Xarxa Feminista PV

Yo te quiero, hermana

Lunes 12 de noviembre de 2018

Conscientes de haber dejado fuera a muchas, el feminismo se abre al diálogo y al cuestionamiento continuo. Esa es nuestra apuesta. Esa es nuestra manera de cuidarnos

Andrea Momoitio 08-11-2018 CTXT

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Salida de La Melaza y Afrogama en Montevideo, el pasado 8 de marzo de 2018. Mediared

Nadie vaya a creer que sigo a Mr. Wonderful en Instagram o que he hecho algún curso de terapia Gestalt con perspectiva de género, pero, si me preguntan qué puede aportar el feminismo para cambiar el mundo, sólo se me ocurren un par de respuestas. Las dos, claro, muy optimistas. La primera, que ya hemos hecho infinidad de aportaciones y que valdría con hacer un repaso a nuestra genealogía como pensamiento para dar respuesta a este interrogante y, en segundo lugar, que nuestra gran aportación tiene que ver con nuestras formas de relacionarnos entre nosotras, con otras personas y con el entorno. Aprendimos de Kate Millet que lo personal es político, pero sabemos que, para que así sea, se necesita de un ejercicio de politización consciente y coherente. Marcela Lagarde nos ha explicado, en infinidad de ocasiones, que la sororidad entre mujeres* es una de las estrategias más útiles para erradicar el sistema heteropatriarcal. Amandine Fulchiron sabe que solo podemos sanarnos en grupo. Audre Lorde escribió a sus vecinas, a sus hermanas; Coral Herrera cuestiona el amor romántico; Brigitte Vasallo nos acerca a las alternativas del poliamor; todas llevamos años cuestionando la rivalidad entre mujeres*, la misoginia, la heterosexualidad, la familia, los cuidados impuestos y su lógica global para denunciar que el sistema capitalista se sostiene, más allá del sistema de clases, en el trabajo no remunerado e invisible que hacemos las mujeres*. De Silvia Federici hemos aprendido que la revolución se hace entre fogones y manteles. Las feministas denunciamos la falta de reconocimiento de las redes de afecto más informales, esas que tejemos las mujeres* en las puertas de nuestras casas con tanta destreza, con el cuidado y el cariño con el que se hace también una trenza, como explica tan bonito Mar Gallego.

El movimiento feminista es, en sí mismo, soñador y revolucionario. Sus planteamientos, radicales en todas las acepciones de este término, tienen planeado para nosotras un mundo completamente distinto al que conocemos ahora. Desde la economía al urbanismo con perspectiva de género pasando por la crítica al canon en el arte o a la objetividad en la ciencia, las feministas estamos tomando poco a poco todos los espacios. En algunos, avanzamos como las termitas y, en otros, como la carcoma. Pero en cualquier caso, no dejaremos estructura sin debilitar. Tenemos para todo, compañeras. Todas las ideas que hemos planteado ya, y las miles de ellas que nos quedan por proponer, parten del más puro romanticismo, aunque seamos nosotras, precisamente, quienes más hemos cuestionado ese concepto. Porque sabemos, como también escribió la gran Millet, que el amor ha sido el opio de las mujeres*: “Mientras nosotras amábamos, los hombres gobernaban”, pero, ni mucho menos, nos negamos por ello a dejar de amar. Quizá, y mirad que, con lo revolucionario que es el feminismo, es curioso que esta idea posiblemente sea una de las que más cuesta que cale. Lo que tenemos que hacer es dejar de amarlos a ellos.

Una de las grandes aportaciones del movimiento feminista, aunque sorprendentemente se ha hecho, sobre todo, desde la perspectiva heterosexual, es el cuestionamiento y la transformación de nuestras relaciones más íntimas y personales porque sabemos que son causa y efecto de múltiples violencias. El amor es la antesala de casi todas las hostias que nos llevamos las mujeres* a lo largo y ancho de toda nuestra vida. Por eso, más allá de cuestionar los modelos de pareja que impone el sistema patriarcal, yo necesito que el feminismo proponga como medida urgente que vayamos con nuestras amigas al supermercado y al médico, que establezcamos relaciones sexoafectivas al margen de la heterosexualidad obligatoria, una red de cuidados para que todas las mujeres* sepan que, si están en apuros, siempre tendrán alguna compañera cerca. Un feminismo que nos ayude a sanar, a perdonar a nuestras madres, reconocer las resistencias y rebeldías de nuestras abuelas; a reivindicar los saberes tradicionales de las mujeres*, perdidos entre grandes y violentos logros masculino. Queremos querer, ser queridas y respetadas; disfrutar de nuestros cuerpos y de los de nuestras compañeras, mirarnos al espejo y vernos bellas, rompiendo así el ideal de belleza que nos han impuesto. Las feministas buscamos generar redes de afecto, tejerlas, cuidarlas, mimarlas, dejar de lado todos los qué-dirán porque ya-sabemos-lo-que-piensan-y-nos-da-igual. El movimiento feminista es, probablemente, el movimiento social que más cambios sociales ha logrado de manera pacífica y creativa. Hemos tomado, sin pausa y con mucha prisa, todos los espacios que se nos han negado tradicionalmente y, estoy convencida, somos también uno de los movimientos que más se revisa a sí mismo. Conscientes de haber dejado fuera a muchas de nuestras hermanas, –esas que no son heteros, blancas, payas, europeas, de clase media– el feminismo, con sus aciertos e innumerables errores, se abre al diálogo y al cuestionamiento continuo. Esa es nuestra apuesta. Esa es nuestra manera de cuidarnos.


Andrea Momoitio es periodista y coordinadora de Pikara Magazine.

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