El todavía oculto contubernio político entre izquierda y derecha

 

            Lo que cada vez se hace más necesario y perentorio comprender, es que tanto la izquierda política institucionalizada como sus contrapartes de la derecha, ambas son perfectamente funcionales al sistema capitalista. La única “diferencia” entre ellas, radica en que esta última es abiertamente incondicional, es decir, más sincera y, por tanto, consecuente con las leyes del capitalismo, o sea, con los explotadores. Aceptan y asumen el sistema tal como es. Por ejemplo, desde la tardía Edad media, aquellos teóricos revolucionarios en lucha contra el feudalismo —precursores de la derecha política en nuestros días— coincidieron todos en predicar la idea según la cual, en la sociedad había dos tipos de instituciones, las naturales y las artificiales. Para ellos, las viejas instituciones del feudalismo eran artificiales, mientras que las modernas instituciones del capitalismo incipiente eran naturales. Esto mismo es lo que vinieron sosteniendo sus discípulos hasta el día de hoy. Según Marx, la derecha política burguesa ha venido pensando y procediendo como los teólogos de las distintas confesiones religiosas, para quienes:

<<Toda religión extraña (a sus propias creencias) es una invención humana, mientras que su propia religión es una emanación de Dios>> (“Miseria de la Filosofía” Cap. II Aptdo. 1: El método)

 

            La derecha política es religiosa, en el sentido de que, para todos sus correligionarios, las actuales relaciones de producción burguesas son naturales; pero porque piensan que la naturaleza misma es una creación divina. Tal es su “razonamiento”. Y aunque como creyentes no hacen más que convertir su relación con Dios en un negocio —el de su salvación personal en el más allá— como parte de ese negocio también les conviene pensar que en el más acá, naturaleza y divinidad son dos partes constitutivas de lo mismo. Y así como conciben su Dios a imagen y semejanza de un ser infinitamente bueno, poderoso y eterno, así es como también conciben al capitalismo. Semejante construcción ideológica es la que les lleva a entender las leyes del capitalismo como leyes naturales creadas por Dios y que, por tanto, son perpetuas.  

 

         Para sostener semejante construcción ideológica, hacen palanca sobre esa parte de verdad según la cual, tales leyes crean riqueza y desarrollan las fuerzas productivas, lo que se conoce respectivamente por bienestar y productividad. Pero a partir de esta afirmación, los teóricos de la derecha burguesa se detienen ante la evidencia de las crisis periódicas como ante las puertas del infierno. Y no precisamente como Fausto, es decir, abandonando allí toda esperanza, sino insistiendo en negarse a reconocer los daños humanos de proporciones sociales cada vez más apocalípticas, que supone crear riqueza y desarrollar las fuerzas productivas bajo tales leyes, cuyas consecuencias nosotros, junto a una minoría social, siguiendo a Marx, hemos venido denunciando y ahora, una vez más, lo hacemos desde aquí.  

 

         Y se niegan porque hablar de eso, sería tanto como mentar la soga en casa del ahorcado. Esto explica que se limiten a “razonar” con un discurso cada vez más inconsistente, mediante axiomas que, presuntamente, no necesitan de ninguna demostración. Como que las leyes del capitalismo son naturales y, además, intemporales, porque no menos supuestamente son un producto de la voluntad divina:

<<Por tanto, estas relaciones son, en sí, leyes naturales, independientes de la influencia del tiempo. Leyes eternas que deben regir siempre en la sociedad. De modo que hasta ahora hubo historia pero ahora ya no la hay>>. (K. Marx: Op. cit.)

 

            Los dirigentes de la izquierda pequeñoburguesa socialdemócrata, en cambio, precisamente porque sus bases son de una composición social híbrida —de asalariados y pequeños explotadores de trabajo ajeno—, si bien quieren al capitalismo con casi el mismo fervor que la derecha, sin embargo le reconocen defectos que proponen superar pero dejando esencialmente intacto el sistema.

 

         Lo asumen como algo perfectible según los principios de la justicia social que tanto pregonan. De acuerdo con Proudhon, entienden al capitalismo como una realidad contradictoria, que tiene un lado malo, sin dejar de reconocerle también un lado bueno. Por tanto, el progreso para estos señores, consiste no en acabar con el capitalismo como sistema social, sino en mejorarlo. ¿Cómo? Eliminando su lado malo. Como si el progreso en la sociedad pudiera ser posible por este método como en otros órdenes de la vida. Como si fuera posible conservar una misma realidad social, esencialmente contradictoria, eliminando uno de sus contrarios constitutivos de su propia naturaleza.

 

         Por ejemplo, para los partidarios agrupados en la izquierda política del sistema (“comunistas” y socialdemócratas), la propiedad privada sobre los medios de producción es el lado bueno del capitalismo, porque fomenta la competencia, a la cual se le atribuye la virtud de impulsar el progreso material mediante el desarrollo científico-técnico incorporado a los medios de producción, que incrementan la productividad del trabajo. Como si antes del capitalismo la humanidad hubiera permanecido estancada en el más absoluto inmovilismo productivista.

 

         Pero esta izquierda política —genuinamente representativa de la pequeñoburguesía—, reconoce que el capitalismo también tiene su lado malo en que genera el monopolio y, con él, la creciente distribución desigual de la riqueza. Por eso es que, desde sus orígenes como fuerza política en Francia, estos señores han venido insistiendo en que es posible reformar el capitalismo. Un intento de armonizar las leyes objetivas del capitalismo con las aspiraciones de los asalariados, que tras la Revolución Europea de 1848/49 fue personificado por John Stuart Mill y Marx caracterizó como “tentativa de conciliar lo inconciliable”, demostrando posteriormente haber sido tan baldío, como querer convertir a una bestia de presa en un animal herbívoro. Ni más ni menos que como vaticina el Evangelio cristiano que sucederá en el Reino del Mesías, según aquel profeta llamado Isaías dejó dicho en el “Antiguo Testamento”:

<<Habitará el lobo con el cordero y el leopardo se acostará con el cabrito, y comerán juntos el becerro y el león, y un niño pequeño los pastoreará>>  (Capitulo11 versículo 6)

 

            Marx ha explicado con toda exactitud, por qué una realidad histórica contradictoria no puede evolucionar sino que necesariamente se transforma en otra realidad distinta y superior. Precisamente porque el motor de esa transformación es su lado malo:    

   <<El feudalismo también tenía su proletariado: los siervos, estamento que encerraba todos los gérmenes de la burguesía. La producción feudal también tenía dos elementos antagónicos, que se designan igualmente con el nombre de lado bueno y lado malo del feudalismo, sin tener en cuenta que, en definitiva, el lado malo prevalece siempre sobre el lado bueno. Es cabalmente el lado malo el que, dando origen a la lucha, produce el movimiento que crea la historia. Si, en la época de la dominación del feudalismo, los economistas, entusiasmados por las virtudes caballerescas, por la buena armonía entre los derechos y los deberes, por la vida patriarcal de las ciudades, por el estado de prosperidad de la industria doméstica en el campo, por el desarrollo de la industria organizada en corporaciones, cofradías y gremios (de artesanos), en una palabra, por todo lo que constituye el lado bueno del feudalismo, se hubiesen propuesto la tarea de eliminar todo lo que ensombrecía este cuadro —la servidumbre, los privilegios y la anarquía—, ¿cuál habría sido el resultado? Se habrían destruido todos los elementos que desencadenan la lucha y matado en germen el desarrollo de la burguesía. Los economistas se habrían propuesto la empresa absurda de borrar la historia>> (Ibíd.)

           

            Y es que, si observamos el proceso histórico tal como ha discurrido en los últimos doscientos años a la luz de sus resultados, cabe preguntarse: ¿qué “lado malo” del capitalismo han contribuido a eliminar metodológicamente los reformistas pequeñoburgueses políticamente agrupados en la izquierda de las instituciones estatales del sistema en todo el mundo, desde que, en sus más remotos orígenes, aparecieron dando voces en la Convención de la Asamblea Nacional francesa como partido de “La Montaña”, entre 1792 y 1795?

 

         ¿Han podido desde entonces eliminar el lado malo del capitalismo evidenciado en el monopolio? ¿Han podido eliminar el lado malo del capitalismo a instancias de la productividad del trabajo, evidenciado en el sistémico paro estructural masivo y el trabajo precario, dos lacras que, para producir plusvalor, acumulan opulencia en una parte cada vez más irrisoria de la sociedad y miseria creciente en la otra cada vez más numerosa, tornando históricamente insostenible el régimen jubilatorio de los asalariados, basado en la solidaridad entre sucesivas generaciones? ¿Han eliminado el lado malo que las crisis periódicas generan, agudizando todavía más el paro y la miseria generalizada?¿Han mitigado siquiera la creciente desigualdad en la distribución de la riqueza, entre las dos clases sociales universales bajo el capitalismo?

 

         A propósito de esto último, en nuestra publicación del mes pasado, hemos hecho alusión a los 18 trillones de Euros que la irrisoria minoría social acaudalada europea, mantiene a buen recaudo en paraísos fiscales repartidos por todo el mundo.[1] Parte de esa descomunal fortuna pertenece al 1,8% de la población activa residente en España. Tal magnitud de riqueza bajo la forma de dinero, es plusvalor capitalizado que esa minoría social ha ido retirando de la producción, porque la ganancia que genera no justifica la inversión en producirla. Y al permanecer depositada en esos bancos “offshore” localizados fuera de sus países, se libran de pagar los impuestos a esas ganancias, que ocasionalmente invierten incursionando en mercados especulativos. Y a la vista está de cualquiera, que para eso y para comprar voluntades con arreglo a distintos fines delictivos y prevaricadores —tanto en las instituciones políticas como en la judicatura— solo basta con disponer del efectivo necesario. Tal fue y sigue siendo la quintaesencia de la “democracia” y de la “justicia” en este mundo, desde los tiempos de la Revolución Francesa, convirtiendo en papel mojado todas las Constituciones que supuestamente rigen la vida de “todos” los ciudadanos en todos los países del Mundo. Nada nuevo bajo el sol. 

 

         El 94% de las empresas españolas que cotizan en la bolsa del llamado “Ibex 35”, mantienen el grueso de sus capitales depositados en esos “paraísos fiscales”. Según el Sindicato de Técnicos de Hacienda, con lo que defraudan al fisco esos “señores”, se pueden hoy financiar en España los servicios esenciales de salud, educación y dependencia. Todos los políticos profesionales de todos los partidos que ocupan despachos en los diversos organismos del Estado, así como todos los periodistas de los principales medios, sabían de sobra que todo esto venía sucediendo. Pero callaron. Hasta que la crisis trastorno el reparto en el que todos ellos se sentían bien adornados y se destapó la podredumbre bajo la forma de agravios comparativos, rompiendo ese silencio: ¿por qué han venido callando? Porque mientras todo marcha bien, “donde se come no se caga”:

<<Las grandes fortunas y grandes empresas evadieron al fisco 42.711 millones de euros en 2010, esto es, un 71,8% del total del fraude en España, lo que además supone triplicar el fraude de Pymes y autónomos.>>

 

            De aquí cabe deducir que, con el dinero que atesoran en esos paraísos fiscales evadiendo impuestos, esas grandes empresas matan dos pájaros de un tiro: empujan al llamado Estado del Bienestar hacia el abismo de su bancarrota para superar más rápidamente la depresión —sin mayores pérdidas para ellos—, al mismo tiempo que “justifican” la política de privatización de tales servicios sociales esenciales, con el pretexto del déficit fiscal, lo cual daría cauce a que esos capitales líquidos excedentarios que hoy día esa minoría acaudalada mantiene ociosos en paraísos fiscales por falta de rentabilidad suficiente, se puedan invertir como capital productivo en los servicios de salud, educación y dependencia privatizados, es decir, como fuentes adicionales de plusvalor durante la próxima fase de recuperación.  

 

         Según todas las evidencias, en esta maniobra está empeñada la “derecha” política que hoy gobierna en España. Y tal empeño se nota en el vació de silencio que ha venido haciendo el Partido Popular acerca de esa doble finalidad que persiguen las grandes fortunas, pugnando por apoderarse de lo poco que todavía queda del patrimonio público por privatizar, tal como así lo exige la Ley general de la acumulación capitalista. Y la derecha política calla, porque de lo contrario no podría justificar su actual política presupuestaria de “austericidio” sobre las mayorías sociales, combinando el aumento por decreto de impuestos y tasas con el recorte de gastos públicos en tales servicios, al tiempo que reforman leyes para reducir salarios y pensiones con el pretexto del déficit fiscal. Descargando casi todo el peso de la crisis sobre las mayorías explotadas.   

         Así las cosas, la contienda con fines puramente electoralistas entre los dos bloques de la burguesía política institucionalizada —a derecha e izquierda del arco parlamentario en todos los países—, parece haberse desatado en torno a este asunto. En España, por ejemplo, el PSOE acaba de presentar una proposición no de ley, para que se penalicen prácticas de entidades bancarias implicadas en la evasión de capitales a través de paraísos fiscales. Como si los grandes empresarios industriales y comerciales no tuvieran nada que ver en ello.

          Por su parte, durante la “Conferencia sobre Europa” que Izquierda Unida celebró el pasado sábado 15 de junio, se aprobó presentar en el Congreso la proposición de suprimir el artículo 135 de la Constitución española, donde se establece el límite del 0,4% del PIB al déficit de los presupuestos estatales a partir de 2.020, tal como fue acordado en 2011. Esta formación política aprobó, además, la proposición de que el Banco Central Europeo se convierta en una institución dedicada al fomento del empleo y al “desarrollo sostenible”.

         Como si el hecho de mantener sus capitales productivamente ociosos, fuera una inveterada práctica vocacional de la gran burguesía, y no una imposición del sistema en condiciones de recesión, dado que la ganancia es menor respecto de lo que cuesta producirla. Como si financiar los abultados déficits de los presupuestos estatales con dinero ficticio, sirviera a la postre para algo más “beneficioso”, que terminar envileciendo la moneda a raíz del inevitable efecto inflacionario de la deuda “financiada” con emisión monetaria sin respaldo, lo cual acaba erosionando todavía más el poder adquisitivo de salarios y pensiones. Como si pretender fomentar el empleo en épocas de recesión apelando al crédito público, pudiera tener la mágica virtud de incentivar la inversión de un capital excedentario, que precisamente por falta de rentabilidad suficiente, permanece productivamente inactivo en paraísos fiscales. En fin, como si la inversión del pequeño y mediano capital pudiera reanimarse autónomamente, en medio de la semiparálisis del gran capital oligopólico. 

         ¡¡Convertir al Banco Central Europeo en una institución dedicada al fomento del empleo y al “desarrollo sostenible”!!, dicen pretender los de Izquierda Unida. Prefieren ignorar estos señores —porque así conviene a su condición de burócratas políticos oportunistas al servicio del sistema—, que toda recesión por crisis de superproducción de capital, se caracteriza 1) por el hecho de que la ganancia posible del capital productivo, aumenta menos de lo que cuesta producirla; 2) que bajo tales circunstancias sistémicas, la tasa de interés desciende casi llegando al cero absoluto, como en estos momentos y, 3) que sin embargo, sigue sin registrarse movimiento alguno en dirección a la inversión productiva creciente por parte de supuestos “emprendedores”, que pueda fomentar el empleo asalariado en magnitud suficiente para salir de la recesión. Precisamente porque sigue habiendo un exceso de capital respecto de la ganancia que rinde. Por tanto, el propio sistema exige que dicho excedente se siga desvalorizando y/o destruyendo físicamente —incluido el capital variable—, como condición “sine qua non” para iniciar un nuevo ciclo.

         Tal es la realidad que los oportunistas políticos institucionalizados de la “izquierda” pequeñoburguesa por el estilo de Izquierda Unida y el PSOE, se resisten a reconocer. Porque tal reconocimiento les enajenaría el voto de su clientela política electoral de extracción asalariada y pequeño burguesa, que sigue queriendo al capitalismo pero no sus necesarias consecuencias. Tal es la utopía en que los dirigentes de la izquierda burguesa oportunista —aunque con distintos argumentos— coinciden con sus colegas la derecha. Ambos bloques históricos políticos de fuerzas, pugnan por mantener viva esa esperanza en la falsa conciencia de sus respectivos electores. Porque manteniéndoles atados y bien atados a las instituciones del sistema, garantizan el reparto de sueldos y prebendas que gozan con cargo a los presupuestos públicos, según el reparto de poder que resulta en cada proceso electoral periódico.

 

         Se autoproclaman como verdaderos paladines de la “libertad”, a sabiendas de que no pueden ser libres, ni de pensamiento ni de acción. Manifiestan sentir verdadera devoción piadosa por los menos favorecidos. Pero su profesión —de la que viven sirviendo al sistema—, les impide levantar la bandera de la verdad científica y luchar por ella, para ser libres contribuyendo a que lo sean sus propios votantes.

 

         La contradicción en que viven tales políticos profesionales al interior de las instituciones del Estado capitalista entre devoción y profesión, es de la misma naturaleza que la contradicción en que viven sus mandantes, los capitalistas al interior de la sociedad civil, entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción. ¿Por qué no eliminan los políticos profesionales el lado malo de semejante contradicción en sus conciencias y en su comportamiento? ¡¡Porque puede más en ellos el lado malo de su profesión localizado en cada uno de sus bolsillos, donde no cabe ninguna contradicción!!

 

         A propósito de esto, en su carta remitida el 28/12/1846 a Pavel Vasílievich Annenkov, Marx le termina diciendo que:

<<…El pequeño burgués en una sociedad avanzada y, como consecuencia necesaria de su posición social (de clase intermedia), vive deslumbrado por la magnificencia de la alta burguesía y (al mismo tiempo) simpatiza con los dolores del pueblo. Es al propio tiempo burgués y pueblo (…) Semejante pequeñoburgués diviniza la CONTRADICCIÓN, puesto que la contradicción es el núcleo de su ser. Él no es sino la contradicción social en acción. Él debe justificar en la teoría lo que es la práctica…>> (Lo entre paréntesis nuestro).

      

            O sea, que la izquierda política pequeñoburguesa no resuelve ninguna contradicción. He aquí por qué no son marxistas. Pero dado que aceptan y asumen el capitalismo como un sistema de vida perfectible, cabe hacerles otra pregunta: ¿Qué lado malo del capitalismo han eliminado ustedes? ¿Han eliminado ese “lado malo” del capitalismo, que la productividad incluso supone para los propios explotadores, en tanto y cuanto a la postre, disminuye progresivamente sus ganancias respecto de lo que cuesta producirlas, acercando así el horizonte del derrumbe sistémico, que las crisis periódicas solo retardan, tal como hemos vuelto a demostrar aquí siguiendo a Marx?

 

         Dado que este “lado malo” del capitalismo atenta contra la propia existencia de la burguesía, ¿lo han eliminado ustedes actuando desde las instituciones del Estado? Está claro que ni siquiera lo intentaron. Pero porque no pueden. Porque ese “lado malo” está en la esencia constitutiva de su naturaleza y no se lo puede eliminar sin eliminar al sistema mismo. Por tanto, forman parte ustedes de una clase social autotanática, aferrada a un sistema que lleva en sí mismo los genes de su propia destrucción. Una clase social que, sin embargo y de cara a su clientela política, consagra la eternidad del modo de vida capitalista. ¿Por qué piensan así del sistema y proceden con él de tal modo, coincidiendo con sus colegas de la derecha? Porque que lo usufructúan. Ergo, no pueden pensar y hacer otra cosa en él y con él, como si fuera eterno. ¡¡Cuánta razón tuvo Marx al definirles como una contradicción social y política en acción!!   

 

         En sus "Manuscritos” de 1861/63, Marx previó que en un punto histórico determinado del proceso de  acumulación capitalista —y a este punto se llegó con el "Fordismo" y el Taylorismo" a principios del siglo XX— se establece una relación de resultado contradictorio entre la intensidad y la extensión de la jornada de labor:

<<Y esto —dice Marx— no es un asunto especulativo. Cuando el hecho se manifiesta hay un medio muy experimental de demostrar esta relación: cuando, por ejemplo, aparece como físicamente imposible para el obrero proporcionar durante doce horas la misma masa de trabajo que efectúa ahora durante diez o diez horas y media. Aquí, la reducción necesaria de la jornada normal o total de trabajo resulta de una mayor condensación del trabajo, que inclu­ye una mayor intensidad, una mayor tensión nerviosa, pero al mismo tiempo un mayor esfuerzo físico. Con el aumento de los dos factores —velocidad y amplitud (masa o número) de las máquinas (que cada operario pone en movimiento— se llega necesariamente a una encrucijada, en la que la intensidad y la extensión del trabajo ya no pueden crecer simultáneamente, en el que el aumento de una excluye necesariamente el de la otra...>> [18]  

 

            Comprobaciones empíricas contemporáneas permiten confirmar este aserto. Mediante un estudio riguroso de las estadísticas comparadas de mortalidad en los EE.UU., Eyers y Sterling, han demostrado que:

 <<...después de la adolescencia, la mortalidad está más relacionada con la orga­nización capitalista que con la organización médica....Una conclusión general, es que un gran componente de la patología física y muerte del adulto, no deben ser considerados actos de Dios ni de nuestros genes, sino una medida de la tragedia causada por nuestra organización económica y social..." Estos autores consideran al "stress" como el eslabón entre las "noxas" (daños) sociales y el deterioro biológico (catabolismo). Eyers y Sterling definen el "stress" como "...los cambios que ocurren en un sujeto llamado a responder a una situación externa, para enfrentar la cual él no tiene capacidad o está dudoso de tenerla...Ello produce un estado de alerta psicológica y física que se inicia en la conciencia, en el cerebro y pone en tensión el cuerpo…". [19]

            Las estadísticas de mortalidad reconocen al "stress" en el suicidio, el homicidio y los accidentes dentro y fuera del trabajo, así como en enfermedades crónicas como el infarto, la cirrosis, el  cáncer de pulmón y la hipertensión. [20] Según un informe de CC.OO., los acciden­tes laborales en España aumentaron un 46% en l988, o sea, 326.308 accidentes más que el año anterior. A pesar de la gravedad de los datos, la situación de la salud laboral en España puede ser todavía más trágica: al menos un 30% de los trabajadores de este país, escapan a  las estadísticas oficiales sobre siniestralidad, ya que se trata de trabajos marginales o a tiempo parcial. Según CC.OO., "...los que tienen contrato temporal, se accidentan dos veces más que el personal fijo...". [21]

         En otras palabras, la tendencia del capital a aumentar la plusvalía relativa (Pl/Cv), es decir, el aumento del plusvalor a expensas del salario apelando al desarrollo de las fuerzas productivas "objetivas" —expresado en las máquinas, los sistemas mecánicos, los sistemas semiautomáticos, la automatización en gran escala, los robots, etc.—, tiene efectos contradictorios sobre el trabajo. Porque, por un lado, reduce la cualificación, suprime empleos, presiona a la baja sobre los salarios por el aumento del ejército de reserva para los fines de aumentar el plusvalor. Pero simultáneamente, la extensión de la mecanización a cargo de cada vez menos operarios, tiende a aumentar la intensidad del esfuerzo individual durante cada jornada de trabajo (a la vez físico y psíquico, o al menos uno de los dos), generando accidentes y enfermedades profesionales que ejercen una presión objetiva hacia la reducción de la jornada de trabajo, resistida naturalmente por los empleadores.

          Pues bien, ¿Dónde y en qué momento los reformistas socialdemócratas de la izquierda pequeñoburguesa, presuntos defensores de la  “justicia social”, han podido alguna vez siquiera por un momento, eliminar estos “lados malos del sistema capitalista? Tampoco pueden. Porque al darse de patadas unos con otros, entre todos impiden darles solución de continuidad posible, sin romper políticamente con él.

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[1] Para dar una idea de la magnitud en que la burguesía internacional incrementó históricamente su patrimonio privado explotando trabajo ajeno, basta decir que a mediados del siglo XIX, el capital global en funciones se medía en solo miles de millones de unidades monetarias, sean Libras esterlinas, Francos o Marcos.