Xarxa Feminista PV

Al albur de las hormonas. Viqui Cervera

Viernes 1ro de julio de 2005

AL ALBUR DE LAS HORMONAS

Por Viqui Cervera

Capítulo primero: incrédula

O muchos meses de reglas enloquecidas

He ido a la gine. Tengo la regla loca o muy loca. Me ha dicho que es la perimenopausia, que tenga paciencia con los cambios que iré experimentando, que tome hierro si hay hemorragia y mucha soja... ¡soja, soja! esta ginecóloga mía es una hippy trasnochada, voy a gastarme yo dinero en unas pastillitas de hierbas que no paga la seguridad social. ¿que me viene la regla? Compresa, que el tampax ya me cuesta ¿que no me viene? Mejor para ir a la playa. Todo menos darme algo para evitar las tetas hinchadas y pesadas antes de que venga. ¡Si es que no investigan! Si los hombres tuvieran la regla verías tú cómo llenaban las farmacias de productos...

Perimenopausia!!! A todo le `ponen nombre y síntomas, así vamos, luego mi compañera de trabajo, Hortensia, llama tan tranquila “que no puedo ir hoy que he tenido una hemorragia terrible” esa sí que es una perimalcriada!!

¿Y Teresa? ¿Pues no me colocó el otro día el libro ese...cómo era.... El cambio, de una tal Greer...? No sé por qué se empeñan algunas en que hay que prepararse para la menopausia, el arma del patriarcado para llamarnos histéricas, inestables... ¿incapaces? Anda y que les den, tantos años de feminismo para tragarnos ahora esa arma arrojadiza que le tiraban a la cara a nuestras madres Menopáusica, con una risita desdeñosa.

Capítulo segundo: digna y peleona

O muchos meses sin la regla

Esta mañana me he levantado con la sensación de que el mundo era perfectamente redondo y yo iba en patinete comiéndome el aire, deslizando mi seguridad por los caminos. El trabajo, mi pareja, mis amigas, mi estúpida familia, los asuntos pendientes en la agenda eran las piezas de un rompecabezas infantil, tan fácil, que he decidido suspender esa sesión de masaje que últimamente me da por concertar.

En el trabajo he sorteado las impertinencias y los problemillas habituales con unas verónicas que me habrían sacado en hombros de la plaza de toros.

Al llegar a casa y entrar en la cocina para preparar la comida la nevera, en cambio, me ha mirado mal: ni un paquete de bacon y medio brick de nata caducado ¿cómo hago esos spaguetti carbonara que me salen tan rebuenos? Mira que se lo dije cuando fue a hacer la compra: ¿hacemos la lista? ; pero no, ella sabe más que nadie lo que hay que comprar, verduritas y frutita que no falten... pues ¡hala! Un hervidito con macedonia de frutitas que las cortará ella a pedacitos bien pequeños.

¡Qué calor! Pero...¿cómo se ha ido dejando toda la casa cerrada? Ni que viviéramos en el Cantábrico... es que esta chica va a la suya... ¡hala! Y la cale programada para encenderse a las 2, luego se queja de las facturas...

Con lo contenta que estaba esta mañana y ya me he puesto de mal humor ¿Por qué habré cancelado el masaje? Mira que pienso poco en mi, con lo que se me cargan las lumbares y las piernas.

Suena el teléfono, es Trini diciendo que la reunión de esta tarde se atrasa al miércoles porque Vicen no puede... anda que le he dicho poquito y bueno, si se creen todas que Vicen va a marcar el ritmo de nuestras reuniones van listas, me salgo del proyecto y que se apañen.

Voy a echarme la siesta del borrego que estoy muy cansada. ¡Joer, la cama sin hacer! Pues nada, que me meto por el mismo agujero, eso sí, el edredón este de mierda a hacer puñetas que menudas nochecitas me da, luego se queja de que la despierto... ¡si es que me mata de calor! ¿cuántas veces le he dicho que me despierto a media noche bañada en sudor y que tengo que salirme desnuda a la ventana para recuperar el tono? ¿Sabes qué te digo? Mejor me duermo del todo y que coma sola porque si no la tendremos y no quiero oírme otra vez aquello de “hay que ver qué rara estás”.

Capítulo tercero: graciosamente resignada

O muchos meses de vivir con Mari Meno (pausia), la nueva de la casa

Volví a la gine. Me tocaba la revisión y aproveché para decirle que llevaba ya tiempo sin la regla. Ni se inmutó. Con su tono habitual y sus “cariño”, tan valencianos, me dijo que podía ponerme un parche de hormonas para paliar los síntomas y retrasar la descalcificación. ¡Vade retro Satanás!, dije yo a lo del parche que para algo leo los artículos de Mujer y Salud. Pues mucha soja, insistió, vitaminas y calcio y a hacer ejercicio.

Elegí, por supuesto, la segunda vía en plan feministamente natural y mi farmacéutica incrementó sus ingresos con mis pastillas de isoflavonas de soja; también los incrementó el herbolario de la esquina con mis pastillas de onagra y mi médico naturista con las múltiples visitas que acababan en un sin fin de métodos alternativos para regular esa tensión que subía, ese colesterol que aparecía a pesar de que la nevera se había resignado a vivir sin bacon ni nata en su interior y, muy a mi pesar, también los incrementó la endocrina que peleaba con mis redondeces y una tripita que perdía su digno nombre para convertirse en embarazo no deseado. Eso sí, ningún gimnasio se enriqueció conmigo ¡hasta ahí podíamos llegar!

Para convivir con los mal llamados sofocos (eran verdaderos ataques nucleares) elegí el modelo cebolla que me pareció más coqueto que el modelo abanico, a pesar de que este último está muy arraigado en nuestra tierra. Primera capa: tirantes, segunda capa: manga corta, tercera y última: manguita larga. Así, ya estuviera en el trabajo, en el cine o en el bar con las amigas yo iba desplegando mis encantos con los diferentes modelos elegidos para la ocasión. Lo más difícil era secar ese sudor impertinente en la frente y en la nuca ¿la mano? Una guarrada ¿la manga? Se me salía la pluma ¿un pañuelo? Sí, quizás más elegante... así que según dónde y con quién estaba resolvía.

Los suéters gordos de lana tan chulos que tenía en el armario pasaron al baúl y del baúl a casa de amigas reglosas. El hueco de la maleta reservado para las compresas lo cedí a la bolsita de las isoflavonas y demás finuras y el edredón de la cama pasó a dormir en el armario para dejarle sitio a una mantita fina, en mi parte, que se convertía en dos mantitas (una fina y otra más potente) en la parte de mi chica.

Por las noches, aprovechaba los despertares para pasear desnuda por la casa sin temor a que el vecino me pillara y cuando me entraba el frío me abrazaba a mi chica para recuperar el calor.

Me leí el libro de Teresa, el del “cambio”. Todo era tan absurdamente natural que cuando Trini me llamaba para decir que la reunión se atrasaba porque Vicen no podía...pues eso, que vale, que bien.

Último capítulo: encantada

Volví a la gine. Otra vez me tocaba revisión y me hacía mucha ilusión decirle que el parche se lo había puesto al vecino en el ojo, para que dejara de mirar por la ventana. Le di una lección magistral de métodos alternativos para paliar los encontronazos de la convivencia con Mari Meno. Ella aguantó el chaparrón, como una alumna divertida y me devolvió la lección con una sorprendente noticia: mi útero se había secado como una pasita y era casi del tamaño de una bebé, también se estaba secando mi vagina y ..... “no sigas” le dije, ya veré yo lo que se seca y lo que no y si se seca o se casa, que las chicas de Lambda dicen que pronto nos podremos casar.

Confieso que hidraté una temporada a mi niña bonita; también me hice la densitometría, empecé a caminar, pensé seriamente en dejar de fumar, dejé los huevos fritos con patatas para las ocasiones especialmente merecedoras de tal festín, bromeé con mis curvas, exhibí mi nueva “tripita” ...

Y llegó la paz. Como las tropas se retiraron de Irak, así las hormonas se acoplaron en mi cuerpo. Mari Meno se aburrió de vivir conmigo y, la muy maleducada, se fue de casa dejándose allí todos sus trastitos: las capas de la cebolla, el pañuelo elegante, los paseos nocturnos, las subidas, las catástrofes que azotaban el planeta como la cólera de Aguirre cuando algo se me torcía...

Y un día, comiendo en el monte uno de esos platos deliciosos que te tiene después cuatro días a fruta y hoja de lechuga vil, mis amigas empezaron a hablar de Mari Meno quien, al parecer, se había ido a vivir con ellas; me sentía tan bien con mi linda barriguita y mi paz hormonal que solté aquello de “chicas, no os podéis imaginar que maravilloso es no vivir al albur de las hormonas”.

FIN

A Carmiña, que me invitó a escribir algo con este título, con todo mi cariño.

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