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Ein el Hilweh, atrapados "sin retorno"

En Ein el Hilweh viven unas 100.000 personas encerradas en los dos kilómetros cuadrados del campo, aunque oficialmente sólo están registrados como refugiados unos 45.000 por la UNRWA, la agencia de la ONU para el socorro de los refugiados palestinos. Contar con el estatus de refugiado marca una diferencia muy significativa respecto a quienes no lo tienen, ya que cuentan con documentos para salir del campo a estudiar, trabajar o ir a hospitales libaneses.

Deia, 25 de abril de 2010
www.deia.com, www.palestinalibre.org

En Ein Hilweh

La cita era a las nueve de la mañana en una popular cafetería de Sidón (Saida). Dos palestinos en un Volvo me recogerían para acudir a la oficina regional del ministerio de Defensa y solicitar un permiso del Ejército libanés para visitar el campo de refugiados de Ein el Hilweh, al sur de la ciudad. Tras esperar unos veinte minutos, me confirman que han conseguido la autorización y nos dirigimos a la entrada norte del campo, donde un control militar libanés hace las pertinentes comprobaciones. Ya en ese rato de espera soy testigo de a qué se enfrentan los palestinos para entrar y salir del campo cada día. Una larga cola de destartalados taxis y furgonetas esperan en el otro lado del control frente a una decena de soldados. Hombres y mujeres enseñan su identificación mientras abren las bolsas y los maleteros con aprendida resignación. Ésta es la imagen rutinaria de Ein el Hilweh y de los otros 11 campos de refugiados oficiales en todo Líbano. Es, de facto, un encierro en prisión, en la que no todos disponen del tercer grado para salir.

"Los registros se han endurecido debido a los numerosos enfrentamientos que se están produciendo en el campo en los últimos tiempos", dice Jhiad, uno de mis acompañantes. "Antes las mujeres no tenían problemas para pasar libremente, pero ahora todo está justificado por el peligro a la seguridad nacional de Líbano", explica.

En Ein el Hilweh viven unas 100.000 personas encerradas en los dos kilómetros cuadrados del campo, aunque oficialmente sólo están registrados como refugiados unos 45.000 por la UNRWA, la agencia de la ONU para el socorro de los refugiados palestinos. Contar con el estatus de refugiado marca una diferencia muy significativa respecto a quienes no lo tienen, ya que cuentan con documentos para salir del campo a estudiar, trabajar o ir a hospitales libaneses.

Pasamos por otro control donde los milicianos palestinos con sus armas al hombro nos permiten el paso sin mucho miramiento. Recorremos Upper Street, una de las dos únicas avenidas del campo, donde las facciones de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) tienen el control. Cumpliendo con los Acuerdos de El Cairo, las fuerzas libanesas se retiraron de los campos de refugiados palestinos en 1969, dejándolos bajo el control de la OLP y quedando sin autorización para entrar en ellos.

En Ein el Hilweh la frágil situación de seguridad se manifiesta en choques entre las diferentes facciones. "Sólo en febrero, cuando pusimos en marcha nuestro nuevo servicio de emergencia, hubo cuatro salidas de alerta para atender bajas a causa de nuevos enfrentamientos armados entre las milicias", cuenta Moustafa Abou Tieh, director ejecutivo del Human Call Medical Center, el único hospital del campo que atiende las 24 horas. "La violencia dentro del campo es continua, porque hay muchas armas y la situación de la gente es tan dura y frustrante que salta la chispa en cualquier momento", dice.

"Hay en total trece milicias, seis de ellas nacionalistas y siete islamistas más o menos radicales, y los enfrentamientos son a veces por quién controla una simple esquina. El problema es que para muchos jóvenes pertenecer a una milicia es la única manera de sentirse útiles y se alistan a falta de otra alternativa", explica Abou Tieh.

En este campo, como en los demás de Líbano, todos los servicios básicos son deficitarios. La salud y la educación corren a cargo del Unrwa, pero sólo ofrece cobertura sanitaria a los refugiados de 1948 y, desde hace unos años, a los NR (no registrados), que en este campo son unos 30.000.
"El problema se complica cuando hablamos de los No ID, llamados así porque no tienen ningún tipo de documento ni estatus reconocido. En Ein el Hilweh viven entre cinco y diez mil, es muy difícil saberlo, porque este colectivo está compuesto por palestinos, extranjeros de otras nacionalidades y personas buscadas por la ley que se esconden en el campo porque aquí las fuerzas de seguridad no pueden entrar", matiza Abou Tieh.

Estos refugiados inexistentes viven encerrados en el campo sin autorización para salir, bajo pena de arresto y cárcel. Viven sin ninguna posesión o identidad. Tienen hijos que heredan ese estatus de invisibilidad social, con el que crecen sin nombre ni derechos. Hay muchas mujeres palestinas registradas que se casan con No ID pero no pueden dar a sus hijos el estatus materno porque las leyes libanesas no les reconocen ese derecho, con lo que la cadena sigue alargándose por generaciones, incrementando la pobreza y la desesperación de esta gente. Decenas de miles de estas personas llevan desde que nacieron caminando por estas calles estrechas, oscuras, abarrotadas de gente que parecen una jungla de cables.

Los carteles con fotos de los líderes políticos cuelgan de ellos, dejando evidencia de en qué sector se está moviendo uno. En algunos lugares, los callejones, que se enredan unos con otros de forma laberíntica, se cierran tanto que los niños tocan las paredes estirando los brazos. El campo siempre crece hacia arriba, porque no hay más espacio que las casas y las calles. Los niños no tienen patios donde jugar, los jóvenes no tienen campos de fútbol, ni una triste cancha deportiva.

Caminando por las calles del zoco la vida no parece diferenciarse mucho del mercado de Sidón, pero aquí las cosas son muy diferentes. "Dentro del campamento hay más de 500 tiendas que ofrecen muchos servicios y viene mucha gente de Sidón a comprar, porque los precios son mucho más baratos", explica Hassan. "Las mercancías no llegan de la forma habitual, es la gente la que tiene que traerlas desde fuera, en coches particulares a través de los controles militares", dice. "Pero por desgracia, la inseguridad y el refuerzo de los controles está perjudicando la vida comercial".
Los cortes de luz son cada seis horas y dependen de generadores para tener electricidad el resto del tiempo. Conectarse a esos generadores cuesta más de 35 dólares por cinco amperios, una fortuna que la mayoría no puede pagar.

La basura se acumula en las calles, el peligro de incendio es constante entre la maraña de cables, conexiones improvisadas y el almacenaje de combustible. El agua se suministra a través de los ocho pozos conectados a cuatro tanques de recogida que costea el Unrwa. A muchas viviendas del campamento sólo llega el agua en bidones.

Ibrahim trabaja de mecánico y sabe que va a morir como lo que ha sido toda su vida, un refugiado, pero no quiere eso para sus hijos. "Tengo 46 años y he trabajado en este campo desde muy joven. El trabajo en el taller ha sido el único aliciente de mi vida. Sin ello, me hubiera vuelto loco hace mucho. No quiero que mis hijos vivan aquí y haré lo posible para que sigan estudiando y se vayan, pero estoy viendo cómo se echan a perder en estas malditas calles, sin espacios de juego u ocio, sin una buena educación y todo el día fumando narguille. No tenemos pasado ni futuro y la esperanza del retorno a Palestina pervive en nosotros como el único sueño que nos queda", confiesa con pesimismo.

Abou Tieh explica que la mayoría de la gente sufre algún cuadro de depresión, ansiedad y otros trastornos psicológicos. "La poca gente que decide solicitar ayuda acude al neurólogo, porque aún está muy mal visto reconocer que tienes problemas, es un signo de debilidad".