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Testimonio
PALESTINA

* Cristina Ruíz-Cortina es miembro de la Asociación al-Quds de Solidaridad con los Pueblos del Mundo Árabe

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Cristina Ruíz-Cortina: Mi primer día de trabajo en Gaza


Gaza está olvidada

Cristina Ruíz-Cortina*

Asociación al-Quds de Solidaridad con los Pueblos del Mundo Árabe
CSCAweb, 28 de septiembre de 2006

"(...) bombardearon la red de saneamiento de varias ciudades del centro de Gaza. Desde entonces y hasta ahora cientos de metros cúbicos de aguas fecales negras se vierten al agua sin más, tiñendo las olas de negro y haciendo imposible la pesca o el baño".

Es viernes, así que para hoy no había visitas programadas, pero sí sesión de fotografías. Issa Saba de la Asociación Cana'an y Anwar de PCHR me acompañaron toda la mañana por la ruta de los puentes rotos. Podíamos llamarla así, pero no es nada romántico ni turístico ni tiene nada que ver con la ruta de los pueblos blancos en Andalucía. Era la ruta sórdida de la destrucción de las infraestructuras civiles en Gaza que tuvo su mayor auge en la última semana de junio y primera de julio. También vimos la central eléctrica de Gaza que intentan a toda prisa reconstruir. Y la destrucción del sistema de saneamiento de Nusairat y otras ciudades que suman en total unas 80.000 personas.

Las imágenes de los puentes son terribles. Enseguida se habilitó un paso alternativo en cada uno de ellos. La reconstrucción va a tardar porque los golpes han afectado a las estructuras fundamentales de los mismos y ahora no parece que entre ni hormigón por el paso de Karni ni ayuda exterior para hacerlo. Gaza está olvidada.

Más impresionante fue la visión de la playa negra. El mismo día de finales de junio que bombardearon los puentes principales, bombardearon la red de saneamiento de varias ciudades del centro de Gaza. Desde entonces y hasta ahora cientos de metros cúbicos de aguas fecales negras se vierten al agua sin más, tiñendo las olas de negro y haciendo imposible la pesca o el baño. Nadie habla de esa catástrofe ecológica, que se va consolidando y empeorando cada día que pasa y nadie lo remedia. Casi a los tres meses ya de su destrucción. La playa, hermosísima, estaba desierta. Recordé el emotivo relato que hace Luis Reyes Blanc en su libro "Viaje a Palestina" cuando cuenta el momento en el que Israel decidió levantar el asedio a la playa y permitió a la población palestina bajar a bañarse. Palestina era una fiesta. Este verano las playas han vuelto al rito del asedio. A lo lejos un barco militar israelí asecha; en la orilla un olor terrible y una sensación de impunidad y de abandono inmensa. ¿Es que a nadie le importa? ¿No son acaso las aguas mediterráneas como aguas comunales por las que, al menos aunque solo fuera por ello, deberíamos cuidar? Bajo el puente de Wadi Gaza se refugian los corderos y los pastores, y corre un lento río de aguas negras que vuelve negras las olas.

Hubo también una vez un parque, que fue construido con fondos europeos en aquellos años que se hablaba de proceso de paz, mientras que se construían asentamientos a ritmo frenético y se seguían sembrando las tierras con sangre palestina. En esos años se construyó para la población de Nusairat un parquecillo que bordeaba Wadi Gaza. Allí están los bancos de madera aún intactos y cuidados, las papeleras, los columpios los árboles de jardín y el campo de fútbol. La falta de inversiones se nota, pero ahí estaba ese espacio fresco. Hoy resulta irónico pensar que a dicho parque se le había dado el rimbombante nombre de "Wadi Gaza Natural Protection Garden" porque los ataques aéreos han destrozado toda la red de saneamiento y allí mismo salen las aguas a la superficie inundando, en el verdadero sentido de la palabra, todo el parque al que han convertido en un trozo de tierra insano que no puede ser utilizado por la población. Para dar con él y el brote de aguas negras me tuve que escapar de la vigilancia de Issa y Anwar, no me podía creer lo que entreveía entre los árboles que separaban el parque del puente bombardeado que habíamos ido a ver.

Cuando he llegado al hotel me he puesto como loca a buscar en internet si Greenpeace había hecho alguna declaración al respecto o si la Organización Mundial de la Salud siquiera había alertado de la crisis ecológica y de los peligros generales para la salud y la contaminación de huertas, alimentos y por supuesto, de la playa. No he encontrado nada. Y hace tres meses que las tierras y las aguas.

Agradecería que alguien me ayudara; si es cierto que alguna organización ha hecho algo, o pretende hacerlo, o a dispuesto fondos para acabar con este problema, que me lo diga, y me retractaré de mi rabia y de mi impotencia, pero hoy, por no encontrar, ni he encontrado a Palestina en la lista de países de la Organización Mundial de la Salud. Y por supuesto Greenpeace-Israel se preocupa de sus problemas de contaminación, pero no parece importarle la huella que van dejando en los Territorios Palestinos la ocupación y los ataques militares.

¿Llevo una semana en Gaza?

Acaba de comenzar el muecín "Allah hu akbar, Allah hu akbar". Miro por el balcón del hotel y compruebo que acaba de ocultarse completamente el sol. La gente ahora en Gaza rompe el ayuno con las familias, y en la terraza del hotel no hay nadie. Es Ramadán. En el mar las barcas palestinas acaban de encender las luces, y al fondo un enorme barco militar israelí que lleva plantado allí desde junio (por lo menos) también lo ha hecho. Sincronías entre el ocupante y el ocupado. Una luna finísima, casi un hilo, cuelga del horizonte aún iluminado. Para todos igual.

Cuando iba esta tarde con Anwar al campo de refugiados de Beit Hanoun pensaba por qué a veces me cuesta tanto borrar una imagen de mi cámara a pesar de haberla copiado en el ordenador. Por algún motivo no quise borrar hoy la sonrisa del niño de 13 años que nos encontramos ayer en Rafah, ni el rostro atormentado por las incertidumbres de su madre. Por algún motivo dudé en borrar el dibujo infantil que colgaba aún de la casa bombardeada o la paloma que se posó sobre la ventana que se abría al sol y al muro que separa Gaza del mundo. Rafah se ha convertido ya en un pasillo de seguridad lleno de escombros o de balcones heridos mortalmente por la metralla. Sobrecoge la pertinaz presencia de la gente en las ruinas de las casas, sobrecoge porque lo que les retiene es la voluntad de no volver a ser refugiados, porque no tienen donde ir. Y reconstruyen con urgencia algunos muros y limpian las ruinas y vuelven a colgar plantas de los balcones. Pero estos barrios no son ya los que recorrimos las delegaciones andaluzas que visitamos Gaza hace unos años, esos, ya han desaparecido completamente y en su lugar, las montañas de escombros se cubren de arenas que facilitan el olvido y la impunidad.

Ya hay quien, como Nagam, nace y crece en los lugares más insospechados, como son los vestuarios de un campo de fútbol. Nagam tiene tres años y medio y está acostumbrado a amanecer y ver la pradera verde del campo de fútbol y su lugar de juegos favorito son las gradas que sirven de cubierta a su casa. Su padre ahora es el coordinador del Comité de afectados por la destrucción de viviendas y dice que finalmente han encontrado unos terrenos y que tienen compromisos para construir viviendas. Pero es que ahora ya no entra nada desde la frontera, no hay cemento ni materiales. Gaza está cerrada por decreto (o mejor, por pura arbitrariedad).

Pasamos por la carretera de la costa que une Shati y Jabalya. Y en Beit Hanun, cerca de la frontera, están las ruinas de la casa de Abdelrahman Salem. Debía ser una hermosa casa, con un pequeño patio, tres plantas, enredaderas de olor junto a la puerta de la casa y un amplio -aunque peligroso - horizonte al que mirar. A él también le llamaron por la noche. Los bombardeos, se ve, es mejor que sean nocturnos, aunque haya que perturbar el sueño de los niños, aunque la nocturnidad sea un territorio donde se alimentan los fantasmas y - en esta tierra - las más duras realidades. A él le dieron el tiempo justo para salir y sacar a su familia y cumplir con la orden de avisar a sus vecinos. Abdelrahman, refugiado nacido en Beersheva, ha trabajado 35 años para la UNRWA. Según él, Israel solo quiere aterrorizar a la población y provocar una huida masiva, como en otras guerras.

Según él no se irán, esta vez no se irán. No le quise decir que hay una encuesta que dice que hoy el 45% de los palestinos se quiere marchar, porque ya no aguantan más, porque no hay esperanza para ellos, ni seguridad. Porque todo está cerrado, porque carecen de alimentos, de electricidad, porque las aguas fecales inundan sus barrios, sus parques, sus playas. Y porque tanto delegado internacional que viene por estas tierras, finalmente no sirve para nada.

No se lo quise decir porque no me hubieran salido las palabras en ese momento y le dejé hablar de su infancia, de sus trabajos, de su vida... vive en una tienda de campaña y está hecho de la madera del 55% que quiere quedarse a defender su tierra.

De vuelta al hotel todo me parecía tan excepcional, tan especial, la luz, los niños, y el puente improvisado entre las dos aceras por donde saltaban los niños para eludir las aguas sucias que corren por las calles hacia el mar, las olas, aquí también negras, los restos de los barcos, la luz, las plantas que crecen o languidecen, los sombríos pasadizos del campo y, de nuevo, los restos de los tanques componiendo los jardines de Jabalya, que no sé por qué me eché a llorar. Y lo peor es que en ese momento hubiera necesitado una buena cerveza fresca o un baño en el mar... ¡¡¡ambas cosas tan lejanas y difíciles en Gaza!!!

No me tapo la cabeza, pero me baño vestida...

Anique pertenece a una organización internacional que tiene bastante presencia en Gaza y en general en otras partes del mundo. Es la primera vez que visita este infierno y es mi vecina en el hotel. Hoy ha llegado a la conclusión de que estaba fatal de la cabeza. Hoy ambas hemos tenido un día fatal, empezando porque nos despertaron a las seis y media de la mañana disparos en la playa. Al principio y sin querer abrir los ojos, pensé que era mi puerta que se había quedado abierta y estaba dando golpes, hasta que de pronto me di cuenta que eran disparos. Esta tarde ha llegado el corresponsal de la BBC, Alain Jhonston, pero anoche quizás estuviéramos las dos solas en el hotel. Nuestras habitaciones dan al mar y debió ser cómico ver dos cabecillas asomadas entre las cortinas porque el camarero que estaba en la terraza se echó a reír y nos hizo un gesto como de que no pasaba nada. Yo pensé que el gesto me lo hacía a mí, pero esta noche mientras cenábamos con un traductor, nos dimos cuenta de que habíamos respondido igual y me imaginaba las dos cabezas asomando púdicamente detrás de las cortinas.

No pasaba nada, pero tampoco es forma esa de despertarse. En fin bajé a desayunar temprano y sorprendí a decenas de cangrejillos corriendo por la playa, unas arenas tan blancas y el agua tan transparente que no pude evitar decirle al camarero que ojalá me pudiera bañar. "Esta tarde" me dijo, "mientras rompemos el ayuno de Ramadán, no habrá nadie en la playa".

Me fui a mis entrevistas. Las mañanas se hacen tremendas de duras y largas. Malek, mi traductor, es un cielo de persona que además sabe muchísimo de historia y de política y me distrae entre unas entrevistas y otras. Creo que ya me ha visto llorar dos veces y él mismo lo pasa fatal. Hoy la historia interminable de la familia Abu Odeh destrozada tras el asedio - de nuevo- a Beit Janoun, me llenó de angustia. Malek creo que a veces no había o no podía hacerles algunas preguntas a las mujeres. En la familia murieron tres sucesivamente: el padre, el hijo y luego Hanan, la hija de 16 años. Pedí las fotos de los muertos y rápidamente salieron las fotos de los dos hombres, pero dos horas después, cuando me iba de allí, seguían revolviendo a ver si encontraban la foto de Hanan. Y no la encontraron. Ya es la segunda vez que no aparecen las fotos de las mujeres. Azhar la otra hija que resultó herida, se recupera con enorme tristeza. Si hay algo en común, vuelve a ser la pobreza. Todo empezó porque en el corral que tiene la familia al lado hecho de latas y maderas, escucharon ruidos, y pensaron que eran ladrones, pero era una unidad encubierta del ejército israelí. Un corral donde la familia guarda un asno, un cordero, unas gallinas. La madre nos hizo un relato detallado. Mientras a nuestro alrededor empezaron a congregarse vecinos y familiares y un montón de niños.

Atardecer en Jabalya

La segunda visita fue a una familia cuya casa fue ocupada por los militares israelíes. Desde las ventanas disparaban contra los militantes palestinos y mientras, los habitantes de la casa amordazados y atados, les servían de escudos humanos. No sé por qué se me ocurrió preguntarle a uno de los asediados que en qué idioma le hablaban los ocupantes y me respondió que en inglés y en español, para sorpresa mía. La casa ya está restaurada de la labor de los buldózeres del ejército y de los ocupantes, aunque después de irse los soldados arrasaron con las cosas de valor que encontraron, incluido dinero, hecho éste que se está repitiendo demasiadas veces este verano bajo la excusa de que es dinero que financia el terrorismo.

A la tercera visita decidí no ir, porque los de la Universidad Islámica de Gaza me habían invitado y luego, por teléfono avisaron al PCHR que debía ir completamente tapada. Me sentí fatal, le dije a Rami que la camisa que llevaba en ese momento era de invierno y que no estaba dispuesta a taparme el pelo ni el cuello. Que entendía que en un lugar sagrado podía ser, pero no en una Universidad, donde se supone que vas para abrir tu mente, no para que te impongas condiciones previas de semejante calibre. Total, allí había caído alguna bomba, pero ya era suficiente el dolor que se iba posando sobre mi piel con el paso de los días. En el PCHR aplaudieron mi decisión.

Apenas tuve un hueco para tomar un café en un lugar discreto de la oficina, pues es Ramadán y aquí eso se lleva estrictamente y enseguida vino Rami porque Issam Buhaisa estaba esperándome para ir a su casa. Issam es el palestino que se pasó todo el verano en Málaga y que sólo pudo entrar de nuevo en Gaza al inicio del Ramadán. Tiene cuatro hijos y vive en Deir el Balag, uno de mis sitios favoritos de Gaza. Issam hubiera querido que me quedara toda la tarde con ellos pero le dije que no era posible ahora, que más adelante. Necesito cada día repasar las notas, ver lo que falta, preparar las visitas del día siguiente. Y además a veces acabo agotada mentalmente.

Cuando volví me subí a la habitación y me di una buena ducha fría. Repasé las fotos y las notas pero al cabo del rato recordé lo del baño en la playa. Quería intentarlo por lo menos una vez para probar cómo es darse un baño en las playas de Gaza, y ahora sé que es horrible. Que es horrible porque no sientes que el agua te refresca igual, porque te pesa la ropa, porque es un cautiverio del cuerpo, como otro cualquiera, un castigo más a la mujer. De todas formas al poco rato vino un chico a bañarse y también lo hizo con una camiseta y con pantalones casi largos del todo. Sólo se quitó la camisa. Para organizar mi escapada al mar de diez minutos, los del hotel estuvieron vigilando que no se acercara nadie. Antes de bajar le dejé a Anique, mi vecina la cámara. Fue entonces cuando me dijo que los españoles estábamos fatal de la cabeza. A la vuelta pasé por su habitación para recoger la llave y la cámara y me estuvo enseñando con la cara demudada, las fotos horribles que le habían pasado en el hospital Al-Auda, el de la Asociación de Juani Rismawi. Y mientras veíamos las fotos, pobre Anique, en su primera visita a Gaza lo que se ha encontrado, a mis pies se formaba un charco de agua salada que bajaba de mis pantalones.

El día acabó de pronto con un aguacero.