16. El comunismo de guerra en Rusia (1918-1921).  

<<Stalin jugó con millones de hombres y mujeres. No hace tanto que dejara de “desenmascarar” a los “individuos de dos caras”, acusados (por él) de haberse pasado la vida disimulando su auténtico rostro. Esta imputación de sus propias maniobras contra quienes se oponían a él, real o imaginariamente, confirma que la naturaleza de su poder difería radicalmente de la imagen que ofrecía. Esta es la realidad de su vida. Y esta es la vida que me he propuesto contar>>. (Jean-Jaques Marie: “Stalin” Ed. Palabra/2008  Prefacio Pp. 9. Lo entre paréntesis nuestro)

 

          Desde la caída del zarismo en febrero de 1917, los obreros y soldados rusos —estos últimos en su mayoría de condición campesina pobre— a medida que fueron esclarecidos por el partido bolchevique pudieron ir comprendiendo, que la política de conciliación con el Gobierno Provisional a cargo de socialdemócratas-mencheviques y kadetes, no hacía más que prolongar la guerra. Y la conclusión que sacaron es que para esgrimir una política de paz activa y eficaz, había que derrocar a ese gobierno aristocrático-capitalista beligerante, y hacerse cargo del poder expropiando a terratenientes y grandes burgueses [1] . Fue en mayo de ese año cuando Lenin convenció a los militantes de su partido, acerca de cómo Rusia podía y debía contribuir a la revolución socialista internacional, diciendo:

  <<Sólo hay un internacionalismo efectivo, que consiste en entregarse por completo al desarrollo del movimiento revolucionario y de la lucha revolucionaria dentro del propio país, en apoyar (por medio de la propaganda, con la ayuda moral y material) esta lucha, esta línea de conducta y sólo ésta, en todos los países sin excepción”. Todo lo demás es engaño e inmovilismo>>. (V. I. Lenin: Las tareas del proletariado en nuestra revolución” 28/05/1917. Pp. 34. Subrayado nuestro)

O sea: es imposible consumar la revolución proletaria internacional, sin ajustar cuentas previamente con la propia burguesía nacional.

 

          Así fue como, en ese corto período de tiempo, los asalariados rusos junto a los campesinos medios y pobres —impulsados por el común anhelo abrumadoramente mayoritario compartido y hecho consigna—, de conquistar la paz, el pan y la libertad, todos ellos mancomunados protagonizaron uno de los más gloriosos virajes de la historia: El 27 de febrero derrocaron a la monarquía. El 21 de abril derribaron el poder único de la burguesía rusa imperialista para ponerlo en manos de la pequeñoburguesía, partidaria de conciliarse con la gran burguesía, que no quería la paz sino seguir la guerra. El 3 de julio, durante una gran manifestación espontánea, el proletariado urbano consiguió tambalear al gobierno de los conciliadores pequeñoburgueses con el régimen anterior. Finalmente, el 25 de octubre lo derribó implantando la dictadura democrática de la clase asalariada y los campesinos, sobre las ínfimas minorías sociales explotadoras de trabajo ajeno: los terratenientes, la burguesía en general y los campesinos arrendatarios ricos. He aquí apretadamente resumido en términos de actos políticos, el concepto de revolución permanente acuñado por Marx en 1850 y ratificado por la historia.

 

          Desde el año 1916, Lenin había previsto la victoria del proletariado en uno o más países, así como la posibilidad de guerras ofensivas de los países en tránsito al socialismo contra los países capitalistas. Decía por entonces que:

<<El proletariado victorioso..., después de haber expropiado a los capitalistas y de haber organizado en su país la producción socialista, se alzaría contra el resto del mundo capitalista, llamando a su lado a las clases oprimidas de los demás países, haciendo que se levantasen contra los capitalistas, e interviniendo en caso necesario con la fuerza de las armas contra las clases explotadoras y sus Estados>>.  (V. I. Lenin: “Acerca de la consigna de los Estados Unidos de Europa”. Publicado por primera vez en “El socialdemócrata de Zurich” el 23 de agosto de 1916. Citado por Víctor Serge en: “El año I de la Revolución Rusa” Pp. 150)

 

          La etapa tardía del desarrollo capitalista, se ha distinguido de su etapa temprana por la exportación de capitales. Desde principios del siglo XX, el viejo Imperio ruso era una de las cinco grandes potencias europeas junto a Inglaterra, Alemania, Francia y Austria-Hungría. Pero al igual que el imperio austro-húngaro, Rusia seguía siendo un país de atraso relativo, cuya burguesía no estaba en condiciones de exportar capitales. Al contrario, era exclusivamente receptor procedente de esas otras tres grandes potencias imperialistas en el sentido más moderno y desarrollado de la expresión:

     <<Hay cifras que revelan con una elocuencia impresionante la dependencia casi colonial en que se hallaba Rusia con respecto al imperialismo extranjero y principalmente del francés. La Banca de Petrogrado en vísperas de la guerra, disponía de un capital aproximado de 8.000 millones y medio de rublos; la participación extranjera en este capital era la siguiente: banca francesa, 55%; inglesa, 10%; alemana, 35%[2]. Los establecimientos financieros del extranjero controlaban, por medio de los grandes bancos rusos, la metalurgia rusa en proporciones que oscilaban entre el 60 y el 88%; la fabricación de locomotoras, en la proporción de... 100%; los astilleros, en un 96%; la fabricación de máquinas en un 68%; la producción carbonífera en un 75%, y la petrolífera en un 60%.

     También salta a la vista el carácter casi colonial de la industria rusa por el siguiente hecho: la  producción de los medios de producción —máquinas y equipo— ocupaba un lugar secundario.[3] La guerra no hizo sino aumentar la dependencia en que se encontraba Rusia con respecto a los imperialismos aliados, a los que durante las hostilidades tuvo que pedir prestados 7.000 millones y medio de rublos oro (más de 20.000 millones de francos)>>. (Op. cit. Pp. 140/41)

 

          El “imperio” ruso era, pues, el eslabón más débil de la cadena imperialista. Y por ahí, precisamente, debió romperse y se rompió esa cadena en 1917. Pero justamente por eso, en enero de 1918 la Rusia soviética fue el primer país en acusar con más intensidad el desgaste de haber sufrido la destrucción material y la muerte durante 40 meses de conflicto bélico internacional entre países capitalistas:

<<El ejército se desmovilizaba por sí mismo, los soldados se reintegraban a sus hogares. Las masas no querían seguir combatiendo. La insurrección de octubre se había hecho en nombre de la paz. Los transportes no podían más, la producción se hallaba profundamente desorganizada, el avituallamiento se encontraba en un estado lamentable. El hambre era más amenazadora que nunca. Un informe del décimo ejército decía: “La infantería y la artillería han abandonado el 15 de enero sus posiciones para retirarse más a retaguardia. Una parte de los cañones han sido abandonados.” “No existe ya zona fortificada —escribían desde el tercer ejército. Las trincheras se hallan cubiertas de nieve. Se emplean como combustible los elementos de fortificación. Los caminos han desaparecido bajo la nieve; no se ven sino senderos que van a parar a los abrigos, a las cocinas y a los tenduchos alemanes; en un área de más de cien kilómetros han quedado como únicos ocupantes el estado mayor y el comité del regimiento”[4]. “Habían quedado abandonados en el frente más de dos mil cañones”, hace notar M. N. Pokrovski. Para los rusos la guerra se había terminado>> (Ibíd.)

 

          Tal fue el caldo de cultivo de la revolución rusa. Pero una vez alcanzado el poder, el proletariado y los campesinos debieron afrontar más destrucción y muerte causadas por la guerra civil. Bajo tales circunstancias, los objetivos económicos del poder de los soviets se vieron reducidos a sostener las industrias de guerra y a malvivir de las raquíticas reservas en bienes de consumo existentes, para poder seguir combatiendo por la libertad y salvar del hambre a las poblaciones de las ciudades. Tal fue lo que se dio en llamar “comunismo de guerra”, definido como una reglamentación del consumo y la producción en una fortaleza sitiada.  

 

          ¿Y qué pasaba mientras tanto en Alemania? Que la revolución allí no progresaba. ¿Por qué? Pues, porque los líderes revolucionarios de ese país, en vez de esgrimir la teoría científica como guía para su práctica política, proyectando ese mismo método en la conciencia de las mayorías sociales explotadas, procedieron al revés. Pensando que la directriz de la revolución iba implícita en la lucha espontánea de esas mayorías no instruidas en el arte de la revolución. Descuidaron el hecho de que esas luchas se estaban librando con el “arma mellada” de ideas imperantes en organizaciones políticas contrarrevolucionarias, donde optaron por permanecer hasta ser ellos mismos víctimas de sus propios errores políticos, que pagaron, incluso, con sus propias vidas.     

 

          Volviendo sobre la idea marxista de que la revolución proletaria es nacional por su forma e internacional por su contenido, el cumplimiento de esta doble y simultánea tarea política por parte de los revolucionarios rusos, se vio confirmada con carácter de imperiosa necesidad a poco de iniciado el proceso de transición del capitalismo al socialismo, cuando en noviembre de 1917 la dictadura democrática del proletariado triunfante debió enfrentarse al cerco armado de las potencias imperialistas, con una parte de su territorio invadido por el ejército alemán.  

 

a)   Paz con Alemania y organización del Ejército Rojo en la Guerra civil.

 

          Como hemos dicho, a principios de 1918, Rusia estaba sumida en la devastación económica y la miseria extrema se había extendido a gran parte de su población, al mismo tiempo que las tropas del ejército sobrevivientes, extenuadas y desprovistas de medios materiales, a fines de 1917 se desmovilizaban espontáneamente siguiendo la consigna de “Pan, paz y libertad”, propugnada por los bolcheviques:

<<El ejército está agotado por la guerra; los caballos están en tal estado que en caso de una ofensiva no podremos desplazar la artillería; los alemanes ocupan una posición tan buena en la islas del Báltico, que en caso de una ofensiva podrían apoderarse de Reval y Petrogrado sin disparar un solo tiro. Si continuamos la guerra en tales condiciones, reforzaremos extraordinariamente al imperialismo alemán, y entonces será necesario firmar la paz, pero esta será más dura, porque no seremos nosotros quienes la concertemos. Es claro que la paz que nos vemos obligados a firmar ahora es una paz infame. Pero si comienza la guerra nuestro gobierno será barrido y la paz será firmada por otro gobierno>>. (V. I. Lenin: “Discursos sobre la guerra y la Paz” 24/01/1918. En Obras completas T. XVIII Pp. 129 Ed. Cit.)

 

          No era éste el caso de Alemania, que no había sufrido pérdidas de guerra en su propio territorio. Pero en esos precisos momentos, entró en liza EE.UU. a favor de la Entente. Aunque al principio este país se limitó a colaborar en logística facilitando alimentos y demás medios a través de su intercambio con Gran Bretaña, la decisión alemana de atacar a sus buques mercantes, determinó que este país acabara participando militarmente, como así sucedió en la gran ofensiva de agosto. Atender a este nuevo frente de guerra, fue, en buena parte, la causa de que los alemanes aceptaron negociar con Rusia una paz por separado.  

 

          Tales negociaciones habían sido precedidas por la campaña del nuevo gobierno revolucionario ruso, que habiendo podido acceder a la documentación clasificada en manos del Gobierno provisional, derrocado en octubre, se había venido empeñando en difundir entre los obreros de los países beligerantes, todos los tratados secretos entre los dos bloques de países, enfrentados unos con otros en esa guerra de rapiña por el reparto del botín, para que sus pueblos salieran del engaño y comprendieran la verdadera naturaleza del conflicto:

<<Hemos publicado y seguiremos publicando los tratados secretos. Nada nos disuadirá de esto, ni la ira ni la calumnia de nadie. Los caballeros burgueses están fuera de sí, porque el pueblo comprende por qué lo lanzaron a la matanza. Asustan al país con la perspectiva  de una nueva guerra, en la cual Rusia se encontrará aislada. Pero el odio furioso de la burguesía hacia nosotros y hacia nuestro movimiento por la paz ¡no nos detendrá! ¡Será completamente inútil que trate de incitar a un pueblo contra otro en este cuarto año de guerra! ¡No lo conseguirá! No solo en nuestro país sino en todos los países beligerantes, madura la lucha en contra de los propios gobiernos imperialistas>>.  (V. I. Lenin: “Discurso pronunciado en el primer congreso de toda Rusia de la marina de guerra”. 22/10/1917. Obras Completas Ed. Cit. Pp. 452)  

 

            Entre el 5 y el 18 de enero de 1918, la delegación rusa había ido a las conversaciones de paz, confiando en que el ejemplo de la  revolución rusa se propagaría por Europa potenciado por esa campaña, sobre todo en Alemania, un movimiento que según lo previsto haría presión sobre la delegación de ese país en las conversaciones de paz. Fue cuando, según E. H. Carr, Lenin dijo:

<<No confiamos lo más mínimo en los generales alemanes, pero sí en el pueblo alemán>>. (Op. cit. T. 3 Cap. XXI: De octubre a Brest Litovsk. Pp. 47)

 

          El decreto sobre el tratado de paz fue aprobado el 26 de octubre. El 7 de noviembre y en su condición de Comisario Relaciones Exteriores del gobierno ruso soviético,  Trotsky se dirigió por radioteléfono a los dos bloques beligerantes, para proponerles un armisticio a los fines de negociar una paz general entre las partes. Los aliados dieron su callada por respuesta. El 22 de noviembre ordenó la suspensión de las hostilidades en todo el frente oriental, desde el Báltico hasta el Mar Negro. El comandante en Jefe del ejército, Nicolai Dujonin, desacató esa orden y dos días después fue destituido. Las conversaciones de paz dieron comienzo el 09 de diciembre. Y cuando el negociador Max Hoffmann declaró que su país solo firmaría la paz por separado, pero sin comprometerse a sacar sus tropas de los territorios rusos ocupados en Polonia, Lituania, Letonia, la Rusia blanca y las islas del estrecho de Moon, Lenin comprendió que esa paz debía ser necesariamente anexionista, como única posibilidad de salvar la revolución. Así lo explicó magistralmente el 7 de enero de 1918 demostrando que no había otra alternativa. Porque si la Rusia soviética no firmaba esa paz humillante con Alemania, debería desangrarse guerreando con esa fracción del imperialismo, para que la otra acabara inevitablemente con la revolución:

<<En otros términos: el principio que debe constituir la base de nuestra táctica no es establecer a cuál de los dos imperialismos nos conviene ayudar en estos momentos, sino determinar el medio más eficaz para garantizar a la revolución socialista la posibilidad de afianzarse o, al menos, de sostenerse en un país, hasta el momento en que otros países se adhieran a él>>. V.I. Lenin: “Para la Historia de una paz infortunada” 07/01/1918. En Obras Completas. Ed cit. T. XXVIII Pp. 121. El subrayado nuestro)                 

 

          La posición de Lenin fue, pues, alargar en todo lo posible las negociaciones con Alemania y firmar esa paz humillante solo ante un ultimátum de su parte, a la vista de que los soldados rusos no estaban dispuestos a continuar el conflicto, y que no perdonarían a los bolcheviques el haberles traicionado, después de agitar la consigna de “pan, paz y libertad”. Bujarin se inclinó por la posición extrema de continuar la guerra, mientras que Trotsky, a mitad de camino entre una y otra posición, propuso no firmar, confiando en que los obreros alemanes se rebelaran contra su gobierno en caso de reanudar los ataques. Finalmente, durante la reunión del comité central, el 22 de febrero y por seis votos a favor y cinco en contra, los bolcheviques decidieron firmar la paz con Alemania y los imperios centrales el 03 de marzo.

 

          Cuatro días después, durante las sesiones del Séptimo Congreso Extraordinario del todavía Partido Socialdemócrata Bolchevique Ruso —y mientras las tropas alemanas invadían el territorio soviético de Ucrania Letonia y Finlandia según el artículo 4 del tratado—, Lenin se lamentó de que la revolución en Alemania se hubiera estancado, consciente de que, sin ella, la revolución rusa no tenía posibilidades de consolidarse y, muy probablemente, se vería interrumpida  y lanzada hacia atrás en el tiempo, con un nebuloso futuro por delante:   

     <<La revolución no llegará (en Alemania) tan pronto como esperábamos. La historia lo ha demostrado y hay que saber aceptarlo como un hecho, hay que aprender a tener en cuenta que la revolución socialista en los países avanzados no puede comenzar tan fácilmente como en Rusia, país de (déspotas como) Nicolas y Rasputín, donde para gran parte de la población (no debidamente instruida, aislados e incomunicados unos de otros), era completamente indiferente saber qué clase de pueblos viven en la periferia y qué es lo que allí ocurre. En un país de esta naturaleza, comenzar una revolución era tan fácil como levantar una pluma.

     Pero en un país donde el capitalismo se ha desarrollado y ha dado una cultura democrática y una organización que alcanzan hasta el último hombre, comenzar una revolución sin la debida preparación es un desacierto, es un absurdo. En este caso, no hacemos sino abordar el penoso período del comienzo de las revoluciones socialistas (a escala internacional).

     Quizá esta revolución —y es plenamente posible— triunfe dentro de pocas semanas. Dentro de unos cuantos días. Nosotros no lo sabemos ni nadie lo sabe, y no podemos jugárnoslo a una sola carta. Es preciso estar preparados para dificultades enormes, para derrotas extraordinariamente duras y que son inevitables, porque la revolución no ha comenzado aún en Europa, aunque puede comenzar mañana y, naturalmente, cuando comience ya no nos atormentarán más nuestras dudas, ya no se planteará la cuestión de la guerra revolucionaria, sino que no habrá más que una marcha triunfal ininterrumpida. Esto ocurrirá, esto tiene que ocurrir inevitablemente (porque así está determinado que ocurra por la naturaleza de las cosas bajo el capitalismo), pero no ha ocurrido todavía. Este es un hecho simple que nos ha enseñado la historia, es un hecho con el que la historia nos ha pegado fuerte>>. (V. I. Lenin: “VII Congreso extraordinario del PC(b) de Rusia” 07/03/1918. Ver Pp. 2)  

 

          Bajo tales condiciones, la Rusia soviética debió pasar a consolidar la revolución en el propio país, al mismo tiempo que a internacionalizarla en todo lo que fuera posible. Los bolcheviques se entregaron, pues, a esas dos tareas simultáneas: combatir a las fuerzas militares representativas de la burguesía y los terratenientes rusos en la guerra civil, al mismo tiempo que a organizar sobre nuevas bases económicas el trabajo social en la nueva república soviética, implantando el control obrero de la producción, tanto en la industria urbana como en el campo. Una política que Lenin ya había previsto en el punto 8 de sus Tesis de Abril durante el mes de febrero de 1917, donde decía desmintiendo a Kámenev que:

<<8. No “implantación” del socialismo como nuestra tarea inmediata, sino pasar a la instauración inmediata del control obrero de la producción y de la distribución de los productos por los Soviets de diputados obreros>>. (Op. cit.)[5].

 

          Lenin distinguía entre confiscación y socialización de la propiedad, explicando que sin la primera era completamente inútil aspirar a la segunda. Confiscar significa apropiarse en nombre de los intereses generales, de los medios productores de riqueza, mientras que socializar significa distribuir o repartir equitativamente esa riqueza:

     <<La diferencia entre la socialización y la simple confiscación, está en que es posible confiscar sólo con “decisión” (y poder suficiente para ello, claro está), sin la capacidad de calcular y distribuir correctamente, mientras que sin esta capacidad no se puede socializar>> (V. I. Lenin: “El infantilismo ‘de izquierda’ y la mentalidad pequeñoburguesa” 05/05/1918. Publicado el 9, 10 y 11 por el periódico “Pravda”. En “Obras completas” Ed. Cit. T. XXIX Pp. 87. Ver Pp. 65) El subrayado y lo entre paréntesis nuestros).    

 

          El programa del partido bolchevique adoptado en 1919 decía:

     <<En el terreno de la distribución, el poder de los soviets perseverará inflexiblemente en la sustitución del comercio por un reparto de los productos organizado a escala nacional, sobre un plan de conjunto. Pero el conflicto se señalaba cada vez más entre la realidad y el programa del comunismo de guerra: la producción no cesaba de bajar y esto no se debía solamente a las consecuencias funestas de las hostilidades, sino también a la desaparición del estímulo del interés individual entre los productores. La ciudad pedía trigo y materias primas al campo, sin darle a cambio más que trozos de papel multicolor llamados dinero por una vieja costumbre. El mujik enterraba sus reservas y el Gobierno enviaba destacamentos de obreros armados para que se apoderaran de los granos. El mujik sembraba menos. La producción industrial de 1921, año que siguió al fin de la guerra civil, se elevó, en el mejor de los casos, a una quinta parte de lo que había sido antes de la guerra. La producción de acero cayó de 4,2 millones de toneladas a 183.000, o sea, 23 veces menos. La cosecha global cayó de 801 millones de quintales a 503 en 1922. Sobrevino un hambre espantosa. El comercio exterior se desmoronó de 2.900 millones de rubios a 30 millones. La ruina de las fuerzas productivas sobrepasaba todo lo que se conoce en la historia. El país, y junto con él, el poder, se encontraron al borde del abismo>>. (L. D. Trotsky: “La revolución traicionada” Cap. II Pp. 14/15).

 

          Y en materia de política exterior, ocurrió que tras la toma del poder en octubre de 1917, la Rusia soviética pasó a ser enemiga de los ejércitos coaligados de EE.UU., Japón, Francia y el Imperio Británico, Países que hasta ese momento habían sido aliados en guerra contra el Imperio Alemán y los imperios centrales. Así las cosas, el 20 de febrero de 1918, el gobierno revolucionario decidió crear un “Ejército Rojo” formado por voluntarios e inexpertos Guardias Rojos de extracción obrera y campesina, capaces de custodiar una fábrica o un almacén, pero no de combatir, a los que se sumó un contingente de marginados:

<< “[…] ciertamente el Ejército rojo cuenta con un gran número de combatientes heroicos y llenos de abnegación, pero también con unos elementos indeseables de inútiles, de vagos, de desechos”[6]. Un núcleo de partisanos indisciplinados, más inclinados hacia el vodka y al merodeo que hacia el combate. Así, un decreto del 9 de junio decide la movilización obrera que, enseguida, se muestra insuficiente.

     A falta de un enrolamiento militar comunista competente, Trotsky pretende formar la estructura del Ejército rojo con el cuerpo de oficiales del ejército zarista, unos profesionales políticamente inseguros, a los que rodea de comisarios políticos bolcheviques, encargados de comprobar la inocuidad política de sus órdenes. El ejército rojo resulta ser realmente heterogéneo. En él se encuentran obreros y militantes comunistas (medio millón en tres años de guerra de los que perecerá la mitad), “especialistas militares zaristas” (de 60.000 a 75.000 según la estadísticas). Una masa flotante de campesinos (de 1 a 3 millones según la época [del año], voluntarios reclutados a la fuerza y decenas de miles de marginados. Sin contar con más de 300.000 húngaros, coreanos y chinos, que luchan por convicción>>. (Jean Jaques Marie en: “Stalin” Cap. IX Ed. “Palabra”/2008 Pp. 191. Lo entre corchetes nuestro).

 

            El tratado de paz con Alemania se firmó el 3 de marzo de 1918 en Brest Litovsk, mientras su ejército invadía Ucrania y, en Pekín, se formaba un gobierno ruso de Extremo Oriente presidido por el Príncipe Lvov. En abril, los japoneses desembarcaron en Vladibostok. A finales de mayo, entre 35.000 y 40.000 soldados checoslovacos del ejército austríaco, hechos prisioneros en tiempos del Zar, se enfrentaron al soviet de Cheliabinsk, y unos destacamentos anglo-franceses desembarcaban en Murmansk. Rodeada por todas partes e invadida, la Rusia soviética parecía perdida.

           

            A todo esto, ¿Qué hacía Stalin? En esos momentos, además de Lenin que era el máximo dirigente del partido, Yakov Sverdlov estaba a cargo del aparato político, Trotsky había sido designado al mando del Ejército rojo en carácter de comisario del pueblo para la Guerra y la Marina, Bujarin presidía el Consejo de redacción del “Pravda” y Stalin limitado a ser director general de avituallamiento (intendencia) al sur de Rusia. El 29 de mayo de 1918, Lenin lo envió a la ciudad de Tsaritsyn ubicada en la ruta del Cáucaso, junto con el Comisario de trabajo Alexandre Chliapnikov, ambos con poderes extraordinarios para garantizar el paso de trigo y carbón procedentes del sur con destino a Moscú. Tales nombramientos fueron la prueba elocuente del grado de confianza política que, según sus capacidades y antecedentes, le asignó Lenin a unos y a otros.

 

          Un mes antes, el 04 de mayo, para hacer frente a la ya iniciada guerra civil, Trotsky había ordenado constituir el frente militar del Cáucaso norte, designando como comandante a Andrei Evgénevich Snesarev, uno de los primeros generales zaristas que se ofreció voluntario al servicio del ejército soviético. En ese momento, la línea de ferrocarril en Tsaritsyn estaba siendo objeto de frecuentes asaltos por bandas de campesinos anarquistas, cosacos, y guardias blancos, cuando ya se sabía que el peligroso socialista revolucionario Boris Savinkov preparaba en Moscú el asesinato de Lenin y de Trotsky, además de un levantamiento en Rybinsk, Yaroslavl, Kazan y Murom, esta última ciudad sede del cuartel general bolchevique. A todo esto:

<<Stalin —a quien nadie trata de asesinar— y que permanece alojado en el vagón-salón de su tren, dispuesto a remontar hacia el norte () exige plenos poderes para el tráfico fluvial. Lenin ordena por teléfono a la dirección de transportes fluviales que se obedezcan todas sus decisiones y órdenes. A pesar de que su misión se refiere al abastecimiento, se inmiscuye inmediatamente en la dirección de los temas militares, tratando de hacerlo siempre en beneficio propio. El 22 de junio telegrafía a Lenin y a Trotsky “atareado hasta la locura […] no deseaba hacerme cargo de ninguna misión militar, pero el Estado Mayor del distrito me ha implicado en sus asuntos. Presiento que es imposible actuar de otro modo, sencillamente imposible”[7]. Por primera vez en su vida, este eterno ejecutivo se encuentra en situación de decidir; goza del poder sobre la vida y la muerte de miles de hombres. Esta primera experiencia de un poder discrecional modificará radicalmente su comportamiento, como el de decenas de militantes políticos (en iguales circunstancias)>> (Op. Cit.)

 

          En medio de su borrachera de poder, Stalin decide dirigirse a Lenin directamente saltando por encima de la autoridad de Trotsky, para exigirle plenos poderes militares en su jurisdicción. Y en clara referencia al reciente nombramiento del comandante militar Andrei Snesarev, el 10 de julio le remite una carta donde imperativamente le dice, que “meta en la cabeza” de Trotsky que “no hay que hacer nombramientos locales a espaldas de quienes están en el lugar”, o sea, él en Tsaritsyn:

<<Y añade con desdén provocador: “La falta de un trozo de papel de Trotsky no me detendrá…yo cesaré sin más formalidades a los mandos o a los comisarios que malogren el asunto[8]. Lo repite y denuncia al Estado Mayor del frente, “absolutamente inadaptado a las condiciones de la lucha contra la contrarrevolución”, a sus miembros “completamente indiferentes a las operaciones” y a los comisarios militares[9]. Todos unos ineptos excepto él.

     Su ignorancia en materia militar hace que le resulten insoportables los oficiales de carrera a los que, en el argot de la época se les llama “especialistas” o spetzy. Su mandato exacerba en él un rasgo determinante de su comportamiento posterior: está atormentado por una obsesión envidiosa y vengativa hacia las personas competentes en el ámbito del que él se ocupa. A partir del 22 de julio telegrafía a Lenin y Trotsky: “Los especialistas son fantasmas de oficina, absolutamente incompetentes en el tema de la guerra civil”[10]. (…) No soporta a Snesarev que, en pocas semanas, había organizado la defensa de Tsaritsyn, protegido la ruta de aprovisionamiento del sur e impedido la unión de los cosacos de (Piotr Nikoláievich) Krasnov con las tropas blancas del Este. (…) La seguridad en sí mismo de Snesarev irrita a Stalin. El 16 de julio en un extenso telegrama a Lenin, le acusa de “sabotear hábilmente la operación de limpieza” de una línea del frente y de “esforzarse con igual delicadeza por arruinar la empresa”[11]. No existen hechos que confirmen esas insinuaciones>> (Ibíd. Lo entre paréntesis nuestro)

 

           A todo esto, el 15 de noviembre de 1917, una semana después de la toma del Palacio de Invierno en Rusia, se constituyó en Bakú —ciudad de Azerbaiyán cuyo subsuelo era una de las fuentes petrolíferas más importantes en ese momento— el Soviet de diputados de obreros, soldados, campesinos y marineros. Ante la seria y cercana amenaza que suponían las fuerzas mencheviques, en coalición con el ejército turco y  británico en la zona al mando del General Lionel Dunsterville, se decidió enviar de inmediato allí 6 batallones de refuerzo:  

<<Su ruta pasa por Tsaritsyn y Stalin los detiene. Dirigen la Comuna (de Bakú) dos viejos bolcheviques a quienes Stalin detesta: Stepán Shaumián llamado “El Lenin del Cáucaso”, un orador popular, y Prokopii Aprassínovitch Djaparidzé, un agitador de masas (miembro del Partido desde 1898[12]). Al carecer de aquél indispensable refuerzo, Bakú cae unas semanas más tarde, a mediados de agosto. Los ingleses, atraídos por el petróleo en esa región, capturan a 26 de los 27 comisarios del pueblo, y el 20 de setiembre de 1918 los fusilan. Más tarde, Stalin se dedicará a acusar encarnizadamente a los muertos de cobardía. En 1937, amenazará al único superviviente, Anastás Mikoyán, calificando de “oscuras y embarulladas” las circunstancias de su supervivencia y le susurrará: “No nos obligues Anastás, a aclarar esta historia”, una historia sobre la que Mikoyán jamás se explicará claramente[13]. (Jean-Jaques Marie: Ibíd Pp. 198. Lo entre paréntesis y el subrayado nuestros) 

 

          La historia en que se integra este episodio, fue que, entre febrero y octubre de 1917, los territorios de Armenia, Georgia y Azerbaiyán que habían pertenecido a la Transcaucasia bajo dominio del Imperio ruso, se independizaron creando la “República Democrática Federativa de Transcaucasia”, gobernada por un “Consejo General de los pueblos del Cáucaso”. Pero inmediatamente y por efecto demostración, la revolución rusa de febrero debilitó sus vínculos políticos, lo cual dio pábulo a que el 15 de noviembre, la izquierda revolucionaria de esa federación liderada por los bolcheviques Shaumián y Djaparidzé, decidió escindirse de la Federación Transcaucásica proclamando la Comuna de Bakú adherida a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas Rusas. Pero esto para Stalin no mereció reconocer ningún mérito.

         

          Finalmente, el 31 de Julio de 1918 los mencheviques y el Ejército Británico, apoyados por tropas de la Commonwealth procedentes de Canadá, Australia y Nueva Zelanda, implantaron en esas tierras la Dictadura del Caspio Central aliada del Reino Unido, hostil a los bolcheviques de Rusia y también a los Imperios Centrales, cuyos efectivos fueron encargados de fusilar a los 27 Comisarios soviéticos. Todo ello a raíz de la criminal decisión de Stalin, movido por su tan ignorante como irresponsable odio hacia los especialistas militares[14]. Siguiendo ese plan:

<<Stalin y Kliment Voroshílov inventan un complot monárquico dirigido por dos oficiales zaristas coligados, uno de ellos (el ex general zarista) llamado Anatolij Leonidovitch Nossovitch y los arrestan. Trotsky los libera. Lenin expresa a Stalin su desacuerdo con tales métodos expeditivos. A mediados de julio Stalin se hace con todo el poder civil y militar en Tsaritsyn. Voroshílov y él ignoran las órdenes de Trotsky. Se mueven por una aversión de plebeyos advenedizos hacia los oficiales militares, y por la hostilidad política de los antiguos mandos bolcheviques (como el propio Voroshílov) hacia Trotsky, (catalogado por Stalin como) el intruso que ocupa el primer plano y pretende crear un Ejército rojo con oficiales de carrera>>. (Jean Jaqués Marie Op. Cit. Pp. 199. Lo entre paréntesis nuestro).

 

            Previendo que Stalin cebará su venganza con él, Nossovitch huye y se une a los guardias Blancos. Días más tarde, tras reunir con engaños en una barcaza a varias decenas de antiguos oficiales zaristas nombrados por Snesarev y Trotsky, Stalin ordenó fusilarlos. La fuga de Nossovitch le permitió a Stalin convencer a Lenin del supuesto complot que le sirvió para disfrazar ese crimen:

<<Así lo recordará Lenin en el VIII congreso del Partido bolchevique en marzo de 1919: “Cuando Stalin fusilaba en Tsaritsyn, yo creía que cometía un error, pensaba que se fusilaba a diestro y siniestro […] Y le envié un telegrama: se prudente. Me equivoqué>>. (Ibíd)              

 

          Trotsky se refiere a este casi desconocido episodio que reflejó en las páginas de su obra autobiográfica: “Mi vida”:

    <<En los días de nuestros fracasos en el frente oriental, cuando Aleksandr Kolchak se avecinaba al Volga, Lenin, durante la sesión del Consejo de Comisarios del Pueblo, a la que yo había ido directamente desde el tren, me pasó esta esquela: “¿No le parece a Ud., acaso, que debiéramos prescindir de todos los especialistas (militares) sin excepción y poner a Laskhevich de general en jefe al frente de todos los ejércitos?”. Laskhevich era un viejo bolchevique, que en la guerra “alemana” había alcanzado el grado de suboficial. Le contesté en el mismo pedazo de papel: “Dejémonos de tonterías”. Lenin”. Al leer aquello, me miró con sus ojos astutos de abajo arriba, con un gesto especial y muy expresivo, como si quisiera decirme: ¡Qué duramente me trata Ud.! En realidad Lenin gustaba de estas contestaciones bruscas que no dejaban lugar a duda. Al terminar la sesión nos reunimos. Lenin me pidió noticias del frente.

     —Me preguntaba Ud. si no convendría que separásemos a todos los antiguos oficiales. ¿Sabe Ud. cuantos (de esos ex oficiales zaristas) sirven al presente en nuestro ejército?

     —No, no lo sé.

¿Cuántos aproximadamente, calcula Ud.?

—No tengo idea.

—Pues no bajarán de treinta mil. Por cada traidor habrá cien personas seguras y por cada tránsfuga, dos o tres caídos en el campo de batalla. ¿Por quién quiere Ud. que los sustituyamos?

            A los pocos días, Lenin pronunciaba un discurso acerca de los problemas que planteaba la reconstrucción socialista del Estado, en el que dijo, entre otras cosas, lo siguiente: “Cuando hace poco tiempo el camarada Trotsky hubo de decirme, concisamente, que el número de oficiales que servían en el departamento de guerra ascendían a varias docenas de millares, comprendí, de un modo concreto, dónde está el secreto de poner al servicio de nuestra causa al enemigo...y cómo es necesario construir el comunismo utilizando los propios ladrillos que el capitalismo tenía preparados contra nosotros”[15].

            En el Congreso del Partido que se celebró por aquellos mismos días, aproximadamente, Lenin —ausente yo (por estar) en el frente de batalla—  hizo una calurosa defensa de mi política de guerra contra las críticas de la oposición. Versión digital Pp. 253.

            Esa es la razón de que, hasta hoy, no se hayan hecho públicas las actas de la sesión militar del VIIIº Congreso del Partido>>. (L. D. Trotsky: Op. cit. Ed. Tebas/1978 Pp. 467-68. Lo entre paréntesis nuestro)

           

            Y de hacer este vacío, naturalmente se ocupó, para decirlo irónicamente “con toda meticulosidad y transparencia informativa”, el “camarada” Iósif Stalin. Unos hechos a los que, quienes se ocuparon de compilar las Obras Completas de Lenin han omitido aludir. A falta de esas actas y según reportan los redactores de Wikipedia sobre este VIIIº Congreso, durante sus deliberaciones:     

             <<Lenin y Stalin intervinieron resueltamente en contra de la "oposición militar", que defendía la supervivencia de las guerrillas dentro del Ejército y luchaba contra la creación de un Ejército Rojo regular, contra el empleo de los técnicos militares, contra esa disciplina férrea, sin la cual no puede existir un verdadero ejército. Saliendo al paso de la "oposición militar", Stalin exigía la creación de un ejército regular, penetrado del espíritu de la más severa disciplina.

            "O creamos —decía Stalin— un verdadero ejército obrero-campesino, y predominantemente campesino, un ejército rigurosamente disciplinado y defenderemos la República, o pereceremos">>.

 

            Todo un sarcasmo. Porque sin haber sacado ninguna enseñanza de sus propis actos, Stalin de hecho siguió aferrado a su estrecho primitivismo artesanal en todos los aspectos de su vida. Carente por ociosa indiferencia de cualquier género de formación teórica, durante todo el tiempo en que actuó a cargo del ejército en Tsaritsyn, procedió en base a unos hábitos que jamás sometió a la prueba de sus resultados, de los cuales en octubre de 1919 le participó a su amigo, el médico Grigory Ordjonikidzé. Una táctica empleada por ambos en 1921 para sofocar la sublevación de los mencheviques en Georgia, y que tras lograrlo pasaron por las armas a miles de ciudadanos georgianos:

<<La tarea fundamental es la de vencer al adversario con un solo grupo masivo enviado en una única dirección concreta[16]. Esta masiva ofensiva frontal que impondrá durante la Segunda Guerra Mundial al precio de enormes pérdidas, es la única que conoce>>. (Jean Jaques Marie: Op. cit. Pp. 202)

 

          El 08 de diciembre de 1919, cuando la guerra civil estaba ya casi ganada, en la sección de organización del partido durante el VII Congreso de los Soviets de toda Rusia, Lenin rindió un justo homenaje a los especialistas militares que se prestaron a servir en el Ejército Rojo, antiguos servidores del zarismo, señalando implícitamente que, como en todo aprendizaje, las condiciones en que se debe realizar el esfuerzo para tal fin, vienen dadas. No se pueden ni elegir ni evitar sus inconvenientes. Por tanto, la virtud de saber cómo actuar y con qué medios bajo diversas condiciones para salvar sus obstáculos, es el requisito indispensable para la eficacia en cualquier actividad. Esa virtud al interior del nuevo Estado soviético, paradójicamente seguía siendo patrimonio de la clase social recientemente despojada de su poder económico y político. Y al arrastrar sus propias concepciones de la clase enemiga, suponían un peligro permanente para los fines de consolidar la nueva sociedad superior:

<<No podemos rehacer el aparato estatal y preparar una cantidad suficiente de obreros y campesinos que comprendan bien los problemas del gobierno del Estado, sin contar con la ayuda de los viejos especialistas. Tal es la lección fundamental que tenemos que sacar de nuestra labor de organización; y esta experiencia nos dice que, en todos los terrenos, incluido el militar, los viejos especialistas —justamente por ser viejos— no pueden salir más que de la sociedad capitalista. Esa sociedad hizo posible la formación de especialistas provenientes de una capa de la población sumamente pequeña, los que pertenecían a las familias de terratenientes y capitalistas […] Por lo tanto, si tenemos en cuenta las condiciones en que creció esa gente y aquellas en que hoy trabajan, es absolutamente inevitable que estos especialistas, es decir, estas personas expertas en administración en una escala amplia, nacional, estén en sus nueve décimas partes, imbuidos de viejos conceptos y prejuicios burgueses, e incluso en los casos en que no son directamente traidores (y éste no es un fenómeno casual sino regular), incluso, entonces no son capaces de comprender la nueva situación, las nuevas tareas y las nuevas exigencias. Por esta razón en todas partes, en todos los comisariatos, se observan  fricciones, reveses y perturbaciones>>. (V.I. Lenin: VII Congreso de Soviets de toda Rusia “Discurso en la sesión de organización”. 08/12/1919. En Obras Completas Ed. Cit. T. XXXII Pp. 233)      

 

 b) Control obrero de la producción en la industria urbana.

 

          Días antes de la toma efectiva del poder en octubre, Lenin ya estaba ocupado en poner los cimientos económicos, sociales y políticos de la nueva sociedad soviética rusa en transición al socialismo, combatiendo contra los obstáculos que los resabios del capitalismo oponían al curso de la revolución en Rusia —tanto en la ciudad como en el campo—, en medio de la discusión acerca de si el necesario control de la producción, debía ejecutarse centralizándolo en el Estado soviético, o dejarlo en manos de los distintos sindicatos de fábrica y de los pequeños y medianos propietarios agrícolas:

<<La principal dificultad que enfrenta la revolución proletaria, es la instauración a escala nacional, del sistema más preciso, meticuloso, de registro y control, de control obrero sobre la producción y distribución de los productos>> (V. I. Lenin: “¿Se sostendrán los bolcheviques en el poder?” 01/10/1917.Ver Pp. 117).

 

          Y el caso es que el avance de las luchas del proletariado entre febrero y octubre de 1917, condujo a que las consecuentes expropiaciones tendieran a debilitar económica y políticamente a la burguesía. Pero al mismo tiempo, aquel control obrero de la producción —entendido por Lenin como un necesario recurso político alternativo al mercado capitalista—, empezó a ser de hecho asumido por los distintos comités de fábrica en cada empresa, unos independientemente de los otros. Un “control” que al no poder garantizar la imprescindible coordinación para el reparto de los productos según las distintas necesidades, tampoco podía impedir el despilfarro del trabajo social asignado a las diversas ramas de la producción, y estaba resultando ser casi tan anárquico e irracional, como el que se quería sustituir a cargo del mercado.

 

          Había que plantearse y llevar a la práctica, pues, la regulación de la producción y la distribución de los productos a través del control coordinado a escala nacional, un doble cometido que solo podía ser alcanzado satisfactoriamente, no por los asalariados desde sus comités de fábrica sino desde el Estado soviético. En esto reincidió Lenin una y otra vez entre el 13 y el 26 de abril de 1918: alcanzar la regulación de la producción a través del control coordinado de la producción y distribución. Una tarea que los asalariados debían aprender como una prioridad absoluta y eso requería su tiempo. Pero:

<<…en tanto el control obrero no sea un hecho, en tanto los obreros avanzados no hayan organizado y llevado a efecto su cruzada victoriosa e implacable contra los infractores de este control o contra los negligentes en este dominio no podremos, después de haber dado este primer paso (el del control obrero), dar el segundo hacia el socialismo, es decir, pasar a la regulación [consciente] de la producción por los obreros>> (V.I. Lenin: “Las tareas inmediatas del poder soviético” Pp. 40. (Escrito entre el 13 y el 26 de abril 1918. Lo entre corchetes y el subrayado nuestros)

       

          Lenin se refiere aquí al control obrero de la producción, no bajo la dictadura de la burguesía en un Estado capitalista, sino bajo la dictadura del proletariado en un Estado socialista, es decir, no el que se había venido consagrando desde el punto de vista de los  capitalistas que mienten a los obreros haciéndoles creer que el Estado burgués sirve a los intereses generales de la sociedad, tal como por entonces en Rusia era el servicio que cumplían quienes llenaban las páginas de la revista menchevique “Nóvaia Zhizn” (Vida Nueva) dirigida por Máximo Gorki:

<< Cuando los escritores de Nóvaia Zhizn nos acusaban de caer en el sindicalismo al lanzar la consigna de “control obrero”, nos ofrecían un ejemplo típico de la bobalicona aplicación escolar de ese “marxismo” no meditado sino aprendido de memoria a la manera de Vasili Vasilievich Struve. El sindicalismo rechaza (y aleja de la conciencia de los explotados la idea de) la dictadura revolucionaria del proletariado, o la relega a último plano, lo mismo que al poder político en general. Nosotros, en cambio, la ponemos en primer plano. Y si ateniéndonos al espíritu de Nóvaia Zhizn dijéramos: “nada de control obrero sino control del Estado” (capitalista), lanzaríamos una frase de contenido reformista burgués, una fórmula que, en el fondo, sería democonstitucionalista, pues los militantes del Partido Demócrata Constitucionalista no tienen nada que oponer a la participación de los obreros en el (supuesto) control del “Estado”. Los democonstitucionalistas kornilovistas saben muy bien que semejante participación es, para la burguesía, el mejor método de engañar a los obreros (con el cuento de que el proletariado participa de ese control votando en las elecciones periódicas), el método mejor de sobornar sutilmente en el sentido político a los Gvózdiev, los Nikitin, los Prokopóvich, los Tsereteli y toda esa pandilla (para que controlen a los obreros so pretexto de controlar una producción realmente controlada por el mercado, es decir, por la burguesía)>>. (V. I. Lenin: Op. cit. Lo entre paréntesis nuestro).

 

          Tanta razón tenía Lenin al decir esto, como que el 29 de octubre de 1917, tres días antes de la toma del poder por los bolcheviques, se demostró en qué consistía el control obrero de la producción por parte de los sindicatos, cuando el líder del comité ejecutivo del sindicato nacional de trabajadores de ferrocarriles, Vikzhel, amenazó con una huelga nacional a menos que los bolcheviques renunciaran a tomar el poder y apartaran del gobierno a los máximos líderes insurrectos, que eran Lenin y Trotsky, mientras Zinoviev, Kámenev y sus aliados en el Comité Central Bolchevique, se sumaban a ese chantaje sindical, argumentando que los bolcheviques no tenían otra elección que iniciar negociaciones para formar un gobierno de coalición, ya que —según decían— una huelga de ferrocarriles podría mermar la capacidad de los revolucionarios en su lucha contra las fuerzas todavía leales al Gobierno Provisional en Moscú. Así fue cómo Zinóviev y Kámenev obtuvieron fugazmente el apoyo de la mayoría del Comité Central, y en nombre de los bolcheviques pudieron iniciar negociaciones con los distintos partidos  que habían venido apoyando al Gobierno Provisional, mientras Lenin y Trotsky permanecían al mando de las fuerzas revolucionarias en Petrogrado y Moscú.  

 

          Pero ante la rápida ofensiva de los marineros del Báltico y de los Guardias Rojos,  que ocuparon estaciones ferroviarias, edificios de correos y telégrafos centrales, estaciones telefónicas, bancos e instalaciones de puentes levadizos, dieron al traste con el sindicato ferroviario y consiguieron que la guarnición militar de San Petersburgo mantuviera la neutralidad o se uniera a la revolución. Fue cuando en la madrugada del veinticinco de octubre, Lenin apareció en un balcón del Palacio Smolny, sede del Estado Mayor de la revolución en esa ciudad, desde donde anunció haber ordenado detener a los miembros del Gobierno Provisional, que permanecían en el Palacio de Invierno.     

 

          Mientras tanto, en Moscú al sóviet de diputados de obreros y soldados —dominado por los partidarios del Gobierno Provisional en contra de los bolcheviques— se habían sumado los cadetes de las escuelas militares. El enfrentamiento armado se prolongó allí seis días, porque los trabajadores ferroviarios de la línea Nikoláyevskaya que unía Petrogrado con Moscú, se habían declarado en huelga, impidiendo así que los guardias rojos pudieran obtener refuerzos desde Petrogrado. Pero cuando esos refuerzos llegaron, los contrarrevolucionarios se rindieron y el rápido fracaso de las fuerzas anti-bolcheviques en Moscú, permitió que Lenin y Trotsky convencieran a los “bolcheviques contemporizadores” del Comité Central, de que abandonaran su intento negociador con mencheviques y socialistas revolucionarios, amenazándoles con expulsarles del partido si persistían en sus intentos de formar un gobierno de coalición. Como respuesta, Zinóviev, Kámenev, Alekséi Rýkov, Vladímir Milyutin y Víktor Noguín dimitieron del Comité Central el 4 de noviembre.

          Durante 1918, cuando los bolcheviques plantearon la necesidad de abandonar el control de la producción a cargo de los sindicatos en cada empresa, para poner esa función en manos del Consejo Superior de Economía Nacional (VSNJ) —creado en diciembre de 1917—, este criterio objetivamente revolucionario chocó frontalmente con el egoísmo de empresa, inspirado en el principio pequeñoburgués del cada uno para sí, muy arraigado en numerosos anarquistas y anarcosindicalistas, quienes afincados en su infantilismo de izquierdas reivindicaban a los comités de fábrica organizados de forma federativa, entendidos cada uno como autónomo y soberano en su jurisdicción, viendo en la necesaria centralización económica del Estado soviético, una despótica intromisión de los intereses generales en sus intereses particulares.[17] Ni más ni menos que como ese mujik llamado Stalin, entendió que se estaba procediendo con él en materia de organización militar durante la guerra civil.  

 

            Bajo tales condiciones, durante el IV Congreso Extraordinario de los Soviets de toda Rusia celebrado entre el 13 y el 26 de abril de 1918, Lenin explicó que los asalariados habían logrado derrotar a la burguesía, pero que una cosa es dominar y otra muy distinta gobernar, única forma de sostener ese dominio para transitar con él a cuestas del capitalismo al socialismo. Y que este último atributo no es innato sino que se adquiere por ciencia y no por pura experiencia. La ciencia es lo que permite transitar de la ignorancia y el descontrol, al conocimiento que es la condición de todo dominio:

<<Nosotros, el partido de los bolcheviques hemos convencido a Rusia, se la hemos ganado a los ricos para los pobres, a los explotadores para los trabajadores, ahora debemos gobernarla. Y toda la peculiaridad del momento en que vivimos, toda la dificultad consiste en saber comprender las particularidades de la transición de una tarea principal, como la de convencer al pueblo y aplastar por la fuerza militar la resistencia de los explotadores, (para poder así pasar) a otra tarea principal, la de gobernar>> (V. I. Lenin: Las tareas inmediatas del poder soviético”. Lo entre paréntesis y el subrayado nuestros)  

 

          O sea, para gobernar hay que saber qué y cómo hacerlo, más aun en medio de la ruina, la desorganización y la pobreza más extrema. Y sin ciencia no puede haber experiencia provechosa que valga. Este contundente pensamiento de cascote, es algo que a Stalin siempre le trajo al pairo. El haber derrotado y empezado a expropiar a los explotadores, consiguiendo inmediatamente después neutralizar sus actos de sabotaje combatiéndoles bajo las restricciones económicas y sociales más adversas, es sin duda la condición necesaria para poder gobernar. Pero con esto no basta:

     <<En general, fue esa una grandiosa tarea histórica, pero fue sólo el primer paso. Aquí se trata de establecer para qué los hemos aplastado. ¿Será para decir que nos posternamos ante su capitalismo, ahora que los hemos aplastado definitivamente? No; ahora vamos a aprender de ellos, porque nos faltan conocimientos, porque no tenemos esos conocimientos. Tenemos conocimientos de socialismo pero no tenemos conocimiento de organización en escala de millones de personas. Conocimientos de organización (del trabajo) y distribución de los productos, etc. Los viejos dirigentes bolcheviques no nos enseñaron esto. El Partido bolchevique no puede jactarse de esto en su historia. Todavía no hemos estudiado esta materia. Y por eso decimos que, aun cuando ese hombre (burgués) sea un pillo redomado, debemos aprender de él, si ha organizado un trust, si es un comerciante dedicado a la organización y distribución de los productos para millones y millones, si ha adquirido esa experiencia. Si no aprendemos esto no realizaremos el socialismo y la revolución se estancará en la presente etapa>>. (V.I. Lenin: “Reunión del CEC de toda Rusia” 29/04/1918. En Obras Completas Ed. Akal/1978 Pp. 37. Lo entre paréntesis y el subrayado nuestros)

 

c) El control de la producción en el agro.

 

          Esta misma problemática política se repitió en el ámbito agrario, en medio de la crisis económica, la desorganización social y la miseria a escala nacional, causadas por la guerra mundial y la guerra civil que le sucedió, todo ello provocado por la burguesía en alianza con la nobleza entre 1917 y 1923. Una dramática situación que los bolcheviques debieron afrontar implantando el “comunismo de guerra”, medida que les condujo a su ruptura con los Socialistas Revolucionarios de izquierda (SRi), quienes venían asumiendo la representación política de los campesinos en el Consejo Ejecutivo Central de Toda Rusia (VTsIK).

 

          Ya en abril de 1917, Lenin había insistido en la necesidad de que el proletariado logre gestar una comunidad de intereses con los campesinos, animándoles a que se apoderen de la tierra arrebatándosela a los terratenientes. Pero decía esto en la seguridad de que nunca romperían sus vínculos con la burguesía, alertaba que nada se podía esperar que hicieran en favor de la revolución socialista, cuando las necesidades de aumentar la productividad agraria, exigieran convertir esas tierras expropiadas sin compensación, en un bien de propiedad colectiva gestionada por el Estado soviético. Y a propósito decía:

<<No podemos ocultar a los campesinos, y mucho menos a los proletarios y semiproletarios del campo, que la pequeña explotación agrícola, bajo la economía mercantil y el capitalismo, no puede librar a la humanidad de la miseria de las masas; que es necesario pensar en el paso a la gran explotación agrícola por cuenta de la colectividad y emprender inmediatamente esta tarea, enseñando a las masas, y a la vez aprendiendo de ellas (de su iniciativa, inteligencia y audacia, una vez conscientes de su propia situación y del necesario quehacer que tienen por delante), las medidas prácticas para asegurar ese paso>> (V.I. Lenin:  "El congreso de diputados campesinos". 16/04/917 Obras completas Ed. Akal/1977 Pp. 95. Lo entre paréntesis y el subrayado nuestros). Ver Pp. 33

 

          A esta  profundización de la política interior, que exigía la socialización de la riqueza —y caracterizó a la revolución rusa en su etapa llamada “comunismo de guerra”—, se vieron prematuramente obligados los bolcheviques ante las prácticas especulativas con sus productos por parte de los agricultores, lo cual extendía y agudizaba la penuria de alimentos entre los habitantes de las ciudades y los efectivos del ejército, en lucha contra la reacción interna y externa.

         

          En tales circunstancias, la forzada requisa de los excedentes de grano por parte del gobierno soviético —medida que fue aprobada en el Congreso de Soviets de toda Rusia celebrado en diciembre de 1919, provocó que los eseristas de izquierda, defensores de la pequeñoburguesía agraria, rompieran con los bolcheviques y el gobierno revolucionario. De dicha ruptura derivó la revuelta de Tambov en agosto de 1920, y la de Kronstadt en marzo de 1921. El 5 de julio de este último año, durante las sesiones del III Congreso de la Internacional Comunista, Lenin puso de manifiesto el oportunismo acomodaticio de los campesinos rusos, aquerenciados entre los dos extremos de la contradicción dialéctica bajo el capitalismo, a fuerza de haberles escuchado decir:

<<Somos bolcheviques, pero no comunistas. Estamos a favor de los bolcheviques, porque han arrojado a los terratenientes, pero no a favor de los comunistas, porque están en contra de la hacienda individual>> (V.I. Lenin: “Informe sobre la táctica del P.C. de Rusia”).

Como trabajadores en tierra ajena donde habían venido sobreviviendo explotados y oprimidos por los kulaks (terratenientes), los campesinos rusos lucharon por su emancipación junto a los obreros urbanos; pero una vez liberados por la revolución de su yugo y desde su nueva condición de propietarios, creyeron tener todo el privilegio de vender sus excedentes de grano libremente, aun a expensas del hambre que padecían sus antiguos aliados en las ciudades, los asalariados:

<<No hay modo de que los campesinos comprendan que el libre comercio de cereales es un crimen de Estado. “Yo produzco, el grano es obra de mis manos, luego tengo derecho a negociar con él”, así es como razona el campesino, por hábito, al viejo estilo. Y nosotros decimos que eso es un crimen de Estado>>. (V.I. Lenin: Citado por E. H. Carr: “La revolución bolchevique” T. II Ed. Alianza/1987 Pp. 177)

 

          La revolución logró que a fines de 1920 las fincas de los grandes terratenientes desaparecieran. Pero no consiguió que ocurriera lo mismo en el espíritu de los campesinos, con su irracional y egoísta filosofía de vida predeterminada por el régimen de propiedad privada. Y esto dio por resultado que el esfuerzo de unificar las pequeñas fincas en comunas agrícolas tendentes al socialismo, encontrara una oposición tan firme y tenaz, que sus resultados fueron insignificantes. Al no poder superar la contradicción económica entre una multiplicidad de pequeñas unidades de producción ineficaces y la necesidad de una mayor producción de alimentos, quedó también sin resolver el conflicto político entre asalariados y campesinos, aletargando así el proceso revolucionario bajo permanente amenaza de que la sociedad soviética involucione hacia condiciones contrarrevolucionarias:

<<Como lo había previsto Lenin desde siempre, la distribución de la tierra entre los campesinos, al reducir el tamaño medio de cada unidad de producción, se convirtió en un obstáculo fatal para que aumentase el flujo de víveres y materias primas que las ciudades requerían a los fines de sellar la victoria (política) de la revolución proletaria>>. (E. H. Carr. Op. cit.)

 

            Aun suponiendo hipotéticamente una situación, en la que el interés de los campesinos propietarios de sus parcelas se pudiera ver realizado sin crear penuria de alimentos en las ciudades, Lenin había previsto que por medio de las propias leyes irracionales del mercado, la libertad de comerciar con sus granos conduciría a la total ruina de los campesinos, quienes no podrían impedir el retorno a la concentración de la propiedad territorial en manos de los kulaks:

<<Debemos decir a los campesinos: ¿Queréis retroceder, queréis restaurar por completo la propiedad privada y la libertad de comercio? Eso significa deslizarse de manera ineludible e irrevocable hacia el poder de los terratenientes y capitalistas. Lo testifica toda una serie de hechos históricos y ejemplos de las revoluciones (como según hemos dicho en el capítulo 04 de este trabajo siguiendo a Marx). Un sucinto conocimiento del abecé del comunismo, del abecé de la economía política, confirma que esto es inevitable. Vamos a ver. ¿Les conviene a los campesinos apartarse del proletariado para dar marcha atrás —y consentir que dé marcha atrás el país— hasta caer bajo el poder de los capitalistas y terratenientes, o no les conviene? Pensadlo vosotros y pensémoslo juntos>>. [V. I. Lenin: “Informe sobre la sustitución del sistema de contingentación por el impuesto en especie” Xº Congreso del P. C.(b) de Rusia. 21/04/1921. Ver Pp. 30.][18]

 

            En esos tiempos, Rusia era un país de 140 millones de personas, de las cuales 113 millones vivían en el campo, y donde según datos de Charles Bettelheim, en 1919 no había más de 2.100 comunas agrarias con unos 350.000 miembros, que durante la guerra civil, en 1920, se redujo a 1.520 establecimientos con clara tendencia regresiva hacia el minifundio, lo cual es indicativo del repudio de los campesinos hacia el trabajo colectivo de la tierra:

<<Hostilidad que, atizada por los kulaks, llega a veces, hasta el asesinato de miembros de las comunas por los campesinos de las aldeas vecinas>> Bettelheim: “Las luchas de clases en la URSS. Primer período 1917-1923” Ed. Siglo XXI/1974 Pp. 205).

 

          Sin embardo, dado el respaldo mayoritario de la población al Estado soviético, a su dominio sobre la tierra y demás medios de producción en la gran industria, bancos y ferrocarriles del país, aun cuando la momentánea consolidación de la pequeña propiedad favoreciera la reanimación del capitalismo en el agro y en la industria urbana, Lenin sostenía que la revolución en tales condiciones políticas de apoyo a la revolución, el Estado soviético podía soportar ese menoscabo a sus objetivos estratégicos. Por tanto, también podía asimilar sin gran perjuicio, la sustitución de las requisas por el impuesto en especie. Medida esta última que el partido bolchevique tenía pensado aplicar y decidió adoptar en octubre de 1918, aunque debió ser suspendida en abril de 1921 ante la persistente penuria de alimento en las ciudades, extendida al ejército durante los más cruentos enfrentamientos bélicos de la guerra civil. Pero que una vez acabada la guerra mundial y casi controlada ya la situación interior en octubre de ese año, las requisas dejaron de ser imprescindibles:

<<Ahora, cuando pasamos de los problemas de la guerra a los problemas de la paz, comenzamos a mirar el impuesto en especie de otra manera: lo miramos no solo desde el punto de vista del Estado (especialmente de las necesidades de los habitantes de las ciudades), sino también desde el punto de vista de que las pequeñas haciendas campesinas estén abastecidas>>. (V. I. Lenin: Op. cit. Pp. 12).     



[1] “Kadetes”. Expresión popular alusiva a los miembros del Partido Demócrata Constitucionalista (KDT) presidido por el contrarrevolucionario Alexander Kérenski, por entonces ministro de la guerra  

[2] V. Nevski: Historia del P.C.R.” Consultar a este propósito el interesante librito de N. Vanag: El capital financiero en Rusia, en vísperas de la guerra mundial” (en ruso, Moscú, 1925). Decía Lenin en los comienzos de la revolución de marzo de 1917: “El capitalismo ruso no es más que una sucursal de la firma universal que manipula centenares de miles de millones de rublos y que se llama Gran Bretaña y Francia.”

[3] Por esta y por algunas otras razones, a pesar de un desarrollo económico tan rápido como el de 1890 a 1900 —luego se hizo más lento—, continuó siendo Rusia un país netamente retrasado. Esas razones a que nos referimos eran: el atraso de su agricultura, la importancia que ésta tenía en relación con la industria, el desarrollo de la población, que era más rápido que el de la producción, y la insuficiencia de su industria para responder a las necesidades de su población (la población ascendía al 10.2% de la de todo el mundo, antes de la guerra, y la producción de fundición al 6.2% de la producción mundial).

[4] Citado por A. Anichev: Ensayo de historia de la guerra civil”, según un curso de la Academia de Guerra.

[5] Aunque bien es cierto que en ese momento se había procedido a expropiar algunas empresas entre las más grandes, sobre todo industriales y comerciales, el aspecto central de la política interior en aquellas circunstancias para los bolcheviques no era ese, sino el de pasar a intervenir en las empresas capitalistas, es decir, a controlar su producción. A esto Lenin le llamó Capitalismo de Estado proletario.

[6] L. D. Trotsky: Comment la révolution s’est armée, París L’ Herne. T. I Pp. 162. Jean Jaques Marie en: “Stalin” Cap. IX Ed. “Palabra”/2008 Pp. 191.  

[7] Bolchevitskoe Ruskovodstvo, Perepiska 1912-1927” (La dirección bolchevique: correspondencia 1912-1927, Moscú, Rospen, 1996, Pp. 16).

[8] Stalin: “Oeuvres Complètes”. T.4 Pp. 116-117. Telegrama a Lenin.

[9] Ibíd. Pp. 118 y 120-121. Cartas a Lenin.

[10] Bolchevitskoe Ruskovodstvo, Perepiska 1912-1927” (La dirección bolchevique: correspondencia 1912-1927, Moscú, Rospen, 1996, Pp. 42)

[11] Lenin, Biograficheskaia Jronica  (Crónica Biográfica), Moscú, 1974, T. 5, octubre 1917-julio 1918 Pp. 645-646.

[12] Bajo la dirección de Stalin y de Djaparidzé, "hubo, en diciembre de 1904, una imponente huelga de los obreros de Bakú, que duró del 13 al 31 de diciembre y logró la conclusión del primer contrato colectivo -en la historia del movimiento obrero de Rusia- con los industriales del petróleo. "La huelga de Bakú marcó el inicio de un auge revolucionario en la Transcaucasia. "Fue el `disparo de salida de los gloriosos movimientos de enero y febrero, que se desarrollaron por toda Rusia´ (Stalin) (1)". Esta huelga, como se dice en la Historia del Partido Comunista (bolchevique) de la U.R.S.S., fue como un relámpago antes de la tormenta, en vísperas de la gran tempestad revolucionaria en Rusia. (1) Lenin, Obras, t. XXVII, p. 238, 3ª edición rusa.

[13] Roy Medvédev: “Oni okrujali Stalina” (Todos los hombres de Stalin), Moscú, Izdtelstvo politicheskoi literatury, 1990 Pp. 183. El mismo Mikoyán contó el incidente 20 años más tarde. 

[14] Turquía respondió con unas fuerzas muy superiores organizando sus tropas en el llamado Ejército del Islam, que se enfrentó triunfalmente a los Aliados en la Batalla de Bakú, por lo que el Ejército Británico se vio forzado a replegarse sobre Persia y la Dictadura del Caspio Central fue abolida, pasando ese territorio a manos de Azerbaiyán.

[15] Esta cita de Trotsky corresponde al discurso que Lenin pronunció en la “Casa del Pueblo” de Petrogrado el 13 de marzo de 1919, cuyo texto fue publicado como folleto y en “Obras Completas” T. XXX  Pp. 394 Ed. Akal/1978 bajo el título: “Éxitos y dificultades del poder soviético”. Ver Pp. 115

[16] “Voprossy Istorii” Nº 4 Pp. 92. “Cahiers du mouvement ouvrier”. Nº 10 Junio 2000 Pp. 92.

[17] Uno de los más destacados líderes de esta “oposición obrera” a la línea de Lenin desde los sindicatos, fue Sergei Pavlovich Medvedev junto con Alexander Schliapnikov y Alexandra Kollontay desde 1921.

[18] En octubre de ese mismo año 1919, Lenin comprueba que:

<<La economía de Rusia en la época de la dictadura del proletariado, representa la lucha que, en sus primeros pasos, sostiene el trabajo mancomunado al modo comunista —en escala única de un enorme Estado— contra la pequeña producción mercantil, contra el capitalismo que sigue subsistiendo y contra el que revive sobre la base de esta (pequeña) producción”>>. Ver: “La economía política en la época de la dictadura del proletariado” Pp. 2. El subrayado y lo entre paréntesis nuestros).