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Mujeres y reproducción asistida

Assemblea de Dones d'Elx

Anuario 1994

 
INTRODUCCIÓN

Cuando a finales del mes de octubre de 1993 se hizo publicidad sobre los experimentos realizados con embriones humanos inviables (producto de técnicas de reproducción in vitro) que dieron como resultado embriones clónicos, recordamos que hace años también se levantó una fuerte polémica social sobre los límites de la ciencia cuando aparecieron los primeros bebés probeta producto de la fecundación in vitro (FIV). También desde el movimiento feminista se presentaron diferentes posturas sobre lo que estas técnicas podrían significar para las mujeres: había un sector que consideró estas técnicas como un progreso en lo relativo a la liberación de la mujer en tanto que podrían permitir, por un lado, cuestionar el sistema familiar tradicional y, por otro lado, diferenciar entre sexualidad y procreación. Frente a esta postura se situaron los grupos de mujeres que expresaban su rechazo total afirmando que la procreación técnicamente asistida transformaba la reproducción en un producto de mercado al servicio del sistema económico. Además, añadía, se podrían fomentar políticas eugenésicas, racistas e, incluso, sexistas, que acabarían volviéndose contra la propia mujer, que, además, vería alienado su cuerpo en un proceso en el que era -o es- objeto de manipulación física en lugar de ser sujeto de la capacidad de reproducción del propio cuerpo

El movimiento feminista no ha olvidado el tema a lo largo de estos años, pero en los medios de comunicación, entre la opinión pública, el primer escándalo que estas técnicas provocaron se ha ido diluyendo con el paso del tiempo. Pero este olvido no se ha producido porque los problemas éticos planteados se hayan resuelto, sino como consecuencia de la aceptación de un hecho consumado: una vez ofertada la técnica empiezan a crearse las necesidades para su consumo y, consecuentemente, comienzan a aparecer los discursos legitimadores de su existencia. Con otras palabras: aquello que ya está en el mercado se juzga como bueno y deja de cuestionarse. Por eso, desde l'Assemblea de Dones d'Elx, decidimos, en aquel octubre del año 1993, retomar el tema porque pesamos que ya era hora de hacer -en la medida de nuestras posibilidades- un balance sobre los resultados o una reflexión sobre su utilización

Las mujeres somos las principales implicadas en la generación de criaturas. O, lo que es lo mismo, las principales clientes de la FIV, las que nos sometemos a los tratamientos médicos porque nosotras (o nuestras parejas) quieren satisfacer el deseo de maternidad o resolver el problema de la infertilidad.  Como feministas teníamos que preguntarnos si estas técnicas ayudan a la mujer a ser sujeto de su propia vida, es decir, a hacer de su vida el producto de sus propias decisiones. Porque decidir es, no lo olvidemos, consecuencia de la libertad y ésta es la que nos hace seres humanos. Teníamos que preguntarnos, además, si efectivamente la FIV cuestiona la familia tradicional y si hace realidad aquel lema feminista que afirma que sexualidad no es maternidad. Y teníamos que recordar, de nuevo, la posibilidad de que estas técnicas puedan ser el soporte de políticas eugenésicas, racistas y sexistas, políticas contra las cuales, ciertamente, nosotras nos pronunciaríamos.

DESINFORMACIÓN, SILENCIOS E, INCLUSO, MENTIRAS

Si desde el feminismo se ha defendido repetidamente (y todavía tendremos que continuar insistiendo) el derecho a una maternidad libre y deseada para defender el derecho a la no-maternidad, porque entendemos que sexualidad no es maternidad (cosa que, por cierto, vienen a demostrarnos las nuevas tecnologías reproductivas), también debemos defender el derecho a la maternidad, es decir, la autodeterminación de cada mujer a la hora de decidir cuándo y cómo quiere ser madre, ya se trate de una maternidad "natural" o de una maternidad asistida técnicamente, como en el caso que nos ocupa. Pero para decidir hace falta tener información, y aquí es dónde empezamos a encontrar algunas cuestiones que debemos denunciar: no se trata ya de ignorancia por parte de las mujeres sobre la parte técnica relativa a qué harán con nuestro cuerpo, sino de desinformación o manipulación interesada de la información por parte de una industria de la procreación a la que sólo le interesa la venta de su producto.

Para empezar, debemos recordar que hay una clara diferencia entre esterilidad e infecundidad, diferencia que, a veces, y de forma menos inocente de lo que pensamos, se olvida a la hora e hablar sobre este tema. Esterilidad es la incapacidad para procrear, y eso, exceptuando algunos casos (ausencia de ovarios, de trompas o de espermatozoides...) sólo se puede confirmar con total certeza al final de la vida reproductiva. Una persona estéril, sin intervención médica no tendría hijos/as nunca. Infertilidad es únicamente la dificultad para procrear en un periodo determinado, lo cual no quiere decir que se sea biológicamente incapaz de hacerlo. Las consecuencias que se pueden derivar de esa confusión son interesantes: acortar el plazo para determinar el paso de la infertilidad a esterilidad aumentará sensiblemente la clientela potencial de las técnicas de reproducción asistida. Ejemplifiquémoslo: diversos estudios afirman que después de haber utilizado anovulatorios suelen transcurrir dos años antes de que se produzca un embarazo, catorce si el método anticonceptivo utilizado ha sido el DIU, diez en el caso del diafragma. Pues bien, desde 1968 el umbral de la infertilidad se ha establecido en un año (antes eran dos). Y es que, como dice L. Vandelac (mirad las lecturas recomendadas), "la esterilidad se siente objeto de inflación hasta el punto que aumenta al ritmo de las tecnologías de procreación y su necesidad de legitimación social".

Además debemos recordar que la esterilidad es muchas veces un producto social efecto de enfermedades de transmisión sexual, de anticonceptivos, de ciertas práctica quirúrgicas, de algunos medicamentos e, incluso, de las condiciones ambientales. Debería añadir también el mercado potencial que suponen las personas que optan por la esterilización como método anticonceptivo. En definitiva, se trata de factores que se podrían reducir cuantitativa y cualitativamente si hubiera políticas preventivas. Y es que, el progreso (porque la reproducción asistida es socialmente considerada progreso) sirve para tratar de remediar sus propias consecuencias y no para resolver los problemas de fondo.

Todavía debemos recordar otra cosa: esta técnicas son una evitación tecnológica de la esterilidad, un sucedáneo de la terapéutica, no curan la esterilidad. Si la curaran, el negocio devendría innecesario.

Para poder decidir si vale la pena o no someterse a este tipo de tratamiento, las mujeres tendrían que ser informadas con honestidad de las posibilidades de conseguir el fin deseado. Incluso los índices de éxito son muy variables en este sentido. Si para la mujer (o la pareja) que se somete al tratamiento el único éxito válido es la consecución de una criatura viva y sana, para los equipos médicos puede serlo simplemente la transferencia del embrión al útero y la buena implantación con el consiguiente embarazo clínico (la palpitación del corazón del feto), o el embarazo evolutivo (aquel que llega más allá del primer trimestre), o el parto (la criatura puede nacer viva y sana, o no), o un parto múltiple (que suele terminar con la muerte de alguna de las criaturas nacidas)...

El índice de éxito también puede variar en función del número de mujeres tratadas o del número total de tentativas efectuadas. Por ejemplo, teniendo en cuenta el primer caso, las 3.055 mujeres tratadas en 1986 en los EEUU parieron 311 criaturas FIV, cifra que coloca el índice de éxito en el 10,2%. En cambio, si tuviésemos en cuenta la totalidad de estimulaciones ováricas practicas (4.867), el índice baja al 6.4%.

Todavía debemos añadir la posibilidad de que se incluyan en las estadísticas los embarazos conseguidos "naturalmente" durante el tratamiento pero que no son consecuencia del mismo.

En definitiva, los índices de éxito suelen ser parciales tanto en lo relativo a las fases del proceso como en lo relativo a los centros clínicos considerados (se suelen dar las cifras de los éxitos conseguidos por los mejores equipos clínicos) o a las fuentes estadísticas (las informaciones provienen de los propios equipos médicos).

Finalmente, la mujer debe tener información sobre los riesgos que este tipo de tratamientos le pueden ocasionar. Parece claro que los abortos, los embarazos extrauterinos, los embarazos múltiples, las cesáreas, las malformaciones congénitas y los índices de mortalidad perinatal aumentan. A eso debemos añadir los riesgos asociados a la estimulación ovárica (quistes ováricos, hipertrofia de ovarios...=. Nos produce espanto leer en la bibliografía consultada que, después de un año empleando en mujeres determinadas sustancias inductoras de la ovulación, Jacques Testard -pionero francés de la FIV- decidiera verificar los riesgos de aquellos tratamientos en primates. En estas técnicas las mujeres hemos ayudado al progreso de la ciencia como cobayas. Y sin darnos la posibilidad de elegir serlo, simplemente engañándonos.

A la información médica habría que añadir además la conveniencia de conocer las experiencias de otras mujeres, la formación de grupos de autoayuda y de autoconciencia para compartir con otras mujeres las vivencias, grupos que evitan que la tecnología se convierta en tecnocracia, que sean capaces de cuestionar el afán de lucro de las clínicas, afán que las convierte en divulgadoras de la idea de que toda mujer necesita ser, sea como sea, madre. Grupos que reflexionen sobre esta necesidad de ser madre y que hagan de la maternidad, efectivamente, una decisión libre y no mediatizada socialmente.

PROS Y CONTRAS

Efectivamente la reproducción asistida técnicamente, por separar sexualidad de procrear, ayuda a la mujer a liberarse de la biología. Pensamos, por ejemplo, en el caso de una mujer que decida ser madre cuando, ya retirada de la vida laboral (después de la menopausia), tenga tiempo para serlo. Por otro lado, estas técnicas puede, efectivamente, cuestionar un sistema familiar rígido al dislocar los conceptos tradicionales de madre, padre, etc. Recordemos en este sentido el reciente caso ocurrido en Italia donde una niña ha nacido del vientre de la hermana de su padre, pero del óvulo de la esposa del padre: todo un atentado contra el tabú del incesto. Pero, de todos modos, la tendencia parece haber sido precisamente la contraria, la de reforzar la familia tradicional: la elaboración de proyectos legislativos que regulen estas técnicas de reproducción asistida ha sido un tira y afloja respecto del consentimiento de que mujeres sin pareja estable o lesbianas pudiesen someterse a ellas.

Finalmente, es cierto que puede hacerse de estas técnicas un uso terapéutico y al mismo tiempo pueden abrir las puertas a aplicaciones horribles (eugenesia, racismo, sexismo). A la investigación científica será difícil detenerla. Por eso debemos estar al acecho para evitar que pueda llegarse a ese tipo de políticas contrarias a lo que consideramos que debe ser la humanidad: un espacio común para todas y todos.

CONCLUSIONES

Desde un grupo de mujeres que ha hechos suyas las reivindicaciones de una maternidad libre y deseada debemos apoyar a toda mujer que quiera realizar su deseo de maternidad. No podemos limitar el derecho de autodeterminación de cada mujer en materia de reproducción, porque nosotras reivindicamos el derecho a elegir, con todas las contradicciones que esa elección pueda producirnos. Pero para elegir conscientemente se necesita información honesta y objetiva alejada de intereses comerciales. En este sentido denunciamos la manipulación interesada de cifras y de baremos de infertilidad, y la utilización de la mujer como cobaya en técnicas cuyos efectos secundarios se ignoran.

Además, si exigimos un aborto libre y gratuito, pensemos que esta gratuidad se debe extender a la maternidad asistida: por un lado evitaría que las mujeres de alto poder adquisitivo fuesen las únicas que puedan realizar el deseo de maternidad, y, por otro, la inclusión en la sanidad pública evitaría que cayéramos en manos de clínicas privadas sin muchos escrúpulos a la hora de satisfacer su propio ánimo de lucro. Si la sociedad hace de la no-maternidad una enfermedad, un defecto o (como ocurre ahora en Occidente) un peligro para el futuro económico por los bajos índices de natalidad, es lógico que cargue con los gastos de esa enfermedad que ella ha provocado. Pero eso no es un obstáculo porque nosotras nos cuestionamos las causas últimas de ese deseo maternal, de esa necesidad de ser madre que nos hace someternos a largos, molestos y onerosos tratamientos. ¿Por qué queremos ser madres? ¿Por qué la maternidad se convierte en una obsesión para algunas mujeres? ¿Por qué no optar por la adopción? Son, sin duda, preguntas que abrirían otra tertulia. Pero en este último punto, no queremos acabar estas páginas sin denunciar la doble moral de una sociedad en la que se pagan millones por una criatura que no existe mientras dejamos morir millones que ya existen; o esa esterilización de mujeres del "tercer" mundo (culpabilizadas indirectamente del subdesarrollo de sus países por los altos índices de natalidad) mientras se trata de fertilizar a las mujeres de Occidente. Y, sin ir más lejos, denunciamos esa concepción de la sanidad que quiere hacer más sanas a las personas que ya lo son mientras que no cura a las personas enfermas o no incide en las políticas preventivas.

 

Para saber más:

Tubert, Silvia. Mujeres sin sombra. Ed. Siglo XXI.

Vandelac, Louise. "La cara oculta de la procreación artificial" en Rev. Mundo Científico, nº 96

Testart, Jacques. La Procreación Artificial. Ed. Debate. Madrid, 1994

 
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