Sólo se puede transformar lo que se ha llegado a conocer inequívocamente

<<Las fuerzas activas de la sociedad mientras no las conocemos y contamos con ellas, obran exactamente lo mismo que las fuerzas de la naturaleza: de un modo ciego, violento, destructor. Pero una vez conocidas, tan pronto como se ha sabido comprender su acción, su tendencia y sus efectos, en nuestras manos está el supeditarlas cada vez más de lleno a nuestra voluntad y alcanzar por medio de ellas los fines propuestos. Tal es lo que ocurre muy señaladamente, con las gigantescas fuerzas modernas de producción. Mientras nos resistamos obstinadamente a comprender su naturaleza y su carácter —y a esta comprensión se oponen el modo capitalista de producción y sus defensores— estas fuerzas actuarán a pesar de nosotros, contra nosotros, y nos dominarán…>> (F. Engels: “Del socialismo utópico al socialismo científico” Obras Escogidas Ed. Progreso/1986. Cap. III Pp. 154-155. Versión digitalizada ver Pp. 70).

Señor Adovale:

          En su mensaje fechado el pasado día 03 de mayo, comenzó Ud. diciéndonos que había leído “algunos materiales” de nuestra página, acerca de lo sucedido en Rusia desde la caída del zarismo entre febrero de 1917 y la debacle de la URSS en 1989, lectura de la cual sacó la siguiente conclusión:

     <<La experiencia histórica mundial, sin excepciones, ha demostrado que el mal llamado socialismo real, tenía muy poco de socialismo y sí mucho de Capitalismo Monopolista de Estado. Ese modelo desarrollado por Lenin y Stalin en la Unión Soviética, y aplicado en el resto de los países del este europeo, en China, Corea del Norte, Vietnam y Cuba, mantiene la explotación asalariada de los trabajadores, no les da una participación en la toma de decisiones, en la apropiación y distribución de los resultados del trabajo, es extremadamente antidemocrático y mantuvo la enajenación de los trabajadores con respecto a la economía, la política y organización de la sociedad, por esas razones ha fracasado, sin excepciones, a escala mundial.

     El socialismo, para triunfar tiene que ser protagónico, autogestionario y ampliamente democrático. No puede ser, como ustedes siguen afirmando que debe ser dirigido por un partido único.

     El nombre de la URSS se basaba en cuatro grandes falacias: no había una unión verdadera de iguales, no estaban organizados como repúblicas, no eran verdaderamente socialistas y mucho menos eran soviéticas ya que no desarrollaron el poder comunal.

     Les recomiendo lean en mi blog: adovale.cubava.cu "En defensa del Socialismo" las premisas fundamentales para el desarrollo del verdadero socialismo, el de Marx y Engels, el de Rosa Luxemburgo, y el de tantos luchadores que han ofrendado sus vidas por la causa del proletariado>>.

 

            El pasado mes de abril de 2017 publicamos el capítulo 16 de nuestro trabajo que vamos completando por entregas periódicas titulado: Marxismo y Stalinismo a la luz de la historia”. Allí describimos la situación de la Rusia imperial como un país que, desde principios del Siglo XX, era una de las cinco grandes potencias europeas junto a Inglaterra, Alemania, Francia y Austria-Hungría, Pero que como el imperio austro-húngaro, seguía siendo un país de atraso relativo cuya burguesía no estaba en condiciones de exportar capitales. Al contrario, era exclusivamente receptor procedente de esas otras tres grandes potencias imperialistas, en el sentido más moderno y económicamente desarrollado de la expresión:

     <<Hay cifras que revelan con una elocuencia impresionante, la dependencia [económica y financiera] casi colonial en que se hallaba Rusia con respecto al imperialismo extranjero y principalmente del francés. La Banca de Petrogrado en vísperas de la guerra, disponía de un capital aproximado de 8.000 millones y medio de rublos; la participación extranjera en este capital era la siguiente: banca francesa, 55%; inglesa, 10%; alemana, 35%.  Los establecimientos financieros del extranjero controlaban, por medio de los grandes bancos rusos, la metalurgia rusa en proporciones que oscilaban entre el 60 y el 88%; la fabricación de locomotoras, en la proporción de... 100%; los astilleros, en un 96%; la fabricación de máquinas en un 68%; la producción carbonífera en un 75%, y la petrolífera en un 60%.

     También salta a la vista el carácter casi colonial de la industria rusa por el siguiente hecho: la producción de medios de producción —máquinas y equipo— ocupaba un lugar secundario. La guerra no hizo sino aumentar la dependencia en que se encontraba Rusia con respecto a los imperialismos aliados [Francia, Inglaterra y Alemania], a los que durante las hostilidades [de la primera guerra mundial] tuvo que pedir prestados 7.000 millones y medio de rublos oro (más de 20.000 millones de francos>>. (V. I. Lenin: “Acerca de la consigna de los Estados Unidos de Europa”. Publicado por primera vez en “El socialdemócrata de Zurich” el 23 de agosto de 1916. Citado por Víctor Serge en: “El año I de la Revolución Rusa” Pp. 140/41.Lo entre corchetes nuestro).

 

          El “imperio” ruso era, pues, el eslabón más débil de la cadena imperialista. Y por ahí, precisamente, debió romperse y se rompió esa cadena en 1917, cuando el proletariado logró sacudirse a la monarquía zarista entre febrero y octubre de ese mismo año. Pero justamente por eso, en enero de 1918 la Rusia soviética fue el primer país en acusar con más intensidad el desgaste de haber sufrido la destrucción material y la muerte masiva durante 40 meses de conflicto bélico internacional entre países capitalistas durante la Primera Guerra Mundial:

<<El ejército se desmovilizaba por sí mismo, los soldados se reintegraban a sus hogares. Las masas no querían seguir combatiendo. La insurrección de octubre se había hecho en nombre de la paz. Los transportes no podían más, la producción se hallaba profundamente desorganizada, el avituallamiento se encontraba en un estado lamentable. El hambre era más amenazadora que nunca. Un informe del décimo ejército decía: “La infantería y la artillería han abandonado el 15 de enero sus posiciones para retirarse más a retaguardia. Una parte de los cañones han sido abandonados.” “No existe ya zona fortificada —escribían desde el tercer ejército. Las trincheras se hallan cubiertas de nieve. Se emplean como combustible los elementos de fortificación. Los caminos han desaparecido bajo la nieve; no se ven sino senderos que van a parar a los abrigos, a las cocinas y a los tenduchos alemanes; en un área de más de cien kilómetros han quedado como únicos ocupantes el estado mayor y el comité del regimiento”]. “Habían quedado abandonados en el frente más de dos mil cañones”, hace notar M. N. Pokrovski. Por parte de los Rusos había quedado terminada la guerra>>. (Op. cit. Pp. 151).

 

            Bajo semejante situación económica tan precaria y con sus fuerzas combatientes tan mermadas, era del todo imposible para el pueblo ruso haber podido atravesar la necesaria transición del capitalismo al comunismo. Y es que, al contrario del capitalismo —que no ha podido recorrer el limitado periplo de su historia sin pasar en cada caso por el necesario retroceso de la inversión productiva generado por cada crisis periódica cíclica—, el socialismo revolucionario sólo puede sostenerse a caballo del progreso económico ininterrumpido, generado en condiciones de paz por la fuerza productiva del trabajo social emancipado de la explotación capitalista. Con el agravante de que durante aquella circunstancia bélica de la guerra civil entre 1918 y 1923, el ejército rojo soviético debió enfrentarse al denominado “movimiento blanco”, tendente a reinstaurar la monarquía zarista apoyada por EE.UU., Francia, Japón y el Imperio Británico.

          Y el caso que ahora nos ocupa es que, para explicar estas circunstancias históricas y a juzgar por sus propias palabras, asumió Ud. la misma errática posición que los por entonces llamados “comunistas de izquierda” en sus autoproclamadas “tesis sobre la situación actual”. Y así lo dejó Lenin negro sobre blanco el 20 de abril de 1918:

     <<La desventura de nuestras “izquierdas” es no haber comprendido la esencia misma de la “situación actual”, el tránsito de la confiscación (para realizar la cual se requiere sobre todo decisión del político) a la socialización (para realizar la cual se requiere del revolucionario otra cualidad).

     Ayer la tarea principal del momento era nacionalizar, confiscar, abatir y aniquilar a la burguesía y terminar con el sabotaje; todo con la mayor decisión posible. Hoy sólo los ciegos no ven que hemos nacionalizado, confiscado, abatido y terminado más de lo que hemos tenido tiempo de calcular. La diferencia entre la socialización y la simple confiscación está en que es posible confiscar sólo con “decisión”, sin la capacidad de calcular y distribuir correctamente, mientras que sin esta capacidad [de calcular para distribuir] no se puede socializar.

     Nuestro mérito radica en que fuimos ayer (y lo seremos mañana) decididos al confiscar, al aniquilar a la burguesía y terminar con el sabotaje (…) En esta situación, lanzar frases como “la más decidida política de socialización”, “aniquilar”, “terminar definitivamente”, equivale a errar el blanco. Es típico de los revolucionarios pequeñoburgueses no advertir que para el socialismo, no basta con aniquilar, terminar, etc.; eso es suficiente para el pequeño propietario, enfurecido contra el grande. Pero el revolucionario proletario no caerá jamás en semejante error.

     Si las palabras citadas provocan una sonrisa, el descubrimiento hecho por los “comunistas de izquierda”, o sea, que la República Soviética se halla amenazada por una “desviación bolchevique de derecha”, por una “evolución hacia el capitalismo de Estado”, provoca, en cambio, risas homéricas. ¡Pues sí que estamos asustados! Y con cuanto afán estos “comunistas de izquierda” repiten esta tremenda revelación en sus tesis y artículos…

     Pero no se les ha ocurrido que, comparando con el actual estado de cosas en nuestra República Soviética, el capitalismo de Estado sería un paso adelante. Si dentro de seis meses aproximadamente se implantara el capitalismo de Estado en nuestra República, sería un éxito enorme y la más segura garantía de que dentro de un año el socialismo se consolidaría definitivamente en nuestro país y se haría invencible.

     Me imagino con qué noble indignación rechazarán los comunistas de izquierda estas palabras y qué “demoledora crítica” presentarán ante los obreros con respecto a la “desviación bolchevique de derecha”. ¿Cómo? ¿En la República Socialista Soviética la transición al capitalismo de Estado sería un paso adelante? ¿No es eso una traición al socialismo?

     Aquí llegamos a la raíz del error económico de los “comunistas de izquierda”. Y por lo tanto debemos examinar con más detalle este punto.

     En primer lugar, los “comunistas de izquierda” no comprenden en que consiste exactamente esa transición del capitalismo al socialismo que nos da el derecho y el fundamento de llamar a nuestro país República Socialista de Soviets.

     En segundo lugar, ponen de manifiesto su mentalidad pequeñoburguesa precisamente al no reconocer el elemento pequeñoburgués como principal enemigo del socialismo en nuestro país.

     En tercer lugar, haciendo un espantajo del capitalismo de Estado, demuestran no comprender la diferencia económica entre el Estado soviético y el Estado burgués.

     Analicemos estos tres puntos.

     Probablemente ninguna persona, al estudiar el problema del sistema económico de Rusia, ha negado su carácter transitorio. Probablemente, tampoco comunista alguno ha negado que la expresión República Socialista Soviética, presupone la decisión del poder soviético de realizar la transición al socialismo, y que el nuevo sistema económico sea considerado socialista.

     ¿Pero, que significa la palabra “transición? En lo que atañe a la economía, ¿no significa acaso que la economía actual contiene elementos, partículas, fragmentos, tanto de capitalismo como de socialismo? Cualquiera reconocerá que sí. Pero no todos, al reconocerlo, se toman el trabajo de reflexionar sobre qué elementos realmente constituyen las diferentes estructuras económico-sociales que existen en Rusia en el momento actual. Y esta es la clave de la cuestión.

     Enumeremos estos elementos:

     1) patriarcal, es decir, en grado considerable una economía campesina natural;

     2)  pequeña producción mercantil (aquí figuran la mayoría de los campesinos que venden el cereal);

     3) capitalismo privado;

     4) capitalismo de Estado;

     5) socialismo

     Rusia es tan grande y variada, que todos estos diferentes tipos de estructura económico-social están entrelazados. Justamente en eso radica el rasgo específico de la situación.

     El interrogante que se plantea es: ¿Cuáles son los elementos que predominan? Claro está que un país de pequeños campesinos predomina, y no puede dejar de predominar, el elemento pequeñoburgués; la enorme mayoría de los agricultores son pequeños productores de mercancías. La envoltura exterior del capitalismo de Estado (monopolio de los cereales, empresarios y comerciante sometidos al control estatal, cooperativistas, burgueses) es desgarrada en una u otra parte por los especuladores y el principal objeto de especulación son los cereales.

     La lucha fundamental se libra precisamente en este terreno.

     ¿Entre qué elementos se libra esta lucha, hablando en términos de categorías económicas tales como “capitalismo de Estado? ¿Entre la cuarta y quinta categorías en el orden que acabo de enumerar? Por supuesto que no. No es el capitalismo de Estado el que lucha contra el socialismo, sino la pequeñoburguesía más el capitalismo privado, que luchan tanto contra el capitalismo de Estado y contra el capitalismo de Estado como contra el socialismo. La pequeñoburguesía se resiste a toda intervención del Estado, a todo registro y control. Ya sea capitalista de Estado o socialista de Estado. Es un hecho real, absolutamente irrefutable, y la raíz del error económico de los “comunistas de izquierda” es no comprenderlo. El especulador, el agiotista, el que entorpece el monopolio: ese es nuestro principal enemigo “interno”, el enemigo de las medidas del poder soviético.

     Si hace 125 años, en la pequeñoburguesía francesa, en los más fervorosos y sinceros revolucionarios, era disculpable la aspiración de aniquilar a los especuladores ajusticiando a unos pocos “escogidos” y haciendo atronadoras arengas, en cambio en la actualidad, la actitud puramente retórica hacia el problema que observamos en los eseristas de izquierda sólo puede provocar asco y repulsión en todo revolucionario políticamente consciente.

     Sabemos muy bien que la base económica de la especulación es la capa de los pequeños propietarios, extraordinariamente vasta en Rusia, y el capitalismo privado, que tiene un agente en cada pequeñoburgués. Sabemos que millones de tentáculos de esta hidra pequeñoburguesa aferran, aquí o allá a diversos sectores obreros, y que la especulación penetra en todos los poros de nuestra vida económico-social en lugar del monopolio de Estado.

     Quien no ve esto manifiesta que es esclavo de prejuicios pequeñoburgueses. Así ocurre exactamente con nuestros “comunistas de izquierda”, quienes de palabra son enemigos implacables de la pequeñoburguesía (yen su convicción muy sinceros, desde luego), pero en los hechos sólo ayudan a la pequeña burguesía, sólo defienden a este sector de la población y sólo expresan sus intereses cuando luchan —¡en abril de 1918!— contra ¡“el capitalismo de Estado”! ¡Vaya un modo de errar el tiro! (V. I. Lenin: “El infantilismo ‘de izquierda’ y la mentalidad pequeñoburguesa” Apartado III. Obras completas T. XXIX Ed. Akal/1978 Pp.87-90. Versión digitalizada. El subrayado y lo entre corchetes nuestro).

 

          El concepto de “capitalismo de Estado” en el contexto de la realidad emergente que finalmente se impuso en Rusia entre Febrero y Octubre de 1917, no tuvo nada que ver con lo que Ud. ha muy malinterpretado, señor Adovale. La revolución de febrero fue de carácter puramente político y tuvo su causa más inmediata en las consecuencias de la Primera Guerra Mundial, un movimiento social revolucionario que sobrevino de manera totalmente espontánea, cuando la población de San Petersburgo se rebeló ante la escasez de alimento en esa ciudad, circunstancia que acabó por derribar a la monarquía absoluta del Zar Nicolás II y su gobierno. En cambio, la de octubre fue una revolución social en la que los bolcheviques, además de acabar con la guerra firmando la paz con Alemania en la ciudad de Brest Litovsk, procedieron a colectivizar las tierras, estatizar la banca y establecer el control obrero estatal en las fábricas con más de 5 empleados, en un país donde todavía el gran capital estaba en proceso de formación.

 

          Fue una revolución social que naturalmente respetó a la llamada producción mercantil simple, a cargo de los pequeños campesinos y artesanos industriales propietarios de sus herramientas, que no explotaban trabajo ajeno. Por su naturaleza, la producción mercantil simple tiene un doble carácter: Como quiera que se basa en la propiedad privada sobre los medios de producción, el pequeño campesino o el artesano es un propietario y esto le aproxima al capitalista. Pero por otra parte, tiene la raíz de su existencia en el trabajo personal como simple trabajador por cuenta propia sin personal explotado a su servicio, y esta condición social le aproximó políticamente al proletariado. He aquí el germen de lo que llegó a ser en Rusia el “capitalismo socialista de Estado” —sin duda en franco tránsito hacia el comunismo—, que Ud. ha confundido con el capitalismo liberal, donde el Estado (burgués) no controla ni planifica nada. En cambio, el Estado soviético, que pasó a ejercer el control y registro sobre los medios de producción, es decir, el capitalismo de Estado proletario, fue en aquella emergencia la perspectiva política casi segura en franco proceso hacia el socialismo. Y así lo explicó Lenin:

     <<…Supongamos que un determinado número de obreros produce en varios días una suma de valores igual a 1.000 [unidades monetarias]. Sigamos suponiendo que de este total, 200 se pierden por causa de la pequeña especulación, diversos tipos de peculado y la “infracción” a decretos y reglamentos soviéticos por parte de los pequeños propietarios [explotadores de trabajo ajeno]. Todo obrero políticamente consciente diría: si pudiéramos obtener orden y organización mejores al precio de 330 de los 1.000, daría gustoso 300 en vez de 200, pues será bien fácil bajo el poder soviético reducir más adelante ese tributo, digamos a 100, a 50, una vez que el orden y la organización hayan sido establecidos y el sabotaje pequeñoburgués al monopolio estatal definitivamente eliminado.

     Este sencillo ejemplo numérico —deliberadamente simplificado al máximo para hacerlo absolutamente claro— explica la actual correlación [histórica] entre el capitalismo de Estado y el socialismo. El poder estatal se encuentra en manos de los obreros; ellos tienen por completo la responsabilidad jurídica de “tomar” íntegros esos mil, sin entregar un solo kopek como no sea para una finalidad socialista. Esta posibilidad legal, apoyada en el paso efectivo del poder a los obreros, constituye [en perspectiva] un elemento de socialismo.

     Pero el elemento de pequeños propietarios y el capitalismo privado socavan esta posición legal, introducen la especulación, entorpecen el cumplimiento de los decretos soviéticos. El capitalismo de Estado sería un gigantesco paso adelante, incluso si (y tomé a propósito un ejemplo numérico para mostrarlo con más nitidez) pagamos más que ahora, porque vale la pena pagar por el “aprendizaje”, porque es útil para los obreros, porque lo más importante es la victoria sobre el desorden, la ruina económica y la incuria; porque la continuación de la anarquía del pequeño propietario [explotador de trabajo ajeno] es el mayor y más serio peligro, que incuestionablemente nos hará sucumbir (si no lo vencemos nosotros), mientras que el pago de un tributo mayor al capitalismo de Estado no sólo no nos hará sucumbir, sino que nos llevará al socialismo por el camino más seguro. Cuando la clase obrera haya aprendido a defender el sistema estatal contra la anarquía del pequeño propietario, cuando haya aprendido a organizar la gran producción en escala nacional, tomando como base los principios del capitalismo de Estado, tendrá en sus manos —perdonen la expresión— todos los triunfos, y la consolidación del socialismo estará asegurado>>. (Op. Cit. Pp. 91-92).

 

            Así las cosas, el hecho de que el proceso revolucionario en la incipiente Rusia soviética se haya malogrado, en modo alguno debe atribuirse al capitalismo socialista de Estado, señor Adovale. Y para ratificar esta verdad irrebatible Lenin recurrió en aquellos tiempos al ejemplo de Alemania:

    <<Tenemos allí “la última palabra” de la moderna técnica capitalista y la organización planificada subordinados al imperialismo junker burgués. Supriman las palabras en cursiva y en lugar del Estado militarista, junker, burgués, imperialista, pongan también un Estado, pero de tipo social diferente, de diferente contenido de clase, un Estado soviético, es decir, un Estado proletario, y obtendrán la suma total de las condiciones necesarias para el socialismo.

     El socialismo es inconcebible sin la gran técnica capitalista basada en los últimos descubrimientos de la ciencia moderna. Es inconcebible sin una organización estatal planificada, que someta a decenas de millones de personas al más estricto cumplimiento de una norma única en la producción y distribución de los productos. Nosotros, los marxistas, siempre hemos afirmado esto y no vale la pena gastar dos segundos en hablar de ello a personas que ni siquiera lo entienden (los anarquistas y una buena mitad de los de los eseristas de izquierda).

    El socialismo es inconcebible, además, sin la dominación del proletariado en el Estado; esto también es el abecé. Y la historia (de la que nadie, excepto quizás los tontos mencheviques de primera categoría, esperaba que produjera el socialismo “integral” de manera fácil, tranquila, suave y simple) ha ido tomando un curso tan peculiar, que en 1918 dio a luz dos mitades inconexas de socialismo que existían una al lado de la otra como dos futuros pollitos en el cascarón único del imperialismo internacional. En 1918 Alemania y Rusia son la encarnación evidente de la realización material de las condiciones económicas, productivas y socioeconómicas del socialismo, por un lado [en Rusia], y de las condiciones políticas [pro imperialistas del capitalismo en Alemania] por el otro.

     Una revolución proletaria victoriosa en Alemania hubiera roto en el acto, y con gran facilidad, el cascarón del imperialismo (que lamentablemente está hecho del mejor acero y que, por lo tanto, no puede ser roto por los esfuerzos de cualquier… pollito), y hubiera logrado con seguridad la victoria del socialismo mundial sin dificultades o con ligeras dificultades, desde luego si por “dificultades” entendemos dificultades en una escala histórica universal  y no en un estrecho sentido pequeñoburgués >>. (Ibid. Pp. 93).   

    

          Bajo tales condiciones el capitalismo de Estado es plenamente capaz de planificar, porque no es parte del sistema económico capitalista privado puro, sino que está por encima y es ajeno a él: la cuestión de quién planifique y regule, decía Rudolf Hilferding, es una cuestión de poder; pero por sí mismo el capital financiero como fusión entre el capital industrial y el bancario, "significa la creación del control social sobre la producción", lo cual propende y facilita mucho "la superación del capitalismo:

<<Tan pronto como el capital financiero haya puesto bajo su control a las ramas más importantes de la producción, basta que la sociedad se apodere del capital financiero a través de su órgano consciente de ejecución, el Estado, conquistado por el proletariado, para poder disponer inmediatamente de las ramas más importantes de la producción" […] La posesión de seis bancos berlineses significaría ya hoy la posesión de los sectores más importantes de las grandes industrias>> (Rudolf Hilferding en: “Das Finanzkapital” Pp. 473. Citado por Henryk Grossmann en: “La ley de la acumulación y del derrumbe del sistema capitalista”. Ed. Siglo XXI Cap. I apartado II Pp. 42. Cfr. Versión digitalizada).

 

          Si el capitalismo de Estado dejó de ser una eficaz herramienta de la necesaria transición al servicio de la revolución comunista, fue porque tras la muerte de Lenin, Stalin usurpó el poder soviético revolucionario burocratizándolo, convertido en lo Trotsky dio en llamar el “Termidor soviético”. En 1902, Lenin publicó su obra: “¿Qué Hacer?”, donde arremetió contra los “marxistas legales” apelando a la memoria histórica del movimiento proletario europeo, comprendida en los textos de Marx y Engels. Allí recordó la incapacidad de la burguesía alemana frente a una emergencia parecida a la que Rusia enfrentaría en 1905. Fue durante esos acontecimientos cuando Lenin le advirtió al proletariado ruso, que la tarea democrático-revolucionaria de desalojar del poder social a la nobleza —y a su burocracia zarista enquistada en el Estado teocrático Ruso—, no pasaba por aliarse con la burguesía, sino con los campesinos pobres. Y para eso era necesario reemplazar al gobierno zarista por un gobierno provisional de carácter obrero-campesino, que por su composición no dejaría de ser un gobierno burgués, aunque sin burguesía. Por tanto, se imponía implantar la dictadura democrática de los obreros y los campesinos sobre la entente conformada entre el zarismo y la burguesía.

 

A todo esto Stalin había cumplido 24 años, y los mencheviques se negaban a luchar por la dictadura democrático-burguesa obrero-campesina, contra la coalición entre la aristocracia y la burguesía, haciendo oportunismo con el argumento de que la supuesta ausencia de claridad política de los sectores del movimiento más impacientes —influenciados por los "socialistas revolucionarios"—, desacreditaría al POSDR ante esa parte más revolucionaria de los asalariados. Lenin respondía que ese hipotético descrédito hacia el POSDR, solo podía imperar en la cabeza de quienes —como los dirigentes socialistas revolucionarios— pensaban que Rusia estaba en condiciones de pasar sin solución de continuidad, del régimen semifeudal aristocrático al socialismo, saltándose fases de la revolución democrático-burguesa de necesario recorrido, que sólo debía y podía llevar a la práctica la alianza entre los obreros y los campesinos dirigida por los primeros:

<<Esta argumentación [la sostenida por los socialistas revolucionarios] se basa en un error: confunde la revolución democrática con la revolución socialista, [es decir,] la lucha por la república [burguesa] (incluyendo todo nuestro programa mínimo) con la lucha por el socialismo. En efecto, la socialdemocracia sólo conseguiría desacreditarse si se trazase como objetivo inmediato la revolución socialista [y en esta idea debía el POSDR educar a esos sectores más impacientes]. Pero la socialdemocracia ha luchado siempre contra estas ideas oscuras y confusas de “nuestros socialistas revolucionarios”. Precisamente por ello insistió siempre en el carácter burgués de la revolución inminente en Rusia, y por ello sostuvo la necesidad de distinguir de forma rigurosa entre el programa mínimo democrático y el programa máximo socialista>>. (V.I. Lenin: "La dictadura democrática del proletariado y los campesinos" 12/04/905. En “Obras Completas” E. Akal/1976 T. VIII Pp. 304. Lo entre corchetes y el subrayado nuestros).

 

          Esta distinción que Lenin hizo en 1905 entre el programa mínimo y el programa máximo, es decir, entre la revolución democrático-burguesa y la revolución socialista, había sido el producto de lo que él mismo había asimilado y propuso ya en 1902 estudiando los textos legados por Marx y Engels, en el sentido de que sin teoría revolucionaria no puede haber movimiento revolucionario:

<<Nunca se insistirá lo bastante sobre esta idea en un tiempo en que a la prédica en boga del oportunismo va unido un apasionamiento por las formas más estrechas de la actividad práctica, Y, para la socialdemocracia rusa, la importancia de la teoría es mayor aún, debido a tres circunstancias que se olvidan con frecuencia, a saber: primeramente por el hecho de que nuestro partido sólo ha empezado a formarse, sólo ha empezado a elaborar su fisonomía, y dista mucho de haber ajustado sus cuentas con las otras tendencias del pensamiento revolucionario, que amenazan con desviar al movimiento del camino justo. Por el contrario, precisamente estos últimos tiempos se han distinguido (como hace ya mucho predijo Axelrod  a los “economistas”) por una reanimación de las tendencias revolucionarias no socialdemócratas [practicistas]. En estas condiciones, un error [teórico] “sin importancia” a primera vista, puede causar los más desastrosos efectos [en la práctica política], y solo gente miope puede encontrar inoportunas o superfluas las discusiones [teóricas] fraccionales y la delimitación rigurosa de los matices. De la consolidación de tal o cual “matiz”, puede depender el porvenir de la socialdemocracia rusa por años y años>>. (V. I. Lenin: “¿Qué hacer?” Cap. I Engels sobre la importancia de la lucha teórica. Ed. Progreso Moscú Pp. 25. Lo entre corchetes nuestro. Versión digital. Publicado por primera vez en “Iskra”).     

 

          Uno de los apasionados por tales formas estrechas de la actividad práctica, que no ven ni aspiran a ir con su lucha más allá de la táctica en pos de objetivos políticos inmediatos, fue durante toda su vida el georgiano apellidado Stalin, quien durante su militancia práctica en el PSDR adoptó once seudónimos antes de hacerse llamar “Koba”:

         <<Koba se introduce en la militancia cuando se constituye en Tiflis un comité socialdemócrata que imprime y reparte panfletos entre los obreros, crea círculos ilegales y coordina la actividad. Se integra enseguida. Los miembros del `“comité”, un nombre nuevo en el vocabulario político, son jóvenes entusiastas, embriagados por las esperanzas de derrocar al zarismo, seguros de caer rápidamente en manos de la policía y de conocer la prisión y el exilio. Su trepidante existencia clandestina envía cualquier proyecto de futuro individual a un futuro incierto.

         Como los demás, Koba distribuye clandestinamente unos panfletos multicopiados, reúne a algunos obreros, impulsa uno o dos círculos de militantes o simpatizantes, prepara el 1º de mayo clandestino y luego, a partir de enero de 1901, hace circular los números de Iskra que llegan a Batum>>. (Jean Jaques Marie: “Stalin” Ed. Cit. Cap. III Pp. 69)

 

          Pero como muchos militantes “prácticos” e inmediatistas del movimiento, Stalin nunca se esforzó por comprender la trascendencia de los textos publicados en esa revista. Pasaba sobre las palabras como sobre un felpudo. Y lo cierto era que la Rusia de 1917 era una sociedad capitalista, pero todavía eminentemente agraria produciendo en condiciones semi-feudales, con una industria próspera pero todavía incipiente y un proletariado urbano relativamente minoritario, en un Estado teocrático absolutista sostenido por una nobleza terrateniente económicamente poderosa y políticamente dominante. Según la estrategia revolucionaria resultante de aplicar el materialismo histórico a la realidad social rusa, en 1917 no estaban dadas aún todas las condiciones sociales objetivas para que los asalariados procedieran a luchar políticamente por su emancipación social —como clase, es decir, por el socialismo—, sin transiciones políticas de ninguna naturaleza al interior del capitalismo. Pero sí podían y debían luchar por su emancipación política en alianza con los campesinos pobres, con vistas a sustituir el despotismo de la Monarquía absoluta por una dictadura democrática obrero-campesina, como condición sine qua non para poder luchar —en un segundo momento exitosamente—, por la emancipación humana de toda la sociedad, incluyendo a la propia burguesía y al campesinado medio y rico, humanizándoles al despojarles de su propiedad sobre los medios de producción y de cambio. Todos estos presupuestos políticos adoptados por Lenin tras una muy atenta lectura de los textos de Marx y Engels, no estaban en las mentes de sujetos como Stalin y Kámenev.  

 

          Eran los tiempos en que, entre la emancipación política obrero-campesina y la emancipación humana de toda la sociedad, había un trecho histórico que el proletariado urbano debía recorrer liderando un bloque de poder político en alianza con el conjunto del campesinado, en una dinámica de revolución ininterrumpida o permanente que, durante un primer acto, hiciera posible una dictadura democrático-burguesa sobre el régimen explotador y despótico de la nobleza coaligada con la gran burguesía —tal como se había demostrado en Europa desde 1789— a fin de ir creando las condiciones económicas que hicieran exitosamente posible un segundo acto político, en el que sin solución de continuidad la lucha del bloque político revolucionario —esta vez entre asalariados y campesinos pobres—, impusieran su dictadura democrática sobre el todavía subsistente bloque político ultra minoritario entre la burguesía industrial y los aristócratas terratenientes. Comprender esta necesidad histórica era absolutamente primordial y a semejante tarea debían entregarse los revolucionarios en ese momento, decía Lenin insistiendo una y otra vez.

 

          A esta conclusión llegó entre junio y julio de 1905 al escribir: “Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática”, que podemos resumir con más precisión literal en el siguiente pasaje de esa obra:

<<El proletariado debe llevar a término la revolución democrática, atrayéndose a la masa de los campesinos (de todos), para aplastar por la fuerza la resistencia de la autocracia y paralizar la inestabilidad de la burguesía. (Luego) El proletariado (urbano y rural) debe llevar a cabo la revolución socialista, atrayéndose a la masa de los elementos semiproletarios de la población, para destrozar por la fuerza la resistencia de la burguesía y paralizar la inestabilidad (política) de los campesinos y de la pequeña burguesía. Tales son las tareas del proletariado, que los partidarios de nueva Iskra conciben de un modo tan estrecho en todos sus razonamientos y resoluciones sobre la amplitud de la revolución.

Sólo que no hay que olvidar una circunstancia que se pierde frecuentemente de vista cuando se discurre sobre esta "envergadura". No hay que olvidar que no hablamos aquí de las dificultades del problema, sino de la vía en la cual hay que buscar y procurar su solución. No se trata de que sea fácil o difícil hacer que el alcance de la revolución sea potente e invencible, sino de cómo hay que proceder para que su alcance sea mayor. El desacuerdo se refiere precisamente al carácter fundamental de la actividad, de su misma orientación. Lo subrayamos, porque gentes negligentes o poco escrupulosas confunden con harta frecuencia dos cuestiones diferentes: la cuestión del camino a seguir, es decir, de la elección entre dos caminos diferentes, y la cuestión de la facilidad o de la proximidad del fin a alcanzar por el camino emprendido. (Op. cit. Cap. 12. El subrayado y lo entre paréntesis nuestro).

 

          Pues bien, lo que seguían sosteniendo los pequeñoburgueses mencheviques en febrero 1917, es que ni si quiera estaban dadas las condiciones para la emancipación política del proletariado y el conjunto del campesinado, es decir, para luchar por la dictadura democrática sobre la coalición feudal-capitalista. Porque no se imaginaban que eso pudiera llegar a ser históricamente necesario y menos aún posible. Eran tan inmovilistas respecto de la realidad que vivían entonces, como lo siguen siendo sus sucesores ante la dictadura de la gran burguesía imperialista en el mundo de hoy. Como si desde 1789 no hubiera pasado nada suficientemente aleccionador, que a las clases subalternas les sugiriera ensayar un comportamiento distinto en aquellas circunstancias, efectivamente democrático y revolucionario. Tal como fuera planteado insistentemente por Marx y Engels desde 1848 y los bolcheviques en Rusia desde 1902, apuntalado por la experiencia histórica. Y el caso que nos ocupa aquí ahora, es que entre esa caterva de oportunistas se encontraba el perezoso intelectual, taimado y escurridizo Joseph Stalin.

 

          Todavía el 15 de marzo de 1917, desde el periódico “Pravda” Kámenev seguía sosteniendo la posición menchevique defensista en la guerra. La misma que sostuvo Stalin en el número del día siguiente cuando propuso no ir más lejos de:

<<...presionar al gobierno provisional para que se declare de acuerdo con la apertura inmediata de conversaciones de paz>>. Charles Bettelheim: “Las luchas de clases en la URSS. Primer período 1917-1923” Parte IV. Sección V Cap. 1 Ed. Siglo XXI 1976 Pp. 339.

Lo cual suponía adoptar el punto de vista menchevique de apoyar a ese gobierno, al mismo tiempo que le presionaba débilmente desde la retaguardia del movimiento en pos de la paz, buscando conciliarse con el clamor antibelicista cada vez más tonante que se iba apoderando de las masas obreras y campesinas, en lugar de colocarse a su vanguardia para la toma del poder. 

 

          Esta última decisión se adoptó la víspera de la llegada de Lenin a Petrogrado desde Suiza, cuando tuvo lugar en esa ciudad una reunión de directivos del Partido bolchevique, en la que Stalin votó favorablemente junto con Kámenev. Así lo dejó Trotsky negro sobre Blanco en el capítulo de su Obra titulada “Mi vida”:

<<No en vano se han mantenido secretas las actas de aquella asamblea. Stalin votó en ella por sostener al Gobierno Provisional de Gutchkof y Miliukof y por la unión de los bolcheviques con los mencheviques. Una posición semejante si no más oportunista todavía, adoptaron Rykov, Kámenev, Molotov, Tomsky, Kalinin y todos los demás caudillos y sotacaudillos de hoy, Jaroslavsky, Ordchonikidze,  Petrovsky, actual presidente del Comité Central ejecutivo Ucraniano y otros, que en unión con los mencheviques, publicaban  en Jakutsk durante la revolución de febrero un periódico titulado “El socialdemócrata”, en el que no hacían más que desarrollar las banales doctrinas del oportunismo provinciano (…) Que me digan el nombre de uno (entre los) que figuran en sus filas, de uno solo, que hubiera sido capaz de acercarse por cuenta propia a aquella posición adoptada por Lenin (todavía) en Ginebra o en Nueva York por mí (en aquellos momentos). Difícil será que puedan hacerlo. La “Pravda” de Petrogrado dirigida por Stalin y Kámenev hasta la llegada de Lenin, quedará siempre como un documento probatorio de la limitación mental, la miopía y el oportunismo de aquellos hombres. Sin embargo, la masa del partido y la clase obrera en conjunto iban desplazándose por la fuerza de las cosas, en la dirección acertada, que era la lucha por la conquista del poder. No había otro camino, ni para el partido ni para el país.

     Para defender en los años de la reacción (1905-1916) la perspectiva de la revolución permanente, hacía falta tener una penetración teórica de la que ellos no eran capaces. Para alzar en el mes de marzo de 1917 la consigna de la lucha por el poder, les hubiera bastado con un poco de instinto político. Ni uno solo de los caudillos de hoy (setiembre de 1929) —ni uno siquiera— tuvo la penetración ni el instinto necesarios>>. (León Trotsky: Op. Cit. Ed. Tebas/1978 Pp. 344/345. El subrayado y lo entre paréntesis nuestros. Versión digitalizada del capítulo).

 

          Así ha explicado Trotsky la incómoda deriva (para muchos todavía hoy) de Stalin, en el Prólogo a su obra: “La revolución Permanente” que subtituló: “Dos concepciones”:

<<Fue necesario que llegase Lenin a Petrogrado —3 de abril de 1917— y abriese el fuego implacablemente contra los "viejos bolcheviques" infatuados a los que tanto fustigó y ridiculizó, para que Stalin, cautelosa y calladamente, se deslizase de la postura democrática a la socialista. En todo caso, esta "conversión" interior de Stalin que, por lo demás, no fue nunca completa, no sucedió hasta pasados doce años del día en que se demostrara la "legitimidad" de la conquista del poder por el proletariado ruso, antes de que estallara en el Occidente la revolución proletaria>>. (L. D. Trotsky: Op. Cit. Versión digitalizada. Lo entre paréntesis nuestro).

 

          Para dar fe de la doble personalidad política que siempre caracterizó a Stalin hasta su muerte, decir que de las cinco “Cartas desde lejos” remitidas por Lenin al POSDR, la segunda y tercera no fueron publicadas en 1917, y en esto, obviamente, estuvo la solapada voluntad política "democrática" de Stalin y abiertamente conspirativa de Kámenev. Durante todo ese período, el todavía "durmiente" Stalin —que jamás dio a conocer públicamente su pensamiento en aquellas circunstancias—  secundaba desde la sombra la posición centrista —que Lenin calificó de "Kautskismo"— proponiendo la fórmula de sostener al gobierno provisional presionándole "con la exigencia de comenzar inmediatamente negociaciones de paz". A esto contestó Lenin en su cuarta comunicación al partido:

<<El gobierno zarista empezó e hizo la guerra actual como una guerra imperialista, de rapiña, para saquear y estrangular a las naciones débiles. El gobierno de los Guchkov y los Miliukov, que es un gobierno terrateniente y capitalista, se ve obligado a continuar y quiere continuar precisamente esta misma guerra. Pedirle a este gobierno que concluya una paz democrática es lo mismo que predicar la virtud a guardianes de prostíbulos>> (V.I. Lenin: "Cartas desde Lejos" Cuarta carta fechada12/03/1917 en Obras Completas de Lenin. Ed. Akal/1977 Pp. 372).

 

          Tal fue la situación al interior del POSDR (b) siete meses antes de que el proletariado derrocara en octubre al gobierno provisional y se hiciera cargo del poder en Rusia apoyado por el campesinado, confirmando así la "teoría de la revolución permanente". En esos momentos, la conspiración de los kautskistas para abortar la estrategia revolucionaria diseñada por Lenin desde Suiza ya estaba en marcha:

<< La principal cuestión en litigio, a cuyo derredor giraban las demás, era la de si se debía luchar por el Poder y asumirlo, o no. Eso basta para demostrar que no estábamos en presencia de aparentes divergencias episódicas, sino al frente de dos tendencias de principio. Una de ellas era proletaria que conducía a la Revolución Mundial; la otra era democrática, de la pequeña burguesía, y comportaba en último término la subordinación de la política proletaria a las necesidades de la sociedad burguesa en su proceso de reforma (de la sociedad feudal residual). Estas dos tendencias chocaron violentamente en todas las cuestiones del año 1917, por poco importantes que fuesen>>. (L. D. Trotsky: "Lecciones de Octubre". Lo entre paréntesis nuestro)

       

          Esgrimiendo como único fundamento su todavía secreta decisión inconfesable y claramente tendenciosa, de no haber dado a conocer las cartas de Lenin, en 1924 Stalin pudo convencer a una mayoría partidaria del el PCURSS, diciendo en "Trotskismo o leninismo" que los testimonios de Trotsky fueron una pura fantasía, "Noches Árabes y similares cuentos de hadas" imaginados por los trotskystas. En ese folleto, Stalin ofreció su versión de lo ocurrido en vísperas de la insurrección de octubre del 17, dedicándose a exaltar las figuras de Kámenev y Zinóviev. Habiendo mentido acerca de lo sucedido entre marzo y octubre, Stalin pudo mentir también sobre lo que ocurrió durante las secciones del Comité Central celebradas el 10 de ese último mes, donde se decidió por mayoría organizar la sublevación que echó abajo el gobierno provisional e implantó la dictadura del proletariado:

      <<Trotsky afirma que en Octubre nuestro Partido tuvo la derecha en las personas de Kámenev y Zinóviev, que, dice él, eran casi Social-Demócratas. Lo que uno no puede comprender entonces es como, bajo esas circunstancias, ocurriría que el Partido evitó una fisura; como ocurriría que los desacuerdos con Kámenev y Zinóviev duraron sólo unos días; cómo ocurriría que, a pesar de esos desacuerdos, el Partido nombró a estos camaradas para altos e importantes cargos, los elegidos para el centro político de la sublevación, etcétera. La implacable actitud de Lenin hacia los socialdemócratas es suficientemente bien conocida en el Partido; el Partido sabe que Lenin no habría estado de acuerdo ni por un momento en tener camaradas considerados Social-Demócratas en el Partido, y dejarlos solos en puestos altamente importantes. ¿Cómo, entonces, explicamos el hecho de que el Partido evitó una fisura? La explicación es que a pesar de los desacuerdos, estos camaradas eran los viejos Bolcheviques que resistieron en el interés común del Bolchevismo. ¿Cuál era el interés común? La unidad de perspectivas sobre las cuestiones fundamentales: el carácter de la revolución Rusa, las fuerzas impulsoras de la revolución, el papel del campesinado, los principios de liderazgo de Partido, etcétera. De no haber habido estos intereses comunes, habría sido inevitable una fisura (...)

     Trotsky se regodea maliciosamente en los desacuerdos pasados entre los Bolcheviques y los retrata como una enconada lucha como si hubiera habido casi dos partidos dentro del Bolchevismo. Pero, primeramente, Trotsky exagera e infla vergonzosamente la cuestión, dado que el Partido Bolchevique vivió estos desacuerdos sin el más ligero choque. Segundo, nuestro Partido sería una casta y no un partido revolucionario si no hubiera permitido diferentes cambios graduales de opinión en sus filas. Además, es bien conocido que hubo desacuerdos entre nosotros incluso antes de, por ejemplo, el período de la Tercera Duma (1906-1907), pero no hicieron temblar la unidad de nuestro Partido>>. (J. V. Stalin: "Trotskysmo o leninismo" 19/11/1924. Lo entre paréntesis es nuestro)

 

          Para poder decir esto logrando que parezca verosímil, además de las "Cartas desde lejos" Stalin debió hacer pasar por inexistentes las dos cartas que Lenin envió al Comité Central (C.C.) del partido el 18 y 19 de octubre, donde denunció el "acto particularmente infame" de Kámenev y Zinóviev, hablando de ellos como de sus "ex camaradas" y proponiendo que fueran de inmediato expulsados del partido:

     <<La declaración de Kámenev y Zinóviev en la prensa ajena al partido, fue un acto particularmente infame por la razón adicional de que el partido no está en condiciones de refutar abiertamente su mentira calumniosa (...) No podemos refutar la mentira calumniosa de Kámenev y Zinóviev, sin perjudicar todavía más a la causa. Y la inmensa infamia, la verdadera traición de estos dos individuos consiste, precisamente, en que han revelado a los capitalistas el plan de los huelguistas, puesto que si nada decimos en la prensa, todos adivinarán cómo están las cosas. (...)      A esto no cabe ni puede caber más que una respuesta: una resolución inmediata del C.C.:

     “El CC, considerando que la declaración de Zinóviev y Kámenev en la prensa ajena al partido es una actitud de rompehuelgas, en el estricto sentido de la palabra, expulsa a ambos del partido".

     No me resulta fácil escribir esto sobre viejos camaradas íntimos, pero consideraría como un crimen toda vacilación al respecto, pues un partido revolucionario que no castiga a rompehuelgas notorios, está perdido>> (V.I. Lenin: "Carta al Comité Central del POSDR" 19/10/1917. En Obras Completas T. XXVII Ed. Akal/1977 Pp. 334. Ver en: “Carta al Comité Central del POSDR” 19/10/1917 Pp. 239.)

 

          Como hemos dicho ya, hasta que la camarilla burocrática soviética que sucedió a Stalin tras su muerte en 1953, ordenara la "desestalinización parcial" de las "Obras Completas" de Lenin, estas cartas y la traición cometida por Kámenev y Zinóviev con el apoyo activo aunque soterrado de Stalin, permanecieron como lo que ahora se conoce por "material clasificado". Esto permitió al "gran organizador de derrotas" (Stalin) imaginar una historia de la Revolución Rusa inspirada en intereses políticos facciosos compartidos con ocasionales adláteres, como Kámenev y Sinóviev al interior del aparato partidario-estatal desde abril de 1923. Nada que ver con la verdad histórica. Para poder desmentir la versión de Trotsky, Stalin se tuvo que inventar la presunta composición de un supuesto "Buró Político" o comisión ejecutiva, supuestamente votada en la misma reunión del C.C. celebrada el 10 de octubre, integrada por los mismos que votaron contra la resolución e inmediatamente intentaron abortar la insurrección:

<<En esta misma reunión del Comité Central se eligió un centro político para dirigir la sublevación; este centro, se llamó el Buró Político, constituido por Lenin, Zinóviev, Stalin, Kámenev, Trotsky, Sokolnikov y Bubnov. Así son los hechos. (J.V. Stalin: "Trotskysmo o leninismo" I Los hechos sobre la insurrección de octubre. 19/10/1924)

          Los hechos fueron que Lenin no consiguió expulsar del partido a Kámenev y Zinóviev, gracias a la tenaz labor de oposición que Stalin y demás integrantes de la fracción kautskysta en el C.C. hicieron en torno a este asunto, logrando convertirse en mayoría contra de la voluntad de Lenin y en ausencia suya. Así fue como se llegó con ellos a una "solución de compromiso", por la cual, Kámenev y Zinóviev siguieron conservando su condición de miembros del partido, pero fueron sustituidos del C.C. y, por supuesto, excluidos de toda alta responsabilidad ejecutiva, prohibiéndoles "hacer cualquier tipo de declaración contra las resoluciones del Comité Central y la línea de trabajo aprobada" (Ver nota 24 de los editores del PCURS en la "era Kruschev" a las dos cartas de Lenin). Así, Stalin no sólo se inventó la composición del comité militar excluyendo a Trotsky e incluyendo a Kámenev y Zinóviev, sino que omitió decir que Trotsky fue su presidente, según testimonio de Isaac Deutscher en: "Trotsky: el profeta desarmado".

          Trotsky dice que, desde abril hasta octubre, los únicos de esta fracción "kautskysta" que dieron la cara manifestando su resistencia a las famosas "Tesis" donde Lenin se pronunció por resolver el doble poder en Rusia, imponiendo la dictadura del proletariado, fueron Kámenev y Rykov. Los otros dos conciliacionistas con los mencheviques, Zinóviev y Stalin, mantuvieron un prudente y solapado silencio:

<<No hay un solo artículo de aquella época en que Stalin intente siquiera analizar su política pasada y abrirse un camino hacia la posición adoptada por Lenin. Se limitó a callar. Había asomado demasiado la cabeza con sus desdichadas orientaciones en el primer mes de la revolución, y era mejor recatarse en la sombra. No alzó la voz ni puso la pluma sobre el papel en parte alguna para salir en defensa de Lenin. Se hizo a un lado y esperó. En los meses de mayor responsabilidad, en que se preparó teórica y políticamente el asalto al poder, Stalin no existió políticamente>> (L. D. Trotsky: "Mi vida" El Trotskysmo en 1917. Ed. Giner/1976 Pp. 343. Ver en:)

          Kámenev tenía en esto un antecedente más grave que Stalin. Pero en octubre de 1917 demostró el valor político de volver a dar la cara. A principios de la primera guerra mundial fue sometido a "proceso por traición" contra los diputados bolcheviques a la Duma, y desde el banquillo de los acusados ratificó ser contrario al "derrotismo revolucionario" de Lenin frente a la guerra. A ver si los acólitos de Stalin aportan al esclarecimiento de este crucial período de la Revolución Rusa, desmintiendo con honestidad y solvencia intelectual estas afirmaciones. A ver si son capaces de remitirnos a un escrito o a una reunión del partido —entre marzo y octubre de 1917—, donde Stalin aparezca diciendo esta boca es mía para defender las "Tesis" de Lenin y aportar en tal sentido a esa tarea crucial de la revolución.

          La conclusión de todo esto es que, entre febrero y octubre de 1917, Stalin se sumó, como pudo, al peso muerto de la historia hecha por otros, aferrándose a la pasada etapa democrático-burguesa de la revolución, oponiéndose subrepticiamente a la irrefrenable tendencia histórica hacia la dictadura del proletariado que caracterizó la segunda etapa de ese proceso. Actuó tratando de conciliar al proletariado con la burguesía "democrática" apoyándose en la pequeñoburguesía, políticamente representada por los partidos menchevique y socialista revolucionario, del mismo modo que antes de la revolución de febrero, los mencheviques actuaron tratando de conciliar a la nobleza con el pueblo en general, apoyándose en la burguesía representada por el partido de los demócratas constitucionalistas. Confrontemos esto con lo que dijo Stalin en 1924, es decir, “a toro pasado y sin estocada”, porque es muy elocuente e instructivo en cuanto a la digna y necesaria actitud de respeto, que todo revolucionario genuino debe observar ante la verdad científica, antes de ser confirmada por la historia:

<<En el período de la lucha contra el zarismo, en el período preparatorio de la revolución democrático-burguesa (1905-1916), el apoyo social más peligroso del zarismo era el partido liberal-monárquico, el partido de los demócratas constitucionalistas. ¿Por qué? Por ser un partido conciliador, el partido de la conciliación entre el zarismo y la mayoría del pueblo, es decir, el campesinado en su conjunto. Es natural que el Partido dirigiese entonces sus principales golpes contra los demócratas constitucionalistas, pues sin aislarlos no podía contarse con la ruptura de los campesinos con el zarismo, y sin asegurar esta ruptura no podía contarse con la victoria de la revolución. Muchos no comprendían entonces esta particularidad de la estrategia bolchevique y acusaban a los bolcheviques de excesiva "inquina a los demócratas constitucionalistas", afirmando que la lucha contra los demócratas constitucionalistas hacía que los bolcheviques "perdieran de vista" la lucha contra el enemigo principal: el zarismo. Pero estas acusaciones, infundadas, revelaban una incomprensión evidente de la estrategia bolchevique, que exigía el aislamiento del partido conciliador para facilitar y acercar la victoria sobre el enemigo principal.

En el período de la preparación de los sucesos en la revolución de octubre, el centro de gravedad de las fuerzas en lucha se desplazó a un nuevo plano. Ya no había zar. El partido demócrata constitucionalista se había transformado, de fuerza conciliadora, en fuerza gobernante, en la fuerza dominante del imperialismo. La lucha ya no se libraba entre el zarismo y el pueblo, sino entre la burguesía y el proletariado. En este período, el apoyo social más peligroso del imperialismo lo constituían los partidos democráticos pequeñoburgueses, los partidos eserista y menchevique. ¿Por qué? Porque estos partidos eran entonces partidos conciliadores, partidos de la conciliación entre el imperialismo y las masas trabajadoras. Es natural que los principales golpes de los bolcheviques fueran dirigidos entonces contra estos partidos, pues sin el aislamiento de estos partidos no se podía contar con la ruptura de las masas trabajadoras y el imperialismo, y sin conseguir esta ruptura no se podía contar con la victoria de la revolución soviética. Muchos no comprendían entonces esta particularidad de la táctica bolchevique, acusando a los bolcheviques de "excesivo odio" a los eseristas y a los mencheviques y de "olvido" del objetivo fundamental. Pero todo el período de la preparación de Octubre evidencia elocuentemente que sólo gracias a esta táctica pudieron los bolcheviques asegurar la victoria de la Revolución de Octubre>>. J. V. Stalin: "La revolución de octubre y la táctica de los comunistas rusos" 12/12/1924. Ver PP. 115)

          ¿Qué diferencia hay aquí entre esta correcta versión de Stalin —a la luz de los hechos ya manifiestos— y su actitud oportunista especuladora y pacata cuando esos hechos estaban sucediendo? Este hombre se comportó como un ladino, es decir, como si durante la segunda etapa de preparación para la toma del poder por el proletariado, él hubiera estado en el bando de Lenin combatiendo a los indecisos y a los oportunistas; como si no hubiera estado entre ellos; conspirando por omisión y hasta por manipuladora ocultación desde la dirección de "Pravda" contra la orientación revolucionaria de Lenin; alentando la misma felonía que  Kámenev y Zinóviev urdían a la luz del día; como si entre bambalinas no hubiera conspirado con ellos; como si no se hubiera opuesto a la expulsión de estos dos traidores —aliados oficiosos suyos— durante todo ese período; como si no hubiera actuado en cohecho encubierto con los mencheviques y socialistas revolucionarios; como si el necesario propósito bolchevique de aislar y neutralizar políticamente a mencheviques y socialistas revolucionarios, no se hubiera conseguido en contra de su voluntad política. Marx solía decir de Lassalle que era "un sicofante", un impostor, "una persona que engaña con apariencia de verdad". Por lo visto, desde febrero de 1917 en que —hasta su muerte— vivió de la mentira y de la suplantación de personalidad política, Stalin dejó a Lassalle convertido en un querubín.

          La historia ha demostrado, pues, que entre abril y setiembre de 1917, dos tendencias se disputaron el poder al interior del partido bolchevique: una liderada por Kámenev de forma más o menos torticera según la circunstancias, proclive a contemporizar con el gobierno provisional; la otra proclamando abiertamente la necesidad de su derrocamiento, a la vista de su alianza con las potencias imperialistas comprometidas en la guerra. Y aunque sin plantear la acción para tal derrocamiento a la orden del día o como algo inmediato, sí prepararse para esa necesaria tarea. Esta fue la forma en que, durante la Conferencia del partido bolchevique de Petrogrado celebrada en abril,

<<Lenin tendió a Kámenev una rama de olivo, diciendo que, aunque el Gobierno Provisional debería ser derribado, esto no se produciría “de inmediato o con procedimientos ordinarios”. Las principales resoluciones fueron aprobadas por la abrumadora mayoría de los 150 delegados. La Conferencia aprobó, con solo siete abstenciones, una moción declarando que la instauración del Gobierno Provisional “no ha cambiado ni puede cambiar”, el carácter imperialista de la participación de Rusia en la guerra (…). A esta declaración seguía una resolución aprobada con solo tres votos en contra y tres abstenciones, condenando al Gobierno Provisional por su “abierta colaboración” con la “contrarrevolución burguesa y latifundista”, y pidiendo que se iniciaran activos preparativos entre los “proletarios de la ciudad y el campo”, para llevar a cabo “el rápido paso de todo el poder del Estado a manos de los Sóviets de Diputados de Obreros y Soldados y de otros órganos (de la administración local, asamblea constituyente) que expresen directamente la voluntad de la mayoría del pueblo>>. (Eduard Hallett Carr: “La Revolución Bolchevique 1917-1923” Ed. Alianza Universidad/1985 Primera parte Cap. 4: de Febrero a octubre Pp. 99-100).

 

          A todo esto, en Alemania y pesar del secretismo desinformativo de sus autoridades, el sufrimiento continuado de los explotados de ese país durante los últimos dos años de guerra, también les había empujado desde principios de 1917 a ponerse en movimiento, aspirando a lograr la paz con Rusia cuando la situación en territorio soviético por la misma causa bélica, no estaba mejor que Alemania. La caída del imperio zarista en febrero de ese año, se había producido precisamente por la lucha de obreros y campesinos a raíz de las penurias que padecían, como consecuencia del conflicto bélico y las derrotas militares.

 

          Pero a despecho de la inmensa mayoría del pueblo ruso que anhelaba la paz, el nuevo gobierno provisional del Partido Demócrata Constitucionalista (KDT) —coaligado con el SPD—, cuyo presidente era Kérenski, bregaba en sentido contrario queriendo seguir con esa guerra interimperialista de rapiña, atribuyendo los fracasos bélicos a la ineptitud de los mandos rusos bajo el gobierno déspota de los zares. Tan es así que, ante la insistente renuencia del pueblo, el gobierno decidió decretar la pena de muerte para todos aquellos soldados que se negaran a seguir combatiendo en el frente de guerra:

     <<En efecto, veamos cuales eran las aspiraciones de los obreros y campesinos cuando hicieron la revolución. ¿Qué esperaban de la revolución? Esperaban, como se sabe, libertad, pan, paz y tierra.

     ¿Y qué vemos hoy?

     En vez de la libertad retorna la vieja tiranía. Se implanta la pena de muerte para los soldados en el frente[1]. Los campesinos que se apoderan por propia iniciativa de las tierras de los terratenientes son llevados ante los tribunales. Las imprentas de los periódicos obreros son asaltadas. Los periódicos son clausurados sin juicio previo. Los bolcheviques son arrestados, a menudo sin acusación alguna o bajo el peso de acusaciones evidentemente calumniosas>>. V. I. Lenin: Las enseñanzas de la revolución”. 06/09/1917. Ver Pp. 108

 

          Esto que Lenin relata sucedió en julio de ese año durante la llamada ofensiva de Kérenski, cuando el control de las fuerzas armadas rusas había pasado ya a manos de los Soviets de obreros y soldados, bajo la dirección política de los bolcheviques, lo cual hizo fracasar ese emprendimiento, preparando las condiciones para la revolución de octubre. Mientras tanto, con el propósito táctico de agudizar la inestabilidad política en Rusia y malograr dicha ofensiva, el Estado alemán había permitido en abril que Lenin regresara a su país, facilitándole un tren blindado con el que pudo atravesar Dinamarca, llegar a Finlandia, por entonces Gran Ducado en territorio ruso, como así fue, acarreando las graves consecuencias para el nuevo régimen contrarrevolucionario del Gobierno provisional, que acabamos de relatar aquí.

            Estas fueron las dos causas de que, en setiembre de 1917, el General contrarrevolucionario ruso Lavr Kornílov —tras un confuso malentendido con Kérenski causado por el procurador del Sínodo Sagrado, Vladimir Nikolayevich Lvov— planeara y ejecutara un golpe de Estado que resultó fallido, porque los Soviets de diputados, obreros y soldados recibieron el apoyo del pueblo ruso. Una iniciativa que desencadenó la revolución de octubre, cuya dirección militar estuvo a cargo del Comité Revolucionario Militar, creado por el Sóviet de Petrogrado el 16 de ese mes, bajo la dirección política del Partido Bolchevique.

          En efecto, los bolcheviques, que a principios del verano en el Primer Congreso de sóviets de toda Rusia fueron minoría (con solo 105 representantes respecto de los 822 presentes con derecho a voto), tras el fallido golpe de Estado de Kornílov conquistaron la mayoría en los de Petrogrado y Moscú, mientras en las zonas rurales los soldados desmovilizados por propia decisión regresaban a sus hogares, el hambre de tierras se hacía más agudo y los desórdenes campesinos con ocupaciones de tierras y saqueos de fincas más frecuentes. En tales circunstancias y estando Lenin en la clandestinidad, Kérenski convocó en Moscú a una “Conferencia estatal democrática” de todos los partidos, para discutir y resolver sobre la situación nacional.

          Reunido el Comité Central del POSDR (CC), Kámenev y Ríkov se pronunciaron por participar y la mayoría votó a favor, mientras que Stalin y Trotsky votaron en contra. En el postcriptum de su artículo que tituló: “La crisis ha madurado” Ver Pp. 111, tras aludir a los serios desbarajustes sociales, políticos y militares en los países beligerantes —con motines en el ejército y la flota alemana— donde se veían confirmadas sus previsiones anteriores ya comunicadas, el 29 de setiembre Lenin acusó a la mayoría del CC de hacer seguidismo —de lo propuesto por los mencheviques en la conferencia Democrática convocada por Kérenski—, ignorando sus advertencias y previsiones para sumarse a la decisión de esperar a lo que resolviera el Congreso de los sóviets de toda Rusia previsto para el 1 y 2 de noviembre. Lenin declaró que postergar la toma del poder a las espera de ese Congreso, a sabiendas de que los revolucionarios ya contaban con todas las posibilidades favorables para el éxito de esa prevista iniciativa, sería tanto como traicionar a la revolución. Porque estaba claro que, en medio del caos del gobierno ruso en sus frentes de guerra y la creciente sublevación de una mayoría de campesinos que desertaban anhelando la paz —confiados en que esa era también la línea política del POSDR y de los asalariados en todas las fábricas del país— esperar daría tiempo a los mencheviques, socialistas revolucionarios y al propio gobierno de Kérensky, para reagrupar y utilizar las fuerzas cosacas sobre las que todavía mandaba[2]. Y frente a ese peligro Lenin decía:

     <<En efecto, dejar pasar un momento como éste y “esperar” al Congreso de los sóviets es una perfecta estupidez o una completa traición.

     Una completa traición a los obreros alemanes. ¡No esperaremos a que comience su revolución! En ese caso, hasta los “Liberdán” (apodo irónico que Lenin dio a los líderes mencheviques Mikhail Líber y Fiódor Dan) estarían dispuestos a “apoyarla”. Pero esa revolución no puede comenzar mientras estén en el poder Kérensky, Nikolai Mijailovich Kishkin y Cía.

     Una completa traición a los campesinos rusos. Tolerar la represión del levantamiento campesino cuando controlamos los Soviets de ambas capitales, sería perder, y perder merecidamente, toda la confianza de los campesinos (que formaban el grueso de la milicia sublevada en el ejército zarista); ante los ojos de los campesinos apareceríamos identificados con los Liberdán y demás miserables. Op. cit. Ver Pp. 204>>. (El subrayado y lo entre paréntesis nuestro).

 

          Seguidamente, en ese postcriptum que Lenin decidió no publicar condicionándolo al resultado de la próxima reunión del CC, redactó su renuncia para que, en caso de que allí se votara favorablemente la propuesta de Kámenev y Sinóviev, poder él tener la libertad de dirigirse a los afiliados de base del partido, así como al posterior Congreso de la organización, añadiendo:

<<…porque estoy profundamente convencido de que si “esperamos” al Congreso de los Soviets y dejamos ahora pasar el momento, hundiremos la Revolución>>. 

 

          Diez días después de dar a conocer ese postcriptum al partido y ante el silencio del C.C., el 9 de octubre ocultando su identidad bajo un disfraz, Lenin se trasladó a Petrogrado. Al día siguiente se personó en la prevista reunión del CC, donde con su voto y nueve más de Trotsky, Stalin, Yákov Sverdlov, Moisei S. Uritski, Félix Edmúndovich Dzerzhinski, Aleksandra Kollontái, Andréi Búbnov, Grigori Sokólnikov y Grígori Lómov (sin referencias biográficas), se aprobó iniciar los preparativos para una insurrección inmediata.

         

          El 16 de octubre hubo otra reunión del CC ampliada a la participación de bolcheviques del Comité del Partido de Petrogrado, de la organización militar del Sóviet de Petrogrado y de los sindicatos y comités de fábricas. Allí volvió Lenin a remachar el clavo de la impostergable insurrección, diciendo:

<<La situación es clara: o dictadura kornilovista o dictadura del proletariado y de los sectores pobres del campesinado. Es imposible guiarse por el estado de ánimo de las masas, pues es voluble y no se puede calcular; debemos guiarnos por el análisis y la apreciación objetivos de la Revolución. Las masas han dado su confianza a los bolcheviques y exigen de ellos no palabras sino hechos>>. (V. I. Lenin: Acta de la reunión del 16/10/1917. Ver Pp. 241) 

 

            La propuesta de Lenin sumó esta vez diecinueve votos contra dos de Kámenev y Zinóviev, que se ratificaron en seguir apoyando al reaccionario gobierno provisional. Al finalizar esa reunión, Kámenev dimitió de su cargo en el Comité Central. Dos días después, publicó en un periódico de izquierdas, el “Novaya Zhizn” —no adscripto a ningún partido—, una carta en nombre propio y en el de Zinóviev, protestando contra la decisión bolchevique de insurreccionarse contra el gobierno. Esa denuncia pública que alertaba a los enemigos de la revolución, fue calificada por Lenin de “esquirolaje criminal” en una carta que dirigió a los miembros del partido, declarando que no los consideraba ya como camaradas y pedía su expulsión.

 

          En la siguiente reunión celebrada el día 20 de octubre en ausencia de Lenin, Sverdlov leyó la carta. Puesta a discusión la dimisión presentada por Kámenev, fue admitida por cinco votos contra tres, requiriéndole que no reincidiera en hacer declaraciones públicas sobre las decisiones adoptadas por el CC del partido. Y en cuanto a la petición de Lenin, fue rechazada y tanto Kámenev como Zinóviev siguieron siendo miembros del Partido.

 

          Cinco días después las fuerzas revolucionarias entraron en acción y los puntos claves de la ciudad fueron ocupados. Los miembros del derrocado Gobierno Provisional fueron apresados o huyeron derrocado. En las primeras horas de la tarde en una reunión del Sóviet de Petrogrado, Lenin anunció el triunfo de la revolución obrera y campesina. Horas después, el Congreso de Sóviets de toda Rusia proclamaba el traspaso del poder político en el territorio del país, a los Soviets de Diputados Obreros, Soldados y Campesinos. El 26 de octubre, durante la segunda y última reunión del Congreso fueron aprobados los decretos de promover la paz y socializar la tierra, así como la formación de un Consejo de Comisarios del Pueblo en su carácter de nuevo Gobierno Obrero y Campesino, popularmente conocido por el nombre de Sovnarkom.

 

          El Sóviet de Petrogrado y su Comité Militar Revolucionario, fueron los órganos responsables de organizar la acción casi incruenta que acabó victoriosamente el 25 de octubre. En este acto se hizo realidad en la URSS la hipotética posibilidad real científicamente prevista, de unificar al proletariado de distintas nacionalidades al interior del territorio soviético, en lucha revolucionaria contra el régimen zarista. Una unidad internacional que todavía palpita en la actual Rusia capitalista tras la debacle del régimen stalinista en 1989, y que sin duda volverá sobre sus fueros tantas veces como sea necesario, reactivada por las contradicciones del capitalismo decadente, cada vez más agravadas, hasta conseguir la victoria socialista definitiva a escala planetaria. Sucederá tal como antes con las contradicciones del feudalismo y el esclavismo, que acabaron forzando a la unidad política de las clases explotadas, arrojando esos tipos de sociedad caducos al basurero de la historia. 

 

          Días antes de la toma efectiva del poder en octubre, Lenin ya estaba ocupado en poner los cimientos económicos, sociales y políticos de la nueva sociedad soviética rusa en transición al socialismo, combatiendo contra los obstáculos que los resabios del capitalismo oponían al curso de la revolución en Rusia —tanto en la ciudad como en el campo—, en medio de la discusión acerca de si el necesario control de la producción, debía ejecutarse centralizándolo en el Estado soviético, o dejarlo en manos de los distintos sindicatos de fábrica y de los pequeños y medianos propietarios agrícolas:

<<La principal dificultad que enfrenta la revolución proletaria, es la instauración a escala nacional, del sistema más preciso, meticuloso, de registro y control, de control obrero sobre la producción y distribución de los productos>> (V. I. Lenin: “¿Se sostendrán los bolcheviques en el poder?” 01/10/1917.Ver Pp. 117).

 

          Y el caso es que el avance de las luchas del proletariado entre febrero y octubre de 1917, condujo a que las consecuentes expropiaciones tendieran a debilitar económica y políticamente a la burguesía. Pero al mismo tiempo, aquel control obrero de la producción —entendido por Lenin como un necesario recurso político alternativo al mercado capitalista—, empezó a ser de hecho asumido por los distintos comités de fábrica en cada empresa, unos independientemente de los otros. Un “control” que al no poder garantizar la imprescindible coordinación para el reparto de los productos según las distintas necesidades, tampoco podía impedir el despilfarro del trabajo social asignado a las diversas ramas de la producción, y estaba resultando ser casi tan anárquico e irracional, como el que se quería sustituir a cargo del mercado.

 

          Había que plantearse y llevar a la práctica, pues, la regulación de la producción y la distribución de los productos a través del control coordinado a escala nacional, un doble cometido que solo podía ser alcanzado satisfactoriamente, no por los asalariados desde sus comités de fábrica sino desde el Estado soviético. En esto reincidió Lenin una y otra vez entre el 13 y el 26 de abril de 1918: alcanzar la regulación de la producción a través del control coordinado de la producción y distribución. Una tarea que los asalariados debían aprender como una prioridad absoluta y eso requería su tiempo. Pero:

<<…en tanto el control obrero no sea un hecho, en tanto los obreros avanzados no hayan organizado y llevado a efecto su cruzada victoriosa e implacable contra los infractores de este control o contra los negligentes en este dominio no podremos, después de haber dado este primer paso (el del control obrero), dar el segundo hacia el socialismo, es decir, pasar a la regulación [consciente] de la producción por los obreros>> (V.I. Lenin: “Las tareas inmediatas del poder soviético” Pp. 40. (Escrito entre el 13 y el 26 de abril 1918. Lo entre corchetes y el subrayado nuestros)

      

          Lenin se refiere aquí al control obrero de la producción, no bajo la dictadura de la burguesía en un Estado capitalista, sino bajo la dictadura del proletariado en un Estado socialista, es decir, no el que se había venido consagrando desde el punto de vista de los  capitalistas que mienten a los obreros haciéndoles creer que el Estado burgués sirve a los intereses generales de la sociedad, tal como por entonces en Rusia era el servicio que cumplían quienes llenaban las páginas de la revista menchevique “Nóvaia Zhizn” (Vida Nueva) dirigida por Máximo Gorki:

  <<Cuando los escritores de Nóvaia Zhizn nos acusaban de caer en el sindicalismo al lanzar la consigna de “control obrero”, nos ofrecían un ejemplo típico de la bobalicona aplicación escolar de ese “marxismo” no meditado sino aprendido de memoria a la manera de Vasili Vasilievich Struve. El sindicalismo rechaza (y aleja de la conciencia de los explotados la idea de) la dictadura revolucionaria del proletariado, o la relega a último plano, lo mismo que al poder político en general. Nosotros, en cambio, la ponemos en primer plano. Y si ateniéndonos al espíritu de Nóvaia Zhizn dijéramos: “nada de control obrero sino control del Estado” (capitalista), lanzaríamos una frase de contenido reformista burgués, una fórmula que, en el fondo, sería democonstitucionalista, pues los militantes del Partido Demócrata Constitucionalista no tienen nada que oponer a la participación de los obreros en el (supuesto) control del “Estado”. Los democonstitucionalistas kornilovistas saben muy bien que semejante participación es, para la burguesía, el mejor método de engañar a los obreros (con el cuento de que el proletariado participa de ese control votando en las elecciones periódicas), el método mejor de sobornar sutilmente en el sentido político a los Gvózdiev, los Nikitin, los Prokopóvich, los Tsereteli y toda esa pandilla (para que controlen a los obreros so pretexto de controlar una producción realmente controlada por el mercado, es decir, por la burguesía)>>. (V. I. Lenin: Op. cit. Lo entre paréntesis nuestro).

 

          Tanta razón tenía Lenin al decir esto, como que el 29 de octubre de 1917, tres días antes de la toma del poder por los bolcheviques, se demostró en qué consistía el control obrero de la producción por parte de los sindicatos, cuando el líder del comité ejecutivo del sindicato nacional de trabajadores de ferrocarriles, Vikzhel, amenazó con una huelga nacional a menos que los bolcheviques renunciaran a tomar el poder y apartaran del gobierno a los máximos líderes insurrectos, que eran Lenin y Trotsky, mientras Zinoviev, Kámenev y sus aliados en el Comité Central Bolchevique, se sumaban a ese chantaje sindical, argumentando que los bolcheviques no tenían otra elección que iniciar negociaciones para formar un gobierno de coalición, ya que —según decían— una huelga de ferrocarriles podría mermar la capacidad de los revolucionarios en su lucha contra las fuerzas todavía leales al Gobierno Provisional en Moscú. Así fue cómo Zinóviev y Kámenev obtuvieron fugazmente el apoyo de la mayoría del Comité Central, y en nombre de los bolcheviques pudieron iniciar negociaciones con los distintos partidos  que habían venido apoyando al Gobierno Provisional, mientras Lenin y Trotsky permanecían al mando de las fuerzas revolucionarias en Petrogrado y Moscú. 

 

          Pero ante la rápida ofensiva de los marineros del Báltico y de los Guardias Rojos,  que ocuparon estaciones ferroviarias, edificios de correos y telégrafos centrales, estaciones telefónicas, bancos e instalaciones de puentes levadizos, dieron al traste con el sindicato ferroviario y consiguieron que la guarnición militar de San Petersburgo mantuviera la neutralidad o se uniera a la revolución. Fue cuando en la madrugada del veinticinco de octubre, Lenin apareció en un balcón del Palacio Smolny, sede del Estado Mayor de la revolución en esa ciudad, desde donde anunció haber ordenado detener a los miembros del Gobierno Provisional, que permanecían en el Palacio de Invierno.     

 

          Mientras tanto, en Moscú al sóviet de diputados de obreros y soldados —dominado por los partidarios del Gobierno Provisional en contra de los bolcheviques— se habían sumado los cadetes de las escuelas militares. El enfrentamiento armado se prolongó allí seis días, porque los trabajadores ferroviarios de la línea Nikoláyevskaya que unía Petrogrado con Moscú, se habían declarado en huelga, impidiendo así que los guardias rojos pudieran obtener refuerzos desde Petrogrado. Pero cuando esos refuerzos llegaron, los contrarrevolucionarios se rindieron y el rápido fracaso de las fuerzas anti-bolcheviques en Moscú, permitió que Lenin y Trotsky convencieran a los “bolcheviques contemporizadores” del Comité Central, de que abandonaran su intento negociador con mencheviques y socialistas revolucionarios, amenazándoles con expulsarles del partido si persistían en sus intentos de formar un gobierno de coalición. Como respuesta, Zinóviev, Kámenev, Alekséi Rýkov, Vladímir Milyutin y Víktor Noguín dimitieron del Comité Central el 4 de noviembre.

 

          Durante 1918, cuando los bolcheviques plantearon la necesidad de abandonar el control de la producción a cargo de los sindicatos en cada empresa, para poner esa función en manos del Consejo Superior de Economía Nacional (VSNJ) —creado en diciembre de 1917—, este criterio objetivamente revolucionario chocó frontalmente con el egoísmo de empresa, inspirado en el principio pequeñoburgués del cada uno para sí, muy arraigado en numerosos anarquistas y anarcosindicalistas, quienes afincados en su infantilismo de izquierdas reivindicaban a los comités de fábrica organizados de forma federativa, entendidos cada uno como autónomo y soberano en su jurisdicción, viendo en la necesaria centralización económica del Estado soviético, una despótica intromisión de los intereses generales en sus intereses particulares.[3] Ni más ni menos que como ese mujik llamado Stalin, entendió que se estaba procediendo con él en materia de organización militar durante la guerra civil. 

 

            Bajo tales condiciones, durante el IV Congreso Extraordinario de los Soviets de toda Rusia celebrado entre el 13 y el 26 de abril de 1918, Lenin explicó que los asalariados habían logrado derrotar a la burguesía, pero que una cosa es dominar y otra muy distinta gobernar, única forma de sostener ese dominio para transitar con él a cuestas del capitalismo al socialismo. Y que este último atributo no es innato sino que se adquiere por ciencia y no por pura experiencia. La ciencia es lo que permite transitar de la ignorancia y el descontrol, al conocimiento que es la condición de todo dominio:

<<Nosotros, el partido de los bolcheviques hemos convencido a Rusia, se la hemos ganado a los ricos para los pobres, a los explotadores para los trabajadores, ahora debemos gobernarla. Y toda la peculiaridad del momento en que vivimos, toda la dificultad consiste en saber comprender las particularidades de la transición de una tarea principal, como la de convencer al pueblo y aplastar por la fuerza militar la resistencia de los explotadores, (para poder así pasar) a otra tarea principal, la de gobernar>> (V. I. Lenin: “Las tareas inmediatas del poder soviético”. Lo entre paréntesis y el subrayado nuestros)  

 

          O sea, para gobernar hay que saber qué y cómo hacerlo, más aun en medio de la ruina, la desorganización y la pobreza más extrema. Y sin ciencia no puede haber experiencia provechosa que valga. Este contundente pensamiento de cascote, es algo que a Stalin siempre le trajo al pairo. El haber derrotado y empezado a expropiar a los explotadores, consiguiendo inmediatamente después neutralizar sus actos de sabotaje combatiéndoles bajo las restricciones económicas y sociales más adversas, es sin duda la condición necesaria para poder gobernar. Pero con esto no basta:

  <<En general, fue esa una grandiosa tarea histórica, pero fue sólo el primer paso. Aquí se trata de establecer para qué los hemos aplastado. ¿Será para decir que nos posternamos ante su capitalismo, ahora que los hemos aplastado definitivamente? No; ahora vamos a aprender de ellos, porque nos faltan conocimientos, porque no tenemos esos conocimientos. Tenemos conocimientos de socialismo pero no tenemos conocimiento de organización en escala de millones de personas. Conocimientos de organización (del trabajo) y distribución de los productos, etc. Los viejos dirigentes bolcheviques no nos enseñaron esto. El Partido bolchevique no puede jactarse de esto en su historia. Todavía no hemos estudiado esta materia. Y por eso decimos que, aun cuando ese hombre (burgués) sea un pillo redomado, debemos aprender de él, si ha organizado un trust, si es un comerciante dedicado a la organización y distribución de los productos para millones y millones, si ha adquirido esa experiencia. Si no aprendemos esto no realizaremos el socialismo y la revolución se estancará en la presente etapa>>. (V.I. Lenin: “Reunión del CEC de toda Rusia” 29/04/1918. En Obras Completas Ed. Akal/1978 Pp. 37. Lo entre paréntesis y el subrayado nuestros)

 

          Esta misma problemática política se repitió en el ámbito agrario, en medio de la crisis económica, la desorganización social y la miseria a escala nacional, causadas por la guerra mundial y la guerra civil que le sucedió, todo ello provocado por la burguesía en alianza con la nobleza entre 1917 y 1923. Una dramática situación que los bolcheviques debieron afrontar implantando el “comunismo de guerra”, medida que les condujo a su ruptura con los Socialistas Revolucionarios de izquierda (SRi), quienes venían asumiendo la representación política de los campesinos en el Consejo Ejecutivo Central de Toda Rusia (VTsIK).

 

          Ya en abril de 1917, Lenin había insistido en la necesidad de que el proletariado logre gestar una comunidad de intereses con los campesinos, animándoles a que se apoderen de la tierra arrebatándosela a los terratenientes. Pero decía esto en la seguridad de que nunca romperían sus vínculos con la burguesía, alertaba que nada se podía esperar que hicieran en favor de la revolución socialista, cuando las necesidades de aumentar la productividad agraria, exigieran convertir esas tierras expropiadas sin compensación, en un bien de propiedad colectiva gestionada por el Estado soviético. Y a propósito decía:

<<No podemos ocultar a los campesinos, y mucho menos a los proletarios y semiproletarios del campo, que la pequeña explotación agrícola, bajo la economía mercantil y el capitalismo, no puede librar a la humanidad de la miseria de las masas; que es necesario pensar en el paso a la gran explotación agrícola por cuenta de la colectividad y emprender inmediatamente esta tarea, enseñando a las masas, y a la vez aprendiendo de ellas (de su iniciativa, inteligencia y audacia, una vez conscientes de su propia situación y del necesario quehacer que tienen por delante), las medidas prácticas para asegurar ese paso>> (V.I. Lenin:  "El congreso de diputados campesinos". 16/04/917 Obras completas Ed. Akal/1977 Pp. 95. Lo entre paréntesis y el subrayado nuestros). Ver Pp. 33

 

          A esta profundización de la política interior, que exigía la socialización de la riqueza —y caracterizó a la revolución rusa en su etapa llamada “comunismo de guerra”—, se vieron prematuramente obligados los bolcheviques ante las prácticas especulativas con sus productos por parte de los agricultores, lo cual extendía y agudizaba la penuria de alimentos entre los habitantes de las ciudades y los efectivos del ejército, en lucha contra la reacción interna y externa.

         

          En tales circunstancias, la forzada requisa de los excedentes de grano por parte del gobierno soviético —medida que fue aprobada en el Congreso de Soviets de toda Rusia celebrado en diciembre de 1919, provocó que los eseristas de izquierda, defensores de la pequeñoburguesía agraria, rompieran con los bolcheviques y el gobierno revolucionario. De dicha ruptura derivó la revuelta de Tambov en agosto de 1920, y la de Kronstadt en marzo de 1921. El 5 de julio de este último año, durante las sesiones del III Congreso de la Internacional Comunista, Lenin puso de manifiesto el oportunismo acomodaticio de los campesinos rusos, aquerenciados entre los dos extremos de la contradicción dialéctica bajo el capitalismo, a fuerza de haberles escuchado decir:

<<Somos bolcheviques, pero no comunistas. Estamos a favor de los bolcheviques, porque han arrojado a los terratenientes, pero no a favor de los comunistas, porque están en contra de la hacienda individual>> (V.I. Lenin: “Informe sobre la táctica del P.C. de Rusia”).

Como trabajadores en tierra ajena donde habían venido sobreviviendo explotados y oprimidos por los kulaks (terratenientes), los campesinos rusos lucharon por su emancipación junto a los obreros urbanos; pero una vez liberados por la revolución de su yugo y desde su nueva condición de propietarios, creyeron tener todo el privilegio de vender sus excedentes de grano libremente, aun a expensas del hambre que padecían sus antiguos aliados en las ciudades, los asalariados:

<<No hay modo de que los campesinos comprendan que el libre comercio de cereales es un crimen de Estado. “Yo produzco, el grano es obra de mis manos, luego tengo derecho a negociar con él”, así es como razona el campesino, por hábito, al viejo estilo. Y nosotros decimos que eso es un crimen de Estado>>. (V.I. Lenin: Citado por E. H. Carr: “La revolución bolchevique” T. II Ed. Alianza/1987 Pp. 177)

 

          La revolución logró que a fines de 1920 las fincas de los grandes terratenientes desaparecieran. Pero no consiguió que ocurriera lo mismo en el espíritu de los campesinos, con su irracional y egoísta filosofía de vida predeterminada por el régimen de propiedad privada. Y esto dio por resultado que el esfuerzo de unificar las pequeñas fincas en comunas agrícolas tendentes al socialismo, encontrara una oposición tan firme y tenaz, que sus resultados fueron insignificantes. Al no poder superar la contradicción económica entre una multiplicidad de pequeñas unidades de producción ineficaces y la necesidad de una mayor producción de alimentos, quedó también sin resolver el conflicto político entre asalariados y campesinos, aletargando así el proceso revolucionario bajo permanente amenaza de que la sociedad soviética involucione hacia condiciones contrarrevolucionarias:

<<Como lo había previsto Lenin desde siempre, la distribución de la tierra entre los campesinos, al reducir el tamaño medio de cada unidad de producción, se convirtió en un obstáculo fatal para que aumentase el flujo de víveres y materias primas que las ciudades requerían a los fines de sellar la victoria (política) de la revolución proletaria>>. (E. H. Carr. Op. cit.)

 

            Aun suponiendo hipotéticamente una situación, en la que el interés de los campesinos propietarios de sus parcelas se pudiera ver realizado sin crear penuria de alimentos en las ciudades, Lenin había previsto que por medio de las propias leyes irracionales del mercado, la libertad de comerciar con sus granos conduciría a la total ruina de los campesinos, quienes no podrían impedir el retorno a la concentración de la propiedad territorial en manos de los kulaks:

<<Debemos decir a los campesinos: ¿Queréis retroceder, queréis restaurar por completo la propiedad privada y la libertad de comercio? Eso significa deslizarse de manera ineludible e irrevocable hacia el poder de los terratenientes y capitalistas. Lo testifica toda una serie de hechos históricos y ejemplos de las revoluciones (como según hemos dicho en el capítulo 04 de este trabajo siguiendo a Marx). Un sucinto conocimiento del abecé del comunismo, del abecé de la economía política, confirma que esto es inevitable. Vamos a ver. ¿Les conviene a los campesinos apartarse del proletariado para dar marcha atrás —y consentir que dé marcha atrás el país— hasta caer bajo el poder de los capitalistas y terratenientes, o no les conviene? Pensadlo vosotros y pensémoslo juntos>>. [V. I. Lenin: “Informe sobre la sustitución del sistema de contingentación por el impuesto en especie” Xº Congreso del P. C.(b) de Rusia. 21/04/1921. Ver Pp. 30.][4]

 

            En esos tiempos, Rusia era un país de 140 millones de personas, de las cuales 113 millones vivían en el campo, y donde según datos de Charles Bettelheim, en 1919 no había más de 2.100 comunas agrarias con unos 350.000 miembros, que durante la guerra civil, en 1920, se redujo a 1.520 establecimientos con clara tendencia regresiva hacia el minifundio, lo cual es indicativo del repudio de los campesinos hacia el trabajo colectivo de la tierra:

<<Hostilidad que, atizada por los kulaks, llega a veces, hasta el asesinato de miembros de las comunas por los campesinos de las aldeas vecinas>> Bettelheim: “Las luchas de clases en la URSS. Primer período 1917-1923” Ed. Siglo XXI/1974 Pp. 205).

 

          Sin embardo, dado el respaldo mayoritario de la población al Estado soviético, a su dominio sobre la tierra y demás medios de producción en la gran industria, bancos y ferrocarriles del país, aun cuando la momentánea consolidación de la pequeña propiedad favoreciera la reanimación del capitalismo en el agro y en la industria urbana, Lenin sostenía que la revolución en tales condiciones políticas de apoyo al Estado soviético, podía soportar ese menoscabo a sus objetivos estratégicos. Por tanto, también podía asimilar sin gran perjuicio, la sustitución de las requisas por el impuesto en especie. Medida esta última que el partido bolchevique tenía pensado aplicar y decidió adoptar en octubre de 1918, aunque debió ser suspendida en abril de 1921 ante la persistente penuria de alimento en las ciudades, extendida al ejército durante los más cruentos enfrentamientos bélicos de la guerra civil. Pero que una vez acabada la guerra mundial y casi controlada ya la situación interior en octubre de ese año, las requisas dejaron de ser imprescindibles:

<<Ahora, cuando pasamos de los problemas de la guerra a los problemas de la paz, comenzamos a mirar el impuesto en especie de otra manera: lo miramos no solo desde el punto de vista del Estado (especialmente de las necesidades de los habitantes de las ciudades), sino también desde el punto de vista de que las pequeñas haciendas campesinas estén abastecidas>>. (V. I. Lenin: Op. cit. Pp. 12).

 

            Los últimos doce párrafos que reproducimos aquí, corresponden al capítulo 16 ya publicado acerca del período de la Revolución Rusa bajo el título: “El comunismo de guerra en Rusia 1918-1921”.  Ciertamente como reza el título de este trabajo, nada es posible de ser transformado sin su previo conocimiento. Un día Stalin en el “Instituto Marx-Engels” dirigido por David Riazanov, le preguntó por qué tenía en su despacho retratos de Marx, Engels y Lenin, pero no de él. La respuesta de Riazanov fue: "Marx y Engels son mis maestros; Lenin fue mi camarada. Pero, ¿qué eres tú para mí?". Anteriormente ya había tenido otro roce con Stalin, a quien, en plena campaña contra Trotski, le interrumpió en un congreso diciéndole: "¡Déjalo, Koba! No hagas el ridículo. Todo el mundo sabe muy bien que la teoría no es tu fuerte." (Koba era uno de los pseudónimos de Stalin).      

 

            Un saludo: GPM.  

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

           

 

           

 

 

  



[1] El 12 (23) de junio, el gobierno provisional implantó la pena de muerte en el frente. Se instituyeron tribunales militares adjuntos a las  divisiones revolucionarias; las sentencias entraban en vigor tan pronto eran dadas a conocer y debían cumplirse sin dilación (Ed.)

[2] Tsereteli, uno de los líderes de los mencheviques, ministro del Gobierno Provisional burgués en 1917, durante el discurso que pronunció en la sesión del Comité Ejecutivo del Sóviet de Petrogrado de diputados obreros y soldados el 11 (24) de junio de 1917, declaró que se adoptarían medidas enérgicas para desarmar a los obreros petrogradenses que apoyaban a los bolcheviques. Esto también lo sabían ya Kámenev, Sinóviev

[3] Uno de los más destacados líderes de esta “oposición obrera” a la línea de Lenin desde los sindicatos, fue Sergei Pavlovich Medvedev junto con Alexander Schliapnikov y Alexandra Kollontay desde 1921.

[4] En octubre de ese mismo año 1919, Lenin comprueba que:

<<La economía de Rusia en la época de la dictadura del proletariado, representa la lucha que, en sus primeros pasos, sostiene el trabajo mancomunado al modo comunista —en escala única de un enorme Estado— contra la pequeña producción mercantil, contra el capitalismo que sigue subsistiendo y contra el que revive sobre la base de esta (pequeña) producción”>>. Ver: “La economía política en la época de la dictadura del proletariado” Pp. 2. El subrayado y lo entre paréntesis nuestros).