PONENCIA DEL MAI

Algunas cuestiones sobre la Internacional Comunista[1]

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            En este texto, y en el marco de nuestro compromiso con el necesario Balance de la experiencia histórica de la Revolución Proletaria Mundial (RPM), base necesaria e ineludible para encaminarnos hacia un nuevo asalto sobre la fortaleza capitalista, nos vamos a centrar, usando como hilo conductor algunas de las principales concepciones teóricas e ideológicas que guiaban a la vanguardia revolucionaria, en varios puntos que, a nuestro entender, resultaron decisivos en el malogrado devenir del organismo más alto del que históricamente se ha dotado el proletariado en el empeño de su lucha por la emancipación.

 

Una lección universal

            Así pues, la Internacional Comunista (IC) se nos presenta como el exponente más elevado de organización del proletariado, de su potencialidad revolucionaria y de su naturaleza internacionalista.

            Desde la perspectiva de la experiencia histórica concreta y de las lecciones universales que nos ha legado la Komintern, podemos establecer, en primer lugar, que la IC representa la expresión de madurez del proletariado como clase revolucionaria en la época del imperialismo y la Revolución Proletaria. Asimismo, en segundo lugar, esa experiencia nos muestra que la base para la constitución de esta organización superior es, necesariamente, una práctica social revolucionaria cualitativamente más elevada, como en este caso es la toma del poder y su mantenimiento continuado por parte del proletariado ruso y el inicio de la experiencia de construcción del socialismo[2]. De este modo, y al igual que el Partido Comunista, la IC no se forma desde una voluntariosa unidad de los comunistas a nivel internacional, sino que la experiencia demuestra que el inicio de la formación del movimiento revolucionario no se realiza desde la unidad de los que se autodenominan “socialistas” o “comunistas”, sino desde la escisión de la izquierda. Como señala elocuentemente Lenin en mayo de 1917: 

            “(…) que Zimmerwald se ha convertido definitivamente en un freno y que debemos romper con él lo antes posible (…). Hay que empeñar esfuerzos para acelerar la celebración de una conferencia de la izquierda, una conferencia internacional y exclusivamente de la izquierda.

(…) Si celebrásemos en breve una conferencia internacional de la izquierda, ello supondría fundar la III Internacional.”[3] 

            O también: 

            “Nuestro partido no debe ‘esperar’ sino fundar inmediatamente una III Internacional (…) una Internacional irreductiblemente hostil a los traidores socialchovinistas y a los vacilantes del ‘centro’.”[4] 

            Así pues, en 1917-19, periodo de preparación para la fundación de la IC, y época en la que Lenin redactó las referencias que hemos extractado, tenemos dos elementos fundamentales. En primer lugar, una vanguardia internacional reconocida y sancionada por su praxis revolucionaria, esto es, el Partido Bolchevique, el proletariado revolucionario ruso. En segundo lugar, la base sobre la que va a actuar esta vanguardia, un movimiento de masas en efervescencia por la combinación de los horrores de la guerra imperialista y el ejemplo de la Revolución de Octubre; efervescencia que va a cristalizar en la fundación de partidos comunistas en todo el mundo sobre la base de la escisión del ala izquierda de la socialdemocracia.

            De este modo, tenemos que, de nuevo de la misma manera que sucede con el Partido Comunista en otro nivel, la fusión de la vanguardia con las masas se nos muestra como el mecanismo universal que activa el movimiento comunista. De esta fusión de la vanguardia (el proletariado revolucionario ruso) con las masas (escisiones izquierdistas de la socialdemocracia y auge del movimiento espontáneo de masas) nace la Internacional Comunista, que se nos presenta como algo superior a la mera suma de sus partes (a diferencia de la II Internacional, más un gabinete de coordinación entre movimientos socialistas nacionales), y que sanciona orgánicamente la escisión del movimiento obrero en dos alas, una revolucionaria y otra reaccionaria.

 

Premisas de la Komintern y el paradigma de Octubre

Por supuesto, de estos dos aspectos el fundamental es el que se refiere a la vanguardia. Así, la historia de la Komintern va a ser esencialmente la historia del proletariado revolucionario ruso y de su gloria y miseria.

            El bolchevismo es un movimiento adscrito a la II Internacional, que en todo momento se sitúa en el ala más izquierda de la misma, pero que en esencia bebe de los mismos presupuestos teóricos que la codificación socialdemócrata del marxismo. El contexto histórico-material que da lugar a esta codificación es el de la época de la revolución burguesa y de la formación del proletariado como clase en sí[5]. Este singular e irrepetible contexto histórico había encumbrado una serie de concepciones políticas particulares. Sucintamente, podemos caracterizar las principales como un determinismo económico gradualista, según el cual el desarrollo de las fuerzas productivas por sí mismo habría inevitablemente el camino al socialismo. El colofón necesario de esta concepción es el espontaneísmo revolucionario, fruto de esa confianza en fuerzas impersonales y que minusvaloraba el papel del sujeto consciente (Kautsky, principal ideólogo de la II Internacional, habría dicho que más que hacer la revolución la tarea era gestionarla). Finalmente, tocando el ámbito de este acto, una visión de la revolución que se desarrollaba de manera inmediata en un marco internacional (influencia, sin duda, no sólo de una comprensión voluntarista del internacionalismo, sino del impacto en la conciencia revolucionaria de la experiencia de las revoluciones de 1848).

            Precisamente, la forja del Partido Bolchevique como partido de nuevo tipo se va a producir en la lucha contra las consecuencias políticas de estas concepciones, hegemónicas en el movimiento socialista internacional y cuya fiel representación en Rusia era el menchevismo, en tanto que suponían un obstáculo al desarrollo de la revolución rusa. Sin embargo, no se va a dar un sistemático combate de fondo, contra el sustrato filosófico que alimenta dichas concepciones. El resultado va a ser un genuino partido de nuevo tipo, mucho más maduro y consistente, pero que aún comparte muchas de las premisas del marxismo socialdemócrata.

            Este complejo contradictorio que forma el bolchevismo es clave para entender el balance que los bolcheviques y Lenin harán de su propia experiencia inmediata, de la experiencia de la revolución rusa (síntesis de la práctica que les ha encumbrado como incontestada vanguardia de la RPM), y es fundamental para comprender el devenir de la IC. Así, Lenin, en el I Congreso de la IC en 1919 mostraba, a la luz de la experiencia rusa, una visión general del desarrollo de la revolución, que se pronosticaba inminente en Occidente:

            “Esto revela, una vez más, que el curso general de la revolución proletaria es igual en todo el mundo. Primero la formación espontánea de los Soviets, luego su extensión y desarrollo, más tarde se plantea prácticamente la cuestión: Soviets o Asamblea Nacional, o Asamblea Constituyente, o parlamentarismo burgués; completo desconcierto entre los líderes y, por último, la revolución proletaria.”[6]

            Además del esfuerzo de Lenin de desarrollar una visión general y universal de la revolución en sus grandes rasgos, aproximándose a lo que hoy llamaríamos Línea General, aunque en este caso se limita a un cierto decurso político, es de resaltar la certera visión del líder bolchevique sobre la incompatibilidad, antagónica e irreconciliable, entre los soviets (lo que hoy llamaríamos Nuevo Poder) y el parlamentarismo burgués en sus más diversos pelajes, ¡y todavía hoy hemos de aguantar a ciertos leninistas sermoneándonos sobre “programas mínimos” en torno a una asamblea constituyente!

            Sin embargo, el genial revolucionario incurre en un importante error en este pasaje, y es que los soviets sólo se formaron espontáneamente por el impulso del movimiento huelguístico en la revolución de 1905, movimiento que, precisamente por esa espontaneidad, será derrotado con relativa facilidad. En 1917, durante la Revolución de febrero, los soviets se forman por la iniciativa de los oportunistas, mencheviques y eseristas, como “gobierno de reserva”, como reserva estratégica del Gobierno Provisional, sostenido por los oportunistas. De hecho, la experiencia de la Revolución de febrero es un elocuente ejemplo de la enorme capacidad de reconducción de la burguesía, por mediación del oportunismo, del impulso espontáneo de las masas, incluso, como en este caso, cuando se trata de los organismos más genuinamente obreros. Si de algo nos habla la experiencia revolucionaria de 1917 es precisamente de la importancia fundamental e insustituible del elemento revolucionario consciente, del partido de nuevo tipo, que será capaz de reconducir hacia la Revolución Socialista una situación de crisis social y política que se había formado de manera externa a él. Será precisamente la actividad consciente bolchevique entre los soviets, los órganos de poder de las masas armadas, en los que éstas están recibiendo la experiencia política que las hace receptivas al discurso y programa revolucionarios (tomen nota, adalides leninistas de la república democrática burguesa: no vale cualquier tipo de experiencia política, sino que la clave es la contraposición de dictaduras de clase), la que abra el camino a Octubre y evite que 1917 acabe en un 1905 remozado.

            Esta apreciación errónea de Lenin se puede explicar, desde el punto de vista teórico, en gran parte porque la experiencia y su traducción consciente no son un reflejo inmediato de la realidad objetiva en un sujeto externo, como defiende por ejemplo la teoría del reflejo, defendida equivocadamente por algunos como la doctrina marxista del conocimiento, sino que este sujeto está inmerso y forma parte de esa realidad, por lo que la experiencia práctica es recibida siempre de forma mediatizada por el propio bagaje del sujeto (por síntesis teóricas previas), en el caso de Lenin, por su formación en el seno del marxismo socialdemócrata. Es eso lo que explica muchas de las contradicciones de los bolcheviques y de su líder y principal teórico, que van a ser fundamentales en el devenir de la III Internacional.

            Someramente, podemos señalar tres de estas contradicciones, que entran claramente en conflicto con alguna de las más fundamentales y universales lecciones que los bolcheviques nos legaron con su lucha teórica y su actividad práctica.

            En primer lugar, y lugar común en la época, fruto de las condiciones históricas que vieron nacer el primer marxismo y que todavía, a diferencia de hoy, se mostraban vigentes entonces, a pesar de que sus consecuencias políticas ya habían mostrado sus limitaciones para la cabal consecución de la Revolución Proletaria, es el peso y la importancia fundamental que se le otorga al factor espontáneo, a pesar de que, en sus condiciones, la Revolución de Octubre, como hemos señalado antes, era una prueba palmaria del insustituible rol que jugaba el factor consciente, la actividad creadora del Partido Comunista. A pesar de ello, en Europa la IC sigue esperando y elaborando táctica en función de un auge revolucionario siempre externo a la actividad comunista.

            Continuemos, los dos ejemplos que exponemos a continuación son especialmente paradigmáticos de estas contradicciones que señalamos, pues ambos se muestran incoherentes con tesis teóricas justas que el propio Lenin había explicitado y aplicado con éxito en Rusia.

            Por un lado, una tiene que ver con el análisis leniniano del imperialismo y sus consecuencias en el movimiento obrero, con la escisión de éste en dos alas. En estas tesis Lenin había sentado las bases analíticas para la correcta comprensión de este fenómeno cardinal, pero en las conclusiones políticas que van a servir de base a la táctica de la Komintern, fundamentalmente a partir de su III Congreso, la táctica del Frente Único, se dejan ver incoherencias con el materialismo, al enfrentar dentro de las viejas organizaciones obreras a una capa de “dirigentes corruptos” (“sobornados”) y a las masas de las mismas, ignorando la probada receptividad de estas masas –que dura ya un siglo­-­­­ a las “corrupciones” de los dirigentes (y eso era algo, a pesar de que no contar con nuestra perspectiva de un siglo es un atenuante, que ya podía intuirse entonces, ya que hechos como los de agosto de 1914, cuando los dirigentes socialdemócratas y la inmensa mayoría de sus masas firmaron la unión sagrada y partieron, alegres y entonando himnos patrióticos, a masacrarse en la guerra por el capital financiero, prueban que gran parte de estas masas preferían y estaban acomodadas a las cadenas del imperialismo, que la posición de su potencia en el concierto económico internacional les resultaba ventajosa, que formaban, en definitiva, la aristocracia obrera). Asimismo, se puede ver la contradicción entre la táctica que establece la IC de participar en las organismos de masas reaccionarios con la esperanza de “desenmascarar” a esa “camarilla corrupta” y expulsarlos de sus propias organizaciones o, como había sido la táctica bolchevique en Rusia (bolcheviques frente a mencheviques) y el espíritu que animaba a la propia IC (III Internacional frente a II Internacional), crear movimiento de masas revolucionario opuesto e irreconciliable al movimiento de masas reaccionario.

            Finalmente, para concluir este somero repaso, podemos señalar que la justa tesis del socialismo en un solo país, ya teorizada por Lenin allá por 1915 (por ejemplo en La consigna de los Estados Unidos de Europa), sobre la base del desarrollo desigual y a saltos del capitalismo, no casa, sin embargo, con las esperanzas de los bolcheviques y de la IC que, desde 1917 esperan una revolución generalizada en la Europa central y occidental como esperanza de la Revolución soviética. Parece claro que el ejemplo de 1848, marco en el que empiezan a formularse las tesis políticas del primer marxismo, pesan más que el cabal análisis de las nuevas condiciones que genera el imperialismo, análisis, repetimos, que Lenin ya había establecido correctamente.

            Estos ejemplos son la confirmación práctica de lo que señalábamos teóricamente más arriba. A pesar de ser el propio Lenin el que sienta las bases y realiza fundamentales desarrollos del marxismo, en las consecuencias políticas sigue pesando enormemente el subconsciente político de la II Internacional y su codificación del marxismo. Hemos ejemplificado este hecho, fundamental para entender el devenir de la Revolución Proletaria en el siglo XX, con Lenin, pues ahí las contradicciones están expresadas en su más elevado nivel, pero son comunes a toda la IC, a la cultura política y a la época social que flanquea a Octubre.

            A pesar de estas contradicciones, fruto de la inercia histórica de un contexto ya finiquitado, pero vigente hasta hace poco (hasta el fin del Ciclo de Octubre) –y que es imprescindible tener en cuenta en cualquier estudio ponderado que tenga como base el materialismo histórico-, o precisamente debido a esa inercia, la IC y sus concepciones son el organismo genuino y necesario de la RPM, y junto a estas viejas concepciones aparecen o se refuerzan otras que realmente marcan el camino de la nuevo y de la Revolución Proletaria. Con la actual perspectiva, imposible en aquel momento, podemos aplicarle a la IC lo que ella misma señalaba en el movimiento espontáneo de masas contemporáneo:

            “A menudo, entre las reclamaciones reformistas, se entremezclan las consignas de la revolución social.”[7] 

            Más que “reformismo”, nosotros diríamos que junto a ideas y visiones propias de un contexto histórico muy determinado, pero que en parte seguía vigente entonces, el de la revolución burguesa decimonónica, el que vio nacer el marxismo, se entremezclaban las nuevas concepciones políticas propias de la Revolución Proletaria en su plenitud, cuando la fase ascensional del capitalismo ya había dejado paso a su época de decadencia, el imperialismo.

 

Auge y decadencia de la IC

Un par de ejemplos para ilustrar lo nuevo que se va abriendo paso. En 1921, el III Congreso de la IC definía así lo que era la revolución: 

“La revolución siempre fue y sigue siendo, un enfrentamiento entre distintos modos de vivir en un determinado contexto histórico.”[8] 

Junto a esta definición, el II Congreso de la IC, en 1920, nos daba esta descripción de las masas a las que debían dirigirse los revolucionarios: 

“(…) entendiendo por masa todo el conjunto de trabajadores y de explotados por el capital, y sobre todo los sectores menos organizados y menos esclarecidos, los menos accesibles a la organización.”<[9] 

No obstante, el espontaneísmo va a ser la losa que impida el desarrollo consecuente de estas concepciones y su puesta en práctica en toda su amplitud. Ante el agotamiento del impulso revolucionario espontáneo, ya evidente para 1923, sobre el que la IC cifraba sus esperanzas y estrategia, irán ganando fueraza, hasta dominar, las viejas concepciones socialdemócratas.

Así, el III Congreso lanzará la consigna “ir a las masas”, pero “masas” en este caso significará ir al sindicato, es decir, a las masas ya organizadas y encuadradas, dentro del marco del capitalismo, las bases sociales de la II Internacional y del oportunismo, lo que quedará sancionado oficialmente cuando la táctica del Frente Único sea consagrada como la línea de masas de las secciones de la Komintern. Todo ello en flagrante contradicción con las definiciones que la propia IC había dado.

A partir de aquí, la decadencia de la IC comienza imparable.

De la consagración de la iniciativa consciente del proletariado a la vieja acumulación de fuerzas en el marco socioeconómico dado y previa a cualquier actividad mínimamente revolucionaria, propia de los viejos partidos obreros, reestableciendo así esa dualidad nefasta y tan cara a la II Internacional de que una parte del trabajo de los revolucionarios no es revolucionario.

De las “masas menos brillantes y esclarecidas” y “más inaccesibles a la organización”, a los estratos más elevados y ya organizados en el marco del capitalismo, esa aristocracia obrera, que lejos de ser una “minoría dirigente corrompida” tenía un carácter de masas y, en los hechos (por citar algunos momentos fundamentales, agosto de 1914 y revolución espartaquista de 1918-19), ya había demostrado su posicionamiento al lado del Estado imperialista.

Finalmente, de la guerra civil revolucionaria y la Dictadura del Proletariado a toda suerte de programas intermedios de transición, como la consigna del gobierno obrero, es decir la colaboración o el apoyo a los socialdemócratas en el gobierno, ya sea nacional o regional, y que ya intuye la transición pacífica al socialismo, tempranamente sugerida por Radek: 

“El gobierno de los consejos puede obtenerse por la fuerza tanto en la revolución contra el gobierno burgués como en la lucha de los obreros que se desarrolla en defensa del gobierno socialista creado por la vía democrática, si lo hace defendiendo con honor los intereses de la clase obrera contra el capital.”[10]

Y aunque Radek se cuida mucho de decir que el poder se obtendrá por la fuerza, sugiere la posibilidad de gobiernos socialistas creados por la vía “democrática”, lo que, vista la tendencia histórica de la mayoría de los partidos comunistas y el poder del revisionismo, proyección en las filas del proletariado de la inmensa fuerza material (y subsecuentemente ideológica) del capitalismo, era abrir la puerta muy tempranamente a todas las desviaciones y degeneraciones que efectivamente acabaron teniendo lugar.

De todos modos, la táctica del Frente Único rindió escasos frutos en su aplicación histórica en su objetivo de atraer a sectores significativos de las masas que se cobijaban bajo el ala del oportunismo, y en las pocas ocasiones en que puede considerarse que tuvo cierto éxito, siempre fue a costa de elementos fundamentales del programa revolucionario. El apoyo a los socialdemócratas en el poder en Alemania (campo de batalla central de la lucha de clases en Europa en los años siguientes a 1917), especialmente aplicada en los gobiernos regionales, para evitar su “giro hacia la derecha”, siguiendo la consigna de gobierno obrero, no tuvo contrapartidas y, significativamente, durante la insurrección de octubre de 1923 en Hamburgo, junto al ejército y la policía hubo auxiliares del Partido Socialdemócrata combatiendo contra los comunistas.

Pero concluyamos, someramente, la descripción del camino de decadencia de la IC. El último paso, ya dejado el peso principal en el movimiento espontáneo en el marco dado y en una aristocracia obrera a la que no se le supo desentrañar su verdadero carácter, será ceder la iniciativa a tal o cual fracción de la burguesía, a la que se juzga como “progresista”. Será ésta la política de Frente Popular, cuya inevitable tendencia irá en la dirección de hacer superfluo cualquier organización revolucionaria independiente; tanto nacional, como se pudo ver en el Estado español durante la república y la guerra civil con la tendencia a la fusión del PCE con el PSOE (algo que se consumaría con las organizaciones juveniles –JSU- y en Catalunya –PSUC) o en la Europa oriental tras la Segunda Guerra Mundial; como internacional, con la disolución de la propia IC en 1943 como ofrenda a la alianza de la URSS con el imperialismo anglosajón para la derrota del imperialismo fascista.

 

El sendero de lo nuevo

Cortado el desarrollo revolucionario en Europa, lugar donde la IC tenía depositadas sus mayores esperanzas, e iniciada la convergencia teórica y política con la vieja socialdemocracia de las secciones europeas, las nuevas aportaciones universales al marxismo y a la Revolución Proletaria tendrán que venir de fuera del viejo continente. Será la Revolución china y el maoísmo los que, en su desarrollo, consagrarán de nuevo la revolución, a través de la Guerra Popular, como ese “enfrentamiento entre distintos modos de vivir” a través de la guerra civil revolucionaria y el Nuevo Poder, como método universal de encuadramiento revolucionario de las masas y de acumulación de fuerzas de éstas mediante su organización a través de mecanismos políticos independientes del capital, concentrando las energías y las contradicciones sociales en la guerra contra éste, escapando de cualquier veleidad espontaneísta de pretender tal acumulación a través de lo que, al fin y al cabo, son medios mercantiles (lucha por un mejor precio de la fuerza de trabajo) y de la resistencia espontánea a algunas de las consecuencias del dominio capitalista (lo que, como muchas veces hemos señalado, no hace sino apuntalar su causa última), al modo de la vieja socialdemocracia. Asimismo, alejará el centro de gravedad social de actividad de la aristocracia obrera y de esas masas encuadradas y organizadas bajo el capitalismo, dirigiéndose preferentemente a esas masas “menos esclarecidas y más inaccesibles a la organización”, a ese “hondo y profundo de las masas”, en expresión del Partido Comunista del Perú, todo ello a través de la mediación consciente del socialismo científico y del Partido Comunista.

Por supuesto, este esbozo de balance crítico, muy concentrado y resumido, de una de las principales experiencias del proletariado revolucionario no nos impide, todo lo contrario, reclamarnos herederos de la III Internacional y del camino que señaló. Todo lo contrario, pues sabemos que muchas de las limitaciones que hemos señalado son el producto necesario e inevitable de determinado contexto histórico, y que sólo ahora, con la perspectiva que nos da la finalización del Ciclo de Octubre estamos en condiciones de desentrañar, contribuyendo a colocar la teoría revolucionaria en un nuevo estadio, cualitativamente superior, y que permitirá al proletariado revolucionario reiniciar su magna obra emancipadora. Como muestra de ello, y de que el desarrollo del comunismo necesita de la ruptura radical, sobre la base del balance de su experiencia, con los modelos y tradiciones que inevitablemente caducan con el desarrollo de la lucha revolucionaria, algo que los comunistas en sus momentos de mayor potencialidad siempre han sabido, nos gustaría, a modo de conclusión, retomar la mejor tradición de la Komintern. Así, su II Congreso, en 1920, recapitulaba sobre la experiencia del proletariado hasta el momento y los cambios en sus concepciones y formas de organización que imponían las nuevas condiciones: 

“La vieja subdivisión clásica del movimiento obrero en tres formas (Partido, Sindicatos y cooperativas) pertenece ya al pasado. La revolución proletaria en Rusia ha creado la forma esencial de la dictadura del proletariado, los Soviets. En todas partes, la nueva división que debemos sostener es: 1º el Partido; 2º el Soviet y 3º el Sindicato.”[11] 

Es de resaltar esa organización universal triádica, nucleada siempre en torno a tres ejes, que es propia del proletariado independiente. Por nuestra parte, la experiencia del Ciclo revolucionario de Octubre concluido nos lleva a reivindicar una nueva subdivisión del movimiento obrero que resultaría así: 1º el Partido, 2º Ejército Popular o Rojo, 3º Organismos de Nuevo Poder (lo que en la tradición de Octubre podría ser denominado Soviet). 

Como hemos señalado, este somero repaso, hecho desde un prisma particular, privilegiando su devenir ideológico, está muy lejos de ser el balance completo que esta gran experiencia revolucionaria exige. A modo de planteamiento de problemáticas para su futuro estudio y desarrollo nos gustaría señalar algunos puntos más que, entre otros, debería incluir este balance. Por un lado, la relación y la contradicción entre el Estado socialista como base de apoyo de la RPM y el desarrollo de ésta, contradicción, a nuestro entender, tradicionalmente manejada de forma defectuosa, y cuyo balance nos permitirá su correcto tratamiento en el próximo ciclo revolucionario. En segundo lugar, un estudio más completo de la lucha de clases en Alemania entre 1918 y 1933, epicentro, como hemos dicho, de la lucha de clases en Europa y foco de atención de la IC, y la posición de ésta al respecto, así como la relación entre esta lucha y las tradiciones, no siempre positivas, que arrastraba el proletariado alemán que, no lo olvidemos, había sido la base fundamental de la II Internacional. Finalmente, nos gustaría plantear la posible conexión entre la forma de la constitución de las secciones europeas de la IC, dando por supuesta la ideología proletaria y a través generalmente de un acto constituyente único, atajando el largo camino de lucha teórica que forjó al bolchevismo, y el imaginario formado entre los autoproclamados comunistas de Occidente plasmado en concepciones como la táctica denominada de unidad de los comunistas. Aunque, el contexto de los años inmediatamente posteriores a Octubre, con una IC en su esplendor, la guía que suponía el Partido Bolchevique, cabeza de la Internacional y genuino partido de nuevo tipo, como depositario de la teoría y programa revolucionarios, así como el auge de un movimiento espontáneo de masas desatado por los horrores de la carnicería imperialista y el ejemplo de Octubre, justificaba y daba sentido a esa forma de constitución. Sin embargo, el contexto actual es radicalmente diferente, huérfano del principal de esos factores, algo similar al bolchevismo y al establecimiento de la dictadura del proletariado en un país, lo que no hace sino reafirmarnos en la vital necesidad de ese Balance que propugnamos para esclarecer la naturaleza de los instrumentos de los que debe dotarse el proletariado si quiere reemprender su camino revolucionario.

 

Movimiento Anti-Imperialista
Noviembre de 2009

Notas

[1] Este texto está elaborado sobre la base del guión que orientó la exposición del MAI en la charla-debate celebrada en Zamora alrededor de la problemática y experiencia histórica de la Internacional Comunista.

[2] Breve comentario, para ilustrar la justeza universal de esta lección, merece la experiencia de las anteriores internacionales obreras. Así, la AIT se forma sobre la experiencia revolucionaria de la clase obrera francesa, que con su práctica demuestra que el proletariado tiene una vocación revolucionaria propia que va mucho más allá de ser el mero apéndice de la burguesía democrática, como demuestra en 1848 y 1871. Significativamente, la gesta de la Comuna permitirá a Marx dar por concluida la experiencia de la Primera Internacional. Asimismo, la II Internacional, una vez que el testigo de la vanguardia mundial pase del proletariado francés al alemán, se funda sobre la experiencia de éste, sobre la base de la acumulación histórica de fuerzas del proletariado, que exigía, no ya el ardoroso pero fugaz revolucionarismo de corte blanquista, sino la movilización, organización y maniobra de ingentes masas, la experiencia de éstas en las condiciones legales e ilegales de lucha de masas. Así, la historia de la II Internacional es la historia del proletariado alemán y de su partido, el SPD, y la bancarrota de éste (agosto de 1914), marcará la de aquélla.

[3] LENIN, V.I.: Obras Completas. Progreso. Moscú, 1988. Tomo 49, pág. 509.

[4] LENIN, V.I.: Las tesis de abril. Anteo. Buenos Aires, 1975. pág. 79.  

[5] Para una mayor aproximación a este contexto histórico, imprescindible para entender desde el materialismo histórico la formación del primer marxismo y lo que nosotros denominamos paradigma de Octubre, recomendamos la lectura del artículo Alrededor de la Liga de los Comunistas, publicado en EL MARTINETE, nº 22, mayo de 2009, especialmente el apartado Una era de la revolución: 1789-1989.

[6] LENIN, V.I.: Discursos pronunciados en los congresos de la Internacional Comunista. Progreso. Moscú, pág. 20.

[7] Los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista (1919-1923). Pluma. Buenos Aires, 1973. Tomo I, pág. 244.

[8] Cf. CARR, E.H.: Historia de la Rusia Soviética. La Revolución Bolchevique (1917-1923). Alianza. Madrid, 1974. Tomo 3, pág. 398. Hemos decidido utilizar la traducción de Carr, que aunque no marxista, es un autor de reconocido prestigio y objetividad. De todos modos, las cuestiones filológicas siempre dejan un amplio margen a la interpretación subjetiva que el traductor decida darle a los términos, que en muchas ocasiones son polisémicos, pero creemos que la traducción que usa Carr se ajusta más a lo que posteriormente ha demostrado la historia de la RPM. Transcribimos a continuación el mismo pasaje de otra traducción castellana para que el lector compare: “La revolución era y sigue siendo una lucha de fuerzas de fuerzas vivas sobre bases históricas dadas.” Los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista. Pasado y Presente. Buenos Aires, 1973. Segunda parte, pág. 27.

[9] Los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista (1919-1923). Pluma. Buenos Aires, 1973. Tomo I, págs. 157 y 158. Del mismo modo que en la anterior cita, damos a continuación otra traducción  para que el buen juicio del lector compare. En este caso, de nuevo, Carr: “(…) [masa es] la totalidad de los trabajadores y víctimas de la explotación capitalista, especialmente los menos organizados y menos brillantes, los más oprimidos y los más inaccesibles a la organización.” Cf. CARR: Op. cit., pág. 195.

[10] Cf. HÁJEK, M.: Historia de la Tercera Internacional. Crítica. Barcelona, 1984. pág. 61.

[11] Los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista (1919-1923). Pluma. Buenos Aires, 1973. Tomo I, pág. 171.