Xarxa Feminista PV

El Nobel de la Paz premia el papel de la mujer en el cambio político y social

Viernes 7 de octubre de 2011

Fte. El País

El Comité Nobel de la Paz, reunido en Oslo (Noruega), ha decidido dividir el premio en tres partes este año. Tres nombres, tres mujeres, pero un mismo elogio: impulsar el papel de la mujer en el cambio político y social. Las galardonadas son la presidenta de Liberia, Ellen Johnson-Sirleaf, la también liberiana Leymah Gbowee, responsable de la organización Red de mujeres para la paz y seguridad en África, y la activista yemení Tawakul Kerman.

Las mujeres ganan el premio de la paz. GEORGINA HIGUERAS

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De izq. a dcha.: Ellen Johnson-Sirleaf, Leymah Gbowee y Tawakul Kerman.

Es la primera vez que el premio va a parar a una árabe. Tampoco, hasta ahora, el galardón que se falla en Oslo había elegido a tres mujeres -solo el 5% de los galardonados con el nobel en sus diferentes disciplinas. El presidente del comité, Thorbjoern Jagland, ha manifestado que las tres laureadas son recompensadas por "la lucha no violenta en favor de la seguridad de las mujeres y de sus derechos a participar en los procesos de paz".

Ellen Johnson Sirleaf, de 72 años, es desde 2006 la primera mujer africana de forma democrática para presidir su país. "Es un premio para todo el pueblo liberiano", ha declarado desde la capital liberiana, Monrovia. "Estoy muy contenta por el galardón", ha proseguido, según recoge AFP. "Es el resultado de mis años de lucha por la paz en este país". Sin paz no hay sexo

Leymah Gbowee, de 39 años, es una activista conocida por haber organizado el movimiento pacifista que logró poner fin a la segunda guerra civil en Liberia en 2003, lo que posibilitó precisamente la elección de Sirleaf. Gbowee, junto a otro grupo de liberianas, logró extender la huelga marital, es decir, el paro de las relaciones sexuales durante el periodo de conflicto. Y logró reunirse con el entonces presidente, Charles Taylor.

Por su parte, Tawakul Kerman, es una política yemení y activista pro derechos humanos que lidera el grupo de Mujeres Periodistas Sin Cadenas, creado en 2005. Yemén es uno de los países árabes golpeados por la ola de cambio. Su presidente, Ali Abdulá Saleh, se mantiene en el poder pese a las protestas. Durante el pronunciamiento del jurado de Oslo, Kerman se encontraba en la oración del viernes, informa Ángeles Espinosa desde Saná. "Se lo dedico a todos los jóvenes árabes que luchan contra las dictaduras", ha afirmado en conversación con EL PAÍS.

La candidatura de la ’primavera árabe’

El galardón premia a tres mujeres y echa por tierra todas las quinielas que señalaban a la primavera árabe y los rostros de la revolución en los países del Norte de África y Oriente Próximo. También se han impuesto en la carrera al Nobel a candidatos como la presidenta de la Comisión Afgana Independiente de Derechos Humanos, Sima Samar, o los cubanos Osvaldo Payá y Óscar Elías Biscet.

La opositora birmana, Aung San Suu Kyi, liberada a finales de 2010 tras varios años de arresto domiciliario, también sonó con fuerza a pesar de que ya que fue galardonada con el Nobel de la Paz en 1991. Otro de los favoritos en las encuestas fueron la organización de derechos humanos Memorial y su dirigente Svetlana Gannushkina, la abogada chechena Lidia Yusúpova, la uigur Rebiya Kadeer y el activista Serguéi Kovaliov.

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Ellen Johnson Sirleaf,

Ellen Johnson Sirleaf, de 72 años, fue la primera mujer en alcanzar la presidencia en un país africano. Heredó una Liberia destrozada por una guerra civil larga y especialmente cruel que destruyó la economía, el tejido social y el futuro de una generación de jóvenes (más de 20.000 guerrilleros desmovilizados) a los que el conflicto les robó la infancia y la educación.

El trabajo de Ellen Johnson ha sido impulsar la reconciliación, sentar las bases de un país en paz, recuperar la autoridad de los ancianos, de la ley y dejar atrás personajes tan siniestros como Charles Taylor, exguerrillero y expresidente liberiano juzgado en La Haya por sus crímenes en la vecina Sierra Leona.

No ha habido milagros, ni los habrá, pero en estos años el país de Ellen Johnson ha recuperado la autoestima, el orgullo de ser liberiano, el derecho a un futuro mejor.

Mitad Mama Sirleaf, como la llaman en la calle, mitad Dama de Hierro como la llaman sus ayudantes y sus enemigos, la presidenta prometió en una entrevista con El País en 2005 ser una implacable “dama de hierro contra la corrupción”, uno de los cánceres de África. Cumplió no cayendo en ella, pero el problema del dinero fácil y sucio, de los atajos, de los sinvergüenzas, supera al esfuerzo de una persona.

Johnson tiene una mirada firme y directa, capaz de imponerse sin elevar la voz. La imagen de una mujer al mando en África fue muy importante para millones de mujeres africanas que son el sostén de sus familias. Y más ahora con el premio nobel de la Paz.

Con formación de economista, trabajó durante años en organismos internacionales en los que se labró fama de eficaz y honesta.

En aquella entrevista dijo que su presidencia daba visibilidad a las mujeres, que permitía impulsar un cambio de imagen. “El potencial está allí para llegar a lo más alto. Y lo mismo sucede en el resto de África. Nosotras llevamos el peso del nacimiento de la sociedad, cuidamos de los niños, buscamos agua, como usted dice, y vamos al mercado... Pero a pesar de todos los problemas, las mujeres africanas hemos conseguido un gran progreso profesional en los últimos 20 años, hemos avanzado más que las mujeres de otras partes del mundo”.

Ser presidenta de Liberia no es fácil, ni cumplir la promesa de escolarizar en cinco o 10 años a todos los niños en medio de una crisis mundial devora empleos, donaciones y ayudas. Es difícil escolarizar si los maestros cobran un salario mensual de 20 dólares.

Cuando Mama Sirleaf llegó a la presidencia en 2005 había 20 médicos en todo el país. En medio de esta recesión, Libera ha tenido que dar cobijo a sus 800.000 desplazados y refugiados por la guerra (en un país de casi cuatro millones de habitantes).

Han pasado los años, llegaron los problemas, las crisis, los fracasos y los errores, pero su imagen de Mama África sigue intacta. No es un premio nobel en falso, como otros en el pasado; este es un premio para millones de mujeres del Tercer Mundo que luchan cada día por sobrevivir, por salvar a sus hijos de enfermedades, hambre y guerras; por mantener la esperanza de que al día siguiente habrá una nueva oportunidad de vivir, de ser feliz.

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Leymah Gbowee

Leymah Gbowee: sin paz no hay sexo

La activista lideró a las mujeres de su país para presionar a sus maridos a poner fin a la guerra civil.

Como Martin Luther King, la lucha de Leymah Gbowee comenzó con un sueño. En 2002, tras 13 años de una sangrienta guerra civil que se había cobrado más de 150.000 vidas, Gbowee soñó que encabezaba una reunión en una iglesia y que comenzaría a pelear por la paz en su país. Se despertó y lo hizo. La trabajadora social liberiana y entonces madre de tres hijos (ahora tiene seis) reunió a un grupo de mujeres en un mercado y, acompañada por otra mujer, la musulmana Asatu Bah-Kenneth (Gbowee es cristiana) comenzó un movimiento que desembocó en la paz definitiva en Liberia y con la histórica elección de la primera presidenta africana, Ellen Johnson Sirleaf.

Al principio eran decenas, al final eran miles. Las mujeres se reunían en el mercado porque era el sitio donde las tropas del entonces presidente Charles Taylor reclutaba niños para llevarlos al frente en camiones que partían llenos y volvían vacíos. Así nació el Movimiento de Mujeres por la Paz en Liberia. Primero les dijeron que se fueran a su casa. No lo hicieron y, por el contrario, aumentaron las medidas. Marcharon en silencio, amenazaron con maldecir a los que contribuyeran a la guerra y se pusieron en huelga marital. Es decir: se negaron a mantener relaciones sexuales con sus maridos. “Alguien tenía que decir: ‘¡Basta!’. [A los hombres] solo dijimos ‘no más sexo’. Estábamos hartas”, recuerda en una entrevista concedida al programa estadounidense The Colbert Report en 2009.

Cuando los hombres amenazaron con romper el diálogo, las mujeres los encerraron hasta que llegaran un acuerdo

Tras meses de presión, las mujeres consiguieron una reunión con Taylor, y le obligaron a prometer que establecería un diálogo de paz con los grupos rebeldes en Ghana. Gbowee encabezó una delegación hacia Acra para supervisar el proceso. Cuando las partes estaban por romper el diálogo, tras seis semanas de conversaciones, las mujeres colocaron barricadas en cada uno de los accesos al salón donde las partes se reunían y encerraron a los hombres. Solo les permitirían salir si firmaban un acuerdo que pusiera fin a la guerra. Sus acciones trajeron la paz a su país y facilitaron el camino para la elección de la primera presidenta africana: la también ganadora del Premio Nobel de la Paz 2011,

A raíz del movimiento, las mujeres liberianas han asumido un papel de mediadoras, reuniéndose regularmente para compartir información sobre los problemas de sus comunidades. Las reuniones congregan hasta a 200 personas y se han convertido en un importante agente social en su país. Denuncian violaciones, resuelven conflictos étnicos y religiosos, ayudan a la policía para capturar a sospechosos de crímenes de género (y se aseguran que sean juzgados) y han emprendido programas para la alfabetización de su pueblo. ¿Cuál es el motor? “Nos merecemos tener un futuro. Yo quiero uno, ¡tengo hijos!”, afirmó en la citada entrevista.

El tesón de Gbowee y el Movimiento de Mujeres por la Paz en Liberia ha inspirado movimientos similares en Costa de Marfil y Nigeria, además del documental Pray the Devil back to hell (Reza para que el diablo vuelva al infierno), estrenado en el Festival de Cine de Tribeca (Nueva York) en 2008. “Hemos avanzado en nuestras metas pero los liberianos saben que, si las cosas vuelven a empeorar, volveremos”, dice en el documental.

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Tawakul Kerman

La tienda de Tawakul Kerman en la plaza de la liberación de Saná se ha convertido en una fiesta esta mañana nada más conocerse que ha sido galardonada con el Premio Nobel de la Paz por su liderazgo en la revuelta popular contra la dictadura de Yemen. No había sitio para todas las personas que han acudido a felicitarla. Ataviada con un pañuelo rojo y la tradicional abaya negra, Tawakul repetía una y otra vez: “Estoy muy feliz”. “Este no es un premio solo para mí. Es un premio para el pueblo de Yemen, para los mártires, para las mujeres, para los jóvenes, se lo dedico a todos los jóvenes árabes que se han levantado contra las dictaduras en Túnez, en Egipto, en Libia y en Siria”, añadió.

Tawakul no tenía manos para atender las llamadas de teléfono de los medios de comunicación de todo el mundo. Una y otra vez repetía que esto es un reconocimiento del camino pacifico de la revolución de los jóvenes yemeníes. “Estamos al final de la revolución, vamos a conseguir la victoria y lo seguiremos haciendo por la vía pacífica”.

Tawakul Kerman recibió a EL PAÍS en la plaza el pasado mes de mayo, y relató la dureza de la lucha por la democracia en su país, que aún no ha conseguido.

Entrevista

El País- Ängeles espinosa

Tawakul Kerman (Taiz, 1979) es una mujer con una misión: lograr que dimita el presidente Ali Abdalá Saleh. Y a ello dedica las 24 horas del día desde que el 23 de febrero decidió acampar en la plaza de la Universidad de Saná. Al principio fueron solo unos cientos. Ahora son miles. Tawakul asegura que "los revolucionarios no tienen líder ni portavoz", pero la mayoría está de acuerdo en que ella es una de las voces más autorizadas de la protesta.

Me ha citado en su tienda. Razones de militancia y de seguridad aconsejan que no se aleje del campamento. Está amenazada de muerte. "Tomo en serio esas amenazas, en especial desde que el presidente llamó a uno de mis hermanos para instarle a que me sujetaran en casa", explica sin aspavientos, tras haber pedido una botella de agua que alguien trae desde un puesto cercano. Esta corresponsal le ha llevado unas pastas.

Le expreso mi sorpresa por que en un país en el que las mujeres se esconden detrás del niqab (un velo que solo deja ver los ojos) ella se haya convertido en símbolo. Sonríe. A cara descubierta. "Ese encierro fomentado desde el poder va en contra de nuestra tradición ancestral en la que el papel de la mujer siempre ha sido muy importante", defiende. "Esta revolución nos ha permitido demostrar que la sociedad yemení puede aceptar una mujer activa".

La revolución, al zaura en árabe, es como los jóvenes se refieren al movimiento popular que, inspirado por las revueltas de Túnez y Egipto, intenta alumbrar un nuevo Yemen. "Queremos un Estado de derecho, democrático, donde se respeten los derechos humanos y todos seamos iguales", declara Tawakul que está haciendo un máster en Ciencias Políticas. Para ella, "los jóvenes y las mujeres son la garantía de ese nuevo país". No ve ningún problema en la amalgama de grupos a los que apenas une su deseo de echar a Saleh. "Esa diversidad es un signo de democracia", señala.

La quinta de 10 hermanos (siete chicas y tres chicos), Tawakul venía guerrera desde niña. "Las profesoras me consideraban indisciplinada porque siempre agitaba a mis compañeras para protestar o exigir nuestros derechos", admite. Ese liderazgo innato se orientó a partir de su paso por la universidad hacia la defensa de la libertad de expresión. Fundó Periodistas Sin Cadenas. Su activismo le costó varias detenciones.

"Nunca estuve más de cuatro horas en la cárcel", trata de quitar importancia. Hasta el 22 de enero. Ese día la policía la detuvo cuando regresaba a casa con su marido tras haber participado en una de las primeras manifestaciones de la revolución. Cuando al día siguiente, ante las protestas en todo el país, quisieron ponerla en libertad, se negó hasta que la otra veintena de activistas encarcelados corrieran la misma suerte. La revuelta yemení ya tenía su heroína.

Los medios oficiales la vilipendian. La televisión estatal la responsabiliza de todos los actos de violencia, aunque ella insiste en mantener la vía pacífica. Sabe que es la bestia negra del régimen. "No tengo miedo porque trabajo por la libertad y la dignidad, y estoy dispuesta a dar mi vida por ello".

Pero el sacrificio es grande. Sus tres hijos han quedado al cuidado de su madre. "Vienen a visitarme a la tienda". ¿Y qué opina su marido? "Pregúntele a él", responde señalando una partición de la carpa donde los hombres aún duermen.

Hitos que aún hacen falta

El País- Berna González Harbour

Podríamos decir que cada una de las tres mujeres premiadas podría merecer su propio Nobel, como la mayoría de los hombres anteriormente premiados. ¿Por qué un tercio a cada una?

Pero hoy eso no importa. El mensaje que acaba de lanzar el Comité del Nobel es el que importa: hay que recuperar el tiempo perdido, hay que afianzar la convicción que al fin empieza a extenderse en las grandes instituciones a pesar del retraso que sufren con respecto a la sociedad real. Y es que la mujer no sólo es igual; es que debe ser reconocida y visible.

Ya sabíamos que la mujer había saltado a la universidad en los países árabes, a puestos cada vez más activos en sus ámbitos en Latinoamérica o Asia y que está aprendiendo a trazar una frontera ante la violencia machista en Europa. Son mayoría en buena parte de las facultades árabes y empiezan a superar a los hombres en carreras como las judiciales o médicas en España. La representación en los altos cargos y la visibilidad en el poder es, sin embargo, una de las grandes asignaturas pendientes del siglo.

Mucho está por hacer, pero el goteo de buenas noticias empieza a sembrar esperanzas en un sector del mundo, el que abraza la modernidad sin importar su género, que desea ver iconos que funcionen como espejos de la sociedad real. Mientras las mujeres aún deben pelear por su posición en las listas del PSOE, mientras los periódicos aún ofrecemos imágenes de consejos de administración y otros órganos de poder de otro siglo como si pertenecieran a este, los hitos empiezan a no estar aislados: la llegada de Dilma Rousseff a la presidencia en Brasil, una mujer que ha sacado el látigo contra la corrupción y los excesos en los sueldos de cargos públicos, es uno de los últimos; la llegada de Christine Lagarde al frente del Fondo Monetario Internacional (FMI) tras su éxito en la cartera de Economía en Francia, es otro; y el acceso por primera vez de una mujer, Jill Abramson, a la dirección de The New York Times, la meca del periodismo occidental, también trae esperanzas.

La Unión Europea ha dado un año a los Gobiernos para que adopten medidas más que disuasorias para favorecer la igualdad en los mandos de las empresas. Noruega ya lo ha impuesto con éxito. Las voluntarias no sirven, pues quien decide tiende a ver sólo a sus semejantes. La acción de la UE puede ser otro símbolo.

Así que hoy, decíamos, los hitos empiezan a amontonarse como una señal incómoda para quienes aún no se han apuntado a ellos. El Nobel que premia el papel de la mujer en los cambios polítiicos y en la transformación del mundo es otro de ellos. Quién sabe si, más pronto de lo que creíamos, situar mujeres en igual posición que los hombres dejará de ser noticia.

Pero, hoy por hoy, los hitos aún nos hacen falta.

Solo un 5% de premios nobel para mujeres

Por Charo Nogueira

Blogs ELPAIS.com

Lo suscribiría cualquier feminista, pero lo decía esta mañana el presidente del comité del premio Nobel de la Paz, Thorbjoern Jagland: “No podemos lograr la democracia y una paz duradera en el mundo a menos que las mujeres obtengan las mismas oportunidades que los hombres para influir en el desarrollo de la sociedad en todos los niveles”. El galardón acaba de distinguir a tres mujeres: la presidenta de Liberia y primera de África, Ellen Johnson-Sirleaf, que se hizo cargo de un país arruinado por la guerra; la activista de ese mismo país Leymah Gbowee, organizadora de una “huelga de sexo” contra la contienda civil, y la yemení Tawakkul Karman, luchadora por la democracia y una de las protagonistas de la “primavera árabe”. Con ellas, los Nobel atenúan su peso masculino: de los 909 galardonados desde 1901 en todas las categorías, 44 han ido a manos de mujeres, menos del 5%. El de la Paz es el más feminizado: 15 premiadas.

Una buena noticia para quienes defienden que el siglo XXI debe ser el siglo de las mujeres, la centuria en la que, por fin, ellas y ellos disfruten de una igualdad real en todos los aspectos y ámbitos, desde los consejos de administración hasta el caminar solas de noche sin riesgo. Desde el poder político al económico pasando por el derecho a decidir su destino. Esa igualdad, ese empoderamiento de las mujeres, es algo por lo que también luchó la que hasta ahora era la última ganadora del Nobel de la Paz, la keniana Wangari Maathai, fallecida el mes pasado.

Un objetivo aún lejano y al que el comité del Nobel noruego se muestra sensible. Noticias como esta no cambian el día a día, pero contribuyen a impulsar el gran cambio: que ellas cuenten tanto como ellos en un camino que no admite marcha atrás. Lo han demostrado las mujeres árabes que también han salido a la calle a defender los cambios, aunque a menudo hayan tenido que sufrir una represión extra, como los test de virginidad. Lo han demostrado también las mujeres de Sierra Leona o de Ruanda, que rehacen sus países tras el arrase bélico.

¿Por qué el Nobel de la Paz es el que ha distinguido a más mujeres? Quizá porque para optar a él no es imprescindible haber ido a la universidad. Lo que cuenta es haber dado pasos para lograr un mundo mejor, una tarea que para muchas empieza en cómo mejorar la vida de sus familias, de su entorno más próximo. A veces el activismo empieza desde tan abajo.

Las olvidadas por la Academias. Lidia Falcón, Fte. Público

Ellen Johnson-Sirleaf, Leymah Gbowee, y yemení Tawakul Kerman..-Vídeos. Fte. Público

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