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Los privilegios de ser colono judío

El 26 de septiembre finaliza la moratoria parcial de 10 meses sobre la construcción de nuevas colonias, así que las grúas y excavadoras comenzarán a trabajar de inmediato y la cifra se incrementará en breve

Como explica el historiador norteamericano Arno Mayer en El arado y la espada (Península), mientras los ayuntamientos reciben el 34% de sus ingresos del Estado, las colonias llegan al 57%, y los alcaldes de cualquier partido están “deseosos de gestionar tan sabroso pedazo del pastel”

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Carmen Rengel

Los Lorenzana
Isaac y Esther Lorenzana, residentes en la colonia de Ariel, en el centro de Israel. Fotografía: M.C.R

475.000 judíos viven como colonos en los asentamientos ilegales levantados por Israel en Jerusalén Este y Cisjordania.

El 26 de septiembre finaliza la moratoria parcial de 10 meses sobre la construcción de nuevas colonias, así que las grúas y excavadoras comenzarán a trabajar de inmediato y la cifra se incrementará en breve. Hoy están en el punto de mira como pieza clave de la partida que juegan Israel y Palestina en las negociaciones de paz. El Gobierno de Benjamin Netanyahu rechaza ceder un suelo que es “propiedad de Israel por ser la tierra prometida”, y la administración de Mahmud Abbas se niega a seguir soportando los 140 poblados que agujerean su futuro país. Sin embargo, independientemente de que sean una forma de dividir territorialmente a los palestinos, de interrumpir sus infraestructuras y de negarles una frontera segura, las colonias son un negocio al que nadie está dispuesto a renunciar, ni vecinos, ni empresarios ni políticos. Una mina de oro no puede cerrarse.

Según el Ministerio del Interior israelí (en manos del partido ultraortodoxo Shas), los colonos reciben un 22% más de ayudas que el resto de ciudadanos con carencias socioeconómicas. En el último año se les asignaron 265 millones de shekels (53,8 millones de euros), el 10% de los fondos totales para desarrollo, cuando no son ni el 6,7% de la población. Todos los asentamientos tienen ayudas, incluso los más acomodados, como los de Ariel (allí vive el ministro de Exteriores Avigdor Lieberman, del nacionalista Israel Beiteinu) o Ma´ale Adumim, donde la renta per cápita es un 5 y un 7% superior, respectivamente, a la media nacional, de 98.699 shekels (20.053 euros, 3.900 menor a la española). Cada colono recibió 115 NIS (23,5 euros), cuando lo normal son 94 (19 euros). Los dos consejos regionales más beneficiados de Israel han sido los de otras tantas colonias: Hebrón, con 288 NIS por cabeza (58,5 euros), y el Valle del Jordán (275 NIS, 55,8 euros); el primero se halla junto a la mayor ciudad de Cisjordania y el segundo domina la mitad fértil del río, la mejor avanzadilla para controlar la frontera con Jordania. Estas medias son 17 veces superiores a las ayudas para trabajadores extranjeros, según la investigación de Yoram Ida, profesora de Política Pública de la Universidad de Tel Aviv.

Como explica el historiador norteamericano Arno Mayer en El arado y la espada (Península), mientras los ayuntamientos reciben el 34% de sus ingresos del Estado, las colonias llegan al 57%, y los alcaldes de cualquier partido están “deseosos de gestionar tan sabroso pedazo del pastel”. Lo mismo sucede a las empresas, a las que el Ejecutivo de Tel Aviv -informa su Ministerio de Industria- da cada año 180 millones de euros en ayudas para su instalación y mantenimiento, garantizando a los colonos un empleo, sobre todo en aceiteras, canteras, conservas e invernaderos. Hay tanto trabajo que los empresarios se ven obligados a emplear a sus vecinos palestinos, de los que cerca de 1.500 reciben un salario de origen colono.

Desde que en 1967 el Partido Laborista (centro izquierda) impulsó los asentamientos la política de colonias le ha costado a Israel 7.500 millones de euros, “lo que ha consumido el presupuesto para educación, bienestar social e investigación no armamentística” y ha ayudado “a aumentar la pobreza, con casi un millón de personas por debajo del umbral mínimo, entre ellas, el 30% de la población infantil”, denuncia Maayan Geva, de B´Tselem, el Centro israelí de información sobre derechos humanos en los Territorios Ocupados. Esta asociación ha encuestado a los colonos y las tres cuartas partes confiesan que no se fueron allí por motivos religiosos. Querían una casa subvencionada y unos servicios públicos preferentes. Con la crisis azotando, no es extraño que desde 2007 se haya registrado un crecimiento anual de su población de entre el 5 y el 10%, dos veces más rápido que en el conjunto nacional.

El matrimonio Lorenzana da la razón a la encuesta. De origen argentino, lleva dos años en Ariel (18.000 habitantes). No son ultraortodoxos pero creen que Cisjordania -o Judea y Samaria, como ellos la llaman- “es la tierra bíblica de leche y miel”. No tienen hijos, pero creen que la colonia será el mejor sitio para criarlos cuando lleguen. “Las fronteras son seguras, hay buenos colegios y médicos y se respira el verdadero alma israelí, sin la contaminación de otras costumbres”, dice Isaac. Su esposa Esther añade como despedida: “Tenemos que seguir creciendo y hacernos con toda la tierra posible. Todo lo que cojamos seguirá siendo nuestro tras las negociaciones”. Casi calca los discursos pasados de Ariel Sharon.

360.000 colonos (75%) son además ultraortodoxos, por lo que suman a las ayudas generales otras ventajas estatales. Seis de cada 10 no trabajan y se dedican a estudiar la Torá, por lo que se las pasa una pensión nunca inferior a 500 euros al mes, acumulables a las ayudas por hijos (la familia media tiene de cinco a siete miembros) y a las becas especiales para estudiar en escuelas talmúdicas. Están eximidos de hacer el servicio militar; de 1975 a 2007 las prórrogas por razones religiosas pasaron de un 2,5 a un 11%, 50.000 personas, cuatro divisiones, y eso que ellos defienden la necesidad de proteger y velar por los asentamientos con el Ejército. A su autoridad espiritual, que ha hecho ceder a los sucesivos gobiernos de Israel, hoy suman su peso político, con el Shas como tercer socio del gabinete Netanyahu (11 escaños), al frente de ministerios como Interior y Vivienda. De este último dependen las colonias, así que nadie espere un paso atrás. La congelación no ha sido más que una anécdota.