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Violencia sexual, investigar lo que todos sabían

Lunes 10 de marzo de 2025

Publicar informaciones sobre violencias sexuales es un proceso en el que las periodistas feministas trabajan con métodos que no pueden ser los de la investigación tradicional. Las pruebas documentales suelen ser pocas o ninguna y los testimonios delicados y duros para las fuente.

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Ilustración: Canva.

Zuriñe Rodriguez 05-03-2025 Pikara

“Ahora se ha puesto de moda lo vuestro”, me dijo un compañero de profesión hace unos meses, justo cuando acababa de publicar en El Salto el análisis y el testimonio sobre las agresiones sexuales que Iñigo Errejón, exportavoz del grupo parlamentario de Sumar, llevaba haciendo durante más de una década. “¿Por qué has tardado tanto en sacarlo?”, siguió preguntándome mientras yo wasapeaba con la mujer, fuente del artículo, para saber qué tal había amanecido, al tiempo que borraba mensajes amenazantes de hombres enfadados que solo querían violarme, matarme y hacerme responsable del presunto mal estado de salud mental al que yo había abocado al protagonista de mi información.

Podía responder a esas preguntas y a muchas otras porque llevaba años debatiendo con compañeras de profesión sobre cómo se debe cubrir la violencia sexual que los hombres ejercen en espacios de poder, sobre cómo podemos destapar grandes casos y a la vez explicar lo estructural sin caer en amarillismo, pero mostrando la bestialidad que es la violencia sexual. La eclosión de la fuerza feminista, la ruptura de algunas complicidades masculinas y la confianza que las victimas están depositando en periodistas feministas –que no en los medios de comunicación– es lo que está permitiendo que podamos escribir, publicar e incidir en el poder. No es una moda, es estrategia y disciplina.

La periodista de El País, Ana Marcos, destapó el caso del director de cine Carlos Vermut y las periodistas de El Salto, Aurora Báez y Susana Sarrión, publicaron la investigación que recoge la denuncia por abuso sexual a nueve alumnas de una escuela de teatro de Granada. Maialen Ferreira, del eldiario.es, por su parte, siguió el caso de abusos sexuales del entrenador de baloncesto del Lointek Gernika. Todas ellas fueron investigaciones largas que obtuvieron cambios y que han traído efectos judiciales y sociales. Otras periodistas como Maite Asensio, del periódico vasco Berria, llevan años cubriendo la violencia sexual y marcando una línea editorial feminista que nos posibilite un periodismo que vaya más allá de responder a la actualidad. Las seis coincidimos en que son tres los retos más urgentes: acordar un método de investigación que nos sea útil, contar con más recursos para llevar a cabo las investigaciones periodísticas y dotarnos de herramientas de protección para nosotras mismas y para las víctimas. Hemos dialogado juntas para Pikara Magazine sobre los obstáculos, las decisiones, los efectos y lo que vamos logrando en el periodismo feminista sobre agresiones sexuales.

Todo el mundo lo sabía y nosotras lo investigamos

“Lo sabía todo el mundo” ha sido la excusa patriarcal perfecta durante muchos años para que en las redacciones de los grandes medios de comunicación la violencia sexual no se haya investigado o haya quedado relegada a la sección de sucesos. Sin embargo, cuando las víctimas han empezado a hablar en redes sociales o las denuncias públicas han aflorado tras algún acto público donde ha habido testigos, el rumor ha pasado de ser un mero chisme a una posibilidad de investigación o un hilo sobre el que tirar para convencer a las direcciones de los medios, históricamente reticentes, de que “este tema merece”.

Así es como las periodistas hemos comenzado a investigar, “muchas veces solas y sin saber muy bien cómo”, explican Báez y Ferreira. En otras ocasiones, como en el caso liderado por Ana Marcos en El País, se han creado equipos de investigación que son puntuales, pero que no constituyen secciones sólidas como pueden ser los encargados de investigar la corrupción. “El personal que investiga la violencia sexual está a la vez con otros temas”, explica Marcos, lo que imposibilita dedicarle el tiempo y el mimo que merece.

En el periodismo de investigación es habitual, además, tener una abogada o abogado que guíe el proceso, y en el caso de las violencias sexuales casi no se suele contar con él o ella hasta el final, aseguran, por lo que los recursos suelen ser limitados o llegan tarde, dejando a las periodistas expuestas y vulnerables. “Las historias que escuchas son duras y, a veces, te remueven y paralizan”, dice Sarrión, quien cree que sería bueno contar con atención psicológica para las periodistas. “Te aflora el miedo a revictimizar a tus fuentes y la culpa por los efectos que puedan tener la difusión de la información en ellas”, añade Ferreira.

Un método propio

Empezar a investigar no es sencillo, reconoce Báez, porque “no vale el método clásico del periodismo de investigación”, que está centrado en fuentes documentales, filtraciones judiciales y policiales e informes con datos asépticos. Cuando tienes esas fuentes, además, “suelen reproducir el marco de la enemistad entre las partes y no el de la violencia sexual”, explica por su parte Asensio. “La violencia sexual no deja rastro documental”, insiste Marcos, por lo que el testimonio de las víctimas se convierte en la prueba fundamental sobre la que armar la investigación periodística.

El testimonio, sin embargo, tampoco se puede recoger con las técnicas clásicas de entrevista que nos han enseñado en las facultades de periodismo, porque “las víctimas necesitan sus tiempos. A veces puedes grabar y otras no y tienden a quebrarse durante el proceso”, describe Sarrión. Esto hace que “la investigación puede caerse en cualquier momento y debes volver a empezar sin juzgar las decisiones de las fuentes, porque además de tus fuentes son, sobre todo, las víctimas”, afirma Báez. En resumidas cuentas, el periodismo de investigación ha tendido a hacerse desde parámetros patriarcales y extractivistas de la información que, ahora, más que una guía para investigar la violencia sexual son un obstáculo que hace urgente consensuar un método común feminista.

Ahora bien, los testimonios tienen sus límites porque pueden convertirse en algo rutinario y ligado a la actualidad más inmediata que “nos lleve a las periodistas a hacer malabarismos para explicar lo estructural de la violencia sexual”, apunta Asensio. Por ello, en Berria utilizan la fórmula del reportaje calmado a posteriori. Es decir, más allá de la información cotidiana sobre los casos de violencia sexual, se trabaja en reportajes posteriores y de largo recorrido que ayudan a explicar los mecanismos que operan tras esta violencia. Es algo parecido a los que Báez y Sarrión proponen cuando hablan de generar un mapa reportajeado del modus operandi de la violencia sexual. “Es vestir los testimonios con reportajes y entrevistas paralelas que ayudan a poner contexto y huir del amarillismo”, explican ambas. Un buen ejemplo de este tipo de periodismo sería el proyecto Por todas de La Marea, o la propia Pikara Magazine, que tiene entre sus razones de ser la de explicar lo estructural del patriarcado y sus violencias.

La urgencia de la actualidad, sin embargo, no siempre permite trabajar con tiempo porque la información no es de cosecha propia, sino que estalla en la opinión pública, como fueron el caso de Errejón o de Rubiales. En tal caso, poner en circulación lo antes posible un análisis feminista que explique cómo opera la violencia sexual, la impunidad que le rodea y el poder de los hombres puede ser efectivo para establecer un marco feminista en la opinión pública que desactive análisis simplistas y partidarios. Los análisis feministas de urgencia deben publicarse en cuanto estalla el caso porque la opinión pública y publicada los necesita.

El rigor del espacio seguro

Contrastar cada información es fundamental para la buena praxis periodística, pero contrastar no significa confrontar informaciones o versiones entre agresor y agredida. El periodismo debe ser un espacio seguro para las víctimas y un lugar incómodo para los agresores. Las periodistas nos encontramos con la constante duda de cuándo es el mejor momento para llamar al agresor y avisarle de que esa información va a ser publicada, de si se debe añadir o no en la información en la que aparece el testimonio de la víctima la versión de su agresor o si esto puede revictimizarla. También nos preguntamos si es necesario o no llamarle cuando este ya ha reconocido hechos similares. ¿Avisarle puede poner en riesgo a la víctima y a la periodista? Esta es la duda que constantemente ronda en la cabeza de quienes investigamos violencia sexual.

El rigor es absolutamente necesario y por ello las periodistas revisamos conversaciones entre las partes, localizamos correos electrónicos, entrevistamos a personas implicadas y a la red de las víctimas, buscamos facturas, documentos internos y localizamos casos similares. También revisamos el funcionamiento de los protocolos para encontrar qué parte de la cadena de responsabilidades ha fallado. Es un trabajo de cirugía periodística que “permite armar la historia, que todo concuerde y que el relato de la víctima sea coherente con el trabajo periodístico”, explica Báez.

Ese proceso de contrastar la información es complejo y está lejos de ser inocuo porque, entre otras cosas, implica entrar en la intimidad de las denunciantes de los abusos, que son nuestras fuentes, lo que suele tener efectos en sus vidas y en su salud mental. En el caso del testimonio de agresiones de Errejón que se publicó en El Salto, se revisaron más de seis meses de conversaciones de Telegram sobre las que se preguntó a la fuente para armar más rigurosamente la historia. Esto supuso que ella reviviera la agresión y que aflorase la culpa y el miedo a las represalias que pudiese tener. “No podemos evitar esos dolores, pero sí acompañarlos”, propone Marcos. Un acompañamiento feminista que informe y prevea a la fuente de los posibles efectos que traerá la publicación de historia, que defienda su derecho a narrar y que “negocie con ella hasta la última coma de lo que vayamos a publicar”, defiende Sarrión.

Detalles que contextualizan y anonimato que protege

Hasta dónde publicar es otro de los quebraderos de cabeza de las periodistas y su obsesión es no caer en el amarillismo, pero ser, a su vez, contundentes en la explicación. Algunas élites patriarcales han defendido no dar detalles porque eso puede motivar la carnaza, en lo que Marcos define como un “ejercicio de reduccionismo íntimo” o como el clásico “los trapos sucios se limpian en casa”. Los detalles son necesarios siempre que ayuden a explicar el marco de violencia que opera tras ellos y deben ir acompañados de explicaciones que los contextualicen. No hay ningún problema en contar cómo el agresor hacía uso de determinadas prácticas sexuales legítimas y democráticas para agredir a las víctimas, como fue el caso de Vermut o Errejón con el BDSM. La clave para una buena cobertura feminista es explicar que esas prácticas son democráticas y consentidas y demostrar con la investigación periodística que en ese caso puede que no lo fueron o constituyeron el modus operandi para ejecutar impunemente las agresiones sexuales. Es decir, la investigación periodística busca demostrar cómo opera el poder patriarcal a través de la herramienta de la violencia sexual.

El anonimato o no de las víctimas también está siendo un elemento de debate público tanto en redes como en círculos periodísticos. Sin embargo, es más una obsesión de las élites patriarcales que de las propias periodistas que tenemos clara su validez. “Las investigaciones sobre corrupción política están llenas de fuentes anónimas y no se cuestionan nunca”, alerta Marcos, pero a las mujeres se les pide dar su nombre y apellido para dar validez a su historia. “Las mujeres ya dan la cara cuando nos muestran mensajes, pruebas y documentos a las periodistas”, continúa Marcos. La periodista tiene claro que las mujeres hablan por responsabilidad y no porque ganen nada, y trae a colación todo el cuestionamiento que Elisa Mouliaá está recibiendo.

En este sentido, existe la declaración jurada frente a notaría o la grabación en audio, por si la fuente consiente reproducir su historia en los términos de pseudónimos acordados frente a la justicia. Exigir desvelar la fuente a las periodistas es una técnica de presión misógina que solo busca exponer y agredir a las víctimas. Y también tiene como objetivo acallar a las periodistas.

Controlar la voladura

Tras todo ese proceso llega la publicación y allí “la historia echa a andar por sí sola”, dice Sarrión y, a veces, “no puedes controlar lo que otros medios hacen con ella”. Es habitual que medios que no cuentan con especialistas de género o que están vinculados a la derecha mediática reproduzcan parcialmente y de forma interesada la noticia, pudiendo revictimizar a las denunciantes y omitiendo todo el contexto; generando, ellos sí, un ambiente de carnaza.

De hecho, muchas de nosotras hemos recibido llamadas de medios generalistas en las que directamente se nos ha presionado para que les facilitemos el número de teléfono de las víctimas, ofreciendo a cambio acudir a sus programas y cobrar si desvelamos nuestra fuente. Otros medios, sin embargo, han buscado a las periodistas sin intenciones espurias, con el objetivo de que les ayuden a entender qué sucede. Decidir cómo se hace la cobertura más allá de los medios en los que publicamos y cómo divulgamos nuestras informaciones también es fundamental para seguir construyendo ese método que necesitamos.

Muchas veces se nos achaca esa voladura incontrolada que se genera a las periodistas que hemos trabajado de forma feminista la información, como si fuésemos las responsables de un ecosistema mediático profundamente misógino. Lo hemos podido ver a raíz de la investigación publicada por Ana Requena en el caso del exdirigente de Podemos Juan Carlos Monedero. La campaña mediática contra la periodista se centra en acusarla, a ella y a su medio, de no publicar casos conocidos de Errejón y del periodista del mismo diario Peio Riaño, esto a pesar de que Requena ha dicho varias veces que no contaban con información suficiente para ello. También se linchó a la periodista Cristina Fallarás, en este caso no por sus informaciones sino por publicar en su cuenta de Instagram un testimonio anónimo a partir del cual se desencadenaron las diversas denuncias que llevaron a Iñigo Errejón a dimitir. Prestar atención a la salud mental de las periodistas las semanas siguientes a su publicación y acuerparlas desde el feminismo se hace fundamental para que no abandonemos en nuestro empeño de investigar las agresiones sexuales y destapar a los agresores.

La caja de Pandora de las agresiones sexuales se ha abierto y se están creando las condiciones para quebrar la impunidad patriarcal de la que llevan décadas disfrutando los hombres con poder. El periodismo feminista está trabajando incansablemente en ello, de la mano de las afectadas y creando herramientas de investigación que reparen, influyan y no victimicen. Esto no ha hecho más que empezar.

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