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Un lugar especial en el infierno: la nueva imagen de Israel como Estado encaminado al fascismo

Bradley Burston

Nadie sabe más de fascismo que el pueblo israelí. La mecánica y el horrendo alcance de los regímenes fascistas son temas de los que se habla en sus colegios y están taladrados en su historia. Todo israelí reconoce el fascismo al primer vistazo... cuando quien lo ejerce es otro.

Haaertz
Traducción del Atenea Acevedo

represión

Nadie sabe más de fascismo que el pueblo israelí. La mecánica y el horrendo alcance de los regímenes fascistas son temas de los que se habla en sus colegios y están taladrados en su historia. Todo israelí reconoce el fascismo al primer vistazo... cuando quien lo ejerce es otro.

Cuando el fascismo empezó a arraigarse aquí bien podrían haber esperado que surgiera en un momento de liderazgo nacional marcado por un carisma electrizante y radicales modalidades de acción intensamente orquestadas. Pero eso habría tenido un matiz demasiado obvio como para poder negarlo. Y para que el fascismo pudiera afianzarse en un país fundado en su propio rastro de sangre se necesitaba de negación, inercia, memoria selectiva y la sensación de que la situación (terrible como es) puede prolongarse indefinidamente. De hecho, el ejercicio del poder en manos del gobierno más disfuncional y carente de timón que Israel haya tenido jamás es lo que obligó al ala moderada a reconocer las innumerables y muy maquilladas maneras en que la derecha israelí y sus partidarios en el extranjero han conseguido plantar y abonar las semillas del fascismo.

Boaz Okun, articulista de temas jurídicos en el periódico de circulación masiva Yedioth Ahronot y juez israelí retirado, escribió en referencia a la decisión de Israel de negar la entrada al país a Noam Chomsky: “La decisión de acallar al profesor Chomsky es la decisión de acallar la libertad en el Estado de Israel. No estoy hablando de las pamplinas de dar armas a quienes afirman que Israel es fascista, sino del miedo que sentimos ante la posibilidad de que, de hecho, nos estemos convirtiendo en fascistas”.

Durante el fin de semana la policía antidisturbios israelí arremetió contra una sentada sumamente pacífica cerca de la entrada a esta sección de colonias en Jerusalén Este, una zona de la que se expulsó a los residentes palestinos mediante una orden judicial israelí a fin de que colonos judíos ocuparan sus casas. Lo extraño no fue la desgarradora brutalidad de la policía antidisturbios de la Unidad Yasam que se distingue por sus uniformes y cascos gris plomo, ni la manera en que arrasaban con rifles de asalto, porras y gas lacrimógeno en amplio despliegue contra los manifestantes, la mayoría de los cuales eran judíos israelíes y algunos superaban con creces la edad de jubilarse. Lo sorprendente no fue el hecho de que varios oficiales corpulentos, tras ver a un joven reportero de Reshet Bet (noticiero estatal que se transmite por radio) entrevistar a una de las personas que se manifestaba en la sentada con su micrófono debida y claramente identificable como parte de dicho medio, lo agredieran y arrastraran hasta una camioneta de la policía mientras le aplicaban una llave de cabeza. En realidad, lo peculiar de la situación fue que la policía pareciera totalmente desconcertada y tan carente de órdenes inteligibles, abandonada a su suerte en la decisión de cómo proceder en una situación de alerta máxima: fascismo con rostro de confusión.

¿Por qué habría de preocuparnos? Tal vez porque hemos hecho las paces con varios factores que pueden volcar a una sociedad al fascismo como aparente solución:

1. Perder una guerra. Perdimos dos en menos de tres años. Nuestros objetivos, Hezbollah y Hamas, están mejor armados y atrincherados que nunca. Nuestra postura estratégica y diplomática está en decadencia. Irán y Siria escalan posiciones. Además, hay muchas razones para sospechar que la Guerra de Gaza, factor primordial en lo menguado de nuestra imagen internacional, hubiera podido evitarse del todo, es decir, pudo haberse evitado el altísimo número de muertes civiles, de personas indefensas. Esto, a su vez, ha propiciado...
2. Una cuarentena internacional, la sensación de haber sido convertidos en chivos expiatorios y la búsqueda de una quinta columna interna.
3. Una redefinición radical de los valores positivos. Basta pensar en el nombre del obsceno proyecto Museo de la Tolerancia en Jerusalén.
4. La fatiga olfativa. Hemos perdido la sensibilidad ante las consecuencias de negar deliberadamente alimentos básicos y material de construcción a un millón y medio de personas en Gaza, muchas de las cuales siguen esperando reconstruir los hogares que destruimos. Nos hemos hecho inmunes a la apropiación de tierras de propiedad palestina en Cisjordania; a los abusos a que es sometida la población palestina respetuosa de la ley en los controles; al maltrato y la expulsión sumaria de trabajadores extranjeros; a las disposiciones racistas, antidemocráticas y, sí, fascistas que adoptan rabinos de extrema derecha, sobre todo algunos de los que ocupan cargos oficiales en Cisjordania.
5. El fascismo con visto bueno. “Hay un millón de razones por las que se puede negar a una persona la entrada a Israel”, afirmó el lunes Sabine Hadad, vocera del Ministerio del Interior al preguntársele por las políticas fronterizas del ministerio con motivo de la prohibición de ingreso en el caso de Chomsky. “Puede haber un millón de razones, pero si tratas de encontrar un solo criterio para denegar la entrada al país te vas a topar con un muro en blanco”, señaló Oded Feller, abogado de la Asociación por los Derechos Civiles en Israel, y añadió: “El Ministerio del Interior simple y sencillamente se niega a publicarlos, a pesar de la orden emitida mediante sentencia del Tribunal”.
6. La sensación de que, pese a todo, las cosas marchan bien. Habrá quienes afirmen que el hecho de que yo o mis colegas en Haaretz podamos publicar lo que publicamos es prueba fehaciente de que aquí no hay fascismo ni prueba alguna de que vivamos en un Estado policíaco. La realidad es que, de no ser judíos israelíes y parte de una institución del sistema, cualquiera de nosotros podría resultar igual de vilipendiado que Noam Chomsky, sin acceso al debido proceso y sin explicación alguna.
7. La sensación de que ahora mismo hay una guerra, cuando no es así.
8. La vigilancia selectiva del cumplimiento de las sentencias de los tribunales, aunada al incumplimiento rutinario de ellas, particularmente entre colonos radicales.
9. La falsedad absoluta con la que se afirma que los oficiales permiten a los árabes israelíes y de Jerusalén hacer su santa voluntad al tiempo que le aprietan los tornillos a sus vecinos judíos.
10. Igualar las críticas al gobierno con favorecer la destrucción de Israel. Esto se ha sentido cada vez más allende las fronteras israelíes. En San Francisco, la Federación Judía (JCF), el termómetro tradicional de la libertad de expresión efectiva dentro de la comunidad judía, recientemente modificó e hizo más estrictos los términos en los que acuerda otorgar fondos a diversas organizaciones. “La JCF no financia organizaciones que a través de su misión, sus actividades o alianzas [...] propugnen o promuevan el debilitamiento de la legitimidad de Israel como Estado judío seguro, independiente y democrático, incluida la participación en el movimiento de Boicot, Desinversión y Sanciones (BDS) de manera parcial o plena”.

Las directrices de la JCF señalan, además, que “Las presentaciones de organizaciones o personas que critiquen políticas concretas del gobierno israelí, pero que apoyen el derecho de Israel a existir como Estado judío seguro, independiente y democrático están, en términos generales, de acuerdo con la proclama política, [...] pero se exhorta decididamente a consultar anticipadamente al Consejo de Relaciones de la Comunidad Judía (JCRC) y las actividades han de presentarse dentro de una estrategia programática general que sea cónsona con los valores fundamentales de la JCF”.
¿Es posible que todo esto se haya esparcido como reguero de pólvora y con gran rapidez? ¿Será que, debido a Israel, los judíos de la Bahía de San Francisco que no creen en un Estado específicamente judío perdieron el derecho a formar parte de la comunidad judía? ¿Será que, de hecho, los judíos que aman Israel, pero son percibidos como críticos radicales o apoyan el boicot como un medio de hacerse escuchar, fueron excomulgados?
Es un país libre, dicen.

http://www.haaretz.com/blogs/special-place-in-hell/special-place-in-hell-rebranding-israel-as-a-state-headed-for-fascism-1.290977