestros cafés.

Si los donantes no pueden emplear sus esfuerzos en sus lugares de origen, entonces su propio pueblo, antes que nosotros, debería pedirles amablemente que dejen de malgastar el dinero de los impuestos de sus ciudadanos en alimentar entre nosotros la ilusión de la construcción de una economía palestina que ahora se ha mostrado como el frágil castillo de naipes que es.

Si se siguen desviando nuestros recursos hídricos; si los operadores de telecomunicaciones israelíes sin licencia continúan abusando comercialmente de nuestras frecuencias; si nuestra movilidad sigue siendo rehén de una ID [identificación], de una tarjeta magnética, de una tarjeta de hombre de negocios, o de un permiso; si un estudiante de Gaza no puede estudiar en una universidad de Cisjordania; y si la ilegal anexión de Jerusalén va a seguir siendo un problema tan difícil de resolver para los donantes, entonces ¿por qué estamos perdiendo el tiempo?

Parece que la “dirigencia” palestina compró un espejo por primera vez el pasado mes de septiembre y ha empezado a ver el reflejo de lo que ha creado y, en consecuencia, ha comenzado a hacer algunos ajustes. Espero que el legado construido no sea el único objeto de reflexión sino también un acercamiento honesto a lo que hemos llegado en todos los frentes. Los tiempos ya no dan lugar a más discursos sonoros o a cambios cosméticos para deformar la realidad.

El fantasma de la economía palestina tiene el poder de mantener la imagen de una realidad que está creciendo a más del 9% anual. Antes tardábamos 20 minutos en ir de Ramallah a Belén, ahora nos vemos obligados a evitar Jerusalén, bordear murallas de cemento y atravesar múltiples puestos de control israelíes. Hoy, en el mejor de los casos, tardamos más de 60 minutos.

Para el crecimiento del Producto Interno Bruto esto es una gran noticia. Durante esos 40 minutos extra quemamos más gasolina, necesitamos más iluminación en las largas carreteras, comemos más sándwiches en el camino, pasamos más tiempo conduciendo, tropezamos en más baches, lo que da más trabajo a los ingenieros de caminos por la mañana, y así. Todos estos gastos extra son estupendos para el crecimiento del PIB pero catastróficos para nuestra subsistencia y para el ejercicio de construcción de un Estado.

Es la hora de un nuevo modelo económico, un modelo basado en la justicia económica, el bienestar social, la solidaridad y la sostenibilidad. Todos debemos tener un objetivo en mente: la reducción del coste de vida bajo ocupación para que más personas puedan permanecer firmes en estos tiempos difíciles. Si no me creen, no sentiré resentimiento, siéntase libre para transferir su salario al otro lado de la calle, ellos todavía siguen dando el mejor premio: un viaje de solo ida para toda la familia a cualquier parte menos a Palestina. ¡Buen viaje!

Fuente original: http://www.maannews.net/eng/ViewDetails.aspx?ID=448743