Xarxa Feminista PV

#YesAllWhite: Yo soy racista

Jueves 14 de octubre de 2021

Cristina Fallarás 12 octubre 2021 Público

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Gabriela Wiener, autora de la novela ’Huaco retrato’. / Sofía Álvarez (Literatura Random House)

He dado muchas vueltas para escribir este artículo y enfrentar la barbarie del llamado Día de la Hispanidad, desde dónde hacerlo. Por supuesto, desde mi ser blanca y española. De ninguna manera puedo escribir sobre este asunto desde un pretendido antirracismo. Lo voy aprendiendo poco a poco y casi todo lo que sé sobre cómo narrarme ahí se lo debo a Gabriela Wiener. Tras leer su última novela, la magnífica Huaco retrato, no puedo quedarme en detallar la perversidad que evidencia el supremacismo de José María Aznar, Isabel Díaz Ayuso o Toni Cantó. Yo estoy ahí. Soy con ellos. Yo no puedo ponerme en el lugar de la agredida porque formo parte de los agresores. Así de claro y así de terrible. Y no hay flagelación ni autocompasión en lo que escribo. Lo hago desde la frialdad de un análisis balbuceante.

Yo soy racista.

Desde que empecé mi lucha contra la violencia machista, y sobre todo en los últimos años, en los que van apareciendo "compañeros" que se "solidarizan" con nosotras, he mantenido que todos los hombres son agresores. Me he ganado, como es comprensible, todo tipo de desprecios y cositas más gordas, lo cual me importa un pimiento y no modifica en absoluto lo que pienso. Ni siquiera me ha llevado a replanteármelo. Tras el #MeToo apareció una corriente masculina que quiso salvarse montada en el consiguiente #NotAllMen, o sea, que sí, que hay violencia machista pero no todos los hombres somos iguales, yo no la practico, no nos podéis meter a todos en el mismo saco blablablá. A lo que opongo el #YesAllMen. No conozco a ningún grupo macho que haya llamado a otros grupos macho a unirse para organizar una manifestación o huelga o cualquier otra acción contra la violencia machista. No conozco a hombres que dediquen su vida y se dejen la piel en tal lucha. A mujeres, sí, a miles, cientos de miles de mujeres que lo hacen. Pero su inacción es algo anecdótico, porque lo fundamental reside en el paso previo, el que no han dado ni tengo constancia de que exista más allá de cuatro ejemplos irrelevantes. El paso previo consiste en deconstruir su ser masculino tal y como lo conocemos. Podríamos llamarlo desmasculinizarse. Y vaya por delante que yo también estoy en el empeño de desmasculinizarme. Lo que llaman "nuevas masculinidades" es más de lo mismo. Cualquier masculinidad, sea nueva o vieja es masculinidad.

Su desmasculinización y la mía son acciones necesariamente paralelas. Pensaba en ello al leer a Gabriela Wiener a cerca de su proceso de descolonización. Descolonizarse. Entonces tuve que ponerme en mi lugar. De ninguna manera puedo ponerme en el lugar de Wiener, porque yo soy blanca y pertenezco al mundo "colonizador". Mi lugar es otro. De la misma manera que un hombre no puede ponerse en el lugar de una mujer. Puede, sí, proponerse desmasculinizarse. Sin ese paso previo, el resto es basura, frivolidad, patraña y autosatisfacción. Lo mismo en mi caso. Y no, no me he propuesto en ningún momento aquello a lo que Wiener se refiere con descolonizarse. Lo que quiere decir que mi lugar en el racismo es el mismo que el de los hombres en la violencia machista.

Ha hecho falta que viniera Wiener y todas las wiener del empeño descolonizador para ponerme en mi sitio, para plantarme ante las narices lo que soy. Porque yo he sido así siempre. Han tenido que ser ellas las que relaten la barbarie del colonialismo, la que sigue intacta desde hace siglos, para que yo me ponga en mi sitio. No en su lugar, algo imposible, sino en mi sitio. Hace tiempo que denunciamos que la violencia machista ha existido siempre, pero hemos tenido que llegar las violentadas y narrarla para poner a los hombres en evidencia. A todos los hombres. Lo mismo sucede con el racismo. Qué fácil me ha resultado hasta ahora definirme como antirracista y qué palmaria se me aparece ahora la falsedad.

Este país es y ha sido siempre profunda, esencialmente racista. Hasta el punto de que es lo que nos define y celebramos cada 12 de octubre. Lo celebramos. Nosotras nunca hemos dado un paso para echar abajo una estatua de Colón ni para cambiar los nombres de las calles de los llamados "conquistadores". Jamás hemos rebatido con contundencia su relato en los libros de historia, de texto o de ficción. Pero podríamos haberlo hecho. Ahora nos damos cuenta. Y aun así seguimos sin hacerlo.

Agradezco a Gabriela Wiener, y me refiero a ella porque es mi amiga, este puñetazo en mi fatuidad. Y sí, yo soy racista.

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