Nueva transición política
en España hacia ninguna parte
<<En una sociedad avanzada y, como consecuencia necesaria de su posición social, el pequeño burgués por una parte se hace socialista y, por otra, economista, es decir, se siente deslumbrado por la magnificencia de la gran burguesía y simpatiza con los dolores del pueblo. Es al propio tiempo burgués y pueblo. Se jacta en el fuero interno de su conciencia de ser imparcial, de haber encontrado el justo equilibrio que se proclama diferente del justo medio. Semejante pequeño burgués diviniza la contradicción, puesto que la contradicción es el núcleo de su ser. Él no es sino la contradicción social en acción. Él debe justificar en la teoría lo que es en la práctica, y el señor Proudhon tiene el mérito de ser el intérprete científico de la pequeñoburguesía francesa, lo cual es un verdadero mérito, porque la pequeñoburguesía será parte integrante (contrarrevolucionaria) en todas las revoluciones sociales que se preparan>>. (Carta de Marx a Pavel V. Annenkov del 28 de diciembre de 1846. Lo entre paréntesis y el subrayado nuestros).
01. ¿Cuál es el código genético de la
socialdemocracia en la teoría?
Es indudable que la alternancia en el ejercicio del poder político estatal,
entre los partidos de la derecha
ultraliberal gran burguesa conservadora y los de la izquierda pequeñoburguesa reformista, ha venido siendo en
todas partes una realidad recurrente de la burguesía
en su conjunto. Pero no es menos cierto que esas disputas políticas
están predeterminadas por distintos
intereses económicos privados, muy precisos, que hacen a eso que se reconoce
por la palabra “competencia”.
Analicemos brevemente, pues, la contradicción contenida en esa categoría económica. En 1839
fue Louis Blanc quien en su obra titulada “La organización del trabajo”, siguiendo a Charles Fourier atribuyó “todos los males de la sociedad capitalista a
la competencia económica”. Años después, fue objeto de estudio y difusión por
el filósofo de la economía política llamado Pierre
Joseph Proudhon, otro de los
precursores de la socialdemocracia.
En su conocida obra titulada: “Filosofía de la miseria” que publicó en octubre de 1846, Proudhon llegó
a la conclusión de que la pequeña burguesía no tiende a eliminar la competencia
sino al contrario, pero no deja de prometer
que la quiere moderar a
instancias del Estado Policial. “La competencia tiene un lado bueno y un lado
malo”, señaló, ante lo cual Marx en “Miseria
de la filosofía”, le respondió seguidamente diciendo que, según el
pensamiento acuñado por la intelectualidad pequeñoburguesa, es preciso que el
Estado policial cultive el “lado bueno” de la competencia combatiendo su “lado
malo”. Teniendo en cuenta, naturalmente, que la competencia económica presupone
como condición de su existencia, el
derecho todavía vigente a la propiedad privada sobre los medios de producción y
de cambio, es decir, lo más sagrado para la burguesía en su conjunto:
<<El lado bueno y el lado malo, la ventaja y el inconveniente, tomados en conjunto forman según Proudhon la contradicción inherente a cada categoría económica. Problema a resolver: Conservar el lado bueno, eliminando el malo>>. (K. Marx: Op. Cit. Versión digitalizada Pp. 69).
¿Cuál es el lado bueno de la competencia según
Proudhon? Que propende al desarrollo cada vez más eficaz del trabajo social, una
virtud intrínseca del ser humano en cualquier etapa histórica de su existencia
en sociedad. ¿Cuál es su lado malo? La tendencia natural al monopolio de unos relativamente
pocos grandes capitales, que desbaratan
periódicamente a los pequeños en circunstancias críticas para ellos, pero que bajo
condiciones favorables vuelven a proliferar. La existencia de cada pequeño y
mediano capital que ocupa el lugar de otros ya desaparecidos, ha sido y es tan
efímera que no suele por lo general prolongarse, más allá de la segunda
generación de las familias propietarias que se aventuran a ponerlo en
movimiento:
<<La lucha de la industria media con
el gran capital, no debe considerarse como una batalla formal en que las tropas
de la parte más débil quedan diezmadas cada vez más, sino como una siega periódica
de los pequeños capitales, que (así) no
cesan de brotar para ser de nuevo seccionados por la guadaña de la gran
industria>>. (Rosa Luxemburgo: “Reforma
o revolución”. Ed. Fontamara. Barcelona/1978 Cap. II Pp. 56. Lo entre
paréntesis nuestro). Versión digitalizada. Ver en Pp. 49).
<<En la competencia, el mínimo creciente del capital que va haciéndose necesario, a medida que aumenta la productividad para poder explotar con éxito una empresa industrial independiente, se presenta de la siguiente manera: una vez que se implanta con carácter general la nueva instalación más (productiva y) costosa, los pequeños capitales quedan eliminados de la industria para el futuro. Sólo en los comienzos de los (nuevos) inventos mecánicos en las distintas esferas de la producción, pueden funcionar de un modo independiente los pequeños capitales>>. (K. Marx: “El Capital” Libro III. Vol. 6. Cap. XV. Aptdo. 3. Notas complementarias. Ed. Siglo XXI/1976 Pp. 337. Lo entre paréntesis y el subrayado nuestros). Versión digitalizada. Ver en Pp. 337).
De estos antecedentes históricos periódicamente repetitivos cabe discernir, que la
competencia entre los pequeños capitales, fue la condición de existencia del gran capital oligopólico en
general, al mismo tiempo que este último tampoco dejó de ser nunca una condición de existencia, intermitente o
coyuntural, (ahora sí, ahora no) de los pequeños y medianos capitales. Así es cómo ambos sectores de
las clases dominantes capitalistas quedaron convertidos en co-protagonistas de esa
deriva periódica cíclica, determinada por la ley del valor económico vigente a escala planetaria. Un proceso que no depende de la voluntad de nadie.
O sea, que la sociedad civil (económica) en todo el mundo, bajo tales
condiciones capitalistas resulta ser humanamente
ingobernable. Porque al estar presidida por la Ley económica objetiva del valor, regulada por
la oferta y la demanda en los mercados, es un mundo donde la subjetiva libertad no existe
para nadie. Con la única diferencia de que a los burgueses en general, esa enajenación por momentos les
hace sentir muy bien.
Esto
explica por qué causa los partidos políticos
socialdemócratas —ya sea que representen a la pequeña o a la mediana burguesía—,
se hayan venido negando a resolver políticamente
su contradicción económica
con el gran capital. Y se niegan, porque los particulares intereses de esas dos
partes coinciden esencialmente en que son de idéntica naturaleza sistémica. Ergo,
ambas se solidarizan en la tarea primordial de mantener viva esa contradicción,
de modo que para las tres partes
es un deber sagrado contribuir a que sea políticamente
irresoluble. O sea, que las tres fracciones de la burguesía dominante asumen
la competencia como una contradicción
sistémicamente no antagónica y, por tanto, estratégicamente conciliable para sus tres partes, que no
puede ni debe ser cuestionada ni resuelta o superada, naturalmente, por ningún
gobierno bajo el régimen de vida social capitalista.
En la España de hoy día, por ejemplo, para
los fines estratégicos de garantizar
la continuidad del sistema capitalista da igual que gobierne la formación
política llamada “Podemos”, “Izquierda Unida”, el “PSOE”, “Ciudadanos” o el
“Partido Popular”. Y esto es así, en primer lugar, porque como acabamos de
explicar brevemente y así ha sido ratificado por la historia, lo que suceda cómo y cuándo en
la base material o económica de esta
sociedad, es ajeno a la voluntad política de nadie; ¡¡DE NADIE!! dado que el sistema
se rige por la objetiva y ciega ley
del valor económico que se regula por la no menos ingobernable ley de
la oferta y la demanda en los
mercados. Y en segundo lugar, porque cualquiera sea el partido político
de cuño burgués que eventualmente gobierne en cada país, todos ellos son,
esencialmente hablando, como solía decir el pueblo español en los tiempos de
los reyes católicos, refiriéndose a Isabel y su consorte
Fernando, que “tanto montan, montan tanto”. Lo demás es puro cuento para
incautos.
Y en lo que respecta a las condiciones
políticas bajo la “democracia representativa”, sucede que a caballo de aquellas
fabulaciones de Proudhon acerca de la contradicción
entre sectores de una misma clase social que compiten, decir que suelen acordar
todavía la gran mayoría de los asalariados en todas partes. Creyendo en la
ingenuidad de que nos irá mejor si entre los tres sectores de la clase burguesa
dominante, dejamos de lado al que nos acaba de gobernar mal, y votamos al que más
y mejor nos promete gobernar
en el futuro inmediato. Ni más ni menos que como si fuéramos niños de teta,
ignorantes de que la distribución social
de la riqueza no depende de la política
económica que aplican los distintos gobiernos de turno, sino de la economía política, es decir, de
la ley del valor, sobre la cual es imposible incidir si no es dejando fuera de
la ley jurídica la propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio.
Mantener a los explotados en la
permanente ignorancia sobre su propia realidad. De esto se trata para las tres
partes constitutivas de la clase burguesa dominante. Y para eso están los
aparatos ideológicos del Estado, los medios de comunicación de masas y la
industria del entretenimiento. Así es como los explotados desperdiciamos nuestro
tiempo libre que debiéramos utilizar en buena parte, para conocer este mundo
tal como es y no como aparenta. Porque así es como somos llevados de las
narices para poder mantenernos divididos entre las distintas fracciones
políticas de la misma clase social
dominante, que aparentan ser distintas sólo porque compiten para ejercer
el poder en las instituciones estatales, e incluso a pesar de que no pocas
veces, esa competencia desemboca en guerras civiles al interior de ciertos
países, cuando no en guerras mundiales, donde nosotros en el nombre de “la
patria” somos la carne de cañón. Conformando una realidad en la que todo cambia
pero en lo esencial, es
decir, el sistema capitalista, permanece invariable. Que de esto se trata
fundamentalmente para ese juego de
trileros al que políticos y
empresarios han venido jugando a expensas nuestras. Y no desde hace poco sino
desde los tiempos de la Revolución Francesa.
Y el caso es que este específico “ser y hacer más de lo mismo”, compete a los
sujetos actuantes en cada una de esas tres categorías —económicas y políticas— de
la misma clase dominante. Y
para el conjunto de todos ellos en general, ese ser y su quehacer consiste primordialmente
en acaparar poder económico y político-institucional, este último ajustado a la
ley del valor económico y a
la ideología burguesa
vigente, según el cargo y responsabilidad que cada uno de esos representantes
políticos eventualmente alcance a desempeñar en el gobierno de su respectivo
país, con más o menos el mismo e inconfesable interés en acaparar la mayor concentración personal posible de poder
y riqueza. Salvo muy raras y honrosas excepciones como es el caso,
últimamente, del ya expresidente uruguayo José Mujica.
Y en lo que respecta a los de la clase social intermedia entre los dos extremos, es decir, la
pequeñoburguesía, como bien dijera Marx ambicionan los mismos lujos que ostenta
la gran burguesía, al mismo tiempo que se duelen ante las penurias de los más pobres
en la escala social. Sin embargo, puestos a optar ante las dos alternativas de
la contradicción, esta especie de sujetos oportunistas en condiciones normales, suelen decidirse casi siempre por conseguir
lo que disfrutan sus estratos superiores, o sea que instintivamente se ocupan de
trepar hasta las más altas cotas del poder político institucional que les permite
acceder a las mayores cotas posibles de riqueza para ellos. Y bajo condiciones
extremas en que las mayorías explotadas agotan su paciencia, como dijera
Trotsky “el falso dado político del
pequeñoburgués, gira en una dirección y en otra según los vientos de la lucha
de clases, pero que siempre se detiene sobre su base más pesada”: hasta hoy
la gran burguesía que suele prestarse para resolver estas contingencias y
mantener en su sitio a la clase obrera dentro del sistema.
Mientras tanto, los políticos de medio
pelo proceden como en la Biblia, cuyas tres cuartas partes van dedicadas a la
glorificación de los pobres. Pero en la intimidad de sus despachos muy bien
alfombrados y mejor amueblados, negocian con los distintos empresarios privados
el reparto del lucro derivado de las obras públicas —que discrecionalmente les
asignan a dedo— en detrimento del erario estatal. Un patrimonio cuya mayor
parte se recauda a expensas del dinero que aportan las mayorías sociales
explotadas en concepto de impuestos. Al mismo tiempo que ese contubernio entre políticos
y empresarios, contribuye solidariamente a su deseo de garantizar la continuidad del sistema, por la
cuenta que les trae.
. Así son las cosas vistas desde la
perspectiva existencial de los de arriba,
del mismo modo que así es cómo a la postre nos va de culo a nosotros, los de abajo, relativamente cada
vez peor. Y es así porque muy cómodamente hemos venido decidiendo ignorar la verdad sobre nuestra propia realidad, para atender exclusivamente al
“chocolate
del loro” con el que nos han
venido conformando los de arriba —pero que ahora ya ni siquiera eso pueden—,
para alimentar nuestro mal ejemplo
ciudadano. El peor posible que trasmitimos a nuestros propios hijos.
Finalmente nos preguntamos si será
necesario volver a insistir en explicar la tan rotunda y comprensible como irrefutable
demostración de Marx, acerca de las causas que conducen a la necesaria e
inevitable caducidad del sistema capitalista. Porque si el proletariado mundial
sigue deambulando sin el rumbo teórico preciso que le exige su condición de
clase explotada en esta sociedad, con tales alforjas ideológicas y políticas desprovistas
de certidumbre revolucionaria, todavía nos esperan las peores y más adversas condiciones
de existencia.
A ver, pues, si espabilamos de una vez
por todas para asumir nuestra responsabilidad en este mundo. Porque lo más grave y estúpido que se le pueda
pasar por la cabeza en su vida a cualquier
asalariado, a la hora de ejercer su condición política de ciudadano sin distinción de sexo, es
pensar y proceder en contra
de lo que hoy día nos exige la realidad —cada vez con más urgencia— según se
agrava el deterioro de nuestra situación en esta sociedad decadente. Porque el
de hasta hoy es un comportamiento indigno que no solo supone actuar contra nosotros
mismos, sino también contra nuestras familias y la clase social a la que
pertenecemos. Dicho más claramente: al confiar en partidos políticos que de
hecho sólo pueden representar a la clase social de los explotadores, ese acto político
suyo convierte a cada ciudadano de condición asalariada, ipso facto, en un ingenuo
explotador “ad honorem” entre los demás, o sea, esos que muy lejos de comportarse
como suelen prometer, se siguen lucrando a expensas de nuestro trabajo.
Así las cosas, el hecho de confiar en
cualquier organización política que se niegue a cambiar radicalmente la sociedad actual, es la más absurda e
insensata tontería que cualquier asalariado pueda llegar a cometer en su vida. Porque
tal como Marx pudo demostrarlo científicamente, desmitificando la proposición expuesta
por aquel “chapuzas teórico” precursor
de la socialdemocracia moderna, llamado Pierre Joseph Proudhon, la conclusión más
categórica e indiscutible confirmada por la experiencia política bajo el
capitalismo es, que “Nadie hará por los
asalariados, lo que ellos no sepan hacer por sí mismos”.
Y al decir esto, lo que Marx ha
querido proponer como definitiva solución
al problema de la contradicción
contenida en la competencia económica
intercapitalista, es que la propiedad
privada sobre los medios de producción y de cambio, al igual que la falsa
y tramposa democracia representativa,
ambas formas de vida social y política ya caducas por nocivas al ser humano
genérico, sean incondicional y radicalmente sustituidas por la propiedad en común y la democracia directa.
02. ¿Y en la práctica?
A lo largo de su historia la
pequeñoburguesía jamás pudo independizarse
políticamente del gran capital. Entre otras causas, porque la formación
de la gran burguesía oligopólica
fue el resultado inevitable de la competencia
entre los pequeños capitales durante la etapa más temprana del sistema capitalista. Y porque
como ya hemos dicho por activa y por pasiva, de hecho esas tres fracciones de la misma clase social explotadora, son
las que alternativamente han venido estando representadas en las instituciones
políticas de los distintos Estados nacionales del llamado primer mundo más
desarrollado, porque las mayorías sociales asalariadas así lo hemos decidido.
Y en los países relativamente
atrasados de la periferia capitalista mundial, donde los grandes capitales del
centro imperialista no han tenido hasta hace poco tanta presencia, es ahora
mismo a raíz de la profundidad y extensión de la presente recesión mundial, que
a instancias de su gobierno el gran capital norteamericano, líder político
indiscutible del capital imperialista, intenta recuperar el control político
allí, donde lo había perdido y más se han acusado las consecuencias económicas
y sociales de la presente deriva hacia el colapso definitivo del sistema
económico capitalista mundial, que no podrá ser automático. Y en esta tarea
está ahora mismo concretamente procurando conseguirlo, por ejemplo, en
Argentina, y pretende hacer lo propio en Brasil, Venezuela y Haití.
La primera demostración práctica de la
basura ideológica que ha venido infectando el alma política del proletariado a
instancias de la pequeñoburguesía, recién pudo salir a la luz en el segundo
decenio del Siglo XX. En agosto de 2014 se cumplieron no sólo 100 años desde la Primera Guerra Mundial, sino
también el centenario de otra debacle: el colapso de los principios ideológicos
y políticos adoptados por la Socialdemocracia
Internacional, una organización política que desde su fundación en 1848
se había consagrado al marxismo, logrando
unificar en torno a esas ideas a los partidos políticos de base obrera —pero de
dirección política mayoritariamente pequeñoburguesa—
proclive por tanto a traicionar aquellos ideales hasta entonces proclamados en casi
todo el mundo. Aquél segundo decenio del Siglo XX fue también el inicio de un
período en el que, precisamente por efecto de la competencia económica —no ya
entre los pequeños y grandes capitales
nacionales sino entre los más poderosos capitales internacionales en plena expansión del sistema capitalista a escala mundial—, se
había afianzado la etapa del capital transnacional
imperialista. Una situación caracterizada por la euforia de los
negocios y acechanzas de guerras de rapiña entre países, cuyos engañosos indicios
parecían demostrar que las predicciones de Marx eran equivocadas.
Aún así, las resoluciones que se
aprobaron por unanimidad en los sucesivos Congresos de la Segunda Internacional Socialista, como el de Basilea en 1912 durante la primera guerra
de los Balcanes, se opusieron a
la guerra mundial que por primera vez se insinuaba y que, en aquél congreso,
fue caracterizada como "una guerra
imperialista" contra la cual y según el texto literal de la
resolución: "los trabajadores de
todos los países deben establecer la fuerza de la solidaridad internacional del
proletariado". Pero cuando la guerra mundial estalló el 2 de agosto de
1914, casi todos estos partidos en su mayor parte dirigidos en Europa por la intelectualidad pequeñoburguesa,
respaldaron la decisión de los grandes capitales en sus respectivos países, traicionando
así los principios históricos de paz entre
los pueblos ratificados por aquél Congreso de la Internacional Socialista
en Basilea. Y en ese plan, fue el Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) liderado
por intelectuales de medio pelo como Eduard Bernstein y Karl Kautsky, el que se puso al frente de aquella traición el día
4 de ese mismo mes, votando favorablemente la solicitud de los créditos de
guerra, para participar en el negocio destructivo y sangriento que fue aquella confrontación
bélica internacional, tal como es el caso en todas las guerras.
Desde que sucedieran aquellos
acontecimientos, en que los grandes capitales europeos lograran “rescatar” a la
pequeñoburguesía intelectual del marxismo, para ponerla definitivamente a su
servicio, el descalabro político que acaba de suceder en España a raíz de la
última gran crisis terminal del capitalismo como sistema de vida dominante, es
perfectamente comprensible. Descalabro en la derecha política liberal gran
burguesa, descompuesta por la corrupción generalizada en sus filas y, al mismo
tiempo, descalabro en una “izquierda” sui géneris de carácter pro-burgués y netamente oportunista
en todas sus fracciones políticas a saber: Por un lado la ya tradicional y
degenerada corriente socialdemócrata que hoy en ese país representa el PSOE,
organización que decidió presentarse a los comicios acordando con la formación
de centro derecha llamada
“Ciudadanos”. Y por otro lado la nueva
izquierda pequeñoburguesa populista de “Podemos” y sus adláteres confluencias,
que aun tachada por el PSOE de “comunista”, no deja de presionarle para que rompa
su idilio con “Ciudadanos” y se arrime a ella.
Todos esos partidos ya sean de derecha,
centro e izquierda y no sólo en el panorama político español, han venido protagonizando
la misma farsa en todo el mundo, prometiendo al electorado lo mejor para conseguir
una aritmética electoralista favorable a sus inconfesadas e inconfesables aspiraciones
—orgánicas y personales—, que al fin de cuentas se reducen a concentrar el
mayor poder político posible, que les permita rapiñar más riqueza en términos
dinerarios a expensas del trabajo de los explotados.
Lo que todos estos advenedizos oportunistas
al servicio del sistema capitalista ya caduco debieran demostrar, fehacientemente, es que en este sistema económico-social de
vida, basado en la propiedad privada
sobre los medios de producción y de cambio, pueda ser posible que la política económica de un gobierno, cualquiera sea, prevalezca
sobre las leyes objetivas de la
economía política de modo tal, que sea capaz de acabar con la creciente
distribución desigual de la
riqueza entre las dos clases sociales universales. No han podido ni podrán hacerlo
y lo saben.
03. Se confirman las certeras predicciones
de Marx
La pobreza relativa creciente de los asalariados es una
realidad que los políticos profesionales representantes de la pequeñoburguesía denuncian
y condenan con la boca pequeña, como si de esa realidad no medraran ellos
mismos en su condición, muy bien remunerada, de sacerdotes políticos al servicio del sistema. Sin duda emulan
a los curas católicos que viven como Dios pregonando las sagradas escrituras, cuyas
tres cuartas partes glorifican a los pobres. Pero que cuando pasan a gobernar, no
hacen nada por erradicar las causas de esa penuria relativa creciente del
proletariado, sino que bien al contrario, se dejan llevar por las exigencias económicas
objetivas del sistema, que la gran burguesía impone desde la sociedad civil acentuando
esa desigualdad en el reparto de la riqueza, ante la que ellos permanecen
impasibles soslayando la cuestión.
Para explicar la creciente desigualdad
en el reparto de la riqueza a escala planetaria, basta un ejemplo: Los bancos privados, que durante la última fase cíclica expansiva de la producción y de los negocios,
habían venido concediendo créditos a distintas empresas para ampliar la
inversión y acumulación de sus respectivos capitales, dio por resultado que desde
el estallido de la última gran crisis mundial periódica todavía en curso, no
han podido recuperar ese dinero prestado más los intereses, a raíz de que por
causa de la semi-parálisis del sistema, tampoco los deudores pudieran vender
sus productos, con lo cual todos ellos, prestamistas y prestatarios, se
enfrentaban a una quiebra segura.
Pues, bien, para evitar
esta circunstancia, los Estados nacionales acudieron a lo que se conoce por
“rescate de los bancos” facilitándoles los medios financieros en el mercado
secundario,
también llamado “subprime”, convirtiendo así la deuda privada en deuda pública,
que a la postre para saldarla, debe salir del bolsillo de los contribuyentes vía
impuestos, en su mayoría de condición asalariada. Pero el caso es que los salvatajes millonarios —como los
comenzados en 2008—, en modo alguno permitieron relanzar un ciclo de ascenso
virtuoso en el conjunto de la economía mundial asentado en la producción
material, pues lo característico de las crisis, sigue siendo, justamente, la sobresaturación de capital, en
razón de que las ganancias del capital productivo disponible previstas a la
baja, no compensan su inversión. Así las cosas, esos fondos de rescate han ido a engrosar los mercados de
préstamos no con fines productivos
sino especulativos, provocando monumentales agujeros fiscales en toda
la línea, lo cual incrementó la deuda pública de los Estados. Tan es así que José
Viñals,
gerente del departamento de Capital Markets, del FMI, afirmó en su momento que
“los países desarrollados tienen hoy niveles de deuda iguales a los que habían
acumulado como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial, pero esta vez sin
guerra”. Y lo peor es que, desde el 24/04/2010 en que Viñals difundiera esta
información, el volumen de deuda pública de los países no ha hecho más que
aumentar, porque la recesión tal parece que vino para quedarse, dando pábulo
como consecuencia a la política de austeridad, impulsada en Europa por su
gobierno al que no vota nadie.
¿No es esto, precisamente, lo que a
fines del año pasado acabó aceptando en Grecia su primer ministro Alexis
Tsipras, cediendo a esa imposición
dictatorial de la “Troyka” europea y que, para ello, se saltó a la torera lo aprobado
por el pueblo de ese país en el referendum que él mismo convocó? ¿Y no acaba
ahora mismo de aceptar la reducción de las pensiones y el
aumento de los impuestos, también
decidido dictatorialmente por esa misma minoría política continental, este
presunto representante político del pueblo griego, tan amigo de ese otro advenedizo
español llamado Pablo Manuel
Iglesias Turrión?
Si, efectivamente, advenedizo. Porque
este señor recién llegado a la práctica política, como con toda seguridad también
su colega griego debidamente instruidos ambos por los aparatos ideológicos del
sistema en sus respectivos países, han asimilado de Lord Keynes la peregrina
idea, de que el estímulo a la
producción de riqueza bajo el capitalismo, no está determinado por las ganancias crecientes del capital
productivo, sino por el aumento de la demanda de productos para el consumo
humano. Así es cómo han llegado a la conclusión de que, para evitar el
estallido de las crisis económicas periódicas, o bien paliar las consecuentes
recesiones, sólo basta con incrementar
los salarios, es decir, el poder adquisitivo de los consumidores. Este
asunto ya lo abordamos en diferentes ocasiones, pero como parece que nunca será
suficiente, debemos volver por un momento sobre lo que Marx aportó para
desmitificar este tipo de proposiciones:
<<Decir que las crisis provienen de la falta de un consumo en condiciones de pagar, de la carencia de consumidores solventes, es incurrir en una tautología cabal. El sistema capitalista no conoce otros tipos de consumidores que los que pueden pagar, exceptuando el consumo sub forma pauperis (propio de los indigentes) o el del "pillo" [conocido como “ladrón de gallinas”]. Que las mercancías sean invendibles significa únicamente que no se han encontrado compradores capaces de pagar por ellas, y por tanto consumidores (ya que las mercancías, en última instancia, se compran con vistas al consumo, (productivo o individual). Pero si se quiere dar a esta tautología una apariencia de fundamentación profunda diciendo que la clase obrera recibe una parte demasiado exigua de su propio producto, y que por ende el mal se remediaría no bien recibiera una fracción mayor de dicho producto, no bien aumentara su salario, pues, bastará con observar que invariablemente las crisis son preparadas por un período en el que el salario sube de manera general y la clase obrera obtiene realiter (realmente) una porción mayor del producto destinado al consumo. Desde el punto de vista de estos caballeros del "sencillo" (!) sentido común, esos períodos, a la inversa, deberían conjurar las crisis. Parece, pues, que la producción capitalista implica condiciones que no dependen de la buena o mala voluntad, condiciones [objetivamente determinadas] que sólo toleran momentáneamente esa prosperidad relativa de la clase obrera, y siempre en calidad de ave de las tormentas, anunciadora de las crisis.>> (K. Marx: "El Capital" Libro II Cap. XX. Ed. Siglo XXI. Madrid/1976 Tomo V. Pp. 502. Lo entre corchetes nuestro).
La prueba de esta realidad coyuntural descrita por Marx,
está en el hecho reiterado por la historia del capitalismo tardío más reciente,
de que durante los momentos previos al estallido de cada crisis económica
periódica, la euforia de los negocios especulativos
en general, es incentivada no sólo por la oferta bancaria de créditos baratos
para la compra de viviendas con pago previsto a largo plazo por los vendedores —a
sabiendas por experiencia de que no habrá tal largo plazo—, sino al mismo tiempo por la confianza de los ingenuos compradores de condición
asalariada, en que podrán cumplir con sus obligaciones de pago hasta el
vencimiento de sus préstamos, creencia que sólo puede tener su estímulo en la
percepción del creciente poder adquisitivo coyuntural de sus salarios. Y a la
postre de este tramposo escenario preparado por el capital especulativo pre
crisis, el verdadero negocio comienza cuando los compradores de viviendas no
pueden pagar la deuda hipotecaria, por haber perdido su trabajo a causa de la
crisis y son desahuciados por los bancos, no pocos de los cuales, a su vez, tampoco
pueden hacer frente a las suyas, de modo que finalmente ese patrimonio queda en
manos de los llamados Fondos Buitre, dejando tras de sí una enorme cifra de
suicidios. Y así es cómo, de
crisis en crisis, el capital global periódicamente acumulado se centraliza en
cada vez menos manos.
Pero es que, además e
independientemente de circunstancias críticas puntuales a la que acabamos de
aludir y, si como es cierto que, dada la productividad
del trabajo contenida en determinados medios técnicos de producción, la ganancia del capital
productivo surge del valor creado por el tiempo de trabajo vivo empleado en
cada jornada de labor, deduciendo
la parte correspondiente al salario
contratado, está claro como el agua limpia que bajo cualquier circunstancia, todo
aumento del salario muy lejos de incentivar la producción, en realidad tiende a
retraerla porque disminuye la ganancia capitalista. Y en efecto, para reafirmar
esta proposición volvemos a recordar aquí lo dicho por Milton Friedman, nada sospechoso de ser un marxista, acerca de la
responsabilidad e interés de los capitalistas:
<<La "responsabilidad” [de los ejecutivos de las empresas]… por lo general será producir tanta ganancia como sea posible observando las reglas básicas de la sociedad, tanto las que están contenidas en las leyes como aquellas en las costumbres éticas [leyes y costumbres basadas en la consagración del egoísmo personal de la propiedad privada]. Las únicas entidades que pueden tener responsabilidades son los individuos...Una empresa no puede tener responsabilidades. Por lo tanto la pregunta es: ¿Es que los ejecutivos empresariales, siempre y cuando cumplan con las leyes, tienen otras responsabilidades por las actividades empresariales, además de maximizar la ganancia para sus accionistas? Y mi respuesta es que, no, ellos no la tienen. Un relevamiento realizado el año 2011 en diversos países, reveló que los niveles de aceptación para dicho punto de vista fue del 30% al 80% entre el "público informado>>. («The Social Responsibility of Business is to Increase Its Profits». Lo entre corchetes nuestro).
Con
esto Milton Friedman ha querido significar, que cuando los empresarios no
pueden maximizar ganancias tienen pleno derecho a dejar de invertir un capital
cuya inversión no le compensa. Así las cosas y si el socialdemócrata Alexis Tsipras
en su condición de primer ministro, comulgó en Grecia con las ruedas de molino movidas
por la dictadura de la Ley económica del
valor encarnada en unos burócratas políticos a los que nadie ha votado
y gobiernan dictatorialmente las instituciones internacionales europeas, cabe
preguntarse qué es lo que no aceptará la coalición política entre “Podemos” y sus
confluencias con Izquierda Unida en España, si tras las próximas elecciones
logran acceder al gobierno, habida cuenta de que como sucede en otros tantos
países, la deuda pública española ha superado ya el billón de Euros. Entre
otras causas porque el capital sobrante no se reinvierte en la producción de
riqueza, dado que las posibles ganancias en declive obtenidas no justifican su
inversión productiva, de modo que así huye de sus países de origen para recalar
en paraísos fiscales desde
donde sus propietarios incursionan en los mercados
especulativos y con cuyas ganancias retornan a esas bases alternativas libres de impuestos,
lo cual aumenta la deuda pública, como es el caso, por ejemplo, en España. Esto
explica la reciente ofensiva en la investigación y denuncia a destacadas
figuras de la política, el arte y el deporte, titulares de cuentas abiertas en
tales bases extranjeras para evadir impuestos, lo cual aumenta la deuda pública de esos países.
Así es cómo las nuevas generaciones de políticos advenedizos, que se salvan de
la denuncia, a la hora de postularse para gobernar y en medio de la pugna con
sus adversarios políticos por alcanzar el poder, estos sujetos de condición
social pequeñoburguesa se mienten a sí mismos y escamotean al conocimiento
público, toda la sinvergüencería subliminal
de que son potencialmente capaces, todavía oculta en lo más recóndito de su inconsciente
personal.
Y según la reiterada experiencia que
lo ratifica, tras haber vencido en las urnas se va despertando en ellos el más poderoso
estímulo, a ejercer la muy
atractiva y relativamente privilegiada función de representantes político-sociales electos. Hasta que a fuerza
de gozar de esa prerrogativa del poder político institucionalizado, y tal como describen
las sagradas escrituras que sucediera con Adán y Eva en el paraíso, esa piadosa
“simpatía de los pequeñoburgueses por los dolores del pueblo” se va diluyendo
en ellos, hasta quedar en un segundo plano, dejando paulatinamente expedito el
paso a las pulsiones en su espíritu, por disfrutar las “magnificencias de la
gran burguesía”. Así es cómo los políticos socialdemócratas van dejando de ser
los representantes que lo fueron del pueblo trabajador al principio de su
carrera. Hasta que una vez a cargo del gobierno y a fuerza de ejercer el poder,
como por arte de birlibirloque pasan a representar los intereses de la clase social burguesa dominante,
que a su vez obedece a la ciega ley del valor económico. Y si no que se lo
pregunten a sujetos como el que gobernó a España en la década de los ochenta el
siglo pasado, quien de haber sido aquel entrañable “Felipillo” que deslumbró
con sus discursos a las masas, una vez a cargo de la presidencia en el gobierno
entre 1982 y 1996, pasó a ser Don Felipe González —el mismo que consiguió granjearse
la amistad del multimillonario mexicano Carlos Slim—, privatizó las empresas
públicas del INI franquista y, seguidamente, metió España en la OTAN liderada por EE.UU. hasta que por ese derrotero acabó
usando una de las puertas
giratorias para “defender” a
las empresas privadas españolas y,
de paso, “forrarse” como consejero
de Gas Natural
Fenosa, viviendo hoy a cuerpo de
rey con un ingreso de 126.000 € mensuales en una lujosa mansión de Somosaguas:
<<Te
conquistaron con plata y (del suburbio) al trote viniste al centro, algo tenías adentro que te hizo
meter la pata……>> (“Tortazos”. Milonga. Música:
José Razzano. Letra: Enrique Maroni. Cantante: Edmundo Rivero. El subrayado
y lo entre paréntesis nuestros).
La metamorfosis social que bajo tales condiciones se opera en
los políticos profesionales de filiación socialdemócrata, habiendo alcanzado las
más altas cúspides del poder político institucional, es el producto de unas relaciones específicas que, en
el fondo de todo el tinglado farisaico del capitalismo, la fuerza que las mueve
no es en modo alguno de carácter subjetivo sino sistémico y, por tanto, objetivo
e impersonal, donde la sociedad resulta ser una selva que convierte a los seres humanos en
animales de rapiña y así se escribe la historia. Es esta una definición que se
aproxima mucho, a lo que Marx dejó negro sobre blanco en el prólogo a la
primera edición alemana de su obra central:
<<Dos palabras para evitar posible equívocos. No pinto de color de rosa, por cierto, las figuras del capitalista y el terrateniente. Aquí sólo se trata de personas en la medida en que son la personificación de categorías económicas, portadores de determinadas relaciones e intereses de clase. Mi punto de vista con arreglo al cual concibo como proceso de historia natural el desarrollo de la formación económico-social (del capitalismo), menos que ningún otro podría responsabilizar al individuo, por relaciones de las cuales él sigue siendo socialmente una creatura, y aunque subjetivamente pueda lograr elevarse sobre las mismas>>. (K. Marx: “El Capital” Libro I Ed. Siglo XXI/1978 Pp. 8. Traducción de Leon Mames. Lo entre paréntesis nuestro. Versión digitalizada).
Y en cuanto a la minoría de sujetos
como nosotros, que nos proponemos irrenunciablemente aportar a la tarea teórica
y práctica de emancipar universalmente al ser humano genérico, todavía sometido
al fetichismo de toda esta basura histórica clasista del capitalismo —hoy día
ya en trance de colapsar—, decir que nuestro mérito no está en haber inventado nada
sino en afanarnos incansablemente,
para comprender la verdad científica ya desvelada
por otros antes y difundirla.
¡¡Difundirla!! Plenamente
conscientes de que, como también acertara en sentenciar V. I. Lenin,
“sin teoría revolucionaria no puede
haber movimiento revolucionario”.
Finalmente queremos insistir ante las mayorías sociales que, siendo de
condición asalariada, se siguen dejando embaucar y deciden ignorar la verdad sobre la realidad que les
toca vivir, carentes de vocación por el conocimiento y firme constancia en el
afán de comprenderla para
poder actuar en consecuencia. Y decirles que de seguir por ahí, el camino hacia
la emancipación de la humanidad será más largo y doloroso, especialmente para
ellos. Pero que de no suceder en ese transcurso del tiempo ningún
acontecimiento apocalíptico, con toda seguridad todos ellos acabarán comulgando
con esa verdad, forzados por el cada
vez más insoportable sufrimiento que provoca la equivocada decisión de permanecer,
tozudamente amarrados a la mentira predominante:
<<…Hasta
que se crea una situación que no permite volverse atrás y las circunstancias
mismas gritan: ¡¡Demuestra lo que eres capaz de hacer!! (K. Marx: “El 18 brumario de Luis Bonaparte” Cap.
I Ed. Ariel/1982 Pp. 17). Versión digitalizada Pp. 9
De
todo lo dicho hasta aquí cabe deducir, con total certidumbre y absoluta lógica,
que la propiedad privada
sobre los medios de producción y de cambio hace al origen y continuidad del contubernio explotador, dictatorial,
corrupto y genocida, entre el empresariado que actúa y se proyecta hacia la
obtención de las más altas cotas de riqueza desde la sociedad civil, y los
políticos profesionales que hacen lo propio desde la comunidad política en cada
país. Y ni que decir tiene de lo que esta caterva de oportunistas hechos a
medida por el sistema, consigue cumpliendo con su “deber” en las instituciones políticas internacionales,
cuyo entramado jerárquico también contribuye a la sistémica y creciente distribución desigual de la riqueza en
favor de los explotadores, y el sometimiento político más despótico de los
explotados.
Total, que de toda esta porquería y
como conclusión, cabe afirmar que el futuro de la humanidad no está en la tan
proclamada competencia destructiva
del ser humano genérico, con su “lado bueno” y su “lado malo”, sino en la colaboración solidaria.