Frente al vicio de mentir, la virtud de
insistir en la verdad científicamente probada
Y reincidir sobre ella las veces que sea necesario. Por
tal razón, el presente trabajo es la reiteración actualizada del que publicamos
en marzo del pasado año, para denunciar a la burguesía como clase social
inhumana por explotadora, mentirosa, chantajista y genocida, una criatura hecha
a la medida del capitalismo. GPM. Mayo 2014
01. Introducción
¿Qué tendrá que ver la segunda Ley
física o Principio de la Termodinámica, con la Ley económico-social típica del
sistema capitalista, que determina el descenso tendencial de la Tasa General de
Ganancia Media? Ésta es la pregunta que nos hicimos a nosotros mismos, para
responder a un interlocutor que puso en cuestión, el hecho de que al destruirse físicamente una masa
de valor-capital materializado en medios de producción y fuerza de trabajo, su
valor disminuye.
En un
primer momento, este señor empezó el relato de su crítica comentando lo
afirmado por nosotros:
<<Dice el GPM que en la etapa tardía o postrera del capitalismo,
para contrarrestar la tendencia al derrumbe económico del sistema y superar más
rápidamente sus crisis de superproducción de capital, la burguesía provoca
deliberadamente guerras bélicas y catástrofes supuestamente
‘naturales’, para destruir una parte del capital físico disponible (tierra
cultivada, edificios, maquinaria y materia prima), con la finalidad de
recuperar así la Tasa General de Ganancia superando las crisis de
superproducción de capital>>.
Y
seguidamente preguntó:
<<1) ¿Es cierto que tal destrucción deprecia o desvaloriza el
capital social global subsistente, hasta lograr el punto de inflexión en que,
el hecho de volver a producir riqueza creando empleo se justifique
contablemente, porque compensa la inversión en
producirla?”
2) ¿Por qué apelando a los mismos medios destructivos se logra la misma
finalidad, aniquilando a la parte puramente humana contratada por el capital
como mano de obra activa, a cambio de un salario?
3) Quería saber por qué ponen cambio climático entrecomillado y, si
manejan ustedes información en relación a que las emisiones de dióxido de
carbono hacia la atmosfera no producen cambio climático alguno>>.
Estas
observaciones dieron pábulo a una discusión de la que dimos cuenta en dos
trabajos anteriores publicados en marzo y junio del pasado año. A continuación,
volvemos a reincidir sobre este mismo
asunto más precisamente, a raíz de las últimas inundaciones por lluvias
torrenciales sobre los territorios balcánicos de Serbia, Croacia y
Bosnia-Herzegovina, que según las primeras estimaciones periodísticas, la crónica
estima como las peores en un siglo y las más catastróficas de la historia de
los Balcanes, que arrasó campos y ciudades enteras, donde durante tres días
llovió más que en todo el resto del mes de mayo, causando la muerte de 50
personas, un millón de desplazados y pérdidas materiales por más de 1.000
millones de Euros. Un desastre cuyos resultados el gobierno bosnio ha comparado
con los causados por la última guerra bélica
que afectó a esa región, al mismo tiempo que el patriarca de la Iglesia
Ortodoxa serbia declaró que fue un “castigo divino”, responsabilizando a la
popular cantante oriunda de ese país, Conchita Wurst, por haber cometido el
pecado de participar obteniendo el máximo galardón, en el reciente concurso
musical de Eurovisión, calificado por el sumo sacerdote serbio de “sacrílego”,
agregando:
<<Dios
envió las lluvias como recordatorio de que la gente no debe unirse al lado
salvaje>>.
El tenista serbio Novak Djokovic, quien donó los
550.000 Euros obtenidos por haber derrotado en Roma a su colega, el español
Rafael Nadal, pidió a los medios de comunicación “crear conciencia” sobre las inundaciones que han devastado
Serbia, Croacia y Bosnia-Herzegovina, acusando a las cadenas CNN y BBC de ignorar
esta catástrofe. Más información
sobre los últimos “desastres
naturales” en el Planeta.
Pasamos
seguidamente a insistir abundando en argumentos para esclarecer sobre tales hechos,
esgrimiendo los razonamientos y principios teórico-económicos de Marx, que
hemos hecho nuestros, en virtud de considerarlos científicos y, por tanto,
políticamente necesaria su aplicación a la sociedad de nuestro tiempo, para los
fines objetivamente previstos de la necesaria revolución socialista en transición al comunismo. Teniendo
en cuenta que, sin justificación teórico-científica, no puede haber acción
práctico-política que valga la pena ejecutar. Tal es el precepto moral que ha
venido atormentando la conciencia de todos los explotadores, desde que Marx por
carta fechada en Londres el 04/l0/1864, le dijera a su amigo Carl Klings
lo siguiente:
<<...Estuve enfermo durante todo el año pasado (aquejado de antrax y de forúnculos). De no haber sido por ello, mi libro “El Capital”, la crítica de la economía política, ya se habría publicado. Espero ahora terminarlo al fin dentro de unos meses y asestar, en el plano teórico, un golpe a la burguesía del cual no se recuperará jamás....>>
02. Ley de los mercados
Vs. Tasa General de Ganancia.
En su primera observación comenzó
nuestro interlocutor diciendo lo siguiente:
<<Lo
que no termino de comprender es por qué la destrucción de una parte del capital
deprecia el capital remanente cuando debiera suceder lo contrario>>.
Respuesta:
Si el acervo de capital global —físico y humano— en un determinado país es de
100 dólares, y una catástrofe “natural” destruye
físicamente la cuarta parte, se queda en 75. Esto en términos
económico-contables no significa que los 75 dólares remanentes se deprecien,
sino que los 100 originales han mermado hasta 75, sin menoscabo alguno para su
coeficiente de productividad o composición
técnica, medida en términos del número de obreros empleados para
ponerlo en movimiento al mismo tiempo. Por tanto, tampoco se modifica su composición orgánica con la cual
venía funcionando aquél capital de 100, entendida como relación de valor entre la parte física y la parte humana,
cuyo coeficiente no varía. Tampoco lo hace su tasa de explotación como relación
entre el plusvalor obtenido y el trabajo empleado en salarios para tal fin.
Pero la Tasa General de Ganancia se ha incrementado vivificando al sistema, dado que pasó a calcularse en base a
un capital global en funciones (c+v) disminuido,
al pasar de 100 a 75 unidades de capital disponible para inversión.
¿Qué es
la Tasa General de Ganancia para cada
empresa? La relación matemática entre el plusvalor
que genera en determinado período de tiempo, respecto de lo que le cuesta
producirlo, medido en términos de valor
contenido en los medios de producción empleados [suelo (cultivable o no),
edificios, maquinas y herramientas, materias primas, mobiliario, materias
auxiliares (combustibles, lubricantes, etc.)]. Donde el resultado de tal
relación, depende de la distinta
estructura productiva de cada empresa: su composición técnica y
orgánica, de lo cual resulta la productividad por unidad de tiempo empleado en
producir cada unidad de producto y, consecuentemente, también el distinto
numero de rotaciones durante
ese mismo período, es decir, la cantidad de veces que el capital recorre cada
ciclo temporal entre la producción y la venta de lo producido. De modo que así,
se formaran tantas tasas de ganancia distintas
como empresas haya en cada país.
Donde a mayor productividad por
unidad de tiempo empleado en cada producto y cuantas más rotaciones del capital invertido en el curso de cada
ciclo periódico productivo, menos ganancia
generada. Pero más productos
producidos y más baratos.
Obviamente, la formación de la tasa
de ganancia media no se produce por simples operaciones aritméticas,
sino a través del mercado,
verdadero árbitro en el reparto de la ganancia global, un proceso que
discurre por completo a espaldas de los distintos productores. A partir de esta
situación en que cada rama de la producción presenta tasas de ganancia
diferentes, el mercado impone
la tendencia natural, a que los capitales emigren hacia los sectores
productivos de menor productividad,
que capitalizan las mayores ganancias. Esta migración de los capitales, modifica la relación entre oferta y
demanda de los distintos productos, provocando un exceso de oferta en
los sectores de más baja productividad, más
tiempo de producción, menor
número de rotaciones y más
altos precios unitarios, lo cual presiona a la baja de esos precios y, por tanto de sus ganancias.
Este movimiento de los capitales de
una esfera de la producción a otra, prosigue hasta que el mercado fija nuevos precios llamados precios de producción (distintos de sus valores originales) en
cada una de ellas, que corresponden a una tasa
de ganancia común según la cual, el particular plusvalor que capitaliza cada fracción particular
del capital global, resulta
ser proporcional a la masa de capital con que
contribuye al común negocio de
explotar trabajo ajeno:
<<Si las mercancías se venden a sus valores (particulares), se originan, tal como se ha
expuesto, tasas de ganancia muy diversas en las diversas esferas de la
producción, según la diversa composición orgánica de las diversas cantidades de
capital invertidas en ellas. Pero el capital se retira de una esfera de baja tasa
de ganancia y se lanza a otra que arroja mayores ganancias. En virtud de esta
constante emigración e inmigración, en una palabra, mediante su distribución
entre las diversas esferas, según que en una disminuya la tasa de ganancia y
que en otra aumente, el capital origina una relación entre la oferta y la
demanda de naturaleza tal que la ganancia media se torna la misma en las
diversas esferas de la producción, y en consecuencia los valores se transforman
en precios de producción (precio de costo + ganancia media).
El capital logra esta nivelación en mayor o menor grado cuanto más elevado sea
el desarrollo capitalista en una sociedad nacional dada, vale decir, cuanto más
adecuadas al modo capitalista de producción sean las condiciones del país en
cuestión>>. (K. Marx: “El
Capital” Libro III cap. X Ed. Siglo XXI/1976 Pp. 247.
Ni más ni menos que como en la física sucede según lo demuestra el experimento de los vasos
comunicantes, donde cualesquiera
sean sus diámetros y distinta
capacidad de cada uno respecto de los demás, el líquido alcanza el
mismo nivel en todos ellos.
Así, pues, en cada país se forman diversas tasas particulares de ganancia correspondientes a las
distintas estructuras productivas
de sus respectivas empresas en cada rama de la industria. Y es el
mercado a instancias de la competencia intercapitalista, el que se encarga de homologarlas con arreglo a una Tasa General de Ganancia Promedio
representativa de todas ellas, cuyos respectivos plusvalores o ganancias particulares
respecto de los capitales empleados en producirlos, se convierten en una
magnitud de valor llamada ganancia
media, y los valores de los respectivos productos producidos por cada
empresa, pasan a ser precios de
producción.
<<La
ganancia que con arreglo a esta tasa general de ganancia, corresponde a un
capital de magnitud dada cualquiera sea su composición orgánica, se denomina
ganancia media>>. (K. Marx: “El Capital” Libro III Cap. IX)
El
mercado, pues, conforma la
Tasa General de Ganancia Media y esto es
lo que sucede en circunstancias
normales. Pero muy otra es la situación bajo condiciones de crisis de superproducción absoluta de
capital, donde la demanda adicional de medios de producción y mano de
obra se desbarata y deja de actuar
por falta de rentabilidad suficiente.
Nosotros,
pues, no razonamos tal como nuestro interlocutor ha entendido al capitalismo en crisis, es decir,
como un totum revolutum entre lo que sucede en el ámbito de la producción y lo que pasa en el mercado, cualesquiera sean las
circunstancias o condiciones por las que atraviesa el sistema en su conjunto.
Como si no existiera un principio
activo fundamental que desde el ámbito
de la producción mueve periódicamente
al sistema en una determinada dirección, hacia las crisis, modificando
radicalmente las circunstancias en todos los ámbitos de la actividad
económica.
Y lo que
hemos dicho, siguiendo a Marx, es que toda crisis de superproducción de
capital, ocurre cuando el incremento
de plusvalor obtenido por un capital global dado, según los datos
macroeconómicos reflejados en la Tasa General de Ganancia Media, resulta ser
menor respecto de lo que cuesta
producirlo. Y este fenómeno periódico típico del capitalismo, que Marx
dio en llamar superproducción
absoluta de capital, sólo se supera mediante la desvalorización y/o
destrucción física del capital excedentario —incluyendo el correspondiente a
salarios. Porque el plusvalor o masa de ganancia que se pudiera obtener con ese
capital global disponible, resulta ser insuficiente, es decir, deficitario, no
redituable, que no justifica
el hecho de invertirlo productivamente. Este último razonamiento significa
inequívocamente, que el ámbito determinante de TODO lo que sucede en el proceso económico bajo el
capitalismo en cada momento de su desarrollo histórico, NO es la oferta y la demanda; NO
es el proceso de circulación del capital; No
es lo que pasa en el mercado.
El
ámbito más propio y sustancial
de actuación que rige la dinámica
del sistema capitalista en el mundo,
determinando en todo momento el comportamiento de su criatura: la burguesía, no
es el mercado donde los productos se intercambian, sino el proceso de producción presidido por la ganancia, confrontada con lo que socialmente cuesta producirla.
El modo de producción capitalista se distingue de los anteriores, en que no
consiste en producir riqueza sino valor; y no solo valor sino primordialmente plusvalor. Tal
es el motor y la directriz objetivamente determinados por el capitalismo como
específico sistema de vida. Pero subrepticiamente inducido por el pensamiento
burgués dominante, nuestro fallido detractor ha invertido la prelación lógica
entre producción y circulación de riqueza, haciendo prevalecer esta última. He
aquí su error.
Para
comprender que lo pensado por este señor no es como en realidad sucede y así Marx
lo explica, le hemos puesto ante el siguiente planteo del problema, suponiendo
que la economía de un país llamado “Ramiro”, funcionara en condiciones normales
con un capital constante (edificios, maquinas, mobiliario, etc.) de 100.000 € y
5.000 en capital variable (mano de obra), cuya suma de 105.000 generara un
plusvalor de 2.500, es decir, a una tasa de explotación del 50% calculada en
base a lo invertido en salarios. La tasa de ganancia será, pues, del 2,38% como
resultado de dividir los 2.500 € del plusvalor obtenido, por el capital total
de 105.000 €, invertido y realizado en el mercado durante un determinado
período.
Ahora,
para abreviar los cálculos, imaginemos que los habitantes de ese país pueden
vivir del aire y que, bajo tales condiciones, en la siguiente rotación —con un
capital global incrementado de 107.500 €— en ese imaginario país ocurre un
terremoto que destruye capital constante por un valor de 500 €, y 100 € en
capital variable. Dado que en el relativamente breve período de una rotación
las cosas no suelen variar demasiado, suponga Ud. que la composición orgánica
—como proporción reinvertida en capital constante respecto del variable
(salarios)— se mantenga inalterada en 20 partes de
valor invertida en capital constante por cada unidad de valor invertida en
capital variable, con la misma tasa de explotación del 50%. Hay que considerar
aquí dos datos de la realidad: 1) que en términos de valor económico,
estadísticamente las catástrofes naturales y las guerras siempre destruyen
mucho más capital físico que humano (Ver Pp. 21 y 22 del "Informe
ONU") y, 2) que bajo el capitalismo tardío, aun en condiciones
normales, el ejército asalariado de reserva permanente (en paro forzoso), no
deja de aumentar. Pero por efecto del desarrollo tecnológico que desplaza mano
de obra por cada unidad de capital físico invertido, buena parte de los
asalariados activos, pasan a engrosar las filas del trabajo eventual o
precario.
Sobre
esta nueva estructura económico-social, en nuestro ejemplo quedan 106.900€ para
reinvertir. De esta realidad resulta que, del capital global acumulado
equivalente a 106.900€ se reinvertirían 101.555 € en capital constante y 5.345
€ en salarios. La masa de plusvalor resultante sería entonces de 2.672,50 € y
la tasa de ganancia como relación entre el capital invertido y el plusvalor
obtenido pasaría del 2,38% a ser del 2,5%, o sea, 12 décimas porcentuales más
que antes del siniestro. De aquí se infiere que, contablemente y como no puede
ser de otra manera, aun cuando los directamente afectados se vean perjudicados
toda destrucción física de capital vivifica el sistema, independientemente de
la fase del ciclo por la cual atraviesa su economía global. Por tanto, bajo
condiciones de recesión contribuye a recuperarla, porque la tasa de ganancia
aumenta. Para demostrar este extremo sin menoscabo de su veracidad científica,
hemos supuesto constante la tasa de explotación y la composición orgánica del
capital. Y aun así el fenómeno se ve confirmado matemáticamente, dado que la
tasa de ganancia resulta de dividir el plusvalor obtenido por el capital
invertido para producirlo, de modo tal que la disminución relativa del denominador en términos
globales, tiende a aumentar el cociente
o resultado como producto de valor a repartir entre la clase de los
capitalistas, incentivando así la inversión productiva.
Esta
dinámica objetiva conduce a concluir sin lugar a dudas, que las catástrofes
naturales y las guerras, aunque la perspectiva desde la que nuestro
interlocutor lo ha entendido
no lo parezca, y no es lo mismo entender que comprender[1],
en realidad bajo cualquier circunstancia, excepcionalmente crítica a no, las
destrucciones de capital apalancan
la expansión de la producción y los negocios. Y en épocas de crisis contribuyen
a la recuperación de la inversión
productiva (de plusvalor) más
rápidamente.
En
cualquier caso, naturalmente que los directamente afectados por esos siniestros,
entran en pérdida y no pocos de ellos dan en quiebra y desaparecen. Pero lejos
de debilitarse, el sistema capitalista en su conjunto se fortalece y preserva, al tiempo que todos los explotadores residuales que sobreviven se reafirman
como clase dominante. Porque la sangría en riqueza y vidas humanas —consideradas
como capital constante y variable— retrotrae la sociedad civil a las
condiciones de la acumulación existentes en un pasado económico y demográfico
que parecía superado. Desahogan el aparato productivo de la plétora de capital
global supernumerario. Es el jueguito irracional, anacrónico y perverso, de producir para destruir como
forma de vida. Una irracional y perversa dinámica recurrente consustancial al sistema.
No es
casual, pues, que no pocos investigadores y ecologistas hayan popularizado los
conceptos de “guerra telúrica y “guerra climática”, atribuidos a experimentos atómicos subterráneos y al ya
famoso proyecto H.A.A.R.P.,
a los que nosotros hemos aludido en marzo del año pasado. Son
actos humanos cuyas consecuencias económicas Henryk Grossmann se adelantó a
demostrar en su obra de 1929, donde
trata sobre las consecuencias de la destrucción
física del capital existente provocada por guerras bélicas, cuando el
desarrollo de la ciencia y la tecnología aplicado al dominio de las fuerzas de
la naturaleza, no había todavía podido influir en la meteorología ni en la
geología.
<<Si
Kautsky tenía la idea de que “la catástrofe de la guerra mundial” debería
causar el derrumbe del capitalismo, y si él, porque esto no sucedió y el
capitalismo “superó la prueba de fuego de la guerra”, niega la posibilidad y
necesidad del derrumbe”[2],
entonces esta idea es falsa. Pues de la teoría marxiana de la acumulación aquí
presentada, resulta que la guerra y la desvalorización del capital a ella
ligada debilita la tendencia al derrumbe, debiendo dar, como lo dio, un nuevo
impulso a la acumulación del capital>>. (H. Grossmann: “La
ley de la acumulación y el derrumbe del sistema capitalista” Ed. Siglo
XXI/1979 Pp. 240)
Estas
razones demuestran que, por costumbre dogmática falaz deliberadamente inducida
desde fuera de su propia inteligencia ideológicamente distorsionada por la
burguesía, nuestro interlocutor omitió
considerar bajo qué condiciones (económicas expansivas) puede efectivamente la
demanda solvente elevar el precio de la maquinaria y los salarios, y bajo qué
otras condiciones (crisis de superproducción) causar el efecto contrario. Tal como
Lenin aprendió de Marx, que para no errar en la práctica política, hay que
proceder según “el previo análisis teórico
concreto de cada circunstancia
concreta”.
Esta
metodología es imprescindible para comprender las consecuencias económicas de
una crisis de superproducción. Porque bajo semejantes circunstancias o
condiciones, la demanda (de medios de trabajo, salarios y materia prima) DEJA DE ACTUAR, en tanto y
cuanto desaparece el acicate de la
ganancia que induce a incrementar la producción de plusvalor demandando medios adicionales
para tal finalidad, dado que bajo condiciones de crisis, dicha ganancia esperada (del capital
social adicional acumulado disponible para inversión), resulta ser insuficiente respecto de lo
que cuesta producirla. Ésta y
no otra es la causa eficiente
de las crisis.
Por
tanto, en tales condiciones la demanda no influye en el sentido (burgués) que nuestro
detractor lo ha pensado (según la escasez), porque deja de actuar: Ningún
capitalista está dispuesto a ampliar la escala de su producción demandando la
compra de más instrumentos, materia prima y fuerza de trabajo para ampliar la
producción de plusvalor, si no es en condiciones objetivas redituables que justifiquen su inversión para incrementar la
producción a escala ampliada de
su negocio, es decir, si no es con ganancias
crecientes a relativos menores
costes.
Y el
caso es que las crisis suponen justamente la
situación inversa respecto de la cual este señor ha “razonado”, es
decir, por el revés de la trama, suponiendo una demanda incrementada en
realidad inexistente. Pensar que la demanda sigue actuando en condiciones de
crisis, es tanto como suponer —contradiciendo la primera Ley física de Newton—
que la inercia de un cuerpo en movimiento es la misma que bajo condiciones de
reposo.
Una vez
ocurrido el estallido de la crisis como consecuencia del descenso en la Tasa
General del Ganancia Media por déficit de rentabilidad bruta, es decir, antes de impuestos, las condiciones de la producción y
del mercado ya no son las mismas
que supuso arbitrariamente nuestro despistado detractor en su segundo
razonamiento, sino justamente al
contrario. Porque bajo tales circunstancias, la demanda para inversión
en nuevos medios de trabajo, materias primas y empleo asalariado —tanto en el
sector I (productor de medios de consumo directo), como en el sector II (productor
de medios de producción)— en la economía real, se desploma, sencillamente porque no conviene invertir en la producción de un lucro no rentable, poniendo así en
evidencia la superproducción absoluta
del capital en funciones, es decir, un exceso de oferta ante una
ganancia en descenso respecto de lo que cuesta producirla, que desalienta
seguir invirtiendo en el sector productivo de la economía capitalista.
Tal es
el pensamiento científico libre
que impide caer en la trampa embustera
del interesado pensamiento ideológico
burgués, según el cual la causa de
las crisis radica en la famosa “burbuja” de la especulación financiera, en el incontrolado exceso de capital-dinero ajeno
administrado por el contubernio entre
los bancos y el gran capital industrial y comercial, que Rudolf Hilferding
llamó capital financiero.
Casi
todo el mundo sabe dónde permanece ese capital acumulado supernumerario que se
sustrae a la inversión para crear riqueza por falta de rentabilidad suficiente:
los paraísos fiscales, donde toda esa plétora de capital ocioso acumulado permanece
a salvo de aportar a la subsistencia de sus respectivos Estados nacionales, los
mismos que permiten a esos capitales para evadir al fisco. Esta complicidad delincuencial se
acaba de confirmar una vez más en la presente crisis, a pesar de que, como es
el caso en España, mientras los ciudadanos de a pié tributamos tipos
impositivos que van desde el 24% para ingresos anuales entre 9.000€ y 17.360€,
hasta el 43% para ingresos anuales superiores a 52.360€, según acaba de reportar la ONG “IntermoonOxfam”
en su último informe Nº 32, las grandes fortunas dueñas de las más
poderosas empresas industriales y comerciales, tributan al fisco sólo el 1% de sus beneficios a
través de las llamadas Sociedades
de Inversión de Capital Variable (SICAV), en realidad un eufemismo nada que ver con los salarios, sino con
los fondos financieros de inversión especulativa. Un instrumento legal para que los grandes
capitales puedan evadir impuestos. Según este mismo informe, las familias
españolas de condición asalariada y los autónomos que no explotan a nadie, aportamos
anualmente al fisco el 91,52% de los ingresos presupuestarios estatales, mientras
que las Pequeñas y medianas empresas contribuyen con el 6,48% y las grandes
fortunas con el 1,98%. O sea, que del total anual recaudado por la hacienda pública,
sólo el 9,24% provino de quienes explotan trabajo ajeno. Así las cosas, resulta
la paradoja de que los asalariados mantienen al Estado, el mismo que privilegia legalmente a las
grandes fortunas que le defraudan.
03. Conclusión
En
síntesis: todos estos datos de la realidad económica científicamente analizados
demuestran, que las crisis estallan o suceden en el ámbito de la producción, donde la riqueza se genera y los capitalistas explotan
trabajo ajeno para los fines de acumular capital. No donde la representación de esa riqueza convertida en dinero circula y
se especula con él en sus ámbitos propios: la bolsa, el mercado inmobiliario, el
de obras de arte, divisas, materias primas, etc.
Los que
pregonan el pensamiento único burgués, omiten
deliberadamente reconocer, que el equivalente a esa masa dineraria proviene de la esfera de la
producción ya realizada, huyendo de allí expulsada
hacia los mercados especulativos, precisamente por exceder las posibilidades de inversión productiva redituable, de tal modo convertido en capital productivo excedente o
supernumerario. Inhábil para poder seguir enriqueciéndose con él en ese
ámbito de la producción.
He aquí
al descubierto la vil mentira con la
cual los ideólogos de la burguesía —desde los socialdemócratas hasta los
liberales— han venido coincidiendo en seguir dedicados a engañar con ese cuento
al personal desde hace ya doscientos años. Y por lo visto siguen
consiguiéndolo. Con la misma técnica
distractiva que utilizan los teros en épocas
de crianza, que despistan a los depredadores cantando lejos de sus nidos.
Así es
como la opinión pública se deja entrampar en el embuste de que las crisis se producen en el ámbito
donde se negocian los intercambios, más precisamente en los mercados financieros. Cuando en
realidad se preparan y consuman al interior del aparato productivo de la
sociedad, donde la fuga del capital productivo excedentario hacia los mercados especulativos, sucede tan paulatina e imperceptiblemente
para el grueso de la población, que pasa totalmente desapercibida; entre otras
causas porque bajo tales circunstancias, esos dos ámbitos de actuación del
capital se confunden y complementan.
Como es el caso del mercado inmobiliario, donde allí se especula con lo que al mismo tiempo se produce
materialmente. Y como suele ocurrir con todo lo que se prepara entre bambalinas
al socaire de la tramposa confusión, el próximo
y previsto futuro acontecimiento espectacular de las crisis, que
destruye riqueza y vidas humanas, sólo es conocido por una irrisoria minoría
relativa. Los únicos que saben por dónde van los tiros, son quienes montan el
tinglado, habida cuenta de experiencias anteriores que estos mismos
gestores-beneficiarios del desastre ha protagonizado, conocen bien y se han
venido encargando de hurtar al conocimiento de sus víctimas propicias.
La
burguesía, de cara a sus explotados omite deliberadamente
reconocer, que el equivalente a esa masa dineraria que recala en los bancos
para uso crediticio en los momentos
previos al estallido de las crisis, proviene de la esfera de la producción que huye de allí expulsada hacia los mercados
especulativos, precisamente por exceder
las posibilidades de inversión redituable,
de tal modo convertido así en capital
productivo excedente o supernumerario. Inhábil para poder seguir
enriqueciéndose con él en ese ámbito. He aquí al descubierto la vil mentira, con
la cual los ideólogos de la burguesía —desde los socialdemócratas hasta los
liberales— han venido coincidiendo en seguir engañándonos con ese “truco del
almendruco”. Y así seguirán si se les deja por la cuenta que les trae. Es
obligado, pues, recordar lo que le dijera Marx a Wilhelm
Wheitling allá por 1846, que “la ignorancia jamás ha sido de provecho
para nadie”.
Como ya
hemos visto, la ganancia global
del dinero invertido en la producción de riqueza dentro de cada país, se
reparte a instancias del mercado donde se forma la Tasa General de Ganancia
Media, según la masa de valor-capital con el que cada productor participa en el
común negocio de explotar trabajo
ajeno. Allí, aunque unos más que otros, casi todos ganan en
proporción a lo que cada cual invierte. Por eso Marx ha dejado dicho
que, ese ámbito bajo condiciones de expansión, funge como una cordial y
pacífica “cofradía práctica”. Otra es la realidad en los mercados especulativos bajo condiciones de crisis, donde esa
cofradía pacífica entra en guerra de todos contra todos, y lo que unos ganan otros lo pierden. ¿Qué sentido tiene,
pues, arriesgar capital propio en los mercados especulativos, si no es porque invirtiendo en producir riqueza
material, deja cíclicamente de ser
redituable?
De hecho,
la especulación sustituye a
la producción cuando ésta última ya entró en crisis de superproducción. Como en
los demás ámbitos de la ciencia, es necesario, pues, distinguir aquí también
entre la realidad y su engañosa apariencia:
entre las crisis de superproducción
de capital que se preparan sin
alharacas en el ámbito de la producción, y sus espectaculares formas de manifestación explosiva
que tienen por escenario a los mercados
especulativos.
Un
escenario qué los intelectuales a sueldo y prebendas del sistema —tanto los orgánicos como los inorgánicos[3]—
utilizan oportunamente como señuelo para pescar
voluntades políticas incautas en río revuelto, escamoteando la
verdadera realidad del capitalismo. Allí se les puede ver vendiendo su
distintiva chatarra ideológica, cómodamente ubicados en sus respectivos
partidos políticos de izquierda, derecha y centro, desde donde procuran tomar
electoralmente por asalto las instituciones de Estado, ocupando escaños en los
parlamentos o puestos destacados en organismos ejecutivos ministeriales.
También buscan su sitio en los medios de comunicación de masas, como habituales
publicistas en periódicos o tertulianos radiales y televisivos, donde ganan
dinero y popularidad como afectos y asiduos colaboradores, en la moderna industria
del espectáculo engañabobos al servicio del embrutecimiento general.
Ya es
hora de ir sabiendo, pues, por qué sinrazón perversa los intelectuales de la
burguesía —a izquierda y derecha del espectro político-institucional de cada
Estado-Nación— ya sean orgánicos o inorgánicos[4]—
actúan en los más diversos
ámbitos de los medios de comunicación de masas, donde ganan dinero y
popularidad como afectos y asiduos bufos en la moderna industria del espectáculo engañabobos, al
servicio del embrutecimiento general. ¡¡Ya es hora!!
Siguiendo
el hilo de nuestro razonamiento, una vez que la burbuja especulativa del dinero fácil revienta, el sistema
entra en recesión prolongada, hasta el momento en el que la masa de capital
supernumerario o remanente —incluido el capital variable (salarios)— se
desvalorice y/o destruya lo suficiente, como para que la ganancia que pueda
obtenerse de su magnitud invertida en la producción, retorne a ser lo
suficientemente rentable, como para pueda justificar el hecho de volver a
producirla con regular continuidad, una rotación tras otra. Y vuelta a empezar
con el jueguito macabro de construir para destruir, da igual a que coste social
se lleve a cabo.
Por
tanto, el error de pensar y proceder durante las crisis, como si los mercados
donde se negocia el intercambio de riqueza material se siguieran comportando
exactamente igual que bajo condiciones normales, consiste en sacar conclusiones
pensando según la Ley de la oferta y la demanda, es decir, como si la crisis no
existiera y el proceso de acumulación estuviera cursando la fase expansiva del
ciclo, donde las ganancias crecientes estimulan la inversión productiva en la
economía global y, consecuentemente, la demanda
general de medios de producción y empleo prevalece sobre la oferta.
Hablar
de una crisis de superproducción de capital, significa reconocer el hecho de
que en esos dos mercados fundamentales o directrices de la economía, no solo se
genera una brusca y aguda disminución relativa de la demanda de medios de
producción respecto de la oferta existente —que así resulta supernumeraria—,
sino que esa demanda se torna prácticamente
nula. Y esto explica que los almacenes de los intermediarios
comerciales dedicados a la venta de maquinaria y materias primas permanezcan
abarrotados, al mismo tiempo que las filas del paro en todas las oficinas de
empleo se prolonguen día que pasa:
<<En tiempos de crisis (…) la tasa de ganancia (como relación entre la masa de ganancia y lo que cuesta producirla) y, con ella, la demanda de capital industrial, han desaparecido…>>. (K. Marx: “El Capital” Cap. XXXI Aptdo. 1. Lo entre paréntesis y el subrayado nuestros)
Y esto
supone desinversión productiva, regresión económica, desvalorización del
capital físico, paro asalariado, baja de salarios y aumento de la tasa de
explotación. Seguidamente la crisis se traslada al aparato estatal, donde la
deuda privada se convierte en deuda pública que tiende a paralizar sus
servicios esenciales, situación que se traduce en miseria generalizada,
sufrimiento y muerte masiva que se ceba sobre los sectores más humildes de la
sociedad. Todo ello por causa esencial del exceso
de oferta en medios de producción sobre la demanda, que sigue
impidiendo la recuperación del aparato productivo al interior de la sociedad
civil.
En este
momento de la recesión, Marx
aclara que la desinversión por parte del capital privado no se explica por falta de poder adquisitivo de
los salarios, y menos aun por falta
de crédito “a empresas y familias”, tal como al día de hoy pregonan “catedráticos”
y demás teóricos socialdemócratas
desde la hipócrita “oposición” a los partidos políticos de “la derecha” —con
quienes comparten intereses e ideas estratégicamente
afines— haciendo gala de sus títulos académicos para justificar tales
falacias en todos los medios de difusión que recorren diariamente.
Ya lo
decía el conocido sociólogo Marx Weber, señalando que los políticos de todos
los colores tienen por método de comportamiento social, alternar entre la ética de las ideas que practican
estando fuera del gobierno, y la ética
de las responsabilidades a la que se ajustan, cuando tras engañar con
falsas promesas y resultar elegidos para ejercer el poder en situaciones como
ésta, hacen todo lo contrario. Mientras tanto, la causa de que la economía
mundial tarde en recuperarse, sigue radicando en que invertir en medios de
producción y empleo asalariado para expandir la producción con fines lucrativos, sigue resultando no rentable, porque el incremento del rédito necesario para superar este trance, permanece hundido respecto de lo que cuesta obtenerlo.
Un
situación que no puede ser superada por
ningún gobierno, sea nacional o multinacional, actuando a contrapelo de lo que la Ley económica del valor prescribe y férreamente determina
que deba ocurrir, o sea, desvalorización y destrucción del capital
excedentario, constante y variable[5],
a la vez que recrudeciendo la explotación sobre los asalariados, para forzarles
a que trabajen más y con mayor intensidad, por menos salario[6].
Esto es lo que acaba de recomendar la delegación del FMI en España, tal como
así se ha venido comportando la “derecha” del Partido Popular desde que se aupó
al gobierno tras prometer lo contrario.
Por
tanto, bajo semejantes condiciones de recesión, la sobreoferta en medios de producción
y mano de obra respecto de la demanda, es decir, la desinversión productiva, el
paro y la miseria, persisten. Y esta realidad tan tozuda determina,
férreamente, que los precios de esas tres mercancías (medios de trabajo,
materias primas y salarios) tiendan a bajar todavía más y no al revés. Para eso
no hay más que observar el sube y baja de sentido histórico descendente —como
en dientes de sierra— que ha venido registrando la bolsa de valores bajo tales
condiciones recesivas de tipo especulativo. Esto es lo que la intelectualidad burguesa de
todos los colores políticos, sigue omitiendo deliberadamente reconocerle a Marx
por la cuenta que les trae, según la máxima que reza: “donde se come no se
caga”.
De aquí
se infiere el error generalizado, consistente en pensar las crisis de
superproducción de capital como si no incidieran para nada en la “lógica” del
mercado, como si no trastocaran
el sentido de la relación entre oferta y demanda de esas tres mercancías fundamentales que
constituyen el capital productivo, en torno a cuyo centro de gravedad se mueven y no al revés. Más precisamente
cabe decir, que el equívoco radica en haber invertido la prelación que
realmente existe y opera, entre la producción
y la circulación de la
riqueza, o sea, cuál de estas dos
categorías funcionales del capitalismo explica y determina el
comportamiento de la otra. Y en esto radica el “quid” de la cuestión en materia
de economía política.
El
pensamiento económico dominante
machacó sobre lo que la vida en sociedad acabó considerando como un dogma
—porque parece ser algo de cascote— que no necesita demostración alguna, y es
que los precios de las mercancías están determinados en todo momento por las fuerzas del mercado, que incondicionalmente mueven la
oferta y la demanda según el criterio
subjetivista ocasional de la escasez y la abundancia. Las cuales, a su
vez, mueven los precios haciéndolos oscilar por encima o por debajo de
determinada magnitud según las circunstancias. Pero el despiste ante semejante
impacto de lo que solo parece ser
incontrovertible, impide razonar bajo condiciones
excepcionales en las cuales la oferta y la demanda coinciden. Y el caso es que cuando esto sucede, esas dos
fuerzas (oferta y demanda) se anulan
mutuamente y, por tanto, dejan
de explicar por qué causa el
precio de una mercancía, por ejemplo, la fuerza de trabajo, es de una
determinada magnitud y no de otra cualquiera. De esta situación Marx sacó la
siguiente conclusión:
<<…la oferta y la demanda ya no
explican nada. El precio del trabajo, suponiendo que la oferta y la demanda se
equilibren, es su precio natural (o
valor, equivalente a lo que los obreros necesitan para reproducir su fuerza de
trabajo en condiciones óptimas para sus patrones), precio cuya determinación es independiente de las relaciones de la
oferta y la demanda y sobre el cual debe, por tanto, recaer nuestra
investigación>>. (“El Capital” Libro
I Cap. XVII. Lo entre paréntesis y el subrayado nuestros)
Dejándose
llevar por este hilo esencial conductor del pensamiento científico, y haciendo
por completo abstracción de los contingentes
movimientos de la oferta y la demanda, Marx llegó a precisar la naturaleza del valor —como categoría rectora de los precios—
contenidos en las diversas mercancías, según el tiempo de trabajo social necesario insumido en producirlas. Tal
como el núcleo de los átomos rige el movimiento de las partículas elementales que
gravitan en torno suyo. Nuestro despistado interlocutor, por el contrario, siguiendo
a pie juntillas el pensamiento único
burgués, ha procedido a sacar conclusiones equivocadas, atendiendo exclusivamente
a los precios como contingente
forma de manifestación económica
y no a sus respectivos valores
determinantes, como que son su necesario
fundamento y fuerza gravitatoria de la economía capitalista.
Dando
por cierta y válida la falacia de ese pensamiento económico dominante, según el
cual, la Ley de los mercados prevalece sobre la Ley de la Tasa General de
Ganancia y con absoluta independencia respecto de lo que sucede en el proceso
de producción, este falaz “razonamiento” inducido es el que ha desorientado a
nuestro interlocutor, hasta concluir en el error de sostener, que la circulación de la riqueza no
solo determina la producción, sino que también la explica. Y en realidad es
justamente al revés. Por eso ha desterrado de su pensamiento a la Ley de la tendencia históricamente decreciente
de la Tasa Media de Ganancia, que Marx no casualmente ponderó como la Ley en última instancia determinante
de las relaciones entre las distintas categorías económicas bajo el capitalismo
y de su necesaria dinámica, de lo cual pudo concluir que la vigencia de este
sistema de vida no es eterna sino históricamente transitoria:
<<Esta
ley es, en todo respecto, la ley más importante de la moderna economía política
(...) que pese a su simplicidad, hasta ahora nunca ha sido comprendida y, menos
aún, explicada (...) Es, desde el punto de vista histórico la ley más
importante…>> (K. Marx: "Elementos Fundamentales para la
Crítica de la Economía Política" (Grundrisse) l857/l858 Ed. Siglo XXI
México /l977 Pp. 634. El subrayado nuestro).
¿Por qué
es importante esta Ley? Pues porque demuestra que este sistema, aun cuando en
realidad no tenga fecha precisa de caducidad —como los yogures— es
históricamente transitorio, tanto como su actual clase dominante. Y que hacia
ese destino avanza con la misma velocidad en que progresan las fuerzas
productivas del trabajo social. La prueba está en que según se suceden periódicamente,
las crisis son cada vez más profundas y difíciles de superar.
Esta
sociedad no se rige, pues, por la Ley de la oferta y la demanda sino por la
ganancia esperada respecto de lo que cuesta producirla. Y esperada quiere decir
no según el deseo de quien se gasta dinero en jugar un décimo a la lotería,
sino después de hacer un previo
cálculo preciso según los datos de la realidad disponibles en cada
empresa. Pero a nosotros, los explotados, se nos ha venido contando otra
historia.
Ni
nosotros ni el ocasional oponente nuestro en esta polémica tenemos la culpa de
este tipo de embustes. Porque de ser cierto que pertenecemos a la misma clase y
en tanto y cuanto las mayorías en entre nosotros quieran seguir dejándose
engañar, perdemos todos. ¿Tienen la culpa los burgueses? :
<<Dos
palabras para evitar posibles equívocos. No pinto del color de rosa, por
cierto, las figuras del capitalista y del terrateniente. Pero aquí solo se
trata de personas en la medida en que son la personificación
de categorías económicas, portadores de determinadas relaciones e intereses de
clase. Mi punto de vista con arreglo al cual concibo como proceso de
historia natural el desarrollo de la formación económico-social, menos que
ningún otro podría responsabilizar al individuo por relaciones de las cuales él
sigue siendo socialmente una creatura,
por más que subjetivamente pueda elevarse sobre las mismas” (K. Marx: “El
Capital” Libro I. Prólogo a la primera edición.)
El capitalismo —y naturalmente los
individuos que forman parte constitutiva de su clase dominante: la burguesía—
no se rigen, pues, por la Ley de la oferta y la demanda sino por la ganancia
esperada respecto de lo que cuesta producirla. Y esperada quiere decir no según
el deseo de quien arriesga su dinero jugando un décimo a la lotería, sino
después de hacer un previo cálculo
preciso según los datos de la realidad disponibles en cada empresa.
Pero a los explotados se nos ha venido contando otra historia. ¡¡Y ya está bien
con que nos sigamos dejando engañar!!
Consignas políticas Programáticas
1) Expropiación de todas las grandes y medianas empresas privadas
sin compensación alguna.
2) Cierre de la Bolsa de
Valores.
3)
Control obrero permanente de la producción y de la contabilidad en todas
las empresas.
4) De cada cual según su
trabajo y a cada cual según su capacidad.
[1] Hegel se
alejó radicalmente de la teoría del conocimiento kantiana, distinguiendo entre
la actividad del pensamiento
reflexivo meramente empírico, respecto de la actividad verdaderamente
racional y científica del intelecto humano, que él llamó “pensamiento libre”. La actividad reflexiva saca sus
conclusiones de lo que cada sujeto percibe
de la realidad que le circunda, pensando por mediación de las sensaciones, de los cinco
sentidos. Los “datos inmediatos de la conciencia” según decía Henry Bergson. El
entendimiento es, pues, para Kant, el fiel reflejo en el pensamiento, de las sensaciones o formas de manifestación del objeto. Es
decir, de lo que parece ser, de lo aparente. O sea, de lo que el pensamiento hace inteligible de
cada objeto exterior al sujeto, según
se manifiesta y es percibido por a través de sus cinco sentidos. Por ejemplo, el goce entendido por los
psicólogos de la economía, como principio “racional” que determina el valor
económico de los productos del trabajo. De aquí se infiere que la actividad
reflexiva sirve para entender la realidad según sus
formas de manifestación, es decir, a través de las percepciones sensibles del
sujeto, pero no lo que es íntimamente, su esencia.
Kant dice: los seres humanos sólo podemos entender
las cosas que se manifiestan en el espacio y en el tiempo, distinguiéndolas
unas de otras por su forma de
manifestarse. O sea, podemos entender los fenómenos, pero lo que no podemos es comprender el noumeno, es decir,
la razón de ser que determina lo que
cada objeto es esencialmente y existe, cómo algo real y específicamente
distinto a los demás. Y no podemos, porque este conocimiento del ser
y existir esencial solo es un atributo
de Dios. Aunque no logró emanciparse de su concepción religiosa del
mundo, Hegel supo y pudo racionalmente distinguir entre entendimiento y
comprensión, como dos facultades
propias del ser humano, la segunda de orden superior a la primera, en
tanto que puede conocer la esencia
o razón de ser y existir de las personas y las cosas. Hegel rompió así con la
tradicional teoría religiosa Kantiana del conocimiento.
[2] Karl Kautsky: “Materialist. Geschichtsauffassung” (Concepción
materialista de la historia) T. II Pp. 559. Sombart se remite a los períodos de
auge tras la revolución francesa, las guerras napoleónicas, la revolución de
julio en Francia, la conmoción del 1848 y tras la guerra franco-alemana, “Die Deutsche Volkswirtschaft im 19” (El
gobierno obrero alemán en el siglo XIX. Se refiere a la “Comuna de París”.
GPM). “Jahrhundert” (La Economía política alemana en el siglo XIX,
Pp. 91)
[3] Distinción
hecha por Antonio Gramsci, según fueran ellos mismos de condición social
propiamente burguesa o no
[4] Según Antonio Gramsci, a diferencia de los inorgánicos
todo intelectual orgánico es
todo aquél, que además de acreditar tal condición espiritual, es él mismo un
capitalista, un empresario, un explotador
de trabajo ajeno.
[5] Aquí se impone recordar lo que recientemente dijera el señor Joan Rosell, actual Presidente de la Corporación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE), refiriéndose a los empleados públicos como “esa grasa que sobra”.
[6] Así fue como lo
sentenciara el empresario Gerardo Díaz
Ferrán, antecesor inmediato de Joan Rosell a cargo de la CEOE, hoy
encarcelado.