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“Violencia económica” contra las mujeres y renta básica universal

Viernes 2 de abril de 2021

Sin fuentes de ingreso propias, la mujer pasa a depender en lo económico totalmente del varón, el cual reforzará su papel de pater familias al ser el único sustento del hogar.

Montserrat Galcerán, Catedrática de filosofía. 29 mar 2021 El Salto

Que el Tribunal Supremo reconozca, en una sentencia reciente, que el impago de las pensiones por parte de los padres divorciados es “violencia económica” contra las mujeres, es una muy buena noticia para nosotras. Hasta ahora no se había reconocido como tal, aunque abunden los casos en que los padres rehúsan pagar las pensiones alimenticias de sus hijos e hijas cuando, tras el divorcio, la custodia recae en la madre. Como consecuencia la mujer se empobrece; los gastos domésticos y las necesidades de los menores siguen siendo los mismos y, sin la contribución de los padres, recaen únicamente sobre las mujeres.

Concurren diferentes razones para esos impagos pero abunda el caso del varón resentido, vengativo o rencoroso que quiere vengarse de la ofensa recibida con el divorcio. Algunos hombres no entienden que sus mujeres quieran dejarles. Sin duda sufren una profunda herida narcisista. Especialmente si son egocéntricos consideran que el dinero que ganan debe ir en primer lugar a sufragar sus gastos propios. Los de sus hijos e hijas y los de su ex-mujer ocuparán el último lugar. Igual también hay un placer perverso en que aquella que te rechaza como marido, deba pedirte dinero para sobrevivir.

Desde una perspectiva feminista se ha señalado con frecuencia la importancia de la independencia económica para las mujeres, objetivo no fácil de conseguir. Para muchas mujeres esa independencia no deja de ser un mito: dada la precariedad de los salarios, una gran parte se va en pagar la ayuda necesaria para atender a los hijos mientras se trabaja. Una se pregunta si merece la pena esforzarse en un trabajo mal pagado dejando las hijas a cargo de otras personas cuyo pago se lleva una gran parte de lo ganado. ¿No sería mejor quedarse en casa y cuidarlas una misma?

Este planteamiento no tiene en cuenta que, sin fuentes de ingreso propias, la mujer pasa a depender en lo económico totalmente del varón, el cual reforzará su papel de pater familias al ser el único sustento del hogar. Si ya por lo general sus ingresos son mayores que los de la mujer, lo que refuerza su papel, no digamos si el suyo es el único ingreso. Su status se refuerza extraordinariamente al tiempo que el de la mujer se debilita. En mayor medida todavía dada la escasa consideración del trabajo doméstico.

Todos esos factores inciden en que algunos varones consideren las pensiones alimenticias en casos de divorcio como una especie de pena añadida que tienen que pagar por un delito que no han cometido. No es raro el caso en que se consideran víctimas de una conjura feminista que les obliga a asumir unos gastos de mantenimiento de unos hogares que ya no son los suyos y no comprenden que independientemente de lo que pueda haber sucedido entre los progenitores, los descendientes siguen necesitando recursos. Lo perciben como una merma injustificada de sus ingresos que les impide rehacer su vida como quisieran. No comprenden la violencia inserta en su comportamiento, pues siempre es fácil justificar que uno no tiene suficiente dinero ni para sí mismo, que los hijos no dejan de pedir y que la exmujer es insaciable.

Recuerdo un caso de un hombre divorciado que vivía en una ciudad diferente que su exmujer y sus hijos, cuyas pensiones no pagaba. Pero cuando iba a visitarles se alojaba en un buen hotel e invitaba a sus hijos a cenar en buenos restaurantes. En un día se gastaba el importe correspondiente a la pensión de un mes. Nunca hizo este cálculo. Para él su exmujer debía ocuparse de atender cotidianamente a los gastos domésticos. Él sólo estaba para lo extraordinario pavoneándose de su posición de privilegio. Pues bien, un primer paso para poner coto a estas conductas es visibilizarlas como “violencia económica”, en cuanto supone sustraer el dinero para necesidades básicas a personas dependientes que no tienen todavía la capacidad para valerse por sí mismas y hacia las que esos hombres-padres siguen teniendo obligaciones. Negarles el sustento es una forma de violencia que supone además empobrecer a la exmujer que deberá seguir atendiéndoles.

Tal vez con más información y más sentencias de este tipo la conducta de muchos varones cambie y se den cuenta del mucho sufrimiento que causan con esta forma de proceder.

Entretanto y dada la gran importancia de disponer de dinero en una sociedad como la nuestra, medidas alternativas como la renta básica universal contribuiría a debilitar esa violencia pues garantizaría unos recursos incondicionales a todas las personas incluidas naturalmente las mujeres. Nos haría menos dependientes económicamente. Podría desacoplar, al menos en parte, el capitalismo y el patriarcado, haciendo que las mujeres puedan ganar independencia económica no sólo con trabajos bien remunerados —lo que ha resultado esencial para las feministas de clase media— sino con dinero propio aportado por las instituciones públicas. Disminuiría la desigualdad, también desde un punto de vista de género, y beneficiaría básicamente a las mujeres con menos recursos.

Ciertamente la defensa de la renta básica universal no incorpora directamente una perspectiva de género ni cuestiona la feminización de los trabajos de reproducción. Por eso en ocasiones es discutida desde posiciones feministas. Pero eso no significa que su implantación no supusiera una mejora notable en las condiciones de vida de muchas mujeres, aumentando su autonomía. Disponer de dinero propio sería una gran ayuda en la construcción de su propia libertad que les permitiría escapar más fácilmente a esa y otras formas de violencia. No podemos olvidar el gran papel del dinero en nuestra sociedad; si negarlo a quien lo necesita y no puede procurárselo es una forma de violencia, disponer de él aseguraría las condiciones materiales de su libertad y disminuiría la dependencia de las mujeres y el poder de los maridos y exmaridos. Nos aseguraría a todas las personas mejores condiciones de convivencia.

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