Index | Palestina 2007
Actualidad
PALESTINA

 

Otro islam

José Ignacio Lacasta-Zabalza

Este artículo forma parte de la intervención de su autor en el último Congreso de Filosofía del Derecho, celebrado en Marzo de 2007, en Alcalá de Henares. Frente a la postura que Andrés Ollero (también catedrático de la misma materia en la Universidad Rey Juan Carlos) defendió en dicho congreso, Jose Ignacio Lacasta manifiesta la necesidad de analizar el Islam desde un punto de vista libre de prejuicios. En este artículo se cuestiona la postura del Papa Benedicto XVI en Ratisbona. Ver enlace relacionado: "Libertad religiosa. Es posible un diálogo laico con la Iglesia católica?" (Página Abierta, 185, octubre de 2007) http://www.pensamientocritico.org/joslac1007.html

Página Abierta nº186-Noviembre 2007, CSCAweb.

Otro Islam

Hay una tendencia cultural occidental contra el islam que ha tomado una deriva ciertamente sostenida y preocupante. Que entre intelectuales se alinea con el célebre “choque de civilizaciones” patrocinado por lo más reaccionario del intelecto norteamericano y, en la sociedad, se alimenta de una propaganda claramente xenófoba procedente de los medios de comunicación y de la alarma real producida por el terrorismo yihadista con sus criminales atentados de Nueva York, Madrid y Londres. Y que tiene su profundo caldo de cultivo en la tradicional mirada geopolítica contemporánea de Occidente sobre el mundo árabe e islámico como un todo dominado (1).
Dos proposiciones expresadas así por Giovanni Sartori, uno de los máximos exponentes de esta dañosa –para la convivencia pacífica en un Estado laico– corriente intelectual:
a) «La religión predicada por Mahoma en el Corán es monoteísta y tan católica (entiéndase universal) como la religión católica romana: pero la primera es mucho más totalitarista, mucho más invasora y omnipresente que la segunda».
b) «Y lo cierto es que hoy, y desde hace siglos, el cristianismo se inserta en un contexto laico más amplio que lo circunscribe y lo delimita, separando las cosas de Dios de las cosas que no son de Dios» (2).
Dentro de este movimiento los hay que, incluso, reclaman el origen de la democracia actual en el cristianismo y catolicismo (3). Y, desde las atalayas más diversas, se coincide en que el cristianismo es adecuado para la sociedad postcristiana, en la que presuntamente vivimos, en tanto que el islam pertenece a una “sociedad cerrada” incapaz de evolucionar. Aunque lo pérfido de toda esta propuesta y sus diversas formas es que se apoya en un sustrato social real donde, de Alemania a Italia, pasando por Inglaterra, han crecido las actitudes islamófobas (aunque también el racismo y la xenofobia en general), de manera que altísimos porcentajes de las encuestas promovidas por la Unión Europea indican que el 93% de «los interrogados identificaban islam con represión de la mujer y el 83% con terror» entre los jóvenes alemanes, en tanto que en Italia se les adjudicaban “leyes bárbaras” así como el terrorismo convertido en común denominador para todo lo musulmán. La discriminación laboral, para la consecución de una vivienda y social en general de la juventud musulmana es un hecho, aunque hayan nacido en Europa y sean europeos de pleno derecho. De lo que el informe más completo de los realizados hasta ahora por la Unión Europea, dirigido por Beate Winkler, ha sacado la siguiente conclusión inquietante: «Por tanto, la hostilidad contra los musulmanes tiene que situarse en el contexto más general de la xenofobia y el racismo contra emigrantes y minorías» (4).
Cuando la población musulmana en Europa alcanza la cifra de 13 millones de personas, lo que supone el 3,5% de la europea. Y es en este contexto, tipificado por el “choque de civilizaciones”, desmesuradas pretensiones sobre el papel del cristianismo en la elaboración de una Constitución europea, idearios como los de Oriana Fallaci y Sartori, junto al ascenso social del rechazo xenófobo a todo lo que suene a islam, en el que se produjeron las célebres palabras de Benedicto XVI en la Universidad de Ratisbona. Las que mueven inmediatamente a la crítica y al intento de introducir la autocrítica en el seno laico occidental y, si fuera posible, también católico. Benedicto XVI reafirmó sus tesis sobre la vinculación del cristianismo y la filosofía griega de corte racionalista, para recordar la opinión de Manuel II Paleólogo, el antepenúltimo emperador de Bizancio, sobre el islam de su tiempo: «Muéstrame también lo que Mahoma ha traído de nuevo, y encontrarás solamente cosas malvadas e inhumanas, como su orden de difundir por medio de la espada la fe que predicaba» (5).
Esa percepción únicamente negativa del islam y su vinculación a la guerra santa asocian la opinión papal a las derivaciones antimusulmanas de intelectuales como los ya citados o acreditados periodistas que vieron así confirmados sus actuales prejuicios sobre todo lo musulmán y el escalón superior en el que pretenden que se encuentran Occidente, el cristianismo y el catolicismo. Hermann Tertsch, tras declarar por su cuenta que no existe ningún islam moderado y que, en la Historia, la «leyenda del idílico Al-Andalus» es nada menos que un «producto ideológico turístico sevillano», aplaude irresponsable la opinión de Benedicto XVI en un periódico de los de campanillas: «Lamentar los dolores que la verdad produce no significa pedir perdón por expresarla. Ratisbona se perfila ya como el primer gran favor que Benedicto XVI nos hace desde su pontificado a todos, al islam y a Occidente» (6).
Benedicto XVI ha elegido voluntariamente un momento de la Historia representado por Manuel Paleólogo II. Es el fin de Constantinopla que está a punto de producirse y cuando el naciente imperio otomano de los selyúcidas tiene cercado lo que queda de Bizancio. Los Paleólogos significan no tanto el término de una dinastía sino el de todo un imperio (7). Dicen las crónicas que tenía este emperador una fuerte talla intelectual. Pero, con ella o sin ella, es bastante lógico que fuera muy contrario a un credo religioso que anudaba un poder turco más fuerte militarmente y del que este emperador bizantino terminó siendo vasallo.
Se quiere decir con todo esto que Benedicto XVI podía haber elegido otras circunstancias diferentes que las de un cerco político y militar a Bizancio, así como los testimonios de otros notables pensadores cristianos, de esa u otra época, acerca del islam y del islamismo. Pero fue a escoger ese texto en ese rebuscado contexto y la metáfora de la difusión de la fe por la espada, lo que no tiene nada de inocente ni casual en un mundo actual atenazado por el pavor al terrorismo yihadista.

Una muestra más positiva y menos desagradable de las relaciones entre la cultura cristiana medieval y el islam la constituye el formidable libro La Divina Comedia de Dante Alighieri. Estudiado primorosamente por el sacerdote Miguel Asín y Palacios, gran conocedor de las fuentes árabes y del islam (8). En esta obra los pensadores musulmanes Averroes, Avicena, Alfarabi y otros sabios están en el limbo y no en el infierno, porque Dante no los ha condenado (9). Y eso que se habían situado scienter et volenter fuera de la Iglesia católica. Claro que es una época en la que el prestigio de la cultura árabe está ampliamente reconocido durante muchos años, testimonios que Asín y Palacios recaba de San Alberto Magno, Tomás de Aquino, Gundisalvo, San Buenaventura, Raimundo Lulio o Roger Bacon. Inclusive Dante sitúa al averroísta (porque esta doctrina tuvo sus heterodoxos cristianos seguidores) Siger de Brabante «en la esfera celeste del sol» donde moran los teólogos y al lado de su enemigo irreconciliable Tomás de Aquino («en cuya boca pone además –escribe Asín y Palacios– un elogio que es una rehabilitación») [10].
Con esta reflexión sobre esta monografía de Asín y Palacios se ponen de manifiesto varias importantes propuestas, además de la grata constancia de la existencia de investigadores españoles de una altura internacional nada incompatible con su condición de presbítero católico. Un sacerdote que no recurría a los banales lugares comunes sobre el islam. Por otra parte, Al-Andalus se ve que históricamente no es un engendro del llamado multiculturalismo (idea que de tanto usarla indebidamente ya no se sabe lo que es), sino el lugar desde donde se rehabilita en el medioevo la filosofía clásica griega (Platón, Aristóteles) y se proyecta sobre toda Europa y la cristiandad. Así que no está de más un breve recordatorio de dos tesis de Averroes para verificar su interesante antropología y su inspiración decididamente racionalista (sobre la que actúan ciertas tesis platónicas y el concepto aristotélico de imputación): «Sin embargo, en estas sociedades nuestras se desconocen las habilidades de las mujeres, porque en ellas sólo se utilizan para la procreación, estando por tanto destinadas al servicio de sus maridos y relegadas al cuidado de la procreación, educación y crianza. Pero esto inutiliza sus otras posibles actividades. Como en dichas comunidades las mujeres no se preparan para ninguna de las virtudes humanas, sucede que muchas veces se asemejan a las plantas en esas sociedades, representando una carga para los hombres, lo cual es una de las razones de la pobreza de dichas comunidades, en la que llegan a duplicar en número a los varones, mientras que al mismo tiempo y en tanto carecen de formación no contribuyen a ninguna otra de las actividades necesarias, excepto en muy pocas, como son el hilar y el tejer, las cuales realizan la mayoría de las veces cuando necesitan fondos para subsistir» (11).
La cita es un poco densa, pero refleja muy bien la claridad de ideas de Averroes sobre un problema también de nuestro tiempo, para cuya resolución recomendaba dar a las mujeres la misma educación que a los hombres, incluso «por medio de la música y la gimnasia». Con razón el escritor Salman Rushdie ha repetido tanto que, para que los intelectuales occidentales se quitasen las telas de araña prejuiciosas que tienen sobre todo lo musulmán en sus cabezas, bastaría con que leyeran directamente a Averroes, quien demuestra que no es cierta la supuesta incompatibilidad intrínseca del islam con la dignidad de la mujer (cuya subordinación al hombre se ha de criticar siempre y provenga de donde provenga en cualquiera de las tres religiones del libro).
La segunda tesis tiene más enjundia teológica. Y concierne a la responsabilidad de los seres humanos en los actos producidos por ellos mismos, que no han de adjudicar siempre a Dios ni a sus mandatos haciéndole intervenir en todo tipo de cuitas humanas buenas o malas; también es una superchería atribuir el mal a Satanás y los demonios. Menos conveniente resulta vincular nuestros actos con los ángeles y sus formas milagrosas. Si se educa a los jóvenes en esa intervención constante de lo sobrenatural y milagroso, nunca serán responsables de nada agarrotados por miedos y temores. Porque el mal es obra de los seres humanos, condición de la materia, y Dios «es absolutamente bueno y de ningún modo produce el mal en tiempo alguno», sentencia Averroes para la posteridad (12).
Esto no quiere decir que el islam de Averroes fuera más que o mejor que el cristianismo, sino que corrobora que, mal que le pese a Benedicto XVI, tan adversario él del “relativismo”, las cosas de este mundo son bastante relativas y las llamadas “verdades” también. Sobre todo en lo tocante a la historia del intelecto humano. Nadie duda la fuerza de la episteme griega y el uso del razonamiento silogístico en Tomás de Aquino (13). Pero este mismo filósofo se dedicó igualmente a la tarea nada racionalista de defender el milagro y la intervención cotidiana de lo sobrenatural en lo humano, dentro de lo que era una directa oposición a Averroes y al averroísmo (14). O dicho de otro modo: el cristianismo no tiene el monopolio en el legado del racionalismo clásico griego.
Sin ninguna autocensura en el empleo de la crítica, el punto de partida de personas laicas o creyentes para relacionarnos con el mundo musulmán (el de fuera de nuestras fronteras y el de dentro) ha de ser  muy otro. Con buenas dosis de modestia, como las inyectadas por un teólogo católico, Hans Küng, en sus certeras palabras sobre el incidente de Ratisbona: «La Iglesia católica tardó siglos –hasta el Concilio Vaticano II– en aceptar los derechos humanos y especialmente la libertad de culto, pero al final acabó haciéndolo. El islam también debería ser capaz de ello» (15).
(1) «El mundo árabe se sitúa en un espacio afro-asiático, que es un espacio agredido por otro agresor: el espacio europeo occidental. Éste es un hecho irrebatible y absolutamente comprobable, al margen de que en épocas históricas anteriores la cuestión se planteara de otra manera. No se trata de entrar aquí en una polémica interminable de represalias, acusaciones y reivindicaciones recíprocas, que no conduciría a nada, sino sencillamente de recordar y dejar claramente establecida una larga realidad histórica contemporánea casi oculta, escamoteada u olvidada ya, lamentablemente». Agresión histórica reforzada hoy por el intervencionismo de EE UU en ese espacio, según la autorizada opinión de MARTÍNEZ MONTÁVEZ, Pedro, “Nacionalismo e islamismo en el mundo árabe contemporáneo”, Hermes, nº 4, 2002, pp. 2-10.
(2) SARTORI, Giovanni, La sociedad multiétnica, Taurus, Madrid, 2002, p. 12.
(3) Lo que ya se vio con motivo de la discusión de las fuentes de la Constitución europea, luego rechazada en Holanda y Francia. Ideas que no son nada nuevas, así como la pretensión de «una historia cristiana» que concibe «el desarrollo espiritual de Occidente hasta la Ilustración, e incluso más allá, como una especie de producto subsidiario de la secularización de una visión judeocristiana de la historia»; en la época de entreguerras, el filósofo católico francés Jean Guitton llegó a decir «que, gracias al judaísmo y al cristianismo, el espíritu europeo se había abierto a las ideas de progreso y libertad». Lo que fue ampliamente rebatido por los historiadores de su tiempo que centraron sus explicaciones en «la evolución social y económica de la baja Edad Media» que produjo la primera formación de las ciudades y de los Estados, así como el nacimiento de la historia profesional legitimadora de esas instituciones. CARRERAS ARES, Juan José, Seis lecciones sobre historia, presentación de FATÁS, Guillermo, Institución Fernando el Católico (CSIC), Zaragoza, 2003, pp. 14-15.
(4) El País, 19 de septiembre de 2006.
(5) El País, 18 de septiembre de 2006.
(6) TERTSCH, Hermann, “Un favor papal”, El País, 19 de septiembre de 2006.
(7) En 1261, los Paleólogos intentaron reparar y reconstruir el viejo Imperio romano desde Constantinopla, lo que duró hasta 1453 y la caída de esa ciudad a manos de los turcos. BAYNES, Norman H., El Imperio bizantino, Fondo de Cultura Económica, México, 1985, p. 48.
(8) ASÍN Y PALACIOS, Miguel, Dante y el Islam, prólogo de GÓMEZ GARCÍA, Emilio, Editorial Voluntad, Madrid, 1927, pp. 288-297.
(9) El “Seno de Abraham” ideado por la Biblia y los Santos Padres se convierte en “limbo” en el siglo XIII y no más allá, recuerda el teólogo que también es Asín y Palacios. «Habitan el limbo los infantes que murieron sin bautizar, algunos paganos justos –entre los cuales hay musulmanes como Saladino, Avicena y Averroes– y los ángeles neutrales en la rebelión de Luzbel». Ibídem, p. 91.
(10) Ibídem, pp. 296-297.
(11) AVERROES, Exposición de la “República”  de Platón, Edición de CRUZ HERNÁNDEZ, Miguel, Tecnos, Madrid, 1990, pp. 59 y 60.
(12) Ibídem, p. 20.
(13) Estudiado recientemente con agudeza por ATIENZA, Manuel, El Derecho como argumentación, Ariel, Barcelona, 2006, p. 78.
(14) Y a Mahoma, a quien reprochaba que: «No adujo prodigios sobrenaturales, único testimonio adecuado de inspiración divina, ya que las obras sensibles, que no pueden ser más que divinas, manifiestan que el maestro de la verdad está interiormente inspirado». AQUINO, Tomás de, Suma contra los gentiles, edición abreviada de ÁLVAREZ GÓMEZ, Ángel, Alianza Editorial, Madrid, 1998, pp. 58-59. Dentro de la admisión del mal –por parte de Tomás de Aquino– en la acción de la providencia (que no lo excluye), p. 85.
(15) KÜNG, Hans, “El Papa aprende una lección”, El País, 24 de diciembre de 2006.