Index | Miscelánea
Actualidad
MISCELÁNEA

Sahara

 

 


El sentido de la abstención: El caso de Libia y los países árabes

Carmen Ruiz Bravo-Villasante. Arabista. ExCatedrática de la Universidad Autónoma de Madrid

Si la participación cultural, educativa, política siempre ha sido necesaria, ahora lo es más que nunca. Para sentir a los pueblos árabes cercanos, para decir "basta, kifaya" a muchos de nuestros, y de sus gobernantes, gentes de negocios, políticos y algunas gentes de la cultura que suelen estar interrelacionados en el camino del crecimiento sin límites, en la usura sin fin. Una abstención activa, crítica a la ingerencia militar basada en la usura, es necesaria. Basta ya. Necesitamos nuestra propia plaza Tahrir.

Página Abierta. nº 213. Marzo-Abril.
www.pensamientocritico.org

mani tunez

Intervención militar en Libia
 
El Presidente de Gobierno del Reino de España acaba de anunciar que nuestro país va a poner a disposición de una intervención militar “internacional” (aceptada desde la ONU con reservas) varias bases de la OTAN localizadas en nuestro territorio, así como fuerzas navales y aéreas propias. En breve plazo solicitará la correspondiente autorización para hacerlo. La ONU ha manifestado que las acciones de “exclusión aérea” y otras semejantes no comportarán ocupación del país. Y desde luego, parece más que llamativo que renuncie a las acciones diplomáticas intensivas que, si eran necesarias desde el primer momento, ahora lo son más que nunca.
 
Desde muy diversos lados de nuestra sociedad, en concordancia con lo solicitado desde el
primer momento por el embajador de Libia en la ONU, se viene insistiendo en la necesidad de una intervención militar y -se supone- con éxito garantizado, en Libia, para salvaguardar a la población civil y para detener la acción represora y antidemocrática de Gaddafi y el grupo directamente responsable, con él, de dichas acciones. Por otro lado, algunas voces se han alzado en contra de dicha actuación, aduciendo como mejor ejemplo el desastre sucedido en Irak, y también que buena parte de la población libia se ha posicionado claramente en contra de intervenciones de ocupación extranjeras. 
           
Una tercera posición, que mantengo, es la de la absteción razonada y activa, la cual consiste en dejar que nuestro gobierno tome sus decisiones (seguras, desde luego, de intervención) sin apoyo ni respaldo entusiasta popular ni parlamentario, porque ha sido responsabilidad suya y de quienes detentan el poder económico en nuestra sociedad llegar a esta crisis. Lo que empezó a suceder  en Libia acababa de ocurrir en el Sahara occidental, con una población aún más desprotegida que la libia, sin ningún tipo de reacción, protesta firme, boicot económico o de venta de armas, o correctivo internacional ni español, en contra del sentir mayoritario de nuestro pueblo. Y, desde hace décadas, viene sucediendo con Palestina, despojada por Israel de su derecho a decidir su propio destino y cruelmente desvalijada de sus recursos vitales.
 
Nuevas formas de usura.
 
Una de las cuestiones que se plantean es de orden económico: el coste de los embargos, las actuaciones aéreas, navales (y quizá terrestres), parte del mantenimiento de las bases, la provisión de alimentos, el transporte de agua potable (en caso de que quede dañado el sistema de
acueducto libio), el pago de los salarios extras de quienes intervengan... todo eso ¿no se cargará a la economía libia, como se ha hecho con Irak? Me parece fuera de toda duda que esta operación desembocará en una ocupación del espacio aéreo y marítimo libio, la penetración mayor en la gestión de sus recursos de hidrocarburos y gas, así como la futura implantación de una base militar (la primera en África). Sería absolutamente imprescindible que cualquier actuación en Libia -como la que se vaya a llevar a cabo-, para que pudiera ser creíble en sus objetivos y recibir apoyo convencido, se realizase sin cargar los costes en forma de usura e hipoteca ilegítima sobre las estructuras del país. Ahí ya entraríamos en un terreno de realidades y veríamos en qué consiste la solidaridad y la fuerza de la ONU.

La situación de las sociedades árabes tiene mucho en común con la de la mayoría de las sociedades del mundo: se encuentran plenamente afectadas por la globalización de la economía, aunque en una posición de desventaja creciente que hace retroceder sus posibilidades futuras de desarrollo y, además, deteriora el -poco o mucho- avance ya conseguido tras décadas de esfuerzo y gran sacrificio. Por ello los pueblos y algunos economistas -leamos nuevamente a Sampedro-están convencidos de  que hay que  establecer con carácter global algún tipo de límite o “techo” al enriquecimiento de los estados, entidades, sectores y personas que viven con un ritmo y un objetivo de crecimiento económico indefinido, de manera que los demás, crecientemente    empobrecidos, puedan vislumbrar algún horizonte de menor injusticia y recomponer sus derechos básicos en buena medida vulnerados. Cómo se pueda realizar esto, es el gran reto que tenemos en la actualidad. Pero, como recordaba Saramago, ¿no tiene la humanidad actualmente, más medios que nunca y puede realizar lo que se proponga a escala planetaria? 

Durante un tiempo, el economista egipcio radicado en Dakar, Samir Amín, propuso  la  creación de regiones más o menos autárquicas y equilibradas en lo económico, como solución aceptable y viable para limitar los abusos económicos globales, solución que, por otra parte, sería de posible aplicación a la extensa “región árabe”. Pero el establecimiento, consolidación y  multiplicación en esta extensa zona afro-asiática de varias rígidas fronteras antinaturales (de raíz colonial) y el retroceso en las intercomunicaciones árabes constituyó una seria dificultad para el avance de esta vía.

La falta de voluntad política fue también decisiva, pues los diversos sectores y personas  responsables y beneficiarios de la gestión económica de los estados árabes independientes  pasaron, en general, a formar parte activa del entramado de la “neo-usura”. Durante todo este  tiempo de construcción de los estados árabes modernos (la segunda mitad del siglo XX), apenas se produjeron intercambios económicos árabes de importancia, como viene señalando y criticando el palestino, afincado en Bélgica, Bichara Khader. 
 
Del petróleo al agua.
 
En el caso de Libia, el Coronel Gaddafi actuó como un déspota semi-ilustrado, aconsejado por técnicos de diversos países. Optó por reinvertir la mayor parte de los recursos del país en  extracción de agua potable (recurso finito) del subsuelo, con el objetivo de frenar la desertización
total y de generar algún recurso agrario propio, ya que Libia depende de una manera casi total del exterior para su alimentación. Esta forma de inversión, con sus aciertos y pese a sus errores de cálculo futuro, en gran medida autárquica, es lo que generó el apoyo de gran parte de su población, también contenta de que Libia ocupara un puesto destacado en la política del conjunto
africano. Lo que generó en cambio el descontento fue su progresivo ensoberbecimiento, el menosprecio creciente hacia los sectores críticos -que llegó a la crueldad en el trato a los presos..., y también algunos importantes desaciertos en la propia política africana y en la árabe, como la participación de Libia en varios conflictos bélicos.

A lo largo de décadas la manera de compensar mínimamente a las poblaciones árabes más dañadas económica y vitalmente por la práctica de la “neo-usura” fue atenderlas mediante unos fondos “especiales” que paliaran sus carencias extremas. El caso más evidente es el de la población palestina, contra la que se sigue practicando una forma de neo-usura sin precedentes, en la que intervienen responsables internacionales y regionales, estatales, de clase y etnia, regionales, locales, y personales, formando una red compleja y despiadada. Algunos de los estados ricos en petróleo -tanto en el Golfo como en el Mediterráneo, por ejemplo, Libia- han transferido de manera más o menos estable fondos de ayuda, por ejemplo, a la población palestina. En el plano internacional la UNRWA actúa de manera parecida, seguida por diversas ONG’s. Sin embargo, como denuncia la joven economista Shahrazad Elfar, estas ayudas no contribuyen de manera estructural al desarrollo económico palestino, y se conciben y administran como una limosna o un medicamento paliativo, exigiendo un alto grado de dependencia.   

Actualmente, y en ausencia de una auténtica interacción  positiva interárabe, las movilizaciones y reclamaciones populares propugnan actuaciones de dos órdenes: por un lado, actuaciones globales, dirigidas a foros internacionales que pueden tomar alguna decisión en materia de relaciones económicas globales. Aquí es decisiva la actuación de los intelectuales y expertos, relacionados con los pueblos y sectores afectados y leales a sus derechos básicos. Por otro lado, las movilizaciones son locales, en el sentido de que se producen en un marco nacional, de cada país. Es en este último ámbito donde principalmente se sitúan las reivindicaciones populares árabes (y también las de otros países en distintas zonas del mundo) visibilizadas internacionalmente en los comienzos de este año de 2011. No es que unas sociedades árabes y otras se encuentren estrechamente coordinadas y se esté produciendo un movimiento conjunto y bien trabado, sino que por primera vez parece que oímos y vemos mejor estos clamores que se vienen produciendo en la orilla sur del Mediterráneo y en el Próximo Oriente, fundamentalmente porque algunas de sus reclamaciones mínimas han tenido éxito, simultáneamente, en Túnez y  Egipto. Y esto sorprendió a la inmensa mayoría, porque lo repetido y esperable desde hace  décadas es que los pueblos árabes  fracasen  –y se les lleve al fracaso– en casi todo. Se combinan  aquí, como expresa Pedro Martínez Montávez en el título de uno de sus clarividentes libros,  pretensiones occidentales y carencias árabes.

Desde una perspectiva internacional, los escasos logros y los repetidos fracasos árabes son ejemplares, porque el mundo árabe es el gran conjunto afro-asiático vecino de occidente, y loque con este conjunto y cada una de sus partes suceda constituye hasta ahora una referencia para los demás países del mundo en los continentes de África y Asia, al menos. Por eso se castiga a los países y poblaciones árabes con especial rigor (véanse el caso de Palestina, Líbano, Irak) y se los tiene sujetos, o se premia durante un tiempo a unos sectores y personas árabes en detrimento injusto y arbitrario de otros . También por esta razón se procura ahondar las diferencias entre ellos y Turquía, por una parte, e Irán en otros aspectos. 
 
El padecimiento de los árabes, advertencia para todos.
 
Es un fenómeno nuevo que amplios sectores de las sociedades europeas se manifiesten auténticamente contentas con las movilizaciones de protesta árabes, y que se sientan de alguna manera expresadas por ellas. Es algo novedoso que lo que sucede a las gentes de clase media y baja del mundo árabe, y al conjunto de sus sociedades, haya empezado a ser un aviso para los demás pueblos del planeta, y no sólo para los orientales, los africanos o los asiáticos.  Sin duda se debe a que el grado de temor y de consciencia en occidente se ha agudizado el año 2010 por efecto de la crisis económica mundial, y ahora se plantean las gentes en Europa y América si lo que las une a buena parte de otros pueblos del mundo es más de lo que pensaban y de lo que se les ocultaba.

La reclamación recorre el planeta, y reafirma una ética global de sentido común y de experiencia, que se ha afianzado gracias a la democratización de la información y el conocimiento. Se basa en la consciencia, el convencimiento y la experiencia de que el enriquecimiento sin límites se realiza, de hecho, mediante ilegítimas formas de “neo-usura”. Usura es cobrar demasiado por una ayuda o préstamo, y la más grave forma de usura es la que exige a cambio parte de la vida, de la dignidad y la libertad. Todos los pueblos la han denunciado desde antiguo, y los más diversos códigos éticos, religiones, legislaciones y culturas han coincidido, a lo largo de la historia, en que hay que ponerle un límite, imprescindible para que exista convivencia, civilización, alianza de civilizaciones, etc. 

Obdecía a una lógica inquietante que el empleo de la  palabra usura hubiese decaído al mismo tiempo que nuevas formas de la misma se extendían en las últimas décadas adoptando terribles formas, algunas de ellas sin precedentes, tanto en el plano internacional como en el más cotidiano. Pero su existencia estaba tercamente ahí, se evidenció en España trágica y  recientemente, con el caso de las hipotecas-usura, y se ha repetido en el vecino mundo árabe a través de otra tragedia que se ha convertido en signo y  parábola: la del joven tunecino que a finales del año 2010 se negó a entregar silenciosamente su vida y se prendió fuego en pública e indignada denuncia, seguida por réplicas igualmente acusatorias en otros varios países árabes.
La dimensión ilimitada y creciente de la usura y de los conflictos que ésta genera, implicando antes o después la aniquilación o “anulación” masiva de poblaciones en los varios continentes del mundo, hace que poner límites al desequilibrio y al enriquecimiento sea ya un absoluto ético, necesario e inmediato. Porque  no se trata sólo de algo relativo, de un mayor o menor desarrollo. Es que las prácticas económicas ponen en peligro real la propia supervivencia de gran parte de sectores, y aun de sociedades enteras. 

El economista egipcio, radicado en Dakar, Samir Amin, lleva tiempo advirtiendo de que la mitad de la población del planeta (esta mitad son unos 3.000 millones de personas) sobrevive con  dificultades, hasta ahora, dedicada a la agricultura tradicional, y reclama atención y soluciones humanas para no “desaparecer en vida” en las décadas inmediatas. La inaceptable neo-usura, aquí, se ejerce cuando se prevé un desarrollo agrícola ilimitado del que se beneficiará una parte (20%) de la población mundial, y que cuenta con despojar de los mínimos elementos de vida a la mitad de la población del planeta. 

En los países árabes, la dedicación a la agricultura y la ganadería tradicionales, con sus productos derivados, han constituido los medios de vida de gran parte de la población desde el siglo XVII hasta nuestros días. De los 300 millones de habitantes de ese amplio y diverso mundo, muchos millones de personas (la mayoría posiblemente mujeres) afrontan el futuro sin atisbar una alternativa. ¿Quiénes ejercen aquí la usura? Las responsabilidades en lo referente a los países árabes se reparten, como es evidente, entre estados, compañías, sectores y personas. En cualquier caso, los vínculos establecidos entre los principales responsables que residen en el propio interior
de los países árabes y los que tienen su base política fuera de él son muy estrechos. 

Mahdi Amel, un pensador marxista libanés, explicaba muy claramente y de manera un tanto clásica, cuál era el mecanismo tradicional de funcionamiento del sistema de explotación, al  que yo he llamado aquí de “usura”, tomando como ejemplo su propio país: en él, el Líbano, las  diferentes clases sociales y grupos étnicos se enfrentan o asocian unas a otras en constante  competición: musulmanes y cristianos, y de otras confesiones, en su variedad de tipos, orígenes, posiciones y combinaciones, entran en la pugna cotidiana por conseguir su parcela de desarrollo y recursos. Sin embargo, los diversos líderes se reúnen –más o menos secretamente– entre sí, y  llegan a acuerdos que, de divulgarse, escandalizarían a sus compatriotas, pues la mayoría de  estos líderes tienen un interés común económico y político: que el sistema continúe como está y que la población soporte al máximo.
 
El escándalo.
 
El escándalo ya ha estallado, y nuestra propia sociedad es ahora muy consciente de que la crisis económica, la militarización abusiva, con la falta de libertades, recae sobre nuestros hombros, los de una gran mayoría de clases medias, bajas y “excluídos”, mientras otros se enriquecen sin que la sociedad les ponga un límite. Ya sabemos: ciertos bancos, empresas, sectores, personas, políticos que reciben apoyos y comisiones... aumentan sus ingresos mientras las crisis estallan, ... y en parte gracias a las mismas.

Si la participación cultural, educativa, política siempre ha sido necesaria, ahora lo es más que nunca. Para sentir a los pueblos árabes cercanos, para decir "basta, kifaya" a muchos de nuestros, y de sus gobernantes, gentes de negocios, políticos y algunas gentes de la cultura que suelen estar interrelacionados en el camino del crecimiento sin límites, en la usura sin fin. Una abstención activa, crítica a la ingerencia militar basada en la usura, es necesaria.

Basta ya. Necesitamos nuestra propia plaza Tahrir.