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A dónde se han ido todas las mujeres (y hombres)? Género e Intifada

Penny Johnson, Institute of Women’s Studies

Esta es una versión de un artículo abreviado, y ligeramente revisado y actualizado, publicado por primera vez en “Feminist Review” nº69 (Invierno 2001) en el número editado por Amal Treacher y Hala Shukrallah titulado “ El Mundo de lo Posible: Mujeres del Oriente Medio en Espacios Políticos y Sociales”. Es un primer intento para entender el activismo palestino según género durante la segunda Intifada, y, de forma crucial, las crisis con la que hombres, mujeres y jóvenes se enfrentan según su género y responsabilidades, incluyendo las responsabilidades de maternidad y paternidad, en circunstancias donde la protección de los niños es casi imposible

Lola Piera. Instituto de Estudios Políticos para América Latina y África
10 de Febrero de 2010

women of intifada

Introducción

Estas reflexiones fueron extensamente relatadas en enero y febrero del 2001, cuando la fase inicial de la segunda intifada palestina, caracterizada por una gran cantidad de manifestantes no armados palestinos, mayoritariamente hombres y niños, enfrentados a soldados israelís y tanques en los puntos de control que bordean y encierran a las ciudades palestinas, llegaba a su fin. Los autores no afirman especial previsión en la predicción del cambio hacia el incremento del militarismo en el siguiente episodio de la intifada; las consecuencias de la excesivas e ilegales acciones militares de Israel contra los civiles palestinos y sus vidas, no obstante, residen más allá de los límites de la predicción.
A pesar de la ausencia virtual de enfrentamientos en los puntos de control, en 2002 los niños palestinos siguen siendo asesinados en términos de “daños colaterales” en vez de como manifestantes. La re-ocupación de las ciudades de Cisjordania por Israel trajeron un dramático aumento en el sufrimiento palestino. Sin embargo, son los fallos encubiertos señalados en este artículo -en políticas y en la protección de la población civil palestina- los que necesitan ser tratados si la violencia cesa. La urgencia de salvar vidas y crear paz y justicia dan fe, en vez de disminuir, de la relevancia de comprender los múltiples efectos de la intifada en los modelos de conducta según género y responsabilidades de las mujeres, hombres y niños palestinos puesto que es en sus vidas, relaciones, violencia, actividades diarias e interacción, que los efectos de la resistencia, la represión, el militarismo y las “políticas” están inscritas. Estos efectos perdurarán más allá de los dramáticos eventos del presente, dándole forma a la sociedad palestina y a las relaciones de género entre ellas.

A lo largo de dos meses después de la segunda intifada palestina contra la ocupación israelí surgida el 28 de septiembre del 2000, el Jefe de Personal israelí dio una orden inusual incluso para la lógica militar de fuerza excesiva que dictó la respuesta israelí a la rebelión palestina. La orden prohibía “ viajar por las carreteras del West Bank a hombres palestinos en vehículos privados.”. (Harel and Hass,2000, 3) Los soldados deben devolver esos coches de “ocupación sólo masculina” a sus pueblos o ciudades de origen; sólo si una mujer pasajera estuviera presente se permitiría el viaje. Ésta orden concreta fue relativamente de corta duración, aunque fue seguida de muchas variantes: en el punto de control cerca de Khan Yunis en Gaza, por ejemplo, los soldados israelís tenían ordenes permanentes de abrir fuego contra coches conducidos por un sólo hombre, causando un breve, aunque arriesgado, negocio entre los niños pobres de Gaza quienes se alquilaban ellos mismos como “ escudos humanos” durante el cruce del puesto de control. ( Steele, 6 de agosto del 2002,2)

Estas ordenes, y los regímenes espaciales de discriminación que obligan a cumplir, son quizás los primeros de todos los ejemplos de apartheid, lógicos del periodo de Oslo, ambos en la aplicación de los tratados provisionales israelíes, pero también, podríamos decir, incrustados en los mismos tratados. En el corazón de estos tratados provisionales hay una evasión del discurso de los derechos por una serie de arreglos basados, no en la igualdad, sino en la diferencia, discriminación y desigualdad en la distribución de recursos. Estos arreglos desiguales incluyen la división del territorio palestino en áreas no contiguas, la continua ocupación militar israelí y el control en las fronteras y en una mayoría del territorio palestino, la continua presencia y expansión de los asentamientos israelíes, y los poderes no soberanos y limitados de las Autoridades Palestinas. Mientras que los líderes palestinos creían que estas disposiciones eran temporales -para ser rectificadas por posturas principales hacia el final de las negociaciones- sus efectos, incluyendo la casi doblada población de los asentamientos israelíes en los años de Oslo (1993-presente), están ambas grabadas en el paisaje político y físico y todo claramente visible en la explosión de la segunda intifada. Quizás menos visible, pero también importante, es como estas desigualdades entre Israel y los palestinos, condicionaron la relación entre los palestinos, en particular entre el estado emergente y sus “ ciudadanos”. (ver Hammami and Johnson,1999). Aquí, los problemas de género son un buen ejemplo. Por ejemplo, el Womens Charter de 1994 emitido por el movimiento de mujeres palestinas cuando el periodo de transición comenzó, reafirmó una línea de derechos para la mujer -como libertad de movimiento y el derecho a la plena nacionalidad- que fueron de hecho denegados a toda la población.

Apartheid y género

La lógica del apartheid encuentra una de sus expresiones en el género. En la orden citada arriba prohibiendo el viaje de hombres sin acompañantes, el género es claramente un principio organizativo de la represión israelí la cuestión que acompaña es si esto es también un principio organizativo de la resistencia palestina. El infinito número de victimas jóvenes -hombres y niños- atestiguan ambas. De hecho, la orden fue inmediatamente tema de risa, aunque lleno de significado de la respuesta de las mujeres activistas palestinas que bromearon “ al fin un rol para las mujeres”.

Tal y como discutiremos más abajo, mientras que las mujeres han estado activas de diferentes maneras durante la intifada -y han cogido o aumentado la carga de cuidados y deberes en la casa y en la comunidad- sus actividades son aparentemente invisibles para el público real y virtual y extensamente vistas por líderes femeninas como inadecuadas y marginales.

Ésta invisibilidad es ejemplo de una mayor ausencia de la sociedad civil en la presente intifada. Con esto, no queremos decir que la sociedad civil esté completamente inactiva, pero que a día de hoy hay actividades que no tienen efecto directo en las políticas de la intifada. Son marginales, en vez de constituir esa “esfera pública de la sociedad civil” (Calhoun 1992, 4) -para usar un concepto de Jurgen Habermas- donde un discurso público democrático y crítico es traducido a una autoridad por política.

La marginalidad de las mujeres y de la sociedad civil de la esfera pública y política están fuertemente unidas. Tal y como el discurso de la presente intifada sugiere, cuando las mujeres están ausentes del ruedo público, la mayoría de los hombres están excluidos también. La segunda intifada subraya otra aleccionadora realidad: si el éxito de los movimientos de mujeres en el desarrollo de iniciativas para la igualdad de género en el periodo de Oslo -ya sea el modelo parlamentario de un año de duración, la presión ejercida contra la discriminación, las iniciativas en los medios de comunicación, la violencia contra la mujer, etc.- si estas iniciativas, como muchos de los proyectos de las ONG e incluso de los ministerios que señalaban los problemas y procesos sociales y de desarrollo, estaban en esencia apartadas o segregadas de la posición real del poder político. Irónicamente, los movimientos de mujeres empezaron a usar el discurso de moda de “empoderamiento” cuando estaban en realidad perdiendo poder. Una comparación de las dos intifadas palestinas nos ofrecerá una visión profunda dentro de estas dinámicas.

Comparación entre intifadas

A pesar de los doce años de intervalo, el alzamiento palestino de 1987 y el actual tienen esencialmente la misma causa, la continuación de la ocupación israelí en Cisjordania y Gaza, y las políticas opresivas de la ocupación. Sin embargo, la nueva realidad socio-política en el inicio del acuerdo de Oslo dio el pistoletazo de salida para la segunda intifada (Al Aqsa) y moldeó sus distintivas y diferentes características. La nueva realidad política incluye la presencia, estilo de normas y cultura política de la Autoridad Palestina, la existencia de relaciones formales, cooperación y negociaciones entre la Organización de Liberalización Palestina (y la Autoridad-ANP) e Israel, nuevos modelos y mecanismos de participación y exclusión, un cambio en el estilo de la opresión militar israelí y el fenómeno del militarismo palestino. Su interacción creó un clima de profunda inestabilidad y forjó una nueva imagen del activismo político palestino el cual marginalizó a gran parte de la sociedad y a las mujeres en particular.

La erupción de la intifada de 1987 ocurrió en un contexto de más de una década de activismo democrático liderado por las organizaciones basadas en masas palestinas en Cisjordania y en Gaza, y fuertemente unidas al movimiento nacional palestino (una argumentación más detallada puede ser encontrada en Taraki 1991 y Kuttab 1993). Estas organizaciones movilizaron grandes sectores de la comunidad, incluyendo estudiantes, mujeres, trabajadores y profesionales, que a cambio llegaron a ser los actores principales en la movilización y sostenibilidad de la intifada. Sus programas intentaron integrar características políticas, sociales y culturales y señalaron tanto las aspiraciones como las necesidades concretas de la población (en el caso de las basadas en masas, con comités de mujeres a través de la generación de ingresos y centros de día, por ejemplo).

En comparación, la intifada Al-Aqsa surgió en un periodo donde el activismo político democrático había sido eliminado y reemplazado por estructuras políticas formales y a menudo cerradas, marginalizando a la sociedad civil. En el alzamiento de 1987, el movimiento de mujeres como otras organizaciones basadas en masas pudieron responder a las aspiraciones de la gente de independencia con modelos de organizaciones descentralizadas y movilizaciones que integraban la liberación nacional y social. Vecindarios y comités populares movilizaron a la comunidad para cubrir sus propias necesidades -enseñanza para los niños después de que los colegios fueran cerrados por ordenes militares, vigilancia de los vecindarios, motivación de la economía del hogar y proveyendo comida para aquellos que lo necesitaban, etc.- Los comités también servían para promocionar conciencia social y política para sustentar la intifada. Estos modelos de democracia participativa pueden ser “concebidos abiertamente como un sistema político y cultural que permite la plena realización del potencial creativo humano”. ( Bystydzienski, y Sekhon 1991). Aquí, la democratización es un proceso en el cual se apoya el desarrollo de valores y estructuras que den a la gente una voz directa en hechos que afectan a sus vidas y donde las voces de la gente ordinaria encuentra una expresión cada vez más organizada. A cambio, estas organizaciones tienen el potencial de mediar entre la gente y el estado, expandiendo el espacio público para incluir espacio autónomo del estado.

La erosión de estas organizaciones basadas en masas en el periodo de transición dejaron una élite de liderazgo que no es responsable de electores específicos sino más bien busca legitimidad entre “la gente” y su rol simbólico de guardas de la liberación nacional y su rol histórico como representantes de la causa palestina. Los frágiles partidos de la oposición que quedan, no han sido capaces de mantener su actividad y viabilidad, debilitado por sus propios conflictos internos y debilidad de estructuras, particularmente con la ausencia de democracia interna, así como la creciente hegemonía de la Autoridad Palestina. Sólo la oposición islamista ha tenido éxito en mantener una base popular. El “estado” embrionario ha pues, transformado el terreno político y de la resistencia, disminuyendo las vías de participación de la gente en general y de las mujeres en particular, ya que las políticas formales reemplazaron ampliamente los modos informales de movilizaciones y el liderazgo “externo” llegó al poder desde los líderes “internos” de Cisjordania y Gaza. La dualidad resultante entre la dura actividad de la política formal contra la débil actividad de la informal fue el primer paso en la marginalización de la sociedad civil y la limitación de la participación de las mujeres.

La erosión de las organizaciones de masas y el fracaso de los partidos políticos restantes significó que el espacio público en la era de transición fuera virtualmente monopolizado por la Autoridad Nacional Palestina (y particularmente por sus servicios de seguridad), a pesar de la ocasional emergencia de “replicas públicas” (Marshall 1994,144) donde se protestaba por los problemas políticos y sociales. El nuevo terreno político presentaba el movimiento de las mujeres, y otros movimientos sociales también, con difíciles dilemas para desarrollar una estrategia que señalara los problemas de ambos géneros en el estado emergente y se unieran a la realidad de la ocupación y colonización que los hombres y mujeres se enfrentan en sus realidades diarias.

Contrato de género a la espera

La unidad nacional y la cohesión eran características básicas de la primera intifada y, como en otras luchas por la liberación nacional, la importancia de la unidad tendía a subsumir expresiones políticas directas con los problemas de clase y género. De todas maneras, en la intersección entre la primera intifada y el proceso de paz, los problemas de género empezaron a emerger con más fuerza. 
Un logro de este periodo que sacó la fuerza del movimiento femenino durante la intifada fue el Womens Charter de 1994, aprobado por la Unión General de las Mujeres Palestinas y todas las más grandes asociaciones de mujeres palestinas después de una extensa y gran participación en debates y discusiones. Citando el principio de “ igualdad entre los sexos”, consagrado en la Declaración Palestina de Independencia, el Charter afirmó derechos para la mujer a nivel nacional, político, social y económico, y de esa manera propuso un nuevo contrato de género (y social), para la sociedad palestina.

Pero este importante logro no se trasladó en un proceso de movilización, ya que las bases de los comités femeninos, la vanguardia del activismo femenino y lazos a los partidos políticos palestinos, fueron incapaces de coordinarse debido a la fragmentación política en el despertar del Acuerdo de Oslo. Además, la demanda de derechos de igualdad del Charter fue devaluada por la falta de los derechos nacionales y de los ciudadanos hacia toda la población durante el periodo de transición. El dilema del movimiento femenino palestino en el periodo intermedio -señalando tantos los problemas de género en el estado emergente y la continua opresión colonial de Israel y las necesidades reales de independencia de los hombres y mujeres- estuvieron carentes de solución en muchas de sus vertientes, a pesar de los mejores esfuerzos de algunas activistas del movimiento femenino para desarrollar estrategias duales.

La naturaleza del gobierno palestino como uno de los problemas de núcleo para la transformación democrática no fue seriamente tratada. (Hammami y Kuttab, 1990). Como resultado, los problemas de igualdad de género emergentes en el espacio público fueron más difíciles debido al aislamiento de estos problemas por parte del gobierno y el sistema político. Incluso los agentes potenciales de la democracia, como el Consejo Legislativo Palestino (PLC) fueron paralizados debido a la naturaleza autoritaria del gobierno. Esta desmovilización -y la consecuente alienación- son suficientes razones de porqué las mujeres en particular y la gente en general no están participando activamente en la intifada actual.

Fronteras Versus Comunidades

La situación y naturaleza de la resistencia palestina en las dos intifadas son también cruciales para entender la marginalización de las mujeres en la sociedad civil. En la primera intifada, el emplazamiento de lucha fue la comunidad, sus calles, vecindarios y casas, la “piedra” fue el arma principal en la defensa de la dignidad de la comunidad, y las mujeres participaron en los enfrentamientos directos con la armada israelí, ya fuera como manifestantes, lanzadoras de piedras o protectoras y rescatadoras de los jóvenes. Los entornos del hogar y la comunidad eran diariamente lugares de conflicto con los soldados israelíes: tal y como Yuval-Davis observa, “la clara división sexual en la guerra, desaparece sin embargo, usualmente cuando no hay una clara diferencia entre el “frente de batalla” y el “frente de casa”...”(Yuval-Davis 1997).
 En la primera fase del levantamiento actual, el enfrentamiento tomó lugar en la frontera y los puntos de cruce entre áreas en la encrucijada de Oslo. Estos puntos de control están en el límite de la “soberanía” palestina (como por ejemplo en las fronteras de las ciudades palestinas) y controladas por la armada israelí. En estos lugares, Israel ha ejercido autoridad a lo largo de los años para denegar a los palestinos acceso a calidad de vida, contacto social y unidad nacional.

En este contexto, los roles directos de la mujeres en la resistencia fue mínimo, dada la ausencia de contexto en la comunidad, el entorno militarizado y el impacto diferencial de restricciones de movilidad para las mujeres. Cuanto más alto el grado de militarización y la violencia militarizada, menor la participación de la mujer y de la vasta comunidad.
 Como en otras sociedades, la construcción de combatientes contra no combatientes está también influenciada por el género, residiendo en construcciones ideológicas de la feminidad y masculinidad en la sociedad, en vez de en habilidades reales de combate (Yuval-Davis,1997).

La extensión de los roles femeninos en la primera intifada fueron posibles porque la división entre combatientes y no combatientes fue muy fluida. En la segunda intifada, “los combatientes” están altamente definidos por género y edad. Como resultado, el rol reproductivo de la mujer como cuidadora de los luchadores, un rol politizado ya presente en la política cultural palestina, está sobrevalorado, y la madre del mártir se convierte en un símbolo potente de la resistencia (Peteet, 2001), mientras que las madres reales, tal y como exploraremos más abajo, se enfrentan a graves y agonizantes dilemas.

Efectivamente, exploraremos tres crisis relacionadas y generadas o sacadas a la luz por los niveles, formas y lugares de la fuerza excesiva israelí y la resistencia palestina en la segunda intifada: una crisis en la masculinidad, una crisis en la paternidad, particularmente en roles paternales de protección y provisión para las familias, y una crisis en la maternidad, puesto que las madres se enfrentan a dolorosas contradicciones en sus responsabilidades maternales hacia los niños.

Masculinidad en crisis
Mientras que las mujeres y hombres palestinos no difieren substancialmente en su apoyo o no apoyo a la resistencia y al uso de diferentes formas de violencia (Jerusalén Media y Communication Center 2001), la diferente participación en enfrentamientos violentos es otra historia, aunque de hecho, la mayoría de los hombres palestinos de más de veinticinco años tampoco participaron en ninguno de las etapas iniciales de las manifestaciones o en las etapas más avanzadas del conflicto armado.

La naturaleza de los enfrentamientos populares que dominaron los primeros meses de la intifada fueron duramente restringidos por género y edad. Si la guerra es el lugar “más directo” para la construcción y reproducción de la masculinidad (Morgan, en Brod y Kaufman 1994, 165), guerras particulares o conflictos hacen eso mismo de modos altamente específicos, recordándonos que “el patriarcado se reproduce tanto en el interior como entre los géneros” y de este modo “requiere de atención mucho más cercana a esas instituciones responsables de la producción de la identidad masculina” (Kandiyoti 1994, 199)

En los enfrentamientos que estamos examinando, el alto nivel de muertos y heridos entre los manifestantes y militantes palestinos, y el lugar, forma y consecuencias de los enfrentamientos violentos exponen una crisis de masculinidad que merece una especial atención. El sacrificio y la lucha de los jóvenes y niños palestinos en las manifestaciones, en los puntos de control israelíes situados en las fronteras de las ciudades y áreas palestinas, no puede ser reducida a una simple crisis de identidad masculina. Una crisis de identidad nacional, de clase y étnica están profundamente entrelazadas.

En esta segunda intifada, los jóvenes y niños que iban a los puntos de control eran los primeros y más destacados protestando por las confinadas condiciones de sus vidas y su futuro, ya fueran trabajadores desempleados, niños refugiados que nunca han salido de Gaza, o incluso personal del cuerpo de seguridad y policial que han estado patrullando estas fronteras sin poder abandonarlas. Pero ellos, han enfrentado ahí un poder que los ha definido como marginales y obligados a ser seres inferiores. Y también se enfrentan a una ausencia de gobierno nacional que está teóricamente presente, pero prácticamente sin poder y sin capacidad para liderar. Los recursos políticos y culturales disponibles para los jóvenes en rebelión les permiten de muchas maneras la resistencia, pero no una resolución.

¿Rituales de Paso o Círculo Cerrado?

Escribiendo sobre la violencia perpetuada sobre los jóvenes palestinos por los soldados israelíes tanto en las calles como en las prisiones durante la primera intifada, Peteet cree que “las palizas (y detenciones) están enmarcadas como ritos de paso que llegan a ser el centro de la construcción del ser adulto y masculino con consecuencias críticas para la conciencia política y organizativa” (Peteet 2000, 103).

Los jóvenes que son destinatarios de éste ritual de violencia israelí atraviesan una fase inicial de separación de la comunidad, después a través de un peligroso estado de ambigüedad “fuera del tiempo social” donde la violencia física es aplicada y soportada, y una fase final de re-admisión en la vida social normal, a menudo verificada por la comunidad y por las historias de las experiencias, acompañadas por la exagerada “masculinidad y credenciales y capital revolucionarios, los cuales los jóvenes usan a menudo para mover los roles de las células en las organizaciones políticas”. (Peteet 2000, 112)

Una investigación más empírica es necesaria para contrastar los “rituales” de la segunda intifada, pero nosotros sugeriríamos que hay importantes diferencias. Primero, hay una mayor presencia de muertos y heridos en los relativos estacionarios “puntos de ignición” donde los manifestantes en efecto se exponen al fuego israelí. La base de estos enfrentamientos, pues, expresa la dura realidad política de la post-era de Oslo. Es en esto, más que la parte religiosa de la intifada, donde se produce el énfasis de martirio. Aunque la primera intifada también honraba a sus mártires, sus imágenes eran de guerrilleros, donde los protestantes y los lanzadores de piedras emergían de la comunidad, arrojando sus mensajes y misiles, y volviendo después a la comunidad, vivos un día más.

En los enfrentamientos de la segunda intifada, la comunidad no proporciona el clima de sustento y protección, sino, inquietantemente, una audiencia, situada literalmente en el punto de control y virtualmente a través de la televisión nacional y por cable, trayendo cobertura actualizada al minuto a los hogares. En las últimas fases de la intifada, los jóvenes que llevaban a cabo las bombas suicidas sólo regresaban a casa a través de otros medios de comunicación -posters pegados en las paredes de los campos de refugiados y en las calles principales de la ciudad-.

Pero puede también haber una diferencia importante en la re-admisión en la comunidad y credenciales masculinos y capital político adquirido, dado que para la mayoría de los jóvenes manifestantes, no hay movimiento hacia adelante en los roles de las células políticas o en las vastas comunidades de liderazgo. Aquí, el sistema de reglas que hemos llamado “populismo autoritario” entra en juego, un sistema que depende de la “gente” o de la “calle” por legitimación, pero obliga a las políticas y a la participación democrática. Tanto la Autoridad misma, o Fateh, el partido político dominante, el cual es la fuerza líder en la intifada y en el gobierno, los lideres políticos a la vez usan y son rehenes del poder de los jóvenes insurgentes, pero sin cambiar la relación entre ellos. Hay mucho que explorar aquí, incluyendo una resonancia con la degradación de la esfera pública observada por Habermas en un bastante diferente contexto cultural, donde “el público responde por aclamación, o negación de la aclamación, en vez de por un discurso crítico” ( Calhoun 1992, 26). Debido a esta dinámica, podríamos argumentar que la crisis de la masculinidad no fue resuelta a través de la resistencia popular, y de hecho el aumento del militarismo es quizás la única “solución” que fue ofrecida y es ciertamente la dirección que fue tomada.

¿Una Crisis de Paternidad?
La crisis de identidades de género está también producida por una serie de crisis relacionadas, tanto en el nacionalismo palestino después de Oslo a nivel político, como los múltiples efectos humillantes en lo económico y social del sistema de apartheid de Oslo (y también los efectos a largo plazo de la ocupación de la economía) que ha marginalizado algunos grupos de hombres en su rol de sustentadores y mantenedores de la familia, y los ha desestabilizado en sus puestos de cabeza de familia. Incluso antes de la intifada, la vasta mayoría de los cabezas de familias pobres eran hombres y participantes de la fuerza laboral, pero el desempleo, el subempleo y los bajos sueldos comparados con los precios, significan que los hombres cabezas de familia no pueden realmente sustentar a sus familias. Para muchos jóvenes, entrar en el mundo laboral y establecer un hogar son retos difíciles. Al mismo tiempo, los roles de los jóvenes como héroes y agentes de la resistencia nacional ha sido también desestabilizada por las humillantes condiciones de Oslo. En un contexto anterior, la crisis de género descrita por Thompson en Siria y Líbano en el despertar de los estragos de la Primera Guerra Mundial y los consecuentes sistemas coloniales es relevante. Thompson señala:

“ la profunda descolocación sufrida por familias durante y después de la Primera Guerra Mundial, segundo, la creación de los nuevos, teóricamente, estados nacionales; y tercero la imposición del reglamento de Francia. En su combinación, estas tres condiciones motivaron reacciones en un micro-nivel unidas al estrés de mudar la economía del hogar y los roles de cada género entre la familia, y a un macro-nivel de reorganizar la comunidad y las organizaciones políticas”.(Thompson 2000, 6)

Thompson llama a las reacciones unidas al estrés en el hogar, comunidad y organizaciones políticas una “crisis de paternidad” (Thompson 2000, 6).

Los descolocamientos palestinos en estos tres niveles -en el hogar haciendo frente a los “shocks”, y en la comunidad y organizaciones políticas viviendo las tensiones entre una autoridad nacional debilitada y una colonización israelí dominante- también produce estrés en los roles de los géneros que han sido altamente acentuadas en la intifada actual.
 Una evaluación sobre la pobreza de participación nacional, llevada a cabo en Cisjordani y Gaza en verano del 2001 e invierno del 2001-2002 por los equipos de investigación palestinos, muestra claramente el estrés en los roles de género y las responsabilidades con las que hombres, mujeres y niños pobres describen sus vidas. Un tema urgente y subyacente, dado a conocer una y otra vez, por los hombres y mujeres pobres cuando describen las razones y condiciones de su empobrecimiento y vulnerabilidad, es una profunda crisis en la habilidad de los hombres cabezas de familia para apoyar a sus familias. Esta crisis es una intensificación de una tendencia claramente visible en el Informe Nacional de la Pobreza 1998, donde la fuerza laboral no previno la pobreza de tres cuartos de hogares pobres que fueron encabezados por una participante fuerza laboral, mayoritariamente masculina. (National Comission for Poverty Allevation 1998, 43-44)

Dos voces participantes de la evaluación de la pobreza cuentan la historia:

“ La peor cosa para un trabajador, a parte de su cansancio, es el día en el que le despiden. Porque no sabe cuando se va a la cama, como va a ganar el pan al día siguiente para su familia.” (un trabajador del campo de refugiados deJabalya, que solía trabajar en Israel)

“Mi marido era muy bueno, pero una vez que se quedó sin trabajo y comenzó a quedarse en casa, su moral estaba muy baja, por todas nuestras necesidades y exigencias.”
( Una mujer del distrito de Gaza) (Johnson 2002, 3)


Estas y otras voces de los pobres apuntan a la importante verdad de que el desempleo puede ser causado por un mercado laboral distorsionado en la esfera pública, pero la experiencia real de desempleo toma lugar a mayor escala en la esfera doméstica. La crisis del hombre cabeza de familia es una crisis de género y una crisis familiar. Los efectos del desempleo -ya sean problemas psicológicos, perdida de autoestima, trastornos y tensiones en la vida familiar, un aumento de enfermedades y morbosidad, o el “endurecimiento de las asimetrías de los géneros” (Sen 1999, 9)- son efectos que ocurren en la familia y entre sus miembros y los cuales ponen un enorme estrés en los roles de género.

Dos chicos, Símbolos contradictorios

Consideremos también las dos imágenes más populares de la intifada. La primera es bien conocida a nivel mundial: un joven padre en Gaza trata inútilmente de proteger a su hijo de doce años, Mohammed Durra, a la vez que el repetido fuego israelí se lleva la joven vida. Entre las muchas maneras que esta imagen, repetida en toda los medios de comunicación palestina, resuena es como una drástica y trágica imagen de la “crisis de paternidad” (Thompson 2000, 284), denotando, no simplemente un fallo en la autoridad paternal, sino en la protección paternal.

La segunda imagen es de otro delgado chico, Fares Odeh, en Gaza, aparentando quizás doce años, pero realmente 2 años más, posicionado desafiante en frente de un enorme tanque israelí, piedra en mano, una foto que está omnipresente en tiendas, oficinas y hogares palestinos. En un examen de estas “dos patéticas fotos que han dominado la visión de los palestinos a lo largo de los tres últimos meses”, Zakariyya Muhamed escribe que “ Mohammed Durra nos dio nuestro símbolo en su muerte; Odeh nos dio nuestro símbolo con su postura retante.” (Muhamed 2001, 10).

La visión de Muhamed está de hecho más matizada -él observa que los chicos de doce años todavía conciben la guerra como un juego y rechazan llamarlos mártires porque esto implicaría que “la víctima es conocedora del significado de la guerra y sabe lo que significa morir por una causa.” ( Muhamed, 2000, 9).

De cualquier modo, el hecho de que el joven enfrente del tanque esté en una situación desesperada no está conscientemente reconocida en su análisis, o de hecho en la respuesta popular a esta imagen, aunque hay una profundidad adicional, dado que Fares Odeh fue disparado en el cuello por un soldado israelí en otra manifestación diez días después y murió desangrado en el cruce de Karni. El contradictorio significado del poster, pide una exploración, una “postura de reto” para asegurarse, pero una que parece predicha a fallar, y donde un altamente vulnerable niño es el símbolo de una lucha nacional. Mientras que los jóvenes, particularmente los “niños de las piedras”, fueron símbolos de la primera intifada, tendían a tener una postura de esperanza en el futuro y una realización de independencia. Aquí, ambas imágenes gráficamente demuestran tanto el poder brutal de Israel como el poder sin supervisión a través de un niño expuesto y sin protección, y resuena con el fallo de las políticas adultas y la resistencia. De hecho, el símbolo de Fares Odeh se disuelve en Muhammed Durra -dos niños cuyos “padres” no son capaces de protegerles- tanto sus padres reales, como la comunidad y las organizaciones políticas. Estos dos fallos similares en protección, sugerimos, producen una crisis de paternidad de primer orden.

Activismo de las Mujeres y la Crisis en la Maternidad

Una exploración del activismo femenino durante la intifada podría, quizás, comenzar con la participación de la mujeres en un rango de actividades informales, desde ayudando directamente a los shabab (hombres jóvenes) en las manifestaciones, a la extendida participación en marchas funerales, para apoyar a las familias y a los heridos. Otro sitio para empezar es con la madre de Fares Odeh, el chico que desobedeció al tanque israelí. Amna Odeh, según informes de un periódico, estaba profundamente preocupada por su hijo, que había jurado venganza por la muerte de sus primos en manos de la armada israelí. Su madre no sólo habló con Fares, sino que intentó encontrarlo en en punto de control: “ Debo haber ido a buscarlo unas 50 veces”, le dijo a un reportero del Washington Post. De hecho, ella era una visión tan familiar en el cruce de Karni, que los chicos bromeaban con Fares diciéndole “ Hey, Faris, porque está el equipo SWAT (equipo especial de armas y tácticas) detrás de ti?” (Hockstader, 12 Diciembre 2000,2 ).

En ambas intifadas, el activismo informal de las mujeres ha tomado la forma de una extensión del rol femenino, particularmente “activismo de madre”, más visible en la primera intifada cuando las mujeres más mayores dieron techo y desafiaron a los soldados. En la segunda intifada, esta protección “maternal” es casi completamente inadecuada, y es sintomática de una menos visible “crisis de maternidad”, que acompaña a la crisis de paternidad descrita arriba. Mientras que las imágenes de los medios de comunicación tienden a centralizarse en las madres “ bendiciendo a sus hijos” antes de martirizarse, el caso de Amna Odeh sugiere que el dilema real de las madres es mucho más agonizante y que las bendiciones de las madres tienen más que ver con el terrible dolor que sienten y las contradicciones sin sentido ni solución. Si, como Ruddick observa, las prácticas maternales están gobernadas por “los tres intereses de conservación, crecimiento y aceptabilidad del niño” (Ruddick en Meyers 1997, 589), esos intereses pueden ser dolorosas contradicciones. La conservación puede estar en conflicto con el crecimiento (contradicciones políticas y de participación) y más particularmente con la aceptación de la comunidad cuando “estado” y sociedad -o grupos sociales- muestran resistencia incluso con imposibles posibilidades. La relativa impotencia de las madres para resolver estas contradicciones a su manera se añade al dilema.

En este marco, tiene sentido que una de las iniciativas más sensatas del movimiento femenino palestino haya sido la de luchar contra las alegaciones de que las madres palestinas mandan a sus hijos a morir en los puntos de control -una de los más flagrantes casos del agresor (Israel) acusando a la víctima por sus propias muertes-. En los primeros meses de la intifada, el movimiento femenino palestino también organizó la casi única manifestación pública que no era ni una marcha funeral ni un desfile militar de facciones políticas, sino unas manifestaciones multitudinarias, varias vigilias a la luz de las velas en Ramallah y Gaza y otra manifestación pública en Jerusalén, ambas con poca publicidad y limitadas temporal y geográficamente. Aún así, el hecho de que hombres, así como mujeres y niños, fueran en tropel para asistir a ellas muestra que gran parte del público necesitaba, y casi no tenían, una dirección para la expresión de la política y de la comunidad. Aquí, el movimiento femenino sirvió como sede de la sociedad civil en su conjunto, aunque de forma limitada. En la más grande vigilia en Ramallah en octubre 2000, varios grupos de jóvenes dirigiéndose al punto de control se mezclaron con la masa. Los jóvenes estaban muy excitados por el enfrentamiento inminente; algunos estaban encantados con la gran participación mientras que otros se burlaron de las velas y alentaban a la gente a ir al punto de control. Inicialmente, los jóvenes estaban claramente cerrados en su propio mundo revolucionario con sus propias éticas. Ocasionalmente lo intentaron con sus eslóganes, más violentos y menos políticos que los del resto de asistentes. De modo interesante, las mujeres trataron con éxito de calmar a los jóvenes en nombre de la democracia, quizás una de las pocas discusiones públicas entre los combatientes y el público, en una intifada donde la “esfera pública” ha sido más evidente en el espacio virtual de la televisión por cable que en las calles de Ramallah y otras ciudades palestinas.

Estrategias del movimiento femenino

Muchas activistas del movimiento femenino son profundamente conocedoras del contraste de los roles de las mujeres en las dos intifadas palestinas y claramente articulan la necesidad de desarrollar nuevas estrategias que unan objetivos de género con los nacionales y de lucha. En una reunión del 16 de diciembre del 2000, activistas de la mayoría de las organizaciones de mujeres tomaron parte en un forum inicial en Ramallah, bien titulado “Movimiento Femenino y la Situación Actual: Hacia la Integración del Nacionalismo y los Objetivos Feministas”. Un número de participantes mostró la importancia de la diferencia entre las dos intifadas, particularmente en relación a la visibilidad de la participación de las mujeres en la primera intifada, dado que “la ocupación estaba en todas partes”, y su vasta participación a todos los niveles. En la segunda intifada, el volumen de mujeres ha aumentado, debido por ejemplo al coste humano más alto, incluyendo miles de personas permanentemente inválidas que necesitan cuidados. Pero esta forma de participación está oculta en los hogares. Un portavoz con un papel importante en la primera intifada llamó a su liderazgo un “liderazgo civil con raíces en la sociedad y con respuesta a sus necesidades, un marco en el cual las mujeres se acoplan y pueden participar”.

Mientras que el reconocimiento de que la delegación de estas responsabilidades a las Autoridades Palestinas era parte del Estado, incluyendo responsabilidades de bienestar, que una vez fueron en parte, competencia de las mujeres, las activistas estaban profundamente preocupadas por que les estaban arrebatando sus roles femeninos. De modo interesante, un número de mujeres, la mayoría retornadas (Célula OLP y familias retornadas en el encuadre del tratado de Oslo) de la Unión General de las Mujeres Palestinas, probaron la validez de la comparación entre las dos intifadas y también cuestionaron la limitada participación de las mujeres. En su opinión, la participación de las mujeres en comités municipales de coordinación oficiales, así como en los roles femeninos de “motivar a sus niños” a resistirse, eran válidos y una importante forma de participación. Una línea relacionada de pensamiento llevó a varios participantes a abogar por una estrategia de motivación a las jóvenes para participar en manifestaciones en los puntos de control. Esta argumentación viene lógicamente desde una opinión que define el modo de participación nacionalista ya dado y, diríamos, pone de relieve una línea de pensamiento que es una estrategia sin futuro ni porvenir para los movimientos femeninos.

El concepto de una activista de una ONG profundamente inmersa en iniciativas de reformas legales y ayuda legal a las mujeres durante el período de Oslo, argumentaba duramente que los problemas de nacionalismo y feminismo estaban hondamente interrelacionados y urgían al movimiento a que no cerraran ventanas que habían sido abiertas en el periodo de transición donde los problemas de los derechos de las mujeres, derechos de los niños y derechos humanos habían sido sacados a relucir en Palestina. Mientras que sus argumentos eran ciertos en muchas cosas, otro importante activista recordó a la audiencia la falta de resultados de gran parte del trabajo que no provenía del gobierno durante el periodo de Oslo, el cual reside en el fallo a la hora de reconocer que la política significa poder y que la ausencia de democracia en el contexto palestino tiene que ser señalada políticamente, en vez de simplemente a través de actividades de las ONGs. De hecho, tal y como otro portavoz argumentó, el eslabón perdido entre el feminismo y el nacionalismo es la democracia, incluyendo no sólo a las mujeres, sino a toda la sociedad.

Aquí fue perfilada una dirección estratégica para contrarrestar la disminución de los roles femeninos, no diciendo, por ejemplo, que las jóvenes deban tomar los roles militares de los hombres, sino con una ampliación del encuadre para la participación a través de políticas alternativas. Estas necesidades están fuertemente unidas a las aspiraciones nacionales de la gente palestina, pero está en manos de la sociedad civil el hacer que está unión sea visible y una fuerza real en política. En la complicada situación de la intifada, desarrollar una política alternativa no es un reto sencillo, pero es prioritario, no sólo para la participación de las mujeres y para la igualdad de género, sino para una transformación democrática en una Palestina independiente.