b)Del mito kantiano de “la paz perpetua”
a la realidad del “complejo militar industrial” y la guerra permanente

Sin ánimo de ofender, debemos ser sinceros con usted en decirle que su opinión acerca de que las guerras pueden evitarse “por acuerdo” entre las partes en conflicto, es aún más ingenuo, idealista y utópico, que lo “abstracto pensado” por Kant en “La Paz Perpetua” y las predicciones de Adam Smith respecto de que el egoísmo individual conduce al bien común.

La vía hacia el bien político supremo, la paz perpetua, es, según Kant, el ejercicio de la “libertad” en el estado de Naturaleza, determinado por el azar o por la providencia divina:

<<La garantía de paz perpetua la hallamos nada menos que en ese gran artista llamado Naturaleza -natura dædala rerum-. En su curso mecánico se advierte visiblemente un finalismo que introduce en las disensiones humanas, aun contra la voluntad del hombre, armonías y concordia. A esa fuerza componedora la llamamos unas veces “azar”, si la consideramos como el resultado de causas cuyas leyes de acción desconocemos; otras la Naturaleza, otras veces “providencia”[34], si nos fijamos en la finalidad que ostenta en el curso del mundo, como profunda sabiduría de una causa suprema dirigida a realizar el fin último objetivo de la Humanidad, predeterminando la marcha del universo>>. I. Kant: “La paz perpetua” Suplemento primero. De la garantía de la paz perpetua.)

Según Kant, el comportamiento espontáneo de los seres humanos en pos de sus intereses inmediatos, lleva en sí; el “finalismo” predeterminado por la providencia divina, hacia la moralidad universal y la paz entre los seres humanos. La idea de Kant es que, a través del antagonismo entre los individuos en la sociedad civil nacional y, posteriormente, entre Estados a escala internacional, los seres humanos alumbraran el concepto general de moralidad-política como una acuerdo o un “contrato social”. Pero en tanto esta moralidad se convierte en derecho positivo, también –y sobre todo- es una imposición que supone el recurso a la violencia colectiva como condición de última instancia para garantizar la “paz perpetua” entre los individuos y los Estados. Porque siempre persiste la propensión natural a la amoralidad de hacer prevalecer los intereses propios a toda costa. Por eso decimos nosotros que, bajo el capitalismo, confiar en una paz por acuerdo de las partes en conflicto, y no por imposición del conjunto, es más ingenuo y utópico que la proposición kantiana, aunque la suponga como producto de la mano de Dios.

Esta propensión a la “libertad” amoral de la Naturaleza, en oposición a la “voluntad libre” de los Estados y Federaciones de Estados, llevó a Kant a distinguir entre el “político moral” y el “moralista político”. El primero se define porque ajusta su práctica política a los principios de la moralidad universal vigente según el imperativo: "Procede de manera que puedas desear que tu máxima se deba transformar en ley universal, sea cualquiera el fin que te propongas"; el segundo, porque, en  función de gobernante, se forja una moral adecuada a su fin particular, el típico burócrata que hace de la función pública cosa privada:

<<Ahora bien, yo concibo un político moral, es decir, uno que considere los principios de la prudencia política como compatibles con la moral; pero no concibo un moralista político, es decir, uno que se forje una moral ad hoc, una moral favorable a las conveniencias del hombre de Estado. >> (I. Kant: “La paz perpetua” Apéndice I)

En el moralista político la moral universal se desvincula de la práctica política; se convierte o diluye en la política como arte de ejercer el poder con fines particulares a lo Maquiavelo; en el político moral, la política se integra y comprehende en la moralidad universal como fundamento general del derecho cuyo depositario es el Estado, como supuesto representante de los intereses generales.

Ahora bien, dado que Kant entiende el concepto de moralidad universal como el resultado de un proceso evolutivo histórico-natural predeterminado, para él, un régimen legal, aunque no sea conforme a la moralidad, vale más que ningún régimen. Lo contrario sería anárquico y, por tanto, amoral:

<<Cortar los vínculos políticos que consagran la unión de un Estado o de la Humanidad antes de tener lista una constitución mejor que reemplace a la anterior, equivaldría a ir contra la prudencia política, que en este caso está de acuerdo con la moral

Es preciso, por lo menos, que los dirigentes tengan siempre presente la máxima que justifica y hace necesaria la alteración referida; el Gobierno debe aproximarse, en la medida de lo posible, a su fin último, o sea, la mejor constitución de acuerdo con las leyes jurídicas. Esto debe y puede exigirse a la política.>> (Op.cit.)

El pensamiento de Kant, como el de Hegel, fue el reflejo, en Alemania, de las ideas que desencadenaron la revolución política burguesa en Francia. Ambos reflexionaron sobre esas ideas de la burguesía en ascenso político, inmersos en una realidad –la alemana- todavía anclada en el pasado feudal. Así, se limitaron a pensar lo que otros estaban haciendo, sin experimentar las condiciones en que se habían producido aquellas ideas fuerza y sin poder, por tanto, meditar sobre esas condiciones. No pensaron una realidad, sino el pensamiento surgido de esa realidad, de condiciones históricas (económicas, sociales y políticas) que dieron pábulo a esas ideas. Por tanto, sustantivaron aquéllas ideas, le confirieron un carácter universal. Fueron devorados por el espíritu objetivo embellecedor de una revolución triunfante, donde las viejas ideas de honor y lealtad fueron sustituidas por las de libertad e igualdad.

En efecto, cada nueva clase que reemplaza a la que antes ejerció su dominio sobre la sociedad, se ve irresistiblemente impulsada a dar a sus ideas la forma determinante de lo general, haciéndolas aparecer como las únicas racionales y vigentes para todos. De ahí que, para la burguesía, su Estado sea el representante de los intereses generales de la sociedad. Cuando la rebelión de una nueva clase ha triunfado, la que habla es una nueva ley y una nueva concepción del mundo como el “non plus ultra” de la vida social, expresión de la racionalidad suprema y eterna, de modo que si antes hubo historia, ahora ya no la hay. Kant fue uno de los tantos sujetos pasivos de aquél espíritu objetivo de la Revolución Francesa, que se montó sobre él para llevarlo a las cumbres más altas de su consagración, olvidando que ese corcel cabalgaba sobre iniquidad y la sangre de la acumulación primitiva de capital y sobre la explotación que, desde entonces, unos seres humanos han venido ejerciendo sobre otros, condición que impide toda voluntad libre (de tales condicionamientos), y, por tanto la realización de ninguna moralidad universal, pero que sí permite una moralidad de clase, de la clase dominante:

La forma característica que en Alemania adoptó el liberalismo francés, basado en intereses de clase reales, la encontramos de nuevo en Kant. Ni él ni los burgueses alemanes de los que era portavoz embelleciendo sus intereses, comprendieron que este pensamiento teórico de los burgueses descansaba sobre una voluntad condicionada y determinada por intereses materiales y por relaciones materiales de producción (imperantes); de ahí que Kant desligara esta expresión teórica, de los intereses expresados por ella (de las condiciones materiales de producción de esos intereses, de la compra-venta de la fuerza de trabajo y de la ganancia capitalista)[35], que convirtiera las determinaciones de la voluntad de los burgueses franceses, materialmente motivadas, en autodeterminaciones puras de la “libre voluntad”, de la voluntad en y para sí, de la voluntad de los seres humanos, convirtiéndola en una serie de determinaciones conceptuales y de postulados morales (vacíos de contenido, eternos y de alcance universal: toda una mitología)>> (K. Marx-F.Engels: “La ideología alemana” Primera parte. Lo entre paréntesis y el subrayado es nuestro)

Immanuel Kant y Adam Smith fueron coetáneos. Y no sólo coincidieron en el tiempo, también en esa especie de astucia divina o “mano invisible” que, a instancias del egoísmo o interés particular, conduce naturalmente al “bien común” (Adam Smith) y a la “paz perpetua” entre los seres humanos (Kant)

 Consumado el genocidio de la primera guerra mundial, pareció que las previsiones de Kant se habían sustantivado en la “federación de Estados”, al tiempo que las de A. Smith revivían plenas de optimismo en un proclamado futuro sin crisis ni guerras. En 1919, al mismo tiempo que en Versalles se negociaban las condiciones de la paz, en una Conferencia reunida en París se discutió, redactó y aprobó el Pacto de la flamante “Sociedad de las Naciones”. Allí, el profesor Francis Paul Walters, de la Universidad de Oxford, explicó cuáles eran las finalidades del Pacto: "ofrecía un sistema completo para el arreglo pacífico de los conflictos y para una resistencia común a la agresión (de cualquiera de sus miembros sobre otro); preveía la reducción y el control de los armamentos y la eliminación de las nefastas consecuencias de la producción de armas por parte de empresas privadas; obligaba al registro y a la publicación de todos los futuros tratados por publicación por parte de la Secretaría de la Sociedad; y la adhesión de todas las iniciativas destinadas a promover el progreso social y económico en todos los sectores en que fuera de vital importancia la colaboración internacional y, finalmente, a la supervisión de las diversas colonias y de los varios territorios sustraídos a la dominación alemana o turca"

En ese ínterin posbélico, la mayoría de los “hombres de negocio” norteamericanos, juzgaban que los militares eran gentes que realizaban trabajos inútiles de un arte bárbaro y obsoleto. Algunos de los más prominentes entre estos burgueses, pacifistas convencidos como Andrew Carnegie y Henry Ford, inspirados en “el padre de la economía”, creían que la salvación de la humanidad estaba en la libre expansión del comercio mundial: “Algún día, el mundo entero se convertirá en un gran mercado”, decían. Para ellos, la alternativa al militarismo y la guerra era la expansión de la industria motorizada por el libre comercio a escala mundial. Como es sabido, aquél pacto de la “Sociedad de las naciones” con sus ilusionadas expectativas pacíficas de la sociedad civil mundial –proclamadas por sus popes más relevantes- se convirtieron en papel mojado cuando el capital sobreacumulado en Alemania -necesitado de “espacio vital”- exigió un nuevo reparto de las fuentes de plusvalor y sus fuerzas armadas invadieron Polonia, dando comienzo así a la Segunda Guerra mundial.

Consumado el holocausto nuclear en Hiroshima y Nagasaky que puso fin a esta nueva barbarie bélica, el 26 de junio de 1945, cincuenta países signatarios firmaron la “Carta de San Francisco” que dio nacimiento a la ONU, y en 1948 se realizaron a bombo y platillo los famosos juicios de Nürenberg, donde se acuñó la no menos célebre expresión “nunca más”. Pero la burguesía internacional, sobre todo la norteamericana, no se volvió a llamar a engaño respecto de un futuro de paz. Según reporta Richard J. Barnet en “La economía de la muerte”, Charles E. Wilson, por entonces presidente de la General Eléctric, propuso en 1944 a la Ordnance Association “una economía de guerra permanente” mediante vínculos institucionales entre la gran industria y el Ministerio de la Defensa. Para ello, cada productor importante de materiales de guerra debería nombrar un directivo superior con el rango de coronel en la reserva, que le habilitara como nexo con el Pentágono. Así nació el llamado “complejo militar-industrial”, ejemplo de fusión entre el Estado burgués y los monopolios de la industria armamentista, paradigma que, más o menos oficiosamente fue emulado por los demás países imperialistas.

A principios de 1945, el general “Hap” Arnold, Jefe del Estado mayor del Cuerpo de Aviación del ejército, volvió sobre la táctica de provocar otro conflicto sin salida diplomática dejándose atacar “por sorpresa” –como en Perarl Harbor- [36], advirtiendo que los EE.UU. serían el primer objetivo de la próxima guerra. El día del armisticio, en agosto del 45, hablando en público dijo que para precaverse de un ataque como aquél, los U.S.A. “deben estar preparados para devolver el golpe con bombas atómicas robot de 3.000 millas lanzadas desde naves espaciales”. Al mes siguiente, la revista Aviation publicó un editorial de primera plana titulado: “Reconvención por la complacencia de sí mismo”, donde se decía que: “en este momento de la historia somos capaces de conquistar cualquier nación o unión de naciones” alertando de que la seguridad nacional requiere “establecer un plan de desmovilización basado en la hipótesis de que seremos atacados sin previo aviso”, prefigurando lo que poco tiempo después sería el “Complejo militar industrial” :

<<La experiencia de la guerra dejó dispuestas a las grandes empresas de Norteamérica para aceptar a los militares como una fuerza legítima y permanente de la vida norteamericana, con la cual la industria podía formar coaliciones provechosas. (...) A medida que los militares se vieron comprometidos cada vez más en problemas de tecnología y política, en especial con la tarea de manejar bienes de la economía civil tales como fábricas, hospitales, residencias, transportes, por un valor de miles de millones de dólares, la distinción histórica entre la ética heroica del soldado y el credo capitalista se desvaneció>> (Op. Cit.)

En este contexto histórico pereció la “sociedad de las Naciones” (1946) y nació la ONU (1948), una marioneta en manos de los principales protagonistas de la Guerra Fría. Y tras la caída de la URSS y la desaparición del mundo “bipolar”, las sucesivas intervenciones de la burguesía internacional en Yugoslavia, Afganistán e Irak, han venido mostrando en progresión cada vez más desembozada y violenta, que las condiciones históricas de una “paz perpetua” y de una voluntad política “libre”, no las puede aportar el sistema de vida burgués, porque la voluntad de los burgueses está condicionada por la propiedad privada sobre los medios de producción, que es la lógica de la competencia, cuyo despliegue conduce inevitablemente, a guerras periódicas, como medio de resolver conflictos por la redistribución de una masa de plusvalor cada vez más menguada.

  Kant previó que, del estado social amoral de la naturaleza, al estado moral de las “voluntades libres” (esclavas de la moral universal, ya que no libres de los condicionamientos materiales), se iba a pasar de forma evolutiva, gradual e irreversible. Así lo dejó dicho:

<< El Gobierno debe irse acercando lo más que pueda a su fin último, que es la mejor constitución, según leyes jurídicas. Esto puede y debe exigirse de la política. Un Estado puede regirse ya como república, aun cuando la constitución vigente siga siendo despótica, hasta que poco a poco el pueblo llegue a ser capaz de sentir la influencia de la mera idea de autoridad legal -como si ésta tuviese fuerza física- y sea apto para legislarse a sí propio, fundando sus leyes en la idea del derecho. Si un movimiento revolucionario, provocado por una mala constitución, consigue ilegalmente instaurar otra más conforme con el derecho, ya no podrá ser permitido a nadie retrotraer al pueblo a la constitución anterior; sin embargo, mientras la primera estaba vigente, era legítimo aplicar a los que, por violencia o por astucia, perturbaban el orden las penas impuestas a los rebeldes..>> (E. Kant: “La Paz Perpetua” Apéndice I)

Y cuando empleaba la expresión: “movimiento revolucionario”, obviamente no estaba pensando en la revolución comunista, sino en las rebeliones campesinas de Alemania o Francia durante los siglos XVI y XVII, o en las insurrecciones urbanas durante el mismo período, como la de Brujas, Gantes, París, Florencia, Barcelona o Londres, movimientos todos ellos que acabaron por alumbrar las ideas-fuerza de la Gran Revolución Francesa presididas por la –en esa etapa- revolucionaria ley “natural” del valor. Pero Kant creyó que aquellos movimientos revolucionarios estaban en la lógica insondable de la Naturaleza (movida por la mano de Dios), precursoras de la VOLUNTAD universal “libre” contenida en las futuras constituciones republicanas y en la “Federación de Estados soberanos”; emancipada para siempre de los “intereses nacionales”, cuya función consistiría en erigirse como árbitro para la resolución pacífica de los conflictos según una supuesta “moralidad política universal”

Así pensó Kant respecto de la “paz perpetua”: que se iba a construir poquito a poco, “tacita a tacita”. Y así andamos más de doscientos años después, tropezando con la misma piedra porque resulta que esa moral política general ha venido siempre coincidiendo con determinados intereses particulares dominantes encarnados en siniestros personajes, como Bush, Blair, Aznar y “tutti cuanti”, que se han venido cagando en las baratijas filosóficas de Kant, en la “legalidad internacional” y en todos los “fundamentos morales”[37] del derecho positivo burgués. Esta coincidencia se ha vuelto a confirmar una vez más ahora que la ONU acaba de legitimar la nueva matanza, ratificando la verdad histórica de que, en este mundo, el único fundamento de la “moralidad universal”, es la Ley general de la acumulación capitalista, estimada Ana, “el frío interés, el cruel pago al contado”, como reza el “Manifiesto Comunista”.

                Pero esto de que para llegar a la sociedad sin guerras es cuestión de “evolucionar” con el capitalismo como quien se sube cómodamente al autobús que le deja en la estación prevista por el itinerario, pensando durante el trayecto que “es mejor el autobús de “una constitución defectuosa que ninguna constitución”, eso subyugó a los popes de la socialdemocracia, necesitados de una teoría que consagrara su práctica oportunista, su claudicación ante la burguesía. Nietzche fue quien propuso eliminar con toda conciencia los pensamientos desagradables para la vida, porque en este mundo es insufrible dejarse llevar por la verdad; por eso propuso que “a toda acción corresponda un olvido”. Así es como los socialdemócratas de la IIª Internacional acabaron por lastrar el materialismo histórico de Marx,  olvidándose de él, para verse más agradablemente reflejados en la imagen que de su práctica política les devuelve el espejo de lo que Kant pensó en Alemania acerca de la idea que la burguesía se hizo de sí misma en Francia a instancias de los Enciclopedistas: reflejo de reflejos, abstracción de abstracciones, engaño de engaños.

                   En marzo de 1981, con motivo de cumplirse en esos días el 200 aniversario de la presentación al mundo de la "Crítica de la razón pura", la socialdemocracia alemana, por entonces a cargo del gobierno en ese país, organizó unas jornadas de reflexión en homenaje a su autor: Immanuel Kant. Ese encuentro, al que acudieron filósofos kantianos de todas las latitudes, fue presidido por el representante socialdemócrata Helmuth Schmitd, a la sazón, canciller de la RFA, quien durante la apertura de ese foro, citando a Friedrich Ebert[38], afirmó que la República Federal Alemana...

<<...nació bajo el signo kantiano del concepto de libertad (burguesa). Nosotros queremos aportar nuestra parte para que así siga>> (H. Schmidt: (“El País” 31/3/81. Lo entre paréntesis es nuestro)

Lenin solía decir –desde las antípodas de Nietzche- que a la verdad jamás hay que darle la espalda, sino atreverse a mirarla siempre de frente, porque la verdad es revolucionaria. Y la verdad en esto que nos ocupa, es que, la condición para liberar a la humanidad de todas las guerras interburguesas, es la abolición de todas las clases, del mismo modo que la condición para la liberación del tercer estamento feudal -la burguesía- fue la abolición de todos los estamentos. Mientras tanto, ante la tarea de reestructurar la sociedad según los requerimientos de la paz, la consigna política suprema de la ciencia social será siempre:

<<La revolución o la muerte; la guerra sangrienta o la nada. Tales son los términos inexorables en que está planteado el problema>> George Sand. Citada por Marx en: “Miseria de la filosofía” Cap. II. § 5) 

En la bóveda de una de las dependencias del Palacio Real, en Madrid, hay un fresco donde su autor pintó a un anciano de aspecto majestuoso quitando el velo que cubre el rostro de una mujer. Aquél anciano es la representación del tiempo, y la mujer, el símbolo de la verdad. Esto es antikantiano, porque, según la filosofía de Kant, el noumeno, sustancia o verdad de lo que pasa en el mundo, no es algo que pueda ser accesible al conocimiento humano, ni por la ciencia ni por la experiencia.

Pues bien, desde Marx, la ciencia social, el materialismo histórico, ha desvelado la verdad sobre el mito platónico-kantiano de la supuesta incognoscibilidad de las “cosas en sí”. Y visto lo visto este año en torno al conflicto que tuvo su desenlace en Irak,  la experiencia ha gritado, una vez más, a los cuatro vientos, que “no hay peor ciego que el que no quiera ver”. Porque se ha vuelto a poner de manifiesto, esta vez del modo más flagrante, que en el contexto del sistema capitalista no hay organismo supranacional ni legalidad internacional posibles, que puedan garantizar la paz cuando determinadas condiciones necesarias del proceso de acumulación exigen nuevas guerras interburguesas de reparto, que se suceden con la misma fatalidad que verifica la ley de la gravedad cuando a uno le cae un tiesto en la cabeza. 

Lo que pasa es que, ante la necesidad objetiva de embarcar a una determinada población en cualquier nueva guerra de reparto, la alternancia de los distintos partidos burgueses en el gobierno de cada país prevista en el sistema “democrático” capitalista, posibilita que las fracciones burguesas belicistas económicamente dominantes en determinado país o países, de ser preciso y a instancias de la diplomacia secreta tejan sus alianzas previas con otras fracciones nacionales dominantes de la burguesía internacional en otros países, cuyos partidos en el gobierno estén interesados en el negocio y dispuestos a poner la cara en el conflicto para conseguir la imprescindible carne de cañón, creando las circunstancias políticas más propicias al desenlace de la matanza. Esto es lo que, en general, ha precedido la intervención de la OTAN en la exYugoslavia, y la del bloque liderado por EE.UU., Gran Bretaña y España, en Irak. Todo ello mientras a la inmensa mayoría de los asalariados se les tenía ejercitando la libertad como entretenimiento para evadirse de la preocupación por llegar a fin de mes.

Quienes sabemos de ello, debemos posicionarnos contribuyendo desde ya, a que más pronto que tarde seamos minoría significativa política y organizativamente capaces de fundir la teoría revolucionaria con el movimiento asalariado para hacer realidad efectiva eso de que “...la conciencia es algo que el mundo debe adquirir, lo quiera o no”. En estos principios y en esta tarea, se inscribe hoy todo el arte político que los seres humanos conscientes de la realidad y necesidad del mundo, deben saber demostrar en las presentes condiciones históricas adversas.

                Un saludo:

 

GPM.  

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grupo de propaganda marxista
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[34] En el mecanismo de la Naturaleza, al cual pertenece el hombre -como ser sensible- manifiéstase una forma que sirve de fundamento a su existencia que no podemos concebir, como no sea suponiéndola conforme a un fin, predeterminado por el Creador del universo. Esa previa determinación llamémosla providentia divina en general. La providencia, considerada al comienzo del mundo, llámase fundadora -providentia conditriæ; semel jussit, semper paret, Agustín-; considerada en el curso de la Naturaleza, como el poder que conserva la Naturaleza, según leyes universales de finalidad, llámase providencia gobernante, considerada en relación con fines particulares, aunque imprevisibles para el hombre y cognoscibles sólo por el éxito, llámase providencia directora; en fin con respecto a algunos sucesos aislados, estimados como fines de Dios, la providencia reciben otro nombre: el de dirección extraordinaria. (I. Kant)

 

[35] De las condiciones determinadas por la relación social entre el trabajo asalariado y el capital, distintas de las determinadas históricamente por la relaciones de señorío y servidumbre (GPM ).

[36] En el apartado: “Los maestros de la mentira y la provocación sistemática” (ver: http://www.nodo50org/gpm/guerra2001/00.htm) contribuimos a desvelar una vieja táctica del ejército norteamericano inaugurada en febrero de 1898, cuando frente a las costas de Cuba hicieron volar al acorazado “Maine”, acto que atribuyeron a los españoles para justificar su participación en la guerra que, a la postre, les permitió hacerse con el dominio de la Isla. 

[37] Según Kant, la “doctrina del derecho” se funda en la “moral universal” en tanto “voluntad libre” que antepone el bien común y la ley  jurídica, al interés particular.

[38] Este señor fue el primer presidente de la República Alemana fundada en 1919 a raíz del derrocamiento de la monarquía. Cuando en noviembre de 1918 los obreros de las principales ciudades de ese país capitalista conquistaron el poder desde los Consejos, e inmediatamente lo delegaron en la Constituyente con mayoría SPD, este partido declaró terminada la revolución en su fase de violencias y acciones de masas. “Al estar el partido de la clase obrera en el poder, la clase obrera ha tomado el poder político y la transformación revolucionaria de las relaciones sociales es, de ahora en adelante, cuestión de tiempo: se trata de un proceso progresivo y pacífico. Hay que desarrollar todavía el capital, porque sólo un capital llevado hasta el último estadio de su desarrollo podrá ser “socializado. Para ello hay que hacer reinar el orden y aplastar a los sediciosos spartaquistas”. Fue cuando Friedrich Eber –tras ser elegido presidente- pronunció estas palabras inspiradas en el evolucionismo naturalista kantiano: “Somos el único partido que puede garantizar el orden”. Seguidamente, firmó el armisticio, desmanteló el ejército que reemplazó con los llamados “Cuerpos Francos”, y procedió al aniquilamiento de las fuerzas minoritarias de obreros dirigidos por Rosa Luxemburgo y Liebnekcht. Ésta matanza se saldó con más víctimas que las dos revoluciones rusas juntas, la de febrero y la de octubre de 1917. Esa fue la “voluntad libre” del SPD. (Cfr.: Jean Barrot y Dennis Authier: “La izquierda comunista en Alemania” Cap. VI).