Recuperar mi humanidad
Texto de un militar condenado
a prisión por no querer participar en la guerra de Iraq
Camilo Mejía*
La
Jornada
/ rebelion.org /CSCAweb, 25 de febrero de 2005
© 2005, TruthOut.org. Traducción: Jorge Anaya
"La
gente me preguntaba por mis experiencias de la guerra y al responder
volvía a vivir todos los horrores: los tiroteos, las emboscadas,
la vez que vi cómo arrastraban por los hombros a un joven
iraquí sobre un charco de su propia sangre o cuando el
fuego de nuestras ametralladoras le arrancó la cabeza
a un inocente. La vez que presencié el derrumbe emocional
de un soldado porque había matado a un niño, o
cuando un anciano cayó de rodillas y gritaba levantando
los brazos al cielo, como preguntando a Dios por qué nos
habíamos llevado el cuerpo sin vida de su hijo".
Fui enviado a Iraq en abril
de 2003 y en octubre regresé a Estados Unidos con licencia
por dos semanas. Retornar a casa me dio la oportunidad de poner
mis pensamientos en orden y escuchar lo que mi conciencia me
decía. La gente me preguntaba por mis experiencias de
la guerra y al responder volvía a vivir todos los horrores:
los tiroteos, las emboscadas, la vez que vi cómo arrastraban
por los hombros a un joven iraquí sobre un charco de su
propia sangre o cuando el fuego de nuestras ametralladoras le
arrancó la cabeza a un inocente. La vez que presencié
el derrumbe emocional de un soldado porque había matado
a un niño, o cuando un anciano cayó de rodillas
y gritaba levantando los brazos al cielo, como preguntando a
Dios por qué nos habíamos llevado el cuerpo sin
vida de su hijo.
Pensé en el sufrimiento
de un pueblo cuya patria estaba en ruinas y encima era sometido
a nuevas humillaciones por los allanamientos, las patrullas y
los toques de queda de un ejército de ocupación.
Y caí en cuenta de que
ninguna de las razones que nos dieron para estar en Iraq era
cierta. No había armas de destrucción masiva. No
había vínculo entre Saddam Hussein y Al Qaeda.
No ayudábamos al pueblo iraquí y ese pueblo no
nos quiere tener allá. No prevenimos el terrorismo ni
hacemos más seguro a nuestro país. No pude encontrar
una sola razón para haber estado allá, disparando
contra personas y siendo blanco de disparos.
Venir a casa me dio claridad
para ver la línea entre el deber militar y la obligación
moral. Me di cuenta de que formaba parte de una guerra que me
parecía inmoral y criminal, una guerra de agresión,
una guerra de dominación imperial. Me di cuenta de que
actuar según mis principios resultaba incompatible con
mi función en el ejército, y concluí que
no podía volver a Iraq.
Al deponer mi arma escogí
reafirmarme como ser humano. No he desertado del ejército
ni he sido desleal a los hombres y mujeres del ejército.
No he sido desleal a una patria. Solamente he sido leal a mis
principios.
Cuando me entregué,
con todos mis temores y dudas, no lo hice únicamente por
mí. Lo hice por el pueblo de Iraq, incluso por los iraquíes
que me dispararon: ellos sólo estaban del otro lado de
un campo de batalla en el que la guerra misma es el único
enemigo. Lo hice por los niños de Iraq, que son víctimas
de las minas y del uranio empobrecido. Lo hice por los millares
de civiles desconocidos que han muerto en la guerra. El tiempo
que dure en prisión es un precio pequeño comparado
con el que iraquíes y estadunidenses han pagado con su
vida. Un precio pequeño comparado con el que la humanidad
ha pagado por la guerra.
Muchos me han llamado cobarde,
otros me dicen héroe. Creo que se me puede encontrar en
algún punto medio. A quienes me han dicho héroe
les digo que no creo en los héroes, pero sí creo
que personas ordinarias pueden hacer cosas extraordinarias.
A quienes me llaman cobarde
les digo que se equivocan y que, sin saberlo, también
tienen razón. Se equivocan en creer que dejé la
guerra por miedo de que me mataran. Reconozco que había
miedo, pero también estaba el temor de matar inocentes,
de colocarme en posición de tener que matar para sobrevivir,
de perder mi alma en el proceso de salvar mi cuerpo, de perderme
para mi hija, para la gente que me ama, para el hombre que antes
fui, el hombre que quiero ser. Tenía miedo de despertar
una mañana y darme cuenta de que mi humanidad me había
abandonado.
'Fui cobarde
por formar parte de esta guerra'
Digo sin ningún orgullo
que desempeñé mi cometido como soldado. Mandé
un batallón de infantería en combate y nunca dejamos
de cumplir nuestra misión. Pero quienes me llaman cobarde,
sin saberlo, también tienen razón. Fui cobarde
no por dejar la guerra, sino por haber sido parte de ella en
un principio. Oponerme a la guerra y resistirla era mi deber
moral, un deber que me llamaba a realizar una acción basada
en principios. En vez de mi deber moral como ser humano opté
por cumplir mi deber de soldado. Todo porque tuve miedo. Estaba
aterrado: no quería enfrentar al gobierno y al ejército,
temía el castigo y la humillación. Fui a la guerra
porque en ese momento era un cobarde, y por eso pido perdón
a mis soldados, por no ser líder en lo que debí
serlo.
También pido perdón
al pueblo iraquí. A él le digo que lamento los
toques de queda, los allanamientos, las matanzas. Ojalá
encuentren en sus corazones ese perdón para mí.
Una de las razones por las
que no me opuse a la guerra en un principio fue porque tenía
miedo de perder mi libertad. Hoy, sentado tras barrotes, me doy
cuenta de que existen distintos tipos de libertad, y que pese
a mi confinamiento sigo libre en muchas formas importantes. ¿De
qué sirve la libertad si tenemos miedo de seguir los dictados
de nuestra conciencia? ¿De qué sirve si no somos
capaces de vivir con nuestros actos? Estoy confinado a una prisión,
pero me siento más conectado que nunca con toda la humanidad.
Detrás de estos barrotes soy un hombre libre porque escuché
a un poder superior, la voz de mi conciencia.
Mientras estaba confinado en
aislamiento total, me encontré un poema de un hombre que
rechazó y se resistió al gobierno de la Alemania
nazi. Por ello fue ejecutado. Se llamaba Alfred Hanshofer y escribió
este poema mientras aguardaba la ejecución:
Culpa
La carga de mi culpa ante
la ley
es ligera sobre mis hombros; conspirar
era mi deber para con el pueblo:
de no ser así habría sido un criminal.
Soy culpable, pero no en
la forma que creen.
Debí haber cumplido mi deber antes, hice mal;
debí llamar al mal por su nombre,
vacilé demasiado tiempo en condenarlo.
Ahora me acuso con el corazón:
he traicionado mi conciencia demasiado tiempo,
me engañé a mí mismo y a mi prójimo.
Desde el principio supe
el camino que seguía el mal,
¡mi advertencia no fue lo bastante fuerte y clara!
Hoy sé de qué fui culpable...
A quienes aún están
callados, a quienes persisten en traicionar su conciencia, a
quienes no llaman con claridad al mal por su nombre, a quienes
no hacemos aún lo suficiente para rechazar y resistir,
les digo "den un paso al frente", les digo "liberen
su mente". Liberemos colectivamente nuestra mente, ablandemos
nuestro corazón, confortemos a los heridos, depongamos
las armas, y reafirmémonos como seres humanos poniendo
fin a la guerra.
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