16. El comunismo de
guerra en Rusia (1918-1921).
<<Stalin jugó con millones de
hombres y mujeres. No hace tanto que dejara de “desenmascarar” a los “individuos
de dos caras”, acusados (por él) de
haberse pasado la vida disimulando su auténtico rostro. Esta imputación de sus
propias maniobras contra quienes se oponían a él, real o imaginariamente,
confirma que la naturaleza de su poder difería radicalmente de la imagen que
ofrecía. Esta es la realidad de su vida. Y esta es la vida que me he propuesto
contar>>. (Jean-Jaques Marie: “Stalin”
Ed. Palabra/2008 Prefacio Pp. 9. Lo
entre paréntesis nuestro)
Desde la caída del zarismo en febrero de 1917, los obreros
y soldados rusos —estos últimos en su mayoría de condición campesina pobre—
a medida que fueron esclarecidos por el partido bolchevique pudieron ir comprendiendo,
que la política de conciliación
con el Gobierno Provisional a cargo de socialdemócratas-mencheviques y kadetes,
no hacía más que prolongar la guerra. Y la conclusión que sacaron es que para
esgrimir una política de paz activa y eficaz, había que derrocar a ese gobierno
aristocrático-capitalista beligerante, y hacerse cargo del poder expropiando
a terratenientes y grandes burgueses
[1]
. Fue en mayo de ese año cuando Lenin convenció a los
militantes de su partido, acerca de cómo Rusia podía y debía contribuir a
la revolución socialista internacional, diciendo:
<<Sólo hay un internacionalismo efectivo, que consiste en entregarse
por completo al desarrollo del movimiento revolucionario y de la lucha revolucionaria
dentro del propio país,
en apoyar (por medio de la propaganda, con la ayuda moral y material) esta lucha, esta línea de conducta
y sólo ésta, en todos los países sin excepción”. Todo lo demás es engaño e inmovilismo>>.
(V. I. Lenin: “Las tareas
del proletariado en nuestra revolución” 28/05/1917. Pp. 34. Subrayado nuestro)
O sea: es imposible consumar
la revolución proletaria
internacional, sin ajustar
cuentas previamente con la propia burguesía nacional.
Así fue como, en ese corto período de tiempo, los asalariados
rusos junto a los campesinos medios y pobres —impulsados por el común anhelo
abrumadoramente mayoritario compartido y hecho consigna—, de conquistar la
paz, el pan y la libertad, todos ellos mancomunados protagonizaron
uno de los más gloriosos virajes de la historia: El 27 de febrero derrocaron
a la monarquía. El 21 de abril derribaron el poder único de la burguesía rusa
imperialista para ponerlo en manos de la pequeñoburguesía, partidaria de conciliarse
con la gran burguesía, que no quería la paz sino seguir la guerra. El 3 de
julio, durante una gran manifestación espontánea, el proletariado urbano consiguió
tambalear al gobierno de los conciliadores pequeñoburgueses con el
régimen anterior. Finalmente, el 25 de octubre lo derribó implantando
la dictadura democrática
de la clase asalariada y los campesinos, sobre las ínfimas minorías sociales
explotadoras de trabajo ajeno: los terratenientes, la burguesía en general
y los campesinos arrendatarios ricos. He aquí apretadamente resumido en términos
de actos políticos, el concepto de revolución
permanente acuñado por Marx en 1850 y ratificado por la historia.
Desde el año 1916, Lenin había previsto la victoria del proletariado
en uno o más países, así como la posibilidad de guerras ofensivas de los países
en tránsito al socialismo contra los países capitalistas. Decía por entonces
que:
<<El proletariado victorioso...,
después de haber expropiado a los capitalistas y de haber organizado en su país
la producción socialista, se alzaría contra el resto del mundo capitalista,
llamando a su lado a las clases oprimidas de los demás países, haciendo que se
levantasen contra los capitalistas, e interviniendo en caso necesario con la
fuerza de las armas contra las clases explotadoras y sus Estados>>. (V. I. Lenin: “Acerca de la consigna de
los Estados Unidos de Europa”. Publicado por primera vez en “El socialdemócrata de Zurich” el 23 de
agosto de 1916. Citado por Víctor Serge en: “El año I de
la Revolución Rusa” Pp. 150)
La etapa tardía del desarrollo capitalista, se ha distinguido
de su etapa temprana por la exportación de capitales. Desde
principios del siglo XX, el viejo Imperio ruso era una de las cinco grandes
potencias europeas junto a Inglaterra, Alemania, Francia y Austria-Hungría.
Pero al igual que el imperio austro-húngaro, Rusia seguía siendo un país de
atraso relativo, cuya burguesía
no estaba en condiciones de exportar
capitales. Al contrario, era exclusivamente receptor procedente de esas otras tres grandes potencias imperialistas
en el sentido más moderno y desarrollado de la expresión:
<<Hay cifras que revelan con una
elocuencia impresionante la dependencia casi colonial en que se hallaba Rusia
con respecto al imperialismo extranjero y principalmente del francés. La Banca
de Petrogrado en vísperas de la guerra, disponía de un capital aproximado de
8.000 millones y medio de rublos; la participación extranjera en este capital
era la siguiente: banca francesa, 55%; inglesa, 10%; alemana, 35%[2]. Los establecimientos financieros del extranjero
controlaban, por medio de los grandes bancos rusos, la metalurgia rusa en
proporciones que oscilaban entre el 60 y el 88%; la fabricación de locomotoras,
en la proporción de... 100%; los astilleros, en un 96%; la fabricación de
máquinas en un 68%; la producción carbonífera en un 75%, y la petrolífera en un
60%.
También salta a la vista el carácter casi
colonial de la industria rusa por el siguiente hecho: la producción de los
medios de producción —máquinas y equipo— ocupaba un lugar secundario.[3] La guerra no hizo sino aumentar la dependencia en que
se encontraba Rusia con respecto a los imperialismos aliados, a los que durante
las hostilidades tuvo que pedir prestados 7.000 millones y medio de rublos oro (más
de 20.000 millones de francos)>>. (Op. cit. Pp. 140/41)
El “imperio” ruso era, pues, el eslabón más débil de la cadena imperialista. Y por ahí,
precisamente, debió romperse y se rompió esa cadena en 1917. Pero justamente
por eso, en enero de 1918 la Rusia soviética fue el primer país en acusar con
más intensidad el desgaste de haber sufrido la destrucción material y la muerte
durante 40 meses de conflicto bélico internacional entre países capitalistas:
<<El ejército se
desmovilizaba por sí mismo, los soldados se reintegraban a sus hogares. Las
masas no querían seguir combatiendo. La insurrección de octubre se había hecho
en nombre de la paz. Los transportes no podían más, la producción se hallaba
profundamente desorganizada, el avituallamiento se encontraba en un estado
lamentable. El hambre era más amenazadora que nunca. Un informe del décimo
ejército decía: “La infantería y la artillería han abandonado el 15 de enero
sus posiciones para retirarse más a retaguardia. Una parte de los cañones han
sido abandonados.” “No existe ya zona fortificada —escribían desde el tercer
ejército. Las trincheras se hallan cubiertas de nieve. Se emplean como
combustible los elementos de fortificación. Los caminos han desaparecido bajo
la nieve; no se ven sino senderos que van a parar a los abrigos, a las cocinas
y a los tenduchos alemanes; en un área de más de cien kilómetros han quedado
como únicos ocupantes el estado mayor y el comité del regimiento”[4].
“Habían quedado abandonados en el frente más de dos mil cañones”, hace notar M. N. Pokrovski. Para los rusos la guerra se había terminado>> (Ibíd.)
Tal fue el caldo de cultivo de la revolución rusa. Pero una
vez alcanzado el poder, el proletariado y los campesinos debieron afrontar más
destrucción y muerte causadas por la guerra civil. Bajo tales circunstancias, los objetivos económicos del poder de los soviets
se vieron reducidos a sostener las industrias de guerra y a malvivir de las
raquíticas reservas en bienes de consumo existentes, para poder seguir combatiendo
por la libertad y salvar del hambre a las poblaciones de las ciudades. Tal fue
lo que se dio en llamar “comunismo de guerra”, definido como una reglamentación
del consumo y la producción en una fortaleza sitiada.
¿Y qué pasaba mientras tanto en Alemania? Que la revolución
allí no progresaba. ¿Por qué? Pues, porque los líderes revolucionarios de ese país, en vez de esgrimir la teoría científica
como guía para su práctica política,
proyectando ese mismo método en la conciencia de las mayorías sociales
explotadas, procedieron al revés.
Pensando que la directriz de la
revolución iba implícita en la lucha
espontánea de esas mayorías no instruidas en el arte de la revolución.
Descuidaron el hecho de que esas luchas se estaban librando con el “arma
mellada” de ideas imperantes en organizaciones
políticas contrarrevolucionarias, donde optaron por permanecer hasta ser
ellos mismos víctimas de sus propios errores políticos, que pagaron, incluso,
con sus propias vidas.
Volviendo sobre la idea marxista
de que la revolución proletaria es nacional por su forma e internacional por su
contenido, el cumplimiento de esta doble y simultánea tarea política por parte
de los revolucionarios rusos, se vio confirmada con carácter de imperiosa necesidad a poco de
iniciado el proceso de transición del capitalismo al socialismo, cuando en noviembre
de 1917 la dictadura democrática del proletariado triunfante debió enfrentarse
al cerco armado de las potencias imperialistas, con una parte de su territorio invadido
por el ejército alemán.
a) Paz con Alemania y organización del Ejército
Rojo en la Guerra civil.
Como hemos dicho, a principios de 1918, Rusia estaba sumida
en la devastación económica y la miseria extrema se había extendido a gran
parte de su población, al mismo tiempo que las tropas del ejército
sobrevivientes, extenuadas y desprovistas de medios materiales, a fines de 1917
se desmovilizaban espontáneamente siguiendo la consigna de “Pan, paz y libertad”,
propugnada por los bolcheviques:
<<El ejército está agotado por la guerra; los
caballos están en tal estado que en caso de una ofensiva no podremos desplazar
la artillería; los alemanes ocupan una posición tan buena en la islas del
Báltico, que en caso de una ofensiva podrían apoderarse de Reval y Petrogrado sin disparar un solo tiro. Si continuamos la guerra en tales condiciones,
reforzaremos extraordinariamente al imperialismo alemán, y entonces será
necesario firmar la paz, pero esta será más dura, porque no seremos nosotros
quienes la concertemos. Es claro que la paz que nos vemos obligados a firmar
ahora es una paz infame. Pero si comienza la guerra nuestro gobierno será
barrido y la paz será firmada por otro gobierno>>. (V. I. Lenin: “Discursos sobre la guerra y la Paz” 24/01/1918.
En Obras completas T. XVIII Pp. 129 Ed. Cit.)
No era éste el caso de Alemania, que no había sufrido
pérdidas de guerra en su propio territorio. Pero en esos precisos momentos,
entró en liza EE.UU. a favor de la Entente. Aunque al principio este país se
limitó a colaborar en logística facilitando alimentos y demás medios a través
de su intercambio con Gran Bretaña, la decisión alemana de atacar a sus buques
mercantes, determinó que este país acabara participando militarmente, como así
sucedió en la gran ofensiva de agosto. Atender a este nuevo frente de guerra,
fue, en buena parte, la causa de que los alemanes aceptaron negociar con Rusia
una paz por separado.
Tales
negociaciones habían sido precedidas por la campaña del nuevo gobierno
revolucionario ruso, que habiendo podido acceder a la documentación clasificada en manos del Gobierno provisional,
derrocado en octubre, se
había venido empeñando en difundir entre los obreros de los países beligerantes,
todos los tratados secretos
entre los dos bloques de países, enfrentados unos con otros en esa guerra de
rapiña por el reparto del botín, para que sus pueblos salieran del engaño y
comprendieran la verdadera naturaleza del conflicto:
<<Hemos
publicado y seguiremos publicando los tratados secretos. Nada nos disuadirá de
esto, ni la ira ni la calumnia de nadie. Los caballeros burgueses están fuera
de sí, porque el pueblo comprende por qué lo lanzaron a la matanza. Asustan al
país con la perspectiva de una nueva
guerra, en la cual Rusia se encontrará aislada. Pero el odio furioso de la
burguesía hacia nosotros y hacia nuestro movimiento por la paz ¡no nos
detendrá! ¡Será completamente inútil que trate de incitar a un pueblo contra
otro en este cuarto año de guerra! ¡No lo conseguirá! No solo en nuestro país
sino en todos los países beligerantes, madura la lucha en contra de los propios
gobiernos imperialistas>>. (V. I. Lenin: “Discurso pronunciado en el primer congreso de toda Rusia de la marina
de guerra”. 22/10/1917. Obras Completas Ed. Cit. Pp. 452)
Entre el 5 y el 18 de enero de 1918, la
delegación rusa había ido a las conversaciones de paz, confiando en que el
ejemplo de la revolución rusa se
propagaría por Europa potenciado por esa campaña, sobre todo en Alemania, un
movimiento que según lo previsto haría presión sobre la delegación de ese país en
las conversaciones de paz. Fue cuando, según E. H. Carr, Lenin dijo:
<<No
confiamos lo más mínimo en los generales alemanes, pero sí en el pueblo
alemán>>. (Op. cit.
T. 3 Cap. XXI: De octubre a Brest Litovsk. Pp. 47)
El
decreto sobre el tratado de paz fue aprobado el 26 de octubre. El 7 de
noviembre y en su condición de Comisario Relaciones Exteriores del gobierno
ruso soviético, Trotsky se dirigió por
radioteléfono a los dos bloques beligerantes, para proponerles un armisticio a
los fines de negociar una paz general entre las partes. Los aliados dieron su
callada por respuesta. El 22 de noviembre ordenó la suspensión de las
hostilidades en todo el frente oriental, desde el Báltico hasta el Mar Negro.
El comandante en Jefe del ejército, Nicolai Dujonin, desacató esa orden y dos
días después fue destituido. Las conversaciones de paz dieron comienzo el 09 de
diciembre. Y cuando el negociador Max Hoffmann declaró que su país solo firmaría
la paz por separado, pero sin comprometerse a sacar sus tropas de los
territorios rusos ocupados en Polonia, Lituania, Letonia, la Rusia blanca y las
islas del
estrecho de Moon, Lenin comprendió que esa paz debía ser necesariamente anexionista, como única
posibilidad de salvar la revolución. Así lo explicó magistralmente el 7 de
enero de 1918 demostrando que no había otra alternativa. Porque si la Rusia
soviética no firmaba esa paz humillante con Alemania, debería desangrarse
guerreando con esa fracción del imperialismo, para que la otra acabara inevitablemente
con la revolución:
<<En
otros términos: el principio que debe constituir la base de nuestra táctica no
es establecer a cuál de los dos imperialismos nos conviene ayudar en
estos momentos, sino determinar el medio más eficaz para garantizar a la
revolución socialista la posibilidad de afianzarse o, al menos, de sostenerse
en un país, hasta el momento en que otros países se adhieran a él>>. V.I. Lenin: “Para la Historia de una paz infortunada” 07/01/1918. En Obras
Completas. Ed cit. T. XXVIII Pp. 121. El subrayado nuestro)
La posición de Lenin fue, pues, alargar en todo lo posible
las negociaciones con Alemania y firmar esa paz humillante solo ante un
ultimátum de su parte, a la vista de que los soldados rusos no estaban
dispuestos a continuar el conflicto, y que no perdonarían a los bolcheviques el
haberles traicionado, después de agitar la consigna de “pan, paz y libertad”. Bujarin
se inclinó por la posición extrema de continuar la guerra, mientras que Trotsky,
a mitad de camino entre una y otra posición, propuso no firmar, confiando en
que los obreros alemanes se rebelaran contra su gobierno en caso de reanudar
los ataques. Finalmente, durante la reunión del comité central, el 22 de
febrero y por seis votos a favor y cinco en contra, los bolcheviques decidieron
firmar la paz con Alemania y los imperios centrales el 03 de marzo.
Cuatro días después, durante las sesiones del Séptimo
Congreso Extraordinario del todavía Partido Socialdemócrata Bolchevique Ruso —y
mientras las tropas alemanas invadían el territorio soviético de Ucrania Letonia
y Finlandia según el artículo 4 del tratado—, Lenin se lamentó de que la
revolución en Alemania se hubiera estancado, consciente de que, sin ella, la
revolución rusa no tenía posibilidades de consolidarse y, muy probablemente, se
vería interrumpida y lanzada hacia atrás en el tiempo, con un
nebuloso futuro por delante:
<<La
revolución no llegará (en Alemania) tan
pronto como esperábamos. La historia lo ha demostrado y hay que saber aceptarlo
como un hecho, hay que aprender a tener en cuenta que la revolución socialista
en los países avanzados no puede comenzar tan fácilmente como en
Rusia, país de (déspotas como) Nicolas
y Rasputín, donde para gran parte de la población (no debidamente
instruida, aislados e incomunicados unos de otros), era completamente indiferente saber qué clase de pueblos viven en la
periferia y qué es lo que allí ocurre. En un país de esta naturaleza, comenzar
una revolución era tan fácil como levantar una pluma.
Pero
en un país donde el capitalismo se ha desarrollado y ha dado una cultura
democrática y una organización que alcanzan hasta el último hombre, comenzar
una revolución sin la debida preparación es un desacierto, es un absurdo. En
este caso, no hacemos sino abordar el penoso período del comienzo de las
revoluciones socialistas (a escala internacional).
Quizá esta revolución —y es plenamente posible— triunfe dentro de pocas
semanas. Dentro de unos cuantos días. Nosotros no lo sabemos ni nadie lo sabe,
y no podemos jugárnoslo a una sola carta. Es preciso estar preparados para
dificultades enormes, para derrotas extraordinariamente duras y que son
inevitables, porque la revolución no ha comenzado aún en Europa, aunque puede
comenzar mañana y, naturalmente, cuando comience ya no nos atormentarán más
nuestras dudas, ya no se planteará la cuestión de la guerra revolucionaria,
sino que no habrá más que una marcha triunfal ininterrumpida. Esto ocurrirá,
esto tiene que ocurrir inevitablemente (porque así está determinado que
ocurra por la naturaleza de las cosas bajo el capitalismo), pero no ha ocurrido
todavía. Este es un hecho simple que nos ha enseñado la historia, es un hecho
con el que la historia nos ha pegado fuerte>>. (V. I. Lenin: “VII Congreso extraordinario del PC(b) de Rusia” 07/03/1918. Ver Pp. 2)
Bajo tales condiciones, la Rusia soviética debió pasar a consolidar
la revolución en el propio país, al mismo tiempo que a internacionalizarla en
todo lo que fuera posible. Los bolcheviques se entregaron, pues, a esas dos
tareas simultáneas: combatir a las fuerzas militares representativas de la
burguesía y los terratenientes rusos en la guerra civil, al mismo tiempo que a organizar
sobre nuevas bases económicas
el trabajo social en la nueva república soviética, implantando el control obrero de la producción,
tanto en la industria urbana como en el campo. Una política que Lenin ya había
previsto en el punto 8 de sus Tesis de Abril durante el mes de febrero de 1917,
donde decía desmintiendo a Kámenev que:
<<8. No “implantación” del
socialismo como nuestra tarea inmediata, sino pasar a la instauración inmediata
del control obrero de la producción y de la distribución de los productos por
los Soviets de diputados obreros>>. (Op. cit.)[5].
Lenin distinguía entre confiscación
y socialización de la propiedad, explicando que sin la primera era
completamente inútil aspirar a la segunda. Confiscar significa apropiarse en nombre de los
intereses generales, de los medios productores de riqueza, mientras que
socializar significa distribuir o repartir equitativamente esa riqueza:
<<La
diferencia entre la socialización y la simple confiscación, está
en que es posible confiscar sólo con “decisión” (y poder suficiente para
ello, claro está), sin la capacidad de
calcular y distribuir correctamente, mientras que sin esta capacidad no se
puede socializar>> (V.
I. Lenin: “El infantilismo ‘de izquierda’
y la mentalidad pequeñoburguesa” 05/05/1918. Publicado el 9, 10 y 11 por el periódico “Pravda”. En “Obras completas” Ed. Cit. T. XXIX Pp. 87. Ver Pp. 65) El
subrayado y lo entre paréntesis nuestros).
El programa del partido bolchevique adoptado
en 1919 decía:
<<En el terreno de la distribución,
el poder de los soviets perseverará inflexiblemente en la sustitución del
comercio por un reparto de los productos organizado a escala nacional, sobre un
plan de conjunto. Pero el conflicto se señalaba cada vez más entre la realidad
y el programa del comunismo de guerra: la producción no cesaba de bajar y esto
no se debía solamente a las consecuencias funestas de las hostilidades, sino
también a la desaparición del estímulo del interés individual entre los
productores. La ciudad pedía trigo y materias primas al campo, sin darle a
cambio más que trozos de papel multicolor llamados dinero por una vieja costumbre.
El mujik enterraba sus reservas y el Gobierno enviaba destacamentos de obreros
armados para que se apoderaran de los granos. El mujik sembraba menos. La
producción industrial de 1921, año que siguió al fin de la guerra civil, se
elevó, en el mejor de los casos, a una quinta parte de lo que había sido antes
de la guerra. La producción de acero cayó de 4,2 millones de toneladas a
183.000, o sea, 23 veces menos. La cosecha global cayó de 801 millones de
quintales a 503 en 1922. Sobrevino un hambre espantosa. El comercio exterior se
desmoronó de 2.900 millones de rubios a 30 millones. La ruina de las fuerzas
productivas sobrepasaba todo lo que se conoce en la historia. El país, y junto
con él, el poder, se encontraron al borde del abismo>>. (L. D.
Trotsky: “La revolución traicionada” Cap. II Pp. 14/15).
Y
en materia de política exterior, ocurrió que tras la toma del poder en octubre
de 1917, la Rusia soviética pasó a ser enemiga de los ejércitos coaligados de
EE.UU., Japón, Francia y el Imperio Británico, Países que hasta ese momento habían
sido aliados en guerra contra el Imperio Alemán y los imperios centrales. Así
las cosas, el 20 de febrero de 1918, el gobierno revolucionario decidió crear
un “Ejército Rojo” formado por
voluntarios e inexpertos Guardias Rojos de extracción obrera y campesina,
capaces de custodiar una fábrica o un almacén, pero no de combatir, a los que
se sumó un contingente de marginados:
<< “[…] ciertamente el Ejército rojo
cuenta con un gran número de combatientes heroicos y llenos de abnegación, pero
también con unos elementos indeseables de inútiles, de vagos, de desechos”[6]. Un
núcleo de partisanos indisciplinados, más inclinados hacia el vodka y al
merodeo que hacia el combate. Así, un decreto del 9 de junio decide la
movilización obrera que, enseguida, se muestra insuficiente.
A
falta de un enrolamiento militar comunista competente, Trotsky pretende formar la
estructura del Ejército rojo con el cuerpo de oficiales del ejército zarista,
unos profesionales políticamente inseguros, a los que rodea de comisarios
políticos bolcheviques, encargados de comprobar la inocuidad política de sus
órdenes. El ejército rojo resulta ser realmente heterogéneo. En él se
encuentran obreros y militantes comunistas (medio millón en tres años de guerra
de los que perecerá la mitad), “especialistas militares zaristas” (de 60.000 a
75.000 según la estadísticas). Una masa flotante de campesinos (de 1 a 3
millones según la época [del año],
voluntarios reclutados a la fuerza y decenas de miles de marginados. Sin contar
con más de 300.000 húngaros, coreanos y chinos, que luchan por convicción>>.
(Jean Jaques Marie en: “Stalin” Cap. IX Ed. “Palabra”/2008 Pp.
191. Lo entre corchetes nuestro).
El tratado de paz con
Alemania se firmó el 3 de marzo de 1918 en Brest Litovsk, mientras su ejército invadía
Ucrania y, en Pekín, se formaba un gobierno ruso de Extremo Oriente presidido
por el Príncipe Lvov. En abril, los japoneses desembarcaron en Vladibostok. A finales de mayo, entre
35.000 y 40.000 soldados checoslovacos del ejército austríaco, hechos
prisioneros en tiempos del Zar, se enfrentaron al soviet de Cheliabinsk, y unos destacamentos anglo-franceses desembarcaban en Murmansk. Rodeada por todas partes e invadida, la
Rusia soviética parecía perdida.
A todo esto, ¿Qué hacía Stalin? En esos momentos, además de Lenin que
era el máximo dirigente del partido, Yakov Sverdlov estaba a cargo del aparato político, Trotsky había sido designado
al mando del Ejército rojo en carácter de comisario del pueblo para la Guerra y
la Marina, Bujarin presidía el Consejo de redacción del “Pravda” y Stalin limitado a ser director general de avituallamiento
(intendencia) al sur de Rusia. El 29 de mayo de 1918, Lenin lo envió a la
ciudad de Tsaritsyn ubicada en la ruta del Cáucaso, junto con el Comisario de
trabajo Alexandre
Chliapnikov, ambos
con poderes extraordinarios para garantizar el paso de trigo y carbón
procedentes del sur con destino a Moscú. Tales nombramientos fueron la prueba
elocuente del grado de confianza política que, según sus capacidades y
antecedentes, le asignó Lenin a unos y a otros.
Un mes
antes, el 04 de mayo, para hacer frente a la ya iniciada guerra civil, Trotsky había
ordenado constituir el frente militar del Cáucaso norte, designando como
comandante a Andrei
Evgénevich Snesarev, uno de los primeros generales zaristas
que se ofreció voluntario al servicio del ejército soviético. En ese momento,
la línea de ferrocarril en Tsaritsyn estaba siendo objeto de frecuentes asaltos
por bandas de campesinos anarquistas, cosacos, y guardias blancos, cuando ya se
sabía que el peligroso socialista revolucionario Boris Savinkov preparaba en Moscú el
asesinato de Lenin y de Trotsky, además de un levantamiento en Rybinsk, Yaroslavl, Kazan y Murom, esta última ciudad sede del cuartel
general bolchevique. A todo esto:
<<Stalin —a quien nadie trata de
asesinar— y que permanece alojado en el vagón-salón de su tren, dispuesto a
remontar hacia el norte (…) exige plenos poderes para el tráfico
fluvial. Lenin ordena por teléfono a la dirección de transportes fluviales que se
obedezcan todas sus decisiones y órdenes. A pesar de que su misión se refiere
al abastecimiento, se inmiscuye inmediatamente en la dirección de los temas
militares, tratando de hacerlo siempre en beneficio propio. El 22 de junio
telegrafía a Lenin y a Trotsky “atareado hasta la locura […] no deseaba hacerme
cargo de ninguna misión militar, pero el Estado Mayor del distrito me ha
implicado en sus asuntos. Presiento que es imposible actuar de otro modo,
sencillamente imposible”[7]. Por
primera vez en su vida, este eterno ejecutivo se encuentra en situación de
decidir; goza del poder sobre la vida y la muerte de miles de hombres. Esta
primera experiencia de un poder discrecional modificará radicalmente su
comportamiento, como el de decenas de militantes políticos (en iguales
circunstancias)>> (Op. Cit.)
En medio de su borrachera de poder, Stalin decide dirigirse
a Lenin directamente saltando por encima de la autoridad de Trotsky, para
exigirle plenos poderes militares
en su jurisdicción. Y en clara referencia al reciente nombramiento del
comandante militar Andrei Snesarev, el 10 de julio le
remite una carta donde imperativamente le dice, que “meta en la cabeza” de Trotsky que “no hay que hacer nombramientos locales a espaldas de quienes están en
el lugar”, o sea, él en Tsaritsyn:
<<Y añade con desdén provocador: “La
falta de un trozo de papel de Trotsky no me detendrá…yo cesaré sin más
formalidades a los mandos o a los comisarios que malogren el asunto[8]. Lo
repite y denuncia al Estado Mayor del frente, “absolutamente inadaptado a las
condiciones de la lucha contra la contrarrevolución”, a sus miembros
“completamente indiferentes a las operaciones” y a los comisarios militares[9]. Todos
unos ineptos excepto él.
Su
ignorancia en materia militar hace que le resulten insoportables los oficiales
de carrera a los que, en el argot de la época se les llama “especialistas” o spetzy. Su mandato exacerba en
él un rasgo determinante de su comportamiento posterior: está atormentado por
una obsesión envidiosa y vengativa hacia las personas competentes en el ámbito
del que él se ocupa. A partir del 22 de julio telegrafía a Lenin y Trotsky:
“Los especialistas son fantasmas de oficina, absolutamente incompetentes en el
tema de la guerra civil”[10]. (…) No soporta a Snesarev que, en pocas semanas, había organizado la
defensa de Tsaritsyn, protegido la ruta de aprovisionamiento del sur e impedido
la unión de los cosacos de (Piotr Nikoláievich) Krasnov con las tropas blancas del Este. (…) La seguridad en sí mismo de Snesarev irrita a Stalin. El 16 de julio en
un extenso telegrama a Lenin, le acusa de “sabotear hábilmente la operación de
limpieza” de una línea del frente y de “esforzarse con igual delicadeza por
arruinar la empresa”[11]. No
existen hechos que confirmen esas insinuaciones>> (Ibíd. Lo entre
paréntesis nuestro)
A
todo esto, el 15 de noviembre de 1917, una semana después de la toma del
Palacio de Invierno en Rusia, se constituyó en Bakú —ciudad de Azerbaiyán cuyo
subsuelo era una de las fuentes petrolíferas más importantes en ese momento— el
Soviet de diputados de obreros, soldados, campesinos y marineros. Ante la seria
y cercana amenaza que suponían las fuerzas mencheviques, en coalición con el ejército
turco y británico en la zona al mando
del General Lionel Dunsterville, se decidió enviar de
inmediato allí 6 batallones de
refuerzo:
<<Su ruta pasa por Tsaritsyn y
Stalin los detiene. Dirigen la Comuna (de Bakú) dos viejos bolcheviques a quienes Stalin detesta: Stepán Shaumián llamado “El Lenin del
Cáucaso”, un orador popular, y Prokopii Aprassínovitch Djaparidzé, un agitador de masas (miembro del Partido
desde 1898[12]). Al carecer de aquél indispensable
refuerzo, Bakú cae unas semanas más tarde, a mediados de agosto. Los
ingleses, atraídos por el petróleo en esa región, capturan a 26 de los 27
comisarios del pueblo, y el 20 de setiembre de 1918 los fusilan. Más tarde,
Stalin se dedicará a acusar encarnizadamente a los muertos de cobardía. En
1937, amenazará al único superviviente, Anastás Mikoyán, calificando de “oscuras y embarulladas” las
circunstancias de su supervivencia y le susurrará: “No nos obligues Anastás, a
aclarar esta historia”, una historia sobre la que Mikoyán jamás se explicará
claramente[13]. (Jean-Jaques Marie: Ibíd
Pp. 198. Lo entre paréntesis y el subrayado nuestros)
La historia en que se integra este episodio, fue que, entre
febrero y octubre de 1917, los territorios de Armenia, Georgia y Azerbaiyán que
habían pertenecido a la Transcaucasia bajo dominio del Imperio ruso, se
independizaron creando la “República
Democrática Federativa de Transcaucasia”, gobernada por un “Consejo General de los pueblos del
Cáucaso”. Pero inmediatamente y por efecto demostración, la revolución rusa
de febrero debilitó sus vínculos políticos, lo cual dio pábulo a que el 15 de
noviembre, la izquierda revolucionaria de esa federación liderada por los
bolcheviques Shaumián y Djaparidzé, decidió escindirse de la Federación
Transcaucásica proclamando la Comuna
de Bakú adherida a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas Rusas.
Pero esto para Stalin no mereció reconocer ningún mérito.
Finalmente, el 31 de Julio de 1918 los mencheviques y el
Ejército Británico, apoyados por tropas de la Commonwealth procedentes de
Canadá, Australia y Nueva Zelanda, implantaron en esas tierras la Dictadura del Caspio Central
aliada del Reino Unido, hostil a los bolcheviques de Rusia y también a los
Imperios Centrales, cuyos efectivos fueron encargados de fusilar a los 27 Comisarios soviéticos. Todo ello a raíz de
la criminal decisión de Stalin,
movido por su tan ignorante como
irresponsable odio hacia los especialistas militares[14].
Siguiendo ese plan:
<<Stalin y Kliment Voroshílov inventan un complot monárquico dirigido por dos
oficiales zaristas coligados, uno de ellos (el ex general zarista) llamado Anatolij Leonidovitch Nossovitch y los arrestan. Trotsky los libera. Lenin expresa a
Stalin su desacuerdo con tales métodos expeditivos. A mediados de julio Stalin
se hace con todo el poder civil y militar en Tsaritsyn. Voroshílov y él ignoran
las órdenes de Trotsky. Se mueven por una aversión de plebeyos advenedizos
hacia los oficiales militares, y por la hostilidad política de los antiguos
mandos bolcheviques (como el propio Voroshílov) hacia
Trotsky, (catalogado por Stalin como) el
intruso que ocupa el primer plano y pretende crear un Ejército rojo con
oficiales de carrera>>. (Jean Jaqués Marie Op. Cit. Pp. 199. Lo entre
paréntesis nuestro).
Previendo que Stalin cebará su venganza con él, Nossovitch huye y se une a
los guardias Blancos. Días más tarde, tras reunir con engaños en una barcaza a
varias decenas de antiguos oficiales zaristas nombrados por Snesarev y Trotsky,
Stalin ordenó fusilarlos. La fuga de Nossovitch le permitió a Stalin convencer
a Lenin del supuesto complot que le sirvió para disfrazar ese crimen:
<<Así lo recordará Lenin en el VIII
congreso del Partido bolchevique en marzo de 1919: “Cuando Stalin fusilaba en
Tsaritsyn, yo creía que cometía un error, pensaba que se fusilaba a diestro y
siniestro […] Y le envié un telegrama: se prudente. Me equivoqué>>. (Ibíd)
Trotsky se refiere a este casi desconocido episodio que
reflejó en las páginas de su obra autobiográfica: “Mi vida”:
<<En los días de nuestros fracasos en el frente
oriental, cuando Aleksandr Kolchak se avecinaba al Volga, Lenin, durante la sesión del
Consejo de Comisarios del Pueblo, a la que yo había ido directamente desde el
tren, me pasó esta esquela: “¿No le parece a Ud., acaso, que debiéramos
prescindir de todos los especialistas (militares) sin excepción y poner a Laskhevich de general en jefe al frente de
todos los ejércitos?”. Laskhevich era un viejo bolchevique, que en la guerra
“alemana” había alcanzado el grado de suboficial. Le contesté en el mismo
pedazo de papel: “Dejémonos de tonterías”. Lenin”. Al leer aquello, me miró con
sus ojos astutos de abajo arriba, con un gesto especial y muy expresivo, como
si quisiera decirme: ¡Qué duramente me trata Ud.! En realidad Lenin gustaba de
estas contestaciones bruscas que no dejaban lugar a duda. Al terminar la sesión
nos reunimos. Lenin me pidió noticias del frente.
—Me preguntaba Ud. si no convendría que
separásemos a todos los antiguos oficiales. ¿Sabe Ud. cuantos (de esos ex oficiales
zaristas) sirven al presente en nuestro
ejército?
—No,
no lo sé.
— ¿Cuántos aproximadamente, calcula Ud.?
—No
tengo idea.
—Pues no bajarán de treinta mil. Por cada
traidor habrá cien personas seguras y por cada tránsfuga, dos o tres caídos en
el campo de batalla. ¿Por quién quiere Ud. que los sustituyamos?
A
los pocos días, Lenin pronunciaba un discurso acerca de los problemas que
planteaba la reconstrucción socialista del Estado, en el que dijo, entre otras
cosas, lo siguiente: “Cuando hace poco tiempo el camarada Trotsky hubo de
decirme, concisamente, que el número de oficiales que servían en el
departamento de guerra ascendían a varias docenas de millares, comprendí, de un
modo concreto, dónde está el secreto de poner al servicio de nuestra causa al
enemigo...y cómo es necesario construir el comunismo utilizando los propios
ladrillos que el capitalismo tenía preparados contra nosotros”[15].
En
el Congreso del Partido que se celebró por aquellos mismos días,
aproximadamente, Lenin —ausente yo (por estar) en el frente de batalla— hizo
una calurosa defensa de mi política de guerra contra las críticas de la
oposición. Versión digital Pp. 253.
Esa
es la razón de que, hasta hoy, no se hayan hecho públicas las actas de la
sesión militar del VIIIº Congreso del Partido>>. (L. D. Trotsky: Op. cit.
Ed. Tebas/1978 Pp. 467-68. Lo entre paréntesis nuestro)
Y de hacer este vacío,
naturalmente se ocupó, para decirlo irónicamente “con toda meticulosidad y transparencia informativa”, el “camarada”
Iósif Stalin. Unos hechos a los que, quienes se ocuparon de compilar las Obras
Completas de Lenin han omitido aludir. A falta de esas actas y según reportan
los redactores de Wikipedia sobre este VIIIº Congreso, durante sus
deliberaciones:
<<Lenin y Stalin intervinieron resueltamente en contra de la
"oposición militar", que defendía la supervivencia de las guerrillas
dentro del Ejército y luchaba contra la creación de un Ejército Rojo regular, contra el empleo de los técnicos militares, contra esa disciplina
férrea, sin la cual no puede existir un verdadero ejército. Saliendo al paso de
la "oposición militar", Stalin exigía la creación de un ejército regular,
penetrado del espíritu de la más severa disciplina.
"O creamos —decía Stalin— un verdadero
ejército obrero-campesino, y predominantemente campesino, un ejército
rigurosamente disciplinado y defenderemos la República, o pereceremos">>.
Todo un sarcasmo. Porque
sin haber sacado ninguna enseñanza de sus propis actos, Stalin de hecho siguió
aferrado a su estrecho primitivismo artesanal en todos los aspectos de su vida.
Carente por ociosa indiferencia de cualquier género de formación teórica, durante
todo el tiempo en que actuó a cargo del ejército en Tsaritsyn, procedió en base
a unos hábitos que jamás sometió a la prueba de sus resultados, de los cuales
en octubre de 1919 le participó a su amigo, el médico Grigory Ordjonikidzé. Una táctica empleada
por ambos en 1921 para sofocar la sublevación de los mencheviques en Georgia, y
que tras lograrlo pasaron por las armas a miles de ciudadanos georgianos:
<<La tarea fundamental es la de vencer
al adversario con un solo grupo masivo enviado en una única dirección concreta[16]. Esta
masiva ofensiva frontal que impondrá durante la Segunda Guerra Mundial al
precio de enormes pérdidas, es la única que conoce>>. (Jean Jaques Marie: Op. cit. Pp. 202)
El 08 de diciembre de 1919, cuando la guerra civil estaba
ya casi ganada, en la sección de organización del partido durante el VII
Congreso de los Soviets de toda Rusia, Lenin rindió un justo homenaje a los
especialistas militares que se prestaron a servir en el Ejército Rojo, antiguos
servidores del zarismo, señalando implícitamente
que, como en todo aprendizaje, las
condiciones en que se debe realizar el esfuerzo para tal fin, vienen
dadas. No se pueden ni elegir ni evitar sus inconvenientes. Por tanto, la virtud de saber cómo actuar y
con qué medios bajo diversas condiciones para salvar sus obstáculos, es el
requisito indispensable para la eficacia en cualquier actividad. Esa virtud al
interior del nuevo Estado soviético, paradójicamente seguía siendo patrimonio
de la clase social recientemente despojada de su poder económico y político. Y
al arrastrar sus propias concepciones de la clase enemiga, suponían un peligro
permanente para los fines de consolidar la nueva sociedad superior:
<<No podemos rehacer el aparato
estatal y preparar una cantidad suficiente de obreros y campesinos que
comprendan bien los problemas del gobierno del Estado, sin contar con la ayuda
de los viejos especialistas. Tal es la lección fundamental que tenemos que sacar
de nuestra labor de organización; y esta experiencia nos dice que, en todos los
terrenos, incluido el militar, los viejos especialistas —justamente por ser
viejos— no pueden salir más que de la sociedad capitalista. Esa sociedad hizo
posible la formación de especialistas provenientes de una capa de la población
sumamente pequeña, los que pertenecían a las familias de terratenientes y
capitalistas […] Por lo tanto, si tenemos en cuenta las condiciones en que
creció esa gente y aquellas en que hoy trabajan, es absolutamente inevitable
que estos especialistas, es decir, estas personas expertas en administración en
una escala amplia, nacional, estén en sus nueve décimas partes, imbuidos de
viejos conceptos y prejuicios burgueses, e incluso en los casos en que no son
directamente traidores (y éste no es un fenómeno casual sino regular), incluso,
entonces no son capaces de comprender la nueva situación, las nuevas tareas y
las nuevas exigencias. Por esta razón en todas partes, en todos los
comisariatos, se observan fricciones,
reveses y perturbaciones>>. (V.I. Lenin: VII Congreso de Soviets de
toda Rusia “Discurso en la sesión de
organización”. 08/12/1919. En Obras Completas Ed. Cit. T. XXXII Pp. 233)
Días antes de la toma efectiva del poder en octubre, Lenin ya
estaba ocupado en poner los cimientos económicos, sociales y políticos de la
nueva sociedad soviética rusa en transición
al socialismo, combatiendo contra los obstáculos que los resabios del
capitalismo oponían al curso de la revolución en Rusia —tanto en la ciudad como
en el campo—, en medio de la discusión acerca de si el necesario control de la
producción, debía ejecutarse centralizándolo en el Estado soviético, o dejarlo en
manos de los distintos sindicatos de fábrica y de los pequeños y medianos propietarios
agrícolas:
<<La principal dificultad que
enfrenta la revolución proletaria, es la instauración a escala nacional,
del sistema más preciso, meticuloso, de registro y control, de control obrero sobre la producción y distribución de los productos>> (V. I. Lenin: “¿Se sostendrán los bolcheviques en el poder?” 01/10/1917.Ver Pp. 117).
Y el caso es que el avance
de las luchas del proletariado entre febrero y octubre de 1917, condujo a que las
consecuentes expropiaciones tendieran a debilitar
económica y políticamente a la burguesía. Pero al mismo tiempo, aquel control
obrero de la producción —entendido por Lenin como un necesario recurso político alternativo al mercado capitalista—, empezó a
ser de hecho asumido por los distintos
comités de fábrica en cada empresa, unos independientemente de los otros. Un “control” que al no
poder garantizar la imprescindible coordinación
para el reparto de los productos según las distintas necesidades, tampoco podía
impedir el despilfarro del
trabajo social asignado a las diversas ramas de la producción, y estaba
resultando ser casi tan anárquico e irracional, como el que se quería sustituir
a cargo del mercado.
Había que plantearse y
llevar a la práctica, pues, la regulación de la producción y la distribución de
los productos a través del control coordinado
a escala nacional, un doble cometido que solo podía ser alcanzado
satisfactoriamente, no por los asalariados
desde sus comités de fábrica sino desde el Estado soviético. En esto reincidió Lenin una y otra vez entre
el 13 y el 26 de abril de 1918: alcanzar la regulación de la producción a
través del control coordinado de la producción y distribución. Una tarea que
los asalariados debían aprender
como una prioridad absoluta y
eso requería su tiempo. Pero:
<<…en tanto el control obrero no
sea un hecho, en tanto los obreros avanzados no hayan organizado y llevado
a efecto su cruzada victoriosa e implacable contra los infractores de este
control o contra los negligentes en este dominio no podremos, después de haber
dado este primer paso (el del control obrero), dar el segundo hacia el
socialismo, es decir, pasar a la regulación [consciente] de la producción por los obreros>> (V.I. Lenin: “Las tareas inmediatas del poder soviético” Pp. 40. (Escrito entre el 13 y el 26 de abril 1918. Lo entre corchetes y el subrayado nuestros)
Lenin se refiere aquí al control obrero de la producción,
no bajo la dictadura de la burguesía
en un Estado capitalista, sino bajo la dictadura del proletariado en un Estado socialista, es
decir, no el que se había venido consagrando desde el punto de vista de los capitalistas que mienten a los obreros
haciéndoles creer que el Estado burgués sirve a los intereses generales de la sociedad, tal como por entonces en
Rusia era el servicio que cumplían quienes llenaban las páginas de la revista
menchevique “Nóvaia Zhizn” (Vida Nueva)
dirigida por Máximo Gorki:
<< Cuando
los escritores de Nóvaia Zhizn nos acusaban de caer en el sindicalismo al lanzar la consigna de “control
obrero”, nos ofrecían un ejemplo típico de la bobalicona aplicación escolar de
ese “marxismo” no meditado sino aprendido de memoria a la manera de Vasili Vasilievich Struve. El sindicalismo rechaza (y aleja de la conciencia de los explotados
la idea de) la dictadura revolucionaria
del proletariado, o la relega a último plano, lo mismo que
al poder político en general. Nosotros, en cambio, la ponemos en primer plano.
Y si ateniéndonos al espíritu de Nóvaia Zhizn dijéramos: “nada de control obrero sino
control del Estado” (capitalista), lanzaríamos una frase
de contenido reformista burgués, una fórmula que, en el fondo, sería
democonstitucionalista, pues los militantes del Partido Demócrata
Constitucionalista no tienen nada que oponer a la participación de los obreros
en el (supuesto) control del
“Estado”. Los democonstitucionalistas kornilovistas saben muy bien que
semejante participación es, para la burguesía, el mejor método de engañar a los
obreros (con el cuento de que el proletariado participa de ese control
votando en las elecciones periódicas), el
método mejor de sobornar sutilmente en el sentido político a los Gvózdiev, los
Nikitin, los Prokopóvich, los Tsereteli y toda esa pandilla (para que controlen a los obreros so pretexto de controlar una producción realmente controlada por
el mercado, es decir, por la burguesía)>>.
(V. I. Lenin: Op. cit. Lo entre
paréntesis nuestro).
Tanta razón tenía Lenin al decir esto, como que el 29 de octubre de 1917, tres días antes de la
toma del poder por los bolcheviques, se demostró en qué consistía el control
obrero de la producción por parte de los sindicatos, cuando el líder del comité
ejecutivo del sindicato nacional de trabajadores de ferrocarriles, Vikzhel, amenazó con una huelga nacional a menos que
los bolcheviques renunciaran a tomar
el poder y apartaran del gobierno a los máximos líderes insurrectos, que
eran Lenin y Trotsky, mientras Zinoviev, Kámenev y sus aliados en el Comité
Central Bolchevique, se sumaban a ese chantaje sindical, argumentando que los
bolcheviques no tenían otra elección que iniciar negociaciones para formar un
gobierno de coalición, ya que —según decían— una huelga de ferrocarriles podría
mermar la capacidad de los revolucionarios en su lucha contra las fuerzas todavía
leales al Gobierno Provisional en Moscú. Así fue cómo Zinóviev y Kámenev
obtuvieron fugazmente el apoyo de la mayoría del Comité Central, y en nombre de
los bolcheviques pudieron iniciar negociaciones con los distintos partidos que habían venido apoyando al Gobierno
Provisional, mientras Lenin y Trotsky permanecían al mando de las fuerzas
revolucionarias en Petrogrado y Moscú.
Pero
ante la rápida ofensiva de los marineros del Báltico y de los Guardias Rojos, que ocuparon estaciones
ferroviarias, edificios de correos y telégrafos centrales, estaciones
telefónicas, bancos e instalaciones de puentes levadizos, dieron al traste con el
sindicato ferroviario y consiguieron que la guarnición militar de San
Petersburgo mantuviera la neutralidad o se uniera a la revolución. Fue cuando
en la madrugada del veinticinco de octubre, Lenin apareció en un balcón del Palacio
Smolny, sede del Estado Mayor
de la revolución en esa ciudad, desde donde anunció haber ordenado detener a los
miembros del Gobierno Provisional, que permanecían en el Palacio
de Invierno.
Mientras tanto, en Moscú al sóviet de diputados de obreros y soldados —dominado por los partidarios del Gobierno Provisional en contra de los bolcheviques— se habían sumado los cadetes de las escuelas militares. El enfrentamiento armado se prolongó allí seis días, porque los trabajadores ferroviarios de la línea Nikoláyevskaya que unía Petrogrado con Moscú, se habían declarado en huelga, impidiendo así que los guardias rojos pudieran obtener refuerzos desde Petrogrado. Pero cuando esos refuerzos llegaron, los contrarrevolucionarios se rindieron y el rápido fracaso de las fuerzas anti-bolcheviques en Moscú, permitió que Lenin y Trotsky convencieran a los “bolcheviques contemporizadores” del Comité Central, de que abandonaran su intento negociador con mencheviques y socialistas revolucionarios, amenazándoles con expulsarles del partido si persistían en sus intentos de formar un gobierno de coalición. Como respuesta, Zinóviev, Kámenev, Alekséi Rýkov, Vladímir Milyutin y Víktor Noguín dimitieron del Comité Central el 4 de noviembre.
Durante
1918, cuando los bolcheviques plantearon la necesidad de abandonar el control
de la producción a cargo de los sindicatos
en cada empresa, para poner esa función en manos del Consejo Superior de Economía Nacional (VSNJ)
—creado en diciembre de 1917—, este criterio objetivamente revolucionario
chocó frontalmente con el “egoísmo de
empresa”, inspirado en el principio
pequeñoburgués del “cada uno
para sí”, muy arraigado en numerosos anarquistas y anarcosindicalistas,
quienes afincados en su “infantilismo
de izquierdas” reivindicaban a los comités de fábrica organizados de
forma federativa, entendidos cada uno
como autónomo y soberano en su jurisdicción, viendo en la necesaria centralización económica del Estado soviético, una
despótica intromisión de los intereses generales en “sus” intereses particulares.[17] Ni más ni menos que como ese mujik
llamado Stalin, entendió que se estaba procediendo con él en materia de
organización militar durante la guerra civil.
Bajo
tales condiciones, durante el IV Congreso Extraordinario de los Soviets de toda
Rusia celebrado entre el 13 y el 26 de abril de 1918, Lenin explicó que los
asalariados habían logrado derrotar a la burguesía, pero que una cosa es dominar y otra muy distinta gobernar, única forma de sostener ese dominio para transitar con él a cuestas del
capitalismo al socialismo. Y que este último atributo no es innato sino que se adquiere por ciencia y no por pura experiencia.
La ciencia es lo que permite transitar de la ignorancia y el descontrol, al
conocimiento que es la condición de todo dominio:
<<Nosotros, el partido de los bolcheviques hemos
convencido a Rusia, se la hemos ganado a los ricos para los pobres, a los
explotadores para los trabajadores, ahora debemos gobernarla. Y toda la
peculiaridad del momento en que vivimos, toda la dificultad consiste en saber comprender
las particularidades de la transición de una tarea principal, como la de convencer
al pueblo y aplastar por la fuerza militar la resistencia de los explotadores, (para poder así pasar) a otra tarea principal, la de gobernar>> (V. I. Lenin: “Las tareas inmediatas del poder soviético”. Lo entre paréntesis y el subrayado nuestros)
O
sea, para gobernar hay que saber qué
y cómo hacerlo, más aun en medio de la ruina, la desorganización y la
pobreza más extrema. Y sin ciencia no puede haber experiencia provechosa que
valga. Este contundente pensamiento de cascote, es algo que a Stalin siempre le trajo al pairo. El haber derrotado y empezado a expropiar a
los explotadores, consiguiendo inmediatamente después neutralizar sus actos de
sabotaje combatiéndoles bajo las restricciones económicas y sociales más
adversas, es sin duda la condición necesaria
para poder gobernar. Pero con esto no basta:
<<En general, fue
esa una grandiosa tarea histórica, pero fue sólo el primer paso. Aquí se trata
de establecer para qué los hemos aplastado. ¿Será para decir que nos
posternamos ante su capitalismo, ahora que los hemos aplastado definitivamente?
No; ahora vamos a aprender de ellos, porque nos faltan conocimientos, porque no
tenemos esos conocimientos. Tenemos conocimientos de socialismo pero no tenemos
conocimiento de organización en escala de millones de personas. Conocimientos
de organización (del trabajo) y
distribución de los productos, etc. Los viejos dirigentes bolcheviques no nos
enseñaron esto. El Partido bolchevique no puede jactarse de esto en su historia.
Todavía no hemos estudiado esta materia. Y por eso decimos que, aun cuando ese
hombre (burgués) sea un pillo
redomado, debemos aprender de él, si ha organizado un trust, si es un
comerciante dedicado a la organización y distribución de los productos para
millones y millones, si ha adquirido esa experiencia. Si no aprendemos esto no
realizaremos el socialismo y la revolución se estancará en la presente etapa>>.
(V.I. Lenin: “Reunión del CEC de toda
Rusia” 29/04/1918. En Obras Completas Ed. Akal/1978 Pp. 37. Lo entre
paréntesis y el subrayado nuestros)
c)
El control de la producción en el agro.
Esta
misma problemática política se
repitió en el ámbito agrario, en medio de la crisis económica, la
desorganización social y la miseria a escala nacional, causadas por la guerra
mundial y la guerra civil que le sucedió, todo ello provocado por la burguesía
en alianza con la nobleza entre
1917 y 1923.
Una dramática situación que los bolcheviques debieron afrontar implantando el
“comunismo de guerra”, medida que les condujo a su ruptura con los Socialistas Revolucionarios de izquierda (SRi), quienes venían asumiendo la
representación política de los campesinos en el Consejo Ejecutivo Central de
Toda Rusia (VTsIK).
Ya
en abril de 1917, Lenin había insistido en la necesidad de que el proletariado
logre gestar una comunidad de
intereses con los campesinos, animándoles a que se apoderen de la
tierra arrebatándosela a los terratenientes. Pero decía esto en la seguridad de
que nunca romperían sus vínculos con
la burguesía, alertaba que nada se podía esperar que hicieran en favor
de la revolución socialista, cuando las necesidades de aumentar la productividad agraria, exigieran convertir esas
tierras expropiadas sin compensación, en un bien de propiedad colectiva
gestionada por el Estado soviético. Y a propósito decía:
<<No podemos ocultar a los campesinos, y mucho menos a los
proletarios y semiproletarios del campo, que la pequeña explotación agrícola,
bajo la economía mercantil y el capitalismo, no puede librar a la humanidad
de la miseria de las masas; que es necesario pensar en el paso a la gran
explotación agrícola por cuenta de la colectividad y emprender inmediatamente
esta tarea, enseñando a las masas, y a la vez aprendiendo de ellas (de su iniciativa,
inteligencia y audacia, una vez conscientes de su propia situación y del necesario
quehacer que tienen por delante), las medidas prácticas para asegurar ese
paso>> (V.I. Lenin: "El congreso de diputados
campesinos". 16/04/917 Obras completas Ed. Akal/1977 Pp. 95. Lo entre
paréntesis y el subrayado nuestros). Ver Pp. 33
A
esta profundización de la política interior,
que exigía la socialización de la
riqueza —y caracterizó a la revolución rusa en su etapa llamada
“comunismo de guerra”—, se vieron prematuramente
obligados los bolcheviques ante las prácticas
especulativas con sus productos por parte de los agricultores, lo cual extendía
y agudizaba la penuria de alimentos entre los habitantes de las ciudades y los
efectivos del ejército, en lucha contra la reacción interna y externa.
En
tales circunstancias, la forzada
requisa de los excedentes de grano por parte del gobierno soviético
—medida que fue aprobada en el Congreso de Soviets de toda Rusia celebrado en
diciembre de 1919, provocó que los eseristas de izquierda, defensores de la pequeñoburguesía agraria, rompieran con los
bolcheviques y el gobierno revolucionario. De dicha ruptura derivó la revuelta
de Tambov en agosto de 1920, y la de Kronstadt en marzo de 1921.
El 5 de julio de este
último año, durante las sesiones del III Congreso de la Internacional
Comunista, Lenin puso de manifiesto el oportunismo acomodaticio de los
campesinos rusos, aquerenciados entre los dos extremos de la contradicción
dialéctica bajo el capitalismo, a fuerza de haberles escuchado decir:
<<Somos bolcheviques, pero no comunistas. Estamos a favor de
los bolcheviques, porque han arrojado a los terratenientes, pero no a favor
de los comunistas, porque están en contra de la hacienda individual>>
(V.I. Lenin: “Informe
sobre la táctica del P.C. de Rusia”).
Como trabajadores en tierra ajena donde habían
venido sobreviviendo explotados y oprimidos por los kulaks (terratenientes),
los campesinos rusos lucharon por su emancipación junto a los obreros urbanos;
pero una vez liberados por la revolución de su yugo y desde su nueva condición
de propietarios, creyeron tener todo el privilegio de vender sus excedentes
de grano libremente, aun a expensas del hambre que padecían sus antiguos aliados
en las ciudades, los asalariados:
<<No hay modo de que los campesinos comprendan que el libre
comercio de cereales es un crimen de Estado. “Yo produzco, el grano es obra de
mis manos, luego tengo derecho a negociar con él”, así es como razona el
campesino, por hábito, al viejo estilo. Y nosotros decimos que eso es un crimen
de Estado>>. (V.I. Lenin: Citado por
E. H. Carr: “La revolución bolchevique” T.
II Ed. Alianza/1987 Pp. 177)
La
revolución logró que a fines de 1920 las fincas de los grandes terratenientes
desaparecieran. Pero no consiguió que ocurriera lo mismo en el espíritu de los
campesinos, con su irracional y egoísta filosofía de vida predeterminada por el régimen de propiedad privada. Y esto
dio por resultado que el esfuerzo de unificar las pequeñas fincas en comunas agrícolas tendentes al
socialismo, encontrara una oposición tan firme y tenaz, que sus resultados
fueron insignificantes. Al no poder superar la contradicción económica entre una multiplicidad de pequeñas
unidades de producción ineficaces y la necesidad de una mayor producción de
alimentos, quedó también sin resolver el conflicto político entre asalariados y
campesinos, aletargando así el proceso revolucionario bajo permanente amenaza
de que la sociedad soviética involucione hacia condiciones
contrarrevolucionarias:
<<Como lo había previsto Lenin desde siempre, la
distribución de la tierra entre los campesinos, al reducir el tamaño medio de cada
unidad de producción, se convirtió en un obstáculo fatal para que aumentase el
flujo de víveres y materias primas que las ciudades requerían a los fines de
sellar la victoria (política) de la revolución proletaria>>. (E.
H. Carr. Op. cit.)
Aun suponiendo hipotéticamente una situación, en
la que el interés de los campesinos propietarios de sus parcelas se pudiera ver
realizado sin crear penuria de alimentos en las ciudades, Lenin había previsto
que por medio de las propias leyes irracionales
del mercado, la libertad de comerciar con sus granos conduciría a la
total ruina de los campesinos, quienes no podrían impedir el retorno a la
concentración de la propiedad territorial en manos de los kulaks:
<<Debemos decir a los campesinos: ¿Queréis retroceder,
queréis restaurar por completo la propiedad privada y la libertad de comercio?
Eso significa deslizarse de manera ineludible e irrevocable hacia el poder de
los terratenientes y capitalistas. Lo testifica toda una serie de hechos
históricos y ejemplos de las revoluciones (como según hemos dicho en el capítulo
04 de este trabajo
siguiendo a Marx). Un sucinto
conocimiento del abecé del comunismo, del abecé de la economía política,
confirma que esto es inevitable. Vamos a ver. ¿Les conviene a los campesinos
apartarse del proletariado para dar marcha atrás —y consentir que dé marcha
atrás el país— hasta caer bajo el poder de los capitalistas y terratenientes, o
no les conviene? Pensadlo vosotros y pensémoslo juntos>>. [V. I.
Lenin: “Informe sobre
la sustitución del sistema de contingentación por el impuesto en especie” Xº Congreso
del P. C.(b) de Rusia. 21/04/1921. Ver Pp. 30.][18]
En esos tiempos, Rusia era un país de 140
millones de personas, de las cuales 113 millones vivían en el campo, y donde según
datos de Charles Bettelheim, en 1919 no había más de 2.100 comunas agrarias
con unos 350.000 miembros, que durante la guerra civil, en 1920, se redujo a
1.520 establecimientos con clara tendencia regresiva hacia el minifundio, lo
cual es indicativo del repudio de los campesinos hacia el trabajo colectivo de
la tierra:
<<Hostilidad que, atizada por los kulaks, llega a veces,
hasta el asesinato de miembros de las comunas por los campesinos de las aldeas
vecinas>> Bettelheim: “Las luchas de clases en la URSS. Primer
período 1917-1923” Ed. Siglo XXI/1974 Pp. 205).
Sin
embardo, dado el respaldo mayoritario de la población al Estado soviético, a su
dominio sobre la tierra y demás medios
de producción en la gran industria, bancos y ferrocarriles del país, aun
cuando la momentánea consolidación de
la pequeña propiedad favoreciera la reanimación del capitalismo en el
agro y en la industria urbana, Lenin sostenía que la revolución en tales
condiciones políticas de apoyo a la revolución, el Estado soviético podía
soportar ese menoscabo a sus objetivos estratégicos. Por tanto, también podía
asimilar sin gran perjuicio, la sustitución
de las requisas por el impuesto en especie. Medida esta última que el
partido bolchevique tenía pensado aplicar y decidió adoptar en octubre de 1918,
aunque debió ser suspendida en abril de 1921 ante la persistente penuria de
alimento en las ciudades, extendida al ejército durante los más cruentos
enfrentamientos bélicos de la guerra civil. Pero que una vez acabada la guerra
mundial y casi controlada ya la situación interior en octubre de ese año, las
requisas dejaron de ser imprescindibles:
<<Ahora, cuando pasamos de los problemas de la guerra a los problemas de la paz, comenzamos a mirar el impuesto en especie de otra manera: lo miramos no solo desde el punto de vista del Estado (especialmente de las necesidades de los habitantes de las ciudades), sino también desde el punto de vista de que las pequeñas haciendas campesinas estén abastecidas>>. (V. I. Lenin: Op. cit. Pp. 12).
[1]
“Kadetes”. Expresión popular alusiva a los
miembros del Partido Demócrata Constitucionalista (KDT) presidido por el
contrarrevolucionario Alexander Kérenski, por entonces ministro de la guerra
[2]
V. Nevski: “Historia del P.C.R.” Consultar a
este propósito el interesante librito de N. Vanag: “El capital financiero en
Rusia, en vísperas de la guerra mundial” (en ruso, Moscú, 1925).
Decía Lenin en los comienzos de la revolución de marzo de 1917: “El capitalismo
ruso no es más que una sucursal de la firma universal que manipula centenares
de miles de millones de rublos y que se llama Gran Bretaña y Francia.”
[3]
Por esta y por algunas otras razones, a pesar de
un desarrollo económico tan rápido como el de 1890 a 1900 —luego se hizo más
lento—, continuó siendo Rusia un país netamente retrasado. Esas razones
a que nos referimos eran: el atraso de su agricultura, la importancia que ésta
tenía en relación con la industria, el desarrollo de la población, que era más
rápido que el de la producción, y la insuficiencia de su industria para
responder a las necesidades de su población (la población ascendía al 10.2% de
la de todo el mundo, antes de la guerra, y la producción de fundición al 6.2%
de la producción mundial).
[4]
Citado por A. Anichev: “Ensayo de historia de la
guerra civil”, según un curso de la Academia de Guerra.
[5]
Aunque bien es cierto que en ese momento se había
procedido a expropiar algunas empresas entre las más grandes, sobre todo
industriales y comerciales, el aspecto central de la política interior en aquellas circunstancias para los
bolcheviques no era ese, sino el de pasar a intervenir en las empresas capitalistas, es decir, a controlar su producción. A esto
Lenin le llamó Capitalismo de Estado
proletario.
[6]
L. D. Trotsky: “Comment la révolution
s’est armée, París L’ Herne. T. I Pp. 162. Jean Jaques
Marie en: “Stalin” Cap. IX Ed.
“Palabra”/2008 Pp. 191.
[7] “Bolchevitskoe Ruskovodstvo, Perepiska 1912-1927” (La dirección bolchevique: correspondencia 1912-1927, Moscú, Rospen, 1996, Pp. 16).
[8] Stalin: “Oeuvres Complètes”.
T.4 Pp. 116-117. Telegrama a Lenin.
[9] Ibíd.
Pp. 118 y 120-121. Cartas a Lenin.
[10] “Bolchevitskoe Ruskovodstvo, Perepiska
1912-1927” (La dirección bolchevique:
correspondencia 1912-1927, Moscú, Rospen, 1996, Pp.
42)
[11] Lenin, “Biograficheskaia Jronica” (Crónica Biográfica), Moscú, 1974, T. 5, octubre
1917-julio 1918 Pp. 645-646.
[12]
Bajo la
dirección de Stalin y de Djaparidzé,
"hubo, en diciembre de 1904, una imponente huelga de los obreros de Bakú,
que duró del 13 al 31 de diciembre y logró la conclusión del primer contrato colectivo
-en la historia del movimiento obrero de Rusia- con los industriales del
petróleo. "La huelga de Bakú marcó el inicio de un auge revolucionario en
la Transcaucasia. "Fue el `disparo de salida de los gloriosos movimientos
de enero y febrero, que se desarrollaron por toda Rusia´ (Stalin) (1)".
Esta huelga, como se dice en la Historia del Partido Comunista (bolchevique) de
la U.R.S.S., fue como un relámpago antes de la tormenta, en vísperas de la gran
tempestad revolucionaria en Rusia. (1) Lenin, Obras, t. XXVII, p. 238, 3ª
edición rusa.
[13] Roy Medvédev: “Oni okrujali Stalina” (Todos los
hombres de Stalin), Moscú, Izdtelstvo politicheskoi literatury, 1990 Pp. 183.
El mismo Mikoyán contó el incidente 20 años más tarde.
[14] Turquía
respondió con unas fuerzas muy superiores organizando sus tropas en el llamado
Ejército del Islam, que se enfrentó triunfalmente a los Aliados en la Batalla
de Bakú, por lo que el Ejército Británico se vio forzado a replegarse sobre Persia
y la Dictadura del Caspio Central fue abolida, pasando ese territorio a manos
de Azerbaiyán.
[15]
Esta cita de Trotsky corresponde al discurso que
Lenin pronunció en la “Casa del Pueblo” de Petrogrado el 13 de marzo de 1919,
cuyo texto fue publicado como folleto y en “Obras Completas” T. XXX Pp. 394 Ed. Akal/1978 bajo el título: “Éxitos y dificultades del poder soviético”. Ver Pp. 115
[16] “Voprossy Istorii” Nº 4 Pp. 92. “Cahiers du mouvement ouvrier”.
Nº 10 Junio 2000 Pp. 92.
[17]
Uno de los más destacados líderes de esta
“oposición obrera” a la línea de Lenin desde los sindicatos, fue Sergei Pavlovich Medvedev junto con Alexander Schliapnikov y Alexandra Kollontay desde 1921.
[18] En
octubre de ese mismo año 1919, Lenin comprueba que:
<<La
economía de Rusia en la época de la dictadura del proletariado, representa la
lucha que, en sus primeros pasos, sostiene el trabajo mancomunado al modo
comunista —en escala única de un enorme Estado— contra la pequeña
producción mercantil, contra el capitalismo que sigue subsistiendo y contra
el que revive sobre la base de esta (pequeña) producción”>>.
Ver: “La economía política en la época de la dictadura del
proletariado” Pp. 2. El subrayado y lo entre paréntesis nuestros).