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Mitología y símbolos de la resistencia

Manuel Rivero Glean

Resumen

La mitología y sus símbolos que, se revelan en la imaginería y otras formas de expresión popular, constituyen unos de los elementos más importantes de la comunicación y la expresión de conceptos complejos que ha elaborado la cultura humana.

Las elites se valen de ideotipos dominantes y muchas veces agresivos que, aunque creados tal vez sin intención de programar las voluntades de los grupos humanos, se instalan con facilidad en las expresiones culturales de los medios de recreación masivos, toda vez que expresan con éxito las apetencias del poder.

Confirmando la validez del principio universal de acción y reacción, estos verdaderos prototipos de la dominación encuentran sus contrarios en la misma arena mitológica, o en los ámbitos del humor, las paremias, canciones, poesías, dramaturgia y otras manifestaciones de los saberes populares.

Frecuentemente estos combates culturales preparan los escenarios para las más encendidas contiendas ideológicas, donde se amasan las argumentaciones políticas; entrenan y forman los estados de opinión que posteriormente pudieran desencadenar, acciones insurgentes o revoluciones populares.

Cuando los grupos dominantes reprimen estas manifestaciones públicas de la resistencia cívica, se polarizan definitivamente los oponentes políticos y comienza a fraguar el acero de los combates.

Introducción

La mitología, en tanto que forma del pensamiento social, es posible definirla como la ciencia de la teoría de los mitos, que tiene por objeto el análisis de sus orígenes y contenidos, las estructuras y codificaciones internas, que permiten sus diferentes agrupaciones tipológicas, y por tanto la comparación entre los sistemas mitológicos; y provee las herramientas metodológicas para estudiar y comprender la cosmovisión de las civilizaciones, etnias y otros grupos humanos.

La mitología es también, por otra parte, el conjunto coherente de relatos, leyendas o mitos de una unidad comunitaria de seres humanos, con orígenes, historias comunes, valores éticos compartidos, lengua u otra expresiones de su cultura, que puede transportarnos hacia un tiempo sagrado o profano, distinto al nuestro, más abierto a la imaginación, portador de saberes tradicionales, enseñanzas moralizadoras y poblado de seres que, bien pudieron ser alguna vez reales, legendarios o divinizados, relacionados entre sí; en fin, otra manera de aprehender y mostrar la mundividencia de los colectivos de la sociedad.

James Frazer la definió como "una explicación errónea de los fenómenos", en contraposición a la verdadera aclaración de las cosas ofrecidas por la ciencia y la filosofía”. El positivista Augusto Comte, al oponer la filosofía a la mitología, la ha caracterizado como "pensamiento prefilosófico" cuya superación por la ciencia, o el pensamiento racional, pondría fin al estado teológico de la humanidad.

Ya antes, en la propia Grecia Antigua Teágenes de Regio concebía el mito como “una alegoría”, es decir, como un relato que dice otra cosa que lo que a simple vista "parece querer decir". El propio Platón utilizó los mitos (como narraciones verosímiles) para explicar ciertas teorías demasiado abstractas y formales que, de otro modo, serían difícilmente comprendidas.

Estas posiciones encontradas dificultan aún más la tarea de definir qué es el mito. Sin embargo, Mircea Eliade (Bucarest, 1907-1986), propuso algunas características esenciales de los mitos:

· Los mitos narran la historia de los actos de los seres sobrenaturales.

· Esta historia es sagrada (opuesta a lo profano) y se considera absolutamente verdadera.

· Su verdad se refiere siempre a una "creación", explica cómo algo ha venido a la existencia.

Claude Lévi-Strauss y Jean-Pierre Vernant, máximos representantes de la corriente estructuralista en los estudios mitológicos, postularon que los mitos forman sistemas que suministran paradigmas lógicos, cada uno de cuyos elementos adquiere sentido en relación con el todo, y por el lugar que ocupan en el sistema ordenado del que forma parte el mito.

Para Nietzsche el mito no es un pensamiento prefilosófico e irracional, más bien se trata de un paradigma racional otro, particularmente distinto de la razón pura, triunfadora en la historia. Este filósofo consideró a la historia de la filosofía no como un progreso, sino como la historia de una decadencia, en la cual se perdió y deterioró por completo un modo radical de ver el mundo, al cual pertenecía el mito.

Aportes importantes para los estudios e interpretación de la mitología significaron las ideas de la escuela psicoanalítica liderada por Sigmund Freud y seguida por Carl Jung y C. Kérenyi. Para Freud, los mitos expresan pulsiones y conflictos reprimidos en el subconsciente, como sucede con el conocido "complejo de Edipo". Según Jung y Kérenyi, los mitos son símbolos básicos que expresan arquetipos de un subconsciente colectivo universal.

Estos símbolos pueden representar categorías y valores firmes, aceptados por el inconsciente colectivo, que brindan fundamento ideológico y marco lógico para el desempeño de las empresas sociales, cuales quiera que estas sean.

Hace más de veinticuatro siglos (336 a. n. e.) bajo el símbolo de la cultura y los ideales éticos griegos, la paideaia, las falanges del discípulo de Aristóteles, Alejandro de Macedonia impulsó su ejército a través del Helosponto para enfrentarse con el imperio persa de Darío III. El gran macedonio, no muy bien aceptado entre los griegos, había hecho aliadas, gracias al Pacto de Corinto, a las ciudades estados de Grecia para sus gesta civilizatoria contra el heredero de la dinastía de los aqueménidas.

La espiritualidad de la paideaia esgrimida por Platón, establece que el único saber que tiene valor es el saber elegir, que capacita al hombre para adoptar la verdadera decisión. Tal es el genuino sentido del mito explicado por el sabio griego. La mirada retrospectiva de Aristóteles, que comparte grosso modo la fuerza constructiva “arquitectónica” del espíritu, se parece mucho más a su tiempo y sus compromisos políticos, cuando traduce el valor de este ideal a la capacidad de los griegos de dominar el mundo si constituyesen un solo estado.

El símbolo de la paideia como el ideal griego pareció que se mantendría a flote en manos de Alejandro que, podría imponer a los bárbaros de Asia Menor el modelo heleno de la cultura, después de haber “unificado” por primera vez las fuerzas helenas bajo el gran ejército macedonio. Demóstenes expresó con el suicidio su oposición a tal presupuesto isocrático. La muerte libró a propio Isócrates del dolor de tener que reconocer demasiado tarde que la victoria sobre un enemigo imaginario, de un pueblo que ha perdido su independencia, no representa nunca una verdadera exaltación del sentimiento nacional, y que la unidad impuesta desde afuera jamás puede dar una solución al problema de la desintegración de los estados.

Políticamente la antigua Hélade había muerto. Los griegos no llegaron a desarrollar una conciencia política alrededor de un estado unificado, aunque no carecían de una conciencia nacional en otros sentidos. (Jaeger, 1957).

Los símbolos del poder son efectivos, cuando representan los ideales compartidos de acción de una colectividad, hacia metas precisas y resultados razonablemente aceptables por la mayoría. No obstante la historia de la humanidad ha registrado más de una vez espejismos colectivos, habilidosamente presentados por camarillas gobernantes, que han encabezados ruinosos y abominables proyectos sociales, como fue el caso del nazismo y el fascismo

Al parecer, los medios de comunicación social modernos: la radio, la industria cinematográfica, la televisión, e internet, así como la experiencia y raras habilidades que han tenido ciertas figuras políticas en el manejo de la programación neurolingúistica han logrado la hipnosis colectiva, en medio de escenarios políticos, sociales o económicos propicios.

Las marchas militares con el atronar de los soldados al ritmo de patas de ganso, bajo la svástica fascista en los albores de la II Guerra Mundial, llenó de contenido patriótico las aspiraciones del pueblo alemán, humillado en la guerra anterior. Hitler significó la oportunidad de expresión de una mayoría necesitada de liderazgo y destino político, y dijo lo que se quería oír. En su ausencia física, la svástica, atributo grafico, alegoría salvadora, representaba el poder de la nación alemana en manos de su conductor.

De manera semejante, la hoz y el martillo simbolizó la resistencia del pueblo soviético agredido y más tarde, la fuerza liberadora de la Europa del este.

La colocación de la bandera soviética en el ápice del parlamento alemán ha sido uno de los momentos simbólicos concretos más representativos de la historia moderna de la humanidad, comparable sólo a aquel cuando los símbolos de los descubridores peninsulares se hincó por vez primera en territorio del Nuevo Mundo, el 12 de octubre de 1492.

Los símbolos significativos de acciones de gran envergadura tecnológica o política son polisémicos: las palomas que se posaron sobre el hombro y cerca de Fidel Castro, durante su primer discurso de enero de 1959 en La Habana; la primera caminata sobre la luna, el derribo del muro de Berlín y la primera transmisión televisiva de Tele Sur, marcaron hitos y cambios sensibles en la historia de la humanidad. De ahí el esfuerzo moderno del diseño gráfico de aprehender con trazos lacónicos y estilizados las expresiones múltiples de los símbolos.

Símbolos no son sólo los gráficos, sino también todas aquellas expresiones perceptibles que puede reproducir el hombre: sonidos (música, ruidos, voces, rumores de la naturaleza), olores, texturas, ademanes, acciones dramatúrgicas, mitos, leyendas y otras, basta que estén producidas intencionalmente como alegorías o representaciones de conceptos o significados complejos a los cuales expresan de manera más o menos sintética.

Los símbolos son portables, fácilmente reproducibles, multiplicables y entendibles, y a menudo forman parte de sistemas semióticos. Las mitologías son complejos sistemas simbólicos que expresan categorías de valores compartidos o al menos asumidos por la mayoría de los colectivos humanos portadores. En este caso, la oralidad es la forma de transmisión por excelencia. Este medio de difusión de la mitología es lo que la hace sustancialmente popular y democrática. Los aportes que recibe la mitología en cada momento de su camino de boca-oído-boca la configura como un cuerpo vivo, dinámico, esponjoso y comunicador.

Función social de la mitología

J. Campbell, quien publicara entre 1991 y 1992 “Las máscaras de Dios: Mitología occidental”, propuso cuatro funciones del universo mitológico, que pudieran resumirse en:

1. Reconciliar la conciencia con la fascinación ante el universo, que supone precisamente el despertar de la conciencia humana.

2. Exhibir imágenes que interpreten el universo, ya que las mitologías tienen por uno de sus objetivos recrear el funcionamiento del universo.

3. Imponer un orden moral, para intentar lograr la adaptación de un individuo, a las exigencias de su grupo social, condicionando social e históricamente una ruptura con lo “natural”.

4. Ayudar al individuo a centrarse y desenvolverse integralmente en relación a sí mismo, a su cultura, al universo y por sobre todas las cosas frente a ese último misterio que se intuye dentro y más allá de todas las cosas.

Los enfoques tipológicos estructurales, la identificación de arquetipos y otras categorías de la mitología comparada, ha permitido el acercamiento más objetivo al mito, la descodificación de los mensajes primarios, los valores y paradigmas, para finalmente descubrir verdaderos entramados de significaciones regionales y la evolución del pensamiento de los antiguos, hasta descubrir sus raíces más profundas, como es el caso de la cosmovisión judeo-cristiana, valga decir del mundo occidental; o en la mitología egipcia, algunos de cuyos dioses, a través de los griegos y luego de los romanos, se sincretizaron con las deidades paganas de los llamados bárbaros europeos, que habían fabulado un sistema notablemente homogéneo, basado en la Diosa Madre, inmortal, inmutable y omnipotente, propio del matriarcado.

La mitología, forma contemporánea de la cosmovisión popular

A menudo se piensa que los mitos y la mitología son cosas de los antiguos, o cuando más de la Edad Media. Hay pruebas irrefutables de que en todas partes se están configurando mitos contemporáneos o retomando con fuerza argumentos tan viables que se niegan a morir. Por ejemplo, series de historietas, libros o programa de la televisión, como Tarzán, Supermán, Batman o Star Trek, tienen componentes mitológicos muy significativos, que han tejido verdaderos, profundos y complicados sistemas filosóficos.

La Mitología Cubana.

En el continente americano, la cristianización iniciada por los conquistadores españoles, encontró las más diversas etnias, aunque también una cosmovisión relativamente homogénea entre las tribus trashumantes norteamericanas y las civilizaciones y grandes agrupaciones tribales sedentarias al sur del río Bravo.

En el Caribe insular, donde predominaba la cultura de los aruacos continentales e insulares, la mitología y la religión fueron rápidamente sofocadas, sobre todo en Cuba. En la mayor de las Antilla, la cultura neolítica de los aruacos agroalfareros se había extendido por casi todo el archipiélago cubano y pudo dejar imborrable impronta en la toponimia y el castellano hablado en Cuba, en el arte rupestre de numerosas pictografías en las cavernas, en ciertas ceremonias del espiritismo de cordón, que se creen por algunos investigadores, fueron heredadas de los bailes rituales de los indocubanos, denominados areítos, y algunos vestigios de la mitología aruaca, recogidos entre la población rural oriental y rescatados por algunas investigaciones de mitología comparada entre los taínos de Cuba, de La Española y las etnias aruacas del continente.

Los primeros gestos de rebeldía originaron relatos heroicos como los de los indoantillanos Hatuey, Guamá, y Casiguaya, que protagonizaron acciones contra la conquista hispana, solo por mencionar los más conocidos. Las numerosas leyendas rurales, con supuesta ascendencia indocubana, originadas en actos de resistencia pasiva o activa, frente a la crueldad de los conquistadores, bien pudieron tener algunas, bases histórica; otras, en cambio, fueron recreaciones y fabulaciones de una época muy posterior (segunda mitad del siglo XIX), dentro del segundo romanticismo cubano, como una manifestación del indianismo de la América española, cuando surgió el denominado siboneyismo, con las figuras legendarias de Guanaroca, Jagua, Aycayía y otras, mediante las cuales se realzaron las virtudes épicas y otras bondades de los indocubanos, en un intento de buscar los supuestos legítimos orígenes de la población blanca criolla, no entre los negros africanos, sino en el pueblo aborigen, prácticamente exterminado.

La mitología cubana como cuerpo integrador del mundo fabulativo del pueblo de la mayor nación insular del Caribe, fue expuesta inicialmente por Samuel Feijóo en su libro “Mitología Cubana”, en 1986. Ya desde el primer párrafo del prólogo se apresuró en sentenciar:

“En la mitología caribeña Cuba alcanza un lugar cimero, bien sea por la imaginación de sus hijos, por su fabulación poética, su fantasía exagerada, la superstición auxiliada por la imaginación del indio nuestro, del criollo del español o de africano, o del cubano ya en su plena definición etnológica y su cultura desarrollada que inventa mitos a veces de excesiva fantasía peligrosa” [sic].

El gran folclorista cubano, con su aguda mirada de vagabundo analítico e investigador de lo popular, atrapa el carácter mestizo, como casi todo lo de Cuba, de su mundo mitológico y señala las cuatro fuentes originarias: amerindia, hispana, africana y criolla, esta última a su vez mezcla de las anteriores, pero ninguna de ellas: algo nuevo.

La nueva cualidad de lo criollo-cubano es holismo, generador de nuevos sabores y olores: el “ajiaco” referido de Fernando Ortiz, o quizás “lo real maravilloso” de Alejo Carpentier. La mitología cubana, debido su carácter multiétnico y pluriconfesional, es semejante a otros sistemas mitológicos de la antigüedad; incluso como la propia mitología griega y romana, ha sido resultado de intensos y variados sincretismos étnicos y religiosos, síntesis de los intercambios culturales, del comercio, las invasiones y las migraciones que han sido y serán historia común de la humanidad (Rivero y Chávez, en prensa).

La mitología cubana ha absorbido golosamente de la grecorromana y la cristiana, de algunos elementos de la china y de los pueblos americanos originarios; y mucho de la africana, especialmente de la civilización yoruba. Pero a diferencia de las mitologías clásicas de la antigüedad, es nueva y vibrante, en constante desarrollo y transformaciones, como un gran inconsciente colectivo, creciente y esponjoso.

A partir de la obra da Feijóo, las concepciones metodológicas de María del Carmen Vitori Ramos, mitóloga e investigadora de la transmisión oral de la cultura, ex-investigadora del Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello y de la obra y aportes de Miguel Barnet, Reinaldo Acosta, Salvador Bueno, así como de otros estudiosos cubanos contemporáneos, se ha lograda plena conciencia del cuerpo mitológico cubano.

Los protagonistas de buena parte de los mitos y leyendas que se han desarrollado en Cuba, o reconfigurados en este solar antillano a partir de expresiones foráneas, han sido compilados en el primer diccionario comentado de mitología cubana próximo a imprimirse[2]. Estas criaturas de la mente y el imaginario popular, están bien arraigados en tierras cubanas hasta el presente y perviven en la fantasía popular, en localidades, donde las creencias tradicionales se han conservado, mediante la transferencia oral; en registros bibliográficos, acopiados por eruditos, escritores, artistas del folclor; en las diferentes manifestaciones artísticas y religiosas; en la toponimia; o sencillamente, en el refranero y fabulario popular, que la oralidad propaga en muchos barrios urbanos, poblados rurales o en los lugares más recónditos de los espacios geográficos cubanos.

De acuerdo con la obra de referencia, la mitología cubana, presenta sus criaturas en cuatro categorías básicas que son:

· Los de la mitología indocubana (de origen aruaco), hasta principios del siglo XVI;

· Los que resultaron de la transculturación entre la mitología africana, de varias etnias procedentes de ese continente y la cristiana, que han dado un nuevo cuerpo mitológico;

· Los del catolicismo oficial y popular cubano; y

· Las leyendas originadas en los espacios rurales y urbanos.

En el primer caso, los autores se sirvieron como fuente fundamental de las obras “Mitología aborigen de Cuba. Deidades y personajes”, 1992 y “Los Cemíes olvidados”, 1993, del binomio autoral formado por José M. Guarch Delmonte y Alejandro Querejeta Barceló, donde se brindan, al decir de los propios autores, las “biografías” y los mitos de dieciocho deidades y trece personajes aborígenes, aproximación polémica y discutida por otros especialistas, sobre las características de los cemíes o númenes de los indocubanos.

En la segunda categoría, mucho más compleja por la diversidad de fuentes en el continente negro; la vivacidad contemporánea de sus manifestaciones y el natural entramado que las une, funde y relaciona; encontramos los seres míticos, místicos y legendarios, derivados de las religiones del África occidental subsaharana, muchos de los cuales, fueron transculturados con las deidades del cristianismo católico popular, en las condiciones de la infamante esclavitud de los negros en Cuba; de las cuales las principales manifestaciones sincréticas tratadas son:

· Santería o Regla de Ocha.

· Regla Conga o Palo Monte.

· Sociedades Abakuá o de los Ñáñigos.

· Ritos Arará y Gangá.

· Vodú, según se ha modificado en Cuba.

En el caso de la Regla de Ocha, de origen yoruba, basada en una mitología tan enjundiosa y variada, se adoptó la caracterización de sus divinidades, según es más común en La Habana y Matanzas. Igualmente se hizo con la Regla de Palo Monte de origen bantú, desigualmente extendida por todo el país, principalmente en localidades de las provincias de Pinar del Río, La Habana, Ciudad de La Habana, Matanzas, Villa Clara, Sancti Spíritus, Camagüey, Guantánamo y Santiago de Cuba, culto intensamente sincretizado por la religión yoruba y la cristiana. Este culto mágico-animista de divinidades y fuerzas de la naturaleza también presenta intensa variación local y apreciaciones caracterológicas y litúrgicas entre sus sacerdotes, denominados paleros o mayomberos, de manera que resultó imposible arribar a jerarquías, y contornos definidos, aceptables para sus diversas entidades sobrenaturales, por lo que se ha asumido fundamentalmente la información reunida y procesada por Miguel Barnet, en su obra “Cultos Afrocubanos. La Regla de Ocha y la Regla de Palomonte” (1995) y de Natalia Bolívar Aróstegui y Carmen González Díaz de Villega, en el título “Ta Makuende Yaya y las reglas de Palo Monte” (1998).

En cuanto a esa corporación secreta, conocida en Cuba por los Ñáñigos o Abakuás, no se puedo soslayar la obra clásica de don Fernando Ortiz La tragedia de los ñáñigos” (1950), donde se describe con pluma maestra los pintorescos personajes de esta la liturgia negra, el significado de sus disfraces y movimientos y las alegorías constantes del autor, para situar al lector entre sus paraiguales griegos; algunos aspectos descritos por Lydia cabrera, en los breves capítulos VIII Ukano Beconsi y X Ukano Mambre, de su obra El Monte (1954), y la insoslayable y preciso libro de Tato Quiñones Ecorie Abakuá (1994), quizás la más valiosa fuente esclarecedora sobre el Complejo de Asociaciones Ñáñigas en Cuba, ahora explicada, en sus aspecto exotéricos, no por un “pagano”asombrado por los bailes folclóricos, sino por un practicante de sus misterios y ritos.

Para la investigación sobre las deidades y leyendas de los ararás de Cuba, se ha consultado básicamente la obra de corte sociolingüístico e histórico, recientemente publicada por la Fundación Fernando Ortiz y la Cátedra UNESCO de Estudio Afroiberoamericanos de la Universidad de Alcalá de Henares, La tradición ewé-fon en Cuba escrita por Hippplyte Brice Sogbossi.

En cuanto a la mitología y la liturgia “cubanizada” del vodú de origen haitiano se tuvo a la mano la obra “El Vodú en Cuba” (1998), de los investigadores Joel James, José Mollet y Alexis Alarcón, de la Casa del Caribe en Santiago de Cuba, que tomó como centro de observación tres asentamientos de haitianos y sus descendencias, ubicados en el oriente del país.

En tercer lugar se trata a las deidades y personajes legendarios del cristianismo católico popular, muchas de las cuales, al naturalizarse en Cuba adquirieron matices y advocaciones locales, e incluso caracteres sincréticos, todas circunscritas a tres temas:

· los personajes bíblicos judeo-cristianos.

· los relacionados en la hagiografía clásica cristiana o santoral católico.

· los sincréticos populares, algunos construcciones históricas del pueblo de Cuba y

· los personajes y criaturas míticas o legendarias populares cubanas o cubanizadas, no ligados necesariamente a orígenes místicos o de alguna de las religiones citadas anteriormente, y que se han considerado unidos a tres grandes tipos de sucesos y temas:

1. Apariciones sobrenaturales (luces, fantasmas, animales, personas, duendes, brujas, entidades mixtas (hombre-animal) y otros, así como sucesos prodigiosos.

2. Elementos sagrados (árboles, animales plantas, figuras, piedras, etc.), y

3. Sucesos históricos con personajes protagónicos bien identificados, que se convirtieron en leyendas.

Finalmente, la mitología cubana”, se ha revelado como un tejido laminar y coherente de sucesos, personajes e información, que fluye desde la prehistoria a la actualidad, arriba del cual “flota” o aflora la cubanidad, como expresión de identidad nacional: peculiar, única, irreverente, doliente y florida, enganchada, nunca independiente de la americana y la de entornos más lejanos, expresión y símbolo de la identidad nacional.

Mitología e identidad

Al igual que la mitología griega, que es parte indisoluble de la identidad nacional del pueblo heleno, y las mitologías clásicas de los aztecas y mayas, de las naciones originarias de México, Honduras Belice y Guatemala, la cubana: nueva, mestiza, popular, viviente y por lo tanto inacabada, es el resultado genuino de la evolución cultural del pueblo de Cuba, factor de identidad nacional y ámbito de resistencia ante las agresiones contemporáneas.

Los investigadores de la transmisión oral de la cultura cubana tienen ante sí un sistema vibrante, que necesitará de su Homero, Pisístrato o Solón, para aprehender y compilar, toda su espléndida riqueza e impedir que se pierda o se erosione este tesoro nacional.

La mitología cubana, al igual que la de otros pueblos, encuentra su expresión genuina en las más variadas manifestaciones artísticas, mediante las cuales se recrean sucesos y arquetipos populares. Estos discursos artísticos expresan los saberes, dilemas y tensiones de su tiempo, y en muchas ocasiones aventuran soluciones y diseñan arquetipos que recrean los líderes que faltan en los momentos históricos que los demandan.

El “negrito” del teatro bufo cubano, contendiente en la arena teatral del “gallego” inmigrante y el “sobrín” (el sobrino del inmigrante)[3], es un enroque táctico hacia la fabulación dramatúrgica de la cubanidad marginada, ante la avalancha migratoria española, tendiente a ocupar los nichos sociales del comercio minorista de los poblados, donde empleaba y subordinaba a negros y mestizos. En la dramaturgia se caricaturizaban y amplificaban defectos y virtudes de cada contendiente, sin odios ni rencores viscerales: en busca de una catarsis disipadora de los conflictos reales ubicados detrás del mostrador de la tienda de víveres o en el pugilato machista por la mestiza agraciada y escasa. El uno blandiendo la fuerza de la posición social, la piel y el agregado de sabidurías de comunidades étnicas de larga estirpe de lucha, y el otro creyéndose pícaro, así como fuerte en la habilidades de la música, los bailes y el desempeño sexual.

El pueblo cubano no sabe odiar profundamente, puede ser que la chacota y la burla sea la manera de expresar repudio.

Mucho antes, hace 495 años el antillano Hatuey, sin saberlo o asumirlo de esa manera fue el primer internacionalista y patriota conocido entre los insulares del Caribe. Ante los leños apilados de su hoguera, la leyenda afirma que prefirió las llamas del martirio, ante que las delicias eternas del cielo español, cuando preguntó al fraile franciscano Juan de Tesín que exhortaba al condenado a convertirse a la fe cristiana: —¿Van los cristianos al cielo? a lo que el religioso contestó que, — Sólo los buenos..., se dice que antes esta respuesta repuso el héroe mártir con firmeza, - ¡ No quiero ir allí para no estar donde estuviesen y por no ver gente tan crueles!

Nunca se podrá conocer la verdad de lo ocurrido, pero la leyenda configura una actitud y un pensamiento de resistencia. Es más importante lo que se le ha atribuido al verbo del indiano, que lo que realmente dijo, si dijo algo…

Ya es ciencia constituida que los pueblos hacen la historia y los historiadores la escriben y matizan según sus fuerzas internas o las externas; en cambio los pueblos crean su mitología y la propagan mediante distintas manifestaciones culturales y en los espacios neuronales dilatados del inconsciente colectivo. La mitología es una apropiación popular, preñada de aspiraciones, frustraciones y encontrados otros sentimientos; la historia oficial, la académica, la de los libros de texto y eventos internacionales: puede ser verdad relativa, martillo político e instrumento reprogramador de voluntades, legítimo y aceptable modus vivendi de los historiadores. Nada en contra de ella ni de ellos. Historia y mitología se complementa como un binomio perfecto.

En los pasados Juegos Olímpicos de Atenas, el pueblo y Estado griegos no encontraron mejor manera para mostrar su identidad nacional ante el mundo que recreando a las divinidades mitológicas, que han representado durante más de 2 000 años un elaborado compendio de sabidurías y paradigmas para el mundo occidental. No hay mayor orgullo para un griego que ese legado de recursos éticos y morales, que hoy constituyen patrimonio de la humanidad; por más que la historia de este pueblo esté llena de personas y acontecimientos reales con extraordinarios valores positivos.

Desde el surgimiento de la humanidad, de una sola especie proveniente de homínidos, su dotación genética ha replicado estructuras cerebrales que favorecen semejantes culturemas, ante iguales necesidades, no importa que aceptemos que las construcciones mentales de la civilización puedan parecerse más a su tiempo que a su herencia.

Las nociones antagónicas del bien y el mal, simbolizadas por sacripotencias en diferentes latitudes, culturas y épocas constituyen un mitologema recurrente, como las deidades del Agua (lluvia, río), el Fuego, la Madre Tierra, el Sol, la Luna y otros mitos ancestrales.

Las madres, chamanes o sacerdotes han recurrido a las mismas alegorías mitológicas para construir sus conocimientos, configurar tabúes y normas de conductas para guiar a sus familias, tribus, etnias o pueblos.

Bajo la influencia de las regulaciones mosaicas, el mundo occidental en Europa y partes de América, África y Asia, donde ha enraizado el cristianismo, la moral y la ética han sido modeladas por los Diez Mandamientos de la Ley de Dios, a pesar de que según la leyenda bíblica, ese código de normas morales fue elaborado bajo la condiciones ecológicas (el desierto, la escasez de agua y alimentos, etc.) y objetivos sociales muy concretos: en busca de la Tierra Prometida, bajo la protección vigilante de su Dios y la mano férrea de Moisés; circunstancias que no han sido frecuentes en la civilización occidental, después de la caída del Imperio Romano en el siglo V d.C. y la propagación del cristianismo hacia los cuatro confines de la periferia europea.

Habría que preguntarse por qué ciertos tabúes de origen mosaico, que tenían lógica entre un pueblo en condiciones muy concretas, continuaron vigentes hasta la fecha. Quizás la respuesta se encuentra en la necesidad de “inventar” el pecado para lograr el control moral de multitudes que, sabiéndose pecadoras se mantiene contritas, en espera de la magnificencia de su dios y los sacerdotes que lo representan.

Intuitivamente las entidades que controlan o gobiernan (padres, patriarcas, líderes espirituales, políticos, soberanos, etc.) dejan saber muy claro a través de regulaciones jurídicas o morales sus conceptos del bien y del mal, los de paraísos e infiernos; las palabras y conceptos prohibidos. Es común que estos tabúes intenten limitar el goce o los accesos de las cosas y lugares más codiciados, lo cual condena al colectivo controlado a las permanentes tentaciones malévolas y frecuentes pecadillos, que los que mandan observan con mirada magnánima y gestos benevolentes.

Hasta el logro del descifrado de la piedra de Roseta, se juzgó sobre la mitología egipcia antigua a partir de las apreciaciones de Herodoto y Diodoro, quienes redujeron las deidades del antiguo Egipto según categorías griegas. Los egipcios elaboraron una religión compleja que evolucionó desde la magia y la zoolatría, manifestaciones que probablemente convivieron con cultos totémicos según las ciudades (nomes) que se consideren, hasta la concepción de dioses humanos, como el buen rey Osiris y su opuesto Seth (que representaba las tinieblas que eran disipadas por el sol cada día). Esta polaridad divina: la unidad y lucha de los contrarios del materialismo dialéctico, fue retomada por la civilización de la Grecia antigua (Zeus y Hades) y la de Roma (Júpiter y Plutón).

En el cristianismo que se propagó en la Europa de los albores de la Edad Media, ya el bien y el mal, lo bueno y lo malo, la luz y las tinieblas eternas estaban representados por Dios y Satanás (el Diablo, Lucifer o Belcebú).

De vuelta a solar antillano, en Cuba, la polaridad política entre las apetencias imperiales de los diferentes gobiernos de Estados Unidos de América con respecto al este suelo caribeño, y las variadas respuestas patrias, primero de criollos y luego de cubanos, se manifestaron una vez más en el humor periodístico, cuando el cubano Ricardo de la Torriente (1869-1934) creó el personaje de Liborio, de alguna manera símbolo del pueblo de Cuba.

Torriente había regresado a Cuba a finales del siglo XIX desde EUA, donde antes empleó el personaje del Tío Sam como alegoría simbólica de este país. Ya en La Habana, entre 1899 y 1904 colaboró en la publicación "La Discusión" y opuso al Tío Sam el personaje de Liborio, cuya vida comprenderá todo el primer cuarto de siglo XX, para representar sin duda el símbolo aceptado del pueblo cubano de su época: con patillas, muy narizón y testigo crítico de la primera etapa de la República de Cuba mediatizada por la ingerencia imperial estadounidense. Liborio aparecerá semanalmente desde 1905 hasta 1931 en la publicación satírica "La Política Cómica".

Es necesario matizar el simbolismo de este personaje, tal como escribiera Adelaida de Juan en su obra Caricatura de la República. Se deben reunir las acciones de Liborio en dos grandes líneas: los acontecimientos nacionales y las relaciones Cuba-EUA. En la primera de ellas, Liborio actuó especialmente durante las circunstancias electorales. En la segunda, se le ve como observador pesimista de las actividades predatorias e ingerencistas del vecino norteño.

En 1908 Liborio apoya a José Miguel Gómez; posteriormente se manifiesta en contra de la reelección del general Mario G. Menocal, ulteriormente lo sigue. En 1919, durante la presidencia de Menocal, favorece a Emilio Núñez y, en el período de "vacas flacas", acusa al gobernante precedente de Zayas; pero en agosto de 1922 ya empieza a hostigar a éste último. Liborio es pesimista, se siente frustrado, saqueado, conformista, y en muchos momentos es la imagen burguesa del pueblo cubano.

Otras opiniones bien fundamentadas no lo consideran tan representativos de la voz popular. A partir de 1902 con la república recién estrenada en Cuba, según Juan Ángel Cardi, “la sátira con sus consiguiente deformaciones facilistas, fue modelo, origen y propósito de cada uno de los más importantes semanarios publicados a partir de 1902 … [sic]. De acuerdo con el autor de “Eso que llaman civilización”, ensayo de ensayo histórico-humorístico de la historia de Cuba, fue Ricardo de la Torriente un politiquero “cambiacasaca”, quien no tuvo escrúpulos en copiar al carbón la efigie del abúlico y cínico “Guajiro” de Landaluce[4], para convertirlo en Liborio, también supuesto símbolo del pueblo cubano, pero que no pasaba de ser un infeliz pobre diablo, sumiso y llorón, siempre enredado en los tentáculos monopolistas del pulpo yanqui, o cargando mansamente con el peso imposible de un morral repleto de leyes antipopulares e impuestos abusivos. Después, continua argumentando el escritor Cardi, apareció el órgano de prensa La Semana, que combatía al presidente electo Gerardo Machado; allí Liborio perdió las patillas, estaba mejor ilustrado, pero seguía “castrado”, hasta que surgió el Bobo de Abela, más inteligente, crítico y sembrador de rebeldía popular. “Muerto¨ el Bobo por la tristeza de la frustración, reaparece en Zig-Zag, semanario humorístico, el Liborito Pérez, con sus pantalones remendados y un gesto de pesimista incomprensión ante los males políticos de la época (Rivero y Chávez, en prensa). La figura y el nombre Liborio o Liborito fueron empleados indistintamente por varios caricaturistas hasta la década de 1950. Su oponente político en Cuba es el Tío Sam, símbolo aceptado internacionalmente como el del poder agresor de los Estados Unidos de América.

Debido a los continuados y accidentados nexos históricos entre este país septentrional y el Estado cubano, este personaje ha entrado en la fabulación popular y artística, especialmente en la caricatura política, casi siempre en oposición al antes mencionado Liborio.

Se han realizado centenares de caricaturas, afiches y dibujos animados, donde el símbolo de este país imperialista, que compite en valor simbólico con el águila calva norteamericana, está representado. Lo que muy pocas personas conocen, es que el Tío Sam existió realmente. Hace casi dos siglos, en 1812, en Troy, entonces pequeña ciudad del estado de New York, un hábil comerciante, Samuel Wilson, firmó contrato con Elbert Anderson, intendente de la tropa que intervino en la llamada Guerra del Año 12, contra Inglaterra, para el suministro exclusivo de carne salada. Este alimento se contenía en barriles, que estaban rotulados en la parte superior con las iniciales E. A. (de Elbert Anderson, la persona destinataria) y más abajo con caracteres mayores U. S. (de United States, nombre poco conocido aún, por el que comenzaban a denominar la naciente confederación americana). Al saberse que uno de los proveedores del ejército era Samuel Wilson, a quienes todos llamaban Uncle Sam, se generalizó la idea de que las dos letras U y S, siempre presentes en cualquier pertrecho militar, provenían de este comerciante, a quien atribuyeron equívocamente, ser el único o principal proveedor de estas fuerzas armadas, y por lo tanto una especie de benefactor. Un año después, un periódico de New Jersy, dio a conocer la verdad, y para ilustrar el artículo aclaratorio, pidió una foto a S. Wilson (Tío Sam), quien por equivocación envió una de su hermano Jonathan Wilson, que no usaba barbas y era delgado. Pronto los caricaturistas vistieron al presunto Tío Sam con el atuendo que nos es conocido, y años más tarde, no dudaron en colocarle un chivo o perilla, buscando semejanza con Abraham Lincoln.

De este modo tan accidentado y lleno de equívocos dos símbolos políticos combaten en la arena humorística hasta el presente, en representación de la nación más poderosa de la Tierra y al primer país libre de América Latina: USA y Cuba.

Símbolos[5] del poder

Los símbolos, expresiones sintéticas de conceptos, voluntades y apetencias, han encontrado en todos los sistemas de señales configurados por el hombre y en sus manifestaciones artísticas, la coagulación de la conciencia colectiva; pero sin duda alguna fueron las elites del poder, en todos los tiempos de la humanidad, las que mejor han enarbolado y empleado la fuerza de estas alegorías.

Sonidos naturales, vocalizaciones, gestos, palabras, frases, trazos, gráficos, jeroglifos, dibujos, sonidos instrumentales, escudos, banderas, objetos, seres de la biota, ideas, himnos, etc. son parte del arsenal expresivo de los símbolos. Desde los albores de la humanidad las expresiones simbólicas, producto complejo y potente de la mente humana, han acompañado todos los propósitos del hombre y representado en su ausencia material al hombre mismo.

Ningún animal emplea las representaciones simbólicas, ni se interesa por ellas, cuando más, los animales domésticos responden, después de crear en ellos reflejos condicionados, ciertos sistemas de señales elementales: sonidos, olores, gestos, palabras… imágenes.

Interpretando el decir de varios estudiosos del tema (Chaple & Coon, 1942 y Cassier, 1944), es tanta la propensión y dependencia de los humanos de estas alegorías, que es posible hablar del hombre más como un ser de símbolos que racional.

La mitología, como forma de conciencia social se expresa a través de las más variadas representaciones simbólicas, paradigmas de saberes, valores, ambiciones, ética y moral. La Biblia, libro sacro de los cristianos, más que una historia de la Iglesia es el compendio binomial de fábulas-moralejas, alegorías aleccionadoras que, intentan regular el comportamiento de los fieles y suministra el know how ante las más variadas circunstancias que puedan envolver el empeño de seglares y consagrados.

Antes los griegos y los romanos habían hecho de sus panteones respectivos el reservorio de enseñanzas cívicas, cuando todavía el mundo del Mediterráneo europeo no conocía de las regulaciones mosaicas.

Muchos antes en Asia, el Bagavad Guita de los hindúes, es quizás el libro sacro más antiguo que se conoce. El proceso civilizatorio humano produjo muchos otros documentos orales o textuales, todos compendios de la imaginería popular y del trabajo de sabios, sacerdotes, líderes políticos o guerreros, con la característica común de expresar mediante parábolas, fábulas, leyendas o poemas épicos los símbolos paradigmáticos que recrean y regulan la conducta humana.

En América, crisol gigantesco donde se desarrollaron y expresaron las oleadas migratorias de Asia, las grandes civilizaciones sedentarias y ágrafas de los mayas, aztecas, incas, por sólo mencionar las mejores conocidas, encontraron en la oralidad, manifestaciones de la epigrafía, arquitectura, danza y esculturas megalíticas, los discursos magníficos de sus alegorías fundacionales. Es característico que ya en posesión de la lengua y el alfabeto castellanos, en tiempos postcolombinos, amerindios, sus descendientes y los propios españoles otros, aun a la vista de las cenizas humeantes de tesoros de la cultura y la sabiduría de esos pueblos, debido a las primeras de las acciones bestiales de los conquistadores, se comenzaron a escribir compilaciones de los asuntos novomundistas, de las tradiciones ancestrales y sistemas mitopoéticos de los amerindios; tales son los casos de La Relación acerca de las antigüedades de los indios, compilada y escrita por el fraile jerónimo Ramón Pané, por encomienda de Cristóbal Colon, terminada de redactar en 1498, que resultó ser el primer libro escrito en el Nuevo Mundo, que relataba sobre los mitos y cosmogonía de los aborígenes; la Carta de Roma, primer impreso hecho en latín, de la traducción realizada por Leandro di Cosco sobre la epístola enviada por Colón en 1493, desde Lisboa o Puerto de Palos a Gabriel de Sánchez, tesorero de la Corona, donde se relata sobre las nuevas tierras descubiertas y que fuera del conocimiento exclusivo de las clases dominantes y el alto clero; la carta, que desde Sevilla mandó el florentino Américo Vespucio al gonfaloniero Piero Soderini, sobre los cuatro viajes que realizara al nuevo continente entre 1497 y 1503 conocida como Mundus Novus después de su publicación en 1504; así como el esfuerzo de los chilames[6] por escribir en la escritura castellana los asuntos selectos y sagrados del legado oral de las comunidades de Chumayel, Maní y Tizimin, inmediatamente después de los hechos de la conquista, en un agónico y astuto esfuerzo de perpetuar la memoria de sus ancestros y sus mensajes simbólicos (Bermúdez, 2003).

Unos y otros, probablemente sin más análisis docto que la intuición sabia, entendieron la importancia para dominados y dominantes de preservar y entender aquellos asuntos de la supraestructura de los pueblos americanos.

Tanto para las civilizaciones de Asia, África, el Viejo y el Nuevo Mundo, los objetos visuales, en tanto que símbolos, fueron más representativos del sistema de conocimientos e ideas de la comunidad y la casta dominante que de los propios artistas como individuos, lo que obra a favor de la tesis que conceptualiza al diseñador gráfico como creador de comunicaciones antes de que formas, en oposición a la del artistas como creador de formas antes que de comunicaciones (Bermúdez, ob. cit.).

La historia ha identificado numerosos símbolos del poder y sus intentos por adelantarse en representación de las elites, antes las presas temblorosas. Es conocido como el rugido del león en la selva africana paraliza de miedo a sus víctimas, estremecídas de miedo en sus madrigueras, así como los símbolos regios de algunos faraones precedían los combates del desierto. Estos símbolos de la fuerza animan y apoyan el brazo armado, porque son la representación del pensamiento líder, del poder centralizado, meticulosamente organizado, concentrado en la punta de las armas, en la agudeza de las ideas.

Asentado el pueblo de Israel en los llanos de Jericó, el bíblico Josué, heredero de Moisés, por mandato divino, hizo que siete sacerdotes llevaran siete bocinas de cuernos de carnero, frente a las murallas cerradas de la ciudad; después de complicadas ceremonias, indicadas por Jehová, los sacerdotes tocaron las trompetas corneas y las murallas cayeron, las huestes hebreas subieron a la ciudad y destruyeron todo lo que en ella había… y la entregaron al fuego. Desde entonces, hasta la fecha los más despiadados ataques contra plazas sitiadas han estado precedidos de ampulosas liturgias del agresor: discursos, arengas, himnos, estrépitos metálicos y heraldos con trompetas, como símbolos precursores del poder divino. Ya en el siglo XX, los fascistas hicieron colocar dispositivos especiales que provocaban sonidos ululantes en las bombas que arrojaban sobre las ciudades europeas indefensas, parodia sugerente de los cuernos de Jericó: símbolos del poder, rugidos del león, artificios calculados para amansar voluntades o reblandecer las carnes jugosas de las presas.

El moderno arsenal de símbolos del poder del hombre blanco, obtuvo una cuidada “biografía” con Tarzán, un personaje creado por Edgar Rice Burroughs, que apareció por primera vez en la novela Tarzán de los monos, en 1914, y luego en treinta y tres secuelas posteriores.

Según su biografía literaria, Tarzán es huérfano de una pareja aristocrática inglesa, abandonados en África a finales del siglo XIX. Después de sus muertes, Tarzán es adoptado y educado por una banda de monos a los cuales Burroughs denominó "mangani". Su nombre inglés es John Clayton III, Lord de Greystoke. La educación recibida le dio habilidades físicas considerablemente superiores a las de los mejores Él sólo vuelve a hacer contacto con los humanos nuevamente una vez que ya es grande. En este período, visita al mundo civilizado, pero luego retorna a la jungla. Tarzán es la encarnación moderna de la antigua tradición literaria del héroe criado por animales. Otros ejemplos son Mowgli de El libro de la selva escrito por Rudyard Kipling. El selvático civilizador se desenvuelve en la jungla mejor que los propios africanos, a quienes enseña también cosas de blancos. El mito del invencible hombre blanco, colonizador de la selva, amansador de sus bestias, es un símbolo de las habilidades y el poder mental anglosajón frente a los salvajes negros africanos, a quienes debe ayudar y proteger. Eran momentos en que la negrada afrodescendiente norteamericana comenzaba sus luchas civiles y EUA se movía sigilosamente hacia el Continente Negro en busca de su nicho político africano.

Tarzán es una de los símbolos del poder de la supuesta superioridad racial del hombre blanco que conquistaría las mentes de las masas estadounidenses y de otras latitudes. Confieso que ardía en ira ante el estúpido y salvaje comportamiento de las tribus selváticas, que no comprendían las buenas intenciones del neoquetzalcóatl[7] blanco, a quien oponían tenaz resistencia.

La acelerada modernización de la federación norteamericana, después de la Segunda Guerra Mundial exigía la renovación de sus paradigmas éticos y arquetipos del poder. Había que dejar a Tarzán por el momento en su lucha civilizatoria africana.

Así surgió Supermán el Hombre de Acero, quien nació en el planeta Krypton en una civilización mucho más desarrollada que la terrícola. Su padre se llamaba Jor-El, científico eminente dentro de la sociedad kryptoniana. La historia cuenta que el científico Jor-El descubrió que su planeta sufría de tensiones que lo harían estallar en cualquier momento. Al exponer este descubrimiento, todos se rieron de él. No es aceptada su propuesta de construir naves para evacuar el planeta antes de que explotara y por ello fabricó su propio vehículo espacial. Pronto las convulsiones de Krypton fueron intensas, y el cataclismo inminente, por lo que Jor-El y Lara, su esposa, decidieron que al menos se salvara su hijo. La nave del pequeño Kal-El (nombre kryptoniano de Supermán) fue lanzada al espacio en dirección a la Tierra, planeta que Jor-El había estudiado previamente. Al poco rato de salir la nave fuera de la atmósfera kryptoniana, el astro estalló en mil pedazos.

La nave de Kal-El aterrizó en su destino espacial y fue encontrada por la familia Kent, unos granjeros de Kansas en USA. Los Kent adoptaron al niño y le llamaron Clark Kent. Allí lo educaron, inculcándole los mejores valores de la raza humana y cuando se hizo adulto, decidió utilizar sus poderes para el bien y se fue del pueblecito donde vivía, hacia la gran ciudad de Metrópolis donde obtuvo un trabajo como periodista y adoptó la personalidad de Clark Kent. A partir de ese momento, su trabajo en el Daily Planet le facilitó viajar e informarse con las noticias más relevantes para poder ayudar a la gente.

Listo el superhéroe para luchar por los ideales de la sociedad norteamericana y en contra del comunismo internacional, que significaba la tiranía detrás de la Cortina de Hierro.

Los efectos de la industrialización cultural y el consecuente reduccionismo espiritual del posmodernismo ha concentrado la atención de la masa media en los símbolos dominantes que aparecen en los espacios de difusión masiva. Estas alegorías del bienestar hipnotizan la mirada y los sentimientos de la “clásica comunidad de públicos, que se está transformando en una sociedad de masas”, como diría hace más de 50 años C. Wrigh Mill en su obra tan vigente “La elite del poder”. El hombre de la masa está aprisionado de sus preocupaciones personales, y no se da cuenta de su verdadero origen, en cambio el hombre consciente del público auténtico es capaz de convertir sus preocupaciones personales en cuestiones sociales, por lo que tiende a enrumbarse hacia la solución de los problemas compartidos en los grupos donde vive y frecuentemente de la sociedad a que pertenece.

Las elites del poder necesitan masas desenfocadas de sus problemas comunes, no públicos atentos que saben distinguir lo que une a cada cual con la otredad.

Las instituciones educativas de los países donde opera el libre mercado, no están haciendo mucho, más bien están preocupados de elevar la eficiencia de sus educandos como productores profesionales, o mejor todavía como consumidores adictos. Como escribiría el antes citado Mill: … basándose en una ideología de ajuste a la vida” que estimula la alegre aceptación de la forma de vida características de las masas, más que la lucha por una trascendencia pública e individual [sic].

La maquinaria creadora de símbolos del poder y las propias tendencias estructurales de las sociedades postmodernas, así como el estilo reprogramador de las técnicas de comunicación masivas, atomizan al urbanícola de su entorno de pertenencia gremial, cultural e incluso étnico, para entregarlo a los afanes perpetuos del consumo y la ostentación material.

Lo peor de todo es que, aquellos grupos humanos a los cuales no ha llegado el mercado, por sus bajos niveles de solvencia, o por encontrarse en las periferias subdesarrolladas, contemplan hipnotizados las relucientes sociedades, dispuestos a “vender sus almas al diablo” para alcanzar ese nivel de consumo.

La flor y nata del poder del primer mundo no está compuesta por seres humanos con valores éticos que deban ser imitados. Allí no hay verdaderos líderes, sino personas-símbolos que las camarillas ocultas manejan a su antojo, y a los cuales se les construye una biografía glamorosa.

Campañas publicitarias más costosas que ingeniosas, “fabrican” el modelo de directivo que se necesita en el momento, o el mandatario que represente los intereses de la cúpula invisible.

Un símbolo de la fuerza muscular, la agresividad ciega y la debilidad cerebral como el actor Arnold (nombre impronunciable para los hispanohablantes), consigue ser gobernador de un gran estado norteamericano, cuando el país aparece ante el mundo como una potencia irascible, dispuesta a combatir y destruir a los terroristas del mundo árabe con el terror organizado de un Estado moderno y potente

¿Cómo enfrentar un Estado architerrorista que no está dispuesto a ceder espacios de poder? ¿Deberán los conglomerados humanos y países oprimidos reunir sus menguados recursos para formar un gran frente armado? ¿Resistirá el planeta una guerra justa contra los estados terroristas coaligados por intereses y valores compartidos con las EUA? ¿Es la hora de repetir de nuevo, como una vez se supone que alguien dijo: “Dadle al Cesar lo que es del César” y sentarse a esperar que las fuerzas evolutivas de la sociedad corrija sus errores. ¡No!

La sociedad ya tiene experiencias de que las fuerzas de las ideas finalmente se imponen en los términos de una lucha larga y tenaz, pero que debe comenzarse alguna vez. Solamente la educación y la cultura pueden armar a los pueblos. Los ciudadanos iletrados e incultos son células dispersas del tejido social, son parte de masas manipulables, no forman un público sensato con valores compartidos útiles al bienestar común.

El triunfo de los estados terroristas y voraces está asegurado si seguimos empleando sus modelos de mundividencia, su ciencia reduccionista, su modo antropológico de interpretar y estudiar a las presas que debemos ser.

Tendremos que crear una antropología de la resistencia, un modelo muy otro de ser felices, compatible con la única nave en que todos vagamos por los espacios siderales. Los modelos de consumo de los estados terroristas y agresores son incompatibles con la estabilidad ambiental y social de la casa común.

Ahis Nandy, de la India, sugirió en su obra “El enemigo íntimo”, que el lenguaje de la rebelión debe escogerse con cuidado. Aquellos que utilizan el vocabulario y las categorías suministradas por el opresor siempre se someterían al régimen de éste, porque al usar sus palabras, se privan de la oportunidad de un juego diferente.

El conocimiento que debemos desarrollar debe tener nuestras propias categorías de análisis, ha escrito Syed Farid Alatas, director del Instituto del Mundo y la Civilización Malayos, de la Universidad de Malasia. El autor arremete en su obra The Myth of the Lazy Native (El mito del nativo holgazán) contra la supuesta objetividad o neutralidad de las ciencias sociales y la visión antropológica empleada por los intelectuales asalariados de los ricos para entendernos. ¿Pudiera un cazador estudiar la biología de su presa de otra manera que no fuera la mejor manera para atraparla? Creo que habría que fundar una antropología de la resistencia, que coloque a los ricos, poderosos y terroristas en el campo macroscópico social.

Habría que buscar en las historias de nuestros pueblos, en sus mundividencias y mitologías, los modelos sugerentes de la resistencia.

Las reales historias, leyendas o mitos de Hatuey, Guamá, Guautimotzin, Lautaro Caopolicán, Tupac Amaru, Toro Sentado8, Nube Roja8, Oso Pardo[8], Manuel García, Carlota, Liborio, Elpidio Valdés y otros muchos personajes de América, África y Asia, deben ser los símbolos de la resistencia y de los valores comunes de los pueblos perjudicados por el colonialismo, la esclavitud, el neocolonialismo, el intercambio económico desigual, las intervenciones, las ingerencias, las guerras de baja intensidad y las guerras abiertas de ocupación y todas otras acciones que han dañado, la economía, la sociedad y el medio ambiente de muchos países del Sur.

Dentro del variado arsenal de armas de la resistencia cívica, nuestros símbolos, figuras simbólicas, sistemas mitológicos y personajes fantásticos, deben ocupar el lugar que, ahora ocupan Mickey Mouse, Tío Rico, el Pato Donald, Tarzán, Supemán, Batman, Robin y Rambo.

Símbolos de la resistencia

La práctica ha demostrado que, uno de los vehículos no formales del saber científico, en su camino hacia el gran público, es el arte. La ciencia ficción y las aventuras geográficas escritas por Julio Verne, educaron a varias generaciones de ciudadanos del mundo y los prepararon para la Revolución Científico-Técnica.

En los últimos tiempos, de manera más evidente, el arte es la punta de lanza de la globalización económica y el pensamiento único, al tiempo que se ha hecho obvio que el arte es también el principal escudo de los pueblos.

La exportación de arquetipos es la acción preparatoria para modelar los mercados de consumo y cosificar a los terrícolas hasta convertirlos, de seres pensantes en criaturas “tenientes” de cosas.

Walt Disney es un genial artista que en el momento oportuno creó las criaturas oportunas para adelantar la conquista de las mentes de los consumidores. Gran parte de sus éxitos se debe a que llenó una necesidad de los intereses del mercado de exportación estadounidense. Primero fueron los “muñequitos” impresos, luego los dibujos animados, ahora la presencia en internet, en los géneros de multimedia, espectáculos públicos, parques de diversiones y otras expresiones de los ingenuos entretenimientos de niños y adultos. Rambo es una forma velada de terrorismo de estado.

De ahí la importancia, dentro del marco de la resistencia cívica, de disponer de las municiones espirituales, morales y artísticas para lograr los valores que queremos formar en las presentes y futuras generaciones. Pero en esa misma línea, no se puede cometer el error de “quitar” arquetipos sin haber preparado los “nuestros”.

En el caso de Cuba, durante años hemos estado recibiendo, a través del arte, los dibujos animados, los filmes y otras manifestaciones de la industria del entretenimiento diferentes estereotipos de valores, mediante personajes portadores de un mensaje directo y otras veces subliminal. Los niños cubanos se han formado apreciando los valores de un bestiario foráneo: osos, ratones, zorras, cuervos, lobos, leones, elefantes y ahora dinosaurios. Ninguna de esas especies forma parte de la fauna cubana. Los nuestros son: jutías, murciélagos, almiquíes, delfines, manatíes, ranas, reptiles (cocodrilos, lagartijas y serpientes no venenosas), aves y una variadísima fauna de invertebrados.

La fauna prehistórica, algunos de cuyos últimos remanentes convivieron con los primeros aborígenes, está absolutamente desconocida. Hasta hace unos 10 000 años (entre finales del Pleistoceno y principios del Holoceno) vivió en Cuba una fauna numerosa y variada; por citar sólo entre los mamíferos: 5 especies de insectívoros diminutos del género Nesophontes, varias de murciélagos, de ellas dos de vampiros del género Desmodus; alrededor de 20 especies de jutías, de las cuales han sobrevivido media docena; 12 de edentados o perezosos, entre ellos uno gigante y los otros terrestres y arborícolas; dos de primates y dos de cánidos. En las aves, debido a la escasez de depredadores, se desarrolló el gigantismo entre las rapaces, de manera que contábamos con enormes águilas, buitres, búhos y lechuzas.

La existencia de esta riqueza faunística necesita ser recreada por el arte para darla a conocer, fomentar los estudios sobre la misma y servir de cantera a las realizaciones artísticas. Gracias a Steven Spielberg sabemos más de los dinosarios que de los mamíferos perezosos cubanos. Cualquiera de nuestros escolares sabe más de los saurios jurásicos que de los insectívoros pleistocénicos.

La historia de Cuba está llena de emocionantes episodios. Falta en el ballet clásico la coreografía y la música sobre “La primera carga del machete”, “La protesta de Baraguá”; en la zarzuela la recreación de la obra de Antoñica Izquierdo o los acontecimientos de “Una pelea cubana contra los demonios”; en la dramaturgia el martirio de Hatuey o la hombrada de Casiguaya.

Es más, la configuración de los géneros en el arte están hechos en su mayor parte todavía, según la tipología europea. Hablamos el lenguaje artístico genérico de la Europa colonialista. No se ha sido suficientemente creativo para impulsar los géneros de fusión, inspirados en la realidad americana, en la cosmovisión y recreación de la autenticidad nuevomundista de que somos herederos a partir de las civilizaciones originarias.

El horno está encendido hagamos de la yuca y el boniato nuestro pan, sin dejar el trigo, que arrebatamos junto con el caballo, al conquistador.


Bibliografía consultada

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NOTAS

[1] Direcciones electrónicas: mrglean@eaeht.tur.cu & mrglean2002@yahoo.es

[2] “Catauro de seres míticos y legendarios en Cuba” de Manuel Rivero Glean y Gerardo Chávez Spínola, Premio Becas 2001 del Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello, editado el 2005 y pendiente de impresión.

[3] Personaje vernáculo del teatro bufo, resultado del imaginario popular cubano, prototipo de la ignorancia y la torpeza peninsular protegida por vínculos familiares (Barcia, 2001).

[4] Víctor Patricio Landaluce, dibujante costumbrista y uno de los pioneros del humor gráfico en Cuba. A él debemos la creación del tipo representativo del pueblo cubano, el cual tomó después Ricardo de la Torriente para bautizarle con el nombre de Liborio.

[5] Símbolo: Alegoría válida o cosa que se acepta convencionalmente como representación de un concepto.

[6] Entre los mayas el chilam o chilán (el que es boca) era una casta sacerdotal letrada, encargada de interpretar de la escritura ideográfica de este pueblo la palabra de sus dioses.

[7] Quetzalcóatl o Serpiente Emplumada, que según las interpretaciones más actualizadas es un símbolo inequívoco del poder real, un emblema de gobernantes en funciones, que se encuentran en diferentes templos del Estado de Xochicalco, que realizaron conquistas y acciones fortalecedoras de esa entidad.

[8] Los nombres verdaderos en sus idiomas nativos de estos héroes de la resistencia del aborigen norteamericanos no han trascendido, debido a la traducción al inglés y luego al castellano, éxito de la estrategia de sumisión cultural de los colonos ingles y norteamericano.


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