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#YoTambién he sufrido agresiones sexuales

Viernes 3 de noviembre de 2017

En la medida que más y más mujeres nos atrevamos a explicar lo que nos ha sucedido será más difícil cuestionar la realidad. Hablar es conjurar la culpa, es estampar la violencia sufrida en la arena social

Nuria Alabao ctxt

31 de Octubre de 2017

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“Si todas las mujeres que han sido acosadas o agredidas sexualmente escribieran #YoTambién como estado, podríamos dar una idea de la magnitud del problema.”

Este mensaje ha recorrido las redes sociales saltando de muro en muro desde hace un par de semanas. La idea surgió en respuesta a las denuncias de actrices al productor de Hollywood Harvey Weinstein por acoso sexual y violación. Después de esto, mujeres de todo el mundo han denunciado públicamente haber sufrido agresiones o acoso en muchas profesiones, en especial en los sectores del cine, la publicidad, la moda, pero también han denunciado mujeres del cine de animación, el periodismo, la ciencia y otros muchos. La denuncia de abusos sexuales ha llegado hasta el Europarlamento. Varias eurodiputadas han afirmado que también los han padecido. En el debate, la sala vacía. Solo cinco hombres escuchaban.

Pero estos días, en las redes, otras cientos de miles se han sumado a la campaña, contando algo de sus biografías, algo íntimo –algo difícil–, porque solo diciéndolo en voz alta podemos darnos cuenta de su verdadera dimensión; de su dimensión de hecho político que nos afecta a la mayoría de mujeres en un momento u otro, con mayor o menor violencia, con más o menos consecuencias para nuestras vidas: desde piropos no solicitados hasta violaciones violentas. Si alguna virtud ha tenido esta campaña, pues, es la de revelar que la violencia sexual contra las mujeres ni es un fenómeno reciente, ni propio de un grupo específico, o de una determinada región del mundo. Lo cual no quiere decir que esté en la “naturaleza” masculina ni sea transversal a todas las formas de organización social; solo evidencia la extensión mayoritaria de la cultura patriarcal –machista– sostenida por un capitalismo triunfante que aprovecha y refuerza cualquier subordinación que le facilite producir más y expropiar mejor ese valor producido. La forma en la que se ha construido mayoritariamente la sexualidad masculina que hace posibles y naturales esas agresiones demuestra esa realidad: la del ejercicio del poder. La primera vez que me di cuenta del alcance de las agresiones sexuales fue en una acampada en una playa con un grupo de amigas. En un momento de la noche jugamos a contestar preguntas difíciles y alguien –todavía no sé cómo– se atrevió a interrogarnos sobre si habíamos sufrido abusos. La ronda fue demoledora. Todas teníamos algo que contar. Esa noche, entre mosquitos que no dejaban dormir, me puse a pensar en cada una de esas ocasiones en las que me había sucedido a mí. Muchas de ellas no las consideraba ni como agresiones. ¿Un amigo que se propasa en tu propia casa aunque le digas una y otra vez que no quieres una agresión sexual? ¿Las que suceden en el contexto de una relación sexual lo son? Cuando me sucedieron tuve que procesar después para convencerme de que lo que no quieres hacer y para lo cual no has dado tu permiso, sí, eso también es una agresión sexual o incluso una violación.

Otras experiencias simplemente las había conseguido enterrar porque me molestaba pensar en ellas. Demasiadas implicaciones para los que tienes cerca y demasiado complicado o duro explicarlo públicamente, por ejemplo en un artículo como este. ¿Cuántas veces estas agresiones suceden en un ámbito familiar o dentro de relaciones de pareja o en citas románticas? ¿Cuántas heridas secretas nos acompañan? Aunque no siempre son experiencias traumáticas, a veces vienen con nosotras simplemente como parte de la experiencia de ser mujer. Si conseguimos darles una dimensión social, es decir, política, si conseguimos convertirlas en experiencias que se pueden procesar juntas en espacios colectivos podemos zafarnos de tener que arrastrarlas como un peso. Para eso también sirven los colectivos feministas.

Sin embargo, a veces las tonalidades de la culpa son infinitas, y encima hay que lidiar con esa culpa en soledad, porque en ocasiones también callamos para no hacer sufrir a los que queremos, por sentido de la responsabilidad hacia el entorno, porque así nos han educado. Contradicciones: a veces dolería más contarlo –por las consecuencias sociales– que lo que duele el hecho en sí. Y bueno, no siempre somos heroínas. Tampoco víctimas: reconocer las agresiones no nos deja impotentes. Es un acto de afirmación.

La ley del silencio

Por tanto, #YoTambién ha sido liberador, una toma de la palabra colectiva, aunque callemos algunas cosas, por culpa o vergüenza. Porque hemos intentado desacralizar el sexo, pero no lo hemos conseguido. Una violación o un abuso no es solo una violencia sobre el cuerpo, es algo más. Nos empeñamos mucho en decirlo con el paradójico resultado de que cuanto más lo decimos, más lo reforzamos como algo capaz de herirnos en lo más íntimo. Ese “algo más” es lo que impone su ley del silencio, lo que hace tan difícil hablarlo públicamente y donde están contenidas también la culpa y la vergüenza. ¿Quieres que todo el mundo te vea como alguien a la que eso le ha sucedido? La sexualidad femenina era algo que debía ser preservado para la familia, para la reproducción del linaje paterno. La responsabilidad de las transgresiones se hacía recaer en las propias mujeres. ¿Cuánto queda de eso todavía? En una entrevista reciente, la artista Jana Leo explicaba que desde que narró su violación las universidades no se atrevían a contratarla como profesora. A veces, hablar tiene un precio.

Cuando callamos, no queremos pagar ese precio pero también tenemos miedo a ser cuestionadas. Cuenta la escritora y cineasta Virginie Despentes que cuando publicó Teoría King Kong (Melusina, 2007), donde narra su propia violación, innumerables mujeres se le acercaban para contarle todo tipo de casos parecidos sufridos en carne propia: “Esta situación se repetía tan a menudo que me resultaba molesta, y en un primer momento, me preguntaba si mentían. En nuestra cultura, desde la Biblia y la historia de José en Egipto, la palabra de la mujer que acusa al hombre de haberla violado es una palabra que ponemos inmediatamente en duda. He aquí un hecho aglutinador que conecta todas las clases sociales, todas las generaciones, todos los cuerpos y todos los caracteres.”

En la medida que más y más mujeres nos atrevamos a explicar lo que nos ha sucedido será más difícil cuestionar la realidad. Hablar es conjurar la culpa, es estampar la violencia sufrida en la arena social. Es revulsivo. Y no nos convierte necesariamente en víctimas dolientes. Como dice Virginie Despentes en Teoría King Kong: “Somos mujeres que hemos salido de casa”, que es donde nos decían que nos quedásemos para no ponernos en peligro, porque en casa de papá y mamá –o del marido– “no pasaba nada interesante”.

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