CUARTA CUESTIÓN PLANTEADA

Si la respuesta a la anterior pregunta es no: ¿adónde pensáis que el capitalismo conduce si se abandona a sí mismo? ¿a una nueva guerra mundial,  como he deducido de alguno de vuestros trabajos? ¿no es posible que las potencias imperialistas puedan llegar a acuerdos que eviten la guerra?

Voluntad burguesa y determinación objetiva de la lucha de clases

Como se infiere de lo dicho hasta este punto, el capitalismo jamás ha dejado de estar ”abandonado a sí mismo”. Cuando fue posible “dirigirlo”, esa posibilidad estuvo determinada por condiciones históricas comprendidas en la Ley general de la acumulación, esto es, en la necesidad histórica objetiva de la acumulación y de la tendencia al derrumbe capitalista. Y siendo una “criatura” del capitalismo en tanto organismo vivo histórico-natural, la burguesía en su conjunto no puede dejar de cumplir la Ley que preside su vida, de actuar históricamente en la dirección y el sentido que marca su principio activo fundamental descubierto por la moderna ciencia económica: el Materialismo Histórico, concepción del mundo y arma ideológica revolucionaria del proletariado.

Ahora bien, así como la competencia es un fenómeno derivado de la propiedad privada sobre las condiciones objetivas del trabajo social, las guerras interburguesas, en determinadas condiciones, son una necesaria continuación de la competencia por medios bélicos. Esto quiere decir que la burguesía no sólo puede evitar guerras sino que, a veces, se ve impelida a ello. Puede cuando, ante eventuales conflictos de intereses particulares, convenga a las partes enfrentadas o a una de ellas, que esos conflictos se resuelvan por vía diplomática; se ve obligada, cuando la correlación de fuerzas desfavorable respecto del proletariado en uno o varios bandos, así lo aconseje, como ocurrió a principios de 1905, cuando, tras el “Domingo Sangriento” de enero en San Petersburgo y Moscú, Rusia se vio forzada a capitular firmando la paz con Japón en Port Arthur, por mediación de las potencias prestamistas de Francia y Gran Bretaña, temerosas de que la continuación de esa guerra llevara –por mediación de la bancarrota de Rusia-  a la revolución social en ese país.

No obstante, las guerras son tanto más inevitables y frecuentes cuanto mayor sea la masa de plusvalor contenida en la jornada de labor ya convertida en capital, una vez agotadas fuentes disponibles en el mundo bajo formaciones sociales precapitalistas convertidas al capitalismo, cuando la burguesía y el proletariado pasan a ser las dos únicas clases universales antagónicas a escala planetaria, y las guerras interburguesas dejan de ser ya de liberación nacional de la burguesía contra regímenes feudales o semifeudales en distintas partes del mundo –dando lugar a la creación de países de desarrollo capitalista- deviniendo así en guerras de redistribución del plusvalor disponible, de nuevos repartos burgueses y reestructuración geopolítica del mundo entre la propia burguesía internacional. En esta tendencia se inscriben las dos grandes guerras mundiales la primera guerra mundial en 1914 hasta hoy. , Incluida la reciente intervención británico-norteamericana en Irak. Cfr: http://www.nodo50.org/gpm/guerra2003/00

<<La lucha por las colonias (por “nuevos países”) y “la lucha por la posesión de territorios de países más débiles” han existido antes de la etapa imperialista del capitalismo. El imperialismo moderno se caracteriza por otra cosa, a saber: por el hecho de que, a comienzos del siglo XX el mundo entero estaba ya ocupado, repartido entre diferentes países (de estructura económica capitalista dominante). Es por ello que el nuevo reparto de la “dominación del mundo” sobre la base del capitalismo, sólo podía realizarse al precio de una guerra mundial.>> (V.I. Lenin: “Revisión del programa del partido” 06-08 de octubre de 1917)

Lenin anunció esta etapa tardía del capitalismo diciendo

“...Ha comenzado el reparto económico del mundo entre los truts internacionales” (Op.cit).

Y nosotros subrayamos la expresión “reparto económico”, porque no se trata primordialmente ya de repartos territoriales entre Estados o países poderosos para la provisión de materias primas baratas producidas en ultramar bajo modos de producción feudales o semifeudales, de volver al colonialismo preimperialista del capitalismo, sino que se trata, ahora, del reparto de fuentes de plusvalor, de trabajo vivo explotable que se disputan los grandes conglomerados económicos, las distintas fracciones de la burguesía imperialista. Y la característica de la etapa tardía del capitalismo, del capitalismo monopólico respecto del capitalismo de libre competencia, es que la centralización del poder económico convierte a los truts, al “capital combinado” en manos de una minoría social, en fuerza con capacidad de decisión política a nivel de Estado, en verdaderos poderes fácticos de proyección internacional, de modo que, cuanto mayor es la magnitud del capital centralizado y la proporción de los intereses en juego, más irresistible es la fuerza que gravita sobre las fracciones gran burguesas comprometidas en esa dialéctica, que así se ven arrastradas y pugnan por arrastrar a la sociedad entera a confrontaciones donde las formas de lucha económica se mezclan cada vez más con formas de poder directamente políticas y hasta bélicas, prevaleciendo alternativamente unas u otras según las condiciones generales de la sociedad (correlación de fuerzas entre el proletariado y el conjunto de la burguesía), y el grado de conflictividad entre las partes:

<<Los capitalistas no se reparten el mundo llevados de una particular perversidad, sino porque el grado de concentración a que se ha llegado les obliga seguir este camino para obtener beneficios; y se lo reparten según el capital", "según la fuerza"[29]; otro procedimiento de reparto es imposible en el sistema de la producción mercantil y del capitalismo. La fuerza varía a su vez en consonancia con el desarrollo económico y político; para comprender lo que está aconteciendo hay que saber cuáles son los problemas que se solucionan con los cambios de la fuerza, pero saber si dichos cambios son "puramente" económicos o extraeconómicos (por ejemplo, militares), es un asunto secundario que no puede hacer variar en nada la concepción fundamental sobre la época actual del capitalismo. Suplantar el contenido de la lucha y de las transacciones entre los grupos capitalistas por la forma de esta lucha y de estas transacciones (hoy pacífica, mañana no pacífica, pasado mañana otra vez no pacífica) significa descender hasta el papel de sofista.>> (V.I. Lenin: “El imperialismo, fase superior del capitalismo” Cap.V)

Esta Ley del reparto interburgués en la etapa imperialista del capitalismo, inscripta lógicamente en la Ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia y su corolario: la “sobresaturación de capital”[30], ha sido la guía fundamental de nuestro análisis político sobre los tres últimos conflictos bélicos: en Yugoslavia, Afganistán e Irak. Por otra parte, la consustancialidad de las guerras al capitalismo se explica no sólo porque son una forma alternativa complementaria de la competencia puramente económica, para la redistribución de los capitales entre las distintas fracciones de la burguesía internacional –y la reciente “guerra” de Irak es elocuente al respecto- sino también, como es lógico, por el lado de la oferta, por la tendencia verificada empíricamente a que la producción armamentista emplee una parte ininterrumpidamente creciente de los recursos productivos del planeta, y constituya una fracción también progresivamente mayor del valor creado anualmente. Todos los especialistas burgueses sobre el tema coinciden en esta observación, avalado por abundante material estadístico.

Pero es que, bajo el capitalismo, la economía de armamentos constituye una fuente alternativa de producción y acumulación de plusvalor, un verdadero mercado de sustitución en tiempos de crisis[31], así como una poderosa palanca para la centralización de los capitales y la fusión entre éstos y los Estados burgueses. Dado que en los armamentos se incorpora la tecnología punta -sólo disponible por los más grandes consorcios internacionales del capital financiero (fusión del capital industrial con el capital bancario)- y que los principales demandantes de armamento de guerra son los distintos Estados nacionales, el hecho de que estas compras se realicen con cargo a los presupuestos estatales y que la fuente de ingreso estatal sean los impuestos al capital y al consumo de los trabajadores, ergo, con la fabricación y venta de armamentos el gran capital financiero –a instancias del Estado- se apodera de una masa de plusvalor equivalente que paga la “burguesía civil” en concepto de “impuesto de sociedades” y el conjunto del proletariado en concepto de “impuestos indirectos o internos”.  el punto de convertirse Pero, es que, además, la producción de armamentos es un verdadero sector diferenciado, tanto respecto del sector (I) productor de medios de producción (Cc), como del sector (II) productor de medios de consumo o medios de vida, ya que los armamentos son medios de producción, como las máquinas y las materias primas, sólo que en vez de producir medios de vida, producen medios de destrucción masiva, de riqueza y de vidas humanas. Esta es la manifestación más terrible, odiosa y por completo decadente del capitalismo como sistema de convivencia. Las guerras modernas demuestran que el capitalismo no sólo hace imposible la convivencia en paz entre burgueses y proletarios, sino entre los burgueses mismos.

 Esto quiere decir que el fundamento absoluto de las guerras en la etapa del capitalismo tardío, está en la sobresaturación permanente de capital -propiedad de las distintas fracciones de la burguesía internacional- en disputa por las cada vez más limitadas fuentes de plusvalor disponible. Buena parte de ese capital sobrante ha encontrado justificación y empleo en la industria del armamentismo permanente, ante el agravamiento de la conflictividad internacional que –como las internas o nacionales- tienen su causa en la propiedad privada capitalista.[32] Es ahí donde, desde fines de la década de los treinta del siglo pasado, adquirió sentido la consigna “si vis pacem parabellum”. Baste recordar que el relanzamiento de la economía norteamericana en el contexto del famoso “New deal” de Roosevelt, se basó en la formidable expansión de la industria armamentista que precedió a la Segunda Guerra Mundial[33].

Desde entonces, si como es cierto que la economía norteamericana ha sido la locomotora de la economía capitalista mundial, ello ha sido posible, en gran parte, por la expansión de su sector armamentista. La creciente importancia de la producción de armamentos es el correlato del desarrollo de las fuerzas productivas, de la masa de capital global comprometido en cada crisis, y del aumento en la magnitud de valor relativa que se negocia en el mercado de la muerte. Durante toda la Primera Guerra mundial la General Motors no dejó de producir automóviles, aunque dedicó parte de su capacidad instalada a producir armas, que vendió al Estado por un valor total de 35 millones de U$S sin agrandar su planta en absoluto. Durante la Segunda Guerra mundial, en cambio, esa misma empresa produjo y vendió armas al Estado por 12.000 millones de U$U, y desde febrero de 1942 hasta setiembre de 1945, no produjo un solo automóvil. De no ser por la ideología dominante que justifica la industria de guerra, EE.UU. ni siquiera podría mantener sus bajos niveles actuales de rentabilidad y empleo, con salarios a la baja y casi nula desprotección estatal de las mayorías sociales. Aunque en menor proporción, lo mismo cabe decir del resto de países de la cadena imperialista. Estas razones económicas —y no militares— son las que explican la rigidez a la baja del presupuesto militar, incluso en países de desarrollo medio, como Brasil, Argentina o Israel.

Es que, el secreto de este trapicheo entre la oferta de armamentos por parte de los capitalistas privados, y la demanda cuasimonopólica de los Estados burgueses, radica en que la acumulación de capital en la industria de armamentos opera, en parte, a expensas del plusvalor producido en los sectores I y II a instancias del impuesto de sociedades, pero en gran parte a expensas del nivel de vida de todos los asalariados, a través de los impuestos al consumo, la mayor fuente de recaudación impositiva. Así, la disminución del poder de compra de los asalariados equivalente a los impuestos indirectos, se convierte en poder de compra del Estado que gasta en comprar unos productos que no sirven para el consumo personal de asalariados ni burgueses, pero garantizan el empleo y la acumulación de parte del capital sobrante en la nueva industria del armamentismo permanente:

<<Prácticamente, sobre la base de los impuestos indirectos, el militarismo actúa en ambos sentidos: a costa de las condiciones de vida de la clase trabajadora, asegura tanto el sostenimiento del órgano de dominación capitalista –el ejército permanente- como la creación de un magnífico campo de acumulación para el capital.>> (Rosa Luxemburgo: “La acumulación del capital” Cap. XXXII)

Pero el caso es que, la disminución del poder de compra de los obreros, a través del descenso en la demanda de productos del sector II revierte en un decremento del valor de la producción y oferta en este mercado, por falta de demanda solvente, así como de la masa proporcionalmente decreciente de la ganancia en ese sector. Por otro lado, el menor consumo de medios de vida por parte de los asalariados, supone un aumento de la tasa de explotación y de la plusvalía en todos los sectores. El aumento de los impuestos para financiar la compra de armamentos, hace descender los salarios históricos reales por debajo de su valor en todos los sectores de la economía, provocando un aumento de la plusvalía general. De ahí que los capitalistas del sector III obtengan una doble ganancia derivada de la producción armamentista: en gran parte a expensas de todos los asalariados y en menor medida a expensas de los capitalistas del sector II.

Desde el punto de vista de las perspectivas del sistema en su conjunto, dado que la economía de armamentos se basa en una composición orgánica del capital más alta, acentúa la tendencia a la baja de la tasa general de ganancia. Pero en la medida en que aumenta la tasa de explotación, y su avanzada tecnología desvaloriza los medios de producción ya existentes, contrarresta esa tendencia. Sin embargo, la economía de armamentos no puede expandirse sin límites, del mismo modo que la tasa de explotación por vía de impuestos al consumo, no puede aumentar hasta el punto de impedir la reproducción de la fuerza de trabajo en condiciones de intensidad y productividad de su consumo productivo para la obtención y acumulación de una masa de plusvalor, que suponga un desperdicio o empleo improductivo del capital constante por unidad de tiempo en trabajo vivo explotado. Por lo tanto, la economía de armamentos en momentos de paz no contribuye a resolver ninguna de las contradicciones del capitalismo, sino que las agudiza. Agudiza las contradicciones entre el conjunto de la burguesía y el proletariado, así como entre las burguesías de los sectores II y III. Se sabe que mientras se desempeñó como comandante en Jefe de las tropas norteamericanas en el pacífico, el general Douglas Mc. Arthur aconsejó arrojar la bomba atómica sobre Corea del Norte. Pero, una vez retirado, cuando pasó a desempeñarse como director de la compañía “Remington Rand”, durante un discurso pronunciado en 1957 ante los accionistas de la “Sperry Rand Corporation”, denunció la “permanente psicosis de ansiedad” que el gobierno de USA había creado en el pueblo norteamericano, a fin de exigir “gastos excesivos para la defensa” que imponían a las corporaciones unas cargas fiscales intolerables. (Cfr.: E. Mandel Op. Cit.)        

 En cambio, la consecuencia lógica de la economía de armamentos: la guerra, constituye un desahogo de capital y un consecuente incentivo absoluto para el relanzamiento de la reproducción ampliada del capital global. La desvalorización de la masa de capital en funciones provocada por las crisis periódicas, retrotrae el proceso de acumulación a etapas pretéritas de su desarrollo. El mismo efecto producen las guerras, sólo que el valor de capital materializado en armas, no sólo se desvaloriza sino que se destruye físicamente, como valor de uso. Por tanto, lejos de ser un impedimento para el desarrollo del capitalismo o una circunstancia que acelere su derrumbe, las guerras lo prolongan acelerando su metabolismo en la post guerra por la inevitable incorporación a la vida civil de las nuevas tecnologías experimentadas en el armamento. Así, cuanto más avanzado se encuentre el proceso de acumulación, más desarrolladas las fuerzas productivas y mayor sea la masa de capital social comprometido en las guerras, mayor es el costo en vidas humanas y en destrucción de riqueza que la burguesía “necesita” para crear las condiciones de un nuevo relanzamiento económico de su sistema de vida, sobre la base de un capital –fijo y variable- desinflados. En suma, que después de cada gran guerra, se trata de volver a engordar el capital y reconstruir el ejército industrial de reserva, riqueza y carne de cañón en crisis y/o guerras futuras. Tal es la lógica objetiva del genocidio y la destrucción recurrentes sobre la que descansa el modo de vida burgués, con su la filosofía de los DD.HH. y sus conceptos de  paz, y tolerancia entre las clases, los pueblos y los países. Cfr.: http://www.nodo50.org\gpm/1guerra2001_91.htm

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[29] ...de su masa, de la magnitud del capital que la ejercita. Engels dejó dicho, con toda razón, que “el poder político es el poder económico concentrado” (GPM )

[30] Expuesta por Henryk Grossmann en “La ley de la acumulación y del derrumbe del sistema capitalista”. Ed. Siglo XXI

[31] Un verdadero sector diferenciado respecto del sector (I)  productor de medios de producción (Cc) y del sector (II) productor de medios de consumo tradicional,  ya que los armamentos son unas mercancías especiales,  medios de consumo productivo, como las máquinas, sólo que, en vez de producir medios de vida producen medios de de destrucción masiva: de riqueza y vidas humanas. Esta es la manifestación más terrible, odiosa y por completo decadente del capitalismo.

[32] El principio activo de la burguesía internacional durante toda  la Guerra Fría, ha consistido en la llamada “estrategia de la tensión”  tendente a desbaratar sistemáticamente la política exterior stalinista de “coexistencia pacífica” con el imperialismo. De hecho, desde la creación de la OTAN que dio pábulo al “Pacto de Varsovia”, todas las iniciativas de ruptura del “statu quo” entre los dos bloques,  han sido protagonizadas por el bando de la burguesía internacional.     

[33] Entre 1937 y 1941, el Producto nacional bruto norteamericano creció el 29,42%, mientras la producción de armamentos aumentó en más de 10 veces, pasando del ± 1,0% de incremento anual al 11,1%. Cfr. E. Mandel: “El Capitalismo Tardío” Cap. IX  y M.A. Cabrera, P.Calderón y M.P. Colchero: “EE.UU. 1945-1985: Economía política y militarización” Pp.19 Ed. IEPALA/85