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2016 "Vestí a mi hija como un chico porque no soportaba la presión para engendrar un varón"

Domingo 9 de octubre de 2016

Azita Rafaat, exdiputada y activista afgana, fue víctima de un matrimonio forzado a los 20 años. Exiliada en Suecia con sus cuatro hijas, visita estos días España para hablar de la violencia contra las mujeres en su país.

LUCÍA VILLA Público 07-10-2016

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La exdiputada y activista afgana Azita Rafaa

Azita Rafaat, de 38 años, fue diputada en el Parlamento de Afganistán y vicepresidenta del partido Derechos y Justicia, desde donde luchó por los derechos de las mujeres en su país. Quería ser médico, pero a los 20 años su padre la obligó a casarse con un hombre analfabeto mayor que ella y que ya tenía una mujer y una hija. Durante años de matrimonio forzado, sufrió las presiones, insultos y vejaciones de su marido y de su suegra para que engendrara un hijo varón, que nunca llegó. Tras dar a luz a cuatro niñas y hacerse cargo de la otra mujer e hija de su marido, dijo ’basta’. Superada por la presión, decidió raparle el pelo a su hija menor, vestirla como un chico y cambiarle de nombre, una práctica ya habitual entre las familias afganas. Ella quería demostrarle a su esposo que las mujeres podían ser tan fuertes como los hombres.

Hoy vive exiliada en Suecia para darle a sus hijas una vida lejos de las amenazas que sufren las mujeres en Afganistán. Esta semana ha visitado Madrid para ofrecer una conferencia en la Casa Encendida, desde donde ha hablado con Público sobre su situación.

¿Cómo se sintió cuando le obligaron a casarse?

Siempre estuve en contra de este tipo de matrimonios, siempre tuve en mente que lograría un futuro profesional y cuando mi padre me lo dijo fue muy difícil de aceptar. Luché muchísimo contra su decisión, discutí mucho con él, le decía: “he crecido como una mujer fuerte, como una persona que vive sus sueños, y ahora me pides que dé un giro de 180 grados y que acepte a un hombre que es un ignorante, que vive en un pueblo y que ya tiene una mujer y una hija”. Lloré sin parar durante diez días, escribí un poema donde expresé mis sentimientos y cada día le pedía a mi padre que me dejara vivir mi sueño. Le dije que me diera un respiro para estudiar y que después respetaría su decisión, pero es la voluntad de tu padre.

¿Qué posibilidades tenía de decir que no?

Esa es la parte difícil, que no puedes decir que no. Porque la tradición, la familia, la sociedad no acepta que una mujer diga que no. En el contrato de boda cualquiera puede venir en representación de la mujer y aceptar el matrimonio en su nombre. Esa es la situación, no hay posibilidad de decir que no.

¿Ha cambiado algo desde entonces?

Para la mayoría de las mujeres que viven en zonas rurales no existen derechos ni tienen acceso a una visión crítica. Para aquellas mujeres que viven próximas al activismo, en grandes ciudades o en lugares donde los niveles de educación son mayores, con colegios y universidades, la situación ha cambiado un poco. Aún así siguen sufriéndolo. Incluso si eligen por ellas mismas con quién quieren casarse toda la familia ha de aceptarlo.

Fue insultada y maltratada por no engendrar ningún varón. ¿Qué significa no tener hijos en Afganistán para una mujer?

En Afganistán existe la gran creencia entre la sociedad de que la única personas capaz de mantener una familia es un hombre. Una mujer es una discípula, alguien que debe ocuparse de todo el cuidado de la casa, trabajar 24 horas y no hacer preguntas. Son como esclavas.

Mi marido creció en esa sociedad y sigue pensando que las niñas no tienen ningún valor. Cree que invertir en una hija es malgastar tu dinero y tus recursos. Esto se ha trasmitido de generación en generación y es lo que ha hecho la vida de las mujeres más desastrosa.

Yo tenía una buena educación, una buena posición y una buena vida en Afganistán, todo hecho por mí misma, pero cuando la gente visitaba mi casa la conversación siempre empezaba igual: “¡Oh, tienes cinco hijas, qué pena. Eres una gran mujer, tienes éxito y te va bien, pero no tienes hijos!”

Decidió vestir una de sus hijas como un niño y cambiarle de nombre, una práctica que se ha vuelto ya habitual en Afganistán.

Es algo que la sociedad hace de manera normal pero de lo que nadie habla. Y las razones son dos: la primera por la presión para tener hijos, muchas veces las familias tienen hijas e hijas hasta que consiguen un varón; y cuando no lo tienen deciden tratar a una como si lo fuera. La segunda es por la inseguridad. Desde que la guerra empezó, es una manera de sobrevivir, porque existe el miedo a que sean secuestradas o violadas. Vestirlas como un niño es una manera de mantenerlas seguras. También ocurre que, debido a la guerra, muchas familias han perdido al padre o a la figura masculina de la casa y es una manera de recuperarla para poder mandarlas a trabajar y obtener algún ingreso.

¿Cómo fue su experiencia?

En mi caso, cuando ya tenía cinco hijas en casa pensé que era suficiente. Así que lo medité y tomé esta decisión porque no soportaba la presión. Quería enseñarle a mi marido que una niña es lo suficientemente fuerte para desarrollar el papel de un hijo y de una hija. ¿Un hombre es capaz de eso, de desarrollar ambos papeles? Por supuesto que no.

¿Y su marido cambió de mentalidad?

Bueno, en realidad mi marido empezó a pensar que era un niño. La manera en que le hablaba era completamente atípica a como lo hacen los hombres afganos hacia sus hijas, y ella comenzó a adquirir mucha libertad, mucha atención de su padre y tenía permiso para hacer lo que quisiera. Si teníamos invitados en casa, mi hija, convertida en un falso hijo, hablaba con ellos y dormía cerca de su padre o salía a la calle con otros chicos.

Ahora es una mujer muy guapa de 12 años que se viste como una mujer, pero mi marido no la acepta como tal, esa es la parte más dolorosa para mí. Para él siempre será su gran hijo fuerte. Afortunadamente ella es muy lista y le replica: “No, yo soy una gran mujer fuerte, y deberías aceptarlo”.

¿Cómo es la vida para estas niñas cuando tienen que volver a vestirse y comportarse como mujeres?

Mi hija sabía que era una niña y que la situación era temporal y fue algo en lo que insistí mucho, así que estaba preparada y el cambio fue fácil. Fue una buena experiencia para ella y creo que ahora es más valiente que mis otras hijas, es capaz de hablarle a los ojos a alguien y expresarse sin dificultad. Pero para otras chicas en Afganistán, cuyas familias no las han preparado para el cambio, es muy difícil, porque se han creído esa personalidad falsa que han construido para ellas. Cuando vuelven al mundo femenino echan en falta la libertad, la libertad de su cuerpo a la que estaban acostumbradas y que es muy difícil de volver a aceptar. Conozco a algunas que han tenido incluso problemas a la hora de relacionarse con los hombres cuando se casan. Hay algo de su identidad que se ha perdido y no saben si son un hombre o una mujer.

Desde la caída del régimen talibán, Afganistán estableció un sistema de cuotas para garantizar la presencia de las mujeres en el Parlamento y que le permitió a usted ser diputada durante años. Sin embargo, Afganistán sigue siendo uno de los lugares más peligrosos del mundo para ser mujer. ¿Cómo fue su experiencia?

Cuando trabajas en política en Afganistán no es como la política real en cualquier otro sitio donde estás desempeñando un servicio social. Yo creo que los políticos estamos para servir a la sociedad, deberíamos estar conectados con la gente. Así que cuando vieron que yo no seguía las normas ni las órdenes que otros colegas te dan, o cuando me negaba a votar algo que habían acordado, comenzaron a ponerse en mi contra. Te ves obligada a trabajar muy duro y ser muy profesional para competir con los hombres. Evidentemente, hay mujeres políticas que se mantienen en silencio y que no se preocupan por las cosas y a ellas les va bien, pero para las que luchan, como yo lo hacía, o para las que son críticas, no es fácil.

Después de años de matrimonio forzado, maltratos, insultos y vejaciones, ha decidido exiliarse en Suecia, donde vive con sus cuatro hijas. ¿Por qué?

Después de 10 años en política y seis trabajando como activista en Afganistán, tomé esta decisión como madre, no como política. Estaba preparada para sacrificar mi vida, para aceptar comportamientos en mi contra, han disparado a mi coche, me han amenazado, etc., pero estaba preparada. Pero cuando empezó a sucederle a mis hijas me empecé a asustar y a preguntarme si era correcto sacrificarlas por mi posición. Por eso decidí dejar mi país y abandonar cualquier posición que yo tenía, para dejarlas vivir sus sueños y crecer como seres humanos en un país libre en el que nadie te diga si tienes o no permiso para hacer algo.

¿Dejó a su marido?

Dejé a mi marido, pero no nos hemos divorciado. El divorcio es un asunto complicado y pondría a toda mi familia en peligro, mi hermanos, mi hermana, mis padres… es un divorcio a distancia, pero sí, sigo siendo una persona casada.

Afganistán es uno de los países con mayor número de refugiados. ¿Qué le parece el trato que está dando la Unión Europea a estas personas?

Huyen de una vida desastrosa. Creo que la Unión Europea debería pensar en primer lugar por qué la gente está arriesgando su vida, cruzando el océano y sometiéndose a tantos riesgos para venir a Europa. Es por la situación de inestabilidad, por el nivel de pobreza, por los altos niveles de corrupción. El Gobierno no puede proveer servicios a la gente, que se ve forzada a venir. La mayoría de la gente que viene a Europa son personas con altos niveles de educación. Y creo que la Unión Europea debería entender el coste de esto. Necesitan ayuda y deberían ayudarles.

¿Qué esperanzas alberga para su país, en especial para las mujeres afganas?

Tengo la esperanza de que algún día las mujeres afganas tengan un lugar en el que puedan vivir por ellas mismas, en el que ninguna madre afgana se vea forzada a cambiarle la ropa a su hija. Tengo esperanza de que las generaciones jóvenes de mi país puedan creer en sus sueños y que puedan educarse y echar una mano en Afganistán. También deseo que mis hijas formen parte de esos grupos que trabajen por su país.

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